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Staff
Mona

Vivi

Nanis

Vettina

Francatemartu

Malu_12

Meli

3 Akanet

Maggiih

Susanauribe

Carosole

Niki26

Pachi15
Índice
Sinopsis Capítulo 15

Capítulo 1 Capítulo 16

Capítulo 2 Capítulo 17

Capítulo 3 Capítulo 18

Capítulo 4 Capítulo 19

Capítulo 5 Capítulo 20

Capítulo 6 Capítulo 21

Capítulo 7 Capítulo 22

Capítulo 8 Capítulo 23

Capítulo 9 Capítulo 24
4
Capítulo 10 Capítulo 25

Capítulo 11 Capítulo 26

Capítulo 12 Epílogo

Capítulo 13 Próximo Libro

Capítulo 14 Biografía del Autor


Sinopsis
A
los dieciséis años, la inocencia de Samantha Smith se hizo añicos en un
abrir y cerrar de ojos. Mantuvo su dolor para ella misma durante tres
años, enterrando su terrible secreto debajo de ropas y maquillaje
oscuros, con temor a decirle a alguien. El precio por su silencio fue la pérdida de su
felicidad y de todos sus amigos.
Después de mudarse de la aburrida Washington D.C. a San Diego, donde
Samantha es ahora una estudiante de primer año de la Universidad de San Diego,
está determinada en encontrar nuevos amigos y recuperar su espíritu optimista.
Después de haber tirado su exterior gótico, espera que su nuevo look alegre sane
sus heridas.
Soñando con aventura, ella quiere escapar de la existencia monótona de la
clase media que ha reprimido su naturaleza intensa durante tanto tiempo como
puede recordar. Pero sus padres la están presionando para especializarse en
contabilidad, porque es lo más seguro que hacer. Samantha, considera en secreto
5 abandonar la carrera para estudiar arte, una elección que horrorizaría a sus padres
si es que alguna vez se enteraran.
Cuando Samantha se cruza con un hermoso chico malo con tatuajes, su vida
da un giro, y Samantha se encuentra a sí misma haciendo malabarismos con más
aventura de lo que nunca soñó posible.
Uno
S
iempre llegaba desastrosamente tarde para mi primera clase de la
Universidad. Mi plan maestro para vivir en la playa mientras permanecía
cerca del campus de la Universidad de San Diego había explotado en
mi cara. Había olvidado una variable: el tráfico apesta.
Nadie me había dado la nota de que la Pacific Coast Highway era la ruta que
la mitad del Condado de San Diego tomaba para trabajar por la mañana.
Al menos tenía una vista panorámica de la playa mientras esperaba detrás
de una línea de autos en un semáforo en rojo en mi andrajoso VW. Viendo un
puñado de surfistas rozando a través de la parte superior del ultramarino Océano
Pacífico.
Lo mejor para relajarse, cliqueando mis uñas en el volante, marcando el
tiempo a Born This Way de Lady Gaga. No me importaba lo que decían, Gaga
escribía buena música. ¡Chica poderosa!
Los coches delante de mí se habían movido. Finalmente. Bocinas sonaron
detrás de mí.
6
—¡Muy bien! —les grité. No viendo lo que estaba haciendo, alcancé la caja
de cambios y golpeé mi Venti Americano fuera del posavasos. La tapa voló y vertió
el café por todas mis piernas desnudas—. ¡Mierda! —Afortunadamente me
encantaba mitad y mitad, así que el café no me quemó. Pero la taza había estado
casi llena. Café cremoso había cubierto mis piernas y pies. Al menos nada de eso
estaba en mi nuevo vestido estampado.
—¡Muévete! —gritó alguien detrás de mí.
¿En serio? ¿Tenía el derrame de petróleo de BP convirtiendo mi coche en el
Golfo de México y tenía que preocuparme por el tráfico? Tiré servilletas en el
desorden, pero no tenía suficiente para hacer mella.
Frenéticamente tomé la palanca de cambios y volví a colocar el coche en
primera. Mi pie resbaló en el embrague cuando puse el acelerador. Dio una
sacudida hacia adelante y el coche se estancó. Mierda. El café se derramó contra
el piso y se movió hacia el asiento trasero. Mierdastic.
—¡Vamos, estúpida!
Miré en mi retrovisor a un hombre con la cara roja en un llamativo convertible
de Mercedes. Se levantó en su auto y se inclinó sobre su parabrisas con
impaciencia.
Nerviosa, giré mis llaves en el encendido y no pasó nada. ¿Qué pasaba con
mi auto? Esperaba que nada grave porque no tenía dinero extra para reemplazar
esta cosa o lo que sea. Respiré profundamente. Duh. Me había olvidado de
presionar el embrague.
Cara roja sacudió su puño hacia mí.
—Me hiciste perder la luz, perra estúpida.
Perra...
Incliné mi cabeza por la ventana preparada para darle a este tipo una dosis
de furia femenina. Mi cara fue casi cortada por una motocicleta en la línea de
separación entre mi coche y el sedán junto a mí.
—¡Hola! —Me di vuelta para gritar al motociclista—. Casi me matas.
El tipo loco de la moto negra rugiendo no me oyó. Él rodó hasta la parada en
el semáforo en rojo a unos coches por delante de mi VW, plantó sus botas en el
suelo y aceleró su motor. Noté su fina camiseta blanca aleteando con la brisa,
revelando los esculpidos músculos bronceados de su espalda lo que condujo a lo
que era claramente un culo increíble escondido debajo de sus pantalones
vaqueros. La forma en que se sentó a horcajadas en la motocicleta me hizo
sonrojar. ¿Llevaba ropa interior?
Ojalá yo fuera esa moto. ¡Calla tu mente sucia, chica! Pensamientos como
esos te van a traer todo tipo de problemas.
Tal vez me gustaban los problemas.
Su cintura estrecha llevaba a hombros anchos que estaban igualmente
sorprendentes y estiraban el material de algodón de la camisa de manera
impresionante. Yum.
7 ¡Espera, chica! ¡Él casi te decapitó con su manillar! No pases especiales para
motociclistas locos.
Incluso si están calientes de la parte posterior.
—¡Psicópata! —grité.
No me escuchó.
—¡Me hiciste perder la luz, idiota! —Saqué mi cabeza. Cara roja había salido
de su Mercedes y estaba parado detrás de mi puerta, plantando sus puños en la
cadera. Llevaba una peluca y cadena de oro llamativa. El estómago hinchado,
envuelto en una camisa de seda con botones, se cernía sobre sus pantalones
caros.
Me podrían gustar los problemas, pero no de este tipo.
—¡No me llames idiota! —grité—. ¡Y no grites! ¡Que estoy nadando en el lago
Americano aquí! —Mi pulso corriendo. Conocía a tipos como este. Que tienen la
cabeza en el culo.
Él miró mi desastre de café y sonrió.
—Estas estúpidas chicas como tú son las que causan todos los accidentes.
—¿Perdón? —¿Estúpida? Yo estaba atrapada en una película de gánsteres
de los años 40. Una mata de cabello rizado resopló fuera del cuello de su camisa
abierta. Más como una película de la mafia de los años setenta.
—¡Perra! ¡Sal de la carretera! ¡Deja la conducción a los hombres!
Perra...
¿Cuántas veces había sido llamada así en los últimos dos años? Aprendí que
no tenía que soportarlo de ellos, así que sin duda iba a aguantar este capullo. Giré
la manija de mi ventana furiosamente. A mitad de camino, cara roja agarró el vidrio
y empujó contra él.
—¡Hey! ¡Te estoy hablando a ti! ¡Sal de la carretera, puta! Estás bloqueando el
tráfico.
Puta...
Conocía una, también. Pero yo no era una puta. Uh-uh. Le enseñé mis dientes
en él. Si yo fuera un hombre lobo, ahora habría sido el momento cuando le
arrancaba sus dedos. No tuve suerte. Traté de girar la manivela de la ventana, pero
cara roja empujó con tanta fuerza en el vidrio, que no podía moverla.
—¡Oye, cabrón, sal de mi auto o te voy a rociar pimienta en la cara!
—¡No vuelvas a hablar conmigo, puta!
Puta...
Miré a sus ojos locos. Conocía esa mirada. Él estaba tratando de intimidarme.
Mi cara estaba repentinamente caliente, y me sentí lágrimas llenarse. Intenté que
se secaran. Había prometido que nadie jamás me intimidaría otra vez, y
ciertamente no iba a llorar por este desgraciado estrafalario.
Pero los viejos sentimientos se filtraron en mi conciencia. Cara roja había
8 logrado traerme a esa noche de hace dos años. La noche que habían comenzado
todas las sucias miradas, las etiquetas, los insultos y la expulsión de la sociedad de
la escuela secundaria.
Por un segundo, casi me derrumbo. Pero había tenido mucha práctica
sosteniéndome bajo presión. Respiré profundamente y empujé a mi viejo dolor
detrás de los muros emocionales que había trabajado tan duro para construir.
Cuando recobré mi compostura, hablé con cara roja en una calma, al
mando de mi voz.
—Quita los dedos de mi ventana y vuelve a tu auto. Ahora.
Él ignoró mi petición.
—¡Muévete, zorra!
Este tipo estaba loco de remate. Probablemente no sabía qué día de la
semana era, sin mencionar su nombre. Necesitaba un controlador con una correa.
¿Dónde estaban los Controladores de animales cuando los necesitaba?
¿Qué hacer? No tenía spray de pimienta. Incluso si lo tuviera, estaría enterrado
en mi bolso debajo de paraíso acumulado que mantenía dentro de ella. Consideré
morder sus dedos una vez más. Hasta que me di cuenta de que tenía los nudillos
peludos. Guácala. Eso hacía de él el hombre-lobo peludo en este escenario.
Consideré sacarle los ojos con las uñas, pero por la manera en que estaba
parado, no conseguiría un ángulo. Busqué ayuda. Nadie estaba saltando fuera de
sus autos. Estaba sola en esto.
¿Mierda, cuando no lo estaba?
Cara roja pateó la puerta de mi auto con su mocasín puntiagudo.
—¡Hey! ¡Te estoy hablando a ti, imbécil!
Me di cuenta de un movimiento por el rabillo del ojo. Motociclista psicópata
había puesto su pie de apoyo hacia abajo y pasado la pierna por encima de su
motocicleta. Casco todavía en pie, pavoneándose hacia mi auto.
Motociclista psicópata se detuvo cerca de cara roja, quien no lo había
notado. La parte delantera del motociclista psicópata era tan impresionante como
su espalda. Su amplio pecho flexionado debajo de una camiseta con cuello en V.
Los bordes de sus pectorales esculpidos bronceados bailaban en el cuello abierto.
Musculosos brazos cubiertos de tatuajes colgados en sus costados.
Muñequeras de cuero cubrían sus puños.
No podía ver gran parte de su rostro con el casco sobre él, pero sus ojos azules
zafiro perforaron mi corazón.
—¿Tienes problemas?
¿Estaba hablando a mí o a cara roja?
Cara roja giró para enfrentarse a motociclista psicópata ojos azules.
—¿Quién mierda eres tú?
—¿Este tipo te está molestando? —Motociclista psicópata miró a mis ojos,
9 claramente hablando conmigo. Suspiré.
—¡Te estoy hablando a ti, hijo de puta! —Cara roja le gritó a motociclista
psicópata.
Motociclista psicópata no me quitaba los ojos de encima. Miré a sus dos joyas
oceánicas azules y asentí lentamente.
—La señorita quiere que te vayas —le dijo a cara roja motociclista psicópata.
—¿Qué? No tomo nada de ti, punk. Vete de aquí —gruñó cara roja.
Motociclista psicópata dio un paso hacia él.
—Atrás, amigo.
—¡Vete a la mierda, imbécil! —Cara roja se abalanzó hacia motociclista
psicópata.
En un movimiento fluido, motociclista psicópata dio un paso lateral y golpeó
a cara roja en el vientre. El gordo cayó en un montón arrugado. No. Esto no era
una película de gánsters o un drama de la mafia de gánsters. ¡Este era un viejo
enfrentamiento del oeste! ¡Woo hoo, psicópata ojos azules! Casi aplaudí. Casi.
Motociclista psicópata se agachó, agarró a cara roja por la parte trasera de
la camisa y lo tiró a sus pies. Los músculos agrupados de sus brazos bronceados se
extendían bajo sus tatuajes intrincados. Wow. Cara roja tosió y escupió cuando
motociclista psicópata ojos azules le llevó algo educadamente a la acera y lo dejó
allí como un saco de arroz.
—¿Necesitas una ambulancia? —Motociclista psicópata le preguntó a cara
roja mientras se elevaba sobre él.
Incluso tosiendo, los ojos de cara roja salían de sus órbitas. Sorpresa, vergüenza
y enojo guerrearon en su cara gorda. Miró a motociclista psicópata y negó con la
cabeza, luego desplomó sus hombros en derrota.
Bajé mi ventana cuando motociclista psicópata se acercó y se inclinó hacia
mi auto. Noté que el material de la camisa era un tejido caro ligeramente
transparente. Temblé. Uno de sus antebrazos tonificados se posó en mi ventana.
Inhalé el aroma débil de su colonia, lo que golpeó el punto dulce varonil entre
vaqueros polvorientos y príncipe coronado. Fuerza y estilo. Ese no es el único punto
que golpeó. ¡Abajo, chica!
No había manera que pudiera ver nada debajo o a través de mi vestido hasta
la rodilla, pero apreté los muslos juntos, por si acaso. Solo en caso yo saltara. ¡Rawr!
Ahora que él era mi caballero en armadura transparente, tal vez debería
dejar de pensar en él como motociclista psicópata y llamarlo Motociclista-
caballero.
—¿Estás bien? —Un hoyuelo tembló bajo su mejilla. Detecté una sonrisa
arrogante. No podía ver sus labios bajo la máscara del casco, pero los podía
imaginar. Me desmayé. Me miró expectante.
—Uh... —¡Recoge tus bragas y crece algunos ovarios, chica! ¡Afloja el corsé o
te vas a desmayar aquí!—. Gracias, sí, estoy bien.

