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Justo antes de terminar su carrera, Ignacio Rouillón, tuvo una panadería con
dos compañeros de clase. La gracia les duró cerca de seis meses, pero él supo darse
cuenta de lo que no quería ser. "Sabía lo que no me gustaba de la panadería
tradicional y de ahí surgió Don Mamino".
La nueva propuesta hizo que Don Mamino abriese un segundo local en La Molina,
"Fue un éxito", dice. Pero la crisis económica de 1998 llegó y Rouillón tuvo que
reaccionar.
Como sus clientes sintieron la pegada y "se comenzaron a ajustar", creó nuevas líneas
de producción y comenzó a proveer de panes especiales y galletas para las
empresas de catering, recepciones, graduaciones.
Abrió un tercer local en Chacarilla, pero más pequeño porque "estaba buscando
una alternativa barata, cosa que no me funcionó ya que perdí un poco de imagen."
Superada la crisis, en el 2000 abrió un nuevo local que integró a la panadería y
pastelería el concepto de cafetería. Otro desafío. "Pensé que sería más fácil, pero
una cafetería requiere otro taller de producción: mozos, barristas, cocineros", explica.