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Materialismo y crítica política

Diego Sztulwark

Animar la letra

“Leer Rozitchner hoy”, “contra la servidumbre voluntaria”: esta es la invitación. O, de otra


manera, ¿qué aporta la obra de León Rozitchner a la necesidad actual de recrear la
crítica política? Se trata de esclarecer a partir de sus textos –y probablemente también
de sus gestos- unas claves que contribuyan a elaborar el tiempo que viene, elementos
para una nueva potencia política.

Leer a Rozitchner es leer a un lector inquietante, virtuoso en el arte del desciframiento y


el desafío. A tales fines utilizó la escritura. La escritura como parte de su estrategia global
de combate. De un cuerpo a cuerpo que supone un esfuerzo y un desgaste. De allí su
idea del lector como alguien que se dedica a resucitar ideas, como decía Simón
Rodríguez. El lector debe invertir un esfuerzo proporcional al demandado por el autor del
texto que leemos.

Refutar para comprender: la polémica para Rozitchner, más que un género, se da como
la apertura de un espacio mental, un modo de abrir el pensamiento. El combate remite a
la coexistencia de al menos dos verdades no coincidentes. El combate del pensamiento
responde a una exigencia de emancipación propia y colectiva. Propia, porque es la propia
coherencia la que se expone, se descubre y se crea en el combate. Y colectiva, porque
el acceso a esa singular resulta inseparable del modo en que se afronta la trampa política
en la que se ve confinada la propia subjetividad.

La práctica de la lectura que comenzamos a poner en juego, entonces, no es la de un


mero leer. Leer es poco. Se trata más bien de un re-leer, como dice por ahí Henri
Meschonnic, un autor, poeta, ensayista y traductor que puede ser útil para confrontar con
Rozitchner. En el releer no se repasa el texto sin que aparezca la singularidad del lector.
El re-leer hace sujeto. Lo que Rozitchner llamaba un núcleo histórico de elaboración de
verdades. Un sitio desde el cual desafiar de un modo no banal los “posibles” prefigurados
con que nos habla nuestra época.

Ricardo Piglia dijo alguna vez que los admiradores de Rozitchner debíamos hacerle a él
lo mismo que él le hizo a los autores a los que se dedicó (es decir, descuartizarlos). Se
trataría menos de ubicar a Rozitchner en un lugar útil para nuestro contexto; menos, digo,
de preguntarnos por el valor de sus categorías, y más de averiguar qué tipo de presente
emerge (incluso, que tipo de Rozitchner emerge) desde el desafío y el combate.
El problema no es si darlo o no la razón a Piglia, sino cómo dársela. Dado que en la
lectura de Rozitchner la polémica exasperada es inseparable de un acto de amor (lo
hemos oído más de una vez decir que no puede uno confrontarse con Perón, por
ejemplo, o con Agustin sin ponerse en su lugar, sin convertirnos un poco en ellos). En el
fondo, se trata de un problema de “extractivismo” ¿cómo realizar la operación de
extracción/apropiación de aquellos rasgos del pensamiento de Rozitchner que
necesitamos retener, sostener y desplegar en la elaboración de la critica política del
presente?

Alcanzo a entrever al menos tres momentos necesarios para esa extracción/apropiación:


el primero pasa por recuperar una obra que la industria de la filosofía local suele
considerar inadecuada o arcaica; el segundo, por identificar como aparecen esas betas
o rasgos de pensamiento en sus textos, en algunas líneas que recorren sus trabajos,
particularmente aquellas que desembocan en sumaterialismo ensoñado y finalmente, el
tercero pasa por la apropiación de aquellos elementos para impulsar una la crítica política
renovada por las intuiciones alcanzadas en esta filosofía de la ensoñación

II – Preparación del materialismo ensoñado en las grandes obras previas de Leon

Además de ser el título de su último libro, la formula materialismo ensoñado[1]condensa


el resultado alcanzado por Rozitchner tras una larga búsqueda. A su modo, constituye
un punto de partida que permite comprender desde el final buena parte de sus trabajos
anteriores. Si rastreamos en los prólogos de sus principales libros, seguramente
encontraremos esos momentos de constitución en el movimiento de su desarrollo,
siempre a partir de la crítica política: a comienzos de los años 70 como advertencia; a
fines de los 70 como balance; durante los años 90 como esclarecimiento.