10 Su rostro se retorció.
—¿Por qué hueles como el café.
—¿Um... nuevo spray corporal? —dije esperanzada.
Se dio cuenta de mis piernas y el café derramado. Él se rió.
—Parece que tuviste un accidente.
Chico, él realmente estaba mirando mis piernas. Quería retorcerme.
—Sí. Un accidente. —Yo sonaba como una idiota.
—¿Cuál es tu nombre? —Sus ojos derritieron mi sentido común, como ojos de
rayo láser de Superman, excepto que azules.
—Sam…
Autos comenzaron a tocar la bocina otra vez. La luz había completado un
ciclo de nuevo a verde.
—…antha.
—Mi trabajo ha terminado aquí. Sam. Antha. —Más hoyuelos. Wow. ¿Este tipo
era real?
Dio una palmada en el techo de mi auto, contoneándose de nuevo a su moto
y se disparó por la autopista. Quería gritar: —¡Me llamo Samantha Smith! Mi número
de teléfono celular es… —Pero tenía un pequeño fragmento de autoestima
restante.
Arranqué mi auto y traté de seguirlo, pero ya no estaba. Todo lo que me
quedaba de este horrible-mágico momento era un piso de coche remojado en
café y mi traje igualmente necesitando un lavado y detallado. Ojos azules
psicópata me había hecho olvidar a cara roja. Pero cara roja había traído todo lo
demás.
Todo por algo que yo hice...
Perra.
Un error que nunca podría deshacer...
Puta.
Algo de lo que me arrepentiría por el resto de mi vida...
Muy tarde, entré en el estacionamiento norte del SDU. Café chapoteó
alrededor de las plantas de mis sandalias planas cada vez que frenaba o
aceleraba. Tendría que lidiar con eso más adelante.
El estacionamiento era del tamaño de un pequeño pueblo y repleto de
coches. Tomé el primer espacio disponible. Tuve que meter con calzador mi VW
entre los dos idiotas que habían estacionado el Lexus de papi y el BMW de mamá
sobre la línea blanca a cada lado del espacio.
La puerta de mi auto chocó con el Lexus cuando la abrí, no dejándome más
que un espacio de buzón para colarme. No estaba de ninguna manera gorda,
pero apenas salí de mi auto.
Corrí a través del estacionamiento hacia la escuela de negocios. Mis pies
11 pegados a mis sandalias pegajosas, despegando con cada paso. Imbécil. Sentía
que mi mochila estaba cargada con ladrillos. Sudor corriendo por mi cara cuando
llegué a la sala de conferencias. Tráfico estúpido.
Al final del estacionamiento, una motocicleta negra estacionada con los
demás me llamó la atención. ¿Era la moto que motociclista-caballero psicópata
ojos azules se había montado? No estaba segura. Dudé que un tipo como él
asistiera a la Universidad. Probablemente se dirigía a comprar temprano por la
mañana drogas o a alguna pelea de pandilla, por el aspecto de él.
Mi celular sonó. Un texto de mi primera y única amiga en San Diego, Madison
Lockhart.
¿Dónde estás? ¡La clase ha empezado!
Envié un mensaje de vuelta.
Tarde. Corriendo. Ningún juego de palabras. >:
Ella respondió:
Mira la 4 en la parte de atrás. Te guardé un asiento.
Guardé mi teléfono en mi bolsillo y mantuve un paso rápido. Aunque sabía
dónde estaba todo, no recuerdo las cosas estando separados.
Cuando finalmente llegué a la escuela de negocios y me arrastré a la parte
trasera de la inmensa sala de conferencias, nadie me prestó atención. El profesor
no me notaría. Sí, casi esperaba que la clase entera se levantara y cada uno
preguntara el nombre de la chica nueva pero nadie lo hizo.
Lo bueno acerca de las escuelas gigantes SDU era que yo podía desaparecer
en la multitud. Nadie se preocupó de Samantha Smith.
Yo era finalmente anónima.
Yo esperaba que se quedara así.
Me deslicé en el asiento junto a Madison. Ella y yo nos habíamos conocido la
semana pasada durante el recorrido de orientación. Ella era un completo material
de BFF. Cuando le dije que era de D.C., ella había ofrecido su camioneta para
transportar los muebles nuevos que necesitaba comprar y me ayudó a crear y
decorar mi apartamento.
—Oye, Mads —susurré.
—¿Por qué has tardado? —siseó.
—Quedé atrapada en el tráfico.
Madison arrugó la nariz.
—¿Por qué hueles a café?
—Larga historia —gemí. Consideré merodear en el baño más cercano para
lavar mis pies en el fregadero, pero mi olor a café tendría que esperar.
—No te preocupes —susurró—, te enviaré mis notas después. No te has
perdido mucho.
12 Eso era seguro. Fundamentos de contabilidad. Una de las clases más bajas de
la División para mi carrera.
Nauseas. Yo estaba en la vía rápida. No podía esperar para graduarme y
obtener mi CPA. Mi mamá y mi papá estarían muy orgullosos. Hurra. Una especie
de. ¿Quién realmente quería ser contador?
Saqué mi laptop y la encendí. Tuve un momento para mirar alrededor a los
otros estudiantes en la sala. Todos parecían estar seriamente tras cada palabra del
profesor. ¿Era la única que no quería llevar contabilidad? Es decir, sé que la
Universidad es una oportunidad increíble que no todos tienen. Pero, ¿por qué tenía
que ser mi especialidad algo tan sensato y aburrido como contabilidad?
Porque eres buena con los números, mi madre había alentado. Ra, mamá.
Porque contabilidad es una carrera segura y confiable, mi padre había dicho.
Vamos, papi. Tal vez tenían razón. Metí la pata en todo lo demás que había
intentado. Tenía las cicatrices para probarlo. Tal vez algo seguro y confiable era
exactamente lo que necesitaba.
También podría sacar el máximo provecho de ello.
Samantha Smith, CPA.
Gemí. Mi nombre era tan aburrido como mi especialidad.
Dos
D
espués de clases, Madison y yo empacamos nuestras portátiles y
salimos al exterior. Una multitud de personas esparcidas fuera de las
aulas circundantes y en las amplias pasarelas entre los diferentes
edificios.
Risas del primer día de universidad emocionaban y rebotaban por todas
partes.
—¿Dónde está tu café, Sam? —preguntó Madison. Ya sabía sobre mi adicción
a la cafeína, a albergaba una de los suyas—. Pensé que me dijiste que te sentías
desnuda a menos que tuvieras uno en todo momento.
—Ja ja. Lo llevo puesto. —Hice un puchero—. Lo derramé todo encima mío
en el auto.
Madison hizo una mueca tímidamente.
—Oh, bueno. No quería decir nada. El olor está un poco fuerte. Me
preocupaba que estuvieras probando un nuevo spray para cuerpo. —Ella arrugó
la nariz.
13
—Es curioso, dije lo mismo antes.
—¿A quién?
—A nadie.
—Veo tus ojos brillar —ella canturreó—. ¿Qué?
—Te lo voy a contar más tarde. —Sonreí—. Ahora, necesito lavar mi Parfum de
Starbucks. ¿Hay un baño por aquí?
—Sí, en la esquina.
Cuando lavo mis pies en el lavamanos del baño y luego mis sandalias, sólo
ocho chicas me dieron una mirada de mal olor.
Madison lo notó después de la tercera.
—¿Qué miras? —ella espetó a la mirona—. ¿No llegas tarde a clase?
La mirona refutó con una nariz respingona y una rabieta antes de salir afuera.
Usé un montón de toallas de papel para secarme. Me sentía como una mujer
sin hogar tomando un baño de esponja en un baño público.
—Ignorarlas —me consoló Madison—. Espera a que les pase a ellas.
—Gracias, Mads. No sé qué haría sin ti.
Ella sonrió.
—¡Todo limpio?
—Sí. Creo que me levanté con el pie izquierdo de la cama esta mañana. —
Caminamos afuera.
—Necesitamos darle vuelta a tu ceño fruncido, chica. Necesitas más cafeína.
—Madison era tan facilitadora—. Tengo una hora libre antes de español. ¿Cuándo
