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Argumentación y pragma-dialéctica: Estudios en honor a Frans van Eemeren
Argumentación y pragma-dialéctica: Estudios en honor a Frans van Eemeren
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Argumentación y pragma-dialéctica: Estudios en honor a Frans van Eemeren

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El líder indiscutido del programa pragma-dialéctico de investigación es el doctor Frans H. van Eemeren, quien es reconocido como la figura señera de los estudios sobre argumentación en el mundo. No existía hasta ahora una colección de artículos suyos que dieran una idea más cabal de la extraordinaria amplitud y profundidad de todo su trabajo de investigación. Este libro se propone cumplir así con tres objetivos: honrar la persona y obra de Frans van Eemeren, editar una antología representativa de sus artículos y convocar a todos los especialistas de habla hispana a que expongan sus posiciones acerca de la pragma-dialéctica en el contexto de los estudios sobre argumentación.
LanguageEspañol
Release dateNov 20, 2015
ISBN9786077423348
Argumentación y pragma-dialéctica: Estudios en honor a Frans van Eemeren

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    Book preview

    Argumentación y pragma-dialéctica - Fernando Miguel Leal Carretero

    Índice

    Prefacio

    La pragma-dialéctica en la historia de la teoría de la argumentación

    Primera Parte. El programa pragma-dialéctico de investigación de boca de Frans van Eemeren

    Notas preliminares acerca de la traducción

    Capítulo 1. Del modelo ideal de discusión crítica al discurso argumentativo situado. La evolución paso a paso de la teoría pragma-dialéctica de la argumentación

    Capítulo 2. El papel de la lógica en el análisis y la evaluación de argumentos

    Capítulo 3. La teoría pragma-dialéctica de la argumentación

    Capítulo 4. El método pragma-dialéctico de análisis y evaluación

    Capítulo 5. Seamos razonables

    Capítulo 6. Efectividad razonable. Pasos preliminares para una investigación pragma-dialéctica de la efectividad185

    Capítulo 7. Falacias como descarrilamientos del discurso argumentativo: aceptación basada en la comprensión y la evaluación crítica

    Capítulo 8. El maniobrar estratégico en el discurso argumentativo de la deliberación política

    Capítulo 9. Investigación empírica del ad hominem abusivo. Maniobrar estratégico con ataques personales directos

    Capítulo 10. ¿En qué sentido se relacionan las teorías modernas de la argumentación con Aristóteles? El caso de la pragma-dialéctica

    Referencias bibliográficas

    Segunda Parte. Los expertos en lengua española hablan sobre Frans van Eemeren y la pragma-dialéctica

    Nota preliminar

    Capítulo 11. El modelo normativo lingüístico de argumentación en el contexto de una discusión crítica. Perspectivas para una integración

    Capítulo 12. La fuerza del mejor argumento

    Capítulo 13. El tratamiento pragma-dialéctico de las falacias y el reto de Hamblin

    Capítulo 14. Función, funcionalismo y funcionalización en la teoría pragma-dialéctica de la argumentación

    Capítulo 15. Negociación versus deliberación

    Capítulo 16. El lugar de la controversia en la argumentación

    Capítulo 17. ¿Dónde acaba un argumento?

    Capítulo 18. El corte de la corte

    Capítulo 19. Antonieta Rivas Mercado; Un análisis discursivo y argumentativo de sus cartas a Manuel Rodríguez Lozano

    Capítulo 20. Las reglas de una discusión crítica y la formación de una Comunidad de Indagación

    Capítulo 21. Argumentación de calidad

    Capítulo 22. Dónde empieza el análisis de una argumentación: reflexiones en torno a un libro de texto

    PortadillaPortadaIntLegal

    Índice

    Prefacio, por Carlos Pereda (Universidad Nacional Autónoma de México)

    Introducción. La pragma-dialéctica en la historia de la teoría de la argumentación, por Fernando Leal Carretero (Universidad de Guadalajara)

    Primera Parte

    El programa pragma-dialéctico de investigación de boca de Frans van Eemeren

    (Textos seleccionados y traducidos por Fernando Leal Carretero)

    Notas preliminares

    Capítulo 1. Del modelo ideal de discusión crítica al discurso argumentativo situado. La evolución paso a paso de la teoría pragma-dialéctica de la argumentación, por Frans van Eemeren (Universidad de Amsterdam)

    Capítulo 2. El papel de la lógica en el análisis y evaluación de argumentos, por Frans van Eemeren (Universidad de Amsterdam)

    Capítulo 3. La teoría pragma-dialéctica de la argumentación, por Frans van Eemeren (Universidad de Amsterdam)

    Capítulo 4. El método pragma-dialéctico de análisis y evaluación, por Frans van Eemeren, Bart Garssen y Jean Wagemans (Universidad de Amsterdam)

    Capítulo 5. Seamos razonables, por Frans van Eemeren (Universidad de Amsterdam)

    Capítulo 6. Efectividad razonable. Pasos preliminares para una investigación pragma-dialéctica de la efectividad, por Frans van Eemeren, Bart Garssen y Bert Meuffels (Universidad de Amsterdam)

    Capítulo 7. Falacias como descarrilamientos del discurso argumentativo. Aceptación basada en la comprensión y la evaluación crítica, por Frans van Eemeren (Universidad de Amsterdam)

    Capítulo 8. El maniobrar estratégico en el discurso argumentativo de la deliberación política, por Frans van Eemeren (Universidad de Amsterdam)

    Capítulo 9. Investigación empírica del ad hominem abusivo. Maniobrar estratégico con ataques personales directos, por Frans van Eemeren, Bart Garssen y Bert Meuffels (Universidad de Amsterdam)

    Capítulo 10. ¿En qué sentido se relacionan las teorías modernas de la argumentación con Aristóteles? El caso de la pragma-dialéctica, por Frans van Eemeren (Universidad de Amsterdam)

    Referencias bibliográficas

    Segunda Parte

    Los expertos en lengua española hablan sobre Frans van Eemeren y la pragma-dialéctica

    Nota preliminar

    Capítulo 11. El modelo normativo lingüístico de argumentación en el contexto de una discusión crítica. Perspectivas para una integración, por Lilian Bermejo-Luque (Universidad de Granada)

    Capítulo 12. La fuerza del mejor argumento, por Hubert Marraud (Universidad Autónoma de Madrid)

    Capítulo 13. El tratamiento pragma-dialéctico de las falacias y el reto de Hamblin, por Luis Vega Reñón (Universidad Nacional de Educación a Distancia, Madrid)

    Capítulo 14. Función, funcionalismo y funcionalización en la teoría pragma-dialéctica de la argumentación, por Cristián Santibáñez Yáñez (Universidad Diego Portales, Chile)

    Capítulo 15. Negociación versus deliberación, por Constanza Ihnen Jory (Universidad de Chile)

    Capítulo 16. El lugar de la controversia en la argumentación, por María G. Navarro (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid)

    Capítulo 17. ¿Dónde acaba un argumento?, por Xavier de Donato Rodríguez (Universidad de Santiago de Compostela) y Jesús Zamora Bonilla (Universidad Nacional de Educación a Distancia, Madrid)

    Capítulo 18. El corte de la corte, por Roberto Marafioti (Universidad de Buenos Aires)

