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UNIVERSIDAD CATÓLICA ANDRÉS BELLO

FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN


ESCUELA DE PSICOLOGÍA

EL MITO DE LOS TRES PRIMEROS AÑOS DE VIDA


John T. Bruer

Las tres líneas neurobiológicas.-


En primer lugar, los científicos del cerebro han sabido durante más de dos decenios
que el cerebro crece y cambia durante los primeros meses y años de vida. Los cerebros
infantiles producen sinapsis en una cantidad que sobrepasa en billones a la del cerebro
maduro de un adulto. El cerebro del niño de dos años tiene el doble de sinapsis que el de
su pediatra.

La segunda línea neurobiológica es la que mencionó Carla Shatz en la Conferencia


de la Casa Blanca. Los neurocientíficos saben que hay períodos críticos en el desarrollo
del cerebro. Estos períodos críticos son una especie de ventanas temporales que se
abren durante el desarrollo y que permiten la formación de las conexiones cerebrales
normales en presencia de los estímulos adecuados. Un tipo inadecuado de estímulos, o
su ausencia, durante estos períodos dan como resultado un desarrollo anormal del
cerebro.

La tercera línea neurobiológica es la de los entornos enriquecidos o complejos. Un


argumento que reaparece es que el cerebro maduro es el producto del programa genético
más las influencias del entorno. Aunque el cerebro ya posee todas sus características
básicas al nacer, experimenta un enorme crecimiento y desarrollo durante los primeros
meses y años. El entorno del niño puede influir profundamente en este proceso de
crecimiento.

En la década de los noventa, un tema común era que la estimulación y la actividad


neuronal contribuían a la organización cerebral y a la formación y reestructuración de los
circuitos cerebrales. Hay nuevos datos que indican que unas intervenciones y
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estimulaciones adecuadas después de los tres años de edad pueden reconstruir los
circuitos perdidos. Otras investigaciones apoyan la afirmación de que las experiencias
que se producen a lo largo de toda la vida tienen unos profundos efectos en la
personalidad, el carácter y la salud mental, y que estos efectos pueden anular el impacto
de las experiencias de la primera infancia. Otros experimentos demuestran que el índice
de formación de sinapsis y la densidad sináptica son independientes de la cantidad de
estimulación recibida, sea por defecto o por exceso. En contra de lo que sugiere el mito,
la rápida formación inicial de sinapsis parece estar controlada por la dotación genética, no
por el entorno.

Heman Epstein, científico del desarrollo, presentó su teoría del desarrollo del cerebro.
Sostenía que existen unos períodos predecibles del crecimiento cerebral que él
identificaba midiendo el perímetro craneal de los niños. Epstein proponía que los
educadores deberían proporcionar a los niños una estimulación intelectual lo más
intensiva posible durante estas rachas de crecimiento cerebral. Según su teoría, el
programa Head Start se debería aplicar a niños de edades comprendidas entre dos y
cuatro años, período durante el cual se produce una racha de crecimiento cerebral, o bien
esperar hasta que los niños tengan seis años, edad en la que comienza la segunda
racha.

El argumento es el siguiente: durante los tres primeros años de vida del ser humano,
hay un período caracterizado por una rápida formación de sinapsis que conecta entre sí
las células nerviosas formando circuitos funcionales. Este período de formación rápida de
sinapsis es el período crítico para el desarrollo del cerebro. Aunque el cerebro se sigue
desarrollando después de este período, lo hace perdiendo o eliminando sinapsis, no
formando sinapsis nuevas. Durante este período los entornos enriquecidos y el aumento
de la estimulación pueden tener los mayores efectos en el desarrollo del cerebro. Por lo
tanto, los tres primeros años proporcionan a los responsables políticos, a los cuidadores y
a los padres una oportunidad única y delimitada biológicamente durante la cual unas
experiencias y unos programas adecuados para la primera infancia pueden ayudar a los
niños a desarrollar mejor su cerebro.
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Los estudios neurocientíficos realizados en seres humanos dicen que la densidad


sináptica sigue una pauta en forma de U invertida (baja, alta y baja), desde el nacimiento
hasta la madurez, pasando por la infancia. Pero no ocurre así con las capacidades
intelectuales y el potencial para aprender. Al nacer y al principio de la madurez las
densidades sinápticas son aproximadamente iguales. Sin embargo, los adultos son más
inteligentes, tienen una conducta mucho más flexible y una capacidad de aprendizaje y
de razonamiento que no se observa ni en los bebés ni en los niños de tres años de edad.
Además, en los períodos caracterizados por una pérdida rápida de sinapsis (final de la
adolescencia y principio de la madurez), no se observa ninguna caída del vigor cerebral.
Es más cuando empieza la pérdida masiva de sinapsis durante la pubertad, los
adolescentes inician una etapa de su vida en la que tienen la capacidad de aprender y
dominar conocimientos muy diversos, complejos y abstractos. Así que no existe ninguna
conexión clara entre las densidades sinápticas o la cantidad de sinapsis y el vigor
cerebral.