En Freud y los límites del individualismo burgués[2], del 72, la cuestión se plantea
en términos eminentemente políticos: ¿qué es formar a un militante? se trata de
comprender, en los efectos del Cordobazo, el pliegue, la inseparable correlación entre
la distancia exterior, que es la de la explotación social y la dominación histórica, y
una distancia interior “que abrió la burguesía en nosotros”, es decir, en la propia
izquierda. Marx y Freud iluminándose mutuamente.

En efecto, encuentra Rozitchner que el punto ciego del marxismo ha sido el “nido de
víboras” de la subjetividad, ese escenario íntimo en el que también se despliega la lucha
de clases. Al considerar como pura objetividad lo que había que pensar también como
producción de subjetividad, se perdía en la critica política una dimensión esencial,
inherente al proceso de producción del hombre por el hombre (incluyendo de modo muy
especial en esto la producción de la mujer) en nuestras sociedades capitalistas.

No hay militante, por lo tanto, sin un atravesamiento subjetivo-objetivo, sin elaborar el


terror, la amenaza de muerte que tempranamente se nos hace presente en la
constitución misma de esa distancia interior/exterior. Esto es lo que Roztichner
argumentaba unos años antes en su artículo la Izquierda sin sujeto[3], en polémica con
su amigo John W Cooke.

Ahora bien, si el marxismo de aquellos años era pobremente objetivista, el freudismo sin
Marx conduce a un subjetivismo deshistorizado: “hasta que la teoría psicoanalítica no
vuelva a encontrar el fundamento de la liberación individual en la recuperación de un
poder colectivo, que sólo la organización para la lucha torna eficaz”, el aparato psíquico
“será, en cada uno, una máquina infernal montada por el enemigo en lo mas propio”. La
tesis de fondo, dice Rozitchner, es que el sujeto es “núcleo de verdad histórica”.

En el prólogo de su libro Perón entre la sangre y el tiempo[4], del 79, acude Rozitchner
a Spinoza. “De él se dijo: “cada filósofo tiene dos filosofías, la propia y la de Spinoza”.
Su filosofía está detrás de cada uno de nosotros”. Rozitchner impartía durante esos años
de exilio un seminario en la universidad de Caracas sobre el Tratado teológico político.
Pero el Spinoza del que trata aquí Rozitchner no es tanto el objeto de una erudición
universitaria, sino el interlocutor con el que hay que vérselas para trazar un balance del
peronismo y de la derrota política de la revolución en argentina. Sigue así: (Spinoza) “nos
invita a convertirnos en el lugar donde se elabora, como experiencia de vida, lo que la
mera reflexión sólo enuncia como saber”. Pues ese “mero saber” es impotente si no
contiene una referencia a lo que se elabora como “experiencia de vida”. Se trata, continua
Rozitchner, de “enfrentar entonces el riesgo de un nuevo e ignorado poder”. Porque el
saber que se elabora en la experiencia es inmediatamente político: “por eso nos
advierte(sigue la referencia a Spinoza): “nadie sabe lo que puede un cuerpo”. El saber
se despliega sólo luego de descubrir y ejercer este poder. El poder colectivo se revela
desde el propio cuerpo individual amplificado cuando superamos la cerrazón sensible
que el terror nos impuso al separarnos de los demás”.

Aquello que en su libro sobre Freud se marcaba como límite a superar, en el Perón se
entrevé positivamente, pero bajo el modo de una posibilidad perdida. Mientras tanto la
escritura de Rozitchner va enhebrando una filosofía. Una filosofía no teológica del
acontecimiento en la que el juego de emergencia y conexión entre las singularidades se
despliega sin atravesar vacio alguno, en y como praxis histórica en torno al/los cuerpo(s).

En el prólogo de La cosa y la cruz, cristianismo y capitalismo[5], del 97, se lee que “el
capitalismo triunfante, acumulación cuantitativa infinita de la riqueza bajo la forma
abstracta monetaria, no hubiera sido posible sin el modelo humano de la infinitud
religiosa promovido por el cristianismo, sin la reorganización imaginaria y simbólica
operada en la subjetividad por la nueva religión del Imperio romano”.

Si en el Freud y en el Perón el problema (a la larga trágico) era el menosprecio por parte


de las izquierdas –las que se decían peronistas y la que se dicen revolucionarias- de la
cuestión subjetiva, en su libro sobre Agustin la critica al marxismo se amplía: lo que se
busca, ahora, es comprender el problema de la subjetividad a partir de la subsistencia
de lo teológico-político.