    Capítulo 19. Antonieta Rivas Mercado. Un análisis discursivo y argumentativo de sus cartas a Manuel Rodríguez Lozano, por Luisa Puig (Universidad Nacional Autónoma de México)

    Capítulo 20. Las reglas de una discusión crítica y la formación de una comunidad de indagación, por Celso López Saavedra y Ana María Vicuña Navarro (Pontificia Universidad Católica de Chile)

    Capítulo 21. Argumentación de calidad, por Cristóbal Joannon L. y Constanza Ihnen Jory (Universidad de Chile)

    Capítulo 22. Dónde empieza el análisis de una argumentación: reflexiones en torno a un libro de texto, por Fernando Leal Carretero y Joaquín Galindo Castañeda (Universidad de Guadalajara)

    Semblanzas de los autores

    Dedicated to Paul Blom (1943-2013)

    in loving memory

    A la entrañable memoria de Paul Blom (1943-2013)

    Prefacio

    Carlos Pereda

    Palabras como decisivo y excepcional aplicadas a un nuevo libro corren el albur de indicar un exceso de irresponsabilidad, cuando no el vago decorado que no compromete a nada. En el caso de este libro, Argumentación y pragma-dialéctica: Estudios en honor a Frans van Eemeren, anotaré algunos breves apuntes para razonar que no se trata ni de lo uno ni de lo otro: que genuinamente estamos ante un libro con numerosas virtudes.

    En primer lugar, se nos enfrenta a un tema que —de eso no cabe la menor duda— nos atañe a todos, y nos atañe de modo decisivo: la argumentación. Porque no dejamos constantemente de argumentar, aunque no pocas veces argumentamos mal o hacemos como que argumentamos, y sólo expresamos deseos y creencias, cuando no meros enredos y confusión. O, peor todavía, en ocasiones con voz profunda declaramos que argumentamos con el sólo propósito de mejor imponer nuestros intereses y prejuicios. No obstante, ese frecuente hacer como que se argumenta cuando no se argumenta es ya un elogio del argumentar, de la argumentación. Porque sólo se falsifica lo que importa mucho. Sólo se falsifica lo valioso. Sin embargo, ¿por que las prácticas de argumentar importan mucho? Entre otras razones conforman la única alternativa radical al interactuar con violencia y, casi diría, por eso mismo, no hay razonabilidad allí donde, de hecho o potencialmente, no topemos con la presencia o, al menos, el esbozo de argumentos. Precisamente, como señala van Eemeren —casi al comienzo del primer capítulo de este libro—, en una argumentación las partes intentan alcanzar acuerdo sobre lo aceptable de un punto de vista en disputa viendo si se sostiene frente a dudas, críticas y otras objeciones y tomando en cuenta ciertos puntos de vista mutuamente aceptables. A su vez, en una nota a este señalamiento van Eemeren agrega: una discusión crítica refleja el ideal dialéctico socrático de poner a prueba de forma racional cualquier convicción, no solamente aserciones sino también juicios de valor y puntos de vista prácticos sobre aserciones. Claramente, pues, para el incisivo —y no pocas veces desafiante pero civilizado y, en último término, cooperador— operar de los buenos argumentos ningún asunto es tabú. Ni los deseos habituales, ni las más diversas creencias, ni las emociones y los planes de vida arraigados, ni los programas políticos más generosos, o aparentemente más generosos, ni las acciones privadas o públicas… escapan, sea directa, sea indirectamente, al escrutinio argumentativo. Me atrevo, pues, a afirmar: los buenos argumentos, aunque son el arma de quienes se han decidido por la paz, cuando se los toma en serio se convierten en un arma —o, más bien, en una contra-arma— fulminante.

    Adelanté que había varias virtudes que califican a este libro de excepcional. En segundo lugar, además de versar sobre un tema decisivo, la primera parte de este libro recoge una importantísima cantidad de materiales sobre una de las teorizaciones más elaboradas y justamente famosas de la discusión actual sobre este tema: la teoría pragma-dialéctica o teoría de la argumentación de la escuela de Amsterdam.

    Alrededor de la década de los setentas, F. H. van Eemeren y R. Grootendorst comenzaron a desarrollar esta teoría —también autodenominada teoría estándar— que pronto se convirtió en toda una tradición teórica sobre el estudio de los buenos y los malos argumentos. En efecto, se trata de una tradición en el sentido más estricto de la palabra: sucesivas teorías sabiamente entrelazadas y vinculadas a un número creciente de proyectos de investigación —muchos de ellos en parte experimentales— que conforman una perspectiva de la mayor utilidad sobre los procesos y los productos del argumentar.

    Como en cualquier tradición también en este caso encontramos fases. Así, para hablar gruesamente, en una segunda fase de esta tradición —en la que a van Eemeren se agregó la colaboración sobre todo de P. Houtlosser—, luego de la consolidación de la teoría estándar se pasó a una teoría pragma-dialéctica extendida: estudio de las manifestaciones concretas de las multiformes prácticas del discurso argumentativo: desde los debates parlamentarios a la propaganda comercial, desde las discusiones jurídicas a las reflexiones entre médico y paciente.

    Felizmente para el lector o lectora, a lo largo de la primera parte de este libro, se entrega una antología de fragmentos característicos de ambas fases de esta vasta tradición teórica. Sin embargo, no resisto la tentación, como invitación e incitación a la lectura, a detenerme en algunos pocos —muy pocos— de estos fragmentos. Ante todo hay que señalar que en la teoría pragma-dialéctica, el tratamiento de la argumentación se lleva a cabo, a la vez, en dos planos, o niveles. Por un lado, se exploran con minucia, y de manera interdisciplinaria, numerosas prácticas argumentativas que, como se indicó, se dan de hecho en los más diversos ámbitos. Estamos frente a un investigar empírico —desde el punto de vista descriptivo, tanto cualitativo como cuantitativo, pero sin olvidar la dimensión explicativa—, que recoge numerosos aportes y los transforma creativamente. Por ejemplo, entre otros, no se pasan por alto las contribuciones de disciplinas como la lingüística y la socio-linguística y, en general, las teorías del discurso (desde la retórica clásica hasta las modernas investigaciones sobre la comunicación, sin excluir el estudio de la propaganda). No obstante, por otro lado, tales análisis empíricos no se desvinculan —como tantas veces se lo hace en las investigaciones sobre la comunicación— de los compromisos normativos que se adquieren con ciertas reglas por parte de quienes participan de una argumentación (Estos compromisos se ponen de manifiesto incluso cuando no se hace otra cosa que violar tales reglas para hacer trampa.)

    Ya muy tempranamente, en el libro de van Eemeren y Grootendorst de 1984, Speech Acts in Argumentative Discussions. A Theoretical Model for the Analysis of Discussions Directed Toward Solving Conflicts of Opinion (traducido magníficamente al español por Cristián Santibáñez Yáñez y María Elena Molina) se formulan quince reglas procedimentales normativas de un buen argumentar. Vinculadas a estas reglas, como su consecuencia, encontramos Los diez mandamientos de la discusión crítica que, pese a su extensión, no me resisto a reiterar:

    El primer mandamiento es la regla de libertad:

    Quien discuta no debe impedir que el otro proponga puntos de vista ni que ponga en cuestión puntos de vista.

    El segundo mandamiento es la regla que obliga a defender:

    Quien discuta y en la discusión proponga un punto de vista no debe rehusarse a defender ese punto de vista cuando se le pida que lo defienda.

