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La fermentación del vino es de las más conocidas y estudiadas por afectar a una
industria tan extendida y con gran éxito. En el caso del vino
las levaduras responsables de la vinificación son unos hongos microscópicos que
se encuentran de forma natural en los hollejos de las uvas (generalmente en una
capa en forma de polvo blanco fino que recubre la piel de las uvas, que se denomina
“pruina”) y que se encuentran en los suelos del viñedo).
La elaboración del vino pasa por una fermentación alcohólica de la fruta de la vid
en unos recipientes (hoy en día elaborados en acero inoxidable) en lo que se
denomina fermentación tumultuosa debido a gran ebullición que produce durante
un periodo de 10 días aproximadamente (llegando hasta aproximadamente unas
dos semanas). Tras esta fermentación ‘principal’ en la industria del vino se suele
hacer referencia a una fermentación secundaria que se produce en otros
contenedores empleados en el trasiego del vino joven (tal y como puede ser en las
botellas de vino).
Las levaduras:
En la mayor parte de los viñedos europeos se usan las levaduras naturales,
presentes en los hollejos de las uvas. Los viticultores del Nuevo Mundo prefieren
levaduras cultivadas a partir de muestras obtenidas en los viñedos de Europa,
porque trabajan mejor a temperaturas precisas. Según el vino que se desee
obtener, el enólogo escogerá un tipo de levadura u otro: cada levadura produce un
rendimiento alcohólico determinado.
Las especies de levaduras empleadas en la elaboración del vino suelen ser por
regla general las Saccharomyces cerevisiae aunque a veces también se emplean
la S. bayanus y la S. oviformis, aunque en muchas variedades de vides la kloeckera
apiculata y la metschnikowia pulcherrima son levaduras endógenas capaces de
participar en las primeras fases de la fermentación. Para frenar la aparición de
bacterias indeseables y otros organismos limitantes de la fermentación se suele
esterilizar el mosto a veces con dióxido de azufre antes del proceso.
Los pigmentos colorantes que contienen las pieles de las uvas que flotan sobre el
mosto en el proceso de fermentación, “sombrero de hollejos”, aportan color, aroma
y sus taninos a los vinos tintos. En ocasiones se aplica la técnica de remontado
para que la piel se mezcle con el mosto para extraer color.
Los vinos tintos realizan una segunda fermentación, en la que el ácido málico, ácido
verde y duro, se transforma en ácido láctico convirtiéndolos en más suaves al
paladar, esta es la llamada fermentación maloláctica.
Fermentación maloláctica.
Una vez que concluye la transformación por medio de las levaduras de los azúcares
de la uva en alcohol (Fermentación Alcohólica), comienza la “Fermentación
Secundaria”, más conocida como Fermentación Maloláctica. Ésta última,
contrariamente a la primera, no se desarrolla por la acción de las levaduras, si no
que intervienen otros microorganismos vivos llamados “bacterias” quienes
comienzan su trabajo una vez terminado el de las levaduras. Las bacterias que
lanzan este proceso maloláctico pertenecen al género Leuconostoc, siendo
la Leuconostoc oenos una de las mas populares en la vinificación.
Gracias a esta fermentación secundaria los vinos obtienen sabores más agradables
y suaves, quitando asperezas y equilibrando el vino.
La mayoría de los vinos tintos elaborados han pasado por esta fermentación, bien
sea de forma natural o artificial. La fermentación maloláctica del vino es deseable
en los vinos procedentes de regiones frías (son más ácidos), mientras que se evita
en los vinos de regiones más cálidas (mayor pH). Se ha pensado beneficioso para
los vinos tintos, pero de igual forma en la actualidad se empieza a pensar lo mismo
para los vinos blancos. Los vinos ácidos poseen un carácter y potencia necesaria
para soportar largos periodos de guarda y añejamiento en la barrica, con el fin de
dar características especiales de notas lácteas (leche, queso, yogur, crema,
mantequilla) así como de transformar la textura de cuerpo y densidad en el paladar.
La fermentación en la barrica
Con la utilización de este sistema podemos fermentar el mosto desde el inicio hasta
el final de la fermentación alcohólica, controlando la temperatura y su posterior
crianza sobre lías finas. En la región vitivinícola de La Borgoña tienen mucha
tradición los vinos blancos fermentados en barricas de roble francés.
