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Fotograma de "Casablanca", de Michael Curtiz (1942).

Amar comporta
vulnerabilidad
 Publicado el 23 de octubre de 2017
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Tomás Baviera
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HR & Communication Consultant. Marketing Professor. Speaker

Conferencia impartida en la Asociación PREF de Orientación


Familiar, en Valencia, el 23 de junio de 2015. Advertencia: el
texto contiene un spoiler de la película Casablanca.

Recuerdo un suceso de mi primer año de carrera. Por entonces


residía en el Colegio Mayor de La Alameda. Un día volví de clase
poco antes de comer, subí a la habitación a dejar las cosas, y
cuando estaba a punto de llegar a la planta de habitaciones, oí
unos gritos de dolor que infundían miedo.

Me acerqué corriendo a la habitación de donde salían los gritos.


Ya se había congregado allí un buen grupo de residentes, que
miraban impotentes a Juanjo, un residente de segundo de
Derecho. Estaba tumbado en su cama, con los brazos agarrados a
la barriga, y sin parar de gritar.
No sabíamos qué hacer. En esas llegó otro residente que estaba
haciendo el doctorado, y no precisamente de medicina. Como era
el mayor de los allí presentes, todos respiramos un poco aliviados,
y le miramos pidiéndole que hiciera algo para ayudar a Juanjo. No
sé qué pensaría. Lo que sí sé es lo que hizo en ese momento.

Con voz firme le pidió a Juanjo que se levantara de la cama, se


pusiera de pie, extendiera los brazos hacia arriba y luego los fuera
bajando. Con mucha seguridad dijo que así probablemente le
disminuiría el dolor. Así que, entre grito y grito, teníamos a
Juanjo extendiendo y bajando sus brazos.

Como pueden imaginarse, el dolor siguió molestando a Juanjo,


que ahora tenía que soportar además el bochorno de vernos
mirarle con curiosidad por ver si se curaba haciendo esos
movimientos. Afortunadamente, el dolor fue remitiendo, pero
nunca sabremos si se debió a estos ejercicios gimnásticos
improvisados. Pueden imaginarse que esta “terapia original” fue
objeto de continuos comentarios ese año en el Colegio Mayor.

Lo que este episodio demuestra es la importancia


de diagnosticar. Ciertamente, aquello podía haber terminado
muy mal, pero mucho me temo que la suerte acompañó a Juanjo
ese día.

Hay unos dolores que padecemos todos, y que quizá no nos hacen
gritar como en el caso de Juanjo. Sin embargo, muchas veces
hacemos lo que el residente de doctorado hizo con Juanjo:
improvisamos un tratamiento rápido. Me refiero a los síntomas
que nos dificultan, y a veces impiden, establecer vínculos de amor
y de amistad con los demás.

Esta tarde me gustaría proceder como un médico profesional.


Revisaremos algunos de estos síntomas, e intentaremos
diagnosticar con precisión. En base a este diagnóstico,
buscaremos un tratamiento lo más adecuado posible.

Ahora bien, no hemos de olvidar que errar el diagnóstico supone


proponer un tratamiento que probablemente servirá de poco para
arreglar el problema. Como en el caso de Juanjo. Quizá incluso
contribuya a agravarlo. Así que hemos de proceder con el máximo
cuidado, pues lo que está en juego no es otra cosa que la salud
del corazón.

Síntomas
Empezaremos por describir la anatomía de las relaciones
humanas. ¿De qué manera las personas conectamos? Esta era la
principal pregunta que Brené Brown se hacía en el año 2001 al
iniciar su investigación en la Universidad de Houston. Su
especialidad era Sociología, y quiso ir al núcleo de las relaciones
sociales. A lo largo de 10 años reunió más de 11.000 historias
personales para tratar de responder a esta pregunta.

En su investigación hubo dos hitos importantes: uno sucedido a


las seis semanas del comienzo, y el otro a los seis años.

