You are on page 1of 26

El gran incendio de 1671 en el Monasterio

de San Lorenzo del Escorial y sus


repercusiones en la Arquitectura.

Luz María del Amo HORCA


Licenciada en Historia de Arte
Collado Mediano
Madrid

I. Introducción.
II. El incendio del monasterio en 1671.
III. La reconstrucción del edificio.
IV. Las pérdidas artísticas.
V. Las pérdidas literarias.
VI. Co. lusión.
VII. Bibliografía.
I. INTRODUCCIÓN

Es imposible, en un espacio tan reducido, dar una visión comple-


ta del desastroso incendio que casi acaba con el Monasterio del Es-
corial, porque aunque el monumento sufrió ocho incendios, el pri-
mero en 1577, en el que se destruye la Torre de la Botica, con los te-
lares que sostenían sus doce campanas; el siguiente fue el de 1671;
sesenta años más tarde se produce un nuevo incendio que destruye
parte del colegio; en 1744 se quema casi totalmente el edificio adya-
cente al Monasterio, llamado la Compaña; en 1763 se vuelve a que-
mar parte del colegio por un incendio originado en las habitaciones
superiores de Palacio; las fachadas de oriente y norte del Palacio
quedan destruidas por un nuevo incendio que se produce sobre las
habitaciones que acababa de dejar Fernando VII a su regreso a Ma-
drid en 1827; durante el reinado de don Amadeo de Saboya en 1872,
otro incendio brota en el colegio, por la caída de un rayo, que quemó,
además del colegio, la biblioteca alta; hasta el último en 1964. El de
1671 fue el peor y con los resultados más desastrosos, tanto para la
arquitectura como para las distintas colecciones artísticas. Por eso
creo que este incendio no puede pasarse por alto en un seminario so-
bre la arquitectura en el Real Monasterio, no solamente por la reper-
cusión artística que tuvo, sino sobre todo porque tras este incendio,
la arquitectura estuvo a punto de cambiar totalmente en este edificio
si se hubiera seguido con las trazas tan novedosas presentadas en los
proyectos presentados y que, de hecho, se empezaron a realizar, si
esto hubiera continuado nos encontraríamos ante un edificio total-
mente distinto al original herreriano y por esto es tan importante es-
te incendio para el futuro arquitectónico del edificio y lo que me ha
empujado a escoger este tema, aunque tenga que ser de una forma re-
sumida y casi como un esbozo. Tenemos documentación y además
de gran calidad, ya que son fuentes directas y las podemos estudiar
bajo las descripciones de hombres escurialenses tan importantes co-
mo el Padre Santos en su Quarta parte de la historia de la Orden Je-

598 LUZ MARÍA DEL AMO HORGA

rónima, (de cuya obra han bebido todos los autores posteriores, ya
que se trata de un testigo de vista cualificado, dotado de un fino sen-
tido estético, además de ser una persona muy culta), El padre Xime-
nez en su Descripción del Real Monasterio de San Lorenzo de El Es-
corial, (ambos autores son referencias obligadas para cualquier estu-
dio escurialense), fray Juan de Toledo en sus Memorias y el Padre
José Quevedo en su Historia del Escorial. A todos estos autores an-
tiguos hay que añadir al Padre Gregorio de Andrés, que tras profun-
dizar en el tema en todas las obras de sus antecesores y recopiló todo
lo referido al incendio de 1671, haciendo una exposición clave para
su estudio y sus repercusiones posteriores.
Muchas cosas se me quedan en el tintero, pero debido a la escasez
de espacio sólo nos podemos centrar en la repercusión posterior ar-
quitectónica, viéndome obligada a no extenderme sobre las pérdidas
artísticas y literarias, que fueron grandes, debido a la amplia colec-
ción que albergaba el monasterio, pero es necesario, por lo menos
una pequeña mención a estas colecciones.

II. INCENDIO DEL MONASTERIO EN 1671

Antes de emprender el estudio de la reconstrucción del edificio,


hay que ver cómo y por qué se produjo el incendio y cuales fueron
sus repercusiones sociales y económicas.
Son muchas las fuentes que nos narran cómo fue el incendio, pe-
ro quizá la mejor manera de contarlo sea referirnos a una fuente di-
recta de la época que, aunque breve, fue compuesta a los diez días de
empezar el fuego, cuando aún estaban humeantes los muros del Mo-
nasterio; el documento es anónimo, pero al final hay unas siglas o rú-
brica no descifrable; no obstante, puede ser que fuera su autor, el em-
bajador austríaco en Madrid durante los arios 1662 a 1674, Francisco
Eusebio Piitting, dando la noticia al emperador Leopoldo I, hermano
de la reina gobernadora Mariana de Austria; este documento se con-
serva en los folios 67-68 del ms. 8.135 de la Biblioteca Nacional de
Viena.
En cuanto al contenido de esta relación, es un resumen, como di-
ce su autor, basado en las cartas del prior y las noticias aportadas por
los curiosos viajeros que volvían del Escorial a Madrid, dando deta-
lles y pormenores del pavoroso incendio; mas espera enviar una re-
lación más detallada, cuando llegue el prior, Padre Sebastián de Uce-
EL GRAN INCENDIO DE 1671 EN EL MONASTERIO... 599

da, a Madrid para dar cuenta fidedigna a la reina del triste aconteci-
miento.
Después de una descripción general, pasa su autor a referir casos
curiosos acontecidos durante la catástrofe, con una tendencia a ver
en los hechos una inspiración sobrenatural, ya divina, ya demoníaca,
conforme a las ideas y supersticiones de la época.
Pasa por alto algunos hechos importantes, como la destrucción de
los códices árabes, más de dos mil, así como el hundimiento de la bi-
blioteca de los manuscritos, perdiéndose otros tantos, que tanta im-
portancia han tenido para la cultura y fue, a mi ver, el mayor daño,
irreparable, que sufrió la «Octava Maravilla», juntamente con la pér-
dida de algunas valiosas pinturas.

«Madrid y junio a 17 de 1671. Breve relación del infeliz suceso del


incendio de la maravilla celebrada por todo el inundo, ajustada con
la verdad, según las cartas del prior de San Lorenzo el Real y otras
noticias de los muchos de esta corte que han ido y venido de allá; de
lo cual por ahora y en el Interim de la relación ajustada, que traerá
el prior para su Majestad, escribo estas noticias.

El Domingo pasado que se contaron 7 del corriente, a las tres horas


de la tarde, estando las comunidades del convento y colegio en el co-
ro empezando las vísperas de la festividad del santo rey San Fernan-
do, se oyeron voces: ¡Fuego, fuego!, salieron los religiosos y unidos
con la gente de la fábrica extinguieron el fuego, que se había encen-
dido en el cañón de la chimenea del colegio; los de la fábrica lo ase-
guraron, diciendo no había que dar cuidado.

Volvieron los religiosos al coro y al entonar el cántico del Magnifi-


cat, se repitieron las voces del fuego. En un instante se apoderaron
las llamas de todo aquel tejado; soplaba el aire tan recio e impetuoso
que avivaba las llamas. Desde el domingo antecedente perseveraba
aquel aire recio, que parece era contra el curso del tiempo la consti-
tución de aquellos días.