es tu próxima clase?
—A las once.
—Genial. Vamos a parar en el centro de estudiantes y agarrar otra cerveza.
Mis sandalias húmedas se aplastaban mientras caminamos. Esperaba que
nadie se diera cuenta del rastro de huellas de pies mojados que dejaba atrás. UF.
Eran como una hoja de ruta apuntando hacia la idiota.
A diferencia de mí, Madison, era la imagen de estilo cool en la playa con sus
sandalias, pantalones cortos de surf y una camiseta. Se podía ver que llevaba un
top de traje de baño bikini neón en lugar de un sujetador. Ella estaba bronceada
de pies a cabeza. Su cabello era rubio dorado del sol. No podías obtener ese color
de un tinte. Ella era una genuina chica de California.
Yo era su polo opuesto con mi vestido estampado oscuro, cabello parduzco
y piel pálida. Examiné mis uñas. Eran cortas, astillados y salpicadas con restos de
esmalte de uñas negro.
Emo. Gótica. Bruja. Hechicera. Suicida...
14 Eso es lo que me habían llamado de regreso a Washington D.C., después de
que mi vida se vino abajo. Mi solución al rechazo fue cambiar completamente. Me
escondí detrás de ropas negras y cubos de maquillaje negro. Pero yo no era una
Emo, Gótica o cualquier otra cosa. Solo quería estar sola. Era la única manera que
podría conservar mis secretos para mí.
Tras dos años de solitaria miseria, estaba lista para seguir adelante. Quería
reinventarme aquí en San Diego, y resurgir de las cenizas de mi vida como un ave
fénix de fuego.
Estaba decidida a cambiar mi sombrío armario y piel fría y finalmente
conseguir un bronceado. Creía que los rayos del sol quemarían mis viejos recuerdos
y mi dolor completamente. Con suerte, serían sólo unas pocas semanas hasta que
estuviera bronceada como Madison. Y tarde o temprano, mi cabello rubio agua
sucia se aligeraría naturalmente, como el suyo.
Entonces, cualquier signo de mi pasado gótico sería borrado para siempre.
Esperemos que los malos recuerdos desaparecieran tan fácilmente.
Perra. Puta. Zorra...
El enorme centro estudiantil tenía un patio de comidas, una sala de cine,
varias salas de reuniones, la librería del campus y toneladas de mesas al aire libre.
Estaba lleno de personas.
Nos pusimos en la larga fila en la cafetería del campus, Toasted Roast. Era tan
larga, que salía de la puerta y llegaba al patio.
—Mira a esos chicos allá. —Madison hizo señas con su barbilla. A un montón
de chicos bronceados, atléticos sentados encima de una mesa. ¿Todo el mundo
en San Diego estaba bronceado excepto yo? Los chicos participaban
ruidosamente entre sí y se rieron—. Estoy segura de que están en el equipo de
rugby.
—Lo que sea —me burlé.
—Vamos, Sam. No los descartes. Ni los conoces.
—¿Lo has hecho?
—No, pero eso no quiere decir que sean unos idiotas. Algunos de ellos son una
monada.
—Sí, bueno, está bien para ti. Tienes esa cosa de “chica surfista caliente” en
marcha. No tengo tiempo para salir de todos modos.
—No te quedas corta, Sam. Eres totalmente caliente. Estoy segura de que los
chicos te cayeron encima en Washington.
—Sí, lo que sea. La historia de chicos y yo siempre terminó en desastre.
Los ojos de Madison se iluminaron.
—¡Hola, GQ amigo motociclista! —Un nuevo atleta se había unido al grupo
en la mesa.
—¡Yo lo vi primero! —Madison chilló—. ¡Lo pido!
El motociclista GQ tenía el cabello oscuro, rizado y era más alto que el resto
15 de sus amigos, pero igualmente bronceado y muy musculoso. Llevaba una
camiseta blanca y botas de moto. Tatuajes cruzando sus brazos. Su rostro dio la
vuelta, pero pude ver que su mandíbula era masculina y fuerte.
Madison estaba sin aliento y cerca de desmayarse.
—Ese tipo es seriamente caliente.
—Tú ni siquiera pudiste ver su rostro.
Entonces él volteó. Era el Psicópata Caballero Motociclista, enjoyados ojos
azules y todo. Era increíblemente caliente.
Madison abanicó su rostro.
—O. D. M. Estoy saltando. —Madison estaba enamorada, sin duda al
respecto.
—Caramba, espero que tus bragas estén goteando en seco.
Madison golpeó mi brazo.
—¡Cállate! Estoy ocupada desmayándome.
—Es todo tuyo, Mads. Ve a buscarlo. —Me alegré de que ella estuviera con
él. Ninguna de nosotras sabía nada sobre ese tipo. Aparte de que era precioso.
—Alerta perra. —Madison frunció el ceño.
¿Qué había en las chicas de la fraternidad que eran tan identificables? ¿Sus
piernas increíblemente largas, perfectamente falsos senos y moldes de belleza?
Estoy bastante segura de que las tres que se habían acercado a la mesa de los
chicos calientes fueron fabricadas en la misma fábrica como las muñecas Barbies
porque tenían el mismo aspecto plástico y proporciones perfectas.
Dos de las chicas de la fraternidad se envolvieron alrededor del Psicópata
Caballero Motociclista. Él se sentó sobre la mesa y tomó a la tercera muñeca robot
por la cadera y la sentó en su regazo. Su cabello era rubio y ondulado. Ella envolvió
sus brazos alrededor de su cuello. Estaban frente a frente. Su lengua lo besó. Él la
complacía.
Psicópata Caballero Motociclista estaba disfrutando como un león en la
selva. Me lo imaginaba dando vueltas de espaldas en la hierba mientras que las
leonas lo alimentaban y acariciaban su ego. Hombres. La masculinidad había
trascendido todas las especies. Ughh. Yo no podía ver más. Me alejé.
—¡Qué asco! Que alguien me traiga una bolsa para vomitar.
—Zorra —Madison dijo, falsamente herida pero aun sintiendo curiosidad—.
¿Qué hace él ahora?
Yo no podía dejar de mirar. Psicópata Caballero Motociclista había sentado
a la Rubia. Se levantó y se movió como si estuviera jugando charadas.
—Creo que está contando una historia.
Psicópata Caballero Motociclista de repente se agachó y balanceó un puño
en el aire. Lo había visto hacer eso esta mañana. ¿Le estaba contando a sus
16 admiradoras sobre salvarme? No lo esperaba. Cuando terminó, sus compañeros le
palmearon en la espalda. Estaba esperando que empezara a firmar autógrafos
cuando miró directamente hacia mí. Sus ojos azules parpadearon en
reconocimiento. Oh mierda.
Lo escuché decir débilmente: —Es ella.
Todos me miraron. Oh no. El escuadrón de hermandad frunció el ceño y
entrecerraron sus ojos, atacándome con sus burlas puñaleras. Así fue como empezó
la negativa notoriedad. Fulminándome con la mirada escrutándome. Mierda.
Me di la vuelta, buscando cobertura. Afortunadamente, la fila para el café la
había hecho en el edificio. Me escondí detrás de la puerta del Toasted Roast.
—Mierda, mierda, mierda —siseé.
—¿Qué ocurre, Sam?
—¡Ocúltate, Mads! No dejes que te vean. —Ella no tenía idea de lo que
estaba pasando. ¿Lo quería? Ella parecía tan enamorada de Psicópata Caballero
Motociclista, quería decirle que él había golpeado a un tipo por defenderme esta
mañana ¿Cómo le haría sentir eso? ¿Qué si ella se volvía completamente celosa?
No quería averiguarlo. Sólo la conocía de una semana y no quería poner a prueba
nuestra amistad tan pronto.
Le di un tirón en el brazo a través de la puerta.
—¡Hey! —Ella tropezó, casi cayendo y con los ojos como si estuviera loca.
—¡Chicas como esas pueden oler el miedo! —siseé—. No quiero que te hagas
ilusiones.
—¿Qué? ¡No tengo miedo de ellas! Ahora estoy totalmente confundida.
