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Dr.

Marti Bosch,
dieta alcalina y
cáncer
Quim Muns cancer, La dieta alcalina y cancer, Sintomas y
enfermedades
Marti Bosch, dieta alcalina y cáncer. Con varios millones de visitas este
video debe ser tenido en cuenta, por muy excéptico que seas, ya que da
alternativas para combatir una enfermedad terrible. Son fórmulas al alcance
de todos, y que se pueden utilizar de manera complementaria con la
medicina oficial actual.
Muchas veces he escrito que tal vez desde la cocina no sanamos
enfermedades, pero sí tenemos la opción de ayudar a no enfermar a las
personas. Sin embargo, ante el aumento de enfermedades ligadas a la
malnutrición que comprometen seriamente los sistemas de salud que tanto
ha costado articular, cabe preguntarse:
¿y si volvemos a la comida como lo que es?
Es decir: la mejor medicina de la que dispone la humanidad.
Cocinar mola tanto cuando es una experiencia íntima, como cuando es
compartida, pero también debe ser intentar ser un vehículo sanador que
busque calidad de vida de los comensales. Ambas cosas no están reñidas,
aunque las tendencias actuales parezcan demostrar lo contrario.
Este artículo es una transcripción de la fabulosa conferencia titulada Sin
acidez tumoral no hay cáncer , dictada por el medico español Alberto
Martín Bosch, y que puedes escuchar en su totalidad en el siguiente video.

EXTRACTO
RESUMIDO. Marti
Bosch, dieta alcalina y
cáncer
 El enfoque del cáncer que plantea el doctor Alberto Martín
Bosh surgió mientras trataba niños. La quimioterapia es muy dura y se
preguntó como hacer que un niño sufriera menos y que el tratamiento
fuese más eficaz. Para lograrlo, decidió preguntarse qué es lo que hace
que estas células se alteren. Para buscar la respuesta estudió Dietética
y Nutrición.

 El cáncer es una célula enferma. El gran cambio de enfoque de


este doctor fue voltear la tortilla: ¿y si la enfermedad comienza alrededor
de la célula y no en esa célula misma que se ha alterado hasta volverse
cancerígena?

 Los pulmones, el hígado y los riñones son nuestros grandes


filtros. Trabajan 24 horas al día filtrando cinco litros de sangre por
minuto, o lo que es lo mismo, diariamente filtran un “camión de más de
7 toneladas de sangre sucia”, que son principalmente residuos
metabólicos del sistema celular.

 La sangre arterial lleva oxígeno, azúcares, grasas, proteínas y


minerales para nutrir el sistema celular y hacer que las células vivan.
Pero, como en todo ser vivo, esas células excretan residuos durante el
proceso.
o Si le doy proteína a la célula, ella excreta ácido úrico.
o Si le doy grasas, excreta ácidos grasos.
o Si le doy oxígeno, excreta ácido carbónico.

 Tenemos tres filtros cuya labor es limpiar la sangre, a través del


sistema venoso, de todos los ácidos que producen las células en su
proceso de vida, entre otras funciones. Con el tiempo y el uso, todo filtro
se tapa, especialmente cuando nadie se ocupa de limpiarlo. En un
automóvil se le pueden cambiar los filtros cuando eso sucede, pero
cambiar un pulmón, un riñón o un hígado es otra cosa.

 A veces nuestros filtros se obstruyen y comienzan a retener


ácidos. Y como los tres ácidos mencionados no pueden acumularse en
la sangre, porque moriríamos por acidosis metabólica, uno de los
recursos es guardar estos ácidos en el espacio intersticial alrededor de
las células, a la espera de luego poder drenar. Es así como se comienza
a “empantanar” el sistema y a dificultar la nutrición de las células, ya que
en un medio ácido no llegua bien el oxígeno. Terminamos con un
sistema caustico que, con su acidez, quema a esas células.

 Un día determinado, si estos filtros no se encuentran óptimamente


operativos, nos encontramos en un sistema en el que nuestras células
comienzan a ahogarse en sus propios residuos.

 Una célula no es una tuerca reemplazable. Es un ser vivo que


intentará sobrevivir, de todas las maneras que tenga a su alcance, antes
de morir
o Si mueren las células del cerebro, padecemos Alzhéimer.
o Si mueren las de la base del cerebro, Mal de Párkinson.

o Si esos ácidos acumulados queman la mielina que recubre los


nervios, Esclerosis.

 A veces esas células deciden defenderse para sobrevivir. Y ésas


que se aferran a la vida lo hacen mediante cuatro mecanismos:
o A veces se envuelven en agua (un caso clásico de gente que
engorda sin causa aparente),

o Otras veces convierten esos ácidos en sales no corrosivas


mediante reacciones químicas que logran robando calcio y sodio a
los huesos (de hecho: la osteoporosis se considera un ataque ácido
a los huesos, que genera calcificaciones en las mamas, por ejemplo),
que no son más que el cuerpo alertando un mal mayor en ciernes.

o La tercera opción de defensa que tiene la célula es drenar esos


ácidos a través de la piel. Ese ataque químico a la piel producirá
dermatitis o, si el drenaje es hacia las mucosas, aparecerán llagas de
esófago o de boca.

o La más dramática medida que toma una célula cuando un


medio ácido de sus propios excrementos la envuelve, es aprender a
vivir en esa piscina sucia y sin oxígeno. Es entonces cuando muta a
una especie de Frankestein muy alcalino, capaz de vivir en un medio
muy ácido. Y eso es lo que hoy llamamos cáncer. Muchos de esos
‘frankestein’ unidos son un tumor. Y esos tumores matan, así que no
queda otra que eliminarlos.

 Cuando aparecen los tumores, la medicina moderna propone


varias medidas para eliminarlos:
o Decapitarlos en la guillotina (cirugía),

o Achicharrarlos en la hoguera (radioterapia)

o Envenenarlos (quimioterapia).

o Asediarlos, quitando agua y comida hasta esperar que las


células cancerosas mueran. Este asedio perfecto a un ejército de
células mutantes saladas (que saben vivir sin oxígeno) se logra
rodeándolas de algo que aprendieron a no necesitar como es el
oxígeno y quitándoles las dos cosas que necesitan para vivir: sal y
acidez.

 El asedio mediante hiperoxigenación se ha puesto de


moda con recursos como la ozonoterapia. Quitarles la sal es algo
que se puede lograr en gran medida comiendo menos, pero
también mediante una vieja y olvidada medicina: los baños de
sal.
 Basta que un paciente se bañe con regularidad en una
solución de 100 litros de agua (media bañera) con dos kilos de
sal, para lograr que en forma natural se dé una diálisis
subcutánea por ósmosis. “Alcalinizando” al enfermo se logra que
el medio alrededor de la célula cancerígena deje de ser ácido
(recordemos que esta nueva célula necesita a la tóxica acidez
para vivir).

 Y aquí es cuando entra la nutrición en la fórmula: en realidad la


forma ideal de alcalinizar el sistema es mediante una dieta
alcalinizante.

 Un filtro sucio no es un filtro roto: se puede lavar. Una dieta de


vegetales es 95% agua, por lo tanto es ideal a la hora de lavar hígado,
pulmón y riñón, los tres filtros protagonistas de esta historia.
 ¿Significa esto que hay que hacerse vegetariano? No
necesariamente, (el recomienda un 14% de los nutritentes sean de
origen animal de calidad )

 Comer correctamente no es más que un manual de instrucciones,


que coloca al cuerpo en condición de poder curarse a sí mismo.

Te dejo directamente un link por si te interesa tener algunas recetas super


alcalinizantes,
dándole click a la imagen de debajo.

VERSION EXTENDIDA.
El fundamento de la teoría médica que vamos a ver es una integración del
planteamiento de si el tumor es ácido o alcalino. Ambas cosas son ciertas,
en el interior es alcalino, pero en el exterior es ácido. Acidosis metabólica y
alcalosis tumoral. A continuación se verá porqué.
 Para provocar la apoptosis tumoral (muerte celular programada) hay
que entender como se genera este fenómeno: la medicina científica
aplica ante un cáncer métodos invasivos (cirugía, radioterapia y
quimioterapia) como única solución. Especialmente la quimioterapia es
un tratamiento muy duro para el paciente, con muchos efectos
secundarios indeseados, (vómitos, pérdida de pelo, incluso pérdida de
dientes, descalcificación, dolores…) Pero para mitigar esta situación
primero habría que entender bien el origen del problema.

 Algo hace que las células se alteren y se vuelvan contra nosotros, el


caso es que no es la célula, sino el entorno lo que hace que la célula
enferme…, por fallo renal, hepático, pulmonar y multisistémico… Todo se
basa en el sistema de Pischinger, que es el que abre la puerta a
entender no sólo el cáncer, sino como se producen las enfermedades.

El pulmón, el hígado y el riñón son los filtros que utiliza nuestro organismo
desde que nacemos hasta que morimos para desintoxicarnos. Por cada uno
de estos filtros pasan 5 litros de sangre por minuto. Estos filtros, con el uso,
se van ensuciando, por lo que es necesario limpiarlos si queremos que
cumplan correctamente su función. Estos órganos filtran los residuos del
sistema celular, al que envían oxígeno, grasas, nutrientes, etc.… de forma
incesante, para que la célula se nutra, respire y viva. Pero cada vez que se
oxigena y se nutre la célula produce un residuo metabólico. Cuando se le
envía grasa, por ejemplo, la usa, se degrada, y cuando esto ocurre, la arroja
fuera de sí, esto es el colesterol. Sería como el aceite quemado que queda
en la sartén después de una fritura, se ha saturado, ya no es saludable, y lo
desechamos, en la célula es igual. Si le enviamos proteínas, después de
aprovecharlas para obtener energía, nos devuelve ácido úrico. Estos
residuos excretados de la célula van al sistema venoso, de ahí a pulmón,
hígado y riñón para que lo desechen. La naturaleza de estos desechos es
ácida: ácido úrico, ácido carbónico y ácidos grasos. Mientras el cuerpo sea
capaz de hacer esto no hay problema pero hay que tener en cuenta que
nuestros filtros orgánicos procesan 7200 litros de sangre al día, es el
equivalente a un camión de 7 toneladas diario.

