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según
Edgar Cayce
___________________________________
W. H. Church
LA HISTORIA DEL ALMA
según
Edgar Cayce
___________________________________
W. H. Church
Libros Iluminados
Virginia Beach • Virginia
Título original: Edgar Cayce’s Story of the Soul
© 1989 por W. H. Church
ISBN 978-0-87604-544-2
A I.B.W.
No desprecien las profecías.
Sométanlo todo a prueba; aférrense a lo bueno.
~1 Tesalonicenses 5:20-21
Nota del autor
Prólogo a un viaje 9
1 Preguntas que hacen los niños 17
2 Antes de la Gran Explosión 21
3 La rotura del Huevo Cósmico 37
4 Los seis días de la Creación 53
5 El séptimo día 59
6 El descenso de los dioses 67
7 El país de los lémures 75
8 Más allá de las Puertas de Hércules 87
9 El cambio polar 133
10 La manzana de Adán 149
11 La época del sol en Egipto 171
12 La Ciudad de Oro 185
13 Un palimpsesto persa 191
14 Ayer en Yucatán 201
15 De los Pirineos al Perú 211
16 De Abraham al Cristo 225
17 Los misteriosos constructores de montículos 237
18 Esos valientes vikingos 249
19 Los gobernantes del Universo 255
Notas 269
Bibliografía 283
10 • La Historia del Alma
Prólogo a un viaje • 11
PRÓLOGO A UN VIAJE
Vamos.
Estamos a punto de emprender juntos un viaje memorable.
Nos llevará a regiones de las que no existen mapas, a renombradas
naciones muy antiguas pero ya olvidadas. No son paisajes imagi-
narios, forman parte de nuestro pasado evolutivo. Son más reales
que cualquier sueño…
Encontraremos titanes como dioses, monstruos espantosos
y extrañas mutaciones, todos desdibujados y relegados al mito
y la leyenda hace mucho tiempo, y también otros seres no muy
diferentes a nosotros. Para llegar allí, nuestro guía psíquico deberá
atravesar con nosotros los etéreos portales de los archivos akásicos,
en los que, se nos dice, todo recuerdo de eones ya envueltos en las
brumas ha quedado grabado para siempre en la trama del tiempo
y el espacio.
Vamos con un propósito, por supuesto. Partimos en busca de
nuestras raíces evolutivas. Para encontrar esas raíces, debemos
rastrear el origen, la evolución y el destino del alma. Porque en
realidad la que está evolucionando es el alma —y no la materia,
según la creencia generalizada— como lo ha dispuesto la mente:
arquitecta y constructora de la entidad espiritual.
El viaje estará lleno de sorpresas. Tendremos que aprender a
esperar lo inesperado. Como buenos viajeros, aligeremos nuestro
12 • La Historia del Alma
1
PREGUNTAS QUE HACEN LOS NIÑOS
Caos.
Entonces, de repente, una explosión cósmica.
En un abrir y cerrar de ojos, nace el universo. El estallido de
«algo», allá afuera en alguna parte, ilumina lo que hasta entonces
fue la nada...
Es la alborada de la creación física.
De enormes y dispersas nubes de materia no racional —hidróge-
no y polvo— surgen las formas vivientes más primitivas, mientras
las galaxias dibujan amplias curvas formándose al vuelo. Ahora
estrellas, lunas y planetas empiezan a plantarse en los primigenios
campos de tiempo y espacio en rápida expansión, donde asteroides
que se estrellan y coletazos de cometas interestelares les propor-
cionan alimento inicial.
La evolución ha empezado su lento ascenso, a tientas.
2
ANTES DE LA GRAN EXPLOSIÓN
de Juan.
Entretanto, con una referencia más específica aquí, donde nos
hemos tropezado con un paralelo por demás obvio entre el «Verbo»
bíblico y el «OM» hindú, alguna vez Cayce observó que el habla es la
vibración más elevada del cuerpo humano. A este mismo respecto,
recomendó el uso de la palabra hablada en la oración como más
efectiva que su homóloga silenciosa.8
¿Cuántas hazañas inimaginables, podríamos preguntar con
razón, mucho más asombrosas que derribar las murallas de Jericó
con gritos y trompetas, no habrá realizado el Señor en el principio
con los incalculables poderes vibratorios de Su Palabra hablada?
Entonces, ¡es de suponer que una palabra fue suficiente para dar vida
a todo un universo! Mas yo les presento la formidable idea de que
en la Mente de Dios, mil millones de ideas por mil millones de veces
no son mayores que una. Y es ahí, deducción lógica, donde reside
el gran secreto de la creación: en su Unicidad. Un átomo es igual a
un universo. Y la Mente informa y gobierna todo, el macrocosmos
y el microcosmos, hasta la última partícula de polvo sideral...
3
LA ROTURA DEL
HUEVO CÓSMICO
4
LOS SEIS DÍAS DE LA CREACIÓN
Primer Día.
La tierra era un caos total, las tinieblas cubrían el abismo. Y dijo
Dios: «¡Que exista la luz!». Y la luz llegó a existir. A la luz la llamó
«día», y las tinieblas, «noche». Y vino la noche, y llegó la mañana:
ése fue el primer día.
Así, según el autor del Génesis, empezó y terminó el Primer
Día de los seis días de la creación. (El séptimo, recordemos, fue un
día de descanso).
Pero ¿cuánto dura un día, por el reloj del cielo? Un día de
Brahm, dice la tradición hindú, hablando de tiempo medido en
términos de Dios, tiene unos 4500 millones de años de duración.
Tiempo suficiente para que Rip van Winkle pasara durmiendo a la
Eternidad, mientras Dios apenas empezaba Su tarea...
Siete días, en total. Unos treinta mil millones de años, si usamos
la calculadora bráhmica. ¿Y si no? Bueno, pues todavía nos quedan
otras opciones.
Primera, el punto de vista literal. Los partidarios de la litera-
lidad, inflexibles y aferrados a la Biblia, se oponen a todo tipo de
interpretación simbólica de los acontecimientos e insisten en que
la Palabra se tome al pie de la letra. Siete días son una semana, no
más y tampoco menos. (Con todo respeto, cabe preguntarnos cómo
abordarán sueños y parábolas los partidarios de la literalidad).
Cada quien debe interpretar el tema según su propia compren-
sión, sugirió conciliador Edgar Cayce, cuando se le pidió su parecer.1
56 • La Historia del Alma
hilo de similitud que corre entre los dos. Y nos sugiere que ambos
podrían estar avanzando por rutas paralelas hacia algún punto de
futura convergencia, muy parecido a las teóricas líneas en el espacio
de Einstein.
Precisamente así, de hecho.
Como alguna vez lo dijo Cayce, acontecimientos ya anuncia-
dos apuntan a una inevitable convergencia entre los mundos del
espíritu y la materia a medida que los avances tecnológicos lleven
al infatigable explorador científico a terrenos cada vez más remotos
de la investigación. Todo en el universo material, como lo planteara
Cayce, está diseñado igual que en el espiritual, pero en una forma
divergente, muy similar a la manifestación de una sombra.6 Y puesto
que las leyes naturales tienen su origen y equivalente superior en
las leyes espirituales, el descubrimiento de una ley inferior nos
acerca simultáneamente a una intuitiva comprensión de aquello
superior, de lo cual se deriva. Alcanzado este nivel de entendimiento
espiritual de las leyes del universo, el hombre ha avanzado bastante
en su designio de convertirse en señor del cosmos, y de sí mismo.
