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Emmanuel Pérez
Prólogo
Delirios
El falso profeta
El proyecto mariposa
Comentarios
¡Oh! Hombre, conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los
dioses.
Oráculo de Delfos
Prólogo
12.12.2012
C ADA año, las mentes más brillantes e intelectuales del mundo son
convocadas al Simposio Internacional de Ciencias Mayores, con
el fin de que éstas expongan ante la humanidad sus más asombrosos
descubrimientos y entablen los diálogos más profundos e intrigantes
en la historia del saber. De cada rincón del planeta, eruditos y
amantes del conocimiento se dan cita en el coliseo asignado a tal
magno evento, unidos todos en un solo entusiasmo, sedientos por
escuchar las verdades más íntimas del universo. Ante tanta
expectativa, no es sorprendente que una vez zambullidos en ese mar
de caldeados ánimos, a muchos de ellos los invada una fuerza
inusual que los hace de vez en vez temblar sin control, caer de
rodillas, golpearse el pecho, llorar de alegría, y hasta desvaírse al ser
impactados por las palabras sagradas que emanan del púlpito. Hay
quienes juran incluso haber presenciado milagros y otros eventos
paranormales, y quienes creen que una vez concluido el evento, el
lugar escogido adquiere una aura divina y sanadora que si bien no ha
sido avalada por el austero escrutinio científico, sin duda le eriza la
piel a cualquiera de los escépticos que se atreven a pisar ese recinto
santo. Y aunque muchos abogan por una investigación que afirme o
refute tales declaraciones, cosas de esta índole, sugiere Rogelio
Moltisanti, regente de la Escuela de Teología y Ciencias Gnósticas de
Santiago de Chile, es mejor no intentar comprobarlas ni medirlas,
pues se corre el riesgo de que pierdan su fuerza y misterio. Según
Moltisanti, tratar de fundamentar la fe mediante el análisis científico
siguiendo un punto de vista meramente materialista, es dar cabida a
la duda y limitar subsecuentemente el actuar de Dios, y es obvio que
nadie quiere a un Dios limitado.
Este año, la sede le corresponde a Suiza por su aporte en el
desarrollo de un nuevo modelo de partículas elementales, requerido a
consecuencia del descubrimiento del misterioso concientino, una
partícula subatómica carente de masa que desde su proposición tres
décadas atrás, había eludido a la comunidad científica. Esta elusiva
partícula, según su máximo exponente y defensor, Michaelis
Kakustein, físico teórico y gurú spiritual, se cree constituye el campo
de Jung, una ondulación energética que al interactuar con el campo
de Higgs crea partículas virtuales de masas efímeras que en
suficientes cantidades generan fuerzas gravito-magnéticas capaces
de alterar la materia. Lo inédito y sorprendente del concientino, es
que hasta ahora éste sólo ha sido rastreado durante ceremonias
espirituales en las que los participantes proyectan intensiones
mentales hacia un espacio determinado con el objeto de distorsionar
la realidad, produciendo fenómenos como la levitación y la
transmutación entre estados de la materia. Aunque la existencia de
dicha interacción ha sido objeto de burla por parte de algunos de los
físicos más renombrados, el hecho es que de comprobarse su
existencia, se estaría a punto de descifrar y fundamentar el vínculo
que une a la mente con la materia, y de explicar a un nivel científico el
efecto de la conciencia en la manifestación de la realidad misma.
Darle cabida a la mente como agente de creación y justificar su
influencia en términos físicos concretos sería algo sin paragón, indica
Kakustein: el equivalente a ascender de creado a creador mediante el
uso de la intensión consciente: la versión científica de la fe que
mueve montañas basada en el poder de saber que sí se puede
porque así se ha comprobado cuantitativamente. Kakustein se
aventura aún más, sugiriendo que quizá la expansión del universo
mismo es efecto y causa de la mente, y que el uno no existe aparte
del otro. “Creer en cosas de este calibre e imaginar a un mundo en
que la mente gobierne a la materia sería vislumbrar una existencia sin
límites y a una humanidad verdaderamente libre”, plantea Claire
Bernard, directora de la facultad de neurología robótica de la
universidad de medicina de Estambul, quien figura entre los invitados
por sus avances en la exponenciación de ondas cerebrales con el fin
de producir efectos telekinéticos.