Luego al punto acudió toda la gente del real Sitio y los vecinos de la
villa de El Escorial y estos trajeron la imagen milagrosa de Nuestra
Señora de la Herrería, y la pusieron en medio del pórtico; y entonces
voló un globo de fuego desde los tejados del colegio y dio en las pi-
zarras de los tejados del convento; y al mismo instante los incendió,
con la presteza que si fueran de pólvora; atravesó este globo el pórti-
600 LUZ MARÍA DEL AMO HORGA

co, distancia de ciento y veinte y ocho pies; desde los tejados del
convento y los del colegio subieron otros globos de fuego y entraron
por las ventanas de las torres de las campanas y campanillas; la dis-
tancia de los caballetes de los tejados a las ventanas referidas es de
cien pies; prendió el fuego en los maderamientos y en una hora los
redujo a pavesa y derritió las campanas. ¡Caso nunca oído! Por cuya
causa y otros accidentes, todos juzgan que fue obra sobrenatural.

No bastaban las fuerzas humanas; pues, aunque concurrió mucha


gente, el fuego con su voracidad, ayudado del aire que siempre se
ponía de su parte, causaba aquel estrago. Intentaron cortar por mu-
chas y diferentes partes, todo era en vano; porque, aunque la gente
tomaba distancias competentes y proporcionadas, el fuego los corta-
ba, pasando sobre ellos volcanes y globos.

Los religiosos y demás gente, atónitos del suceso, acudieron a librar


el Santísimo Sacramento del altar, las reliquias de los santos, los or-
namentos de la sacristía, las alhajas de oro y plata, pinturas ricas y lo
más precioso y lo consiguieron. Echaban agua y tierra en el fuego y
lo encendía más; y lo que más prevaleció fue tabicar cuantas puertas
y ventanas pudieron para impedir la correspondencia del aire.

De los lugares convecinos acudieron los alcaldes, a toda diligencia,


convocando cuanta gente pudieron; las villas de Robledo y Valde-
morillo se señalaron mucho en los oficios de la caridad cristiana, sir-
viendo a ambas Majestades con mucho valor; el marqués de Roble-
do fue prontamente con 400 hombres, y los Pedrazas, que son los
que pueden en aquel lugar, obraron mucho; obraba el fuego con tal
violencia y prontitud que en ocho horas abrasó los tejados del con-
vento y colegio y parte de los del palacio.

El lunes a las once escribió este suceso el prior a la Reina, nuestra


Señora (que Dios guarde por muchos y felices años); no faltó en pa-
lacio quien dio a Su Majestad aquella noche las malas nuevas y con
su regia piedad lo sintió; que el cariño a las augustísimas austríacas
cenizas y la noticia del culto divino de aquel santuario y cómo se re-
verencia a Dios en la tierra y como Su Majestad lo ha visto, no era
para menos.

El fuego iba obrando por los cuartos bajos y a los impulsos violentos
del aire y su perseverancia, parecía que todo lo había de consumir.
EL GRAN INCENDIO DE 1671 EN EL MONASTERIO... 601

De orden de su Majestad dispusieron el Duque del Infantado, ma-


yordomo mayor y su secretario, don Pedro Fernández, que fuese allá
Gaspar de la Peña, maestro mayor de las reales obras, y un apareja-
dor de las obras de palacio y otro del Retiro; los cuales condujeron
algún número de albañiles y de otros maestros de obras de esta corte
para cabos, que gobernasen a la gente por sus cuarteles, donde la ur-
gencia lo pidiese.

A este tiempo, de orden de Su Majestad, salieron dos galeras de mu-


niciones, no obstante que los religiosos de San Lorenzo, que, por
causa de los negocios, residen en esta corte, habían enviado cinco
acémilas cargadas de palas, azadones y espuertas, para descargar las
bóvedas, que con el mucho peso temieron que se hundiesen, pues
había caído mucha broza sobre ellas.

De orden también de Su Majestad el presidente de Castilla envió con


unas provisiones reales a don Martín de Badarán, alcalde de corte,
para conducir gente de seis leguas en contorno; esta prevención fue
del prior, y Su Majestad se sirvió de mandar se ejecutase; y esta dili-
gencia fue importantísima.

Se reservó la iglesia y el panteón y panteoncillo, sacristía, los capí-


tulos, el cuarto de Su Majestad, que cae detrás del altar mayor, las
galerías de Palacio y cuarto de las infantas, la torre de las Damas y la
de la Botica; y, para decirlo de una vez, se conservó cuanto tenía bó-
vedas. Es de notar que la iglesia por lo exterior y su tejado se vio
muchas veces inundada y cubierta de llamas y no emprendió el fue-
go en los tejados; hubo muchos globos de fuego dentro de la iglesia
y el daño fue abrasar los cordeles de las lámparas y no tocó en otras
cosas, perdonándolas y perdonando la sillería del coro, los órganos y
el facistol y cuanto allí había.

Se tiene por milagro que unos globos de fuego, habiendo entrado en


el trascoro hicieron el estrago de quitar el joarro de las paredes (esto
es, el pulimento del yeso o estuque de las paredes y bóvedas que cu-
bre aquella pieza), mas no tocó ni ofendió las pinturas de las sagra-
das imágenes, ni los libros del coro ni sus estantes, que son de ma-
dera, ni tocó en una puerta inmediata a las sillas del coro; no tuvo
permisión el demonio para aquello.
602 LUZ MARÍA DEL AMO HORGA

Fray Enrique Valverde cayó de lo alto de un claustro, y apenas hubo


caído cuando cayó sobre él gran cantidad de cascote y de tizones que
casi le cubrieron; corrieron a sacarle de allí y, todos los que le saca-
ron, le juzgaron muerto; mas le advirtieron luego sin lesión alguna y
prontamente volvió a cumplir con su obligación de pelear contra el
fuego con el ánimo que los demás.

La celda del siervo de Dios fray Antonio de Villacastín, aquel queri-


do del rey Don Felipe Segundo, cuya vida escribió en su historia el
P. Sigüenza, se conserva, como si no hubiera habido fuego en las cir-
cunvecinas, que se tiene a otra causa, siendo de la misma forma y
materia que las otras.

El Santo Cristo de la capilla del noviciado es de bulto, su materia es


de pasta de cartón, fue combatido del fuego por dos horas, quedó
ahumado y no consumido sino muy entero; el prior le llevó con lá-
grimas a la Compaña y es tenido en suma veneración; tampoco se
borraron los vestigios de las paredes de esta capilla, salpicadas de la
sangre de los siervos de Dios, que hacían allí sus ejercicios y peni-
tencias con disciplinas.

El retrato del venerable P. Fernando de Talavera, confesor que fue de


la señora reina Católica doña Isabel y primer arzobispo de Granada,
que estaba sobre la puerta de la celda del rector del colegio, habién-
dose quemado el cordelito que le sustentaba en el clavo, cayó; y, se-
pultado por dos días entre los tizones, le hallaron del modo que esta-
ba antes.

Son tantas las cosas que refieren, que hay entre ellas muchas mara-
villas de la piedad divina. Aquí me juró fray Victoriano, colegial, hi-
jo de la casa de Zaragoza, que vió en el pórtico dos campanas que
cada una tenía este rótulo: Regnante Carolo II, anno 1666; y que en-
tre unos tabiques se hallaron tantas cerraduras, que las aprecian en
medio millón, y, tan pulidas y bruñidas, que se equivocan con la pla-
ta y sus llaves de relevante primor, y cada una cubierta con un papel
y sobrescrito para dónde es y para qué puerta; y dice que no había
noticia de tales cerraduras, ni tampoco de que haya habido campane-
ros ni moldes ni fundición de campanas en el reino del rey nuestro
señor (que Dios guarde) y el fuego perdonó aquellos papeles; obras
son de sus incomprensibles y justísimos juicios.
EL GRAN INCENDIO DE 1671 EN EL MONASTERIO... 603

Mañana salen para allí mil espuertas de orden de Su Majestad, que


con católico y augustísimo zelo mira por la conservación de su san-
tuario con cuya atención piadosa pone olas a los ánimos de todos y
presto se reedificará y antes de lo que se juzga con el favor de Dios
y de la Reina nuestra señora.