—Cuando las perras como esas huelen competencia, sacan sus garras. Solo
estaba cuidando de ti.
—¿Estás segura que no estás reaccionando de forma exagerada?
—¿Puedo tomar su orden, por favor? —preguntó el barista. Salvados por la
campana.
Madison y yo pedimos nuestro café. Cuando los tuvimos correctamente con
crema y azucarados, caminamos afuera. El León y la orgullosa cabeza hueca se
habían ido, gracias a Dios.
—¿Cuál es tu próxima clase? —preguntó Madison, girando su taza.
—Dibujo de vida.
—¿Creí que eras una especialista contable?
—Lo soy, pero estoy tomando dibujo como una de mis materias optativas.
Necesito balancear el sabor amargo de los negocios con algo divertido. En cierto
modo quiero una secundaria en arte.
Madison sorbió su café.
—¿Has comprado alguno de tus libros todavía?
Me palmeé el rostro.
17
—¡Mierda! Se supone que debo llevar los materiales de dibujo a la primera
clase. No tengo ninguno.
Entramos en la librería de la universidad. Estaba increíblemente más lleno de
gente que el patio exterior.
—O. M. D, ¡bomba! —Los ojos de Madison desorbitados—. ¡Está peor de lo que
imaginaba! Tengo clases en quince minutos. ¿Puedes conseguir los materiales más
adelante, cuando la multitud se despeje?
—No, tengo que comprarlos para la primera clase.
Los hombros de Madison se desplomaron.
—Amiga lo siento, pero voy a tener que tirarte debajo del autobús en ésta.
Laboratorio de Español tiene como doce personas y si entro tarde, voy a tener mi
calabaza entregada en un plato.
—Lo entiendo. Gracias de todos modos.
—Nos encontramos en el almuerzo, ¿vale? —Madison me dio una mirada
comprensiva.
—Sí, está bien. —Cuando ella dejó la librería, volví mi atención a la multitud
frente a mí. ¿Cómo iba a obtener todos mis libros y materiales sin conseguir ser
apuñalada o disparada por algún hiper, excesivamente ambicioso, consumado
estudiante de honor? Me recordé que esto no era peor que el metro en Washington
durante la hora pico. Podría hacer esto.
Había tanta gente metida en el ala de libros de texto, que parecía el viernes
negro en Walmart.
Olvídalo. Libros más adelante. Materiales de Arte ahora.
Afortunadamente, el Departamento de arte estaba vacío. Rápidamente
encontré lo que necesitaba. Un gigantesco portapapeles, un enorme Bloc de
papel de dibujo, carboncillo y un borrador de amasado. Batallé registrando y
pagando todo. No tenían una bolsa lo suficientemente grande para el
portapapeles gigante. Nada sorprendente.
Revisé la hora en mi teléfono. Mierda. Tenía nueve minutos para atravesar el
campus hasta el edificio de artes visuales con mi portapapeles XXXL y mi bloc de
dibujo para titanes.
Mi trasero, golpeó la barra para liberar la puerta de la librería y marché hacia
atrás al patio del centro de estudiantes. Me di la vuelta y tropecé directamente en
los ojos azules del Psicópata Caballero Motociclista.
Esos músculos eran tan sólidos como una estatua de mármol. Creo que yo
misma me golpeé en sus abdominales.
—¡Lo siento tanto! —Retrocedí, extenuada. Sus ojos eran mucho más azules
de lo que yo recordaba. ¿Espera, él usaba rímel? No, pestañas naturalmente
oscuras, más gruesas que las mías. Desgraciado. Su cabello oscuro y tez oliva
contrastaban aún más con sus ojos zafiro. Brillaban.
Su sonrisa era mucho mejor de lo que imaginaba. Los hoyuelos de sus mejillas
y sus labios suculentos revelaron deslumbrantes dientes blancos. Sin su casco
18 aplastando su rostro, pude apreciar sus pómulos y su fuerte mandíbula.
Estoy segura que vi uno de ésos montado en la pared, Desfibriladores
Automáticos Externos para las víctimas de ataque al corazón dentro de la librería.
Buena cosa, porque necesitaba un golpe ahora mismo.
Otra vez me taladró con sus ojos láser de Superman. Mi pecho se estaba
derritiendo, mientras otros destinos biológicos al sur de mi caja torácica, incluyendo
mis dedos. Desmayo. Doble desmayo.
—Sam. ANTHA.
¡Lo recordó! Más o menos. ¿Dónde estaba ese Desfibrilador Automático
Externo? Un paro cardíaco era inminente.
¡Luz roja! Bandera de advertencia. Necesitaba sujetarme a mí misma.
Madison estaba interesada en este tipo, no yo. Ahora era el momento apropiado
para salir corriendo. Antes de que los problemas tengan lo mejor de mí.
Di un paso y mi descomunal bloc de dibujo se deslizó fuera de mi brazo y tomó
vuelo. Las inmensas páginas volaban mientras el bloc cayó al suelo.
—Déjame ayudarte con eso. —Su voz baja era de barítono resonante.
Profundo, completo y varonil. Lo sentí en mi pecho. Y en otras áreas. Él cayó sobre
una rodilla. Parecía que me iba a proponer matrimonio.
Tragué.
—Está bien, ya lo tengo, gracias. —Me agaché para recuperar el traicionero
bloc. Mantuve mi cabeza abajo, ocultando mis mejillas rojo brillante. Estoy segura
de que lucía horrible. ¿Langosta a la parrilla para alguien? rodé mis ojos para mí
misma.
Las páginas del Bloc de dibujo aleteando en la leve brisa, lo que dificultaba
alisarlas nuevamente dentro del bloc sin romperlas.
Ojos azules me tendió la mano. Era bastante grande y muy bronceada. ¿Se
suponía que iba a estrecharle la mano? Lo miré como si estuviera en llamas. Tal vez
lo estaba.
Evité sus ojos. Sabía que si los miraba a esta distancia, quedaría congelada
en su lugar. Este chico era como una Medusa macho. Sólo era un hombre-dusa, y
en lugar de ser feo, era tan bien parecido, convirtiendo a inocentes vírgenes en
piedra con una sola mirada.
Con sus ojos, estaba segura de que podía des-virginizar incautas mujeres
jóvenes con una sola mirada también.
—Uh, ¿cuál es tu nombre? —murmuré. ¡A la mierda! ¿Por qué le pregunté? Él
debe haberme hipnotizado.
De lo contrario, podría ya estar escondida en el arbusto más cercano.
—Adonis.
Me burlé.
—¿Qué, como el Dios griego de la belleza y el deseo.
19
—Sí.
Rodé los ojos.
—¿Encaja, no te parece? —Él me guiñó un ojo.
Me atraganté.
—No. —Sí—. ¿Mucho ego?
Ladeó esa sonrisa perfectamente torcida, con hoyuelos.
—No me culpes. Mis padres lo eligieron. Supongo que sabían lo que estaban
haciendo.
El ego de este tipo era tan monstruoso, definitivamente él era un hombre-
dusa. De la clase que es fea en el interior.
Su mano seguía esperando ser estrechada. Mierda. No quería ser una perra
grosera. Le estreché. Esta era muy grande y envolvió la mía. Pero también era gentil
y amable.
Lo juro, no tenía ninguna intención de volver a mirarme en sus ojos azules. Me
quedé congelada. Estúpido hombre-dusa.
Espera ¿Qué? ¿Por qué estaba levantando mi mano a sus labios? ¿Y besando
el dorso? Oh no. Hormigueo eléctrico se deslizó hasta el antebrazo. Me di cuenta
que me acariciaba la palma con sus dedos grandes. Mis párpados se agitaron. Me
sentía traicionada por mi propio cuerpo. Hormonas estúpidas.
—Llego tarde a clase, me tengo que ir.
Moví mi mano liberándola de la suya. Mentiría si dijera que no quería
quedarme ahí, mirando sus ojos, hasta el próximo siglo. Pero me alentó mi
independencia femenina, recogí mi bloc de dibujo traicionero y troté a la clase.
Con Madison haciendo ya planes de boda, lo último que necesitaba era estar
mirándonos a los ojos así con psicópata ojos azules. Esos ojos habían deletreado
problemas.

