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I. Introducción.
II. El incendio del monasterio en 1671.
III. La reconstrucción del edificio.
IV. Las pérdidas artísticas.
V. Las pérdidas literarias.
VI. Co. lusión.
VII. Bibliografía.
I. INTRODUCCIÓN
rónima, (de cuya obra han bebido todos los autores posteriores, ya
que se trata de un testigo de vista cualificado, dotado de un fino sen-
tido estético, además de ser una persona muy culta), El padre Xime-
nez en su Descripción del Real Monasterio de San Lorenzo de El Es-
corial, (ambos autores son referencias obligadas para cualquier estu-
dio escurialense), fray Juan de Toledo en sus Memorias y el Padre
José Quevedo en su Historia del Escorial. A todos estos autores an-
tiguos hay que añadir al Padre Gregorio de Andrés, que tras profun-
dizar en el tema en todas las obras de sus antecesores y recopiló todo
lo referido al incendio de 1671, haciendo una exposición clave para
su estudio y sus repercusiones posteriores.
Muchas cosas se me quedan en el tintero, pero debido a la escasez
de espacio sólo nos podemos centrar en la repercusión posterior ar-
quitectónica, viéndome obligada a no extenderme sobre las pérdidas
artísticas y literarias, que fueron grandes, debido a la amplia colec-
ción que albergaba el monasterio, pero es necesario, por lo menos
una pequeña mención a estas colecciones.
da, a Madrid para dar cuenta fidedigna a la reina del triste aconteci-
miento.
Después de una descripción general, pasa su autor a referir casos
curiosos acontecidos durante la catástrofe, con una tendencia a ver
en los hechos una inspiración sobrenatural, ya divina, ya demoníaca,
conforme a las ideas y supersticiones de la época.
Pasa por alto algunos hechos importantes, como la destrucción de
los códices árabes, más de dos mil, así como el hundimiento de la bi-
blioteca de los manuscritos, perdiéndose otros tantos, que tanta im-
portancia han tenido para la cultura y fue, a mi ver, el mayor daño,
irreparable, que sufrió la «Octava Maravilla», juntamente con la pér-
dida de algunas valiosas pinturas.
Luego al punto acudió toda la gente del real Sitio y los vecinos de la
villa de El Escorial y estos trajeron la imagen milagrosa de Nuestra
Señora de la Herrería, y la pusieron en medio del pórtico; y entonces
voló un globo de fuego desde los tejados del colegio y dio en las pi-
zarras de los tejados del convento; y al mismo instante los incendió,
con la presteza que si fueran de pólvora; atravesó este globo el pórti-
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co, distancia de ciento y veinte y ocho pies; desde los tejados del
convento y los del colegio subieron otros globos de fuego y entraron
por las ventanas de las torres de las campanas y campanillas; la dis-
tancia de los caballetes de los tejados a las ventanas referidas es de
cien pies; prendió el fuego en los maderamientos y en una hora los
redujo a pavesa y derritió las campanas. ¡Caso nunca oído! Por cuya
causa y otros accidentes, todos juzgan que fue obra sobrenatural.
El fuego iba obrando por los cuartos bajos y a los impulsos violentos
del aire y su perseverancia, parecía que todo lo había de consumir.
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Son tantas las cosas que refieren, que hay entre ellas muchas mara-
villas de la piedad divina. Aquí me juró fray Victoriano, colegial, hi-
jo de la casa de Zaragoza, que vió en el pórtico dos campanas que
cada una tenía este rótulo: Regnante Carolo II, anno 1666; y que en-
tre unos tabiques se hallaron tantas cerraduras, que las aprecian en
medio millón, y, tan pulidas y bruñidas, que se equivocan con la pla-
ta y sus llaves de relevante primor, y cada una cubierta con un papel
y sobrescrito para dónde es y para qué puerta; y dice que no había
noticia de tales cerraduras, ni tampoco de que haya habido campane-
ros ni moldes ni fundición de campanas en el reino del rey nuestro
señor (que Dios guarde) y el fuego perdonó aquellos papeles; obras
son de sus incomprensibles y justísimos juicios.
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Fueron mucho peores las consecuencias para las letras que para
las artes. La razón principal fue que las bóvedas defendieron a los lo-
cales que cobijaban. De tal modo que no sólo aislaron del fuego, si-
no que aguantaron el enorme peso de las numerosas vigas a medio
quemar y los escombros que cayeron sobre ellas. De lo contrario, el
desastre para las artes hubiera sido muy amargo e irreparable.
Hay que tener en cuenta que la mayor parte de los cuadros de
calidad estaban en el piso bajo del monasterio, y más exactamente en
la parte que llamaron el convento. Así, las pinturas que donó Felipe
II, sobre todo ticianos, acrecentadas con las que Felipe IV regaló en
diversas ocasiones, casi todas de firmas muy estimables, a las que el
propio Velázquez había colocado con su buen gusto estético por las
amplias galerías del entresuelo, como fueron la sacristía, antesacris-
tía, salas capitulares, iglesia vieja, Sala de la Trinidad, etc.; de modo
que esta medida previsora salvó a la mayoría de estas excelentes pin-
turas del desastre. Pero hay que advertir, que se perdieron en canti-
dad más que las que se salvaron, ya que quedaron destruidas casi to-
das las que pendían en los claustros menores, celdas, biblioteca de
manuscritos, Sala de Capas, parte del claustro alto del convento,
igualmente todo el colegio y muchas habitaciones del palacio; todos
estos lugares estaban decorados con cuadros que pendían de sus pa-
redes, en mayor o menor número, en general, como hemos dicho, no
de buenas firmas. Hoy día es imposible llegar a conocer el número
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que estaban próximos a este lugar, se lograron salvar de este fatal si-
niestro, entre ellos un precioso y artístico Corán.