Desde las primeras entrevistas Brené Brown constató


un fenómeno curioso. Cuando preguntaba sobre amor, le
hablaban de desilusión amorosa; cuando preguntaba sobre
pertenencia, le contaban experiencias de exclusión; y cuando
preguntaba sobre conexión, le relataban historias de desconexión.
No es que no hubiera experiencias positivas. Por supuesto que las
había. Pero los entrevistados tendían a acusar mucho más
las experiencias negativas.

Pronto identificó una barrera habitual para la conexión humana:


el miedo al rechazo. Este temor se traducía en un interrogante
que interpelaba en los siguientes términos, de modo más o menos
explícito: ¿Hay algo en mí que, si los otros conocieran, haría
que me rechazaran? Dicho de otro modo: ¿Seré lo
suficientemente bueno como para ser querido por los demás?

Estas dudas afloraban como consecuencia de heridas emocionales


pasadas. El miedo a ser rechazado no era otra cosa que un piloto
de alerta encendido. El problema venía cuando la prevención
conducía a la parálisis: se optaba por aislarse antes que exponerse
a recibir nuevas heridas.

Brené Brown pronto tuvo clara su misión: desarticular este


miedo. Si era capaz de radiografiar con precisión este miedo,
estaba convencida de que podría ayudar a mucha gente que se
encontraba bloqueada para vivir unas relaciones humanas más
plenas. Ahora ya tenía la investigación mucho mejor enfocada.

Cuando llevaba seis años analizando testimonios, se fue


perfilando un tipo de gente singular. Se trataba
aproximadamente del 20% de las historias que había recogido.
Eran personas entusiastas, sinceras y con una gran capacidad de
empatía. Lo curioso de este grupo es que reconocían que tenían
miedo. Eran muy conscientes del riesgo de ser rechazados.

Este perfil de gente no encajaba en lo que podía esperarse. No se


distinguían por pertenecer a un determinado estatus económico, ni
por un alto nivel educativo. Y lo más llamativo: no tenían un
pasado idílico. Todos ellos habían tenido experiencias de
exclusión y rechazo, ya fuera un matrimonio roto, o la quiebra de
un negocio.

Brené Brown percibió que su investigación empezaba a


tambalearse: este grupo no se ajustaba a la hipótesis inicial,
puesto que estas personas actuaban con miedo, o mejor
dicho, conectaban a pesar de sentir el miedo a ser rechazado.

Así que decidió acorralar a este grupo, a los que


denominó personas de gran corazón. Pidió a su marido y a
sus hijos que se marcharan cuatro días al campo, y se encerró en
casa a revisar de nuevo todos los testimonios y entrevistas. Buscó
patrones de comportamiento y criterios de decisiones que le
permitieran discriminar a este grupo del resto de gente. En efecto,
localizó esa variable, pero se encontró con algo totalmente
inesperado.

Brené Bown recuerda que se encontraba sentada en la mesa de la


cocina. Tenía dos pilas de papeles con los testimonios
seleccionados, y las características que había podido identificar de
cada uno de los grupos. Encima de la pila más voluminosa, el que
correspondía a los que tenían más dificultades para conectar con
la gente, aparecía una lista de rasgos comunes a casi todos ellos:
 Perfeccionismo
 Comparaciones
 Ser guay
 Dependencia afectica
 Tanto ganas, tanto vales
 Búsqueda de certezas
 Productividad
 Afán de seguridad

Lo que Brené Brown ni de lejos podía imaginarse era que esta


serie de rasgos le retrataban a ella. Se dio cuenta de que se
encontraba en el grupo equivocado, entre aquellos que conectaban
con los demás con un corazón empequeñecido. Fue tal el impacto
que le produjo un severo ataque de nervios.

¿Qué es lo que distinguía a las personas de gran corazón?


Según las observaciones de Brené Brown, estas
personas amaban con un sentido incondicional de su
dignidad. Cuando hablaban o actuaban, no se encontraba en
juego su sentido de la dignidad. Su dignidad no dependía de los
logros ni de los fracasos, ni tampoco del reconocimiento que le
dieran los demás.