20
Tres
M
ientras iba de prisa a clase, me crucé con las tres Robóticas Barbies
que habían estado con Adonis en el Centro Estudiantil temprano.
Les di un amplio margen en el camino de cemento. Pero no
pude evitar escuchar su conversación.
Claramente, las tres creen que deben ser Christina Aguilera o la reina de
Inglaterra, basadas en su volumen.
La morena cacareó.
—¿Viste la manera en que se escondió cuando Adonis apuntó hacia ella?
—Como una rata asustada. —La rubia con el peinado recto dijo.
—Ella debería hacer algo con respecto a ese cabello de agua sucia. Parece
una camarera —continuó la morena.
¿Camarera? ¿Quién me había atrapado en una máquina del tiempo y
enviado a una novela de Charles Dickens? Estaba acostumbrada a desviar mujeres
malintencionadas como esta. Podía soportarlo. Sostuve mi cabeza en alto. Las
21 pasé tan rápido como pude.
Las escuché reírse y susurrar.
—Oh Dios mío, es ella.
Ya basta de eso. Había jurado que no dejaría que mis compañeros me
desmoralizaran, como lo habían hecho en la escuela secundaria. Me detuve en
seco y di la vuelta.
—¿Ustedes tres damas tiene algún problema? Díganmelo en la cara.
Ellas retrocedieron y tropezaron la una con la otra.
La más rubia y bronceada entre ellas y la líder evidente, caminó hacia mí con
su débil mano extendida. Envidiaba sus piernas largas y delgadas.
Su recién-ondulado-de-salón cabello ondulado era impresionante. Llevaba
una camiseta de Delta Delta Pi. Su camisa, anudada por encima de su cintura,
revelando su vientre plano y se estiraba sobre sus doble D Deltas. Sus pantalones
cortos no dejaban casi nada a la Pi imaginación. Sabía que había una razón por la
que Delta Pi Delta me hizo pensar en Pecho Vagina Pecho. Esta chica lucía como
la portada de una revista de mala calidad para hombres.
—Lo siento por ellas —dijo—. No tienen educación. Mi nombre es Tiffany
Kingston-Whitehouse. Un placer.
¿Era un nombre o un título? Estoy segura de que sus uñas a medida goteaban
veneno, aunque no podía ver nada. Todavía. Claro, no había escuchado sus
chismes sobre mí, sólo sus compinches secuaces. Pero eso no quería decir que ella
no hubiera estado sarcástica sobre mí antes de que me hubiera encontrado con
ellas. Le di la mano a regañadientes.
—Debes ser nueva aquí. De la Costa Este.
—¿Cómo has…
Ella sonrió, pero no creí que fuera sincera ni por un segundo.
—Tu atuendo. Vi a algunas socialité de Manhattan usando tu vestido en
alguna cosa del country club que he encontrado en línea.
Estoy segura que no era un insulto. Pero un toque de frialdad en su tono me
mantuvo en guardia.
—San Diego es un poco más... casual que la Costa Este. —Ella me miró de pies
a cabeza.
Detecté la más mínima sonrisa burlona cuando dijo la palabra “casual”. Eso
fue un insulto envuelto para regalo en sutilezas. Oh, ella era buena, ésta vez. Fruncí
el ceño.
—Sí que me había dado cuenta.
La morena soltó su chicle.
—Te sientes muy especial por haber sido rescatada por el chico más caliente
22 en el campus. —Sus dientes blancos de brillo-de-día brillaron hacia mí, casi tan
brillantes como el sol.
Genial. Allí se fueron las esperanzas que había tenido por el anonimato. Adonis
les debe haber contado todo. ¿Cuánto tiempo le tomaría para que contara mi
historia en el campus? Recé para que la SDU1 no fuera tan chismosa como lo había
sido mi escuela secundaria.
Y esperaba que Madison no estuviera demasiado interesada en este tipo
Adonis. Tipos rodeados de chismes, que iban para mujeres como Tiffany y su
calaña, eran un desastre. Lo había visto personalmente en la escuela secundaria.
Tengo que darle la noticia suavemente a Madison. Se merecía algo mejor.
—Deberías comprometerte completamente con nuestra hermandad —dijo
Tiffany.
¿Eso fue mantener a tus enemigos cerca? Ella no podía pensar que caería en
eso. Tenía visiones de novatadas, escándalos y mi cara borracha en todos los
periódicos del campus.
—Si le gustas a Adonis, estás dentro como Tim —dijo la morena.
¿Le había gustado? Jesús, esperaba que fuera sólo una expresión. No quería
nada que ver con él o con estas tres.
—¿Te refieres a Flynn? —me burlé. Cuando ella no lo entendió, tuve que
explicar—. Es el dicho “como Flynn”, querida. Flynn.