Los problemas vienen cuando los filtros se obstruyen, ya no trabajan al


100% y empezamos a retener colesterol, ácido úrico y toxinas que se van
acumulando en nuestro organismo. Eso puede variar el PH del cuerpo, y
generar una acidosis metabólica en sangre que puede llevar en casos
extremos incluso a la muerte, como todos hemos visto que en ocasiones
ocurre a algunos deportistas de élite que caen fulminados en el campo
cuando se dan estas circunstancias. Ocurre porque el sistema se colapsa,
se acumulan radicales libres y resididos tóxicos en el espacio intersticial, es
decir, entre el capilar y la célula, los propios detritos ácidos de la célula la
ahogan (ácidos grasos, ácido úrico, ácido carbónico, ácido oxálico, etc.…)
Esta acumulación de ácidos alrededor de la célula impiden que se nutra.
La célula sana vive flotando en una piscina de agua cristalina y transparente
(no podemos olvidar que somos agua en un 70%), pero si el drenaje falla
parte de los residuos se atascan en los filtros y parte se empezará a
acumular en el espacio intersticial. Es el entorno celular, como decíamos al
principio, el que va a degradar la célula cuando se acumulan estos detritus,
haciendo que entre en precario.

Esos ácidos que rodean la célula son corrosivos, cuando tienen que ser
atravesados por el oxígeno o los nutrientes para alimentar la célula, se
deterioran al contacto con el ácido, con lo que la célula se acaba quedando
sin oxígeno ni comida, y atacada químicamente por sus propios ácidos que
no han sido desechados correctamente. Por eso funcionan las tinciones
para detectar células tumorales, porque el color se fija en células enfermas,
ya que los ácidos tiñen, mientras que el agua que rodea la célula, cuando
está sana, no.

En este caso, la célula, sin oxígeno ni nutrientes, sólo tiene dos opciones:
morir, o intentar sobrevivir. Si no reacciona, la célula, atacada químicamente
por los radicales libres que la rodean, muere. Sin embargo, puede
reaccionar, ya que es un ser vivo (si no estuviera viva no podría morir) que
intentará defenderse.
Un ejemplo gráfico para entender mejor el funcionamiento de nuestro
organismo: las células son los ciudadanos del cuerpo, los órganos
los edificios donde viven los ciudadanos, arterias y venas, calle y
avenidas, por dónde van los alimentos y recogemos las basuras, los
nervios son el tendido eléctrico, las líneas de teléfono, el sistema
nervioso central el ayuntamiento.
Por eso, si mueren las células del cerebro el resultado es Alzheimer, si se
mueren las de la base del cerebro, Parkinson…, en el cuerpo los nervios
conducen los impulsos eléctricos, están forrados de una vaina de mielina, si
el ácido corroe esta vaina protectora, el resultado es esclerosis múltiple,
ELA, y otras enfermedades degenerativos del sistema nervioso.

Un tejido con células muertas es un tejido fibroso, fibroma mamario, fibroma


uterino, fibrosis prostática, pulmonar, renal, hepática… Nos preocupan poco
estas enfermedades porque son células muertas, que no matan, pero
indican un proceso de degeneración celular. Se suele decir que son de
causa idiopática porque no se asocian a virus o bacteria alguna que las
provoquen. Son las llamadas enfermedades esclerosantes, para las que
solemos pensar que no hay tratamiento, no hay un fármaco que ataque el
virus o la bacteria, puesto que estas no existen.

Pero también puede ocurrir que la célula decida no morirse y luchar…


Para esto la célula puede hacer cuatro cosas:
 La primera estrategia es retener agua, fabrica una pequeña piscina
que mantiene un canal de comunicación a través de los ácidos. Las
células funcionan por mimetismo, se copian unas a otras, así que si una
se hace un globo de agua, y eso le funciona, la de al lado la copiará…
De esa forma todas las células se copian y la persona empieza a
hincharse por la retención de líquidos y no consigue adelgazar aunque
haga dietas. Por eso hay personas que aumentan de peso aunque sólo
tomen agua, porque es precisamente el agua lo que acumulan y no
desechan. Aunque el agua tenga cero calorías pesa, por eso seguirá
cogiendo peso.

 La segunda estrategia de defensa ante la acidosis metabólica es


tamponar, es decir, convertir un ácido en una sal, para lo que, si un
órgano vital entra en compromiso, el organismo sacrifica una estructura
para mantener viva otra más importante, es decir, empieza a extraer
minerales de los huesos, que por reacción química con los ácidos que
rodean la célula los neutralizan. Sí, pero a cambio de descalcificar los
huesos y producir osteoporosis, artritis, artrosis, además de
calcificaciones en los tejidos blandos. Con todo esto el cuerpo nos está
avisando.

 La tercera estrategia es el drenaje, es decir, eliminamos a través de la


piel las tóxinas ácidas que atacan las células. Este sudor tan ácido es un
ataque químico a la piel que produce dermatitis, psoriasis y otras
enfermedades de la epidérmicas, que vienen de dentro y se curan desde
dentro, no desde fuera (por eso las pomadas alivian, pero no curan). Si
en lugar de drenar hacia la piel la célula drena hacia las mucosas lo que
se producen son llamas, aftas bucales, úlceras estomacales, colitis
ulcerosa, etc.…

 La última opción es mutar, es decir, el cáncer: célula sana muta a


célula tumoral.

La célula sana vive en un medio alcalino, con oxígeno, poco sodio y con
proteínas levógiras (giradas a la izquierda). La célula tumoral se adapta a
vivir en un medio ácido, obtiene la energía no del oxígeno, sino de la
ausencia de este, en un medio anaeróbico lo que le permite sobrevivir, ya
que se alcaliniza en su interior (en su citoplasma) para poder contrarrestar
el ataque ácido externo, eso explica porqué las células tumorales son
alcalinas en su núcleo. Se carga de sodio, las proteínas giran a la derecha y
todo se invierte. Esta solución la copian también las células vecinas y con el
tiempo sobreviene la metástasis.

Ante esto, la medicina propone la cirugía, extirpar el tumor, siempre


que se pueda y no haya metastizado. Otra opción es la radioterapia,
achicharrar el tumor. La tercera opción es el envenenamiento o
quimioterapia. Es decir, las soluciones son medievales: decapitación,
hoguera y envenenamiento.
Sin embargo nos queda una cuarta vía: el asedio, privar a la célula tumoral
de su medio de vida. Eso sería la apoptosis, la muerte de la célula tumoral.

Para ello habría que alcalinizar al paciente con dieta hiposódica, ya que la
célula tumoral necesita mucho sodio, utilizar enzimas proteolíticos de acción
selectiva, es decir, enzimas que eliminan las proteínas dextrógiras (que
giran a la derecha) de las que vive la célula tumoral, hiperoxigenar el
sistema (ozonoterapia), el oxígeno es tóxico para las células tumorales.
Alcalinizamos también al paciente recuperando la función del hígado,
pulmón y riñón, y eliminando las toxinas acumuladas en el espacio
intersticial. Para ello utilizaremos una dieta alcalinizante, hidroterapia,
tratamiento natural y tratamiento físico. Son cuatro pilares, un tratamiento
que abarca más frentes es más probable que tenga éxito.

¿Por qué dieta alcalinizante?


La dieta cárnica es acidificante y la vegetariana es alcalinizante. Un filtro
sucio no es un filtro roto, se puede lavar, y lo mejor para lavarlo es agua, y
encima resulta que el 95% de la fruta y la verdura es agua, por lo tanto con
la dieta vegetariana se lavan los filtros. Ensalada y fruta es lo más sano. Lo
de los viernes no comer carne viene de los curas, si, que a su vez viene de
curar, men sana in corpore sano. De hecho los curas esto lo sacaron de
Galeno, un médico del siglo II, el primero que dijo: “vale más prevenir que
curar”. A lo que habría que añadir otra cita: “Sólo tiene futuro aquel que
investiga en el pasado, porque solo reinvestigando en el pasado se puede
redescubrir el futuro” (Oppenheimer).

Galeno tenía claros sus tres grandes nos: No sé medicina. No tengo


medicamentos (no existían, los inventó él). Si no tengo medicinas y no
tengo medicamentos no puedo curar. Galeno conocía la medicina
hipocrática, Hipócrates había dicho “que tus alimentos sean tus
medicamentos, que tus medicamentes sean tus alimentos”. Galeno basa su
técnica en la observación, viendo como los animales se curan comiendo
determinados alimentos, cada vez una vaca, por ejemplo, tenía un bulto en
una mama comía determinado tipo de hierba, la vinca per vinca, una planta
que tiene un principio activo antitumoral. Galeno se da cuenta de esto,
cuando los pacientes se ponían amarillos comían alcachofas, claro, les
fallaba el hígado, y mejoraban, pero el dio un paso más, había que
concentrar y extraer el principio activo de la planta para hacer comprimidos
y extractos, inventa en definitiva la galénica, el arte de hacer
medicamentos…, hizo así multitud de compuestos que servía para
determinadas dolencias, para limpiar los filtros y activar el drenaje de los
ácidos.
Galeno también se da cuenta de la importancia de los baños termales. Las
aguas termales calientes, salinas, funcionan como un dializador per
cutáneo. Dilata los poros, la sal genera un gradiente de ósmosis, basta con
añadir 2 kilos de sal marina en una bañera hasta la mitad con agua caliente,
este baño elimina las toxinas ácidas, funciona como un riñón, pulmón e
hígado artificial de alto rendimiento. De ahí la importancia de hacerlo una
vez a la semana y tomar aguas termales de vez en cuando. Por ejemplo,
para pacientes en diálisis, a la espera de un transplante, deberían darse un
baño caliente con dos kilos de sal a diario, es una forma de hacer la diálisis,
sacando ácido úrico por los poros usando el principio de ósmosis (un líquido
pasa desde la solución más diluida a la más concentrada, de ahí que haga
falta poner al menos 20 gramos de sal por litro en la bañera, porque eso
supera la concentración de nuestro organismo y funciona el principio).