Las personas de gran corazón habían sido capaz de renunciar a


quienes pensaban que debían ser para ser lo que realmente eran.
Ahí residía su autenticidad. Por ese motivo podían abrirse a
relaciones interpersonales profundas y sinceras. Brené Brown vio
con claridad que, si las personas de gran corazón podían actuar
con este sentido incondicional de la dignidad, era
porque habían aceptado su vulnerabilidad. Este era el
punto clave. No hablaban de ella como algo incómodo o doloroso.
Reconocían sus defectos personales, los fracasos pasados e
incluso los miedos actuales como quien sabe convivir con ellos.

Las personas de gran corazón podían actuar con un sentido


incondicional de la dignidad porque habían aceptado su
vulnerabilidad.

Esta aceptación singular les capacitaba para exponerse


emocionalmente a recibir nuevas heridas. Las personas de gran
corazón tenían la buena voluntad de decir “te amo” primero.
Estaban dispuestas a dar un primer paso aunque no hubiera
garantías.

Agravamiento de síntomas
Gracias al estudio de Brené Brown podemos tantear un
diagnóstico para nuestro problema: las dificultades para empatizar
se deben, en buena medida, a una alergia a la propia
vulnerabilidad.

Ahora hemos de hacer como los buenos médicos. Un buen


médico no solo tiene que diagnosticar correctamente y proponer
un tratamiento eficaz. Tiene que afrontar una tarea muy delicada:
ayudar al paciente a que quiera curarse. Es el paciente quien se
ha de decidir a seguir el tratamiento. Y para ello, el buen médico
le ha de aportar una información privilegiada: describir el
agravamiento de los síntomas en el caso de que la enfermedad
siga su curso.

¿Qué nos sucede cuando nos resistimos a admitir que somos


frágiles? ¿A dónde nos conduce el miedo de vernos rechazados?
El mecanismo que activa el miedo suele ser la protección. Uno
trata de protegerse de aquello que le atemoriza. En muchas
ocasiones el miedo nos empuja a huir. En nuestro caso, el miedo a
ser vistos como somos realmente puede llevarnos a
buscar compensaciones a nuestra insatisfacción. Probablemente
esto explique en parte por qué en nuestra sociedad haya tantas
adicciones.

Pero me quería fijar en otra vía de huida, que a mi modo de ver es


mucho más perniciosa. Dado que el miedo incomoda,
intentamos insensibilizarlo. Para ello, se racionalizan decisiones
pasadas en busca de justificaciones y marcamos distancias
afectivas con aquellas personas que nos hirieron en el pasado. Se
trata de evitar a toda costa una nueva decepción.

El problema de este planteamiento es que no somos un mecano


emocional. Nuestros afectos no son piezas independientes cuya
disposición pueda ser controlada según nuestro arbitrio. Ahora
pongo esta pieza aquí, ahora quito esta otra. La afectividad
humana es más bien un organismo emocional en el que todos
los afectos están interrelacionados. Esto significa que, cuando
uno ahoga este miedo a ser rechazado, está ahogando también los
grandes afectos del corazón: la empatía, la gratitud, la alegría.

Frank Capra describió este mecanismo en su autobiografía. Capra


es reconocido como uno de los mejores directores de cine de
comedia. Probablemente habrán visto su película ¡Qué bello es
vivir! (1946), que suele emitirse por la televisión en fechas
navideñas.

En sus memorias compartió una reflexión sobre el arte de hacer


reír a la audiencia: "En términos sociales, la comedia es una
completa rendición de las defensas de uno. Si no te gusta una
persona… alzas las defensas. No ríes. Si una persona actúa de
forma superior, si le temes… tus defensas están alzadas. No ríes,
ni con él ni de él (…) Uno ríe fácilmente entre amigos; les
quieres; bajas tus defensas. Y ríes con facilidad entre los
inocentes: los bebés por ejemplo. No tienes miedo" (Frank
Capra, El nombre delante del título, T&B Editores, Madrid
2007, p. 467).
"Si no te gusta una persona… alzas las defensas. No ríes. Si una persona
actúa de forma superior, si le temes… tus defensas están alzadas. No
ríes, ni con él ni de él" (Frank Capra).

