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Para la historia que nos ocupa, debemos saber que fue Wolf quien
transmitió para la modernidad filológica la imagen de Grecia de
Winckelmann. Pero con la Altertumswissenschaft no se transmitió
una sola imagen de Grecia. Lo que celebró Goethe en su
comprensión de la línea Winckelmann-Wolf no fue lo mismo que
cantó un poco más tarde Hölderlin en El archipiélago. Voy a sostener
una tesis límite que ya he desarrollado marginalmente en otros
lugares[23]: la miseria de la filología, y por ende el desconcierto de
la segunda modernidad, se gestó durante la agitada crítica de arte —
la discusión sobre Homero fue la consecuencia más relevante de esa
polémica— promovida por la Ilustración alemana. La Polémica sobre
el Nacimiento de la tragedia, la Philologenkrieg, la Eumenidenstreit,
la acalorada discusión clásico/romántico son los efectos en el tiempo
de la primera modernidad de la furibunda controversia entre dos
imágenes de Grecia. Una imagen, la de Winckelmann, fue la herencia
más importante recogida por los filólogos de la palabra, mientras
que la otra, desarrollada por Lessing, fue el legado más valioso
recibido por la filología de la cosa, de la que Nietzsche fue el primer
receptor en importancia y Rohde, el último en el tiempo. Y lo que
sucedió realmente fue que Rohde, pero sobre todo Nietzsche,
llegaron incluso a incorporar a su visión del Ideal griego algunas de
las imágenes más laicas de Winckelmann.
En un libro que tengo actualmente en un avanzado estado de
elaboración, sostengo la tesis de la necesidad que tuvo la Ilustración
de liquidar el concepto de mimesis para poder lograr la destrucción
del ideal de la mathesis clásica y la consiguiente transformación del
análisis clásico en la síntesis de la modernidad. Frente a la
verosimilitud y a la inexactitud, o la falsedad, la apariencia y la
verdad, o el poder de la imaginación y el sentimiento individual, o el
enfrentamiento entre naturaleza y cultura, etcétera, categorías todas
que fueron superadas en las trayectoria final del psicologismo
ilustrado para poder destrozar el ideal analítico de la época clásica,
hubo un concepto que la Ilustración fue incapaz de superar, y esta
imposibilidad de superación se convirtió en el origen de la Filología
moderna. Ese concepto no fue otro que el de mimesis.
NOTAS:
[1] Si bien hablé por primera vez de exégesis en M. Crespillo, Historia y mito de la
lingüística transformatoria, Taurus, Madrid, 1986, tengo que reconocer que por
entonces tenía una idea bastante confusa sobre ese concepto. Aunque algo
después demostré su valor literario cuando procedí al análisis de los cuentos de
Calviño —los resultados fueron: «Julio Calviño, fabulador del vacío», AnMal, XI, 2,
1987, págs. 369-404 y «La teoría del vacío literario en los cuentos de Julio
Calviño», Cuadernos Hispanoamericanos, 467, 1989, págs. 148-155—, no lo retomé
globalmente hasta que escribí «Teoría del comentario de textos», AnMal, XV, 1-2,
1992, págs. 137-171. Fue aquí cuando definitivamente adquirí conciencia de la
necesidad de identificar las exégesis con los procedimientos de la vieja filología del
espíritu. El año 1994 ha sido muy esperanzador. Escribí «La actividad de la
filología a la luz de la experiencia de Nietzsche», Philosophica Malacitana, 1994,
Sup. nº 2, págs. 13-38; «Fundamentos de exégesis lingüística», elua, 1994, 10,
págs. 67-90 ; La mirada griega (Exégesis sobre la idea de extravío trágico), Ágora
(Col. Hybris), Málaga, 1994 y el trabajo que el lector tiene entre sus manos, que es
un adelanto de mi «Defensa del Gran Estilo: Rohde y la filología del espíritu», el
cual aparecerá el próximo año como introducción a la edición de E. Rohde, Psique
(El culto de las almas y la creencia en la inmortalidad entre los griegos), Ágora
(Col. Hybris), Málaga, 1995, en prensa. Con la difusión de este estudio albergo la
esperanza de convencer a muchos de mis colegas que todavía permanecen
remisos.