Como todos los años, el evento siguió el protocolo solemne que
lo ha caracterizado desde un principio. El actor Norman Friedman,
elegido como anfitrión por su acentuada colaboración en la
diseminación de conocimientos científicos a través de medios
televisivos y redes sociales, dio inicio a la ceremonia con la voz
enigmática y elocuente que lo define. Luego de brindar una calurosa
bienvenida, dedicó un minuto de silencio por todos los genios que
partieron recientemente de este mundo dejando un legado de
riquezas intelectuales para beneficio de la humanidad, haciendo
también una pausa para rendir sus más sentidas condolencias a los
familiares de las víctimas del vuelo 963, una tragedia que ha
conmovido al mundo. Después de esto hizo pública la inauguración
del Proyecto Mariposa, un ambicioso plan destinado, en palabras del
mismo Friedman, “a elevar al ser humano de oruga a verdadero amo
y señor de la Tierra”. En éste se intentará dotar al cuerpo humano con
las cualidades más versátiles y potentes desplegadas en el reino
animal y vegetal mediante el uso de las tecnologías más avanzadas
en el campo de la biología molecular, la ingeniería genética y la
ingeniería de tejidos. A la vez se hará uso de la robótica neuronal
cuántica para crear la primera interfaz inalámbrica que conecte al
cerebro humano con la base de datos de la Biblioteca Internacional, a
fin de proporcionarle a los hombres del futuro, en un abrir y cerrar de
ojos, los conocimientos más actualizados y permitirles discernir
patrones que eleven aún más nuestro entendimiento de la realidad.
Por si esto fuera poco, dicha interfaz también permitirá la conexión,
sincronización e integración de trajes y maquinarias que aumenten la
fuerza bruta del hombre.
Luego de esta breve descripción, y mientras la muchedumbre
babeaba atónita imaginando las nuevas vivencias que otro cuerpo le
conferiría al ser humano, Friedman presentó al responsable de
acaudillar este proyecto, el doctor Ladislao Penev. Envuelto en
aplausos, éste empezó su discurso diciendo:
“Damas y caballeros, esta Tierra tiene sus días contados. Todo
apunta a su fin, sea hoy o billones de años después. Aun si lograse
escapar el bombardeo del cosmos y mantenerse intacta en su nicho
espacial, el sol que la ha arropado con las cosas más bellas será el
mismo que la engulla y consuma en sus entrañas de fuego al volverse
gigante roja. Todo lo que no busque escapar sus confines, ya está en
descomposición y en declive hacia la muerte, incluyendo al hombre.
Cuarenta mil años atrás nuestros ancestros se unieron para
desafiar las vicisitudes de la existencia, y en la actualidad su anhelo y
visión penden de un hilo. De seguir las agencias humanas el mismo
rumbo conflictivo, desunido y conformista, todo lo que la humanidad
ha creado, construido y soñado será convertido en insípido polvo
espacial, y nuestro rastro y memoria serán borrados fría e
irreverentemente del cosmos. Recae pues sobre nosotros y nuestros
hijos una pesada sentencia de muerte, y debemos elegir sin más
prorrogas si morir con la Tierra y volver al polvo, o trascenderla con
gloria.
¿Qué estamos haciendo para evitar nuestra extinción
hermanos? Hasta ahora hemos vivido conformes pensando que la
Tierra es sinónimo de humanidad, que nuestros hijos han de
heredarla, y que ellos tendrán el tiempo suficiente para enmendar
nuestros agravios. Nos hemos acostumbrado a la idea de que la
evolución nos favorece, de que regimos el mundo con mano firme, y
de que nada nos amenaza cara a cara con el miedo al exterminio de
nuestra especie. Mas hemos visto que la interpretación materialista
de la realidad que gobierna nuestros pasos destruye inevitablemente,
y que de seguir heredando a nuestros hijos un afán por existir
individual y pasajero, eventualmente la mediocridad de su actuar
encanijará al planeta irremediablemente. ¿Qué debemos hacer en
esta encrucijada hermanos, cuando estamos dándonos cuenta que la
evolución que más impactará al mundo es la evolución de nuestra
intención colectiva hacia el futuro? ¿Hacer una pausa y suplicarle a la
Tierra que nos perdone por flagelarla de esta manera pero seguir
errando como lo hicieron muchos de nuestros padres? ¿Parar nuestro
progreso y volver a la jungla como bestias derrotadas, sabiendo que
millones de años atrás nos hastiamos de sus límites? ¿Seguir
actuando indiferentemente, esperanzados que un día todos
despertaremos y nos amaremos en la miseria que habremos de crear,
o de que alguien se compadecerá de nuestra estupidez y nos salvará
en el fin de los tiempos? ¿Qué debemos hacer con la Tierra y nuestra
misión hermanos, si dentro de nosotros sabemos que solo deseamos
seguir existiendo y que ya no podemos volver a la inocencia de
nuestros orígenes animalistas?
