Professional Documents
Culture Documents
Al bajar por las escaleras vio a su madre con su bolsa para irse al trabajo y
vestida ya de uniforme. Trabajaba en una residencia de ancianos y todas
las mañanas debía acudir a atenderlos. Su madre la dio una breve sonrisa
y ella la dio dos besos y se despidió de ella.
Sus amigos no iban con ella al instituto, o bien eran mayores o más
pequeños y se sentía increíblemente sola, no la gustaba abrirse de buenas
a primeras a nadie y eso suponía para ella una traba social a la hora de
hacer amigos.
Las clases eran monótonas y bastante aburridas. Cada tres clases tenía un
recreo de unos 20 minutos que gastaba comiendo y a veces repasando
apuntes o comprando lo necesario para alguna asignatura, no se valía de
la compañía de nadie para hablar, no era necesario.
A las dos solía llegar a casa. Al llegar vio a su abuela, la madre de su padre,
que se iba ya después de haber estado acompañando a su padre durante
toda la mañana. Su madre llegaba justo un poco antes que ella y cuando
estaba su abuela no parecía tener alegría alguna en la cara. Despidió con
un seco adiós a su abuela y miró a su madre. No se llevaban bien y su
abuela simplemente mataba el tiempo en su casa cotilleando lo que podía
y soltando pestes de su madre a su padre, como de costumbre.
Cuando llegó llamo al timbre y oyó la voz de Isabel tras el telefonillo. Tras
decir que era ella, la puerta se abrió y subió las escaleras, ya que
básicamente en el piso de abajo mantenían la cochera, una cocina, un
baño y un patio con césped y piscina, sin olvidar claro una barbacoa de
ladrillo. Al llegar arriba vio ya a Lorena y a Kiko esperándola en silencio.
Les sonrió y ellos hicieron lo mismo, pero no la preguntaron, pensaban tal
vez que era mejor por un rato que ella olvidase su pesadumbre y lo que
tenía en casa.
Isabel cogió su abrigo y volvieron a bajar las escaleras, para luego salir de
la casa y montarse en el golf que tenía Kiko recién comprado ya que
acababa de conseguir el carnet.
Tras pasar un pequeño puente llegaron hasta los primeros terrenos del
bosque. No solo había bosque, también extenso terreno de dehesa donde
fácilmente podrían ver a los ciervos entre los escasos alcornoques y
encinas y bajo la luz de la luna. Empezaron a ver a los animales,
reduciendo lentamente la velocidad por si se les cruzaba alguno en
aquella pequeña carretera donde apenas cabían dos coches a la misma
altura.
Bajaron del coche al alumbrar con éste a una cierva y lo más silenciosos
que pudieron. La cierva que estaba acompañada de su cría, en cuanto los
sintió, salió a buen paso en un intento de alejarse de ellos y vieron por
donde se había ido, un camino de tierra y se miraron entre ellos,
sopesando la misma idea, pero sin querer decirlo abiertamente. Azahara
les miró sonriendo levemente y dijo:
El ser rio con una risa grave y su sonrisa torcida. Parecía ser un ser
hambriento y por un momento Zary pensó que ella iba a ser la suculenta
cena de ese ser.
Cuando lo tuvo apenas a un metro escaso, cerró los ojos para no ver su
final, pero escuchó un grito lastimero y los abrió para ver qué era lo que
había ocurrido. Al abrirlos, comprobó cómo el ser estaba en el suelo y con
las patitas de cabra moviéndose con un tic, como si tuviese miedo el ser o
bien intentase levantarse sin dar pie a ser capaz de ello.
- Ya llegamos
- Porqué solo me he cruzado contigo y no con más de tu pueblo?-
preguntó Zary curiosa y la Loba la sonrió levemente.
- Están vigilándonos desde que comenzamos a andar- murmuró la
chica morena y Zary sintió un escalofrío-. Nos escondemos entre la
maleza, tenemos la virtud de ser silenciosos. Además que hay más
criaturas viéndonos, pero los humanos inculcáis en ellos terror y no
se dejan ver con facilidad.
- No me lo creo- dijo Zary algo ceñuda-. Si nosotros tenemos terror a
criaturas desconocidas!
- Eso crees?- dijo la morena mirándola con seriedad-. Ellos os temen
más que vosotros a ellos. Hasta nosotros llegan rumores de que
cualquier criatura encontrada es sacrificada y velada como un
trofeo por los humanos. Sois crueles con lo que no conocéis.
- Yo no soy asi- dijo ella en un hilo de voz y la morena la sonrió
levemente.