Es necesario al menos hacer un día a la semana dieta


vegetariana (sobre todo frutas y verduras, y a ser posible crudas) y otro
darse un baño termal con sal si queremos alcalinizarnos. Y comer sin sal, o
muy poca, porque como hemos dicho, la célula tumoral necesita mucho
sodio para alcalinizar su citoplasma y así contrarrestar el ataque ácido
externo. Otra forma de atacar el tumor, como ya hemos dicho, es a través
de enzimas proteolíticas de acción selectiva que destruyen sólo proteínas
dextrógiras, que son las que alimentan la célula tumoral. Usar ozonoterapia
para oxigenar los tejidos y acabar con las células cancerígenas, de vida
anaeróbica. También conviene suministrar al paciente enzimas peroxidadas.
Hacer deporte que nos oxigene y tomar un vaso de agua con bicarbonato
sódico al día (potente alcalinizante). Si llevamos a cabo todas estas
acciones, la célula tumoral pierde su ruta metabólica, mientras la sana la
mantiene, con lo que reducimos el tumor al terminar con su ecosistema,
llevándola a la apoptosis.

Por otro lado, la quimioterapia, que funciona bien en Vitro, no lo hace tanto
en el paciente, porque antes de llegar a la célula tumoral, tiene que
atravesar esa fosa séptica de tóxicos y ácidos que la rodean, por eso no
basta con ponerle al paciente el suero en sangre, ya que la molécula no
llega a la célula con efectividad, primero hay que limpiar de detritus ese
espacio intersticial para que la quimioterapia pueda ser efectiva, de otra
forma los ácidos la destruyen, se quema por el camino. Mucha toxicidad y
poca efectividad. Si limpiamos antes el organismo de tóxicos, llegaría toda
la quimio a la célula.
Muchos casos, incluso con metástasis, revierten, (la medicina lo llama
reversión espontánea), y es por el tratamiento que permite poner al
cuerpo en las condiciones de curarse a sí mismo.

Viernes. Ya huele a fin de semana. Y creemos que puede ser el


momento preciso para que alguno ponga en práctica lo que hoy os
vamos a contar. Se trata de una propuesta que seguro que a
más de uno le encanta. Teniendo en cuenta los ingredientes que
lleva dicha propuesta, bañera, agua caliente, relax y dos kilos de
sal, la cosa apunta maneras…. aunque… ¿Sal? ¿He leído bien?
¿Será una errata? ¡No! ¡En absoluto! Has leído bien. Sigue leyendo
y verás.
Alberto Martí Bosch es un oncólogo catalán. Apuesta por una
una dieta alcalina y por afrontar el cáncer de una manera
holística. Y es precisamente Martí Bosch el que recomienda la
hidroterapia que no es otra cosa que esto: darnos baños de unos
20-30 minutos una vez a la semana, con agua caliente y
sal. El agua tendría que estar lo más caliente posible, y
llenaríamos la bañera hasta la mitad. La cantidad de sal que
echaríamos sería de unos dos kilos o dos kilos y medio. ¿Qué
conseguimos con esto? ¿Cuál es el fin? Pues hacernos una especie
de “diálisis cutánea”. Veamos:
Con el agua caliente, nuestros poros se abren. Al abrirse expulsan
y reciben. Expulsan todas esas toxinas inservibles acumuladas en
nuestro organismo. Y reciben lo positivo de la sal marina -esto ya lo
sabíamos, ¡¿cuántas veces hemos oído qué darse baños de mar es
sanísimo?!-. Es, dicho de manera más técnica, un proceso de
alcalinización rápida. Y esto para personas con cáncer es
perfecto. Ayudamos a nuestros riñones, pulmones e hígado a
desechar ácido de nuestro cuerpo. Vamos, el nova más. Y de
una manera fácil, barata e incluso placentera, ¿verdad?
Os adjuntamos el link que lleva a una de las muchas conferencias
que Martí Bosch ha dado. No tiene desperdicio. En el minuto 40
menciona el asunto de los baños de sal.

https://youtu.be/RotVRPfGBz0
Suficiente por hoy. Apuntad en vuestras listas de placeres para
este fin de semana estrenaros con esta excelente propuesta.
Nosotras ya nos lo estamos imaginando: música, velas, relax, tal
vez una buena lectura, agua caliente y sal. Será nuestro momento.
Que sea también vuestro momento. Sanos o enfermos debemos
mimarnos y disfrutar de todo cuanto sucede .

¡Buen fin de semana!

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día a día, estilo de vida

ALBERTO MARTÍ BOSCH, ALCALINIZACIÓN, BAÑOS DE


SAL, CÁNCER, DIÁLISIS, DIETA ALCALINA

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7 comentarios en “BAÑOS DE SAL”
1. Pingback: JARRA ALKANATUR | Jaque al Cáncer

2. Tani
4 MARZO, 2016 EN 9:25 AM

Yo he padecido cáncer recientemente y un médico del equipo del dr. Martí Bosch me
ha mandado hacer los famosos baños de sal TODOS LOS DÍAS. Tengo que confesar
que yo no los hago a diario por varias razones. Una de ellas es que soy totalmente de
secano y no me gusta el agua, así que yo no disfruto cuando estoy en remojo ni me
resulta una experiencia relajante (ya sé que esto a muchos os sonará raro pero así
es). Yo lo hago como quien se toma una medicina. Si me ayuda a limpiar mi
organismo de toxinas tengo que “sacrificarme” y pasar por el remojón. Animo a
todos a que incorporéis estos baños en vuestra vida por motivos de salud y si encima
os gusta el agua disfrutaréis haciéndolo.

Pasteur vs Béchamp. Diez mil mentiras


pueden ocultar una verdad
Escrito por Ronald Modra

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Más información en:

www.whale.to/a/b/pearson.html
www.ronaldmodra.orgfree.com

Cuando una mentira puede crear billones de dólares y es enseñada a cada


siguiente generación como un hecho, es un asunto bastante serio; es más, es un
acto revolucionario confrontarla.

Incluso la peor mentira puede vestirse con un manto de respetabilidad si no ha


sido públicamente expuesta por un tiempo considerable.

Hubo un tiempo en el que Pasteur no gozó del respeto divino concedido a él hoy, y

en vez de eso, se le consideró un fracaso en casi todos sus experimentos,

causando muerte e inmensas pérdidas financieras a aquellos que siguieron sus

creencias. Actualmente, la teoría de los gérmenes de la enfermedad, incluyendo la

vacunación y la intervención farmacéutica, ha sobrevivido para convertirse en la

base de la industria de las enfermedades.

Es interesante notar que hubiéramos heredado un mundo muy diferente, si


aquellos que estaban a favor de Béchamp hubieran podido ofrecer algo rentable al
entonces emergente negocio con la enfermedad. En vez de eso ellos decían: “Es
la salud de la célula lo que es importante, no los gérmenes”.

Hoy, los gérmenes son importantes y la salud de la célula es tan poco importante,
que ninguna universidad está dedicada a eso, mientras que se están invirtiendo
billones para aprender todo acerca de los gérmenes y en esto tenemos éxito; sin
embargo, ni siquiera sabemos cómo describir la salud, excepto como la ausencia
de la enfermedad. Un mundo verdaderamente confuso, que se mantiene
deliberadamente de esa forma.

Los gérmenes causan enfermedades


Podríamos haber evitado epidemias modernas de enfermedades innecesarias,
como cáncer, diabetes, enfermedades cardíacas, si tan sólo la civilización hubiese
seguido a Bechamp en vez de a Pasteur.

El trabajo del biólogo francés Antoine Béchamp (1816-1908) demostró que la


enfermedad causa gérmenes; Louis Pasteur, contemporáneo de Béchamp (y su ex-
alumno), anunció que sus estudios probaron que los gérmenes causan
enfermedad. Un hombre ha sido olvidado por la historia; el otro se considera el
padre de la medicina moderna.

El trabajo de Pasteur, al contrario del realizado por su profesor, encantó a la


emergente industria de los fármacos.

“Si los gérmenes son atacantes externos que invaden el cuerpo, entonces

podemos desarrollar y comercializar un arsenal sin fin de armas con las cuales

matarlos. Pero, si el daño o desequilibrio con el cuerpo origina gérmenes,


entonces nosotros simplemente debemos restablecer el equilibrio para quitar las

condiciones de las cuales se alimentan los gérmenes”.

En vez de introducir veneno, necesitaríamos introducir solamente los elementos


naturales faltantes.

La teoría de los gérmenes de la enfermedad de Pasteur, dio a luz la era


farmacológica. Si la medicina hubiera adoptado la teoría de la enfermedad de
gérmenes de Béchamp, y el trabajo subsiguiente de los doctores Brewer, Warburg,
Pauling y otros, sería de conocimiento común que los síntomas de la enfermedad
se previenen o invierten mediante la nutrición a nivel celular

Hoy en día, miles de investigadores y médicos saben que fuimos engañados, pero
el resultado final ha sido tan catastrófico que hasta el concepto mismo de verdad,
ha sido dañado momentáneamente mientras recorremos los siglos XX y XXI.

Hombres de aparente rectitud moral, tienen temor de admitir que ninguna cantidad
de toxicidad puede sanar, y en vez de eso, siguen un credo que saben es errado.

Parece ser que hace un buen tiempo, cometimos el más increíble de los errores y
y hombres conocedores y sofisticados morirían antes de admitir que han sido
tontos y no reconocieron lo obvio. Ahora en el siglo XXI, un público iluminado y
unos pocos investigadores valientes se atreven a liderar la exposición de un
imperio mafioso, tan corrupto que ni siquiera le importa que todos hayamos
descubierto la verdad.

Créanos -dice la industria fármaco-alópata- y nosotros limpiaremos nuestro propio


actuar… de verdad.

Pero el imperio fármaco-alópata ya está en un avanzado estado de daño


irreparable, ocasionado por varias generaciones de ignorancia, revestida de
arrogancia.

No existen señales de un deseo genuino de reforma, y aquellos pocos que tratan


de practicar la curación verdadera, son atacados viciosamente por sus propios
pares. Hoy en día, es realmente un infierno tratar de practicar la curación real, ya
que si usted no utiliza los venenos más tóxicos para aplicarlos donde es imposible
que puedan curar, y a cambio usa un método alternativo natural, los otros médicos
y la industria de los fármacos lo etiquetan de “charlatán”.

Pasteur vs Béchamp
¿Será posible que una sociedad aparentemente avanzada pueda estar viviendo en
un estado de total engaño, siempre tratando de lograr algo que está condenado al
fracaso, simplemente porque no sabemos suficiente acerca de nosotros mismos
como para tomar las decisiones correctas?
Ciertamente se ve así en el área de la salud.