    El tercer mandamiento es la regla de puntos de vista:

    Los ataques a puntos de vista no deben referirse nunca a un punto de vista que no haya sido realmente propuesto por la otra parte.

    El cuarto mandamiento es la regla de relevancia:

    Los puntos de vista no deben defenderse ni mediante algo que no sea argumentación ni mediante argumentación que no sea relevante al punto de vista.

    El quinto mandamiento es la regla de premisas inexpresas:

    Quien discuta no debe atribuir falsamente premisas inexpresas a la otra parte ni tampoco debe rehusar responsabilidad por las propias premisas inexpresas.

    El sexto mandamiento es la regla de puntos de partida:

    Quien discuta no debe presentar falsamente algo como un punto de partida que ha sido aceptado ni tampoco debe negar falsamente algo que ha sido aceptado como punto de partida.

    El séptimo mandamiento es la regla de validez:

    El razonamiento que en una argumentación se presente de forma explícita y completa no debe ser inválido en el sentido lógico.

    El octavo mandamiento es la regla de esquemas argumentativos:

    Un punto de vista no debe considerarse como defendido de forma conclusiva si su defensa no tiene lugar mediante los esquemas argumentativos apropiados aplicados correctamente.

    El noveno mandamiento, relativo a la etapa de concusión, es justamente la regla de conclusiones:

    Si un punto de vista se defiende de forma no conclusiva, entonces no debe seguirse sosteniendo, y al revés, si un punto de vista se defiende de forma conclusiva, entonces son las expresiones duda respecto a ese punto de vista las que no deben seguirse sosteniendo.

    El décimo y último mandamiento es la regla general de uso del lenguaje:

    Quien discuta no debe usar formulaciones que sean insuficientemente claras o que confundan por su ambigüedad, ni tampoco debe malinterpretar de forma deliberada las formulaciones de la otra parte.

    Para dar contenido a muchas de estas reglas, así como a los compromisos que se adquieren al seguirlas —y modelar de este modo la argumentación como una práctica reglada— se apela a los desarrollos de la lógica, tanto formal como informal, como a la tradición de filosofía del lenguaje ordinario que va de J.L. Austin a J. Searle y P. Grice. (De nuevo anoto: todos estos aportes se recogen en la pragma-dialéctica transformados de manera extremadamente creativa.)

    Sin embargo, no hay que dejar de insistir que el ir y venir entre el plano descriptivo o fáctico y el plano normativo o contrafáctico tiene como propósito hacernos entender, y explicar mejor, el plano fáctico: las diversas argumentaciones concretas. Como indica van Eemeren: En el campo de la teoría de la argumentación, la práctica argumentativa es el punto de partida y el punto de llegada del estudio sistemático. (…) Esta orientación práctica es lo que le da al campo de la teoría de la argumentación su relevancia para la sociedad.

    La última observación conduce a atender dos intereses que van Eemeren atribuye con razón a quienes argumentan: el interés en ser razonables y, a la vez, el interés en ser efectivos. Vincular ambos intereses ha sido uno de las tareas de la segunda fase de esta tradición en teoría de la argumentación —de la teoría pragma-dialéctica extendida— y nos regresa al viejo, difícil y complejo problema —ya planteado en la Antigüedad clásica— de interrelacionar dialéctica y retórica o, más precisamente, razonabilidad dialéctica y efectividad retórica. Señala van Eemeren: La búsqueda de efectividad y razonabilidad implica al mismo tiempo que alguien que argumenta tiene que maniobrar estratégicamente en cada jugada argumentativa que hace, de manera de mantener un equilibrio entre efectividad y razonabilidad.

    Por supuesto, cuando se abandona el terreno de las discusiones teóricas, y a menudo aún en medio de ellas, este equilibrio no es sólo delicado y tenso, sino con frecuencia dolorosamente inestable: muy difícil de mantener. ¿Por qué? No pocas veces somos tironeados, y hasta presionados, sea por la tentación de ser efectivos a costa de ser razonables, o tentación realista —cuando no simple y llanamente tentación manipuladora—, sea por la tentación de ser razonables a costa de ser efectivos, o tentación moralista —cuando no tentación por la mera irresponsabilidad. Sólo evitando estas seductoras tentaciones se recupera el genuino realismo y la genuina moral. Pero, ¿cómo hacerlo?

    En la última observación citada de van Eemeren encontramos la respuesta que ya se adelantó a esta pregunta por parte de la pragma-dialéctica: quien quiera combinar razonabilidad y efectividad tiene que maniobrar estratégicamente. ¿De qué se trata en tal resbaladiza actividad? El maniobrar estratégico se manifiesta, según van Eemeren, bajo tres aspectos diferentes aunque mutuamente interdependientes:

    1) selección entre los materiales —datos empíricos, conceptos, teorías, recursos argumentativos…— disponibles;

    2) adaptación a la situación comunicativa, esto es, ponerse acorde a las demandas del auditorio;

    3) presentación de los materiales: usar los medios discursivos más adecuados para lograr el propósito buscado en la argumentación.

    Tal vez sea conveniente ampliar, o matizar, la caracterización que hace van Eemeren del segundo aspecto del maniobrar estratégico para quitarle su connotación pasiva (y hasta su tono de resignación, como cuando se exclama nos guste o no, hay que saber adaptarse sin más a las circunstancias). Por supuesto, se trata de tener en cuenta la situación comunicativa, pero no necesariamente para acomodarse o subordinarse a sus demandas. No pocas veces también se trata de educar los pedidos y hasta de transformarlos o sustituirlos por otros.

    Cuidado: a menudo pensar y actuar maniobrando estratégicamente tiene, respecto de los aspectos mencionados, que bordear peligrosos abismos —como no se ha dejado de reconocer a lo largo de la historia de las interacciones humanas, sea en teoría, sea de hecho en las prácticas argumentativas incluso más regimentadas—. Por desgracia, en no pocas ocasiones se sucumbe a esos peligros.

    Una manera de hacerlo es producir algún tipo de engaño o de autoengaño de los ya mencionados al comienzo: creer que se argumenta cuando no se argumenta, o esa variante tan común, creer que se argumenta bien cuando se argumenta mal. Señala van Eemeren: "En la práctica, los descarrilamientos del maniobrar estratégico pueden fácilmente pasar desapercibidos por varias causas. Ya que en principio la argumentación apela a lo razonable, la presunción de razonabilidad se transfiere de forma casi automática a las jugadas argumentativas que no son en absoluto razonables. Podemos generalizar esta observación y hablar en este caso de una transferencia falsificadora o, más explícitamente, de prácticas de transferir presunciones de manera falsificadora. En general estas transferencias falsificadoras operan en todos los ámbitos, prácticos y teóricos, públicos y privados, de las sociedades. Por eso, hay que estar muy alertas frente a las prácticas de transferir presunciones de comprensión, verdad y valor de manera falsificadora pues son estas prácticas las que permiten falsificar argumentos, historias, noticias, e indirectamente cualquier otro hacer, objeto o suceso. Las falacias —los argumentos malos pero que parecen buenos— son uno de los tantos productos de tales prácticas de transferir comprensión, verdad y valor de manera falsificadora. De ahí la casi diría obsesión por las falacias que han tenido los teóricos de la argumentación desde que hay algo así como teorizar sobre la argumentación —desde Aristóteles, al menos. Pero por desgracia a menudo abundan las dificultades para distinguir entre las prácticas de convencer y las de hacer que se acepte una conclusión con trampas o volviéndonos adictos de ciertas creencias o tradiciones de razonar. Porque sin duda, las falacias no son —como observa van Eemeren— completamente diferentes en comparación con sus contrapartes razonables, sino justamente descarrilamientos de tales contrapartes. (Agregaría que a veces se trata de ligerísimos descarrilamientos apenas perceptibles o que sólo lo son en ciertos contextos.) Por eso, las falacias, como los demás fingimientos, pueden en muchos casos verse sin más como jugadas argumentativas que no tienen defecto alguno".