Ahora se va limpiando y sacandó la broza; y dentro de muy pocos


días dejando las cosas en su lugar y el culto divino del modo que es-
taba. Vendrá el prior a los pies de Su Majestad y tomarán forma las
materias.

Esto es cuanto puedo decir por ahora.»


(Biblioteca Nacional de Viena. Cód. 8.135, ff. 67r.-68v.)

III. LA RECONSTRUCCIÓN DEL EDIFICIO

Vamos ahora a tratar lo que nos interesa en este simposium , que


es la reconstrucción del edificio y su repercusión en el tema arqui-
tectónico.
Extinguidos los últimos rescoldos del fuego a los quince días, la
primera operación que se acometió fue descombrar el edificio con
urgencia, ya que el peso del cascote amenazaba hundir las bóvedas;
pues sobre ellas habían caído todas las techumbres y solados de los
tres pisos superiores, al mismo tiempo que se debía ir escarbando y
seleccionando todos aquellos materiales que podrían ser útiles para
la reconstrucción, como ladrillos, hierros, plomos, clavos, rejas, me-
tales de campanas, etc., para este trabajo se contrataron más de mil
hombres de los pueblos colindantes por orden de la reina gobernado-
ra, Mariana de Austria.
Se envió al Escorial al maestro de obras reales, Gaspar de la Pe-
ña, para que hiciera un cálculo aproximado del coste de la reedifica-
ción del magno monumento, del que tan sólo quedaban descarnadas
paredes y ennegrecidos muros en su mayor parte. La tasación de la.
obra, grosso modo, fue de 800.000 ducados. Como el importe de la
edificación, según dice el padre Santos, fue de 5.800.000 ducados, se
deduce que fueron 5.000.000 de ducados los que quedaron en pie, a
pesar de que «el furor del incendio fue tan raro y de tanta duración
que podía acabar con un mundo entero».

604 LUZ MARÍA DEL AMO HORGA

La reina dispuso que se convocase junta de sus ministros reales


para determinar cómo distribuir y conseguir los recursos económicos
para la reedificación; al final fue la hacienda regia la que cargó con
el mayor peso de los gastos, a pesar de que algunos se oponían, ya
que afirmaban que las rentas del monasterio daban lo suficiente para
el reparo del edificio.
Se encargaron las nuevas trazas de reedificación al burgalés Gas-
par de la Peña, maestro de obras reales desde 1666, quien había tra-
bajado antiguamente para el conde-duque de Olivares, dejando di-
versas obras por Andalucía, especialmente en Córdoba, y en Madrid
la bóveda de la iglesia de la Almudena y el convento de las Merce-
darias o Góngoras.
Sus trazas cambiaban notablemente la forma exterior del monas-
terio, ya que suprimía los empinados empizarrados, sustituidos por
cubiertas ligeramente inclinadas y emplomadas, con corredores en
su contorno, rebajando la altura del edificio en más de tres metros.
Esta novedad de construcción, tan distinta de la herreriana, tenía su
razón de ser, debido a los incendios que habían asolado el monaste-
rio, pues todas las cubiertas planas emplomadas se habían librado del
fuego, como las de la iglesia, claustro principal, tejados anejos al pa-
tio del Palacio, etcétera; también es importante que por estas cubier-
tas casi planas se podía transitar fácilmente para acudir a cualquier
punto en caso de otro desastre de este género; añádase la ventaja de
suprimir parte del enorme vigamen que sostenía los casi verticales
empizarrados.
Los perjuicios que resultaban de esta nueva traza eran que quita-
ban un piso al edificio, el llamado del noviciado, y desaparecía la es-
tampa externa tan típica de la Octava Maravilla, con sus clásicos er-
guidos empizarrados, al mismo tiempo que las nieves y las aguas de
lluvia eran despedidas más lentamente que con las cubiertas empina-
das.
La nueva traza de Gaspar de la Peña se puso en ejecución inme-
diatamente, el 8 de julio de 1671, a un mes justo de iniciarse el in-
cendio, a pesar de la oposición que encontró en la mayoría de la co-
munidad, que deseaba ver su monasterio reconstruido en la forma y
estampa primitivas que tenía antes de la catástrofe. Pero el alarife se
sentía apoyado por algunos maestros de arquitectura y algunos mon-
jes de calidad, entre los cuales estaba el prior, padre Sebastián de
Uceda. En el otoño del mismo ario, 1671, se empezaron ya a ver los
EL GRAN INCENDIO DE 1671 EN EL MONASTERIO... 605

resultados de la traza ideada por el maestro real en la parte del me-


diodía del edificio, donde se trabajó hasta la entrada del invierno.
Fue tal la disonancia e inconvenientes del novedoso proyecto que
surgieron voces de oposición general a este plan, de modo que llega-
ron a oídos de la reina, Mariana de Austria, quien mandó detener in-
mediatamente las obras. Así que se paralizó la reedificación por más
de seis meses, convocándose en Madrid una junta de los más afama-
dos maestros de arquitectura para idear un nuevo proyecto para El
Escorial. En ella estuvieron presentes Bartolomé Sombigo, maestro
mayor del Arzobispado de Toledo; fray Lorenzo de San Nicolás, au-
tor de una notable obra sobre arquitectura; José de Sopeña, maestro
de obras de la Universidad de Alcalá; el jesuita hermano Francisco
Bautista, arquitecto del Colegio Imperial y edificio del noviciado, y
el propio Gaspar de la Peña.
Al fin después de muchos proyectos discutidos en esta reunión,
se adoptó el ideado y esbozado por el toledano Bartolomé Sombigo,
uno de los mejores alarifes que había entonces en España, quien ha-
bía trabajado en las obras del panteón escurialense en tiempo de Fe-
lipe IV, además de labrar, en 1631, cuatro artísticas mesas de jaspe
para la biblioteca laurentina. Rechazada completamente la traza de
Gaspar de la Peña, se devolvía al edificio su forma primitiva, casi
completamente la herreriana, quedando el interior del monasterio
más protegido de incendios con el artificio que Sombigo inventó de
bovedillas interiores. La altura de los empizarrados era la misma, pe-
ro algo más verticales de los planeados por Herrera, «para el mejor
despidiente de aguas y nieves».
Bajo las cubiertas construía bóvedas de cañón, que aislaban las
habitaciones del enorme maderamen que sostenía a los empizarra-
dos, para que, en caso de incendio, quedara aislado y no pasara al in-
terior del edificio. Para formar estas bovedillas, dispuso en lo alto de
los muros, en su cornisa, una pared de cal y ladrillo, que llamaron los
antiguos «bancos de albañilería», de algo más de un metro de alto,
sobre los cuales cargarían las armaduras, al mismo tiempo que las
habitaciones, llamadas camaranchones, quedaban más altas, dotadas
de estas bóvedas aislantes.
Así quedaban aisladas las cubiertas con sus enormes vigas y tije-
ras, pasto fácil de las llamas, evitando que se propagara el fuego al
interior, ya que la experiencia había mostrado en el anterior incendio
que los más eficaces obstáculos contra el avance de las llamas fueron