¿Será que aún viviendo en el siglo XXI, la industria moderna de la enfermedad


entera descanse sobre una de las mayores mentiras del mundo? Los gérmenes
causan enfermedad.

Antoine Béchamp (1816-1908)


El biólogo francés demostró precisamente lo contrario: la enfermedad causa
gérmenes. Probó que “todas las materias orgánicas naturales (materias que
vivieron alguna vez), protegidas absolutamente contra los gérmenes atmosféricos,
invariable y espontáneamente se alteran y fermentan, porque ellas necesaria e
intrínsecamente, contienen dentro de sí mismas los agentes de su espontánea
alteración, digestión, disolución”.

Bechamp pudo probar que todas las células del animal y de la planta, contienen
estas partículas minúsculas, las cuales continúan viviendo después de la muerte
del organismo y a partir de ellas, se desarrollan microorganismos. En su
investigación, Bechamp fundó las bases para la comprensión del pleomorfismo (la
habilidad de los organismos de cambiar).

Siempre que hay alguna cosa en la naturaleza que se está muriendo, comenzando
a decaer, algo aparece y se lo come, puesto que sus partículas se convierten en
microbios que salen de las células del tejido fino para limpiar cualquier toxina o
materia en descomposición que se encuentra en el cuerpo. Para eso están los
microbios (gérmenes). Son el resultado, no la causa de la enfermedad.

Las partículas más pequeñas


Mientras que una muestra de sangre, puesta en una placa de vidrio para
observación microscópica (platina) envejece en uno o dos días, los pequeños
organismos literalmente pueden verse moviéndose mientras salen de las células
de la sangre, organismos que cambian a formas más degeneradas y más
patológicas mientras avanza el proceso. Cuando el proceso de la descomposición
o de la putrefacción termina, cuando no hay nada más que los recién formados
virus, bacterias y hongos puedan comer, se destruyen, desaparecen, y vuelven a
la forma que tenían. Se les puede observar haciendo esto a través del microscopio
a x100 o más.

“Mientras que los microsomas de las bacterias destruidas también viven, lo que

sigue es que estos microsomas son el final vivo de toda la organización celular

que a su vez, se convierten en todas las cosas vivas, seres, órganos, todo. Son el

fin y el principio de toda la vida física. Todas las células, órganos, todas las

formas vivas se construyen a partir de estos pequeños cuerpos.” Antoine Béchamp

Cuando usted rompe un elemento en pedazos más y más pequeños, termina con
un átomo de ese elemento. Cuando usted rompe la materia orgánica, la vida física,
en pedazos más y más pequeños, termina con esta partícula, no importando la
forma de materia orgánica viva con la que comenzó.

Los resultados del profesor Bechamp fueron enterrados, ignorados y alejados de


las generaciones siguientes de estudiantes, que hoy en día ni siquiera saben que
Béchamp era el científico superior que trabajaba con paciencia y orden en el
laboratorio, mientras que Pasteur recibía los elogios por un trabajo que fue
plagiado, y a menudo alterado, de la forma más anticientífica. Esto se descubrió
cuando en 1901 sus notas finalmente fueron hechas públicas para que la gente las
leyera.

Hoy hemos descubierto todo esto, pero una industria construida en base a
Pasteur, no va a ceder terreno. En vez de eso, debemos trabajar en dos esferas
diferentes.

Lo que descubrió Béchamp fue que las células de nuestro cuerpo no son atacadas

por gérmenes externos portadores de enfermedades, como sugiere la teoría de

Pasteur, sino que nuestras células se deterioran, degeneran y dañan por el estrés

de la vida diaria o por toxinas introducidas (físicas o químicas) y se degeneran

hasta un punto en que se debilitan, envenenan o enferman.

Bajo esta condición, aumenta su acidez, lo que destruye su propio tejido


degenerativo, mediante el uso de lo que él llamó microsomas, siempre presentes
en la célula.
Básicamente, Béchamp descubrió que la célula se autodestruye si se contamina o
degenera. Pasteur dijo que los gérmenes externos entran al cuerpo y destruyen las
células.

La teoría de Béchamp dice que si mantenemos la célula sana y fuerte, ésta se


desempeñará bien, pero si no, esto permitirá que los pequeños microsomas, que
reaccionan a las condiciones pobres de acidez de la célula, la fermenten o se la
coman.

La teoría de Pasteur dice que sin importar si la célula es saludable o no, los
gérmenes externos ingresan y causan la muerte o la contaminación de ésta. Esto
fue aceptado inmediatamente como explicación para todas las enfermedades, y así
crecieron las industrias gigantescas que conocemos hoy como drogas,
medicamentos y vacunas. Junto con ellas, evolucionó la teoría de deshacerse de
los síntomas, cortándolos, quemándolos con radiación o calor, y envenenándolos
con sustancias tóxicas. Hoy esos métodos parecen haber alcanzado el máximo de
lo que pueden ser aplicados y todavía siguen apareciendo las enfermedades que
se supone nos traen los gérmenes, como si no se les estuviera tratando en lo
absoluto.

Esto ha originado mucha investigación en nuestros tiempos debido a que se hace


cada vez más obvio que utilizamos teorías erradas en la medicina actual. El
descubrimiento más importante que la ciencia (hoy en día) ha hecho, es que las
toxinas no curan. Parece ser que mientras más envenenamos nuestras células con
curas químicas y contaminantes, más nos enfermamos. Muchos investigadores han
vuelto a los descubrimientos de Béchamp y después de leer sus informes,
descubrimos que conocíamos la solución, pero ésta había sido ocultada muy
astutamente para que la industria de la enfermedad pudiera florecer, basada en la
destrucción de los microbios sospechosos de causar enfermedad.

Sin embargo, las células no pueden resistir la enfermedad si se permite que se

debiliten o envenenen. El método actual de tratar la enfermedad, es ignorar las

necesidades biológicas o nutritivas de las células y al mismo tiempo, atacarlas con

sustancias tóxicas, con la esperanza de que los gérmenes mueran y la célula viva.

Una célula con deficiencia de nutrientes es envenenada al mismo tiempo. Este es


un procedimiento estándar.
El profesor Pierre Jacques Antoine Béchamp era médico, profesor de química y
farmacia, y uno de los investigadores líderes del siglo XIX, el mismo período de
Pasteur. Béchamp condujo experimentos que encontraron que la bacteria crece
dentro del cuerpo como formas evolucionarías de granulación pequeñísimas que
viven dentro de las células de todas las formas vivientes.

Llamó a éstas microsomas y creyó que podían encontrarse en todo tejido vivo
sano. Estos microsomas son fisiológica y químicamente activos, y son los
constructores de nuestras células, además de ser agentes de descomposición
después de la muerte de una célula en nuestros tejidos u órganos.

Béchamp descubrió que los microsomas se desarrollaban a bacterias, cuando los


tejidos del cuerpo estaban envenenados, dañados o imposibilitados de funcionar.
De su investigación se desprende su declaración de que la bacteria es un producto
de la enfermedad, no su causa.

La gente se enferma porque sus células están comprometidas, lo que las

desequilibra y las hace susceptibles al crecimiento de la bacteria desde dentro, en

lugar de ser invadidas desde el exterior, de acuerdo a lo que expresó Pasteur. Su

filosofía se basó en la prevención de una invasión de bacterias desde el exterior

del organismo, mientras que Bechamp se basaba en la prevención del crecimiento

de las bacterias desde dentro del organismo.

Con el tiempo, hemos descubierto quién tenía la razón, pero una industria
construida únicamente sobre sustancias tóxicas, que requiere una fortuna para
permanecer viable, no va a cambiar o sacar sus garras de la billetera más grande
del mundo.

El método de Béchamp nos habría permitido desarrollar la salud de la célula.

Pasteur nos ha permitido desarrollar todo tipo de toxinas para atacar los gérmenes
invasores.
Las células sanas no necesitan ser protegidas por las toxinas.

Las toxinas ocasionan que las células sanas se enfermen, y como descubrió
Bechamp, ellas se autodestruyen cuando ya no pueden funcionar.

“Si volviese a vivir, dedicaría mi vida a probar que los gérmenes buscan su hábitat

natural, tejido enfermo, en vez de ser la causa de la enfermedad del tejido; al

igual que los zancudos buscan el agua estancada, pero no son los causantes de

los charcos estancados.” Rudolph Virchaw, padre de la patología

Incluso los grandes científicos de nuestro tiempo pudieron, en algún minuto de sus
carreras, admitir que la medicina moderna ha sido llevada de paseo.

Pasteur, admitió al morir que: “Los gérmenes no son nada y el tejido en el que
crecen , lo es todo”.

Las mentiras son un equipaje pesado cuando nos enfrentamos a la muerte, y el


dinero ya no es más una motivación. Tampoco es un consuelo cuando se hace una
sumatoria del sentido de nuestras vidas.

¿Cuáles son las diferencias básicas


entre Pasteur y Béchamp?
Teoría de los Gérmenes – Pasteur
(tal cual se le enseña a los estudiantes modernos)
 La enfermedad surge de microorganismos fuera del cuerpo

 Por lo general, debemos resguardarnos de los microorganismos

 La función de los microorganismos es constante.

 Las formas y colores de los microorganismos son constantes

 Cada enfermedad se asocia a un microorganismo en particular

 Los microorganismos son los agentes causantes primarios

 La enfermedad puede atacar a cualquiera

 Para prevenir la enfermedad debemos matar a los microorganismos

Teoría celular – Béchamp


(como se le enseñó a Pasteur y a otros durante esta era)
 Las enfermedades surgen a partir de microorganismos dentro de las células
del cuerpo
 Estos microorganismos intracelulares normalmente funcionan para construir
y ayudar en los procesos metabólicos del cuerpo

 La función de estos organismos cambia para ayudar en los procesos


catabólicos (desintegración) del organismo anfitrión cuando éste muere o
es dañado, que puede ser tanto químico como mecánico

 Los microorganismos cambian sus colores y formas para reflejar al medio

 Cada enfermedad se asocia con una condición particular

 Los microorganismos llegan a ser ‘patógenos’ mientras que la salud del


organismo del anfitrión se deteriora. Por lo tanto, la condición del
organismo anfitrión es el agente primario

 La enfermedad se construye a partir de condiciones no saludables dentro


de la célula

 Para prevenir la enfermedad debemos crear salud

Para acabar con Pasteur


Escrito por Eric Ancelet

COMENZAR CURSO BÁSICO – 40 EUROS

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I
Decir que Pasteur se equivocó y

que todos los dogmas que erigió son falsos, obviamente, necesita
justificación.