    Las prácticas de transferir presunciones de manera falsificadora —desde las prácticas de argumentar, reconstruir sucesos, dar noticias o contar historias hasta las de producir y poner en circulación dinero falso o falsas obras de arte— tienen, de modo ostensible, una propiedad: producen productos que —perversamente— se confunden con una frecuencia muy alta con los productos genuinos. Si tales prácticas carecen de esta propiedad se vuelven inoperantes. Pero regresemos otra vez a los tres aspectos anotados del maniobrar estratégico; al respecto, reflexionemos un momento acerca de cómo las prácticas de transferir valor de manera falsificadora operan sobre esos aspectos en los diversos dominios, formales e informales, institucionales y no institucionales.

    En relación con el aspecto 1, la acción de selección de materiales ya en alguna medida pre-determina el curso de la argumentación. Es claro que al escoger entre ciertos datos empíricos, conceptos, teorías, recursos argumentativos… como los que se consideran más aptos, se los considera los más aptos con arreglo al propósito —interés— que se persigue para encarrilar o desencarrilar cierto argumentar frente a una audiencia. Por eso, elegir algunos datos, evidencias, teorías y no otros, y vincularlos de determinadas maneras —por ejemplo, a partir del mecanismo falaz de la falsa oposición—, puede ser ya una forma de comenzar a violar las reglas de una argumentación o, al menos, de arruinarla como una práctica racional.

    Notoriamente, también se puede usar de varios modos el aspecto 2, la acción de tener en cuenta a los destinatarios de un argumento privado o público. Una estrategia es adaptarse a sus demandas e intentar satisfacerlas tal cual se formulan. Otra estrategia es examinar los deseos y exigencias de quienes nos escuchan —o suponemos que nos leen—, y distinguir aquellas exigencias justificadas de las no justificadas e, incluso, no pocas veces procurar cambiar esos deseos y exigencias. Por supuesto, otra manera —muy habitual, por ejemplo, en política— es intentar conocer en profundidad las demandas del auditorio, así como sus deseos y exigencias más duraderas para mejor manipular esas demandas.

    También por medio del aspecto 3, o presentación de los argumentos es fácil encarrilar o desencarrilar las discusiones. Porque cualquier forma de exposición organiza, a la vez, lo que se quiere mostrar al argumentar y lo que se quiere dejar de lado, e incluso, rigurosamente ocultar. Por ejemplo, organizar la exposición de un razonamiento que elogia el gobierno de una ciudad con premisas como su nuevo alumbrado del centro, la pavimentación de muchas avenidas, la restauración de edificios coloniales, la transparencia administrativa…, puede hacer que concluyamos: la ciudad presenta una vista deslumbradora. Sin embargo, si seleccionan otras premisas y se tienen en cuenta otros intereses y, así, se hace una presentación diferente del argumento, tal vez la conclusión cambie.

    De ahí que sea parte, por ejemplo, de una argumentación pública democrática —a diferencia de los monólogos sin otro fin que obtener el consentimiento del auditorio para con las opiniones de los políticos— dejar, en principio al menos, abierta la argumentación para que otros interlocutores puedan aportar diferentes premisas de las que se han expuesto hasta el momento y, así, eventualmente, modificar las conclusiones a que se ha llegado. Por eso, señala van Esmeren que es una contribución específica de la perspectiva pragma-dialéctica al dominio político subrayar que "la democratización es un acto por el que la incertidumbre se institucionaliza. Es dentro del marco institucional para procesar conflictos que ofrece la democracia que compiten múltiples fuerzas. Aunque lo que pase depende de lo que hagan los participantes, no hay una sola fuerza que controle el resultado".

    La breve enumeración que acabo de realizar acerca de unos pocos —¡sólo unos pocos!— de los numerosos materiales que aporta la perspectiva pragma-dialéctica en teoría de la argumentación —tanto en su nivel fáctico como contrafáctico o crítico—, creo que, al menos, sugiere ya las enormes contribuciones de esta perspectiva, y lo mucho que podemos aprender tanto para analizar mejor nuestras argumentaciones privadas y públicas, como para mejorar llevarlas a cabo. Pero adelanté que en este libro nos encontramos con virtudes de distinto tipo.

    En tercer lugar, además de la excelente traducción de los textos de van Eemeren por parte de Fernando Leal Carretero, el traductor introduce aquí y allá brevísimas pero iluminadoras notas. Esas notas no tanto buscan hacer más comprensible o comentar el texto de van Eemeren —que es muy claro y preciso— sino introducir algo así como ventanas en el tiempo. Son pequeños apuntes de alta filología que, al menos, hacen recordar que las reflexiones sobre la argumentación son tan antiguas como la reflexión humana. Además, estas notas de algún modo nos invitan a proseguir investigando la pregunta —cuya respuesta se deja un poco en suspenso— del último texto seleccionado de van Eemeren en la primera parte: ¿En que sentido se relacionan las teorías modernas de la argumentación con Aristóteles?

    No obstante, hay que indicar todavía otra virtud —¡otra más!— de este libro. En cuarto lugar, esta antología de textos sobre una de las perspectivas —insisto— más ricas en teoría de la argumentación de nuestro tiempo, es, él mismo, una fecunda y, en algunos casos, inquietante argumentación. En efecto, en la segunda parte del libro nos encontramos con una serie de brillantes trabajos que, en parte prolongan y elaboran las propuestas de la pragma-dialéctica, en parte la complementan aplicándola a asuntos que ésta no ha abordado, en parte también rechazan alguno de sus aspectos o ponen en duda algunos presupuestos centrales. Sin duda, cada uno de estos trabajos merece una lectura atenta y minuciosa que, por supuesto, es una de las tareas que tiene por delante el lector, o lectora, de este libro. Sin embargo, una vez más no resisto introducir una breve —¿y alarmante?— duda. Casi al comienzo del último de estos trabajos, El tratamiento pragmadialéctico de las falacias y el reto de Hamblin, Luis Vega Reñón, uno de los patriarcas de la teoría de la argumentación en nuestra lengua, alude a otro de nuestros patriarcas, a Carlos Vaz Ferreira, quien desde finales del siglo XIX comenzó a preocuparse por estos problemas. Así, frente a señalamientos de Hamblin y de van Eemeren acerca de la ausencia o presencia y, en cualquier caso, sobre la necesidad de una teoría de las falacias, Vega anota: No es una exigencia que vaya de suyo o sea obligatorio afrontar. Hay quien, a propósito de paralogismos, prefiere atenerse a unas ‘ideas para tener en cuenta’ antes que a ‘sistemas’ teóricos.