Tras un momento o dos de silencio, llegaron hasta unos árboles
enormes y tras ellos, se dibujaba una explanada con un montón de
cabañas de piedra redonda y abrió la boca asombrada. Era como las
cabañas que construían los celtas antes de la invasión romana. Lo sabía
por las lecciones de historia que daba en clase.
Al poco salió Chantal y la hizo una seña para que entrase. Zary
obedeció y entró dentro de aquella construcción. Desde dentro parecía
más amplia de lo que parecía fuera. Había tapices en las paredes y
sentado en un trono de madera poco ornamentado había un hombre
con una capucha del mismo color marrón de su traje y del traje de los
pueblerinos. Sus ojos amarillos se centraron en ella y Zary tembló.
Parecía estar hurgando en su mente con solo mirarla tan fijamente y el
hombre terminó sonriendo de lado. Parecía ser anciano y sin duda
tenía porte de jefe.
Zary apartó la mirada del Jefe de aquel poblado y cerró los ojos.
Chantal la cogió del brazo cuando llegó hasta ella y la llevó casi a rastras
fuera de la cabaña aquella. La chica la miraba de reojo mientras Zary
parecía pensativa y con los ojos acuosos. Zary se percató que la llevaba a
la cabaña que estaba junto aquella grande y entraron por la puertecilla de
madera gruesa.
- Cómo has hecho eso?- preguntó curiosa Zary mirando con los ojos
abiertos lo que había hecho la chica.
- Puedo convocar fuego- murmuró la chica morena y se sentó junto a
ella-. Lamento que te tengas que quedar aquí, y lamento lo de tu
familia…
- Da igual, espero verlos mañana- murmuró ella seria
- Qué enfermedad tiene tu padre?- murmuró la loba mirando a la
chica algo ceñuda
- Es mortal- dijo Zary-. Se podría haber salvado, pero los médicos no
se arriesgan a operarlo y solo esperamos con tristeza el tiempo que
queda. Si hubiese alguna posibilidad de salvarlo…
- Dicen que hay un pueblo que tiene casi cura para todo, se llaman
los Silvanos y viven en los bosques del norte de esa tierra. Tal vez
podrían tener alguna cura para tu padre.
- Nada puede ayudarlo- dijo Zary derramando por fin las lágrimas que
luchaban por salir desde hacía ya un rato.
- Yo confío es que sí- dijo Chantal con una breve sonrisa-. Eres una
chica poco positiva, deberías sonreír más y ser más fuerte, sabes?
- Crees que si busco a los Silvanos habrá cura?
- Si- dijo Chantal sonriendo levemente-. conocen todo tipo de plantas
y sus propiedades además que dicen que con solo tocarte pueden
curarte cualquier dolor, digo yo que al menos podrán aliviar a tu
padre de su dolor.
- Tú sabes cómo llegar?- murmuró Zary curiosa y Chantal levantó los
hombros.
- Con un mapa podría, pero somos enemigos naturales- dijo la
morena con expresión sombría-. Vivimos en bosques y nos odiamos,
nosotros cazamos y ellos son más sutiles y solo se alimentan de
vegetales y sus potingues. Procuramos no cruzarnos en su camino,
nos ven como a animales.
- Pues no pareces un animal- dijo Zary arrugando la nariz-. Supongo
que siempre habrá rivalidades en todos los sentidos y en todas las
razas.
- Eres más inteligente de lo que los Brujos creen de los humanos
sabes? Tal vez la profecía del Zajoril sea cierta y tú seas la elegida, la
desaparición de tus amigos de todas formas es extraña y yo pienso
lo mismo que el viejo y tal vez los Brujos esperan algo de ti…
- Pero no entiendo… si creen que los humanos no son inteligentes
entonces porqué envían a una misión a una humana?
- No lo sé, tal vez ponerte a prueba, quien sabe…- dijo Chantal y se
levantó de su sitio.
Tras haber comido, Chantal la señaló una pequeña cama en el suelo, que
constaba básicamente de paja y una manta por encima, por lo que pudo
comprobar. Zary se echó y cerró los ojos intentando coger el sueño
mientras Chantal se sentaba junto a la hoguera y pulía su arma con una
piedra y parecía estar inmersa en sus pensamientos.
Pero no supo cuánto tiempo había dormido cuando sintió como era
zarandeada y se levantó con un ligero dolor de huesos al no estar
acostumbrada a ese tipo de cama. Junto a ella estaba el anciano Zajoril y
Chantal, la cual miraba al anciano con preocupación.