[3] Cf. R. Pfeiffer, Historia de la filología clásica, Gredos, Madrid, 1981, vol. II; U.
von Wilamowitz-Möllendorff, Geschichte der Philologie, Leipzig, 1919; inicialmente
la Historia de la Filología de Wilamowitz apareció como primer cuaderno del tomo
I de la ingente obra en 3 volúmenes dirigida por A. Gercke y E. Norden, Einleitung
in die Altertumswissenschaft, Teubner, Leipzig, 1919; U. von Wilamowitz-
Möllendorff , Erinnerungen, 1848-1914, Koehler, Leipzig, 1928; W. Kroll, Historia
de la filología clásica, Labor, Barcelona, 1928; Gaetano Righi, Breve storia della
Filologia Classica, Sansoni, Florencia, 1967.
[5] Cf. R. Bohley, «Über die Landesschule zur Pforte: Materialen aus der Schulzeit
Nietzsches», en Nietzsche Studien, 5, 1976, págs. 298-320 y Sander L. Gilmann,
«Pforta zur Zeit Nietzsches», en Nietzsche Studien, 8, 1979, págs. 398-426.
[6] M. Gregor-Dellin, Richard Wagner, Alianza Música, Madrid, 1983, II, págs. 476
y sigs. El encuentro se relata en la carta de Nietzsche a Rohde, fechada en Leipzig
el 9 de Noviembre de 1868, en la que se describen los detalles. Cf. F. Nietzsche,
Correspondencia, Aguilar, Madrid, 1989; F. Nietzsche, Sämtliche Briefe. Kritische
Studienausgabe (Herausgegeben de Giorgio Colli y Mazzino Montinari), W. de
Gruyter, Berlín, 1980. La edición de Colli y Montinari de las Sämtliche Briefe la ha
reeditado Deutscher Taschenbuch Verlag (dtv), Múnich, 1994. Asimismo en el vol.
II de F. Nietzsche, Gesammelte Briefe, Insel Verlag, Leipzig, 1903, se recoge la
correspondencia con Erwin Rohde.
[7] Cf. F. Nietzsche, Ecce Homo (ed. de A. Sánchez Pascual), Alianza, Madrid,
1991, pág. 52: «Un día fui catedrático de Universidad —nunca había pensado ni de
lejos en cosa semejante, pues entonces apenas tenía yo veinticuatro años—. Y así
un día fui, dos años antes, filólogo: en el sentido de que mi primer trabajo
filológico, mi comienzo en todos los aspectos, me fue solicitado por mi maestro
Ritschl para publicarlo en su Rheinisches Museum (Ritschl —lo digo con
veneración—, el único docto genial que me ha sido dado conocer hasta hoy. Él
poseía aquella agradable corrupción que nos distingue a los de Turingia y con la
que incluso un alemán se vuelve simpático)».
[9] Cf. M. Crespillo, Historia y mito, págs. 169 y sigs., y «Teoría del comentario de
textos», pág. 162.
[12] Esta imagen total eran tan imaginativa, pero a la vez tan inusual en el mundo
de la filología, que le permitió reconstruir gran número de trilogías perdidas en sus
Tragedias griegas en relación con el ciclo épico (1839-1841).
[15] Vid. J. J. Bachofen, Symbolik und Mythologie der alten Völker, Leipzig y
Darmstadt, 1836-1843, y El matriarcado, Akal, Madrid, 1987. Sus obras,
incluyendo La inmortalidad de la teología órfica, pueden encontrarse en
Gesammelte Werke, Schwabe und Co. Verlag, Basilea-Stuttgart, 1967.
[16] Vid. C. P. Janz, Friedrich Nietzsche. II. Los diez años de Basilea 1869-1879,
pág. 179.
[21] M. Barrios Casares, op. cit., pág. 108. Cf. M. L. Baeumer, «Das moderne
Phänomen des Dionysischen und seine "Entdeckung" durch Nietzsche» en
Nietzsche-Studien, 6, 1977, páginas 123-153 y E. Behler, «Die Auffassung des
Dionysischen durch die Brüder Schlegel und Friedrich Nietzsche», en Nietzsche-
Studien, 12, 1983, págs. 335-354.
[23] Cf., por ejemplo, M. Crespillo, «La actividad de la filología», págs. 26-27.