    Luis Vega se refiere a la distinción que hace Vaz Ferreira en su Lógica viva (primera edición de 1910) entre pensar por sistemas y pensar por ideas para tener en cuenta. Podemos reelaborar esa distinción y, ante todo, enmarcarla, a la luz de distinciones muy diferentes —pero que apuntan a varias importantes inquietudes que, creo, pertenecen a la misma familia— como la distinción aristotélica entre theoria y phronesis, o la distinción kantiana entre juicios determinantes y juicios reflexionantes. Es claro que sólo quien tiene phronesis y, así, capacidad de juicio, puede orientarse pensando no sólo por sistemas, sino ayudado por cambiantes ideas que, de situación en situación, se consideran pertinentes.

    De esta manera se reintroduce tanto en las prácticas de la argumentación como en su teoría otra tarea: la necesidad de tener en cuenta que, por más reglada que sea una práctica y por más precisas que sean sus reglas, quienes argumentan obedeciéndolas, lo pueden hacer bien, regular, mal o —como ya se indicó— incluso de manera perversa; tales modos de comportarse dependen de las habilidades y de la moralidad de los argumentadores. Entonces, ¿hay también que incluir en el teorizar sobre la argumentación reflexiones e indagaciones sobre la educación de quienes argumentan, de su phronesis o, dicho en términos más kantianos, de su capacidad de juicio, teorizaciones ambas que, inevitablemente, remiten al cultivo de las virtudes tanto epistémicas como prácticas?

    Una vez más, como siempre, la discusión racional —el ir y venir de argumentos que aspiran a ser buenos argumentos—, queda abierta a nuevas exploraciones.

    La pragma-dialéctica en la historia de la teoría de la argumentación

    Fernando Leal Carretero

    El libro que el lector tiene en sus manos quiere ser un homenaje hispánico a Frans H. van Eemeren, profesor emérito del Departamento de Comunicación Verbal, Teoría de la Argumentación y Retórica de la Universidad de Amsterdam. Este homenaje se concibió desde el principio en dos partes principales. En primer lugar, se trataba de darle la palabra al homenajeado, traduciendo al español una selección de artículos que permitiera a los lectores hispanohablantes hacerse una idea cabal de la amplitud del programa de investigación que van Eemeren instigó hace treinta años y que ha venido desarrollando y enriqueciendo desde entonces con un grupo de colaboradores cercanos. Como veremos, este programa, llamado pragma-dialéctica, no ha concluido todavía sino que se encuentra en vigorosa marcha. En segundo lugar, la intención era dar la palabra a todos aquellos investigadores hispanos e hispanoamericanos de la argumentación de los que sabemos que tienen un particular interés por, y conocimiento de, la pragma-dialéctica. Desgraciadamente, no todos pudieron acudir al llamado, de forma que no están aquí todos los que son, aunque, eso sí, son todos los que están.

    Para llevar a cabo la selección de artículos que constituyen la primera parte de este volumen procedí de la siguiente manera. Primero le pedí a van Eemeren que hiciera una lista de aquellos textos que en su opinión deberían ser traducidos al español. Viendo que faltaban algunos que yo creía importantes, le pregunté si tenía algo en contra de incluirlos. Como dijera que no, los añadí a la lista original, que ahora ascendía a unos 25 títulos. En vista de que traducirlos todos hubiera implicado un libro entero, y con ello la necesidad de hacer dos volúmenes, hice una nueva revisión y apliqué a la lista un cedazo formado por tres criterios. El primero obviamente era que los textos seleccionados pudieran juntos dar una idea de la profundidad y amplitud del programa pragma-dialéctico, ya que ese era el objetivo primordial de la selección, El segundo criterio era que se tratase de artículos no publicados antes del año 2000, con lo cual tendríamos textos que tienen en cuenta los desarrollos teóricos más recientes. Finalmente, el tercer criterio era que no hubiese demasiado translape entre uno y otro trabajo. Advierto a los lectores que un cierto translape es inevitable, sobre todo en vista de que van Eemeren prefiere reiterar los aspectos básicos de su teoría antes que perder a quienes pudieran no conocerlos. De esa manera, hay en este libro algunas repeticiones doctrinales; pero confío en que no sean más de las requeridas por la pedagogía, y conste que no comparto del todo el optimismo del viejo precepto spenceriano de que sólo con variada reiteración es posible vencer la resistencia de las mentes a conceptos que les son extraños.

    La riqueza del material así elegido no me parecía, sin embargo, suficiente para que los lectores hispanos se hicieran bien cargo de la marcha del programa pragma-dialéctico, del movimiento intelectual que lleva de un trabajo al siguiente. Por ello le pedí a van Eemeren si podía escribir, especialmente para este volumen, una especie de autobiografía intelectual. Amablemente así lo hizo e incluso me hizo saber que esta idea lo había llevado a concebir un nuevo proyecto de investigación acerca de la historia de la teoría pragma-dialéctica de la argumentación. Este libro cuenta así con un inédito de van Eemeren (el capítulo 1) y no solamente con trabajos anteriormente publicados en inglés (los capítulos 2 a 10). Igualmente inéditos son naturalmente los trabajos aportados por los quince colaboradores de España, México, Chile y Argentina. Juntos creo que dan una buena idea de la diversidad de aspectos y perspectivas que la comunidad hispanohablante tiene sobre la pragma-dialéctica.

    A fin de situar mejor los diversos capítulos de este libro, me gustaría contar, de manera naturalmente breve y fragmentaria, aunque espero no completamente heterodoxa e idiosincrática, la historia de la teoría de la argumentación. Dentro de la cultura europea esa historia comienza con los griegos.¹ Podemos decir en general que, para cada área cultural x, las comunidades humanas pasan por tres etapas: la etapa en la que se practica x, la etapa en la que las personas se vuelven conscientes de x y hablan de x, y la etapa en que deliberada y sistemáticamente tratan de elaborar una teoría de x. En el caso de la argumentación, podemos probablemente decir que ella existe desde que existen comunicación y lenguaje, con lo cual el comienzo de la primera etapa se pierde en la bruma de los tiempos, y ninguna comunidad humana ha jamás carecido ni carecerá de ella. No hay por ello manera de escribir la historia de la argumentación como tal. En cambio, la historia de la toma de conciencia y del discurso explícito sobre la argumentación es en principio más fácil de escribir. El primer gran monumento literario de la Grecia clásica lo forman de común acuerdo los poemas homéricos de la Ilíada y la Odisea; y en ambos encontramos ya clara conciencia de, y pulido discurso sobre, la argumentación.² Sin embargo, algo así como una teoría de la argumentación propiamente dicha aparece por vez primera en el escrito que conocemos ahora como De las refutaciones sofísticas, escrito por Aristóteles.³ Su autor está consciente de su logro y expresa con orgullo su ser pionero en haber escrito un tratado sobre el razonar y argumentar (183b35-184ª1). No es probablemente casualidad que ese tratado se ocupe precisamente de la naturaleza de las falacias o errores en la argumentación. Después de todo, quizá son siempre los errores que se cometen en una actividad lo que primero nos mueve a intentar hacer una teoría de ella.