Sin embargo, adquirir demasiados conocimientos con muy poca
comprensión es peligroso, como para desgracia suya aprenderían
los atlantes…(Veremos su catastrófica caída en un capítulo más
adelante).
Entretanto, con respecto a ese hilo de similitud que menciona-
mos, aquí tenemos algunos ejemplos.
El primero tiene que ver con la teoría de la creación en la Gran
Explosión. Si fue una auténtica «explosión», podemos estar seguros
de que su aspecto más notable fue una enorme vibración central
—esencia de la luz y el sonido— que espontáneamente se expandió
en todas direcciones por los recién nacidos terrenos de tiempo
y espacio, sin que se haya detenido jamás. Sobre esto, la ciencia
está completamente de acuerdo, claro, y continúa rastreando las
primigenias ondas de luz y sonido a través de nuestro universo en
expansión. Pues bien, entonces: ¿Qué dijo Cayce, mucho antes de
que se hablara de esa enorme y vibrante explosión, que conmocionó
al mundo de la ciencia moderna? Su visión psíquica de nuestro
origen universal difería muy poco. Claro que ese poco era mucho
en términos espirituales. Todo, dijo, proviene de una Vibración
Central —Verbo y Luz— que toma formas diferentes en el continuo
despliegue de su manifestación por todo el universo.7
Y afirmó, para complementar, que todas las vibraciones son
parte integrante de la Conciencia Universal; que toda fuerza de la
naturaleza, toda materia, existe como una forma de vibración, que
es vida en sí misma. Esto incluye el cuerpo físico del hombre. Al
describir electricidad y vibración como la misma única energía,
Cayce definió la vibración como el movimiento o actividad de
una fuerza positiva y una negativa, que crea los modelos de vida
eléctricos hallados en la más pequeña de las partículas atómicas
y, por consiguiente, incluso en algo al parecer «inanimado» como
una piedra. Toda vibración, concluyó en una nota profundamente
metafísica a la que la ciencia debería prestar atención, al energizar
cualquier forma material que tome, debe pasar por una etapa evo-
lutiva y salir de ella.8 Esto es tan cierto de una hoja que brota en
primavera, destinada a cumplir su ciclo estacional de realización,
como lo es de un hombre o de una estrella en desintegración. Pero
en el caso del hombre, la evolución de la materia está sujeta a la
mente como «constructora», y al alma. Pues lo que diferencia al
hombre del resto de la creación es el alma. El alma es la semilla de
Dios en el hombre, y es aquello que le sobrevive, reencarnando una
y otra vez en un crecimiento gradual hacia la Unicidad...
Entretanto, esos físicos de partículas que hoy bailan un vals
metafísico con el átomo, podrían llegar a aprender mucho más del
siguiente hilo de similitud con su propia investigación. Todos y
cada uno de los átomos del universo, dijo Cayce, tienen su relación
relativa con cada uno de los demás átomos.9 Una vez más, hablaba
de la Unicidad de toda la Fuerza pero esta vez, curiosamente, apli-
cada al microscópico nivel de la partícula atómica, demostrando así
60 • La Historia del Alma
5
EL SÉPTIMO DÍA
6
EL DESCENSO DE LOS DIOSES
Fue así entonces, que la primera raza original cobró vida. Así de
inocentemente empezó el gradual descenso y caída de los dioses.
7
EL PAÍS DE LOS LÉMURES
haberse perdido para siempre, quedando tan solo los tenues des-
tellos de su imagen delineada en el tejido del tiempo y espacio, en
las cámaras akásicas.
Tal vez esté bien así.
Los lemurianos, de quienes Edgar Cayce habló poco, al parecer
dejaron tras de sí una oscura estela de maltrato y bestialidad en
su veloz y desordenado descenso a la materia. Por consiguiente,
no es de extrañar que el adoptado «hogar» de esos dioses caídos,
junto con la mal planeada civilización que construyeron a lo largo
de muchos milenios, fueran condenados a su final destrucción y
olvido, incluso mientras la más favorecida Atlántida apenas em-
pezaba a ser habitada por dioses algo más sabios y pertenecientes
a la tercera raza madre que, más adelante, serían dirigidos por el
propio Primer Hijo.
Es probable que en sus primeras fases la cultura lemuriana
pareciera prometer una evolución más tranquila, mucho antes de
que su ciclo gravitacional descendente cobrara impulso. Esos visos
prometedores se revelan en una lectura muy inusual que Edgar
Cayce dio para un alma muy antigua que, antes de su posterior
aparición en la época inicial de la Atlántida, al parecer había for-
mado parte de los primeros representantes de esa etérica segunda
raza, los lemurianos. Dentro de su adaptación al entorno material,
rápidamente desarrollaron instintos sociales. Se formaron clanes.
Aunque en un principio habitaron en árboles y cuevas, como los
pájaros y las bestias, pronto desarrollaron formas corporales no muy
diferentes a la nuestra. Y, como los posteriores atlantes, también
estaban dotados de un tercer ojo u ojo psíquico, que debía ser un
punto de contacto con sus orígenes celestiales, pero su utilidad
acabó pronto. Pero volvamos a la entidad en cuestión: se le dijo que
aún se podían ver sus dibujos rupestres en la pared de una cueva
del hoy árido altiplano del sudoeste norteamericano, ¡aunque los
trazos tenían unos diez millones de años!4
Esa referencia nos ofrece una datación tentativa para la cultura
El país de los lémures • 83
8
MÁS ALLÁ DE LAS PUERTAS
DE HÉRCULES
colonizadas por los más pacíficos hijos e hijas de la Ley del Uno en
su disciplinado éxodo, se supone que los hedonistas hijos e hijas
de las Tinieblas esperaron hasta última hora. Y luego, en un deses-
perado intento de apoderarse de un espacio habitable, arrebatando
las tierras de otros (como lo sugiere el relato de Platón), al parecer
atacaron sin provocación a los más primitivos habitantes de lo que
ahora son Europa y Asia Menor. No existen pruebas de que estos
ataques, que probablemente fueron aéreos, hubieran sucedido jamás.
Pero si fueron rechazados, podemos suponer que los invasores
dejaron a su paso muerte y destrucción. Esto se puede deducir en
parte de los restos vitrificados de antiguas fortalezas en Escocia,
Irlanda, Bretaña, y Austria, donde algo muy similar a un potente
rayo láser de mortal puntería alguna vez traspasó las piedras, der-
ritió los bloques y los convirtió en vidrio fundido.6 ¿El «rayo de la
muerte» atlante en acción? Cayce mencionó una vez la existencia
de tan pavorosa arma en el arsenal de ellos, lo que los señala como
probables culpables. Gracias a su tecnología altamente avanzada,
los atlantes podían atacar con impunidad cualquier objetivo. Pero
al final, según parece, a los frustrados seguidores de Belial no les
quedó otra opción que huir al bastante deshabitado continente
hacia el oeste, y los que no se hundieron en el mar con la Atlántida
se apresuraron a buscar refugio en tierras inhóspitas.