606 LUZ MARÍA DEL AMO HORGA

siempre las bóvedas. Este ingenioso artificio de las bovedillas fue la


parte más característica de la traza de Sombigo, dejando así más alta
la última planta del edificio, el noviciado; quedó menos airosa de co-
mo la construyó Juan de Herrera, ya que subieron en altura el infe-
rior, los camaranchones, robándosela al superior.
Uno de los inconvenientes de esta nueva estructura fue que la últi-
ma planta, cobijada bajo los empizarrados, quedó fuera de línea con
respecto a los pisos de las torres, a los cuales había que descender por
una escalera de unos ocho tramos, cuando en las trazas herrerianas es-
taban todos en el mismo plano. Las ventanas de los empizarrados
quedaron así fuera de línea con relación a las torres, desarmonía que
no ha sido corregida en la moderna reestructuración de los empizarra-
dos, ya que ha quedado dislocada la alineación del ventanaje.
Además de estas variaciones, con vistas a un futuro incendio, or-
denó Sombigo construir más escaleras que ascendieran hasta las cu-
biertas; levantó de trecho en trecho muros que sirvieran de cortafue-
gos, atarjeas llamaron los antiguos, prodigados en diversas salas,
corno el dormitorio de novicios, sala de capas, etcétera; se cubrieron
con cielos rasos de cañizo y yeso los techos de los claustros y habi-
taciones, que antes tenían las techumbres de madera al descubierto.
Verdad es que estos artesonados primitivos eran más estéticos y ar-
tísticos; finalmente, se mandó ensanchar, en toda su longitud la chi-
menea de la cocina del colegio, origen del desastroso incendio.
Aceptada esta nueva traza de Sombigo, con gran contento de la
comunidad, se puso manos a la obra, en octubre de 1672, a ario y me-
dio después del incendio, después de haber estado paralizada la reedi-
ficación unos diez meses. Mientras tanto se producían nuevos aconte-
cimientos que presagiaban buenos augurios para el Monasterio del
Escorial. Había sido nombrado un nuevo prior, el padre Marcos de
Herrera, varón muy apto para los tiempos difíciles que corrían, dota-
do de una gran energía y tenacidad, activo, celoso, con muy buenas
amistades en la Corte, hombre que se agigantaba con las oposiciones
y contratiempos que tantos tuvo que vencer en los arios de su priora-
to, y que nos los nana José de Quevedo y que ahora mencionaremos,
llevando a término la reedificación con un tesón admirable. Si la
construcción del Monasterio del Escorial tiene un nombre glorioso
dentro de la Orden jerónima, fray Antonio de Villacastín, la recons-
trucción cuenta con otro que fue por su dinamismo y empuje el alma
de la empresa, el padre Marcos de I-rérrera.
EL GRAN INCENDIO DE 1671 EN EL MONASTERIO... 607

Fray José de Quevedo nos narra, muy pormenorizadamente, la


batalla legal y moral entre el nuevo prior y los miembros de la Junta,
pero otra vez el tiempo y el espacio no nos permiten trasladar todas
las opiniones de este religioso del xix. El padre Marcos ganó, no sin
mucho esfuerzo, toda esta dura batalla gracias a que era un hombre
que no se rendía ante nada ni retrocedía ante las dificultades, y gra-
cias a su calma y aplomo consiguió que se aprobara el plan de Zum-
bigo, pero los partidarios de Peña aún instaban por sostener su plan,
y para quitarles toda esperanza, fray Marcos, sin tomar parecer de
nadie, marchó al convento y mandó derribar todo lo que se había he-
cho, sin consideración a que se habían gastado ya, más de 80.000 du-
cados. Pero todo esto no era bastante; faltaba vencer la dificultad
principal, que era la adquisición del dinero. Se propuso el prior que
se tomasen 450.000 ducados a censo, los 100.000 obligándose la Co-
munidad a pagarlos, para lo cual hipotecaría sus haciendas; con tal
que la casa Real se obligase a pagar los créditos anuales, y los otros
50.000 se pagasen de los productos de la dehesa de los Guadalupes,
destinada a la conservación de la fábrica desde su origen. Se aprobó
sin más dilación lo propuesto por el prior. Además se presentó a SS.
MM . y pidió licencin para tomar parte del dinero del censo y mar-
char al Escorial para dar principio a su reparación, suplicándoles al
mismo tiempo, que para finalizar todos los problemas se nombrase
una persona que fuese al monasterio, y en vista de los libros, docu-
mentos y cuentas fehacientes de sus ingresos y gastos, les informase,
y se pudiera resolver con justicia. Obtenida esta licencia partió para
el monasterio, llevando en su compañía al arquitecto Bartolomé
Zumbigo, y al aparejador Cristóbal Rodríguez, natural de Valdemo-
ro. Su primer cuidado fue reunir los materiales necesarios; la cal y
ladrillo se comenzó a fabricar en las inmediaciones del monasterio;
el yeso, en Valdemoro, en donde es famoso por su buena calidad, pa-
ra la madera, además de los pinares que tenía la casa, se tomó por
tres años el de San Martín de Valdeiglesias, y por quince el llamado
de la Garganta, perteneciente a la villa del Espinar. Compró también,
con dinero que le dió el rey, una numerosa carretería que constaba de
300 pares, para que los portes saliesen con mas economía; nombró
los oficiales que habían de cuidar de la obra, como son Veedor, Con-
tador y Sobrestante, y por Obrero y Pagador mayor puso al P. Fr.
Diego de Valdemoro.
Tomadas estas disposiciones en los primeros días del mes de oc-
tubre de 1672, se comenzó de nuevo la obra de reparación después
de tantos disgustos, luchas y dificultades. Al momento hizo formar
608 LUZ MARÍA DEL AMO HORGA

los pliegos de condiciones y anunció las subastas de las obras, en cu-


ya consecuencia acudieron maestros de todos los oficios, quedando
ajustado todo con la mayor escrupulosidad y economía. Como las
bóvedas mas preciosas y amenazadas eran las de las Salas Capitula-
res, la reedificación, según lo había mandado la Reina, comenzó por
el lienzo de Mediodía.
Mientras el prior veía con satisfacción que El Escorial se restituía
a su antigua perfección y grandeza, los señores de la Junta de repara-
ción que no habían echado en olvido su animosidad contra Fr. Mar-
cos de Herrera, propusieron a S. M. que para la averiguación de los
productos de las fincas que poseían los monjes, y saber si podían o
no costear la reedificación, enviase por comisionado a don Francisco
Marín de Rodezno, prior de Roncesvalles, caballero de la Orden de
Calatrava, y presidente que había sido de la Chancillería de Granada.
La Reina, con la mejor fe, creyendo que cumplía con los deseos del
prior, que así lo había pedido, y que persona tan autorizada cumpliría
la comisión con la justicia, prontitud y buena fe que era de desear, le
expidió al momento los reales despachos, con los que no tardó en
presentarse en El Escorial. Los monjes lo recibieron con señaladas
muestras de cariño y alegría, no sólo porque estaban seguros de la
justicia de su causa, sino también porque el aspecto venerable de un
hombre encallecido en tan honrosos destinos, sus palabras dulces, su
aparente moderación y las justificadas ideas que dejaba traslucir
cuando se hablaba del objeto de su comisión, les hacían presagiar un
resultado satisfactorio.
No tardaron mucho en desvanecerse estas halagüeñas esperanzas;
mando juntar la Comunidad en Capítulo, y su secretario, que era un
clérigo, notario apostólico, leyó en alta voz la real cédula de comi-
sión, en la que se le autorizaba para registrar los libros de hacienda y
rentas del convento; y los monjes la acataron y obedecieron como de-
bían. Manifestó luego que traía también unos despachos del nuncio
de Su Santidad dirigidos al mismo objeto, y que por lo tanto no había
necesidad de leerlos. Dio que sospechar al prior el que para un asunto
puramente administrativo se hubiese apelado a la autoridad del nun-
cio, y a nombre de la Comunidad intimó al secretario que los leyese
íntegros. Algún tanto se resistió el hipócrita comisionado, bajo el pre-
texto de que su contenido era el mismo que el de la real cédula; pero
esta misma resistencia aumentó la sospecha, y manteniéndose el prior
inflexible, el secretario tuvo que leerlos. Vieron entonces que además
de confirmarle en la comisión principal, lo autorizaba también el
EL GRAN INCENDIO DE 1671 EN EL MONASTERIO... 609