    En el caso de Aristóteles, ese primer tratado de las falacias fue seguido muy pronto por los Tópicos, un libro mucho más amplio que nos presenta la contraparte positiva: las reglas que han de seguirse para triunfar en una contienda argumentativa. El modelo que Aristóteles siguió en los Tópicos es el diálogo socrático, tal como este fue presentado por Platón con un arte literaria sin parangón. Del substantivo griego diálogo, que significa hablar dos o más personas por turnos o tomar ellas turnos para hablar Platón derivó el adjetivo dialéctico, y desde entonces hablamos de arte dialéctica para referirnos al modo particular de llevar una discusión que inventara Sócrates y que se cultivara en la Academia platónica. De esa manera, podemos decir que los Tópicos de Aristóteles son la codificación de ese método de conversación. Como tal, no podemos decir que constituya una teoría general de toda argumentación; y de hecho vale la pena constatar desde este momento que este problema de la generalidad es endémico a todos los intentos teóricos que vinieron después, incluida la propia pragma-dialéctica.

    Comoquiera que ello sea, frente a la dialéctica aristotélica en tanto teoría de la argumentación propiamente dicha conviene distinguir dos temas cercanos pero diferentes. Uno es el tema de la demostración matemática. Como es bien sabido, fueron los matemáticos griegos los que inventaron la demostración (cf. Vega Reñón, 1990; Netz, 1999); y sobre la base de las intuiciones que Platón tuvo acerca de la naturaleza de este invento se lanzó Aristóteles a hacer también su teoría. Hasta dónde haya o no el filósofo tenido éxito en esta empresa es una cuestión disputada en la que afortunadamente no necesito entrar aquí, ya que la demostración como tal no es en sentido estricto una especie o un caso de argumentación. Los matemáticos sin duda argumentan, al igual que los demás seres humanos, y sería muy interesante intentar hacer la teoría de la argumentación en matemáticas; pero la teoría de la demostración que intentó Aristóteles con poca fortuna y que en nuestros días es una realidad gracias a la invención de la lógica matemática, no es tal teoría.

    El otro tema es la retórica. Aunque hemos perdido los tratamientos doctrinales sobre el arte de hablar bien en público que comenzaron a aparecer desde la segunda mitad del siglo V a.C., no resulta demasiado aventurado pensar que se trataba de colecciones de recetas y consejos más que de tratamientos teóricos. Una vez más parece Aristóteles el primero en intentar hacer la teoría, y justo especialmente de la argumentación, como se desprende del hecho de que él mismo dice que los tratadistas que le precedieron ignoraron el entimema, que es precisamente el nombre que Aristóteles da al argumento retórico. Pero justo aquí es que comienzan los problemas: no encontramos a lo largo y ancho de la Retórica aristotélica (y no se trata precisamente de una obra breve) nada que podamos comparar en alcance teórico a los Tópicos. Aristóteles dice muchísimas cosas, y por cierto de gran importancia, sobre el arte de hablar bien en público y los recursos que se pueden utilizar para persuadir al auditorio y más generalmente para lograr que piensen o hagan lo que el orador busca; pero lo que no hay es una teoría que nos detalle cuáles son la forma y contenido de la argumentación en retórica. Los autores que vinieron después, tanto en Grecia como en Roma, tienen méritos didácticos y prácticos enormes; pero ninguno de ellos ha presentado una teoría de la argumentación retórica siquiera similar a la teoría de la argumentación dialéctica de los Tópicos.

    De la Grecia clásica damos un salto enorme hasta la escolástica medieval latina. El llamado método escolástico, y más en particular la técnica de la disputatio es una práctica argumentativa que debe mucho a la dialéctica griega, si bien tiene rasgos originales.⁶ En ese sentido, podemos decir que la teoría de los Tópicos le queda corta; pero, ¿es que existe una teoría de la disputación propiamente dicha? La evidencia parece mostrar que no; no parece haber habido ningún pensador medieval que se haya propuesto hacer la teoría de las disputaciones clásicas, esa técnica de la que admiramos el producto acabado en la Summa theologiae de Tomás de Aquino y muchos otros textos antes y después. Podría decirse que un tipo peculiar, la disputatio de obligationibus, constituye una excepción, por cuanto hay autores que teorizan sobre ella. Pero, si bien los especialistas declaran que estamos lejos de entender bien el sentido y funcionamiento de esta técnica, yo al menos me inclino a pensar que se trata en realidad de una variante del tipo de discusión de que hablan los Tópicos. De hecho, uno de los más celebrados teóricos de la disputación con obligaciones, Walter Burley, copia en buena medida la descripción de los Tópicos (cf. Yrjönsuuri, 1994, cap. III). Comoquiera que ello sea, lo que de teoría de la argumentación hay aquí se refiere a modos de discutir tan altamente regulados y artificiales como lo fueron los encuentros dialécticos sobre los que teorizó Aristóteles. Tenemos pues también aquí la cuestión de hasta dónde una teoría de la disputación medieval y sus variantes podría considerarse una teoría general de la argumentación. Parecería que no.

    Unos siglos más tarde, la transformación del parlamento que comienza bajo Enrique VIII y con las reformas de Thomas Cromwell, y que se iría perfeccionando al paso de los años en dirección hacia la democracia moderna, crea la ocasión para prácticas retóricas que en su momento demandarán reflexión y elaboración teórica. Una vez más son las falacias lo que da el impulso. Son dos las obras pioneras aquí: la Parliamentary Logick del honorable William Gerard Hamilton, miembro del parlamento británico, y el Book of Fallacies del reformador Jeremy Bentham. La primera, publicada póstumamente en 1808, está orientada a la instrucción de los colegas legisladores en todos los trucos del oficio de manipular al público y vencer al adversario; la segunda, publicada en1816 en traducción francesa (Traité des sophismes politiques; edición póstuma en inglés de 1824 bajo el título A Book of Fallacies) y con muchas modificaciones respecto del original, tenía como propósito contrarrestar la obra de Hamilton e instruir a los ciudadanos para defenderse de las manipulaciones de los políticos. Con el paso del tiempo, se dio en pensar que aprender a debatir a la manera parlamentaria debería ser parte de la formación de todo ciudadano en una democracia. Así surgió en los países anglosajones la teoría del debate que se enseñaba a los adolescentes y se practicaba en forma de certámenes públicos entre escuelas. Una vez más tenemos una teoría de la argumentación que dista también mucho de ser general, como puede constatar cualquiera que se asome a los numerosos manuales para aprender a debatir.⁷ Por no tomar sino el aspecto más obvio, la administración del tiempo en los distintos formatos para el debate que se han propuesto constituye una limitación artificial que no vale para la mayoría de las discusiones humanas.

    Ya puestos en el siglo XX, se ha dado en hablar de 1958 como el año del renacimiento de la teoría de la argumentación, merced a la publicación casi simultánea de La nouvelle rhétorique de Perelman y Olbrechts-Tyteca y The Uses of Argument de Stephen Toulmin. En un sentido 1958 es demasiado tarde: ya la bibliografía en Barth y Martens (1982) muestra que el interés por la argumentación precede a estas publicaciones por un par de décadas. En otro sentido 1958 es demasiado pronto, ya que ninguna de las dos célebres obras, a pesar de sus enormes méritos, constituye una teoría de la argumentación. En mi opinión hay que esperar hasta 1984 para ver nacer, con la disertación doctoral de Frans van Eemeren y Rob Grootendorst⁸, los inicios de una teoría de la argumentación que es original respecto tanto de la teoría de los Tópicos (incluyendo las que hubiere de la disputatio) como de la teoría del debate parlamentario.⁹ Y aunque también de la pragma-dialéctica se ha dicho o insinuado que no es todavía una teoría general (Walton, 1989; Woods, 2006; Morado, 2013), ciertamente es un candidato más plausible que las dos (o tres) anteriores, al menos en el sentido de que no parte de entrada de una práctica artificiosa y convencional previa.