¿Acaso esa dura experiencia cambió en algo sus aviesas cos-
tumbres? Nos gustaría creer que ejerció sobre ellos una influencia
moderadora. De hecho, en las lecturas de Cayce encontramos alguna
prueba indirecta al respecto. Primero, se nos dice que los nobles e
intrépidos iroqueses formaban parte de los descendientes directos
de los últimos atlantes rebeldes. Y en una lectura de vida* de Ed-
gar Cayce a una mujer que en una encarnación previa había sido
Narwaua, princesa de las tribus del gran jefe algonquino Powhatan,
salió a la luz la sorprendente información de que la llegada de los
*Una disertación psíquica relacionada con las vidas pasadas de una entidad.
Más allá de las Puertas de Hércules • 97
Sin embargo, no creo que esa diferencia filosófica sea tan im-
portante. Resulta mucho más significativa la cantidad de campos
en los que Cayce y Phylos, en versiones separadas e independientes,
nos ofrecen relatos asombrosamente parecidos de la cultura de la
Atlántida en el período que precedió a su colapso final. Por esta
razón, cuando presente el relato de Cayce sobre el tema, intercalaré
algunas referencias a la versión de Phylos a manera de corrobo-
ración. También las referencias a la literatura teosófica tendrán un
papel en la historia que se desarrolla a continuación.
LA LEYENDA DE LILITH
La historia de Lilith es un relato extraño y enigmático. Buena
parte permanece en un profundo misterio que los marcos de tiempo
e interpretaciones contradictorias, así como la falta de detalles,
vuelven aún más indescifrable. En parte realidad y en parte fan-
tasía, la historia deja entrever bestialidad y proles simiescas, pero
también un propósito inocente en sus inicios, como el rescate de
serafines.
La versión más convincente quizás sea la de la mitología hindú,
aunque allí no se menciona el nombre de Lilith como en la alegoría
talmúdica de la tradición judía. Además, en la doctrina gnóstica y
el rosacrucismo medieval hay oscuras alusiones a Lilith, en las que
su nombre se relaciona con el de Adán como primera esposa suya
y progenitora de «demonios» al principio del tiempo. Sin embargo,
parece ser una interpretación engañosa y exagerada, si nos atenemos
a lo dicho por Edgar Cayce cuando se le pidió explicar cómo se
podría relacionar la leyenda de Lilith con la proyección atlante de la
Mente Creadora como Amilius (otro nombre del «Adán Superior»
106 • La Historia del Alma
evitar toda relación impura con los hijos e hijas de los hombres,
almas caídas de la última raza madre, o primeros precursores de la
propia, que habiendo perdido su patrimonio celestial se dedicaron
a copular a la manera de las bestias que los rodeaban.
Tristemente, las capacidades creativas de los hijos andróginos
tenían otro aspecto, por el que se replegaban en sí mismos en lugar
de recurrir a las Fuerzas Superiores. En un proceso psíquico que bien
podría describirse como «formación de imágenes mentales», ellos
podían lograr que se manifestara casi cualquier objeto de naturaleza
física. Es así como sus necesidades del diario vivir eran satisfechas
rápidamente, y quizás podría decirse que este proceso de visua-
lización no causaba daño e incluso aportaba un grado de progreso,
desde un punto de vista estrictamente material. Sin embargo, tenía
un potencial de abuso en particular de seres vivientes. Esto se hizo
patente cuando al observar la encantadora proyección mental que
a menudo veían ahora acompañando a su líder Amilius, los hijos
andróginos pronto descubrieron que también tenían el poder para
generar por sí mismos una criatura así, a voluntad. No obstante, este
era un proceso mucho más complicado que la simple visualización
con la que materializaban objetos inanimados desde el éter. De
hecho, los pensamientos son cosas, pero en este caso las «cosas»
tenían que ser moldeadas en una viviente imitación de modelos
de carne y hueso lentamente estructurados en la fuerza mental de
sus creadores de doble sexo, en un proceso que Cayce denominó
«progeneración». Se nos dice que en número de años se necesitaban
«cuatro veintenas más seis», para materializar por completo una
de las «cosas», como se les llegó a llamar, bastante literalmente.16
Los sentimientos de propiedad deben haber sido fuertes y muy
arraigados. Forma divina o grotesca, la desventurada criatura que
aparecía estaba predestinada a una permanente esclavitud.
Todo lo cual nos lleva de nuevo a Lilith.
¿Es que la proyección que hizo Amilius de esa deslumbrante
forma mental debía producir una simple «cosa», autómata sin alma
Más allá de las Puertas de Hércules • 109
que volvieran a las enseñanzas de la Ley del Uno. Pero estos últimos
continuaron su desenfrenada búsqueda de placeres y licenciosas
costumbres, que se volvieron cada vez más censurables.
Por último, los hijos de la Ley del Uno recurrieron al enve-
jecido Amilius. Su pena era enorme mientras los escuchaba. Sin
embargo, poco podía hacer, porque sabía que ya había llegado Su
hora. Sin embargo, antes de partir, ordenó establecer los primeros
altares para sacrificios en la nación, para recordar y honrar a Dios
en lo sucesivo con los primeros frutos de las cosechas. Quizás con
la esperanza de recordarle al pueblo que Dios siempre debería ir
antes que el pueblo. En lugar de eso, en una distorsión de propósitos
acorde con la situación de rápido deterioro moral, con el tiempo
los altares se usaron para sacrificios de sangre.
obreros a cavar más y más profundo. Y fue así como con el tiempo
los hijos de Belial llegaron a creer que la única manera de invertir
este ominoso estado de cosas sería comenzando a ofrecer sacrificios
humanos en los altares, lo que empezaron a hacer en cantidades
aterradoras. Las protestas y llamados de los gobernantes fueron en
vano. Los hijos de Belial, envalentonados por el creciente apoyo a
sus tácticas, hicieron lo que les vino en gana, con absoluto despre-
cio de cualquier tipo de autoridad. Además señalaron sutilmente
que los de la Ley del Uno ya no parecían ser más capaces que ellos
de satisfacer las necesidades de la gente. Los suministros de todo
tipo empezaron a escasear cada vez más. La codicia, tanto tiempo
irrestricta, cobraba su precio.
Inevitablemente empeoraron las tensiones. Sin embargo, el
consejo regente seguía vacilante, evitando toda acción decisiva.
No hubo entre ellos un Abraham Lincoln que agrupara las masas
alrededor de una causa justa y venciera las fuerzas de Baal. De
hecho, una de las lecturas de Cayce sobre esa aciaga época derro-
tista sugiere que un malestar espiritual se había apoderado de toda
la nación, permitiendo que elementos anárquicos predominaran
sobre las fuerzas del Uno.
Estas palabras sobre el asunto, que Cayce expresó en estado de
trance a un antiguo iniciado de la Atlántida, resumen la patética
situación en forma muy concisa: «La entidad cedió, no al pecado
sino… más bien a mantener la paz en lugar de valerse de la justicia
y el poder para destruir a esos malvados en carne y hueso».39
¿Una guerra «justa»? Lo cierto es que uno siempre debe poder
y estar dispuesto a ofrendar la vida en defensa de un principio justo
o de la salvaguardia de las libertades fundamentales.40
Los atlantes decidieron no actuar. Sin embargo, la naturaleza
tenía otros planes. Las fuerzas superiores entraron en acción y una
vez más la tierra tembló y se sacudió de un extremo al otro. Pasada
la conmoción, muchos vieron en lo sucedido una advertencia de
Dios. De las cinco islas de la Atlántida, sólo quedaron tres: Og,
128 • La Historia del Alma
Aryan y Poseidia.