Existe, por cierto, para numerosos terapeutas, así como para numerosos
pacientes, la evidencia de que la medicina nacida de las ideas de Pasteur, del
siglo de Pasteur, es una medicina metida en un callejón sin salida; una medicina
que no llega, en absoluto, a la curación global de los seres humanos, es decir, a
un bienestar que sea a la vez psíquico, emocional, físico y que permita a los seres
humanos seguir evolucionando.

Más allá de este aspecto empírico, es decir, de la toma de conciencia de esta


evidencia, esta medicina no cura, no curaba y nunca podrá curar la evidencia
─como mucho, suprime síntomas. Es paliativa pero no sabe generar una auténtica
curación, aunque sí producir sumas colosales para los laboratorios. Por encima de
esta constatación de base, finalmente, poner en tela de juicio los dogmas
pasteurianos es aceptar cambiar totalmente su visión del mundo. Este cambio
radical de visión del mundo podemos exponerlo en varios puntos.

Por una parte, preguntarse: ¿por qué Pasteur?, ¿por qué en el siglo XIX pusieron
a Pasteur por las nubes y lo consideraron como un salvador?, ¿por qué otros
grandes sabios, como Antoine Béchamp, han sido totalmente ignorados?, ¿por qué
este siglo XIX, profundamente traumatizado y emocionado, necesitó que un
químico como Louis Pasteur se volviera un héroe nacional, un héroe en el sentido
mítico, hasta el punto de que, incluso hoy, queda todavía una extraordinaria
influencia proyectada? Psicológicamente hablando, es la imagen misma del sabio
altruista y desinteresado, vencedor de la enfermedad y, por supuesto, de la
muerte, sobre el cual cada uno puede proyectar desde entonces todos sus miedos
y todas sus esperanzas.
Paralelamente a esta presentación de

Pasteur como hombre, en este siglo XIX −rico en trastornos políticos, económicos
y sociales−, habría que presentar, por supuesto, al microbio −y muy
particularmente al virus− de manera diferente, con otro enfoque; no más como
este ser microscópico extremadamente peligroso cuya única meta sería
destruirnos. Presentarlo de manera un poco más neutra si es posible. Neutralidad
en la relación, incluso ir hasta sugerir la simbiosis, es decir, exponer la teoría del
virus útil.

Frente a estos microbios, a estos virus, se encuentra el sistema inmune. Este


sistema siempre se nos ha presentado como un sistema de defensa que debe
reaccionar de manera muy agresiva cuando un antígeno extraño para el organismo
−como, por ejemplo, un microbio−, se presenta, y cuya sola respuesta posible
sería el rechazo sistemático, la destrucción de lo que le es desconocido.

Personalmente, propongo otra versión; la de un sistema inmune como sistema de


comunicación muy abierto a todas las informaciones que vienen del exterior,
susceptibles de enriquecerlo, de completarlo y de sostener su evolución.
Por último, un cuarto punto. Después de la presentación de Louis Pasteur bajo
otra luz posiblemente más auténtica; después de la presentación del virus de
manera diferente, más objetiva, o, al menos, más optimista; después de la
presentación de un sistema inmune diferente y menos susceptible, menos
paranoico; está, por supuesto, el problema de las vacunas. La vacuna, en este
nuevo contexto, se torna una agresión pura y dura, con consecuencias dramáticas,
sin utilidad inmediata para una salud ya concebida de otro modo, mucho más que
una simple ausencia de enfermedad.

II
Decir que el mundo cambió desde hace un siglo es ciertamente una evidencia para
cada uno de nosotros y, sin embargo, biológicamente hablando, miramos todavía a
este mundo con los ojos de Louis Pasteur o de Charles Darwin. Es por esto que
pretendo concienciar de que debemos cambiar totalmente nuestra visión del
mundo, de que debemos evolucionar si queremos comprender el origen y el
sentido de nuestro “malestar”, de nuestras enfermedades, y curar de verdad. Y
para conseguir esta evolución debemos aceptar la necesidad de volver a poner en
duda las figuras carismáticas, heroicas y paternales de un siglo pasado, como, por
ejemplo, Louis Pasteur.

Esta tarea no resulta sencilla cuando tal personaje ha sido santificado y


canonizado por la religión cientista y por el materialismo puro y duro que tuvo su
apogeo en el siglo XIX. Por este motivo, en mi obra En finir avec Pasteur, traté de
ubicar a Louis Pasteur en el escenario de este siglo XIX que lo vio nacer, en el
que hizo carrera y en el que murió.

Estudié entonces la historia del hombre que fue Pasteur. Por una parte, leí
biografías oficiales escritas por discípulos y hagiógrafos para los cuales Pasteur
queda y quedará como un maestro venerado, un padre, un héroe, un sabio muy
grande, en cualquier caso. Por otra parte, estudié trabajos desconocidos
concernientes tanto a sabios que le precedieron, como a contemporáneos suyos y
a autores posteriores a él, autores que hicieron descubrimientos fundamentales
con, evidentemente, otra visión de las cosas, otra visión del mundo −puesto que
cada uno ve el mundo a través del filtro de su propio mundo interior, el filtro de sus
esperanzas, el filtro de sus miedos.

A algunos de estos sabios e

investigadores Pasteur no vaciló en “pillarlos” sin vergüenza, otorgándose el


resultado de sus trabajos. Un ejemplo de ellos es el gran sabio ignorado que
mencionaba anteriormente, Antoine Béchamp. Por supuesto, debía, de manera
paralela, hacer un esfuerzo por comprender lo más profundamente posible, y de
una manera totalmente imbricada con la vida del hombre y del sabio Pasteur, cómo
fue este siglo XIX; un siglo −como ya he señalado− rico en grandes crisis, en
trastornos políticos, económicos, sociales y científicos; un siglo que vio varios
cambios de régimen. El primero de ellos fue el del imperio de Napoleón Bonaparte.
Pasteur −les recuerdo− nació en 1822 sobre las cenizas de este imperio, ya que
Napoleón I falleció en mayo de 1821 en Sainte-Hélène y el padre de Louis Pasteur
fue un antiguo veterano del gran ejército. Más tarde tuvo lugar la Restauración.
Tras esta, de nuevo el imperio; el golpe de Estado de Napoleón III en 1851. Por
último, ya en 1870, la derrota militar; el desastre de Sedán y la difícil y penosa
vuelta a la República. Louis Pasteur fue testigo de esta sucesión de dramas, de
todos estos cambios políticos con inevitables baños de sangre. Recordemos los
levantamientos de 1830 y 1848 en la Comuna de París. Es en este mundo
inestable donde hizo carrera y progresivamente se convirtió un sabio de moda,
portador de las esperanzas de una Francia ávida de conquista y de honor.

En cuanto a los aspectos sociales y económicos, nos remontamos a la era


industrial, de la urbanización, de la industrialización, del nacimiento. El desarrollo
del proletariado está estrechamente ligado al del éxodo rural. Se trata de ese
proletariado cuyos sufrimientos y miserias fueron perfectamente descritos por
autores como Émile Zola. Este siglo fue también el de las conquistas coloniales, el
del positivismo y el materialismo científico, el de combatir contra los valores
espirituales y religiosos a los que los hombres solían referirse en los tiempos de
crisis. Desde entonces, ante los trastornos y las catástrofes de todo género; la
guerra exterior y la guerra civil, los levantamientos populares, los cambios de
régimen, los golpes de Estado, pero también las epidemias −que todavía están
muy presentes al principio del siglo XIX−, harán falta nuevos héroes para
reemplazar al guerrero vencido, para reemplazar al hombre de religión apartado
por la luz de la razón, a cuyo lado se podía encontrar refugio cuando uno estaba
angustiado, perdido, amenazado por todas partes. Y uno de estos héroes
circunstancial, posiblemente el más conocido actualmente, fue Louis Pasteur.

III
Pasteur nació en Dole (Francia) en 1822. Entró en la escuela pedagógica en 1843
y terminó en ella una cátedra de física y de química. Por lo tanto, no era médico,
aunque revela desde el principio una inmensa ambición, posiblemente ligada a su
origen modesto. Lo que sí es seguro, según la información de que disponemos hoy
en día, es que falsificó los resultados de sus propios trabajos y que la mayoría de
los descubrimientos que le son atribuidos, si no todos, son realmente
expoliaciones, hallazgos que robó a numerosos científicos, médicos o veterinarios.
Un dato que se debe tener en cuenta de este siglo XIX, siglo que verá el
nacimiento de la microbiología −el estudio de los microorganismos como
responsables de las enfermedades e infecciones tanto humanas como animales−,
es que la genética y la inmunología son totalmente ignoradas. No se conoce, en
absoluto, la función inmunitaria. En relación a la microbiología, Pasteur no
descubrió la existencia de los microbios. En cambio, los recupera, atribuyéndose
este descubrimiento, y, a partir de ahí, proclama cierto número de pseudo-
verdades que serán pronto erigidas en dogmas −en la actualidad totalmente
sobrepasados porque son erróneos−.

El primero de estos dogmas dice que nuestro medio ambiente está repleto de
microbios −lo cual es cierto− y que estos, o al menos muchos de ellos, son
patógenos, es decir, responsables de nuestras enfermedades. Dicho de otra
manera, que estos microbios, juzgados sistemáticamente como patógenos, son los
únicos responsables de nuestras enfermedades. Lo que se calificó más tarde como
‘terreno’, es decir, la aptitud o inaptitud para aportar una respuesta correcta en el
curso de la confrontación con un microbio, no se tiene en cuenta en absoluto; no,
todo esto no existe, no tiene ninguna importancia. Se diferencian claramente las
diferentes familias de microbios y se considera a algunas de ellas responsables de
ciertas enfermedades muy graves. Esto condujo hasta la aberración de querer
responsabilizar a algunos microbios, incluso en nuestros días, de enfermedades
como la úlcera gástrica, la diabetes y hasta la esquizofrenia. El segundo dogma
pasteuriano, el cual se revela totalmente falso, es el que defiende que nuestro
medio interior, el interior de nuestro cuerpo, es estéril, aséptico; es decir, que la
introducción de un microbio en este medio interior aséptico es anormal y va,
entonces, a provocar una enfermedad.