    He dicho antes que en el año 1984 vimos nacer los inicios de una teoría de la argumentación. La razón para decir esto es que tal vez el rasgo más distintivo de la pragma-dialéctica es que no es una teoría acabada, sino un proceso de teorización en marcha. El capítulo 1, escrito especialmente para este libro, describe precisamente como fueron desarrollándose las diversas capas de la pragma-dialéctica. En primer lugar, tenemos un meollo teórico, constituido por la pragma-dialéctica estándar o elemental (van Eemeren & Grootendorst, 2004, tr. esp. 2011) y la pragma-dialéctica extendida o avanzada (van Eemeren, 2010; tr. esp. 2012).¹⁰ En segundo lugar, tenemos una capa empírica, en que se utilizan técnicas de investigación cualitativa y cuantitativa para verificar si los constructos teóricos corresponden a la realidad argumentativa (van Eemeren, Houtlosser & Snoeck Henkemans, 2007; van Eemeren, Garssen & Meuffels, 2009; no hay traducción al español). En tercer lugar, tenemos investigación aplicada, en la que se trata de identificar las características peculiares que distinguen teórica y empíricamente entre los diferentes modos en que los seres humanos argumentan de acuerdo con los propósitos que persiguen y las instituciones creadas para cumplir esos propósitos (van Eemeren, 2009; así como la serie de libros Argumentation in Context y el Journal of Argumentation in Context).¹¹ De esta estructura compleja y multinivel de la pragma-dialéctica dan cuenta con algún detalle los capítulos 2-10 de este libro, los cuales fueron escogidos justamente para permitir que el lector hispanohablante tuviese una visión de conjunto del programa de investigación dirigido por van Eemeren que no le permiten los libros que se han traducido al español hasta ahora.

    Ahora bien: si se mira con cuidado esta estructura teórico-empírico-aplicada de la pragma-dialéctica, se verá que no es legítimo objetar que la teoría no es general. En vista del carácter dinámico del programa pragma-dialéctico de investigación, podemos decir que se trata de una teoría general en construcción. La estrategia científica seguida por van Eemeren y sus colaboradores es la de partir de un modelo ideal de argumentación que, justamente por ser ideal, representa una simplificación de lo que ocurre. Pero no se trata, y nunca se trató, de que la cosa quedara allí. Este modelo ideal va haciéndose progresivamente menos ideal y sin prisa ni pausa se va enriqueciendo según se le van incorporando poco a poco elementos adicionales, concretamente la perspectiva retórica (en la pragma-dialéctica extendida), la investigación empírica (análisis lingüístico y experimentos cognitivos) y los estudios aplicados de dominios argumentativos específicos con sus variadas instituciones comunicativas (el derecho, la política, la medicina, los medios, la academia). Esta estrategia científica de aproximaciones sucesivas al fenómeno de la argumentación es, a lo que veo, la misma que han seguido la física, la biología, la economía y la lingüística: modelos sencillos que se van enriqueciendo al contacto con los datos empíricos. No hay, a lo largo y a lo ancho de los estudios sobre argumentación, ningún otro programa de investigación tan duradero y persistente como la pragma-dialéctica.

    ¿Significa eso que la pragma-dialéctica es inmune a objeciones? De ninguna manera; y todos son bienvenidos a plantearlas y contribuir a la mejora de la teoría. Lo importante es que, al objetar, procuremos conocer primero bien el objeto que atacamos. Mi impresión es de hecho que la teoría no ha tenido críticos más severos que los propios pragma-dialécticos. Si no fuera así, no existirían las modificaciones constantes a la teoría al contacto con los diversos aspectos que se han ido añadiendo y la han ido complejificando. Espero y confío en que la lectura de los capítulos 1-10 despierten la curiosidad de los lectores por informarse más en detalle acudiendo a las ricas fuentes de todo el programa de investigación.

    Lo que debe quedar claro es que el programa pragma-dialéctico, como todo programa serio de investigación, no constituye un dogma. Prueba de ello es que van Eeemeren con frecuencia invita a investigadores con otras perspectivas teóricas a estancias en Amsterdam y, de ser posible, a proyectos colaborativos. Un excelente ejemplo es la obra conjunta de van Eemeren, Grootendorst, Jackson y Jacobs (1993), por la que podemos decir que inicia el giro descriptivo, más allá de lo normativo, en el programa pragma-dialéctico. Un ejemplo diferente es la investigación doctoral de Lilian Bermejo-Luque, cuyos resultados fueron publicada subsecuentemente en una de las colecciones que edita van Eemeren (Bermejo-Luque, 2011): aunque altamente críticos, han sido realizados con conocimiento de causa del programa que critica, y al menos en mi opinión son en principio un aporte valioso que modifica, pero no destruye, la teoría. Una versión breve de este aporte crítico es el cap. 11 de este libro, con que abre la primera sección de la segunda parte de este libro. Los capítulos 11 a 16 sugieren, cada uno a su manera, revisiones, modificaciones u objeciones a la teoría pragma-dialéctica. En cambio, los capítulos 17 a 22 de la segunda sección se limitan a ofrecer posibles aplicaciones de la teoría.

    Hasta este punto no he intentado expresar en qué consiste una teoría de la argumentación. Aunque sobre esto seguramente habrá discusión y hasta controversia, creo que la experiencia de los últimos años nos permite distinguir al menos cinco elementos indispensables para poder hablar de una teoría de la argumentación: (1) una explicitación del fin o propósito de argumentar, (2) una explicación de los medios, verbales y no verbales, por medio de los cuales se realiza ese fin, (3) técnicas de identificación y análisis de argumentaciones concretas, (4) una descripción de las reglas de un juego argumentativo mediante el cual podemos con esos medios alcanzar ese fin, (5) una normativa que permita identificar y ordenar las falacias en cuanto violaciones de esas reglas. Todos esos elementos están presentes tanto en la codificación del diálogo socrático que hizo Aristóteles como en el modelo de discusión crítica de la pragma-dialéctica; pero faltan en una medida u otra en todas las demás propuestas.¹² Sobre cualquiera de estos elementos se pueden plantear objeciones, sea dirigidas a la dialéctica de Aristóteles o a la pragma-dialéctica de van Eemeren; y las objeciones podrán ser o no respondidas de manera de satisfacer al crítico; pero lo que no puede negarse es que cualquier propuesta que aspire a ser una teoría de la argumentación (general o parcial) las necesita todas, que tanto la dialéctica como la pragma-dialéctica las poseen, y que no es fácil encontrar ninguna otra propuesta que sea tan completa como estas dos. La pragma-dialéctica tiene, como rasgo adicional, (6) un programa de investigaciones empíricas y aplicadas con el propósito de verificar y en su caso corregir, modificar y enriquecer la propuesta teórica pura. Con esto se reafirma el carácter único y dinámico de la pragma-dialéctica que he tratado de esbozar en esta introducción. Invito al lector a que lo confirme por sí mismo a través de la lectura de este libro.