Al considerar al poder religioso como mero “hecho de conciencia” el marxismo realizaba


una crítica insuficiente y se privaba de comprender cabalmente su importancia en la
producción material-sensible del humano, que es previa a la producción de mercancías
que El Capital describe. Esta incomprensión, dice Rozitchner, tiene mucho que ver con
el fracaso del socialismo en el mundo, su acción política no alcanza el núcleo donde
reside el lugar subjetivo más tenaz del sometimiento”.

Se impone entonces la tarea de penetrar en ese núcleo último de sometimiento,


identificado con el “cristianismo” (de un modo que recuerda tanto a Nietzsche como a
Foucault) “con su desprecio radical por el goce sensible de la vida”. El cristianismo es la
premisa del capitalismo, sin el cual este no hubiera existido. Puesto que para que haya
un sistema donde paulatinamente todas las cualidades humanas, hasta las más
personalizadas, adquieran un precio –valor cuantitativo como “mercancía”, forma
generalizada de la valorización de todo lo existente- fue necesario previamente producir
hombres adecuados al sistema en un nivel diferente al de la mera economía. La
tecnología cristiana, organizadora de la mente y del alma humana, antecede a la
tecnología capitalista de los medios de producción y la prepara”.

Con su lectura de las Confesiones de Agustín, Rozitchner realiza su proyecto crítico, que
apunta a comprender las inconsistencias del materialismo marxista a la hora de sostener
políticas emancipativas. No se cuestionan los fundamentos de la globalización capitalista
si no se alcanza a rozar siquiera su fundamento mitológico, el Edipo Cristiano (diferente
del Edipo mitológico griego, judío o de la Pacha mama), que actúa predefiniendo los
términos de la reproducción humana. En el corazón de esta mitología cristiana se
encuentra el cuerpo de la madre virgen, que constituye la primera máquina social
abstracta productora de cuerpos convocados para la muerte”.

III. El poema

La escritura del materialismo ensoñado se toca con aquello que Meschonnic denomina
“poema”[6]. Ambos sitúan al lenguaje en relación con el modo de vida y con el cuerpo
como dispositivo anti-ontológico. Ambos apuntan por igual al combate contra lo teológico
político, contra esa antigua y persistente fuente de la separación de lo simbólico que
hace reinar al signo sobre el ritmo. Ambos auspician una recomposición de un continuo
ritmo-signo, realizando la crítica del ritmo al signo y ambos se interesan por extender
este continuo a un plano ético y político.

En Rozitchner, sin embargo, el trazado de ese continuo resulta inseparable de dos


condiciones esenciales: el combate histórico político explicito (se trata para él, lo hemos
visto ya, de vencer el obstáculo que se nos presenta como distancia “interior”/“exterior”);
y la localización del cuerpo y del ritmo de un modo concreto en el movimiento de la crítica
que busca desactivar el carácter abstracto que se le ha dado al cuerpo, sobre todo al
cuerpo femenino y al “maternaje”. Mutuamente implicadas, ambas condiciones desafían
desde lo sensible y lo sensual de los cuerpos el requisito sin el cual en la adultez será
imposible todo intento por constituir un poder colectivo efectivo, que a partir de su
contenido democrático deshaga una y otra vez la amenaza que el terror impone como
obstáculo insuperable.

La lengua del materialismo ensoñado es materna (en un sentido que no es el de la lengua


paterna o nacional, sino que es lengua de los afectos y de sus primeras síntesis), y en
ella se subvierten los términos y las relaciones del orden simbólico que definen el ámbito
de la significación. En lugar de una distinción jerarquizada en la cual la vigilia se impone
sobre el sueño, lo objetivo sobre lo subjetivo, la adultez a la niñez y la cultura a la
naturaleza, la ensoñación implica toda una lógica de sentido fundada en un movimiento
que prolonga el sueño en la vigilia, e lo subjetivo en lo objetivo, la niñez en la adultez y
la naturaleza en la cultura. Lo absoluto propio en lo relativo histórico.