Levantándose de entre los escombros, algunos siguieron con
sus asuntos. Otros rezaron, hubo quienes maldijeron y otros más
empacaron, preparándose para la primera de las evacuaciones a
tierras más seguras.
*En una actualización más reciente, Time (3/13/95) reporta antiguas pinturas
rupestres en Europa que datan de 22 000 años antes del Presente [a.P.]; «algunas
de ellas son realistas retratos de animales, otras muestran figuras mitad humanas,
mitad animales». [Cursivas del autor]. Esta extraña mezcla de mito y realismo
no tiene explicación. Ese arte rupestre, dice Time, «tuvo importancia hasta el
año 10 000 a.P., cuando junto con los glaciares de la última Edad de Hielo, [tales
expresiones] parecen haber desaparecido de la conciencia humana». (Datación
cambiada posteriormente a 30 000 años a.P., Time edición de 6/19/95).
134 • La Historia del Alma
El cambio polar • 135
9
EL CAMBIO POLAR
datan de unos cien mil años atrás, pero todavía no han aparecido
restos de sus fabricantes. Otras excavaciones podrían descubrir más
información con respecto a sus probables orígenes y especie, así
como aportar un conocimiento más concluyente de la naturaleza de
los cambios de la tierra que en forma gradual —o quizás abrupta—
alteraron el curso del río provocando su abandono.
Entretanto, podemos divulgar nuestras propias teorías, por
supuesto. Pero dado que las propuestas aquí dependen básica-
mente de pruebas psíquicas, se podría decir que su único peso es
el elemento de coincidencia que tienen en relación con los más
recientes datos científicos.
En 1932, casi medio centenar de años antes de esas imágenes
de radar de 1981, Edgar Cayce había dado la última de una serie de
trece lecturas psíquicas sobre la época de la Atlántida. Aprovechó
la ocasión para esbozar algunas de las principales características
generales durante el preadánico período de formación de los cinco
grupos raciales, que precedió la aparición del hombre a escala real
como especie multirracial inconfundible, ahora conocida técnica-
mente como Homo sapiens sapiens, u hombre moderno. («Homo
sapiens», en terminología no especializada). Eso tal vez fue unos
cincuenta mil años atrás, muy poco después de un catastrófico
cambio polar ocurrido en tiempos de Asapha, en Egipto.
Las actuales regiones polares de la tierra, explicó, cambiaron
entonces de posición y se alejaron unos cuantos grados del eje de
rotación norte-sur, dejando aquellas áreas en una zona más subtropi-
cal. Además, la polaridad geomagnética era exactamente contraria
a lo que es ahora, así que en términos del actual alineamiento polar
de la Tierra, las veríamos como «partes del extremo norte que en-
tonces estaban en el extremo sur», y viceversa. (Los marineros, en
busca de una estrella que los guiara, habrían mirado al camino de
precesión del polo en nuestro cielo del sur). Los océanos también
se voltearon, por así decirlo. En suma, era un mundo muy distinto
al que conocemos hoy. Para empezar, en su topografía había dos
El cambio polar • 137
10
LA MANZANA DE ADÁN
toda lógica que esta proyección escogida del Ser Superior en aquella
forma marcó su terminación. No obstante, se dice que en el año
12800 a.C., unos 800 años antes de la fecha estimada de la llegada
de Adán (que se explicará un poco más adelante), Amilius proyectó
una entidad espiritual andrógina de nombre Aczine, o Asule, para
que gobernara Poseidia.10 Tomando la forma femenina, como Asule,
en lugar de la proyección masculina que era Aczine, gobernó bien
y con sabiduría, hasta que cedió a la tentación planteada por la in-
nata capacidad de crear «cosas» vivientes para su placer, a través
de la antigua práctica de la progeneración. Esa fue su perdición.
Pero antes de su prematura muerte, descrita como «karma ejercido
en coma», la entidad Asule se había convertido en la envidia de
muchos de los que la rodeaban debido a su naturaleza andrógina,
que una vez había sido común y corriente, por supuesto, entre los
hijos e hijas de la Ley del Uno. (La entidad espiritual andrógina
en cuestión, puede ser apropiado agregar aquí, no era otra que el
alma gemela de Edgar Cayce, Gladys Davis, entonces con Edgar
en forma no manifiesta).
Al explicar la naturaleza dual de Adán, fuentes esotéricas iden-
tifican al Hombre Arquetipo, o Adán Superior (que conocemos
como «Amilius»), con el Macrocosmos, del cual proviene el mi-
crocosmos, siendo este último simplemente una versión minúscula
del primero, como consecuencia inevitable de un estado «caído»
de conciencia, marcado por la separación terrenal de Adán de su
entidad espiritual. El viaje evolutivo del hombre adánico, pues,
implica un peregrinaje espiritual para despojarse de su dualismo y
convertirse en uno con el Macrocosmos. «Todas las criaturas que
han salido de Dios», nos dice Meister Eckhart, «se deben unir en
un solo Hombre, que regresa de nuevo a la unidad que Adán tenía
antes de su caída».11
Luego identifica claramente al «Hombre» como el Cristo, que
fue al mismo tiempo primer Adán y último Adán, o Jesús.
¿Pero cómo —y por qué— fue la caída?
La manzana de Adán • 159
suponer que viajaron por vía aérea, aunque su nuevo entorno debía
ser mucho más primitivo que el que dejaron atrás.
Se supone que el mal concebido Caín, engendrado o no por
Adán, como dice la Biblia, nació en la «nueva Edén», y también
Abel. El cuarto capítulo del Génesis hace un recuento de las genera-
ciones de Caín, quien habría sido desterrado a la «región de Nod»,
un poco al este de la Edén caucásica, después de asesinar a Abel.
Pasan siete generaciones, hasta el nacimiento de Tubal Caín, antes
de que el autor del Génesis nos cuente que Adán conoció de nuevo
a su esposa, y el resultado fue un hijo «a su imagen y semejanza»,
llamado Set. En Génesis 5, se nos dice que Adán tenía entonces 130
años de edad, pero debemos suponer que esta afirmación excluye
inadvertidamente los 330 años de su anterior existencia atlante. Si
sumamos las dos cifras, la edad real de Adán para el nacimiento de
Set sería de 460 años. (Toda esta aritmética, como descubriremos
muy pronto, es de gran importancia para correlacionar los datos
de Cayce con la historia bíblica).