Yo propongo lo que muchos sabios ya han dicho incontables
veces: que todo cambio empieza en uno mismo, y por ende que la
salvación de nuestra especie empieza con la modificación de nuestra
mente y nuestro cuerpo. No promuevo algo mío, sino algo nuestro:
vernos como agentes creativos y expansivos inmersos en el mar que
ha dado origen a todas las cosas, y ver al mundo con ojos nuevos,
como el reflejo de nuestra conciencia, y ver a nuestro cuerpo como el
reflejo del espíritu del mundo. Yo abogo por la restauración de la
conexión con el todo que nuestro pensar divisorio ha corrompido, y de
hacer de la fuerza del todo en nosotros la fuerza irreprimible de
nuestras ambiciones.
Yo digo que la Tierra está consciente de que un día llegará a su
fin, y ese día no juzgará a ninguna de las criaturas que saborearon la
vida en ella. Que la Tierra ha amado, ama y amará a todas las cosas
nacidas en su vientre, y que su único anhelo es que los espíritus de
las cosas creadas en ella impacten cada rincón del universo y den
testimonio de su grandeza. Que desde un principio se ha brindado
dadivosamente al deseo de perdurar de sus hijos, proveyéndoles todo
lo necesario para la ascensión de sus cuerpos y espíritus. Que ésta
es una gigantesca matriz repleta de óvulos fecundados, unos más
nobles que otros, pero todos empecinados por sobrevivir. Que la
humanidad es uno de esos óvulos multiplicándose sin resistencia, y
que como todo ser no ascendido lo hace entorpecida y
despilfarradamente.
Yo digo que la Tierra está consciente de nuestra presencia, y
que nos ha tolerado todo este tiempo porque ha visto en nosotros su
redención y su arca de Noé. Que como toda madre rebosante de
amor, ésta ansía que la humanidad despierte a un concepto nuevo de
sí misma, un concepto que incorpore y refleje el espíritu de sus más
grandes aspiraciones. Yo digo que ha llegado el día de hacer la paz
con la Tierra y de honrar su poder creacionista haciendo sus
creaciones unas con nosotros. Que el más sincero respeto que
podemos darle es preservar lo que resta y restaurar lo posible con el
fin de engrandecer la causa que ha dado vida a las cosas más bellas
en su biósfera. Que es hora de elevar nuestra experiencia con las
herramientas orgánicas que nuestras especies hermanas ya han
amaestrado y refinado, e imitar el poder creacionista de nuestra
madre recreándonos a nosotros mismos.
Comprendamos hermanos que toda nuestra destrucción es
producto de nuestra cobardía por alterarnos y trascender, y que
nuestros problemas y frustraciones actuales nacen directa e
indirectamente de nuestra falta de aprecio hacia las cualidades
exhibidas en la naturaleza. Que la razón por la que nuestros cuerpos
no han evolucionado es quizá porque la intención de hacerlo ha sido
amenguada por moralismos del pasado que nos impiden ver que el
sacrificio en el presente es preciso para la gloria de nuestros
descendientes; también por el miedo a la muerte y por el
individualismo enfermizo que nos ciegan a la realización de que la
fuerza que nos mueve y nos ha traído hasta aquí se extiende más allá
de nuestra historia. Despertemos hermanos de una vez y para
siempre al entendimiento de que el espíritu que guió todas y cada una
de las interacciones cuánticas que ultimadamente nos dieron origen
se sigue creando en nosotros; que somos instrumentos de su llamado
a perdurar por siempre; que la Tierra, el universo y el todo
evolucionan en nosotros; que somos las extensiones con que Dios se
siente y contempla a sí mismo, y que es momento de aceptar la
responsabilidad de reflejar su interminable transformación hacia la
gloria.