Para Goldman-Rakic y muchos otros científicos del cerebro, aunque los cerebros de
los niños adquieren una tremenda cantidad de información durante los primeros años, la
mayor parte del aprendizaje se produce cuando la formación de sinapsis ya se ha
estabilizado. Desde que un niño entra en primer curso y pasa por primaria y secundaria
hasta llegar a la universidad y más allá, el número de sinapsis varía muy poco.
Precisamente durante el período en que se da muy poca o ninguna formación de
sinapsis, se produce la mayor parte del aprendizaje. Aunque los neurocientíficos creen
que existe alguna relación ente las conexiones del cerebro y el intelecto, aún están
intentando descubrir cuál puede ser esa relación.

Huttenlocher comunicó los resultados sobre los cambios de la densidad sináptica


(número de sinapsis por unidad de tejido cortical) de la corteza frontal del cerebro
humano a lo largo de la vida. Encontró que los bebés al nacer tienen unas densidades
sinápticas prácticamente iguales a las de los adultos y que se produce un aumento rápido
de esas densidades entre el nacimiento y el primer año de vida. Alcanza el máximo hacia
la edad de uno a dos años, llegando a ser un 50% más alta que los valores medios
encontrados en los adultos. Entre los dos y dieciséis años de edad, las densidades
disminuyen hasta alcanzar los niveles de la madurez y se mantienen en esos niveles
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durante toda la vida adulta. A los siete años de edad, el cerebro humano ha alcanzado
prácticamente el volumen de un adulto, pero su densidad sináptica sigue siendo un 36%
mayor que la del cerebro de un adulto.

En los bebés humanos la fase de formación rápida de sinapsis empieza durante los
primeros meses después del nacimiento y las densidades sinápticas alcanzan sus niveles
máximos a los 3 meses de edad en el caso de la corteza auditiva y entre los dos y tres
años y medio de edad en el caso de la corteza frontal.

Las densidades de la corteza visual humana en el momento de nacer son muy


parecidas a las de los adultos. Aumentan con rapidez entre los dos y cuatro meses de
edad y alcanzan niveles máximos entre los ocho y doce meses de edad, sobrepasando
en un 60% las densidades de los adultos.

Los resultados obtenidos por Huttenlocher fueron corroborados por Chugani,


Mazziotta y Phelps en un estudio que realizaron utilizando la técnica PET (tomografía por
emisión de positrones) y encontraron indicios de que el desarrollo cerebral y la densidad
sináptica varían en el transcurso de la vida. Trabajaron con veintinueve niños epilépticos
de edades comprendidas entre los cinco días y los quince años de edad y con fines
diagnóstico. Concluyeron que, aparte de la epilepsia, los niños eran neurológicamente
normales al comparar los resultados con los de siete adultos jóvenes normales de edades
comprendidas entre los diecinueve y los treinta años.

En la década de los noventa, las nuevas investigaciones neurocientíficas demuestran


que el desarrollo que experimenta el cerebro antes del primer año de edad es más rápido
y extenso de lo que se pensaba. Citan el estudio de Chugani, destacando los cambios en
la actividad metabólica del cerebro durante el primer año de vida: La actividad cortical
aumenta bruscamente entre el segundo y tercer mes de vida, período esencial para
proporcionar estímulos visuales y auditivos. Hacia los ocho meses de edad, la corteza
frontal muestra un aumento de su actividad metabólica. Esta parte del cerebro está
asociada con la capacidad de regular y expresar las emociones y de pensar y planificar, y
se convierte en un centro de actividad frenética justo cuando los bebés están haciendo
unos avances espectaculares en su autorregulación y fortalecen su apego hacia sus
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principales cuidadores. Este es el período en que los padres y cuidadores pueden ayudar
más a los bebés a desarrollar su capacidad de autorregulación.