nuncio para reformar costumbres, castigar delitos, ya en el superior


ya en los súbditos, remover oficios y aun desterrar algunos monjes si
lo creía conveniente. Absorta quedó aquella Comunidad tan obser-
vante al oír las cláusulas contenidas en los poderes del nuncio, y no
pudo ocultar marcadísimas señales de enojo y descontento, que per-
cibidas por el astuto comisionado trató de sosegarlos diciendo que
aquellas cláusulas no podían tener aplicación sino contra los que se
opusiesen al contenido de la real cédula y ocultasen documentos ó li-
bros de cuentas. Calló la Comunidad por entonces, aunque la expli-
cación no satisfizo; pero el prior conoció que aquello era una perse-
cución contra él, un lazo que se le tendió, y un medio malicioso para
destruir, y desacreditar a los monjes. Apenas salió del Capítulo partió
a la Corte, donde puesto a los pies de la reina se quejó amargamente
de la injuria hecha a tan respetable corporación, que ningún motivo
había dado para aquel atropello; y no sólo consiguió la reformación
del breve, sino la declaración de S. M. de que había sido impetrado
sin su noticia, la del nuncio de que había sido engañado; y una real
orden para que por la Cámara de Castilla se expidiese una cédula
dándole al prior cumplida satisfacción de todo.
Casi al mismo tiempo se preparaba contra el prior otro ataque no
menos incómodo y terrible. El Veedor y Guarda mayor de los bos-
ques, en venganza de haber sido reprendidos por Fr. Marcos por que
se metían en lo que no era de su inspección, y altamente irritados
porque los había hecho mudar de las casas que ocupaban, presenta-
ron a una Junta que entonces había en palacio, denominada de obras
y bosques, un escrito en que decían falsamente que el prior y monjes
talaban los montes de su pertenencia, destruían la caza que los reyes
habían encargado reservar para su recreo y concedían licencias a
otros para que entrasen a cazar; añadiendo cuantas calumnias pudo
dictarles su resentimiento. Los hechos que citaban eran de todo pun-
to falsos, pero fueron acogidos por la junta de obras y bosques con
interés, y elevaron a S. M. una consulta suplicándola pusiese reme-
dio a los males que en aquel escrito se denunciaban, imitando al
prior y reprendiéndole ásperamente. La Junta de reparación, que vio
en esto un medio de salir con su intento y de hacer la guerra al prior,
que tanto les estorbaba, hizo cundir la voz de la destrucción de los
bosques y total aniquilamiento de la caza, con lo cual interesaron a
todos los tribunales y lograron, por fin, que fuese enviado un minis-
tro de justicia para que atajase males de tanta trascendencia.

610 LUZ MARÍA DEL AMO HORGA

Fue esta comisión encargada al cortejador de las Navas del Mar-


qués, llamado F. Astorga, que se presentó al momento en el monaste-
rio, y reunido el capítulo notificó los despachos y cédulas de que ve-
nía provisto. Las oyeron todos con respetuoso silencio, aunque con
indignación por verse tan atrozmente calumniados; sólo el enérgico
prior, levantándose, le dijo: Pongo sobre mi cabeza todo cuanto aca-
baís de notificarme como o difamado de mi Rey y señor natural, mas
en cuanto a su cumplimiento no hay lugar, porque hiere inmediata-
mente en las propiedades de esta Real casa, dadas en dote con car-
gas onerosas de las que estamos en pacífica posesión por mas de
cien arios confirmada a por diferentes bulas apostólicas. Le pareció
al juez que volverse con esta sola respuesta era quedar desairado, de-
jaba sin efecto su comisión, y entonces quiso apelar a la fuerza; pero
no bien había hecho ademán de levantar en alto la vara, cuando uno
de los monjes se arrojó sobre él, le quitó la vara, que rompió en me-
nudos trozos, y a empujones le lanzó fuera del Capítulo.
Corrido y avergonzado el corregidor de las Navas con la repulsa
y ultraje sufrido, dio cuenta al presidente del Consejo de Castilla,
que lo era entonces el conde de Villaumbrosa, quejándose amarga-
mente de la injuria irrogada a su persona y del atroz atentado come-
tido contra su dignidad. Creyó el presidente que el caso era muy gra-
ve, y elevó consulta a S. M. para que al momento fuese al Escorial
un alcalde de casa y corte, con amplias y omnímodas facultades, no
sólo para hacer cumplir las órdenes que había llevado Astorga, sino
también para formar causa y castigar debidamente a los que con tan-
to atrevimiento habían desobedecido las órdenes de S. M., ultraján-
dola en su ministro de justicia.
Ya la reina había nombrado, al efecto, al licenciado don Bernardi-
no de Valdés, alcalde de casa y corte, cuando se echó á sus reales
pies el infatigable prior, y como siempre que lo hacia, sus palabras
llenas de celo y verdad convencieron a la reina: la comisión y nom-
bramiento fueron revocados, y la causa del monje que había roto la
vara al Corregidor y ultrajado la justicia, fue cometida al mismo Fr.
Marcos, a quien competía como prior. Él castigó, efectivamente al
monje que había roto la vara, pero teniendo en consideración su celo
por el monasterio, que era el que lo había impulsado a excederse.
Como las cosas habían pasado tan adelante, como habían tomado
una parte tan activa en este asunto la Junta de obras y bosques, la de
reparación y algunos tribunales, el prior no pudo desvanecerse com-
pletamente, y la reina encomendó a don Francisco Marín de Rodez-
EL GRAN INCENDIO DE 1671 EN EL MONASTERIO... 611

no esta averiguación sobre los bosques, pero advirtiéndole que, sin


meterse en más, formulase su dictamen, al mismo tiempo que averi-
guaba lo de las rentas.
Los émulos del prior y enemigos de la Comunidad, que tan com-
pletamente derrotados salían de todos sus ataques, redoblaron sus es-
fuerzos por medio de Rodezno, que era hombre muy a propósito pa-
ra embrollos. Éste, ocultamente, enviaba a las Juntas siniestros infor-
mes; y su comisión, que hubiera podido evacuarse en muy pocos dí-
as, porque los libros y cuentas de la Comunidad estaban muy claros
e inteligibles, jamás se acababa, porque cada día formaba un nuevo
enredo. Entre tanto, la Junta de reparación se negaba a dar dinero; la
mayor parte de los obreros se marchaban porque no había fondos pa-
ra pagarles y la reedificación caminaba con una lentitud de malísi-
mos resultados. Para añadir un nuevo obstáculo, la Junta de repara-
ción envió a Rodezno una real cédula en la que le nombraba inter-
ventor de la obra, para que pudiese más a su sabor fiscalizar y desa-
creditar a Fr. Marcos; de modo que este digno prelado se veía com-
batido por todas partes, y ni aun su vida privada estuvo a salvo de la
maledicencia y encono de sus enemigos. Mas él, inmóvil como la ro-
ca combatida por las olas, sufría con evangélica resignación cuanto
tocaba a su persona, pero sostenía con valor, sagacidad y talento lo
que al honor de la Comunidad cumplía, o a la reedificación podía ser
de alguna utilidad.
Cansado el prior de tan mala fe, de tantas y tan maliciosas dila-
ciones, convencido de que el hipócrita y mal intencionado Rodezno
no intentaría más que males, y que aquel asunto jamás se vería ter-
minado, tomó los libros de hacienda y cuentas originales de la Co-
munidad y se presentó con ellos a la reina gobernadora, haciendo en
su presencia una demostración tan palpable de todo, que S. M. man-
dó al instante a don Francisco Marín de Rodezno que cesase de todo
punto en las comisiones que le estaban cometidas, y después envió
un Real despacho a la Junta de reparación, en la que la encargaba so-
licitase medios para la obra del templo, palacio y monasterio sin dis-
tinción; añadiéndoles que éste era punto en que no se podía errar, y
que al prior se le diesen las órdenes y libramientos necesarios para
sacar dinero del arca, de cuya inversión diese cuenta cada quince
días o cada mes; y que el cumplimiento de estas disposiciones no se
detuviese ni un momento, para que pudiesen acabarse, o al menos
adelantarse mucho los cubiertos que faltaban antes que entrase el in-