El miedo, sea cual sea, pero particularmente el que nos alerta de


que alguien nos puede herir, hace que alcemos barreras. Nos
protegemos. Pero escondidos tras esas barreras, no solo no
reímos, sino que también se hace muy difícil percibir las
necesidades de los demás.

Curación
Ahora bien, un buen médico no solo se queda en el agravamiento
de síntomas. También resulta muy estimulante saber qué podemos
llegar a hacer si nos curamos. Me parece que nos puede servir
para ilustrar estos dos aspectos, el positivo y el negativo, la
historia de Rick, el protagonista de la película Casablanca, que
fue interpretado por Humphrey Bogart.
La acción de la película transcurre durante la Segunda Guerra
Mundial. Casablanca es en esos momentos un lugar neutral,
donde acuden numerosos refugiados a la espera de obtener un
visado para marchar a Estados Unidos.

La presentación del personaje de Rick es nítida: se trata de un tipo


cínico, de mirada indiferente, e incluso castigadora, que sólo
lucha por sus propios intereses. Es un trabajador eficiente, y
dirige el mejor local de Casablanca. Tiene todo bajo control, y de
alguna forma, todos le temen.

Una noche aparece Ilsa, interpretada por Ingrid Bergman,


acompañada de su marido Victor Laszlo. Cuando Ilsa pide a Sam,
el pianista del local, que toque la canción “El tiempo pasará”,
Sam se resiste varias veces, pero al final accede. Ilsa se pone a
recordar, y –sin que sepamos por qué- comienzan a aflorar unas
lágrimas. La reacción de Rick es inmediata: al oír la canción,
acude enojado al piano y recuerda a Sam la tajante
prohibición de tocar esa canción. Es entonces cuando se produce
el encuentro de miradas entre Ilsa y Rick: los ojos llorosos de ella
resisten los ojos duros de él. Dos corazones quedan enfrentados:
uno sufriendo y otro obstinado en olvidar.

Rick e Ilsa habían mantenido previamente un romance en París.


Ilsa había dado por muerto a su marido, que era un líder de la
resistencia contra los nazis. Por precaución, no contó nada a Rick
de Victor. Cuando los alemanes avanzaron hacia París, ambos
decidieron huir juntos. Pero en ese momento, Ilsa tuvo noticia de
que su marido estaba vivo y abandonó sin explicaciones a Rick.

Rick quedó entonces sumido en un profundo dolor: había amado,


y había amado sinceramente. En su nueva vida, no solo ocultaba
su corazón a los demás sino que efectivamente se había
endurecido. Esta dureza aparecerá especialmente en el trato con
Ilsa.

El nudo de la historia de la película se trenza en torno a un par de


salvoconductos que caen en poder de Rick. Para Victor, estos
documentos le darían la oportunidad de seguir apoyando la
resistencia anti nazi. Rick lo sabe, pero se resiste continuamente a
admitir que tiene los salvoconductos con una indiferencia
enervante.

Hasta que Ilsa se juega el todo por el todo. Acude de noche al


despacho de Rick a pedirle los documentos. Éste se los niega una
vez más, de modo indolente. A Ilsa se le escapa lo que de verdad
piensa de él. Le dice:

ILSA: No ves más allá de tus propios sentimientos. Porque una


mujer te hirió, quieres vengarte con todo el mundo. Eres débil y
cobarde.