1 Universidad de San Diego.


Por un momento, la morena estaba confundida. Luego me dio una —Seré una
boba ignorante pero mis dientes cuestan más que tu coche— sonrisa de
superioridad.
Odiaba esa sonrisa. Ya había tenido suficiente de los tres payasas. Mi boca
corrió delante de mi cerebro.
—Adonis tiene que follar, tosí, es decir aprobar a todos sus miembros.
La sonrisa altos voltios de la morena fue golpeada por un apagón.
—No. —Sonrió. Respuesta ingeniosa, pensé.
La morena cara de metí la pata.
—No tienes que ser tan perra al respecto. ¡Vamos, chicas!
Y... me sentí como una perra total. No había ninguna razón para decir eso. No
necesito ser como ellas.
Pero la morena me había llamado una camarera.
Tiffany frunció el ceño sobre su hombro y me disparó unas dagas:
—Aléjate de Adonis. —Las tres se pavonearon haciendo pasos idénticos.
No sabía lo que le estaba preocupando a Tiffany. Ella tenía la apariencia que
todos los hombres buscaban. Ella era perfecta para Adonis.
Creo que mi mayor problema en la escuela secundaria podría remontarse a
23
los tiempos en los que dije lo que no debí decir, justo en el momento perfecto. Había
sido para protegerme de perras como Tiffany & Compañía, ¿o saboteando mi vida
social?
En cualquier caso, mis problemas fueron mi culpa. Era una maldición
caminando. No una genial maldición, como la maldición de la momia. Más como
una enfermedad venérea que todos sabían evitar. Era una ETS andante.
Y así comenzó. Estaba bien siendo como una paria, yo misma me había
echado fuera del círculo interno sin haber estado nunca en su interior. Eso estaba
bien. Me acostumbré a ello. Pero eso no quería decir que no estaba harta.
Dos horas de mi primer día de la universidad y se perfilaba para ser un fallo
horripilante. ¿Podrías darme una segunda oportunidad?
Cuando llegué al edificio de Artes Visuales, el camino se dividió. Dudé, no
estaba segura de cuál llevaba al ala de estudio.
Un chico con un bloc de dibujo similar al mío escondido debajo del brazo se
detuvo junto a mí.
—¿Buscando Dibujo de Vida? Es por aquí.
Vestía un elaborado abrigo borgoña con puños negros y bordado intrincado.
Tenía esa cosa estilo medieval que yo creía que era la ropa de dormir estándar
para los vampiros en todo lugar. Sus zapatos de cuero negro con punta de plata a
juego con su abrigo.
—Vamos, nena. Vamos a llegar tarde a un lugar de mierda si nos detenemos
llevando a rastras nuestro culo gordo.
—¡No está un poco caliente para un abrigo largo? —Estaba acalorada en mi
delgado vestido estampado y sandalias de este clima de fin de verano en San
Diego.
—Nunca es demasiado caliente para estar a la moda, cariño. —Él tenía una
mirada tan sincera e incluso adulona en su rostro, que no pude evitar reír.
—¿Estás llevando un monóculo?
—Pues, sí. ¿Lo encuentras atractivo?
¿Atractivo? ¿Quién es este tipo?
Se volvió para que pudiera conseguir una mejor visión de su monóculo. Este
se desprendió de su mejilla y se balanceó del hilo negro atado al botón de la
chaqueta. Él buscó a tientas y lo apretó nuevamente en su lugar, manteniéndolo
allí con un solo ojo fruncido.
—¿No te preocupa que tu rostro quedará así si usas el monóculo todo el
tiempo.
—Bueno, las madres de todo el mundo advierten de tales males. Pero todos
sabemos que la buena moda es peligrosa.
—¿Entonces estás bien con la apariencia de una especie de monstruo de dos
caras por el resto de tu vida?
—¿Te refieres a Dos Caras, de Batman?
24
—¿Quién es Dos Caras?
—Uno de los archienemigos de Batman. Un lado de su rostro está quemado
por ácido y se ve terrible. La otra mitad es normal.
—¿Estás seguro de que no fue por usar su monóculo demasiado tiempo? —
bromeé.
—No, tonta. Fue por el ácido. —Él sonreía agradablemente—. El daño en su
cara lo volvió loco y se convirtió en un villano.
Sonreí.
—Está bien, ¿si no te importa vivir como un archienemigo por el resto de tu
vida? ¿Cometiendo delitos al ser rechazados por la sociedad? —bromeé. ¿Cómo
había conseguido ser atrapada en una conversación tan extraña?
—Cuando lo pones así, ¿cómo puedo resistirme? Estaría muy contento con la
idea de Batman persiguiéndome por toda Ciudad Gótica por la eternidad,
mientras él me maltratara a cada paso del camino. Creo que tú y yo vamos a ser
amigos. ¿Cuál es tu nombre?
Sonreí.
—Soy Samantha Smith. La gente me llama Sam.
—Un placer conocerte, Sam.
—Te estrecharía la mano pero tengo gigantesco equipo de dibujo entre las
mías. Le pregunté al tipo en la librería si tenían algo más grande, pero este era lo
más grande que tenían —dije con sarcasmo. Levanté mi gigantesco bloc de 18 x
24 y el portapapeles.
—Sabes, que en realidad puede acortar el Bloc de dibujo en el portapapeles.
Duh. De repente me sentí estúpida. ¿Por qué no me había dado cuenta de
eso? Tal vez porque era mejor en contabilidad.
—No te preocupes, Sam. No tienes que descubrirlo todo el primer día. Tienes
el resto del año para hacer el ridículo. —Él se rió e hizo una reverencia cortés
elaborada mientras giraba la mano libre con estilo renacentista—. Romeo Fabiano,
a tu servicio.
Sonreí.
—Ese no puede ser tu nombre real.
—Ciertamente lo es. Pero si lo prefieres, simplemente puedes llamarme
fabuloso. Todos mis amigos lo hacen.
—¿Ellos no te llaman Fabio?
—Bueno, si no fuera por mi falta de mechones lujosos. —Él tenía una cresta
corta, meticulosamente arreglada, así que lanzaba su cabello imaginario—. Mis
pectorales de mamut y unos veinticinco centímetros —no en los pantalones, niña
traviesa, quise decir altura— entonces sí, Fabio sería apropiado. Pero Fabio es tan
1992. Veinte años es demasiado vintage para mi gusto. ¡Estoy de moda! ¡Soy
25 fabuloso! —Sacudí mi cabeza y sonreí.
—Vamos, querida Samantha. Tenemos que llegar al estudio, o se cerrará la
puerta.
Seguí tras él.
—Cerrada, ¿por qué?
—Siempre cierran la puerta durante Dibujo de Vida.
—Oh. —No estaba segura de por qué. ¿Para castigar a los estudiantes que
llegaban tarde? Esperaba que no tuviera que averiguarlo. Aceleré hasta que
ambos caminábamos lo más rápido posible sin correr a través de un bosque de
eucaliptos—. ¿Puedo llamarte solo Romeo? Fabuloso me parece un poco
demasiado.
—Mientras no te enamores de mí, más que bella Samantha. Eso sólo te llevaría
a la angustia. Mi corazón ya juró a un cierto Julian.
—Bueno, ahora estás inventando. No estás en amores con alguien llamado
Julian.
Romeo lucía de repente lastimado. Los hombros caídos, como si hubieran
asesinado a su madre.
—Oh, lo siento. No lo hice…
Él esbozó una sonrisa.
—¡Te agarré!
Le pegué en el hombro.
—No creo que tu nombre incluso sea Romeo. Probablemente es Ralph. Ralph
Farquhar.
Él frunció el ceño.
—Por favor, Sam, pensé que éramos amigos. ¿Cómo puedes herirme así?
—Bien vamos, ¿tu nombre es realmente Romeo Fabiano?
—Sí, te lo juro. Pero no, no estoy en amores con alguien llamado Julian o Juliet.
Lo prometo.
Me reí.
—Todavía no te estoy llamando fabuloso. Romeo tendrá que ser.
—Perfecto. Aquí estamos. —Romeo mantuvo la puerta abierta para mí—.
Dibujo. Y estamos de suerte. Todavía no cerraron la puerta.
Con eso, entramos en la sala.
El estudio de dibujo no era como el aula impersonal de lectura de
Fundamentos de Contabilidad que había tenido esta mañana, que no tenían
ventanas y estaba iluminada con fríos bancos de luces fluorescentes.
En el estudio, una pared de ventanas permitía abundante luz natural. Era
luminoso y acogedor. Impresiones de famosas pinturas colgaban de las paredes
restantes. Van Gogh, Monet, Rembrandt, Picasso y un grupo que no reconocí.
26 Caballetes llenaban la sala, alrededor de una tarima negra. En el estrado
había una selección de almohadas de colores sólidos, varias hojas de tela con
textura colorida, un taburete y una columna griega hasta la cintura.
Este era un oasis en comparación con el páramo vacío de mi clase de
contabilidad.
Unos veinte estudiantes zumbaban alrededor de la habitación. Algunos se
estaban preparando. Otros ya estaban ocupados dibujando. Un anciano con
gafas en la punta de su nariz trabajaba intensamente en su caballete como si
hubiera estado allí por un tiempo.
Aunque había garabateado en mis cuadernos escolares por tanto tiempo
como podía recordar, nunca había hecho un dibujo. ¿Supongo que dibujo de vida