Sigue al sendero
De la Naturaleza
Donde los secretos escondidos
En la maleza están
Y al final de la aventura
Trece secretos encontrarás sin duda
- Creo que me he perdido- dijo Zary sin apartar la mirada del anciano.
Chantal asintió y sonrió a Zary, cosa contraria a Zary, que miraba con
terror en su mirada al anciano Zajoril y negaba sin podérselo creer.
- Sigues sin entender que eres una clave importante niña…- dijo el
anciano negando-. Mañana mismo te pondrás en marcha, creo que
Chantal sería una estupenda ayudante y guía, así mismo la he visto
en algunas imágenes en mi mente.
- Soy guerrera- dijo chantal-. Tengo que ayudar al pueblo, no sé si soy
la indicada, Zajoril.
- Lo eres, niña, lo eres- dijo el anciano poniéndose con algo de
dificultad en pie-. Al igual que lo es ella, y te aviso niña, que los
Brujos no te dejarán el camino libre…
- No quiero hacerlo- dijo Zary con los ojos llorosos-. Mi padre está
enfermo, en cualquier momento…
- Ni lo digas- dijo el anciano con la mirada entrecerrada y agarrando
su báculo-. Tenemos otra visión de lo que es el final de camino, me
parece, pero en mi mensaje has escuchado sobre los Silvanos, ellos
te darán la cura que necesitas, no tengo duda, no por ello son
hermanos de los vegetales.
- Es una tarea difícil para una humana- dijo Chantal mirando al Zajoril
- Es difícil, sí, pero no imposible, querida niña- dijo el anciano-. Y si
me disculpáis, he de avisar a tu padre Zarion el mensaje y vuestra
decisión.
La chica de ojos verdes la miró sin comprender y algo nerviosa por tener
un arma en las manos.
- Pues no hay otra…- murmuró Chantal-. Aun así llevaré dos arcos por
si te apetece aprender a tirar con arco y flechas de sobra.
Zary la miró con mirada entrecerrada. Había oído hablar de ese pueblo,
pero nada se sabía de ellos, nada de nada, se los había tragado la tierra un
buen día y solo se había encontrado escasos yacimientos sobre ellos y el
famoso tesoro de Aliseda. Pero eran humano como ella, no concebía la
idea de que realmente hubiese un pueblo escondido en lo más profundo
de Andalucía y el sur de Extremadura.
Zary resopló. Si pensaban recorrer todo el país desde luego iban a tardar
mucho en llegar a casa. Pero tenía que darse prisa y llegar antes de que en
su familia hubiese una tragedia. No quería hacer un camino en vano y que
la muerte de su padre la sorprendiese cuando llegase a casa.
Aquella noche Chantal sacó una saca de su bolsa de viaje e hizo una
especie de tienda de campaña, pero muy rudimentario y de cuero. Zary
negó ante la visión. Echaba de menos la modernidad. Ser como era
Chantal debía ser bastante difícil, sobre todo la forma de vida. La morena
la dio un caso para que se arropase y se dispuso a hacer una hoguera para
ahuyentar, según decía, a las posibles criaturas que se acercasen.
Zary tembló al recordar al bichejo feo que casi la atacó, con las patas de
cabra y bastante horrible y asintió y ayudó a recoger ramitas para hacer la
hoguera. Aunque la duda recorría su mente. Era raro que nadie las viese
en el transcurso de un paseo o vigilancia por aquellas tierras.
Durante el día habían saltado vallas de campos con dueños y muros de
pizarra y los animales ni se inmutaban ante la presencia de ambas chicas,
de igual manera los coches que pasaban por la carretera cercana a los
campos parecían no darse cuenta de que ellas estaban allí; porque no era
lógico ver a una chica normal junto a una chica morena, de ojos amarillos
y con pinta de ser casi india y con una vestimenta basada en el coser de
pieles de animales.
No sabía cuánto tiempo había estado andando. Llevaba desde hace días
las mismas rutinas, levantarse, andar, comer, volver a andar, cenar y
dormir. Había perdido la cuenta de los días que llevaban andando y estaba
sinceramente ya bastante agotada. Cuando se la acabaron los suministros,
Chantal se había dispuesto a cazar algún que otro jabalí o ciervo en su
paso hacia el sur, o bien pescando en riachuelos, pantanos o ríos.
Chantal parecía intentar darla siempre, pero por fortuna frenaba a escasos
milímetros de su cuello, o corazón o brazo. Acababa agotada de esas esas
sesiones y en una de ellas estaba ya enfadada y ceñuda mirando a una
tranquila Chantal riéndose de su esfuerzo.