La situación se tensa. Ilsa recupera la calma, pero insiste otra vez


en pedir los documentos. De nuevo recibe una negativa
humillante. Entonces Ilsa saca un revólver y le exige por la fuerza
los salvoconductos. Rick no hace nada por apartar el arma, y se
acerca lentamente con la mirada fija en Ilsa. Será ella la que se
derrumbe. Ilsa ya no puede más, y reconocerá avergonzada su
sufrimiento interior:

ILSA: He tratado de olvidarte. Creí que no volvería a verte, que


estabas fuera de mi vida. El día que te fuiste de París no sabes lo
que pude sufrir. No sabes cómo te he querido. Y te quiero
todavía.

Esta confesión es la que desarma a Rick. Él, que estaba


atrincherado en sus sentimientos heridos, depone su orgullo y su
dureza al ver el sufrimiento de Ilsa. Él, que manejaba un relato
erróneo, se encuentra con la verdad: Ilsa también ha sufrido, y
mucho más de lo que a él le cabría suponer.

Si no nos cansamos de ver una y otra vez Casablanca, sin duda


es por el desenlace. Tiene lugar al día siguiente de esta
reconciliación. Llegan al aeropuerto Rick, Ilsa y Victor, junto con
el capitán francés. Hay un triángulo amoroso y solo dos
salvoconductos para huir de la zona de conflicto. No sabemos qué
va a pasar, hasta que Rick hace que los salvoconductos sean
firmados para el matrimonio Laszlo, e Ilsa se queda
completamente desconcertada. Rick insiste en que Ilsa debe ir en
el avión con Victor. Este es el diálogo entre ambos:

ILSA: No, Rick, no, ¿qué te ha ocurrido? Anoche dijimos...

RICK: Anoche dijimos muchas cosas. Dijiste que tenía que


pensar por los dos y es lo que hecho. Y sé que tienes que subir a
ese avión con Víctor, que es a quien perteneces.
ILSA: Pero, Rick, escucha…

Pero Rick le explica que, si se queda con él en Casablanca,


terminarían cada uno en un campo de concentración.

ILSA: Dices eso para que me vaya.

RICK: Lo digo porque es cierto. Y es cierto también que


perteneces a Víctor. Eres parte de su obra, eres su vida. Si ese
avión despega, y no estás con él, lo lamentarás. Tal vez no ahora,
tal vez ni hoy ni mañana, pero más tarde, toda la vida.

ILSA: Nuestro amor… ¿no importa?

RICK: Siempre tendremos París. No lo teníamos, lo habíamos


perdido, hasta que viniste a Casablanca. Pero lo recuperamos
anoche. (…) Algún día lo comprenderás. Vamos, vamos. Ve con
él, Ilsa.

¿Por qué esta escena sigue conmoviéndonos? Porque transmite


un sentimiento de profunda ternura. Al desbloquear Rick
su corazón, ve el sufrimiento de Ilsa. Y no solo su sufrimiento en
ese momento, sino que también razona lo que más le conviene.

Ilsa pertenece a Victor, es parte de su obra. Si Ilsa se va con Rick,


él sabe que, con el tiempo, esta situación producirá en ella más
sufrimiento todavía por haber abandonado a Víctor. Y se lo quiere
evitar porque se compadece profundamente de ella. Esta decisión
es posible ahora porque han recuperado París, han curado las
heridas del pasado. Esto hace que Rick saque lo mejor de su
corazón. Antes era imposible. Rick no actúa ahora por su
interés o por despecho, sino que lo hace procurando elbien de
ella, aunque él salga perjudicado. No en vano él cuenta que,
después de despegar el avión, terminará en un campo de
concentración.

Y no solo procura el bien Ilsa a pesar de salir él mismo


perjudicado: le dice lo que le conviene sin herirla. Se ha hecho
cargo de su sufrimiento, y desea de todo corazónque sufra lo
menos posible. Rick pasa por encima del agravio sufrido a causa
de su amor no correspondido. Pero sobre todo se hace capaz de
promover un bien superior a lo que le dictan sus sentimientos:
proteger la fidelidad de Ilsa a Victor. Así es como actúan
las personas de gran corazón.