significaba trabajar mientras estás parado? ¿Porque así era más animado?
—Hay dos lugares abiertos en el frente —indicó Romeo—. Tendremos una gran
vista.
—¿Por qué, las almohadas de colores?
Él me llevó hacia los caballetes vacíos y colocó su portapapeles en uno de
ellos. Hice lo mismo.
—Oye, Kamiko —le dijo a una chica asiática dibujando junto a él—. Esta es mi
nueva amiga Sam. Sam, Kamiko.
Kamiko extendió su mano, desempolvando el carbón.
—Encantada, Sam.
—Yo también. —Ella lucía dulce. Esperaba que no fuera una actuación. Ahora
tenía carbón por todos mis dedos. Creo que dibujo también era un desastre.
—Kamiko es increíble —dijo Romeo—. Deberías ver su cuaderno de bocetos.
Ella es como ese niño prodigio de dibujo.
Kamiko se ruborizó.
—¡Cállate, Romeo! —Ella le dio un puñetazo en el brazo.
—¡Ay! —Romeo frotaba su brazo vigorosamente—. ¿Cuándo vas a aprender
a golpear como una niña? Me salen moretones fácilmente. Además, pensé que te
pedí que dejaras tu falsa modestia en la puerta.
Kamiko sonrió para sí misma mientras continuaba bosquejando.
—En serio, ¿trajiste tu cuaderno de dibujo? Quiero mostrárselo a Sam.
—Está en mi bolso.
Romeo lo sacó de su mochila verde lima. Una pequeña figura de dibujos
animados colgaba de una de las cremalleras de un llavero.
—Este llavero en tu mochila me parece familiar —dije.
—Es Finn el humano, de Adventure Time —Kamiko contestó.
—He visto ese programa. ¿Lo dan en Cartoon Network, verdad?
Kamiko explotó de alegría.
27
—¡Oh. Mi. Dios! ¿Sabes de Adventure Time?
—Lo he visto una o dos veces. —Creo. Establecer un vínculo basado en
caricaturas. No importa cuál funciona. Mejor que las Robóticas Delta Pi Delta.
—Chica enamorada —dijo Romeo—. Es su programa favorito. No deberías
haber encendido la mecha. Ahora nunca se va a callar.
Kamiko levantó puño amenazadoramente a Romeo. Él cubrió su brazo
protectoramente.
—¡Ay!
Kamiko sonrió.
—Ni siquiera te pegué todavía cariño.
—Sam, mira su cuaderno de dibujo antes de que ella, me asesine —dijo
Romeo.
Pasé a través de él. Estaba llenó con los más increíbles manga y animes estilo
japonés manga, muchos en color. Mucho mejor de lo que yo podría hacer. ¿A
quién estaba engañando tomando una clase de arte? Contabilidad quizás
realmente era el camino para mí. Estaba segura de que todos en esta sala podían
dibujar mejor de lo yo que podría.
—Wow, Kamiko, eres realmente buena —dije con pesimismo.
—Gracias —dijo nerviosamente.
—No te preocupes, Sam —dijo Romeo—. Kamiko salió del útero con un
cuaderno y un lápiz en la mano. Puede dibujar mientras duerme. Ella es un
monstruo. Creo que el gobierno va a contratarla para alguna cosa especial como
Asistente de dibujo para luchar contra el terrorismo.
Kamiko rodó los ojos.
—Deberías tener una especialización en arte. —Le entregué el cuaderno de
dibujo de nuevo a Kamiko.
—En realidad, estoy en pre-medicina —dijo—. Mis padres me matarían si
supieran que estoy tomando clases de arte. Todo lo que quiero hacer es dibujar
manga, pero si les digo eso ellos me repudiarían. Así que voy a ser médico. Pero
estoy en una asignatura secundaria en arte.
Suspiré con simpatía.
—¿Tienes padres prácticos también? Los míos creen que debería ser una
contadora. Después de mirar tus dibujos, tal vez debería.
—No hables así —dijo Kamiko cálidamente—. Estoy segura de que eres genial.
Me gustaba.
—Gracias. Pero pensé que ella no tenía ninguna idea de cuánto mejor que
yo era. Si ella iba a ser una doctora, y era tan buena en dibujo, ¿a quién estaba
engañando? Bueno, me inscribí para esto. Tiempo para conseguirlo.
Miré alrededor, insegura de qué hacer. ¿Dónde estaba el profesor? El
Psicópata Caballero Motociclista Adonis entró en el estudio. Cerró la puerta detrás
28 de él, bloqueándola. Toda la clase lo miró expectante. Las otras mujeres y Romeo,
obviamente estaban babeando.
Ojos Azules se acercó a la tarima con las almohadas de colores en el centro
de la habitación y caminó sobre ella. Todos los ojos lo siguieron. ¿Adonis era el
profesor? No, por favor no. ¿Cómo terminé con él como mi profesor? Madison
estaría celosa segura. Ella probablemente querría transferirse a esta clase tan
pronto como se lo dijera.
Adonis estaba de pie a sólo unos metros de mí. Él me miró y sonrió sus hoyuelos
hacia mí. Oh Dios. Rodé mis ojos. Esto era demasiado. Tendría que dejar esta clase
inmediatamente. No necesitaba a uno de mis profesores coqueteándome. Lo
último que necesitaba era más escándalo.
Tal vez Contabilidad era el camino a seguir. Mi profesor de Fundamentos se
parecía a Dwight D. Eisenhower. Contabilidad era seguro, aburrido y sin
escándalos.
Espera, ¿qué? ¿Por qué Ojos Azules se quitaba su camisa?
Tragué.
Cuatro
—M
uy bien, clase, vamos a empezar con poses cortas.
Comencemos con un minuto de bocetos rápidos. —El viejo
hombre con las gafas en la nariz. ¿Era él el profesor?—.
Recuerden, quieren centrarse en el gesto de la pose. No se
preocupen por los detalles. —Era. Ufff.
—¿No te dije que tendríamos una buena vista? —Romeo miró boquiabierto a
Adonis. Sus ojos ardían de deseo.
—¡Mira esos abdominales!
Adonis se paró en el estrado sin camisa en una elegante pose. Mierda santa.
Parecía una estatua griega. O un dios griego. Sus padres le habían llamado
apropiadamente. Sus vaqueros cabalgaban bajo en su caderas estrechas,
revelando la V esculpida que descendió a su... ¡Ay!
¿Cómo se supone que iba a concentrarme? Me di cuenta de que había
estado conteniendo la respiración durante bastante tiempo cuando Adonis
cambió de pose. Su abdomen ondeó cuando se torció el torso. Su movimiento era
29 fluido, como un bailarín experimentado al realizar una rutina practicada.
¿Tenía un paquete de ocho? Más como un paquete de dieciocho. Su cuerpo
era increíble. Sus músculos pectorales y hombros definidos aparecieron cuando él
se acomodó en su próxima pose.
Tomé nota de sus tatuajes elaborados. Cuchillas tribales agresivas en sus
brazos, alas en los hombros, y la palabra “Sin miedo” en escritura elegante en el
pecho. Por lo que yo sabía de este tipo hasta hoy, era una descripción exacta. No
parecía tener miedo de nada.
Dios mío. Escalofríos corrieron hacia la parte de atrás de las piernas y se
concentraron en mi estómago antes de levantar mi piel de gallina a lo largo de mis
brazos. Yo no podía hacer esto. Esto tenía que ser la clase equivocada. Consideré
correr hacia la puerta, pero Adonis la había cerrado. Me imaginé tirando de la
perilla de la puerta con las dos manos y un pie, sin poder escapar.
—Tengo que salir de aquí —susurré, entrando en pánico.
—¿Por qué, cuando tenemos una magnífica vista? —respondió Romeo.
Eso era un eufemismo.
—Comienza a dibujar chica —Romeo me animó.
Estaba en lo cierto. Necesitaba ser mujer y conseguir un asimiento de mí
misma. Era sólo una clase de dibujo. No es como si Adonis iba a saltar y envolver
sus brazos alrededor de mí… Dios santo.
¿Dónde iba mi mente? ¿No estaba este muchacho loco, o era yo?
Pero en serio, ¿cómo iba yo a dibujar la perfección? Eché un vistazo alrededor
de la habitación. Todo el mundo estaba afanosamente dibujando. ¿Eran todos los
artistas maestros? ¿Cómo iban a capturar todos los músculos deliciosamente
perfectos en el cuerpo de Adonis? Por no hablar de sus intrigantes tatuajes. Eran
obras de arte en sí mismos.
—Me estoy ahogando aquí —le susurré a Romeo.
—Haz unas pocas líneas. Estos son bocetos rápidos. No obras maestras.
El primer dibujo en el cojín de Romeo no era nada más que garabatos, pero
me recordó la primera pose de Adonis. Por supuesto, elegante y magistral. Mucho
mejor que Romeo. Pero no lo hizo parecer que se preocupara. La chica a mi
derecha tenía un dibujo casi tan bueno como Romeo. Tal vez yo podría hacer esto.
Miré a Adonis de nuevo. Respiración profunda. Mi mano temblaba tanto que
no creo que pueda dibujar una línea recta, por no hablar de él. Pero tenía que
intentarlo. A medida que empecé con el carboncillo sobre el papel. Tiré del brazo
de Romeo y susurré:
—¿Cómo se supone que voy a dibujarlo si se mantiene en movimiento?
—Largas líneas —dijo el profesor. Se puso de pie a mi derecha y sacó una
figura simple palo en mi libreta, pero sus líneas de seguro evocan la esencia de la
postura actual de Adonis.