Chantal asintió secamente y los hombres las dieron las espaldas para
andar hacia la dirección donde iban ellas. No tardó Zary en darse cuenta
que mientras andaban, aparecían cabezas de esos hombres o se movía la
maleza, y apostados andaban con sus armas desenvainadas por fuera de
ellas más de esos hombres. El hombre que las había hablado andaba
justamente delante de ellas y parecía no querer contactar comunicación
con ellas. Zary miró de reojo a Chantal y la Loba la miró de igual manera y
la sonrió levemente, dando a entender que no se tenía que preocupar por
nada.
Los guardias les hicieron pasar y continuaron esa rara procesión. Mientras
cruzaban hacia un puente que se veía a los lejos frente a ellas, vio como
las casas que había eran bastante antiguas y rudimentarias, hechas sobre
todo en las paredes de adobe, pizarra y piedra y los techos de paja o basto
ramaje. La gente que paseaba por aquellos lugares no parecía ser muy
rica, con sus ropas de lino o lana y bastas túnicas de color marrón o
grisáceo en su mayoría y el suelo era de arena o tierra.
Tuvo que hacerse a un lado cuando unos niños cruzaron riendo por su
lado con algo parecido a una pelota hecha al parecer y según veía, de tripa
de animal. Ojala la sociedad en la que vivía ella todavía supiesen lo que
era jugar en una calle con algo menos que una pelota en condiciones.
Pero aun así, no era ni parecido a los puestos que aún se exponían en su
pueblo los domingos. No había venta de pollos fritos recién hechos, ni
ropa barata, sino era increíble cómo se vendían gallinas y gallos que
profijaban un quejido cuando el dueño los agarraba con las manos y se lo
ofrecían a los compradores, cómo había venta de lana y telares en grandes
rollos, cómo de igual manera como la realidad se vendían hortalizas y
tubérculos y además una cosa que la encantaba y aún tenía constancia
que se hacía en los adaptados mercadillos medievales en pleno siglo XXI
en algunas de las ciudades que conocía, como la venta de quesos y
charcutería propia de su país. En ese entonces se dio cuenta que su
estómago rugía hambriento y Chantal soltó una risita al parecer
percatándose de dicho ruido.
Sin duda juraría que era de las zonas más ruidosas de la ciudad.
Volvieron a llegar ante un puente tras pasar una pequeña muralla blanca
como la leche y se percató que el puente era mucho más labrado y
refinado que los otros anteriores y por su cabeza pasó que estaba cerca de
la zona más importante de la ciudad. Pasaron el puente, más estrecho que
los anteriores porque sencillamente por allí no había rastro alguno de que
pasase algún carro con animales o cargas enormes de peso. El guardia que
estaba a la cabeza del grupo miró atrás y dijo:
- Es uno de los dioses- dijo Chantal en voz baja-. Adoran el toro y una
vez al año suelen hacer una ofreda matando a este animal y
ofreciéndoselo a los dioses.
- Es increíble que las costumbres no cambien- dijo Zary con una
sonrisita ladeada.
- No, no cambian, solo olvidamos porqué aparecieron- dijo Chantal y
Zary la miró y asintió dándola la razón.
Entraron bajo el arco de una gran puerta. No había una casa como aquella
que habían visto, toda de mármol. Entraron por el oscuro pasillo tras pasar
la puerta. De repente, la luz se hizo en el interior encendiéndose las
antorchas que había en unas columnas sin que nadie las encendiese y Zary
pegó un respingo ante ese hecho.
Miraron a ambos lados para ver como el lugar era igualmente de mármol,
pero en tonos grisáceos y con varias hileras de columnas a lo largo del
lugar.
Chantal la miró con seriedad y comenzó a andar hacia delante. Zary, algo
temerosa de quedarse atrás, apuró el paso hasta llegar a ella, notando
como sus pies hacían eco en el lugar al andar. Se puso a la misma altura
que Chantal y susurró:
- No pensé que esto fuese así- pero su voz baja era en vano, había
eco y se propagaba por el lugar su fémina voz.
- Esto creo que antes era un templo- dijo Chantal simplemente,
sabiendo que no debían hablar más de la cuenta y que sospechaba
que estaban siendo vigiladas-. Estamos siendo vigiladas.
Zary abrió más los ojos y la miró algo asustada. No veían más allá que las
hileras de columnas que las rodeaban. Cualquiera podría estar entre las
sombras acechándolas.
Zary avanzó un par de pasos más en el pleno silencio del lugar. Había algo
que la inquietaba mucho y no supo de donde había sacado el valor para
sentir la curiosidad de acercarse al trono aquel. Todo era muy extraño.