Debemos hacer unas aclaraciones

al respecto. En primer lugar, la inmensa mayoría de los microbios no son


patógenos; algunos pueden llegar a serlo, tener efectos que consideramos
nefastos en ciertas condiciones muy particulares, pero la inmensa mayoría
participan de modo simbiótico en el conjunto de los ecosistemas interiores y
exteriores, y son, incluso, indispensables para el equilibrio de estos ecosistemas.
Por poner un solo ejemplo: sin microbios no habría seres herbívoros, ya que estos
digieren la celulosa de los vegetales gracias a su flora simbionte presente en el
intestino. Si no hubiera herbívoros, no habría carnívoros, ni animales, pero es que
tampoco habría ni humanos. En cuanto al medio interior, hoy en día sabemos
perfectamente que todas nuestras cavidades huecas (el intestino, la vejiga, el
árbol respiratorio) están pobladas por mil millones de microbios, neutros o
simbiontes en la inmensa mayoría. Por lo que respecta a aquellos llamados
patógenos, estos son controlados, o deberían serlo, por el sistema inmune. Es
más, actualmente sabemos que nuestro material genético, nuestro ADN, está
constituido en parte, y quién sabe si totalmente, por ADN de origen microbiano y
viral −algo totalmente ignorado en los tiempos de Pasteur, cuando la genética no
existía−. Ciertos virus tienen la capacidad −es además su modo de vida más
corriente− de incluirse en el genoma y quedarse allí dormidos, inactivos por
períodos de duración indeterminada. Es el caso, por ejemplo, del herpes virus o
del virus del SIDA. Tal y como podemos comprobar, nuestro medio interior −hasta
el interior de nuestras células, hasta esta caja negra que se consideró por mucho
tiempo como absolutamente inmutable e intocable, es decir, el núcleo celular con
su ADN− este mismo medio interior contiene, alberga y hasta diría que está
constituido por microbios.

La asepsia del medio interior es una creencia que hoy está hecha añicos. Querría,
por otra parte, precisar aquí, hablando de los dogmas pasteurianos, que la idea
que se creó sobre sistema inmune −cuando fue descubierto mucho tiempo después
de Pasteur− era forzosamente la de un sistema agresivo de defensa, ya que el
microbio mismo era siempre agresivo puesto que el medio interior era siempre
limpio y sano. Pues el sistema inmune apareció, desde luego, como una especie
de ejército siempre en pie de guerra, siempre preparado para pelearse con el
menor microbio extraño que se presentara en las fronteras.
IV
Para volver al siglo en el cual Pasteur vivió su vida, usted observará que esta
visión marcial y guerrera del microbio frente al sistema inmune −con esta defensa
encarnizada de las fronteras, de las que la inmunidad sería responsable− evoca de
manera inquietante la situación política de Francia, confrontada en esta época con
la amenaza alemana, justamente con esta derrota dramática de Sedán, en 1870,
cuando Francia vio sus fronteras atacadas, pulverizadas, su territorio invadido
hasta el corazón.

Trate de imaginar qué visión del mundo pudo tener un sabio y patriota,
confrontado con este género de conflicto de territorio, cuando va a observar la
enfermedad infecciosa y este microbio, aparentemente, es el único responsable.
Es decir, terribles sufrimientos y muy a menudo la muerte, como durante las
grandes epidemias. Lo que quería resaltar aquí es la analogía inquietante entre,
por una parte, el país confrontado con ataques fronterizos, con pérdidas de
territorio en respuesta a una derrota militar que es también una derrota nacional y,
por otra parte, la descripción que vamos hacer de la relación con el mundo
microbiano y, particularmente, esta relación tensa, excesivamente conflictiva, entre
el microbio y el sistema inmune.

El que busca encuentra según sus

expectativas, según sus esperanzas y según sus miedos. Describir un fenómeno


es una cosa, interpretarlo o explicarlo es otra totalmente diferente. Si en el siglo
XIX era aceptable, en efecto, considerar la relación entre el mundo microbiano y el
organismo de esa manera simplista, los conocimientos que tenemos hoy en día en
microbiología e inmunología y la perspectiva que tenemos después de 100 años de
dogmas pasteurianos y de vacunaciones no nos permiten ya conservar, en
absoluto, una visión del mundo tan pueril. Tan solo hace falta comprobar que esta
manera de ver las cosas no trajo ninguna mejora notable en el estado global de
salud de las poblaciones. Las enfermedades simplemente evolucionaron y la
mayoría de las veces hacia más gravedad.

Hoy, las enfermedades más graves no son enfermedades microbianas epidémicas,


sino enfermedades individuales no microbianas. Actualmente tenemos bastantes
conocimientos como para entender que el microbio no es el responsable de
nuestras enfermedades y que el origen y el sentido de nuestros sufrimientos deben
ser encontrados en otro lugar, quizás justamente en nuestra errónea visión del
mundo. Es más, y hablaré de eso mas tarde, el microbio puede ser considerado
hoy como participante en las fases de reparación, curación y evolución, cuando
reaccionamos a ciertos conflictos particulares.

V
Volvamos a Pasteur y a su tercer dogma, el del contagio. Este asegura que entre
dos individuos en contacto habrá transmisión sistemática del microbio si una de
las personas es portadora de este microbio o bien está enferma. Y así, pues, es la
enfermedad la que se transmite sistemáticamente de un individuo al otro. Verdad:
hay sistemáticamente transmisión, intercambio de microbios. Falso: no hay
sistemáticamente transmisión de la enfermedad. Pudimos comprobar en las peores
epidemias que la mayor parte de la población sobrevive.

Y, finalmente, el problema de los dogmas pasteurianos −y de las aplicaciones


prácticas que emanaron de ellos− es que se interesó exclusivamente en los que
murieron y en absoluto en los que sobrevivieron y en las razones de su
supervivencia. Ahora bien, esta supervivencia ocurre en el contexto dramático de
una fogarada epidémica; supervivencia de personas como el personal sanitario
que han tenido contactos muy íntimos con los enfermos. Esta supervivencia
muestra que el contagio no es sistemáticamente mortal.

Un microbio va activar el mismo tipo de síntomas, de trastornos -ya esté


considerado como negativo o positivo en la vivencia de la persona- solo si el
“terreno” de esta persona es receptivo. Lo que nos ocupa es interpretar la causa
profunda de esta receptividad. Con otra mirada, hoy diríamos que si nuestro
organismo necesita el microbio −necesidad de la enfermedad microbiana para
atravesar una etapa, resolver un conflicto− entonces el microbio es acogido y el
sistema inmune le permitirá entrar en acción.

Por lo tanto, un primer aspecto a tener en cuenta es la íntima relación de un


hombre con su tiempo; la de Pasteur, con el siglo XIX, contexto este, escenario,
en el cual va a definir e imponer su percepción del mundo microbiano. El otro
aspecto que querría exponer rápidamente, ligado estrechamente al anterior, es el
de la personalidad psicológica y biológica de Louis Pasteur. He precisado que se
trataba de un hombre excesivamente ambicioso, un patriota, al cual podríamos
calificar de revanchista; un sabio, mientras que es reconocido hoy en día que
expolió a los científicos de su tiempo reivindicando la paternidad de sus
descubrimientos.
Pero lo que me parece más importante todavía, porque esto no se revela jamás, es
que Louis Pasteur era un hombre enfermo, gravemente enfermo, ya que desde
1868, a la edad de 46 años, fue fulminado por un ataque de hemiplejía que
paralizó todo su lado izquierdo. A partir de entonces sería un hombre muy
disminuido e inválido. Lo que se debe entender bien es que fue solamente nueve
años más tarde, en 1877, a la edad de 55 años (Pasteur, por tanto, era hemipléjico
desde hacía nueve años), cuando emprende sus investigaciones sobre las
enfermedades microbianas. Empezó trabajando sobre las enfermedades de los
gusanos de seda, de hecho recuperó los descubrimientos realizados/conseguidos
anteriormente por Béchamp.

Pero lo que querría subrayar aquí es que en 1885, a la edad de 63 años, es


entonces un hombre muy disminuido, usado y cansado. No vacilaba en inyectar
médulas espinales de conejos muertos de la rabia −virus extremadamente
virulento− a niños. Niños en buena salud a los que pretendía, así, proteger contra
la rabia. No podemos saber hoy con exactitud cuántos niños, cuántas personas
murieron tras estas inyecciones. Pasteur, paralizado, inocula una enfermedad
paralizadora, lo que podría constituir hoy un cargo de acusación por homicidio muy
grave. Por cierto, hubo denuncias por parte de padres de niños muertos, pero
fueron reprimidas.

COMENZAR CURSO BÁSICO – 40 EUROS

“Gracias por haber transcrito esta conferencia en francés, por haberla traducido al
español y por compartir estos conocomientos fundamentales para comprender
mejor la indiscutible Cuarta Ley Natural Biológica de la Nueva Medicina
Germánica, ´El Sistema Ontogenético de los Microbios`.

Aprecio mucho su labor en la búsqueda del bien común, su honestidad y


transparencia.

Formulo mis deseos de éxito para los organizadores, ponentes, colaboradores y


participantes de su nueva formación online.

Saludos cordiales para todos”.

Dr. ERIC ANCELET


Médico veterinario homeópata de acuerdo a las 5 Leyes Biológicas de la
Naturaleza,

autor de ´Pour en finir avec Pasteur: un siècle de mystification scientifique` .

Lo que se debe saber también es: tener como base dos casos, dos niños que
llegaron a ser célebres porque sobrevivieron ¡no a la rabia sino a las inyecciones
de Louis Pasteur!, es tener como base dos experimentos y sin ningún fundamento
científico serio con los que Louis Pasteur crearía la primera multinacional de la
historia para fabricar sus vacunas y promover la vacunación generalizada contra la
rabia y muy rápidamente contra otras enfermedades.