En el corazón de este materialismo advertimos ese atravesamiento del spinozismo que


Rozitchner realizó en el exilio[7]. En su temprano combate de lo teológico político, cuando
Bergoglio no soñaba aun con ser Francisco, Rozitchner ya indagaba en esa capacidad
de organizar experiencia y producir orientación anterior a la conformación de la
conciencia teórica, esa “aptitud propia de un cuerpo para unir sus propias afecciones”, a
la que se refiere Laurent Bobé en su maravilloso libro sobre Spinoza, La estrategia del
conatus[8].

La palabra estrategia acompaña la formación misma de la potencia del cuerpo, anterior


a su conciencia adulta, desde sus primeros enlaces (el hábito, la memoria, la re-cognición
y el principio del placer). En efecto, leído en clave del materialismo ensoñado el primer
género de conocimiento de que nos habla la Etica de Spinoza, ofrece las claves para
comprender los vínculos entre la dimensión imaginaria y la actividad con la que el cuerpo
organiza sus primeros sentidos.

Y lo mismo sucederá en el nivel de lo colectivo en el que se despliega el combate entre


democracia y poder teológico político. También allí se decidirá la capacidad de elaborar
una potencia constituyente capaz de desafiar las razones del discontinuo, la coherencia
del orden constituido.

IV.

Creo que nos faltan menos sus categorías y más algunos rasgos del pensamiento de
Rozitchner. Sobre todo su vocación por hacer de la filosofía una práctica capaz de
afrontar obstáculos concretos, eludiendo retoricas pringosas y dirigiéndose al nudo de
los problemas.
Podemos apreciar esa impronta en una serie de posiciones adoptadas por Rozitchner en
diversas coyunturas (Malvinas[9], emblemáticamente), aunque prefiero referirme a dos
coyunturas actuales, comenzando por la coyuntura política argentina de los últimos años.

Para la época del conflicto entre el gobierno y los exportadores de granos, allá por el año
2008, Rozitchner argumentaba que en la medida en que el índice efectivo de la
democratización procedía de la conquista de un poder colectivo, cabía tomar muy en
serio la escena en la cual Néstor Kirchner ordenaba descolgar el cuadro de Videla,
porque en ese gesto quedaba denunciada públicamente la complicidad entre política y
terror como fundamento de poder opresor. En la medida en que ese gesto fuese
prolongado por otros, se creaban las condiciones para nuevos protagonismos sociales.
Pero gesto, señalaba Rozitchner, indicaba una dirección precisa a recorrer. Su efecto
debía ser reactivado por otros tantos gestos capaces profundizar su alcance hasta alterar
esa materialidad histórica aun organizada por el terror: la economía, las relaciones de
explotación y la estructura de propiedad de la tierra[10]. Si esa profundización se
castraba, la posibilidad incipiente de un poder colectivo claudicaba.

La otra toma de posición reciente de Rozitchner concierne al conflicto de medio oriente,


durante la ofensiva del gobierno de Israel a la franja de Gaza durante el 2009, la
denominada operación “plomo fundido”. En aquella ocasión Rozitchner publicó un
artículo llamado Plomo fundido sobre la conciencia del judaísmo, en el que se preguntaba
lo siguiente: ¿No se inscribe en cambio esta masacre cometida por el Estado de Israel
en la estela de la “solución final” occidental y cristiana de la cuestión judía? ¿Han perdido
la memoria los judíos israelíes? No: sucede que se han convertido en neoliberales y se
han cristianziado como sus perseguidores europeos, que, luego de exterminarlos,
empujaron a los que quedaron vivos para que se fueran a vivir a Palestina con el terror
del exterminio a cuestas”.

En ambas coyunturas se trata de afrontar el problema del neoliberalismo menos como


expresión de una mera ideología o un conjunto limitado de políticas económicas y más
como una razón del mundo preparada al calor de las grandes elaboraciones teológico-
políticas del occidente.

Subrayo dos orientaciones de la crítica de Rozitchner. La primera remite a la concepción


de la nación como lucha por la conquista de un territorio compartido, no como categoría
jurídica abstracta, o identidad mística. El origen está en todas partes, decía, y lo concreto
en torno de la nación no es nunca una esencia, sino una materialidad que se nos ofrece
como punto común de partida, cuando no resulta –como sucede con el neoliberalismo
vencedor- privatizada.