LOS PERÍODOS CRÍTICOS.-

Los períodos críticos son períodos del desarrollo caracterizados por el hecho de que
durante, y sólo durante ellos, los animales, incluyendo al ser humano, pueden adquirir
unas características, conductas o capacidades específicas. A veces también reciben el
nombre de “períodos sensibles”. Antiguamente se creía que los períodos sensibles eran
períodos críticos que finalizaban de manera gradual en vez de brusca. Sin embargo,
posteriormente, los neurocientíficos vieron que la mayoría de los períodos críticos acaban
de una manera más bien gradual, por lo que la distinción original entre los períodos
críticos y los sensibles ya no es tan útil.

Los períodos críticos siempre se definen en relación con lo que los científicos
consideran que es el desarrollo normal. Si durante el período crítico de una característica
un animal tiene experiencias que son normales para su especie, el animal desarrollará
normalmente esta característica. Si durante este período crítico el animal tiene
experiencias anormales, atípicas para su especie, desarrollará la característica de una
manera anormal. Y si el entorno es lo suficientemente anormal, puede que nunca
adquiera la característica en cuestión.

Existen algunos ejemplos clásicos de períodos críticos en el desarrollo animal, como


los del etólogo Lorenz con las crías de oca y el fenómeno de la fijación o impronta al
primer objeto grande y en movimiento que ven después de salir del cascarón. Las crías
de oca siguen a ese objeto a todas partes y no transfieren fácilmente su afecto otros
objetos distintos. Después de uno o dos días, la tendencia a la impronta desaparece.
Lorenz concluyó que en las ocas había un período crítico para la impronta.

Las observaciones clínicas indican que también existen períodos críticos en el


desarrollo del ser humano, como por ejemplo para la adquisición de la primera lengua o
lengua materna, para el desarrollo de características y conductas sociales y emocionales,
entre otros aspectos. Todos estos ejemplos se refieren a características muy básicas,
necesarias para la supervivencia y el éxito reproductor, como reconocer a la madre,
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aparearse, ver, dominar el lenguaje y alcanzar un desarrollo socio emocional adecuado


en especies muy sociales como el ser humano. Para características y conductas como
éstas, unas experiencias anormales durante los períodos críticos pueden producir
resultados permanentes, anormales y sin valor de adaptación que no se pueden corregir
mediante posteriores experiencias normales.

Los neurocientíficos plantean que los períodos críticos en realidad son procesos muy
complejos que pueden pasar por distintas etapas y que están relacionados con el
programa de maduración de partes muy concretas del cerebro. Y es incorrecto hablar del
período crítico para el desarrollo del cerebro solo en los tres primeros años de vida. Por
ejemplo, los períodos críticos para el desarrollo del sistema visual se extiende mucho más
allá de los tres primeros años de vida. Los períodos críticos para el aprendizaje de la
fonología y la gramática de la lengua materna y de una segunda lengua también se
extienden hasta la segunda década de la vida. Lenneberg llegó a la conclusión de que
una persona sólo podía adquirir completamente su lengua materna dentro de un período
crítico que iba desde la primera infancia hasta la pubertad.

Pero existen investigaciones muy importantes que demuestran que los primeros años
de vida, si bien no constituyen formalmente un período crítico, tienen una importancia
fundamental para la posterior actuación social, emocional y cognitiva.

APEGO.-

La teoría del apego sostiene que las primeras interacciones entre un niño y su madre
determinan la calidad del apego que se establece entre los dos y que esta calidad tiene
consecuencias de pro vida.

John Bowlby fue el primero en formular esta teoría, postulaba la existencia de cuatro
etapas de desarrollo en relación de apego. Al principio de la infancia existe una fase
inicial que acaba entre las ocho y doce semanas de edad, durante la cual el niño empieza
a desarrollar aptitudes sociales aunque no diferencia entre las personas que lo cuidan.
Durante la segunda etapa que finaliza hacia los seis u ocho meses de edad, el niño
empieza a hacer diferenciaciones sociales entre sus posibles cuidadores. A continuación
empieza una etapa en la que se forma la relación de apego, que acaba hacia los tres o
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cuatro años de edad cuando el apego cede su lugar a una asociación entre el niño y sus
padres que se centra más en objetivos concretos.