VI
Es evidente que todos estos hechos históricos −les recuerdo, pues, que hubo unas
inculpaciones en la época pero Pasteur era entonces un hombre protegido por los
poderosos− quedaron ocultados por mucho tiempo −y lo son todavía− en gran
parte por el hecho de que, entre tanto, Pasteur pasó a ser la imagen de un lobby
financiero muy poderoso, el lobby “vacunalista”, que reporta fortunas colosales.
Es, pues, muy difícil poner en duda la imagen carismática del fundador. Se acabó
la gallina de los huevos de oro.

Hasta ahora soy perfectamente consciente de haber tenido una actitud digamos
negativa, esencialmente negativa e iconoclasta. Iconoclasta puesto que se permite
el lujo de atreverse a poner en duda las imágenes sagradas, las imágenes santas,
una actitud blasfematoria en el pleno sentido de la palabra. Porque aquí nos
encontramos, de hecho, en presencia de una iconolatría, que se explica en gran
parte por el hecho de que Pasteur representa una imagen de marca de un grupo
financiero poderoso y, por tanto, intocable. Y aunque se puede comprender cómo y
por qué un lobby como el de los vacunadores mantiene la ley del silencio sobre la
verdad histórica y científica acerca de la vida y la obra de Pasteur, los detractores
y los iconoclastas, en cambio, tienen que justificarse de su actitud.

Esta actitud, la mía, no está ligada, por cierto, a cualquiera de los intereses
financieros −contrariamente a la de los promotores de la vacunación a ultranza−.
No obstante, es siempre delicado descomponer un lindo edificio sin justificarse y,
sobre todo, sin promesa de una reconstrucción. El replanteamiento de los
conceptos de Pasteur y de las aplicaciones prácticas que emanaron de ellos,
desde hace más de cien años, se justifica porque ni unos ni otros trajeron los
resultados previstos. Existen todavía algunas enfermedades infecciosas contra las
cuales tenemos cada vez menos respuestas en términos de respuestas clásicas;
por ejemplo con el dramático problema de las resistencias en antibioterapia y el
hecho de que no se logre, que ya no alcancemos a concebir vacunas contra
enfermedades muy actuales y muy graves como las hepatitis virales y el sida.

Por otra parte, las patologías

evolucionaron hacia enfermedades no microbianas como todos los trastornos


psíquicos −la depresión, por ejemplo−, todas las formas de cáncer en plena
expansión, todos los trastornos, las enfermedades autoinmunes o las
enfermedades endocrinas. Todas estas enfermedades no son microbianas. En
cambio, podemos encontrar sus orígenes en nuestros modos de vida, en la manera
en que concebimos nuestras vidas y nuestra relación con el mundo, y estas
enfermedades, especialmente, podrían ser el resultado, en gran parte, del
sobrevacunamiento.

Por lo tanto, primera constatación: las teorías de Pasteur, que se plasmaron en la


vacunología moderna, no funcionan. Vacunamos con toda la fuerza a niños cada
vez más jóvenes contra un número siempre más grande de enfermedades. Y, sin
embargo, podemos considerar que estamos, por lo menos, tan enfermos como en
el siglo de Pasteur, aunque las enfermedades sean diferentes. Y en los casos en
que las epidemias retrocedieron debemos considerar que este retroceso no estuvo
ligado a las vacunas, sino más bien a la higiene, a una mejor alimentación, a la
desaparición de los conflictos colectivos. Así pues, una cierta seguridad y
estabilidad social fue lo que hizo retroceder la incidencia de las enfermedades
infecciosas.

Quiero hablar aquí de las enfermedades infecciosas clásicas. Porque en cuanto a


aquellas a las que tememos más hoy en día en las sociedades modernas, las más
graves, cuya incidencia es la más dramática, y bien, éstas no son enfermedades
de contagio directo. No son epidémicas, se transmiten por la sangre o por vía
sexual. Hablamos pues de enfermedades de transmisión sexual. Entonces si esto
no funciona, es probable que tuvieramos una percepción errónea de nuestra
relación al mundo, de nuestra relación con el mundo exterior, con la naturaleza,
con el mundo animal y particularmente con el mundo microbiano.

Un primer aspecto consistirá en redefinir correctamente esta relación a la luz de


los descubrimientos de la inmunología moderna, una disciplina que, les recuerdo,
no existía en el tiempo de Pasteur.

Después, desde luego, de manera correlativa, deberemos revisar nuestra


percepción, nuestra interpretación del sistema inmune, que pertenece, de hecho, a
un conjunto constituido por el sistema nervioso, el sistema endocrino, el sistema
inmune y el sistema bacteriano; cuádruple sistema regulador cuya vocación es
permitirnos la mejor adaptación posible al momento de las confrontaciones con el
mundo exterior. En esta revaluación de nuestra visión del mundo deberemos
decidir si el sistema inmune es o no es sistemáticamente agresivo, destructor
hacia los microorganismos, como lo pretende la inmunología clásica.

El tercer aspecto consistiría en analizar todos nuestros conocimientos actuales


concernientes a la eficacia de las vacunas y sus efectos secundarios; efectos
secundarios a corto plazo y, sobre todo, a medio y largo plazo, ya que hoy
tenemos la perspectiva necesaria para hacer esta estimación.

Y, por último, cuarto punto: considerar estas nuevas teorías que emergieron
recientemente y que nos dicen que cada una de nuestras enfermedades
corresponde a un conflicto; un conflicto más bien de naturaleza psico-emocional,
una dificultad existencial, un sufrimiento adaptativo y evolutivo a los cuales
finalmente aportamos una respuesta enfermando. Y en el curso de estas
enfermedades −ligado, pues, a penosas situaciones psicológicas y afectivas− el
microbio no necesariamente intervendría como un enemigo que saca provecho de
la situación, sino como un aliado en un proceso de limpieza, de restauración, de
adaptación, incluso de reprogramación de nuestra herencia genética con el fin de
aportar una nueva respuesta a una nueva situación.

Por fin, cuarto punto, considerar estas nuevas teorías que emergieron
recientemente y que nos dicen que cada una de nuestras enfermedades
corresponde a un conflicto. Un conflicto más bien de naturaleza psico-emocional,
una dificultad existencial, un sufrimiento adaptativo y evolutivo a los cuales
aportamos eventualmente una respuesta enfermando. Y en el curso de estas
enfermedades, que sería ligado pues a penosas situaciones psicológicas y
afectivas, el microbio no intervendría forzosamente como un enemigo que saca
provecho de la situación, sino como un aliado en un proceso de limpieza, de
restauración, de adaptación, incluso de reprogramación de nuestra herencia
genética con el fin de aportar una nueva respuesta a una nueva situación.

VII
Se hace forzoso profundizar en estos cuatro puntos, es decir:

1. Revisar cuáles pueden ser la naturaleza y las funciones de los microbios;

2. Revisar cuáles pueden ser la naturaleza y las funciones del sistema


inmune;

3. Ver si nuestra experiencia de más de un siglo no mostró que la


sobrevacunacion es una verdadera catástrofe ecológica que llevó a una
profunda degradación del medio interior y particularmente del sistema
inmune. Una degradación que sería el origen de muchos de nuestros
problemas actuales, de nuestra deficiencia para responder correctamente a
las cuestiones que nos son planteadas por el medio ambiente;

4. Y, por fin, último punto, estudiar a fondo estas nuevas teorías, las evocadas
anteriormente, es decir, la relación de una enfermedad muy precisa con un
conflicto muy preciso. Pero también el enfoque trans-generacional, la psico-
genealogía, que es muy apasionante, muy rica en el plano terapéutico, y
que nos dice que nuestras dificultades y nuestras enfermedades actuales
pueden ser la consecuencia de situaciones que han precedido nuestro
nacimiento y por las cuales pagamos hoy los cristales rotos. Desde luego,
no tengo ,en absoluto, la posibilidad de profundizar aquí en cada uno de
estos puntos. En la obra Pour en finir avec Pasteur se pueden encontrar
expuestos y ampliamente desarrollados cada uno de ellos. Otra parte
emana de las investigaciones que perseguí y de mi práctica desde la salida
de este libro.

VIII
Querría simplemente hablar aquí de algunos aspectos muy precisos y, en lo que
concierne a los microbios, exponer ciertos puntos particulares de la biología de los
virus. Por cierto, para la mayoría de nosotros el virus es un ser un poquito
misterioso, al límite de lo vivo, puesto que no tiene metabolismo y que se
reproduce duplicándose dentro de una célula. Tenemos la costumbre de
considerarlo, de toda formas, como algo peligroso, disparador de enfermedades,
de enfermedades insensatas.; bastaría encontrar un virus para enfermar; pero, en
relaidad, querría mostrar que esta visión es evidentemente errónea.
Ante todo, cuando se observa un virus,

uno se da cuenta de que este se presenta como una información en una cápsula
proteica. Esta cápsula es como la envoltura que protege la información y dentro de
esta envoltura la información misma presenta el aspecto de una pequeña brizna de
ADN o de ARN. Lo que es particularmente asombroso e inquietante es la analogía
de estos virus –especies de nómadas, de informaciones que circulan− analogía,
pues, con los genes que constituyen nuestros cromosomas, es decir, los soportes
de información presentes en cada una de nuestras diez mil millones de células y
gracias a las cuales sintetizamos las proteínas que hacen funcionar nuestro
metabolismo. Esta analogía supone intercambios. El virus, susceptible de volverse
gen, el gen susceptible de volverse virus, y efectivamente es lo que se comprueba.

Cada segundo estamos en contacto con microbios, y particularmente con virus, en


las interfaces entre el mundo exterior y el mundo interior, es decir, al nivel de las
mucosas, y cabe constatar que no nos enfermamos sistemáticamente cuando
estamos confrontados con ciertas epidemias temporales de tipo gripe −en cuyo
caso una buena parte de la población se las arregla muy bien−. Esto ya lo
subrayamos, pero lo más asombroso, finalmente, es considerar que esta
información viral podría ser algo que necesitamos para salir de una crisis
existencial, para sobrepasar un conflicto, para limpiarnos después de una
intoxicación; y que el microbio en general, el virus en particular, podría intervenir
por vía de una enfermedad (dicha infección iría acompañada por inflamación, por
fiebre, por eliminación catarral), como un aliado que vendría a ayudarnos a pasar
este obstáculo y sobrepasar esta crisis. Esta ayuda podría consistir
particularmente en el hecho de que un virus −teniendo estos una capacidad
evolutiva extraordinaria por mutaciones− podría traer un nuevo ADN o un nuevo
ARN, una nueva información genética que no poseemos en nuestro genoma y que
nos permitiría ir por delante, evolucionar.