La segunda se refiere a la noción de “judío” tal y como Rozitchner la fue labrando con el
tiempo. Encuentro en ella menos la preocupación por elucidación de una figura teológica
positiva y más el ejercicio de quien afila las armas de la crítica buscando en el origen
escamoteado un movimiento de los inicios que no se nos birla en la esfera de lo
simbolizable. De allí su interés por una serie de capítulos que van del Génesis bíblico a
la “fábrica del cuerpo” en Spinoza; y de la producción del hombre por el hombre (y sobre
todo de las mujeres) en Marx al origen de la subjetividad en Freud y que resultan en una
elevada revaloración del “maternaje” como sitio de elaboración de una resistencia a una
cultura –y a una política- de muerte y en un saber para la clínica y para las practicas que
renueva, que es lo que nos proponíamos, los fundamentos de la critica política .

(Ponencia presentada en el “Encuentro Leon Rozitchner contra la servidumbre


voluntaria”; Museo del libro y la palabra, Biblioteca Nacional/Agosto 2014)

[1] León Rozitchner, El materialismo ensoñado, Tinta limón ediciones; Bs-As, 2011.

[2] León Rozitchner, Freud y los límites del individualismo burgués, Ed. S.XXI, Bs-As,
1972

[3] La izquierda sin sujeto es un artículo de León Rozitchner publicado en 1966 en la


revista La rosa blindada, en polémica con John William Cooke. Vale la pena volver a
leerla con ojos actuales. Ver: http://www.rosa-blindada.info/b2-
img/LeónRozitchnerLaizquierdasinsujeto.pdf.

[4] León Rozitchner, Perón entre la sangre y el tiempo, lo inconsciente y la


política, ediciones Biblioteca Nacional, Bs-As, 2012.

[5] León Rozitchner, La cosa y la cruz, cristianismo y


capitalismo (en torno a las confesiones de San Agustin), Ed.
Lozada, Bs-As, 1997.

[6] El poema en Meschonnic remite a un uso del lenguaje que constituye modos de vida
y a unos modos de vida capaces de inventar lenguaje. El poema no remite a un género
formal de escritura, sino a una carga oral en la enunciación, a la creación de historicidad
y al ritmo que da vida al lenguaje, y a una extensión que partiendo del continuo entre
ritmo y signo, se extiende a una ética y una política. Pueden consultarse al respecto dos
libros Henri Meschonnic, Ética y política del traducir (traducido por Hugo Savino y editado
por Leviatán, Bs-As, 2009) y La poética como crítica del sentido (compilación de textos
varios, traducido por Hugo Savino, presentado por Isabel Goldemberg y Savino, y editado
por Mármol izquierdo editores, Bs-As, 2007).

[7] Spinoza acompaña evidentemente a Rozitchner.Sin que pueda decirse que se haya
especializado en su pensamiento, Rozitchner dio clases sobre Spinoza. Ocurrió en su
exilio en Venezuela. El curso se llamó “Tratado teológico político. Combate contra el
absoluto”. De ese curso solo queda –al menos hasta donde pude averiguar – unas
cuantas páginas mecanografiadas, un conjunto de fichas que resumen cada capítulo
del TTP, seguido por unas fichas agrupadas bajo el titulo “Etica y política” refieren a lo
objetivo y lo subjetivo -“relación Marx y Freud”; “spinoza moderno, o somos nosotros los
antiguos?”; “la coherencia del sujeto tiene que ver con la coherencia de la realidad”;
“contraposición Scheller y Spinoza”; “relación entre lo absoluto y lo relativo”; “no hay
transformación de la realidad que no implique la transformación del sujeto”; ¿cómo leer
a Spinoza hoy?” y sigue..). Luego hay una serie de apuntes muy breves reunidos bajo
los títulos: “Filosofía del subdesarrollo. Spinoza. Etica”; “Spinoza para marxistas. Para
subdesarrollados…en una editorial subdesarrollada”; “La paulatina subjetivación de la
realidad verdadera” y “Análisis del desconocimiento de las fuentes” .

[8] Laurent Bove, La estrategia del conatus. Afirmación y resistencia en


Spinoza, Traducción de Gemma Sanz, Buenos Aires, Cruce Casa Editora, 2014.

[9] León Rozitchner, Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia, el punto ciego de la
crítica política, Bs-As, Lozada, 1985.

[10] León Rozitchner “Cuando el pueblo no se mueve la filosofía no piensa”, entrevista


del Colectivo Situaciones, en Conversaciones en el impasse, dilemas políticos del
presente, Tinta Limon Ediciones, Bs-As, 2009.

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