Pero Rick no habría podido hacer esto sin haberse dejado


ayudar. Él por sí mismo se habría amargado toda la
vida en Casablanca, por haberse sentido despechado. Necesitó
que Ilsa insistiera. La reconciliación no se puede lograr sin
exponerse a recibir heridas. Solo haciéndose vulnerable resulta
posible deponer las armas del orgullo y la obstinación.

Tratamiento
Vayamos ya con el tratamiento. Llegados a este punto, les tengo
que ser sinceros. En cualquier consulta el médico ofrece varias
posibilidades de tratamiento. Depende de diversos factores, como
la gravedad de los síntomas, o las disposiciones del paciente, o
sus posibilidades económicas. En mi caso, solo he encontrado un
tratamiento. Y realmente es muy difícil. ¿Por qué? Porque lo
primero que hay que hacer es pensar diferente.

En general nos cuesta pensar, porque vamos demasiado deprisa a


casi todas partes. Y si además, hay que salirse del pensamiento
dominante, entonces la tarea se complica todavía más.

La historia de Casablanca nos introduce en un horizonte donde


el amor abarca muchas más posibilidades que el puro sentimiento.
Cuando Brené Brown hablaba de las personas de gran
corazón, no se refería a que sintieran con más intensidad que
el resto. No. Les llamó así porque eran capaces de amar a pesar
de tener un corazón herido emocionalmente.

Pero entonces tenemos que abordar la pregunta clave: ¿De qué


modo podemos aceptar nuestra vulnerabilidad? ¿Cómo
podemos curar nuestro corazón del miedo al rechazo?

Tim Guénard es una de estas personas de gran corazón. Desde


pequeño alimentó un sentimiento de rencor muy fuerte contra su
padre. Éste le había destrozado literalmente. De modo físico,
porque el pequeño Tim tuvo que pasar 2 años internado en el
hospital para recuperarse de las fracturas provocadas por los
golpes recibidos de su padre. Y le destrozó también interiormente.
Tim sólo tenía un deseo en la vida: matar a su padre. Se hizo
boxeador, y él mismo cuenta que, cuando se encontraba
acorralado en el ring, recordar a su padre le proporcionaba tal
impulso que arrollaba al adversario que tenía delante.
El título de su testimonio ya es de por sí muy significativo: Más
fuerte que el odio. En este libro Tim cuenta cómo pudo vencer el
odio interior. No fue por medio de un acto puro de voluntad. Eso
era literalmente imposible. Fue gracias al contacto con un hogar
de niños minusválidos abandonados y a la amistad con un
sacerdote como Tim pudo, primero, pensar diferente, y poco a
poco purificar el corazón. Fue un proceso ciertamente largo, no
exento de dolor, que él por si mismo jamás habría podido llevar a
cabo. Así describe Tim ese amor que le hizo capaz de superar el
odio interior que le carcomía por dentro:

"Amar no es solamente decirle al otro que es guapo, sino


asegurarle que puede salir adelante. Es decirle al que está
magullado: “Eres magnífico”. Y también lo es asegurarle: “No
tengas miedo de ti mismo ni de tu pasado. Eres libre, puedes
cambiar, puedes reconstruir tu vida”. Amar es creer que todas las
personas heridas en su memoria, en su corazón o en su cuerpo,
pueden transformar su herida en fuente de vida. Amar es
depositar expectativas en el otro e inocularle el virus de la
esperanza" (Tim Guénard, Más fuerte que el odio, Gedisa,
Barcelona 2002, p. 224).

"Yo doy fe de que no hay herida que no pueda ir cicatrizando


lentamente gracias al amor" (Ibídem, p. 282).
Amar es depositar expectativas en el otro e inocularle el virus de la
esperanza (Tim Guénard).

Cualquier herida se infecta si no se airea. Y las heridas del


corazón se infectan más todavía si se guardan para sí y no se
exponen a la vista. Se curan gracias al bálsamo del amor, pero no
de cualquier amor. Tiene que ser un amor que inocule
esperanza.