A finales de los setenta, Mary Ainsworth desarrolla un experimento denominado


“situación extraña” con niños estadounidenses de clase media y de aproximadamente un
año de edad, para evaluar el carácter de la relación de apego entre los niños y sus
madres. Se observa la reacción del niño cuando se reúne con su madre, después de
haber estado separado de ella durante la “situación extraña”. Cerca del 65% demuestran
un apego seguro, es decir están firmemente apegados ya que cuando regresa la madre o
persona que les cuida, responden positivamente. Alrededor del 20% demuestran un
apego inseguro-evitante porque cuando vuelven a reunirse con la madre o cuidador no le
dan la bienvenida o tardan en hacerlo. En el restante 15% se observó un apego inseguro-
resistente ya que los bebés mostraron enfado, resistencia o angustia cuando se reunían
con la madre o cuidador.

En revisiones posteriores a la investigación de Mary Ainsworth y según la noción


popular del apego, se concluyó que los bebés con apego seguro están a cargo de
personas más sensibles y afectuosas que los bebés con los otros dos tipos de apego. Sin
embargo, las pruebas existentes en apoyo de esta idea son muy débiles.

La investigación sobre el apego demuestra que los niños que reciben unos cuidados
afectuosos y sensibles y que mantienen una relación segura y estable con las personas
que los cuidan, superan los momentos difíciles con más facilidad cuando son mayores.
Los niños pequeños que mantienen una relación segura y estable con sus cuidadores
tienen más probabilidades de desarrollar una buena capacidad de respuesta ante
situaciones de tensión y, según la web, esta capacidad de respuesta es el resultado de un
desarrollo inicial óptimo del cerebro.

En la interpretación extrema y popular del apego se afirma que los primeros años
duran para siempre porque la calidad de la relación de apego entre el bebé y la principal
persona que lo cuida, depende de la calidad y las características de los cuidados que se
le proporcionen durante el período crítico de los primeros años de vida. La calidad de la
relación de apego influirá en el rendimiento del niño desde preescolar hasta la
adolescencia y la madurez.
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Lo que sí parece ser verdad es que las relaciones de apego son estables en la
medida en que los cuidados que se ofrecen al niño y las circunstancias de los padres y de
la familia sean estables. Además el apego inicial sólo predice la personalidad y la
conducta a edades posteriores en la medida en que esos cuidados y esas circunstancias
sigan siendo estables a esas edades.

De momento no hay ninguna investigación que vincule el desarrollo cerebral con la


teoría del apego.

IMPORTANCIA DE LOS ENTORNOS ENRIQUECIDOS.-

Es la tercera línea neurobiológica del mito. Los experimentos que intentan medir
cómo influyen distintos entornos de cría en la conducta y en el cerebro suelen emplear
tres condiciones ambientales diferentes: entornos aislados, entornos sociales y entornos
complejos.

Algunos creen que el aprendizaje se produce como resultado de podar o eliminar


sinapsis ya formadas. Otros creen que el cerebro aprende de las nuevas experiencias
básicamente mediante el fortalecimiento de sinapsis ya existentes. Para otros, entre ellos
Greenough y sus colegas, el aprendizaje se produce cuando se forman nuevas sinapsis
en respuesta a la necesidad del cerebro de guardar información.

La investigación de Greenough indica que el cerebro continúa siendo plástico,


modificable por la experiencia, durante todo el desarrollo y hasta bien entrada la madurez.
Plasticidad que está presente en los primates, no solo en las ratas.

Los científicos del cerebro creen que la reorganización del cerebro adulto es una
característica fundamental del sistema nervioso de los mamíferos. Estos cambios de los
cerebros adultos suelen ser reversibles cuando la experiencia alterada o la privación no
es excesivamente prolongada. El cerebro se reorganiza en respuesta a la experiencia y a
la práctica incluso en personas maduras, mucho después de la pubertad.

Es indudable que los períodos críticos existen, pero hay otros mecanismos para el
desarrollo cerebral que nos permiten adaptarnos a nuestro entorno y aprender durante
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toda la vida. La nueva perspectiva tiende a considerar que el cerebro posee una
plasticidad general, una capacidad de aprender y reorganizarse durante toda la vida.

Los datos de Huttenlocher indican que existe un período al principio de la infancia y


que finaliza hacia los tres años de edad, en el que se forman muchas más sinapsis de las
que se pierden. El resultado global es un aumento en la densidad sináptica del cerebro.
Durante la infancia, las densidades sinápticas siguen siendo mucho más elevadas que las
del cerebro maduro adulto. Sin embargo, de acuerdo con los mejores datos
neurocientíficos disponibles, este proceso se encuentra principalmente, bajo el control de
los genes, no del entorno.

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