[24] Cf. B. Bosanquet, Historia de la estética, Nueva Visión, Buenos Aires, 1970,
págs. 21 y sigs. Sobre el cambio de sentido y los diversos significados adquiridos
en la historia del concepto mimesis, cf. W. Tatarkiewicz, Historia de seis ideas,
Tecnos, Madrid, 1987, págs. 301 y sigs. De la riqueza y variedad del concepto,
incluso en la contemporaneidad, puede dar idea el capítulo VI de Stefan Morawski,
Fundamentos de estética, Península, Barcelona, 1977, donde la mimesis es ya una
«categoría axiológica artístico-cognitiva».
[25] Esto es así incluso en la actualidad. Por ejemplo, en el libro de Moshe Barash,
Teorías del arte. De Platón a Winckelmann, Alianza, Madrid, 1991, Winckelmann
marca aún la frontera en la forma de hacer historia del arte.
[27] «La regla impuesta por los tebanos a sus artistas —"reproducir la naturaleza
lo mejor posible, so pena de sanción"— fue observada también como ley por otros
artistas en Grecia» (J. J. Winckelmann, op. cit., pág. 26).
[30] J. J. Winckelmann, loc. cit., pág. 40: «La noble sencillez y la serena grandeza
de las estatuas griegas son a la vez el auténtico carácter distintivo de los escritos
de su mejor época, de los escritos de la escuela de Sócrates; y son éstas las
propiedades que constituyen la superior grandeza de Rafael, grandeza que alcanzó
en virtud de la imitación de los Antiguos».
[31] «Cuando las proporciones y las formas habían sido llevados a su mayor grado
de perfección, de modo que nada se podía añadir ni eliminar sin incurrir en una
falta, no pudo elevarse más el concepto de la belleza. Y el arte, que como todas las
cosas del mundo no puede permanecer quieto, al no poder avanzar, tuvo que
retroceder. Las imágenes de los dioses y héroes estaban en todas las posturas y
actitudes imaginables, y resultaba harto difícil crear algo nuevo, con lo que se
abrió camino la imitación. Pero ésta limita el espíritu, y del mismo modo que era
imposible superar un Praxíteles o un Apeles, también resultó difícil alcanzar su
arte, y el imitador quedó siempre por debajo del imitado» (J. J. Winckelmann,
Historia del arte en la antigüedad, Iberia, Barcelona, 1967, págs. 175-176). Cf.
también J. J. Winckelmann, Lo bello en el arte, Nueva Visión, Buenos Aires, 1964.
[34] G. E. Lessing, loc. cit., pág. 165: «Mi razonamiento es el siguiente: [...] la
pintura, para imitar la realidad, se sirve de medios o signos completamente
distintos de aquellos de los que se sirve la poesía —a saber, aquélla, de figuras y
colores distribuidos en el espacio, ésta, de sonidos articulados que van
sucediéndose a lo largo del tiempo— [...] Los objetos yuxtapuestos, o las partes
yuxtapuestas de ellos, son lo que nosotros llamamos cuerpos. En consecuencia, los
cuerpos, y sus propiedades visibles, constituyen el objeto propio de la pintura. Los
objetos sucesivos, o sus partes sucesivas, se llaman, en general, acciones. En
consecuencia, las acciones son el objeto propio de la poesía».
[35] G. E. Lessing, loc. cit., págs. 229 y sigs. y B. Bosanquet, op. cit., págs. 264 y
sigs. Pero también abre otras discordancias, como, por ejemplo, la de la muerte.
Cf. G. E. Lessing, Cómo los antiguos se imaginaban la muerte y Sobre los elpísticos
en La ilustración y la muerte. Dos tratados (ed. de Agustín Andreu), CSIC, Debate,
Madrid, 1992.
[36] Esto hace a J. Jiménez, Imágenes del hombre, Tecnos, Madrid, 1986, págs. 304
y sigs. pensar que podríamos encontrar en Laocoonte un esbozo de semiótica de
las artes y que «es precisamente la arbitrariedad de la imagen, su carácter
convencional, lo que hace posible establecer una unidad institucional, cultural,
antropológica, de las artes, sin fundamentarla en la noción de sistema». Cf.
también R. Assunto, La antigüedad como futuro, Visor, Madrid, 1990.
[37] Y para no ser injusto en este lugar, habrá que reconocer, contra Nietzsche,
cómo Rohde, al hablar de «Los misterios de Eleusis», define el texto de Lobeck
como un «maravilloso trabajo clarificador» que se desembarazó «tajantemente de
toda una serie de opiniones» (Cf. E. Rohde, Psique, pág. 383).