612 LUZ MARÍA DEL AMO HORGA

vierno. No tuvieron, pues, más arbitrio que obedecer y entregar al


prior los libramientos.
Una vez tratados, brevemente, todos los problemas que tuvo el
prior, y después de ver cómo se solventaron, volvamos a la recons-
trucción en sí. Se iniciaron las obras de la reconstrucción en los pri-
meros días de octubre de 1672. Se empezó la labor por la parte de la
fachada del mediodía, para evitar que las humedades traspasaran las
bóvedas que cubren las salas capitulares y dañaran sus pinturas al
fresco, que habían comenzado ya a deteriorarse. Luego se continuó
por los tejados que cubren el dormitorio de novicios y sala de capas,
que más tarde se abovedaron con esbeltas bóvedas.
Al mismo tiempo se trabajaba en empizarrar la fachada de orien-
te en la parte del palacio, para prevenir murmuraciones: que los
monjes se preocupaban tan sólo de sus alojamientos; como el invier-
no se echaba encima, tuvieron que darse la mayor prisa posible en
los trabajos, ya que una vez que se entró en él se estancaron las obras
a causa de lo penoso de faenar a lo largo de esta cruda temporada a
tales alturas.
En agosto de 1673 volvieron a reanudarse, con mucho entusias-
mo, las obras paralizadas por más de medio año. Así que, como dice
el padre Santos, «volvieron luego los maestros y oficiales a sus des-
tajos, los albañiles a proseguir los bancos, los carpinteros a levantar
las armaduras, los pizarreros a empizarrarlas, unos y otros asistidos
de muchos peones que sorteaban y administraban los materiales cal,
yeso, ladrillo, agua, maderas, tablas, pizarras, clavos, plomos, barro-
nes, abrazaderas y lo demás que era menester para ir cubriendo el
edificio».
En esta segunda reanudación se rehicieron las cubiertas de toda la
fachada de oriente con la Torre del Prior, que pereció en el incendio;
lo mismo en la fachada norte, se levantaron sus cubiertas y la torre
del colegio con sus chapiteles y agujas; como también todos los
claustros menores, tanto del convento como del colegio, que se iban
alzando las armaduras y empizarrando, aunque esta última operación
era más lenta por escasez de material de las canteras de pizarra de
Bernaldos. Sin embargo, por sugerencia del padre Santos, se modifi-
caron las formas de las dos torres de las lucernas, que antes tenían
ochavados sus capiteles, poniendo ahora cornisamento a mitad de su
altura, erizadas las agujas «con muy buena gracia».
EL GRAN INCENDIO DE 1671 EN EL MONASTERIO... 613

Se volvieron a rehacer el interior de las dos torres de campanas,


labrándose sus escaleras, cuartos y telares; se subieron en noviembre
de 1673 las primeras campanas del fabordón y del reloj, y luego to-
das las demás; más tarde se instaló un artificioso reloj, con gran va-
riedad de ruedas, hecho por un célebre relojero italiano que trabaja-
ba en el Palacio Real, Francisco Filippini, quien fue, diez años más
tarde, el autor de las decoraciones en bronce del altar de la Sagrada
Forma.
A finales del ario de 1673 se esperaba haber terminado toda la te-
chumbre del enorme edificio, pero faltó el dinero, que, como dice el
padre Santos, «es como faltar la sangre al cuerpo». Por lo cual se pa-
ralizaron de nuevo durante el invierno estas obras.
La maledicencia fomentada por la envidia propagó por Madrid
que los muros del edificio tenían mucha desviación y desplome, a
causa del peso y empuje de las bóvedas; por consiguiente, tarde o
temprano vendría su ruina. Ante tales rumores se enviaron al Esco-
rial, en marzo de 1674, al maestro mayor gaspar de la peña con algu-
nos otros alarifes para reconocer lo edificado y tantear la obra; que-
daron satisfechos de la fortaleza de lo construido, que, como dice un
autor, «aunque se cargase otro Escorial sobre el que está edificado
podría sustentarle con seguridad». No obstante, para dar más firme-
za a la obra, ordenaron que se atravesaran barrotes de hierro que su-
jetaran los muros y asegurasen más su verticalidad, en especial sobre
las salas capitulares y sacristía.
Durante los primeros meses de 1674 se trabajó intensamente en la
reparación del palacio, ya que se había anunciado que en el verano
vendría el rey con la corte; pero tal esperado evento no sucedió, ya
que temieron que podría hacerle daño la humedad de las obras recién
terminadas. En el otoño se había acabado de reedificar el palacio.
Se recibió por este tiempo un maravilloso órgano de treinta y dos
campanas, ingenio hecho en Flandes por el artífice Melchor de Haze,
a instancias del gobernador marqués de Monterrey, Juan Domingo
de Haro y Guzmán. Se transportó por mar desde Bruselas a San Se-
bastián, y de aquí, con carretas dirigidas por el jerónimo fray Martín
de Esparza, al Escorial; colocadas en su lugar, llenaron de gozo y
alegría a la Comunidad y laborantes al oír los bajos y tenores, tiples
y contraltos, etc., tan bien acordados y templados, sonando con tal
armonía, que no envidiaba al anterior carillón perdido, también de
procedencia flamenca.
614 LUZ MARÍA DEL AMO HORGA

