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Erase una vez, allá lejos por el siglo XIII, que existían las monarquías. Debido a
que la sociedad se estaba volviendo más compleja, las monarquías necesitaron hacer
más complejas sus instituciones, en especial el ejército y la burocracia de recaudadores
de recursos. En este contexto, un número de funcionarios de los reyes empezaron a usar
una categoría nueva, estado. Era un concepto joven y se diferenciaba poco de otros
como nación, patria y libertad, y los que escribían sobre el tema lo podían usar
indiferentemente para hablar de una cosa u otra, o hasta del rey.
Algunos siglos después, a finales del SXVIII, hubo otro proceso donde se
complejizó todavía más la sociedad, y fue que comenzaron a haber estructuras llamadas
“estados-nación”. Acá la cuestión ya era más concreta, y estaba mejor delimitada.
Incluía una mayor centralización y dominio sobre el territorio, y además hubo escritura
más abundante y sistemática sobre el tema. Sin embargo, no todas las naciones eran
iguales: hubo un grupo especialmente feliz de naciones, que se podía enorgullecer de
estar muy bien unificadas en un solo estado, y de haber estado unificadas desde hacía
mucho tiempo. Otro grupo de naciones no era tan alegre, porque sus naciones estaban
fragmentadas en distintos estados. Las primeras naciones, para engrandecer su historia,
buscaron encontrar el origen de su superioridad en lo que creyeron, era el origen de su
estado. Ese origen lo ubicaron en las monarquías absolutas mencionadas en el párrafo
anterior, y trasladaron todas las hermosas virtudes de sus perfectas naciones al pasado.
Los historiadores, en este contexto, vinieron muy bien, ya que podían buscar esa
grandeza sistemáticamente, y formaron escuelas nacionales. El punto de referencia de
este tipo de historia es Leopold von Ranke.
Pero luego vino el caos. Los estados-nación, a los que la historia había
ennoblecido tan enormemente, se dedicaron a matarse entre ellos una y otra vez, y
cuando no estaban haciendo enormes guerras mundiales, sometían a otros pueblos y
naciones por los medios más crueles. Todas las virtudes se transformaron en horrores, y
hubo un grupo de pensadores e historiadores que ya no podían creer que las narraciones
sobre los estados nación eran verosímiles, así como habían sido planteadas por sus
colegas en el pasado. Estos historiadores, antropólogos, politólogos y sociólogos
emprendieron la tarea de deconstruir los conceptos, de buscar su origen y explicación, y
notaron que la noción de estado moderno había sido forzada hacia el pasado en lugares
donde no encajaba. La monarquía absoluta no era un estado moderno, no cumplía los
requisitos, era una cosa distinta que debía ser explicada por sí misma. Otros
historiadores, que felizmente tenían un objeto de estudio ubicado en un pasado anterior
a las monarquías absolutas, no se preocuparon demasiado por el problema y usaron la
palabra “estado” dándole una definición muy laxa, y aclarando que no tenía nada que
ver con el estado moderno.