Hasta ahora hemos cometido el gravísimo error de ver el
potencial de las otras especies como algo que solo es digno de
servirnos externamente y no como algo que merece formar parte
íntima de nosotros. Hemos experimentado al mundo con los ojos de
un ser aislado que cree ser la única mente consciente en la Tierra y
lamenta que ninguna otra especie hable su idioma y comparta sus
inquietudes, ignorando que la razón por la que las otras especies no
nos han hablado es porque hemos temido a hablar como ellas.
Nuestra división con el todo reflejada en la división con otros seres
vivos nos ha hecho inventar cosas que si bien los han imitado y
superado, a la vez ha extinguido a muchos de ellos y a gran parte de
la belleza del mundo. Y aunque buscamos restaurar lo que hemos
destruido, nuestras agencias siguen perpetuando la idea de que
existimos fuera del fluido que ha dado origen a todas las cosas, y no
de que somos gotas conscientes en el mar de intenciones que ha
creado al mundo. Es momento de hacer un cambio radical en la
manera en que hemos visto a la realidad, y aceptar la responsabilidad
de encaminar al todo a su propio descubrimiento.
Si en un tiempo nuestro adormecimiento sirvió de excusa para
explotar a otras especies y a los recursos de la Tierra sin vistas hacia
la gloria, hoy nuestro agridulce pero inescapable progreso nos ofrece
la enmienda a nuestras culpas. Hoy contamos con las herramientas
para regenerar al mundo vistiendo a nuestro espíritu con otro cuerpo.
Un cuerpo polifacético que impacte al mundo de una forma más sabia
y aceptable, y que esté dotado de las cualidades necesarias para
trascender más allá de sus confines. Que cargue consigo el espíritu
de la vida en este planeta, y porte en su ADN la perfecta amalgama
de todas las especies de la Tierra, aquellas que al igual que nosotros
han deseado perdurar por siempre. Que sea capaz de volar como un
águila y correr como una chita; eso sin duda reduciría las emisiones
de carbono que contaminan el ambiente. Que tenga la habilidad de
respirar bajo el agua y nadar como un pez vela; podríamos pescar
con nuestras propias manos sin arrasar ecosistemas con nuestras
redes de pesca industrial. Que sea compacto pero con la fuerza de un
oso polar, la ferocidad de un tigre de bengala, y la protección de un
lagarto; ninguna otra especie se atrevería a provocarnos y no les
daríamos muerte a diario por protegernos. Que cuente con las
defensas inmunológicas de un tiburón y la resistencia de una
cucaracha; no habría necesidad de tantos antibióticos y
medicamentos cuya elaboración y consumo debilitan nuestra
potencia. Que posea la vista de un halcón y la audición de un búho;
nos veríamos y escucharíamos a distancias sorprendentes. Que porte
el poder regenerativo de un axolotl, la conversión alimenticia de un
pulpo, la longevidad de una medusa, y la habilidad fotosintética de
una planta; seríamos biológicamente inmortales sin despilfarrar tanto
recurso. Que emita luminiscencia como una luciérnaga y que ésta sea
etérea como la de los seres que pueblan las profundidades del
océano; seríamos verdaderamente la luz del mundo, y éste
despertaría a un nuevo amanecer. Que esté suplementado con la
tecnología más ergonómica y el acceso a la fuente de información
más completa y actualizada: nos convertiríamos por fin en las
quimeras divinas que pueblan nuestras leyendas, y gobernaríamos al
mundo sabiamente y por derecho natural.
Siguiendo el trascurso de esta visión, imagínense a un cuerpo
aun mayor que este: un cuerpo de humanos de este vigor y
resistencia, unidos e impulsados por la misión de reflejar en todo
tiempo y espacio el espíritu de trascendencia que ha dado origen al
cosmos, el que busca por siempre y para siempre descubrirse en
cada instante y saber que su fuerza y potencia es la de Dios mismo.