Pasan siete generaciones de Adán hasta el nacimiento de Enoc,
952 años después de la proyección original de Adán en la Atlántida
(según los cálculos anteriores más los intervalos generacionales
citados en Génesis 5). Esto sitúa el nacimiento de Enoc 22 años
después de la muerte de Adán, que el Génesis registra a sus 930
años de edad. Eso es muy significativo. Porque, sin tomar en cuenta
los 330 años pasados en la Atlántida, el nacimiento de Enoc habría
tenido lugar en vida de Adán, lo que supone un dilema para no-
sotros. ¿Por qué? Porque se cree que Adán y Enoc fueron una misma
entidad espiritual, en sucesivas encarnaciones. Este punto de vista
lo encontramos expresado no sólo en las Homilías clementinas y
otras escrituras apócrifas, sino también corroborado psíquicamente
por Edgar Cayce.19
Muy bien, pues. Si aceptamos como fecha aproximada de la
aparición de Adán alrededor del año 12000 a.C., o sea la mitad de
la Era de la Virgen, esto significa que la llegada de Enoc unos 952
La manzana de Adán • 165
años más tarde ha debido ocurrir hacia el año 11000 a.C. De Enoc
a Noé hubo otras tres generaciones, pero en esos tiempos de vida
tan prolongada, vemos que en total corresponden a 434 años. Y fue
en el año 600 de Noé, nos informa la Biblia, que ocurrió el Diluvio.
Así que hemos contado otro milenio más, lo que nos trae al año
10000 a.C. (más o menos un siglo, dependiendo de la fecha exacta
de la llegada de Adán).
Mucha atención, que ya vamos llegando al meollo del asunto.
Las lecturas de Edgar Cayce sitúan la construcción de la gran
pirámide de Giza en un período de cien años, 10490 á 10390 a.C.,
antes de la época del Diluvio.20 Y, sorprendentemente, el arquitecto en
jefe fue nada menos que el patriarca Enoc. De Enoc, quien dejó a sus
propios parientes cuando tenía 365 años, dice la tradición apócrifa
que viajó a los cuatro puntos cardinales de la tierra advirtiendo a la
gente de un cataclismo inminente. Este sería el hundimiento final
de la Atlántida, seguido más tarde por el Diluvio. No obstante, a
Enoc se le conoció por otro nombre en Egipto: Thoth-Hermes.21
Según mis cálculos, para entonces el patriarca debía tener unos 500
años, todavía en la flor de la vida podría decirse, comparado con
su hijo Matusalén, que vivió 969 años.
¿Y la fecha del Diluvio? Las lecturas de Cayce no son precisas.
Sin embargo, en este punto la ciencia moderna puede venir en
nuestro auxilio. En la edición de Science de septiembre 22, 1975, el
profesor de geología marina Cesare Emiliani reportó el hallazgo
de conchas marinas prueba de una antigua inundación causada al
parecer por el rápido derretimiento de glaciares de la última Edad
de Hielo que ocasionó la repentina creciente de los mares. Emiliani
estimó un marco de tiempo por los alrededores del año 9600 a.C.,
es decir hace11 600 años. Esta fecha se pudo confirmar con la sedi-
mentación marina del golfo de México que mostró claramente un
episodio de muy baja salinidad y temperaturas excepcionalmente
bajas del agua, factores que sin duda denotan un rápido derretimiento
glacial acompañado por la subida del nivel de los océanos. Otros
166 • La Historia del Alma
Sea que los restos auténticos del arca de Noé todavía reposen en
alguna parte del Monte Ararat o no, como han tratado de probarlo
sin éxito diferentes expediciones, hay pocos motivos para dudar de
la leyenda del Diluvio. Perdura en casi todos los idiomas y culturas,
en tanto que los nuevos descubrimientos que sigue haciendo la
ciencia moderna, como ya hemos visto, tienden más a reforzar su
realidad que lo contrario.
El mayor de los hijos de Noé fue Sem, y uno de sus descen-
dientes fue Péleg, cuyo nombre significa «división», en referencia
a los tiempos después del Diluvio cuando la tierra se dividió y la
mayoría de los pueblos que habían sobrevivido quedaron separados
unos de otros o, como dice Cayce en una de sus lecturas «cuando
las aguas se dividieron y cambió la esfera terrestre»,24 relacionando
así el Diluvio con el cambio polar.
No es de extrañar, pues, que en los siglos y milenios que siguie-
ron a tan catastróficos acontecimientos, buena parte del registro
evolutivo de la humanidad hubiera quedado oculto o perdido para
siempre. Esto también aplica a mucha de la evidencia antediluviana,
que fue borrada o sepultada por los cambios de la tierra. Entretanto,
no es difícil imaginar la caótica situación general que seguramente
prevaleció en la época que siguió al Diluvio, dado que las dispersas
poblaciones que sobrevivieron por todo el planeta tan terriblemente
alterado, en muchos casos quedaron en circunstancias tan primitivas
que apenas permitían una precaria existencia.
Por eso cuando arqueólogos, paleontólogos y antropólogos estu-
dian la evidencia disponible, es casi seguro que llegarán a algunas
conclusiones por demás erróneas y contradictorias. Por una parte,
están las maravillas arquitectónicas como las pirámides de Egipto,
mientras por otra, uno mira las primitivas herramientas y armas
de los primeros indígenas americanos y quizás va a concluir que
la suya fue una raza de salvajes en lenta evolución, nunca lo con-
170 • La Historia del Alma
11
LA ÉPOCA DEL SOL EN EGIPTO
revelar.
por aquel gran Iniciado o Maestro, que un día apareciera tan mis-
teriosamente entre ellos. Había mucho por hacer. Con la ayuda de
los serviciales nubios, Ra Ta adelantaba lo que se podría llamar
una investigación arqueológica bajo orientación psíquica; además,
realizando excavaciones profundas en las colinas circundantes
empezó los primeros estudios de latitud y longitud, y se dedicó al
estudio astronómico de planetas y constelaciones, observando y
trazando su movimiento en los cielos. En cuanto a Hermes, siempre
se mantuvo en íntima comunión con las Fuerzas Creadoras. Porque
estaba formulando su plan maestro para la construcción del que se
conocería como el famoso «complejo de Giza» en un Egipto más
tardío (cuando su principal edificio sería confundido con una tumba
para el faraón Keops). Se edificaría para la esperada repatriación
de Ra Ta, con una elaborada construcción que tomaría todo un
siglo, el colosal trazado empezaría con una oculta Pirámide de los
Registros que debía quedar sepultada bajo la arena, donde aguar-
daría ser descubierta en la alborada de la próxima raza madre, por
iniciados designados para ello. A un lado quedaría el más visible
de todos los monumentos y maravillas terrenales, la propia Gran
Pirámide, dominando la planicie de Giza. Este imponente monolito
de dimensiones internas y externas increíblemente precisas, con sus
misteriosos pasadizos y cámaras, incluido el enigmático sarcófago
vacío para simbolizar la victoria sobre la muerte, debía ser ante
todo un templo de iniciación. Pero al mismo tiempo, Hermes había
planeado que fuera el prácticamente indestructible registro en
piedra (que solo los iniciados podrían interpretar) de eventos por
venir que precederían a su propia Segunda Venida como resucitado
Salvador de la humanidad, muchos milenios después. Por último,
por consejo de Ra Ta, se incluiría en el plan un monumento que en
realidad se había empezado antes de su exilio. Conmemoraría la
regeneración de las «cosas» mediante los procedimientos llevados
a cabo en el Templo del Sacrificio y el Templo Precioso; conocido
hoy como la Esfinge —figura mitad humana y mitad animal— aga-
180 • La Historia del Alma
zapada en la arena como una bestia, pero con la mirada fija como
los dioses hacia el Infinito: la paradoja por antonomasia. (Para sus
inspirados constructores y sucesivas generaciones de egipcios en
tiempos por venir, la enorme estatua simbólica debe haber consti-
tuido una poderosa declaración evolutiva; pero a los ojos perplejos
de edades futuras, estaba destinada a convertirse en ¿qué? ¡En el
supremo enigma!).
of the Egyptians [Los dioses de los egipcios], nos cuenta que Ra era el
símbolo visible de Dios. Personificación de la Luz hecha hombre,
habitaba por igual en cielo y tierra. De todos los dioses conocidos
por los antiguos egipcios, sólo uno era más grande que Ra: Thoth,
o Thoth-Hermes, quien personificaba al Verbo. Thoth, llamado
«señor de las palabras divinas», y «tres veces grande», era el escriba
de los dioses y se le consideraba «corazón y lengua de Ra». Identi-
ficado como «vicario en la tierra» de Ra, a veces se le representaba
simbólicamente con la cabeza coronada de un ibis blanco y negro
(emblema de la unión de los opuestos).