    Referencias bibliográficas

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    Notas

    ¹ De ninguna manera pretendo decir que la tradición europea sea la única. De hecho, existen al menos otras tres tradiciones en teoría de la argumentación de gran importancia histórica: la hebrea, la india y la china. No sé gran cosa del asunto, pero al menos soy consciente de la existencia de literaturas considerables en el caso de estas tres tradiciones. El lector curioso puede, por ejemplo, consultar Jacobs (1984), Ganeri (2004), Kurtz (2011), para hacerse una idea.

    ² Véase por ejemplo Ramírez Vidal (2014). Conviene aclarar que los dos poemas épicos de Homero no representan, como algunos despistados siguen creyendo, una etapa primitiva de la cultura griega; antes al contrario son el apogeo literario de la alta cultura micénica, cuya destrucción permitió el surgimiento de las varias culturas helénicas, dentro de las cuales destaca, como prima inter pares, la de Atenas.

    ³ En la vasta obra de Platón encontramos muchos vislumbres de lo que podríamos llamar los elementos y hasta el método de esta teoría. Por mencionar solamente algunos ejemplos, en muchos de sus diálogos asoman los rudimentos de una teoría de la definición y una teoría de la clasificación; en el Sofista nos deslumbra el primer análisis de la oración en sujeto y predicado; y tanto en la República como en la Carta VII nos topamos con una reflexión sobre el papel de las figuras y su combinación con el discurso verbal en la demostración matemática. Sin embargo, no podemos propiamente decir que haya un desarrollo sistemático en ninguna de las obras platónicas.

    ⁴ La didáctica de las matemáticas, que es una disciplina al menos vieja de un siglo, contiene sin duda elementos y métodos en dirección hacia una teoría de la argumentación en matemáticas; y otro tanto puede decirse de las ideas de Imre Lakatos (1963); pero el lector apreciará lo específico de intentar teorizar sobre la argumentación en matemáticas consultando, por ejemplo, los trabajos reunidos en Aberdein y Dove (2013).

    ⁵ El interés primordial de las diversas artes retóricas se alejaban completamente de la argumentación como tal y ponían el énfasis en cuestiones de estilo o bien en cuestiones heurísticas. El interés era siempre práctico: se trataba de dar con las ideas, temas, palabras, frases, pronunciaciones, silencios, posturas y gestos que la experiencia había mostrado que funcionan o fallan en el discurso público. Se trata de gigantescos y detallados catálogos que fueron y siguen siendo utilísimos para preparar y formar al orador; pero ninguna de ellos contiene una teoría de la argumentación. De hecho, ese interés práctico también ocupa un lugar muy importante en la historia de los matemáticos: desde antes de Pappus hasta después de Pólya (y pasando por Descartes y Leibniz) se detecta en este gremio una obsesión por formular una ars inueniendi con la que sea posible no ya verificar una demostración sino hallarla; y no en balde se ha dicho que la historia de las matemáticas es la historia de la invención de métodos. Todo eso es estupendo, pero tangencial a la argumentación como tal.

    ⁶ Cf. Murphy (1974: 104). Al igual que en el diálogo socrático, el punto de partida de la disputación es una pregunta; pero la forma en que se lleva a cabo la disputación es completamente diferente a la del diálogo. La marcha de una disputación, sus tipos y sus reglas se han descrito muchas veces (p.ej. en Mandonnet, 1918: 266-270; una descripción reciente, sucinta y clara en Weijers, 2007). Aunque vieja e incompleta, la historia del surgimiento y desarrollo del método escolástico de Grabmann (1909, 1911) sigue teniendo autoridad.

    ⁷ Uno de los mejores manuales es el de Laycock y Scales (1904; revisado y ampliado en O’Neill, Laycock & Scales, 1917). Vale la pena mencionar un hecho revelador: mientras que en en la Europa continental la retórica dejó de ocuparse de cuestiones de argumentación prácticamente desde el siglo XVII, esto no ocurrió en los países anglosajones. Así, puede verse que no hay solución de continuidad entre los manuales tradicionales de retórica y composición, por un lado, y los nuevos manuales de argumentación y debate que comienzan a proliferar desde la segunda mitad del siglo XIX, por otro lado (véase por ejemplo Lee, 1880).

    ⁸ El texto original de la disertación en holandés se publicó en 1982 bajo el título Reglas para discusiones racionales: una contribución al análisis teórico de la argumentación en la solución de disputas (Regels voor redelijke discussies: een bijdrage tot de theoretische analyse van argumentatie ter oplossing van geschillen, Dordrecht, Foris). La traducción al español, por Cristián Santibáñez, acompañada de una introducción substancial, se publicó hasta 2013 (Santiago de Chile, Universidad Diego Portales). Pero es la versión en inglés, hecha por los autores, la que tuvo impacto internacional.

    ⁹ Algunos lectores podrían pensar que soy injusto con las importantes tradiciones del pensamiento crítico y la lógica informal. Soy el primero que admira esas tradiciones, pero ni con la mejor voluntad veo en ellas nada que se parezca a una teoría, siquiera parcial, de la argumentación. La lógica formal es sin duda una teoría (o incluso dos: una teoría de la demostración y una teoría de los modelos), aunque no de la argumentación; la lógica informal por su parte trata de la argumentación, pero no teóricamente; en cuanto al critical thinking, se trata de una amalgama de elementos diversos, tanto formales como informales. Por su parte, Perelman y Olbrechts-Tyteca lo que lograron (y tiene mucho mérito) fue despertar el interés por los esquemas argumentales, un tema central aunque refractario a la teorización, algo así como el pariente pobre de la forma lógica. Finalmente, Toulmin lo que hizo fue crear un innovador e importante modelo alternativo general para los argumentos ordinarios. En ninguno de ellos, como tampoco en los demás autores que les precedieron y sucedieron nos encontramos todavía con una teoría de la argumentación. Este juicio se pretende puramente descriptivo, no valorativo; muchas cosas que no son teoría pueden tener un gran valor. Todavía podría pensarse que los enfoques formales acerca de la argumentación (Lorenzen, Hamblin, Barth, Hintikka) son ejemplos de teoría de la argumentación; pero cualquiera que se asome a ellos verá que el interés lógico priva sobre el propiamente argumentativo. Para no ser incompleto, cabría mencionar por último el trabajo de Anscombre y Ducrot (1983), del que diría que su teorización es altamente heterodoxa respecto del mainstream de la lingüística e infla el concepto de argumentación al grado de hacerlo prácticamente idéntico con el de comunicación, en una especie de reductio as absurdum, de la que en mi opinión la ha comenzado a rescatar la labor extraordinaria de Marraud (2013).

    ¹⁰ La pragma-dialéctica estándar cuenta además con un estupendo libro de texto (van Eemeren, Grootendorst & Snoeck Henkemans, 2002; tr. esp. 2006) y pronto habrá un tratamiento similar para la pragma-dialéctica extendida (van Eemeren, comunicación personal). En el cap. 22 de este libro el lector encontrará un breve comentario de los méritos del libro de texto mencionado.

    ¹¹ De esta tercera capa en principio debe desprenderse una cuarta, de carácter pedagógico, en la que el punto es enseñar a los estudiantes a argumentar. Sobre esto véase la nota anterior. Los dos últimos capítulos de van Eemeren, Grootendorst

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