Por estos meses se comenzaron ya a construir las celdas para los


monjes, con sus bovedillas o cielos rasos, según las plantas, para evi-
tar las techumbres llamadas de madera saetinada, que, al descubier-
to, ofrecían continuamente la ocasión de originar un incendio. Se pu-
so por todo el monasterio un rodapié de azulejos de Talavera, que lla-
man de cordoncillo, que, a veces, si la celda era de calidad, podría
llegar a tener más de un metro de caída de friso, quedando espléndi-
damente decoradas con estos bellos alizares.
En 1675 se celebró en Lupiana (Guadalajara) el Capítulo General
de la Orden jerónima, donde se honró al benemérito padre Marcos de
Herrera, eligiéndole la reina madre y el nuncio como presidente del
mismo. Se le reeligió Prior del Escorial por otros tres arios, como un
reconocimiento público de la Orden a los grandes méritos y servicios
prestados en las gestiones que había llevado a cabo, con una energía
admirable, en la reedificación del monasterio escurialense.
Volvió a su casa con nuevos bríos confirmado en su cargo, aun-
que no quedaron tan satisfechos sus opositores, tanto los que desde
sus posiciones políticas habían obstaculizado su labor como algunos
dentro de su Orden, problema que vamos arrastrando en todo el de-
sarrollo de la reconstrucción.
Se comenzaron ya a habitar en este ario de 1675 las celdas del
claustro principal y al mismo tiempo el noviciado, que ocupaba la
planta más alta de la fachada del mediodía, aunque más reducido, se-
gún las nuevas trazas, pero acogedor y confortable, con sus puertas,
ventanas y mobiliario nuevos, en consonancia con las paredes recién
enlucidas. El prior reelegido estrenó nueva celda prioral, decorada
con una esbelta bóveda, de cuya clave pendía un florón dorado; las
paredes, con altas caídas de azulejos de Cordoncillo; además, el pavi-
mento estaba ornamentado con una gran flor en azulejos y baldosi-
nes de diversos colores; a la vez que de sus muros pendía una exce-
lente colección de cuadros de las mejores firmas.
Se trabajó intensamente desde el ario 1676 a 1679, en que se aca-
bó la reedificación de este grandioso monumento de tan enormes
proporciones, con más de trescientas celdas, más de mil puertas y
unas tres mil ventanas, lo cual supuso un esfuerzo colosal para de-
volverle su estado primitivo de tanta magnificencia, quedando, se-
gún el parecer del padre Santos, «con mucha más perfección que an-
tes tenía».
EL GRAN INCENDIO DE 1671 EN EL MONASTERIO... 615

En el otoño de 1676 hacía su primera entrada en El Escorial Car-


los II, ya que estaba completamente restaurado el Palacio, sin peligro
de humedades. Durante los cuarenta días de su estancia hubo gran-
des regocijos, con corridas de toros y novilladas, clamorosas cacerí-
as, caza de ánades en el estanque de la huerta y se botaron lujosas
góndolas en los espaciosos lagos de la Fresneda.
Así continuó viniendo el monarca en los otoños de los siguientes
años, hasta 1679, en que se dio por terminada la obra de la reedifica-
ción del Monasterio del Escorial. Pero un ario antes, 1678, terminó
también el priorato de fray Marcos de Herrera, quien dirigió prácti-
camente toda la obra de la reconstrucción, en la que se gastaron
850.000 ducados, un poco más de lo que había previsto el maestro de
obras reales, Gaspar de la Peña.

IV. LAS PÉRDIDAS ARTÍSTICAS

Fueron mucho peores las consecuencias para las letras que para
las artes. La razón principal fue que las bóvedas defendieron a los lo-
cales que cobijaban. De tal modo que no sólo aislaron del fuego, si-
no que aguantaron el enorme peso de las numerosas vigas a medio
quemar y los escombros que cayeron sobre ellas. De lo contrario, el
desastre para las artes hubiera sido muy amargo e irreparable.
Hay que tener en cuenta que la mayor parte de los cuadros de
calidad estaban en el piso bajo del monasterio, y más exactamente en
la parte que llamaron el convento. Así, las pinturas que donó Felipe
II, sobre todo ticianos, acrecentadas con las que Felipe IV regaló en
diversas ocasiones, casi todas de firmas muy estimables, a las que el
propio Velázquez había colocado con su buen gusto estético por las
amplias galerías del entresuelo, como fueron la sacristía, antesacris-
tía, salas capitulares, iglesia vieja, Sala de la Trinidad, etc.; de modo
que esta medida previsora salvó a la mayoría de estas excelentes pin-
turas del desastre. Pero hay que advertir, que se perdieron en canti-
dad más que las que se salvaron, ya que quedaron destruidas casi to-
das las que pendían en los claustros menores, celdas, biblioteca de
manuscritos, Sala de Capas, parte del claustro alto del convento,
igualmente todo el colegio y muchas habitaciones del palacio; todos
estos lugares estaban decorados con cuadros que pendían de sus pa-
redes, en mayor o menor número, en general, como hemos dicho, no
de buenas firmas. Hoy día es imposible llegar a conocer el número

616 LUZ MARÍA DEL AMO HORGA

de todas las pinturas perdidas, dado que estos lienzos, al no ser de


mucha calidad, no los reseñan los documentos escurialenses, aunque
están descritos, en general, en las entregas de Felipe II.
Así como las pérdidas en el campo literario fueron muy graves y
no han sido reparadas con nuevos fondos en los siglos posteriores, en
la parte artística hubo después del incendio, hasta finales del siglo
xv11 tales aumentos, que superaron mucho en calidad las mermas de
tan deplorable infortunio. Tanto Mariana de Austria como su hijo,
Carlos II, fueron muy generosos en la decoración y ornato del mo-
nasterio y palacio a finales del siglo xvii.
A su mecenazgo se debe que Lucas Jordán decorara las bóvedas
ennegrecidas con pinturas al fresco tan efectistas. Adornaron el pa-
lacio con valiosas pinturas de Ribera, Guido Reni, Zurbarán, Tinto-
retto, Palma el Joven, Veronés, el Guercino, Lucas Jordán, etc.
También envió Carlos II a su pintor de cámara, Juan Carreño de
Miranda, para que colocara lo más estéticamente la colección de
cuadros por las galerías del palacio. Así lo corrobora el padre Santos,
«mandó traer también muchas pinturas originales de excelentes artí-
fices, que presentaron a su Majestad el príncipe de Astillano, el almi-
rante de Castilla y el marqués de Astorga, con que adornó en palacio
un salón de su cuarto real (que había comenzado a componer la reina
con unas pinturas que había ofrecido el nuncio) y otros aposentos del
mismo palacio, dándoles majestuosa grandeza». El número de estos
cuadros, donación de Carlos II, se aproximaron a unos cincuenta,
que superaron si no en número, sí en calidad a los desaparecidos en
el incendio.

VI. LAS PÉRDIDAS LITERARIAS

Las consecuencias más desastrosas del incendio de 1671 fueron


para las letras, ya que éstas fueron irremediables para la cultura. El
fuego se cebó en numerosas pinturas de calidad inferior, en general.
En las letras no hubo distinciones; quedaron reducidos a pavesas có-
dices de extraordinario valor, tanto por su texto como por su antigüe-
dad y calidad artística, al lado de otros manuscritos ordinarios. Las
pérdidas llegaron a las dos terceras partes del fondo manuscrito. Sin
embargo, los libros impresos apenas sufrieron detrimento alguno. De
las tres bibliotecas, la impresa, la de libros prohibidos y repetidos, y
EL GRAN INCENDIO DE 1671 EN EL MONASTERIO... 617

la manuscrita, ésta fue la única que sufrió el devastador incendio.