Además, los anónimos autores de The Kybalion [El Kybalion]
afirman que este mismo escriba de los dioses también era llamado
«Maestro de maestros» y que estudiosos de todo el mundo antiguo
llegaban a Egipto para recibir las enseñanzas herméticas de sus pro-
pios labios. Esa legendaria información tiene un curioso corolario
en las lecturas de Cayce, las cuales nos enseñan que después del
regreso de Ra con Hermes desde el monte de su exilio, Egipto se
convirtió en un gran centro de aprendizaje espiritual, en el que se
reunían estudiosos de todas las razas humanas en desarrollo, que
más tarde enviaban emisarios para compartir con otros su recién
adquirido conocimiento de las leyes universales.
En una reafirmación de la identificación terrenal de Hermes
con Enoc, así como con el Verbo original, o Logos, vamos a varias
fuentes. En primer lugar, Manly P. Hall: «Algunos investigadores
creen que es Hermes el que los judíos conocían como “Enoc”. De
todas las criaturas Hermes era la más cercana a Dios».10 Luego,
citando una enseñanza de los Naasenos, una temprana secta gnós-
tica, C. G. Jung dice: «Porque ellos dicen que Hermes es el Logos,
el intérprete y creador de lo que ha sido, es y será».11 En forma
similar, Jean Doresse cita esta línea de un tratado gnóstico de los
manuscritos de la biblioteca de Chenoboskion [ahora denominada:
Naj Hammadi], atribuida a Hermes: «Te he dicho, hijo mío, que Yo
soy el Nous [el Verbo]».12
182 • La Historia del Alma
12
LA CIUDAD DE ORO
13
UN PALIMPSESTO PERSA
Fue una forma poco usual de empezar una lectura de vida. «Sí»,
dijo Cayce inconsciente, «el Libro está abierto aquí».1 (Se refería,
por supuesto, al registro akásico de la entidad, también llamado el
«Libro de los Recuerdos»).
El desarrollo de la lectura, fue como un palimpsesto persa. Un
palimpsesto, desde luego, es un antiguo rollo o pergamino del cual
se han borrado las primeras palabras escritas para dejar espacio a
una transcripción más moderna. Sin embargo, este caso era precisa-
mente lo contrario: al registro moderno de los orígenes de Persia lo
había reemplazado una versión de los acontecimientos sumamente
antigua, por demás desconocida en nuestros libros de historia.
De particular interés en esta lectura, situada en un marco de
unos 12 500 años atrás (simultáneamente con la época de Ra Ta en
Egipto), fue la aparente conexión del arco de 1448 kilómetros de los
montes Cárpatos, en lo que ahora es Europa Oriental y parte de la
Unión Soviética, con una Persia prehistórica. Se dijo a la entidad
que había sido una princesa en «la experiencia persa o cárpata».
Fue en esa época que «la región persa o aria», como la denominó
Cayce, se encontraba en sus primitivos inicios como una de las
cinco naciones del hombre adánico y sede de la emergente raza
blanca. Compuesto, suponemos, por una flexible federación de
tribus unidas por intereses comunes, su vasto dominio e influen-
cia al parecer llegaron en una época hasta la parte alta de la India,
formando el gran imperio indo-ario. (A modo de confirmación,
194 • La Historia del Alma
nuestra fuente nos cuenta en otra lectura aparte que «una parte» de
la raza blanca encontró su expresión en la región alta de la India,
aunque ese país no fue el sitio original de ninguna de las cinco
proyecciones raciales). 2
Si estudiamos un mapa, veremos que la región cárpata no se
conecta directamente con el Irán de los tiempos modernos, o Persia,
sino más bien con esa región de Asia Menor hoy identificada con
el Cáucaso y el oriente de Turquía, que queda entre ambas. Así, si
Persia y Carpatia en verdad eran como una sola, también han de-
bido abarcar este país medianero. De hecho, se nos recuerda que Ra
Ta, descrito en un capítulo anterior como «el primer blanco puro»
sobre la tierra, tuvo su origen en la región Caspia y el Cáucaso, y
después se unió al pueblo de Ararat, en lo que hoy es el extremo
más nororiental de Turquía, todo dentro de los hipotéticos límites
de la unificada región aria.
Pero volvamos a nuestro «palimpsesto».
En aquellos tiempos, India se conocía como el país de Said,
gobernado por el sabio Saneid. En ese entonces compartía una
frontera común con Persia (que, en el cambiante orden de la historia,
Irán comparte hoy con Paquistán). Y por esta frontera se habían
infiltrado tribus de Said que empezaban a invadir Persia, lo que
ocasionó disturbios. Por lo tanto se pidió ayuda a las más potentes
fuerzas cárpatas para contener la indeseada invasión. Cuando llegó
a este punto, Cayce le dijo a la entidad para la cual era la lectura que
ella personalmente había asumido el control de la situación, porque,
aun siendo mujer, era una figura de autoridad en la casa reinante. Al
principio las cosas fueron mal. Luego, en un extraño giro, la lectura
implica que ella encontró un «esposo» entre las tribus invasoras, y
así se estableció la paz con Said. Por lógica podríamos suponer que
la consecuencia de la unión de estos dos fue factor de la posterior
influencia de la emergente raza blanca en una parte de la India, así
como del establecimiento de la más bien corta e históricamente
oscura unificación indo-aria. En todo caso, los descendientes del
Un palimpsesto persa • 195
14
AYER EN YUCATÁN
Allí la fecha de llegada de Iltar es el año 10600 a.C., tal vez casi
todo un milenio antes del «diluvio universal» que la cosmología
maya dice destrozó el «primer mundo», el mundo de los que cons-
truyeron «las grandes ciudades destruidas». Tal como este autor lo
interpreta, esto no se refiere a las relativamente intactas estructuras
actuales, sino a las ruinas solo parcialmente reveladas que aún
yacen bajo ellas. La pirámide original que alberga los registros de
la Atlántida, erigida por Iltar en Yucatán, de hecho es sinónimo de
ese primer Templo del Sol, o Templo de la Luz, como también se le
denominaba. Se nos dice que tal como la Gran Pirámide en Egipto
y la largamente hundida Pirámide de los Registros abandonada
en Poseidia, fue construida por «fuerzas elevadoras de gases que
gradualmente se vienen usando en la civilización actual» así como
por las actividades espirituales de aquellos familiarizados con «la
Fuente de la cual proviene todo poder».3
El templo construido por Iltar, nos aseguran, se levantará de
nuevo. Entonces serán revelados los registros que contiene. Se nos
dice que esto tendrá lugar cuando se acerque el tiempo «en que
ocurrirán los cambios», en una referencia casi segura al cambio
polar vaticinado para finales del siglo veinte y los movimientos
sísmicos que lo acompañarán cuando la corteza terrestre se desplace
una vez más.