¿Quién o qué podría vencer a nuestro espíritu, si éste es uno con el
espíritu del todo y su llamado es el llamado del universo mismo?
Este idealismo ya no está fuera de nuestro alcance hermanos, y
ha llegado la hora de elegir entre hacernos divinos o seguir
destruyendo al mundo y destruyéndonos mutuamente dentro de este
cuerpo que ya no le basta al espíritu universal. Es momento de una
nueva visión para la humanidad. Una visión fundamentada en aquello
que todos amamos y deseamos: la trascendencia y elevación de
nuestra especie. Ha llegado la hora de echar a un lado todas las
doctrinas divisorias que han contaminado a nuestros pueblos y al
mundo, y de aceptar que la meta más grande a la cual podemos
aspirar en este instante es nuestra unión, pues solo ésta podrá
satisfacer las ansias de poder del espíritu primigenio que evoluciona
en nosotros. En tiempos remotos éste transformó a células simples y
dispersas en células eucariotas, y luego hizo de su unió la plataforma
a través de la cual experimentaría delicias existenciales que no podría
haber sentido en seres individuales; cosas superlativas que buscaban
sentirlo todo cada vez con más intensidad. Y ahora este mismo
espíritu ansía otro cuerpo aún más grande; un cuerpo compuesto de
humanos multifacéticos, exentos del miedo a la trascendencia.
Piensen de esta manera hermanos. Si al mundo lo destruyera un
cometa y solo quedara uno entre nosotros, éste quizá no querría
seguir viviendo, pues lo que verdaderamente ha alimentado su vida
todo este tiempo ha sido su esperanza en la humanidad, y ahora esta
esperanza debe radiar más brillante que nunca. No nos engañemos
más a nosotros mismos: lo que siempre hemos amado no han sido
las ideologías que han intentado definir nuestra existencia, sino
nuestro deseo por la unidad, independientemente de la ideología que
nos una. Si en el pasado ninguna de éstas nos condujo a la
hermandad sincera, quizá fue porque no reflejaba al espíritu que se
crea en todas las cosas. Hoy se nos ofrece una ideología
enteramente humana y a la vez universal; que encapsula el deseo del
cosmos y el nuestro por ascender; que ha de restaurar la Tierra al
reducir nuestra influencia destructiva en ella; que no discrimina entre
nosotros pues solo busca la creación de un cuerpo nuevo para el
espíritu que se contempla en nosotros. Un espíritu que desea
enriquecerse con las virtudes de las especies que hasta ahora
equivocadamente hemos considerado inferiores, y que hoy nos
ofrecen sus dones.
Echemos a un lado tanto moralismo delimitador. Lo que aquí
importa no es el ser limitado que no se atreve a soñar en cosas
imposibles, sino el espíritu omnipotente que busca trascender los
confines del hombre y hacer de nuestro polvo estelar el alimento que
ha de despertar a la conciencia del Dios que andamos buscando.
Dios no descenderá de las nubes hermanos: a Dios hay que
despertarlo en nosotros y darle un cuerpo digno de su gloria.
Debemos parar de temernos y de pensar que no somos capaces
de crear prodigios divinos. El espíritu universal del que somos parte
es lo que ha evolucionado todo este tiempo y ahora éste demanda
una nueva vestimenta, y ésta debe ser el reflejo de la vida en la
Tierra. Este es el comienzo de una nueva etapa en la evolución del
hombre, una que exige nuestro sacrificio voluntario con el fin de
engrandecer a los que vienen en pos nuestra. ¡Las nuevas
experiencias que esta nueva visión y este nuevo cuerpo traerán a la
humanidad hermanos! Solo imaginarlas me llena de la humildad más
sublime y reconfortante que jamás he sentido.”
Con tal motivador discurso, dio por iniciado el Simposio
Internacional de Ciencias Mayores. Las cosas que ahí se habrían de
escuchar eran cosas que ya no podían callarse. Cosas que eran
reflejo de la inevitable ascensión del espíritu universal en los
hombres.
…
En Dios todas las cosas se vuelven una sin conflictos. ¿Las volverá
una en usted doctora? Solo usted puede sanarse a sí misma.
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