Maceración carbónica
La uva no se lava para que las levaduras que se encuentran sobre el fruto ayuden
en la fermentación. Sin embargo es muy importante el cuidado de la higiene previo
a su posterior proceso.
Se realiza con los racimos enteros, sin tan siquiera estrujarlos y a temperaturas
relativamente elevadas.
Los hollejos se mantienen junto con el mosto durante los primeros seis días de su
fermentación aproximadamente. Este vino solo mantiene sus propiedades durante
unos dos o tres años. El resultado son vinos frescos y con aromas a fruta.
Los vinos espumosos son aquellos que han sufrido un proceso de fermentación
mediante azúcares y levaduras, generando de esa forma gas carbónico. Durante el
proceso de elaboración de los vinos espumosos, se le aplica una segunda
fermentación, al igual que en muchas cervezas artesanales, que da lugar
directamente en la botella. Así, durante la crianza adquiere sus principales
características.
Los métodos y nombres varían de acuerdo a la zona y denominación. El más
tradicional es el método champenoise, el utilizado en Francia para obtener el
Champagne. Allí la fermentación se hace en botella. Pero en otras partes, como en
el Spumanti italiano, esa etapa se da en depósitos de acero inoxidable durante 20
días.
El Método Tradicional “Champenoise” que exige dos fermentaciones, la primera es
de unos doce días y se realiza en tanques de acero, la segunda se produce en la
botella, la misma que llegará a la mano del consumidor. Es esta fermentación la
que produce por la temperatura y la presión el nacimiento de las burbujas, que
puede variar de nueve meses en adelante según los productores. Luego pasan las
botellas a unos muebles de madera donde se las coloca con una inclinación que
mantienen los cuellos de éstas hacia abajo. Luego son movidas desde la base un
octavo de vuelta durante aproximadamente seis semanas a cuatro meses; de esta
manera, los sedimentos o impurezas no se adhieren a las paredes de la botella y
se van alojando en el orificio de un corcho provisorio. Al terminar la segunda
fermentación, se produce lo que se llama el degüelle de la botella (degorgement),
operación que actualmente se efectúa congelando el cuello de la misma.
Los vinos fortificados se elaboran del mismo modo que los demás, con la diferencia
de que en algún momento de su elaboración se les añade alcohol en forma de
aguardiente (a esta operación se le llama fortificado o encabezado).
Oporto.
La crianza de los oportos puede durar largos años: cuatro o cinco para los jóvenes
y un mínimo de ocho para los más viejos.
Jerez
El Jerez se unifica como el resto de los vinos, con algunas peculiaridades para
prevenir la oxidación de la Palomino Fino (principal variedad que presenta muy baja
acidez y elevada concentración de azucares).Es por ello que la Palomino se prensa
rápidamente, el 70 %, de la misma es utilizada para el Fino y Los Jerez ligeros.
MECANISMOS DE LA FERMENTACION.
1. Fermentación
La transformación de uva en vino ha tenido lugar durante millones de años sin más
intervención que la naturaleza y sin otra razón que la necesidad de sustento por
parte de un organismo vivo (levaduras) a costa del producto de otro (vitis). Una vez
más la naturaleza le ha mostrado al hombre cómo sacar de ella el máximo
rendimiento en función de su bienestar.
Fase complementaria:
trasvasado el mosto a cubas tapadas (permitiendo la salida del gas por una serie
de agujeros) se suaviza el proceso de fermentación, ralentizándolo al mínimo,
prolongándose esta etapa aproximadamente por dos semanas, tiempo tras el cual
ya tenemos vino elaborado, siendo necesaria la presencia del azúcar sobrante de
la fase anterior durante todo el proceso.
Maduración: cubetas de roble se llenan con el vino obtenido para dar paso a la
fase de fermentación sin duda más larga donde reacciones químicas a lo largo de
años (dos al menos y bastantes más para los vinos más exquisitos) dotarán a
nuestra producción de su último aroma (siendo el de la propia uva y el de la
fermentación los anteriores)