Sin duda fue debido a similares movimientos sísmicos de la
tierra, generados por el último cambio polar que puso fin a la edad
glacial y trajo el gran diluvio, que el infortunado templo quedó se-
pultado inicialmente con el resto de la cultura atlante trasplantada
a la península de Yucatán y anterior a los mayas. De hecho, toda
la topografía de Mesoamérica se alteró notablemente: asumió las
características que ahora conocemos y pasó de un clima templado
a uno subtropical.
Entretanto, en algún momento durante los siglos que pasaron
entre los tiempos de Iltar y la llegada del diluvio, Poseidia se hun-
dió en el mar seguida por Aryan, y se supone que solo quedó la
Ayer en Yucatán • 207
15
DE LOS PIRINEOS AL PERÚ
culada en unos doce mil años por los científicos de los laboratorios
Hewlitt-Packard que lo examinaron— coincide misteriosamente con
las fechas que tanto Platón como Cayce han dado para los últimos
días de la legendaria Atlántida. Sin duda los atlantes, como nadie
lo ha hecho antes o después de ellos, han demostrado de muchas
maneras su magnífico dominio de los cristales.
En Yucatán, por otra parte, podemos buscar nuestra evidencia
en el futuro resurgir del original «Templo del Sol» de Iltar, con sus
sepultados registros del auge y caída de la Atlántida. En otros lugares
de América, aparte de las esferas de piedra en Costa Rica, al norte
tenemos los misteriosos constructores de montículos y otros, y al
sur los incas y los ohums. A medida que avanzamos en nuestro viaje,
analizaremos todas estas posibles conexiones con la Atlántida. En
cuanto a Marruecos, sospechamos que allí también haya pruebas
largamente ocultas de la gran migración atlante, esperando ser
descubiertas en los poco explorados Montes Atlas (aunque nuestra
fuente psíquica no nos dejó pistas que seguir). Pero en el caso de
los Pirineos, bien podría ser la propia gente o sea los actuales vas-
cos, enigmática y endogámica población de orgullosos pastores y
pescadores de costumbres únicas e incomprensible idioma, quienes
constituyan la «evidencia» atlante que buscamos.
Entretanto, una rápida regresión sobre ese cráneo de cristal. Si
no se ha hecho aún, para bien de la investigación psíquica, sería
deseable que se consiguiera un psicometrista capacitado para
examinar este antiguo tesoro y tratar de desentrañar los secretos
de su origen, propósito e historia. (¡La fascinante historia de ese
cráneo, y tantas manos por las que habrá pasado, sin duda darían
para escribir un libro!).
de los Andes fueran extraterrestres. No. Más bien opto por una
explicación atlante del asunto. Mi punto es simplemente que las
naves aéreas utilizadas por los atlantes, si Cayce tenía razón acerca
de ellos, eran asombrosamente similares en apariencia y tal vez en
el tipo de vuelo, a los objetos volantes no identificados reportados
con tanta frecuencia en las noticias mundiales, pasadas y presentes.
«Ruedas» volantes, al parecer. Inquietantes vehículos extraños que
se comportan como si no pesaran, son capaces de una súbita sus-
pensión en el espacio o de la más rápida aceleración y también de
aterrizar o despegar verticalmente, según el testimonio de aquellos
que afirman haberlos visto ejecutar esas operaciones. Además, los
lugares donde se dice se han posado, aún momentáneamente, según
cuentan quedan marcados después con parches circulares de tierra
chamuscada que emiten prolongadas señales radiactivas.
¿Cierto o falso? No formulo afirmaciones aquí. Pero uno sí tiende
a recordar aquellos curiosos «huecos quemados» en las arenas de
Nazca, donde terminan las líneas derechas. Todo lo cual nos deja
en el aire, bastante literalmente. Nada de trabajadores de base en
tierra, que retiraran las piedras. Todo operado por patrones de vuelo
computarizados de arriba, levantando y retirando los escombros
en rápidas y meticulosas franjas. Fuerzas de antigravedad, ya ven.
Los atlantes lo sabían todo acerca de esas cosas. O, por lo menos
eso nos dice nuestra fuente psíquica. Y lo encontramos más creíble
a él en estos asuntos que a los perplejos y dudosos forjadores de la
opinión científica, con sus desacertadas hipótesis...
¡Que tomen en cuenta la sabiduría psíquica antes de echar a
volar sus globos de aire caliente!
De Abraham al Cristo • 227
16
DE ABRAHAM AL CRISTO
se volvió uno con el Ser Superior. Por esa razón, sin duda, Cayce
se refirió a «Melquisedec en la perfección».13 Desde un punto de
vista lógico, no parecería haber necesidad de que Él se sometiera
a ninguna otra encarnación por su propio bien, siguió volviendo
solo por nosotros.
Aunque se le ha descrito como un hombre de carne y hueso,
Melquisedec, cuyos días no habían tenido principio ni fin su vida,
obviamente trascendía las limitaciones humanas. Si intentáramos
definir su estado único, tendríamos que describirlo como un ser
tetradimensional que vivió por fuera de las restricciones físicas de
tiempo y espacio. Esto explicaría fácilmente sus varias apariciones
ante Abraham, como salido de la nada, igual que en aquel pasaje del
Génesis que describe el altar que Abraham construyó en Canaán
para el Señor, «que se le apareció».14 (¿En qué forma? ¿Y desde
dónde?).
17
LOS MISTERIOSOS CONSTRUCTORES
DE MONTÍCULOS
tierras americanas unos 5000 años atrás, o sea en el año 3000 a.C.,
encuentra eco en más recientes informes de fuentes científicas. En
el número del 18 de julio de 1970 de Saturday Review, el editor de
ciencias, John Lear, presenta evidencia de que antepasados de los
Yuchis, una de las tribus americanas sobrevivientes, llegaron al
Hemisferio Occidental desde la zona del Mediterráneo casi 3500
años atrás. También un documento brasileño dado a conocer por
el Profesor Jules Piccus de la Universidad de Massachussets, y
traducido posteriormente por el Profesor Cyrus H. Gordon, de
la Universidad de Brandeis, cuenta de otro grupo de hombres del
país de Canaán que llegaron a las playas de lo que ahora es Brasil
en el año 531 a.C. y se identificaron como cananeos sidonios; el
documento dice que «sacrificaron un joven a los dioses y diosas
celestes» cuando «embarcaron en Eziongeber a orillas del Mar Rojo».
El relato agrega que «fueron separados por la mano de Baal» de sus
compañeros y finalmente llegaron doce hombres y tres mujeres a
la «Nueva Playa».
