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Los recién llegados esposos Fernando y Lucía Marín (dueños de una mina de
plata) tratan de ayudar al indio Juan Yupanqui y su esposa Marcela, quienes
eran agobiados por deudas que eran obligados a contraer por los comerciantes
laneros en complicidad con las autoridades. También le debían al cura Pascual
por misas y rezos. El mal sacerdote les embargaba cosechas y obligaba a Marcela
a limpiar la iglesia.
Por aquellos días había llegado al pueblo el joven Manuel, hijastro del
gobernador y estudiante de Derecho. Él hizo averiguaciones y supo que su
padrastro estaba involucrado y lo convenció de renunciar. Poco después el cura
Pascual enfermó de tifoidea y murió huyendo a otra ciudad.
No tardó en llegar el nuevo gobernador Bruno de Paredes, quien era tan abusivo
y lujurioso como su predecesor. Don Fernando Marín, para proteger a su esposa
embarazada, decide regresar a Lima llevando también a las dos hijas de Juan y
Marcela. El joven Manuel se quedó en Kíllac para tramitar la libertad de Isidro
Champi, un indio que había sido encarcelado injustamente por el gobernador
Paredes. Al conseguirlo fue detrás de los Marín con la intención de pedirles la
mano de Mariana, la hija mayor de los Yupanqui. Los jóvenes se habían conocido
en Kíllac y estaban muy enamorados.
Reunidos todos en el Hotel Imperial, el joven Manuel les contó que no era hijo
del ex gobernador Pancorbo, uno de los asesinos de los padres de Mariana, sino
de un cura de Kíllac ya fallecido llamado Pedro Miranda y Claro. Entonces los
Marín tuvieron que contar el secreto que Marcela les dijo en su lecho de muerte:
Mariana no era hija de Juan Yupanqui, sino del cura Pedro Miranda y Claro.
Entonces, Manuel y Mariana eran hermanos, y se habían enamorado sin saberlo.
Su amor era imposible.
Así termina la novela que se titula “Aves sin nido” en alusión a los jóvenes
Manuel y Mariana, que por ser hijos de un cura fueron privados de un hogar
verdadero y de la verdad sobre sus orígenes.