Veamos ahora los acontecimientos.
Los jerónimos, en las primeras horas del incendio, pensaron que
las llamas desde el colegio no lograrían saltar el Patio de Reyes, por
lo cual las bibliotecas, que estaban del otro lado, no estaban en peli-
gro. Pues los gruesos muros y robustas bóvedas serían un insalvable
obstáculo al paso de las llamas. La biblioteca principal, llamada de
los frescos, donde tan sólo se guardaban libros impresos, como hasta
hoy día, estuvo a punto de perecer. Sus puertas de ambos lados, del
colegio y monasterio, en el caso de incendio, sirvieron para introdu-
cir el fuego, al.prenderse sus maderas. Mientras estuvo ardiendo el
colegio, los obreros lograron levantar un muro de ladrillo en la puer-
ta del lado del colegio que impidió el paso del fuego al interior de la
biblioteca.
La narración de la defensa de la otra puerta de la parte del con-
vento, según lo cuenta el padre Santos, nos da la impresión de que
asistimos a la heroica lucha de asaltantes y defensores de un castillo
medieval. Estuvieron durante dos días y dos noches un grupo de
hombres protegiendo la puerta del pavoroso avance de las llamas.
Pero en un momento de descuido llegó a prenderse la portada, que
era de maderas nobles, pasando el fuego a las puertas interiores y al
primer estante, precisamente cuando no había nadie en el interior de
la biblioteca, pero el peligro era tal que unos valientes personajes
tras subir desde la lonja ayudados por cuerdas y protegidos por col-
chones húmedos, se lanzaron al interior para salvar la estancia de las
llamas tabicando la puerta. Más tarde se repararon los estantes lami-
dos por el fuego, y en la reconstrucción se volvió a labrar una bella
portada que suplantó a la que ejecutó Martín de Gamboa en 1598.
No tuvo igual fortuna el salón de manuscritos. No ocupaba el
mismo lugar del que hoy día guarda los códices en una pieza above-
dada del entresuelo. La biblioteca de manuscritos entonces estaba en
una gran sala que se extendía desde el Patio de Reyes hasta la lucer-
na del convento. Este nuevo salón destinado a contener códices no
tenía esta función en la época fundacional, sino que había sido adap-
tado, ampliando la primitiva biblioteca de manuscritos en 1614 por
el padre Lucas de Alaejos, para dar cabida a los casi cuatro mil códi-
ces árabes que habían ingresado tres arios antes, los intentaron salvar
sacándolos y protegiéndolos con los gruesos muros, pero tras la des-
trucción posterior.de la Sala de Capas cayeron las cenizas sobre los
libros que ardieron por completo. Otra parte de manuscritos árabes,
LUZ MARÍA DEL AMO HORCA
618

que estaban próximos a este lugar, se lograron salvar de este fatal si-
niestro, entre ellos un precioso y artístico Corán.
También se abrasaron, juntamente con los códices, los numerosos
cuadros que pendían de las paredes, dos grandes faroles o fanales de
metal dorado de la nave capitana turca apresados en la batalla de Le-
panto; artísticos escritorios, como el llamado de San Pío V, toda la
estantería de pino de cinco órdenes, esferas armilares, globos celes-
tes y terrestres, mapas y diversos instrumentos matemáticos. Se per-
dió mucha parte del monetario, como un valioso siclo hebreo de pla-
ta que había regalado Arias Montano, algunos libros de los indios
mejicanos dibujados en escritura pictográfica, otros escritos en papi-
ro y hojas de palma, aunque se logró salvar, en su mayoría, una va-
liosa colección de libros chinos impresos en el siglo xvt, cuyas letras
y figuras van impresas sobre un finísimo papel de seda.
Una de las pérdidas más lamentables fue la obra completa del
médico toledano Francisco Hernández. En 1571 fue enviado por Fe-
lipe II a Méjico para que describiera la fauna, flora, minerales y cos-
tumbres de los indios mejicanos. Hernández trabajó intensamente,
llegando a componer dieciocho volúmenes, en los que se contenían
las figuras dibujadas de las plantas a todo color en diez volúmenes;
en otro, las imágenes de los animales; a estos once volúmenes seguí-
an otros cinco con descripciones de las plantas y animales; finalmen-
te completaba la obra otro volumen sobre la etnografía, costumbres,
trajes y lenguas de los primitivos aborígenes mejicanos; además,
compuso un apéndice con adiciones y clave para manejar toda la
obra. Cada tomo llevaba una portada que representaba un bello fron-
tispicio en colores hecho a pluma. El italiano Cassiano dal Pozo, que
los hojeó unos arios antes del incendio, decía: «No se puede imaginar
la exactitud y belleza de los colores con que están hechas todas las
imágenes de aquella obra.» Pues toda esta magnífica colección de
tanta importancia para las ciencias naturales, que tantos científicos
europeos habían andado tras ella para su estudio o publicación, pere-
ció completamente; no se salvó ni tan sólo un volumen que nos sir-
viera de muestra para admirar tan bella obra. «Todos perecieron —di-
ce el padre Santos— en la fatalidad del incendio.»
No podemos pasar por alto la colección de libros de dibujos y
grabados, que era un verdadero tesoro; se perdió gran parte de ella;
como los cartones de las pinturas al fresco de Lucas Cambiasso, un
gran libro en vitela que encerraba numerosos mapas, una descripción
EL GRAN INCENDIO DE 1671 EN EL MONASTERIO... 619

de Turquía, con figuras en un pergamino arrollado, o el mapa univer-


sal de mareas hecho por Alonso de Chaves en 1540, etc.
Se podía seguir reseñando las pérdidas de excelentes códices, que
ya son irreparables. Pues al contrario de lo que ocurrió con el tema
arquitectónico, ya que el edificio se reconstruyó exactamente igual
al de Felipe II; las consecuencias para las artes, y sobre todo en el
campo de las letras, son irremediables.

VI. CONCLUSIÓN

Espero haber dado una pequeña pero clara noción de lo que su-
puso este incendio y sus consecuencias en la arquitectura escurialen-
se posterior, y haber aportado un granito de arena para que este de-
sastroso acontecimiento se recuerde, ya que es importante, porque
pudo cambiar la historia del edificio de que hoy tratamos. Por limita-
ciones de espacio siento haber dejado aspectos sin tratar, y los trata-
dos, sin desarrollarlos más ampliamente, ésta es la razón por la que
añado una bibliografía orientativa para cualquiera que tenga interés
en el tema y quiera profundizar en algún aspecto concreto.

VII. BIBLIOGRAFÍA

ANDRÉS, G., El incendio del Monasterio de Escorial del año 1671. Sus con-
secuencias en las artes y las letras, Aula de Cultura, Madrid 1976, p. 5.
ANDRÉS, G., «Relación anónima del incendio del Monasterio del Escorial
en 1671.» Anales del Instituto de Estudios Madrileños, CSIC (Madrid
1970, Tomo VI) 79.
CABRILLANA, N., «La fundación del Monasterio del Escorial: Repercusio-
nes económicas y sociales». Anales del Instituto de Estudios Madrile-
ños. Tomo V (Madrid 1970) 377.
GRACIÁN. A., «descripción del Monasterio de San Lorenzo del Escorial».
Anales del Instituto de Estudios madrileños, CSIC (Madrid 1970, tomo
V) 55.
QUEVEDO, J., Historia del Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial
desde su origen y fundación hasta el presente, y descripción de las be-
llezas artísticas y literarias que contiene, ed. Hiperión, Madrid 1854, p.
120.
MoRIGui, P., «La descripción del Monasterio de El Escorial». Anales del
Instituto de Estudios Madrileños, CSIC (Madrid 1970, Tomo VI) 15.
SANTOS, F., Descripción breve del Monasterio de San Lorenzo el Real del
Escorial. Unica maravilla del Mundo, Imprenta Real, Madrid 1657.
620 LUZ MARÍA DEL AMO HORGA

SANTOS, E, Quarta parte de la historia de la orden de San Gerónimo, Ma-


drid 1680.
TOLEDO, J., Documentos para la Historia del Monasterio de San Lorenzo el
Real de El Escorial, Imprenta del Real Monasterio del Escorial, Madrid
1965, p. 69.
XIMÉNEZ, A., Descripción del Real Monasterio de San Lorenzo del Esco-
rial, su magnífico templo, panteón, y palacio, Imprenta de Antonio Ma-
rín, Madrid 1764, p. 208.

You might also like