Sin embargo otros indicios que sugieren una inyección cananea
en el torrente sanguíneo y la psiquis de la población indígena
americana, vieron la luz en 1885 en Bat Creek, Tennessee, donde
se encontró una tableta de piedra con la inscripción «Para Judá»,
junto con una antigua moneda cananea perteneciente al período
132-135 A.D. Estos tesoros acabaron en manos del Smithsonian
Institute, sin ser traducidos ni identificados, hasta que reciente-
mente atrajeron la atención del mismo profesor de la Universidad
de Brandeis, Cyrus H. Gordon.5 Además, Gordon ha afirmado que
hoy existe en la región este de Tennessee un grupo de personas
conocidas como melungeos, que podrían ser los descendientes de los
colonizadores cananeos. Parecen ser caucásicos más que indígenas,
pero probablemente son una mezcla.
A una mujer que en una encarnación vivió en lo que ahora es el
sur de la Florida «cuando lo habitaban los principiantes construc-
tores de montículos», se le dijo en su lectura psíquica que su nombre
Los misteriosos constructores de montículos • 247
18
ESOS VALIENTES VIKINGOS
19
LOS GOBERNANTES DEL UNIVERSO
NOTAS
PRÓLOGO
1. Véase Edgar Cayce, lectura 5023-2.
2. v. The Complete Prophecies of Nostradamus, Traducido y editado por
Henry C. Roberts; Nostradamus, Inc.: Jericho, NY, 1978; Centuria I,
Cuarteta 87.
3. v. Meister Eckhart, A Modern Translation by Raymond B. Blakney;
Harper & Bros., New York, 1941; pág. 233.
4. v. Cayce, 364-9. (Reformulado en 364-10 como simplemente «estar
cerca de la naturaleza»).
5. v. Walden and Other Writings, por Henry David Thoreau; Modern
Library; Random House: New York, 1950; pág. 275.
6. v. Cayce, 2072-10.
7. v. The Universe and Dr. Einstein, por Lincoln Barnett; William Sloan,
Associates: New York, 1957; pág. 105
8. v. Cosmic Religion, with Other Aphorisms and Opinions, por Albert
Einstein; Covici Friede: New York, 1931; pág. 98.
9. v. Cayce, 2630-1.
CAPÍTULO 2
1. Véase Cayce, 3508-1.
2. Ibid., 1770-2.
3. Ibid., 262-52.
4. Ibid., 2872-3.
5. Ibid., 5756-10.
6. v. «Introduction», The Secret Doctrine, por H. P. Blavatsky; Theo-
sophical University Press: Pasadena, California, 1963; vol. l, pág. Xli.
7. v. Cayce, 364-9.
8. Ibid., 5681-1 y 281-9.
9. v. Isaías 14:12,13 (NVI).
272 • La Historia del Alma
CAPÍTULO 5
1. Véase Cayce, 3491-1.
2. Ibid., 262-114.
3. Ibid., 3744-4.
4. Ibid., 262-80 y 900-31.
5. Ibid., 262-88.
6. Ibid., 262-52, 262-119, y 254-67.
7. Ibid., 262-99.
8. Ibid., 262-56.
9. Ibid., 262-99.
CAPÍTULO 6
1. Véase Cayce, 1554-6.
2. Ibid., 5749-14.
3. Ibid., 3660-1.
4. Ibid., 5755-2.
5. Ibid., 900-348.
6. Ibid., 699-1.
7. v. The Secret Doctrine; vol. 2, pág. 190.
8. v. A Treasury of Traditional Wisdom, Editado por Whitall N. Perry;
Simon & Shuster: New York, 1971; pág. 750.
9. v. Cayce, 900-89 (también 699-1, sobre: «dioses en ciernes»).
10. Ibid., 1201-1.
274 • La Historia del Alma
CAPÍTULO 9
1. Véase «Did Stone Age Hunters Know a Wet Sahara?»; The Washing-
ton Post, Abril 30, 1988.
2. v. Cayce, 364-13.
3. Ibid., 5249-1, 3976-15 y 826-8.
4. v. The Path of the Pole, por Charles H. Hapgood; Chilton Book Co.:
Philadelphia, 1970; pág. 294.
5. Extraido del Prólogo a la primera edición, por Albert Einstein, The
Path of the Pole (citado arriba); pág. xiv.
6. v. Cayce, 5748-6.
7. v. «The Moon’s Ancient Magnetism», por S. K. Runcorn; Scientific
American, Diciembre 1987.
8. v. «Ancient Magnetic Reversals: Clues to the Geodynamo», por Ken-
neth A. Hoffman; Scientific American, Mayo 1988.
9. v. Exploring Our Living Planet, por Robert D. Ballard; National Geo-
graphic Society: Washington, D.C., 1983; pág. 31.
10. v. Cayce, 364-8.
11. Ibid., 5748-4. (Véase toda la serie 5748 para información detallada sobre
el Consejo de los 44, con corrección de fecha dada en lectura 262-39).
12. Ibid., 5249-1
13. Ibid., 5748-6.
14. Ibid., 294-142.
15. Ibid., 5748-4.
CAPÍTULO 10
1. Véase Cayce, 364-13, para presentación detallada de los cinco gru-
pos raciales y su importancia.
2. v. Cayce, 390-2.
3. Ibid., 3121-1.
4. Ibid., 1391-1 y 254-91.
5. Ibid., 3744-4.
6. v. A Commentary on the Revelation, basado en 24 discursos psíquicos
de Edgar Cayce; A.R.E. Press: Virginia Beach, Va., (sin fecha).
7. v. Cayce, 338-3.
Notas • 277
2. Ibid., 364-13.
3. v. «Arya», The Encyclopaedia Britannica; 11.a ed. (1910-1911).
4. v. Cayce, 294-152.
5. Ibid., 870-1. (Nota: Gladys Davis, secretaria de Edgar Cayce, inicialmente
registró en esta lectura la fecha de 858 a.C., pero en una nota a pie de página
posterior ella modificó la fecha a 8058 a.C. Cuando el autor le preguntó al
respecto, ella explicó que solo había caído en cuenta más tarde, con base en
los datos contenidos en otras lecturas de vida sobre el período persa, que el
señor Cayce seguramente dijo «ochenta cincuenta y ocho» en esa ocasión y
no «ocho cincuenta y ocho» como ella anotó en su libreta de taquigrafía de
ese momento. Esta fecha modificada no solo coincide con la información de
varias lecturas de vida que implican un regreso bastante rápido del período
egipcio a la experiencia persa, sino que en términos más generales se con-
firmó en la lectura 962-1, en la cual se dice que el reino de Creso II, conquis-
tado por Uhjltd, tuvo lugar «de siete a diez mil años a.C.»).
6. v. Cayce, 364-7. (Véase también 288-6 y 288-48).
7. The Encyclopaedia Britannica; 11.ª ed.
8. v. Cayce, 1258-1.
CAPÍTULO 14
1. Véase «Introducción», The Great Journey: The Peopling of Ancient
America, por Brian M. Fagan; Thames & Hudson, Inc.: New York,
1987.
2. v. The Ancient Maya, por Sylvanus G. Morley y George W. Brainerd;
Revisado por Robert J. Sharer; Stanford University Press: Stanford,
Calif., 4.a ed. 1983; págs. 465-467.
3. v. Cayce, 5750-1.
4. Ibid., 1215-4.
5. Ibid., 3253-2.
6. v. «Riddle of Costa Rica’s Jungle Spheres», por James O. Harrison;
Science Digest, Junio 1967.
7. v. Cayce, 2438-1.
CAPÍTULO 15
280 • La Historia del Alma
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286 • La Historia del Alma
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