Es aquí, por cierto, donde debemos tratar el segundo punto, esto es, el papel del
sistema inmune, entendiéndose que se comprueba y es inquietante que en casos
muy numerosos el sistema inmune facilita, autoriza la entrada, el paso del virus en
el medio interior. Su circulación a este medio interior y luego su acceso a las
células y al ADN. Ahora bien, esta facilitación de la circulación del virus está
guiada hacia ciertas células donde se producirá la réplica de la información; todo
este proceso complejo no puede ser considerado sistemáticamente como una
deficiencia del sistema inmune, de hecho, es una función normal.
IX
Por eso digo que el sistema inmune no es esencialmente un sistema de defensa,
sino más bien un sistema de comunicación, lo que significa, entre otras cosas, ya
que se trata aquí de fenómenos excesivamente complejos, que cuando un
microbio, un virus, se presenta al nivel de las mucosas va a ser calculado,
evaluado, controlado por el sistema inmune. Si su presencia es considerada inútil,
será simplemente mantenido en la periferia, por fuera, impedido para duplicarse,
aunque la información que representa sea sistemáticamente memorizada. Si, por
el contrario, se revela potencialmente útil −estando en la fase que atraviesa
actualmente el individuo o en el futuro− la información será acogida, descifrada,
transmitida, igualmente memorizada particularmente en forma de gen, pero podrá
también ser ampliada y autorizada para expresar su mensaje bajo la forma de una
enfermedad reparadora, necesaria, pues.

Desde luego, hago referencia aquí a un sistema inmune competente y competitivo,


lo cual no sucede cuando un cierto número de acontecimientos negativos y
perturbadores se produjeron en la infancia, momento en el que este sistema
inmune se desarrolla y adquiere su madurez. Y entre estos acontecimientos
perturbadores que pueden destrozar de por vida la competencia del sistema
inmune encontramos la sobrevacunación infantil.

X
Para volver al caso donde un virus es considerado útil, útil para la curación, para
la evolución de un individuo en el momento t de su biografía: a partir de aquel
momento sugerí que al sistema inmune lo iba a dejar expresarse, controlándolo al
mismo tiempo. Controlarlo significa dejarlo hacer lo que tiene que hacer, ni más ni
menos, luego, interrumpir el proceso tan pronto como el resultado está alcanzado.
Esto da a entender claramente, e insisto sobre eso, que la enfermedad es útil en
la maduración y la evolución de un individuo, útil para hacerle atravesar ciertos
cabos, como lo comprobamos con las enfermedades infantiles. Pero para esto es
necesario que todo el sistema adaptativo, nervioso, endocrino, inmune y
bacteriano, sea operacional; que el individuo en cuestión, por tanto, no esté
fuertemente desnutrido o agotado, obligado a vivir permanentemente en el estrés,
la angustia y la frustración, porque todos estos factores desmoronan las
capacidades reguladoras del cuádruplo sistema de adaptación y de evolución. Y
porque es esencial −repito− el hecho de que la sobrevacunación sistemática al
principio de la vida es uno de los factores más perniciosos de deficiencia
inmunitaria.

XI
Insistimos en que hace falta, ante todo, una buena higiene de vida, higiene
psíquica y física, modo de vida y dietética. En primer lugar nos encontramos con el
modo en que llegamos al mundo, ya que todo esto es importante para generar y
mantener la competencia del sistema inmune a fin de que las respuestas
proporcionadas sean correctas en las fases delicadas de la existencia, en los
tiempos de evolución donde una mutación debe producirse.

Es muy evidente también que la enfermedad no es ineludible si uno se dio cuenta


del origen del conflicto, si lo sobrepasó encontrando una solución práctica, la
crisis que representa la enfermedad no es entonces necesaria para ir a por todas y
en este caso, un sistema inmune competente mantendrá aparte el virus, no le
permitirá penetrar el medio interior para duplicarse allí. Resulta, pues, que la
enfermedad, bajo todas sus formas, nos permite expresar, reflejar un sufrimiento
existencial. Y esta relación, este lazo entre la enfermedad y el conflicto, empieza a
ser bien entendido. Es lo que se llama desciframiento biológico, el cual nos
permite dar un sentido a nuestras experiencias dolorosas y acortarlas, atenuar su
expresión somática e incluso evitarlas.

Y, sin embargo, frente a estos extraordinarios avances de la conciencia humana


perdura la visión paranoica de Louis Pasteur, una visión que hace un peligro de
cada contacto con lo que nos rodea; como si este mundo estuviese poblado de
enemigos siempre preparados para atacarnos, para suprimirnos, lo que induce los
comportamientos de seguridad obsesivos que prohíben o limitan fuertemente toda
comunicación con el exterior. Comportamientos obsesivos colectivos cuyos efectos
depravados nos cuesta mucho percibir, como la creación de enfermedades
crónicas, gravísimas o desgraciadamente irreversibles. Y, por supuesto, entre
estos comportamientos de seguridad está, en primer lugar, esta aberración
biológica −nacida de una profunda equivocación sobre lo que es la vida− que se
hace llamar vacunación.
Por citar solo uno de los aspectos aberrantes del acto vacunal: Es evidente que un
niño recién nacido, durante sus primeros años de vida, es totalmente inmaduro.
Esta inmadurez que podemos comprobar en su cuerpo físico existe también en su
sistema nervioso, en su sistema endocrino y en su sistema inmune. ¿Qué pasa si
inyectamos una información falsificada, muy compleja e incomprensible, ya que los
supuestos responsables de las enfermedades han sido traficados, mezclados con
coadyuvantes tóxicos y que la inyección se hace directamente en el medio interior
sin ser pasada por el filtro de las mucosas? Pues bien, el sistema inmune de los
niños incompetentes y confrontados con una información imposible de descodificar
va a reaccionar de modo anárquico, catastrófico, lo que cual es el origen de
múltiples trastornos nombrados alergias, enfermedades autoinmunes y
cancerización.

XII
He ahora un ejemplo que permite conciliar ambos aspectos de la enfermedad
hasta aquí expuesta, es decir: primero, la enfermedad como traducción de un
sufrimiento psico-emocional vivido en la soledad e inexpresado, no dicho; y, en
segundo lugar, la enfermedad consecuencia de errores colectivos como la
vacunación de masas.

Imaginemos a alguien que no ha sufrido ninguna agresión mayor durante su


infancia; un niño deseado y esperado, después amamantado, y, sobre todo,
preservado de la agresión vacunal. Esta persona se encuentra un día confrontada
con una situación conflictiva, por ejemplo un divorcio, un duelo o un despido.
Como sus sistemas de regulación y de adaptación funcionan bien, él va a
reaccionar y a encontrar una solución, va a conservar la confianza en sí mismo y a
reorientar su vida. No necesitará enfermar para atravesar esta etapa existencial,
o, en el caso de que así sea, se tratará de una enfermedad benigna porque su
sistema inmune controlará perfectamente la situación, es decir, el trabajo
microbiano de reparación.

Ahora imaginemos a un individuo, desgraciadamente, mucho más representativo


de nuestras sociedades modernas industrializadas; nacido en un lugar
hípermedicalizado, bajo anestesia, no amamantado, sobrevacunado durante toda
su infancia. Si confrontamos a esta persona con el mismo tipo de situación
conflictiva a la edad adulta, nos encontramos con que no va a reaccionar de la
misma manera, porque no tiene la posibilidad de proporcionar una respuesta
correcta al problema expuesto; y tanto los trastornos que van a aparecer como el
golpe de la enfermedad que va a desarrollar serán mucho más graves.

Entonces, si todo esto se revela exacto, si todos estos conocimientos acumulados


en el transcurso del tiempo revelan como obsoletos a todos los dogmas
pasteurianos, entonces, ¿por qué continuamos vacunando a nuestros niños? Aquí,
las respuestas son un poco delicadas y hasta difíciles de admitir, aunque para mí
evidentes. Recordemos una vez más que los intereses financieros en juego son
considerables, un mercado mucho superior al de las armas o al de la droga. La
enfermedad es infinitamente más lucrativa, para algunos, que la salud. El principio
vacunal que evita plantearse las verdaderas cuestiones sobre el origen y el
sentido de la enfermedad produce fortunas colosales debido a su mundialización.

Desde luego, esta potencia financiera constituye un poder, un poder político


considerable, un poder basado en el miedo, un miedo cuidadosamente mantenido,
cultivado, regularmente reavivado con el fin de mantener a la gente en la
alienación, muy lejos de su verdadero camino. Y pienso que ya es hora de abrir los
ojos para tratar de ver el mundo de otro modo, aportar respuestas más justas a las
cuestiones que nos son planteadas acerca de nuestro porvenir, curarse realmente
exponiéndose a estos miedos que habitan en el fondo de nosotros, aceptando
enfrentarse a ellos y darse cuenta de que la vacunación forma parte de estas
ilusiones infantiles a las cuales es urgente renunciar.

XIII
Para finalizar, desearía señalar que no es tarea fácil tratar temas tan amplios, tan
complejos, tan importantes para el futuro de la humanidad, en menos de una hora.
Sin embargo, confío en que estas pocas palabras le hayan incitado a leer este
libro (En finir avec Pasteur) así como, también, a abrir los ojos y el corazón; a
buscar; a informarse; a procurar ponerse en contacto con una información que,
aunque es de más difícil acceso –ya que, por supuesto, es ocultada (no aparece ni
en el escaparate de las tiendas de prensa, ni en la sección de best-sellers de las
librerías…)− , no obstante, esta información existe. Y pienso que es esencial que
cada individuo adulto responsable de su vida, responsable de la vida de sus niños
y, desde luego, en primer lugar los terapeutas, acepte salir del atolladero de las
mentiras oficiales. Con el paso del tiempo, estos datos perturbadores,
desconcertantes, se nos presentan como evidencias. Una vez integrados y
asimilados revelan su coherencia y se convierten en certezas interiores.

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