También se abrasaron, juntamente con los códices, los numerosos
cuadros que pendían de las paredes, dos grandes faroles o fanales de
metal dorado de la nave capitana turca apresados en la batalla de Le-
panto; artísticos escritorios, como el llamado de San Pío V, toda la
estantería de pino de cinco órdenes, esferas armilares, globos celes-
tes y terrestres, mapas y diversos instrumentos matemáticos. Se per-
dió mucha parte del monetario, como un valioso siclo hebreo de pla-
ta que había regalado Arias Montano, algunos libros de los indios
mejicanos dibujados en escritura pictográfica, otros escritos en papi-
ro y hojas de palma, aunque se logró salvar, en su mayoría, una va-
liosa colección de libros chinos impresos en el siglo xvt, cuyas letras
y figuras van impresas sobre un finísimo papel de seda.
Una de las pérdidas más lamentables fue la obra completa del
médico toledano Francisco Hernández. En 1571 fue enviado por Fe-
lipe II a Méjico para que describiera la fauna, flora, minerales y cos-
tumbres de los indios mejicanos. Hernández trabajó intensamente,
llegando a componer dieciocho volúmenes, en los que se contenían
las figuras dibujadas de las plantas a todo color en diez volúmenes;
en otro, las imágenes de los animales; a estos once volúmenes seguí-
an otros cinco con descripciones de las plantas y animales; finalmen-
te completaba la obra otro volumen sobre la etnografía, costumbres,
trajes y lenguas de los primitivos aborígenes mejicanos; además,
compuso un apéndice con adiciones y clave para manejar toda la
obra. Cada tomo llevaba una portada que representaba un bello fron-
tispicio en colores hecho a pluma. El italiano Cassiano dal Pozo, que
los hojeó unos arios antes del incendio, decía: «No se puede imaginar
la exactitud y belleza de los colores con que están hechas todas las
imágenes de aquella obra.» Pues toda esta magnífica colección de
tanta importancia para las ciencias naturales, que tantos científicos
europeos habían andado tras ella para su estudio o publicación, pere-
ció completamente; no se salvó ni tan sólo un volumen que nos sir-
viera de muestra para admirar tan bella obra. «Todos perecieron —di-
ce el padre Santos— en la fatalidad del incendio.»
No podemos pasar por alto la colección de libros de dibujos y
grabados, que era un verdadero tesoro; se perdió gran parte de ella;
como los cartones de las pinturas al fresco de Lucas Cambiasso, un
gran libro en vitela que encerraba numerosos mapas, una descripción
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VI. CONCLUSIÓN
Espero haber dado una pequeña pero clara noción de lo que su-
puso este incendio y sus consecuencias en la arquitectura escurialen-
se posterior, y haber aportado un granito de arena para que este de-
sastroso acontecimiento se recuerde, ya que es importante, porque
pudo cambiar la historia del edificio de que hoy tratamos. Por limita-
ciones de espacio siento haber dejado aspectos sin tratar, y los trata-
dos, sin desarrollarlos más ampliamente, ésta es la razón por la que
añado una bibliografía orientativa para cualquiera que tenga interés
en el tema y quiera profundizar en algún aspecto concreto.
VII. BIBLIOGRAFÍA
ANDRÉS, G., El incendio del Monasterio de Escorial del año 1671. Sus con-
secuencias en las artes y las letras, Aula de Cultura, Madrid 1976, p. 5.
ANDRÉS, G., «Relación anónima del incendio del Monasterio del Escorial
en 1671.» Anales del Instituto de Estudios Madrileños, CSIC (Madrid
1970, Tomo VI) 79.
CABRILLANA, N., «La fundación del Monasterio del Escorial: Repercusio-
nes económicas y sociales». Anales del Instituto de Estudios Madrile-
ños. Tomo V (Madrid 1970) 377.
GRACIÁN. A., «descripción del Monasterio de San Lorenzo del Escorial».
Anales del Instituto de Estudios madrileños, CSIC (Madrid 1970, tomo
V) 55.
QUEVEDO, J., Historia del Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial
desde su origen y fundación hasta el presente, y descripción de las be-
llezas artísticas y literarias que contiene, ed. Hiperión, Madrid 1854, p.
120.
MoRIGui, P., «La descripción del Monasterio de El Escorial». Anales del
Instituto de Estudios Madrileños, CSIC (Madrid 1970, Tomo VI) 15.
SANTOS, F., Descripción breve del Monasterio de San Lorenzo el Real del
Escorial. Unica maravilla del Mundo, Imprenta Real, Madrid 1657.
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