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César Chávez Bonilla

Literatura iberoamericana 2

Comentario por mi lectura del Martín Fierro

“Aquí me pongo a cantar / al compás de la vigüela, / que el hombre que lo desvela


/ una pena estrordinaria, / como la ave solitaria / con el cantar se consuela.”1
Estos son los versos con que la épica del gaucho Martín Fierro comienza; y estos
versos son suficientes para hacer notar importantes y notables características
que están a lo largo de la obra: las variantes lingüísticas propias del gaucho, de
la época (que mentiría si dijera desconocerlas del todo por no identificarlas en el
habla agreste de mi país, incluso en el día de hoy); la lírica, la forma de los
versos, la rima; por supuesto, la intención y la actitud de Martín Fierro: el que va
a cantar una historia y que con ello, el canto, se identifica contento.

El gaucho Martín Fierro y La vuelta de Martín Fierro son la relación de la ida y la


vuelta épicas que un hombre del campo tuvo que hacer, sin esperarlo, sin
desearlo.

Se trata de un texto cruel, es cierto, pero a la vez es tantas otras cosas. Es cruel
porque es cuento de cómo, víctima del injusto poderoso, tuvo el gaucho que dejar
su pago2, sus hijos, su mujer, todas sus pertenencias en fin; es cruel por relatar
cómo Martín Fierro se vuelve, sin ser de naturaleza malvado, perseguido de la
ley tras haberse visto en la terrible necesidad de asesinar en más de una
ocasión; es cruel porque narra cómo, no bastando la tristeza que ya había en su
mundo, se muere Cruz, el único amigo que a la sazón podía contar. Pero, como
ya dije, el texto es tantas otras cosas a la vez. Es cierto también que es una
evidencia de cómo se tenía al indio, al pampa, por ser llamado éste de tantas
maneras un malvado, sin corazón, hasta un sucio. Y cuando parece que al indio
se va a dar un predicado laudatorio, es más bien para exaltar las características

1
Estrofa I. Sigo la versión siguiente: Martín Fierro, José Hernández, Buenos Aires, Carballeira Garrido,
1974.
2
Es decir, su tierra. Ése es el vocablo que se usa en el poema.
que de éste han de provocar temor: “Tiene vista de águila, / de león la temeridá;
/ en el desierto no habrá / animal que no lo entienda, / ni fiera de que no aprienda
/ un instinto de crueldad.”3 Y versos como los anteriores hay muchos para servir
de ejemplo de lo mismo.

El texto es quizás también una herramienta para avivar los ánimos. A pesar de
que Martín Fierro tiene del mundo todas las razones para sentirse triste, no olvida
a lo largo de todo el texto su valentía, su tranquilidad de espíritu (porque a pesar
de verse en muchas riñas no es de naturaleza violento, pues él es provocado y
tan sólo responde las agresiones, defendiéndose), sus ganas de seguir cantando
y cómo ello lo hace feliz. ¿Quién, en todo caso, no quisiera imitar al gaucho en
tantas cosas, siempre?

Estas líneas las escribo, naturalmente, en un afán de narrar mi experiencia


lectora, y no para hacer un recuento de la historia. Por esto, me resta decir que,
tratándose de la literatura argentina de la época, éste es el texto para mí más
emocionante que me ha tocado leer hasta ahora. Es una historia épica, repleta
de aventuras, y sentí una alegría y una emoción tan parecidas a las que
inevitablemente me llegaron cuando leía el poema del Mio Cid.

3
Ibídem, estrofa 489.

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