Este bálsamo proviene de alguien que descubra nuestra


condición vulnerable, y que no nos rechace, que nos acoja tal
cual realmente somos. Bajamos las barreras cuando
escuchamos: “Tú eres irremplazable”.

En nuestra sociedad individualista, tendemos a pensar: “Seré


amado cuando logre este objetivo. Seré amado cuando adquiera
estas cosas. Seré amado cuando sea irreprochable”. Hablamos
como si el amor pudiera ser exigido o controlado.

Ahora bien, cuando permitimos que otro nos diga: “Conozco tus
defectos, conozco tus fracasos, conozco tus sufrimientos. Eso no
me importa. Tú eres irremplazable para mí, a pesar de tus
imperfecciones”. Si experimentamos un encuentro en estos
términos, la curación ya es posible. Incluso bastaría un único
encuentro en la vida para que nuestro corazón se
pudiera limpiar y aprendiéramos a bajar las barreras. Todavía
sería mejor si este encuentro especial se produjera durante la
infancia. Esta vivencia dota al corazón de un vigor inusitado.
Nos hace capaces de sembrar la misma esperanza que hemos
recibido: la de procurar el bien del otro sin herirle.

¿Por qué el corazón puede vibrar de esa manera? Muy sencillo.


La alegría por ser irreprochable es frágil debido precisamente a
nuestra condición vulnerable. Tenemos miedo de que aflore. Por
eso nos ocultamos tras una máscara al precio de que el miedo
termine ahogando el corazón. En cambio, la alegría de ser
considerado irremplazable permanece, independientemente de
nuestra condición vulnerable y de nuestros fracasos.

Así es como podemos llegar a ser personas de gran corazón:


cuando nos hemos dejado querer sin simulacros, cuando hemos
recibido un amor que inocula esperanza, cuando nuestra
vulnerabilidad ha sido objeto de ternura y no de dureza.

Llegados a este punto, habremos comprendido que la


vulnerabilidad no es sinónimo de debilidad. Este es un error
frecuente, debido justamente a un razonamiento erróneo.
Correctamente entendida, la condición vulnerable implica coraje
para amar, requiere fortaleza para exponer el propio corazón
por el bien del otro. Solo puede hacer esto quien vence el miedo,
y solo puede vencer el miedo quien se deja inocular la auténtica
esperanza.
La condición vulnerable no es sinónimo de debilidad, sino que más bien
supone el coraje para amar y dejarse amar

Así es como podemos arriesgarnos a la incertidumbre emocional,


a hablar con sinceridad, a pasar por encima de los rencores, a
obviar las comparaciones, a pedir perdón. Esto no es debilidad: es
más bien señal de genuina valentía, la valentía para dar el
primer paso hacia el otro, aun sin gozar de garantías en el
resultado.

El poeta Holderlin tenía razón cuando escribió: “donde está el


peligro, allí crece también lo que da la salvación”.
Aquello que nos asusta es necesario para alcanzar aquello que
nos proporciona plenitud. Asumir el riesgo a ser rechazado es
necesario para saber amar con todo el corazón.
Recomendaciones
Los médicos suelen recomendar ejercicios fáciles para prevenir
futuras recaídas. Hemos estado hablando de bajar las barreras al
otro si queremos amar y dejarnos amar. Pero hay una barrera que
es independientemente del otro, y que muchas veces nos oprime.
Se trata de la barrera que levantamos cuando nos tomamos
demasiado en serio, y nos exigimos más de lo que
razonablemente podemos ser.

En nuestra mano está el ir bajando esa barrera. Se trata de un


ejercicio muy saludable, que podemos practicar por nuestra
cuenta siempre que queramos. Viene de la mano de Tomás Moro,
alguien que también tuvo un gran corazón, y al que no le faltaron
sufrimientos en su vida: "Bienaventurados los que saben reírse de
sí mismo, porque nunca terminarán de divertirse".

Muchas gracias.

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