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El universo en una metáfora: Aún más lejos en la nieve de Guennadi Aiguí

Por Julián Alejandro Lescano – Profesor y Licenciado en Letras (UBA)

La poesía de Guennadi Aiguí –nacido en 1934 en Shaimurzinó, República de Chuvasia, y fallecido


en 2006 en Moscú– es una perfecta demostración de la sentencia de Vladímir Nabókov: “el arte es
difícil”. Para el autor de Lolita, la buena literatura siempre es elaborada y compleja, condición que,
lejos de entrar en contradicción con la felicidad que proporciona, la potencia al infinito. En el caso
de Aiguí, este término (“infinito”) es particularmente apropiado, puesto que sus poemas, en su
brevedad y concisión, tienden en efecto a lo ilimitado; en su complejidad, encierran la más prístina
sencillez; hacen gala, en el zigzagueo de su verso libre y sus inesperados neologismos, de una
naturalidad y una pureza verbal que, tras el desconcierto del primer acercamiento, se revelan
súbitamente, como una epifanía.
La antología Aún más lejos en la nieve, que comprende los años 1966-2003 (y abarca por lo
tanto la casi totalidad de la obra de Aiguí) es la primera traducción en Argentina de la obra del poeta
chuvasio. Solo podemos agradecer la generosidad y la sensibilidad poética de Eugenio López
Arriazu, quien se ha encargado de traducir y editar los poemas, puesto que su labor ha hecho
posible al lector hispanohablante acceder al tesoro de una poesía única en una versión cuidada,
meticulosa, respetuosa del ritmo, los acentos y el estilo del original. El de Aiguí es un arte donde
todo es significativo, como puede observarse en su uso sumamente idiosincrático de las
mayúsculas, las cursivas, los espacios en blanco y los signos de puntuación (paréntesis, comillas,
rayas y guiones…), que tienen en sus versos un valor propio, que excede e incluso contraviene su
función gramatical. Es una poesía, además, donde la repetición es constructiva y va de la mano del
hallazgo: así, en “Paseo otoñal del hijo”, sorprendentes imágenes construidas por yuxtaposición,
como “Cáliz-Cerebro” y “ciudad-niebla”, se reiteran con ligeras variantes a lo largo del poema, se
entrelazan y se vuelven a separar, adquiriendo nuevos sentidos en cada aparición. Lo mismo sucede
a nivel “macro”, con la insistencia expresiva, a lo largo de toda la antología, en conceptos clave
como “floración”, “ausencia”, “dolor”, “blancura”, que contribuyen a construir el mundo poético
del autor.
La traducción de López Arriazu es fiel a todos estos matices, detalles, repeticiones y
creaciones verbales, de un modo que, por un lado, prodiga al lector la extrañeza y el asombro del
estilo aiguiano y, por otro, se acomoda a la eufonía esperable de la gran poesía:

y ningún abismo – sino golpes


de la nin-gu-ni-dad! y de dónde – la explosión? –
cuando en todo – alocal – pero en todo
sólo innombrabilidad y ausencia –

Pasajes como este –extraído del poema que da título a la antología–, que delatan la feliz
intervención del traductor, colman las páginas del libro. La belleza musical de esta poesía descansa
en gran parte en el modo en que Aiguí –como su admirado compatriota Velímir Jlébnikov, a quien
dedica un inolvidable poema–, al jugar y tensar los límites del lenguaje, apunta a aquello que no
puede ser dicho, al “pre-decir” (según la expresión del mismo autor). En su razonada introducción
al volumen, López Arriazu identifica esta búsqueda del arte de Aiguí con la aspiración a expresar el
silencio y la pureza de la naturaleza, anteriores al Verbo y, como lo expresa uno de los poemas del
libro, de una “profundidad (simple – como la vida) –”.
El tono íntimo, la economía expresiva y las temáticas comunes de los poemas dan cohesión
a la antología, pero esta unidad fundamental no excluye la diversidad. En su precisión y calma
melancolía, la poesía de Aiguí se aproxima en ocasiones al haiku:

esto
(puede ser)
el viento
inclina – el corazón tan
(para la muerte)
ligero

(“Jardín – Tristeza”)

En otras, tiende al aforismo:

Y las almas como velas, encendiéndose la una a la otra.

(“Pueblo como templo”)

Pero su arte abarca también la prosa poética, el monólogo dramático, el fragmento vagamente
narrativo e incluso el epitalamio (“A la boda de un amigo”). Del mismo modo, los temas
fundamentales de la ausencia, lo divino, el hombre y la naturaleza, se articulan en las más variadas
modulaciones, que incorporan las inquietudes sociales, la reflexión filosófica, el comentario
poético... El decurso de las páginas de la antología no depara, pues, monotonía alguna al lector,
sino, por el contrario, el placer de presenciar cómo una serie de temas y recursos rectores montan
una sinfonía fundada en la repetición con innumerables variaciones e inflexiones.
En definitiva, Aún más lejos en la nieve es no solo un aporte al justo reconocimiento de uno
de los grandes poetas de la época soviética y post-soviética, sino también, merced a la audacia y al
virtuosismo poético con que el traductor afronta –y supera– los graves desafíos impuestos por el
arte vanguardista y minimalista de Aiguí, una más que atendible contribución a la poesía
contemporánea en lengua castellana.

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