30 —¿Cómo hiciste eso? —Me quedé sorprendida.


—Práctica. Comienza con figuras de palo, trata de coincidir con la postura.
Lo conseguirás. —Me miró por encima de sus gafas. El pelo de plata y una perilla
de ajuste correspondiente enmarcaban su rostro. Llevaba una chaqueta de tweed
marrón sobre un cuello de tortuga y pantalones marrones. Su atuendo, esa sonrisa
cálida, y esas gafas le daban el aspecto de un vanguardista Santa Claus. Puedo
trabajar con eso.
Algún tiempo después, me llené varias páginas de mi cuaderno de dibujo con
más de una docena de figuras de líneas. Ellos no eran muy buenos, pero me di
cuenta lo que era cada pose.
—El modelo ahora se tomará un descanso —dijo el profesor.
Los estudiantes se alejaron de sus caballetes distribuidos por toda la
habitación. Dos chicas se acercaron a Adonis y conversaron con él. Estaba de
espaldas a mí. Las chicas pasaban sus manos a través de su cabello como
flamencos, mientras sus ojos se deslizaron por todo el Adonis. Las odiaba.
—El profesor Childress es genial —dijo Romeo.
Las palabras de Romeo me sacaron de mi fantasía de odio que involucraba
un cuchillo de carnicero oxidado, los dos flamencos monopolizaban a Adonis, y un
caldero humeante. Ahora, ¿por qué me importaría que hablaran con Adonis o no?
No quería pensar en ello. Me volví hacía Romeo.
—Sí, una vez que el profesor me mostró el truco de figuras de líneas, yo pude
empezar a dibujar.
—¿Has limpiado la baba de tu cuaderno de dibujo?
—¿Qué?
—Vi la forma en que estabas mirando al modelo —dijo Romeo tímidamente.
—¡Yo no lo estaba mirando!
Romeo sonrió.
—Entonces, ¿cómo hiciste todos esos dibujos? Sé que lo estabas mirando todo
este tiempo —rio entre dientes.
Resoplé, recién salido de réplicas. Caminé alrededor de la habitación,
observando el trabajo de los otros estudiantes.
Algunos eran muy buenos, otros no tanto. Kamiko, por otra parte, era mucho
mejor que todo el mundo.
Siempre hay un genio en cada grupo. No tenía que ser yo. Yo estaba bien en
el medio de la multitud, incluso si me arrastré cerca de la parte trasera de la
medida. Por lo menos yo no era completamente terrible. Por un segundo allí,
cuando me puse a dibujar, se sentía como estar aquí era un sueño y tendría que
estar fumando crack a pensar que no estaba perdiendo el tiempo en el arte.
Tal vez yo podría hacer esto.
—Está bien, todo el mundo —dijo el profesor Childress—, lo próximo que vamos
a hacer serán algunas poses de cinco minutos. —Todo el mundo regreso a sus
caballetes. Estas poses serán desnudos.
31
Adonis se subió a la tarima y se quitó las botas y los calcetines, y luego abrió
la cremallera de sus pantalones y empujó hacia abajo. Apenas contuve una palma
cara. ¡Sin ropa interior! Yo había estado en lo cierto.
Adonis estaba completamente desnudo. Encendió una actitud derecha, de
espaldas a mí. Lo siento, pero yo tenía que mirar a su culo. Sólo por un segundo. Yo
no podía ayudarme a mí misma. Oh Dios.
Me iba a desmayar. Definitivamente necesitaba ese Desfibrilador Automático
Externo en la librería del Centro de Estudiantes. Tendría un ataque del corazón era
inminente. Esto no iba a funcionar. Mi cuerpo asado de pies a cabeza. Estoy
bastante segura de que el vapor estaba saliendo de mis oídos y mi cara estaba tan
roja como una señal de stop.
¿Qué estaba haciendo aquí otra vez? ¿Es esta una clase de verdad? Me
había perdido la parte en la descripción del curso donde decía: ¿CALIENTE CHICO
DESNUDO? ¿Por qué no hubo una línea de una milla de largo donde las jóvenes
de fuera esperaban a entrar en la clase de dibujo?
—¿Necesitas oxígeno? —susurró Romeo—. Sé que yo sí. —Él estaba
igualmente nervioso. Pero Kamiko no. Por la expresión de su cara, ella podría haber
estado dibujando una cesta de fruta o un vaso de flores. Ella debe haber hecho
esto antes, o tal vez era lesbiana, o tal vez asexual. ¿Cómo podría concentrarse?
Quería salir corriendo de la habitación. Pero llamaría más la atención de mí
misma. Di un vistazo alrededor. ¿Era yo la única persona que no dibujaba?
Incluso las niñas flamenco estaban arreglándose y dibujaban donde se
encontraban al otro lado de la habitación, aunque con miradas lujuriosas en sus
rostros. Tal vez hubieran conocido el secreto acerca de la clase de dibujo.
La espalda de Adonis era para mí. Lo que significaba que su parte delantera
totalmente desnuda se enfrentaba a los flamencos. Lo que significaba que vieron
su…
—Las poses largas tienen la intención de darle más tiempo para centrarse en
la anatomía y la estructura del modelo —dijo el profesor de la clase—. Las hay en
el mismo gesto que hizo por las poses de un minuto, a continuación, añadir forma
tridimensional en la parte superior.
Concéntrate, chica. Esta es la escuela, y estás en clase. Estás aquí para
aprender. ¿A quién estaba engañando?
¿Este es un ambiente educativo? ¿Estaba siendo calificada por contemplar
un hermoso hombre desnudo? Si es así, Iba a tener A en esta clase. Si tan sólo
pudiera dejar de mirar el tiempo suficiente para dibujar.
—Comienza de nuevo con el gesto.
Salté.
De la nada, el profesor Childress estaba dibujando en mi cuaderno de nuevo.
Estoy bastante seguro de que mi corazón se paró de verdad esta vez.
32 El profesor sacó otra figura de líneas en mi libreta, igualando la pose de
Adonis.
—Luego, añade la estructura.
Dibujó cilindros y cubos en la parte superior de la figura de líneas. Observar su
trabajo fue mágico.
—Ahora prueba. —Él sonrió y se alejó.
Respiración profunda. Relájate. Bien, una respiración más profunda. Empecé
a dibujar y concentré toda mi atención en copiando el dibujo del profesor en mi
libreta. Yo no miré a Adonis. Bueno, tal vez una o dos veces, para asegurarme de
que tuviera la parte trasera.
Unos minutos más tarde, Adonis cambió su postura.
¡Ayuda!
Adonis me miró directamente, en todo su glorioso esplendor. Creo que
escuché los ángeles cantar. Miré en todas partes excepto al Adonis. El techo se ve
bastante bueno. Me tomó un momento apreciar los zapatos de Romeo. Ellos
realmente acentuaban su atuendo.
Romeo se rio.
—¿Vamos a tener un problema?
—No… Yo. Eh.
—Está bien. No muerde.
—¿Qué no muerde?
Romeo se rio disimuladamente.
Oh, duh. Ahora habría sido un buen momento para que Kamiko golpeara de
nuevo.
Hablando de Kamiko, ¿qué otra cosa podía ver que no era el hombre
desnudo a cinco metros de mí?
Contuvo el carbón de leña con los brazos extendidos hacia Adonis, y
entrecerró los ojos en ella. Yo había visto que hacen los artistas antes, pero yo no
sabía por qué. Tal vez podría probar eso.
Contuve el carbón hacia fuera hacia Adonis. Oh, lo entiendo. El carbón está
ahí para bloquear los modelos.
—No has dibujado nada. ¿Ocurre algo? —preguntó el profesor Childress.
Atrapado en fraganti. ¿O debería decir con la cara roja?
—Es sólo que, bueno, yo nunca he hecho ningún dibujo como este antes.
El profesor asintió alentadoramente.
—No es nada más que la forma. Tubos…
¿Dijo tubos?
—Y las cajas.
Mierda. Dijo cajas. Tubos en cajas. Me refiero a los tubos y cajas. ¿Alguien
33
subió el calor aquí? Juro que hace como cien grados y totalmente húmedo.
—Dale una oportunidad. Lo harás bien. Lo prometo.
Me las arreglé para terminar mi dibujo con carbón viendo el escudo truco de
Kamiko el tubo. Tuve que mantener mi carbón cerca de mi cara para bloquear al
Adonis, uh, ya sabes. Mi dibujo era una especie de vacío en el centro, ya que no
podía ver su, ah, sí, eso. Pero saqué la cabeza, eh, quiero decir la cara y los brazos
y piernas. Se veía bien.
Afortunadamente, las próximos dos posturas estaba sentado, y Adonis
inclinado a sí mismo de tal manera que no tuve que usar el truco del carbón-ojos-
escudo para ocultar su tubo de la vista.
—El modelo ahora se tomará un descanso antes de empezar los dibujos de
contorno.
—Wow, Sam, esas son buenas —dijo Kamiko.
—¿En serio?
—Sí, ella sonrió. —No estaba seguro de si la creí. Ella era tan talentosa.
—En serio —Romeo intervino—, no está mal para una primera vez.
—Gracias chicos. —Sonreí con incertidumbre.
—Debido a que es bastante obvio que es un dibujo de la vida VIRGEN —
Romeo jadeó escandalosamente.
Lo di un manotazo en el brazo.
—¡No es así!
—Bueno, ya no. Ahora que su carbón ha sido apropiado.
Le di un manotazo de nuevo.
—¡Ay, ay, ay! ¡Creo que se me dislocó el hombro! —Él estaba bien.
—Bebé —me soltó una risita.
—¿Y qué si lo soy? —Romeo inclinó la cabeza hacia atrás con orgullo y
sacudió sus cabellos imaginarios—. Soy un artista sensible.
El profesor Childress se acercó y examinó mis dibujos y sonrió.
—Muy bien hecho. Sabía que podrías hacerlo. —Se acercó al siguiente
alumno.
Estaba tan ocupada tomando todas las alabanzas, que casi me perdí al
Adonis poniéndose los pantalones para el descanso.
Qué alivio. Ahora estaba solo sin camisa, y yo podría robar miradas a su
increíble cuerpo sin vergüenza.
Hay algo indescriptiblemente sexy sobre un hombre vestido sólo con
pantalones, como si acabara de saltar de su cama. ¿Dónde estaba mi red de
mariposas? Mi estómago estaba lleno de ellos.
Decidí que sería prudente dejar de pensar en Adonis y habitaciones porque
estaba ocupado con los dos flamencos de nuevo. Uno de ellos era alto y tenía una
34 figura de reloj de arena perfecto y hermoso cabello.
Adonis estaba poniendo su número de teléfono en su teléfono. Ella hizo lo
mismo, mientras que la otra chica lo empujó hacia él. Perras. Ojala esos dos
flamencos se fueran de una puta vez.
¿Qué estaba pensando? Este tipo no era para mí. Madison lo quería mucho
más de lo que lo hice de todos modos.
—Para el próximo sorteo —Profesor Childress dijo—: Quiero que todos hagan
un dibujo de contorno ciego. Doblen hacia atrás el cojín de una página en blanco,
en blanco. Luego, levanten la página en blanco y dibujen debajo de ella, con el
papel que cubre la mano, por lo que no pueden ver lo que están haciendo. El
propósito de este ejercicio es centrarse en ver. No se preocupen por el dibujo.
Adonis se dirigió al estrado, puso su teléfono celular en el bolsillo, y deslizó sus
pantalones vaqueros. Oh, mi…
¿Otra vez? ¿Podría alguien conseguir un cubo para recoger la puesta en
común de baba a mis pies?
—Este será unos diez minutos de pose —dijo el profesor. Pulsó algunos botones
en una cocina pequeña temporizadora y la colocó sobre el estrado donde Adonis
podía verlo.
Adonis se sentó en las almohadas de colores y se enfrentó a mi dirección. Él
se apoyó en un tatuado, musculoso brazo y cubrió el otro sobre su cadera como
un gladiador descansando recostado en un sofá. Lo único que necesitaba eran las
hojas de laurel y un puñado de uvas para completar el conjunto. Inclinó la pierna
de arriba, protegiendo su negocio varonil desde mi punto de vista.
Bueno, con esto podría trabajar.
—Comiencen a mover el pincel libremente —continuó el profesor—. Escojan
cualquier punto del contorno del modelo y síganlo a lo largo del contorno de su
cuerpo. —Yo podría hacer eso—. Imaginen que, cuando tu ojo lo toque, lo mismo
ocurre con tu pincel. Imagina que tu dedo se desliza literalmente al otro lado de la
superficie del modelo.
¡Tienes que estar bromeando! ¿Cómo se supone que voy a conseguir
cualquier dibujo si tengo que pensar así?
—No pienses en lo que estás dibujando en el teclado. Piensa solamente en lo
que se ve en frente de ti.
Chico caliente. Cuerpo increíble. Músculos perfectos. Tatuajes agresivos.
Pantalón, pantalón.
Yo no iba a conseguir nada hecho a este ritmo, así que me puse en sus dedos
de los pies, sólo para estar segura. Los dedos del pie y tobillos no eran tan sexy.
Algunos minutos más tarde, me había hecho mi camino hasta el hombro de Adonis.
Me pregunté cómo se vería mi dibujo.
—No tengas la tentación de mirar tu trabajo —dijo el profesor—.
Concéntrense en mirar sólo al modelo. Tomen nota de cada curva, cada músculo,
cada bulto.

35 El único abultamiento que podía pensar eran mis pezones presionando contra
las copas del sujetador. Estoy seguro de estar contenta de que me puse mi vestido
estampado esta mañana. Camuflaje perfecto.
Respiración profunda. Suspiro. Mis ojos trabajaron alrededor de la forma de la
cabeza y el pelo del Adonis. Robé una mirada a sus ojos a través de la longitud de
su impresionante cuerpo. Me pilló mirando a escondidas y me devolvió el guiño.
¿Podría yo sacar sus ojos? ¿Era parte de su esquema?
Recordé la imagen de él al intercambiar números de teléfono con uno de los
flamencos. Y la adulando Delta Pi Deltas. Y lo besó Tiffany Kingston-Whitehouse-
Snootfest. Me sentí mal por Madison. Ella no tenía ni idea en lo que se estaba
metiendo enamorándose de Adonis. Él era un jugador total.
Por suerte, yo no tuve que perder mi tiempo en él. Eso hace que sea fácil para
centrarse en mi trabajo.
Varios minutos después, el temporizador empezó a sonar.
—Se acabó el tiempo, todo el mundo —dijo el profesor.
—Alza tu papel —dijo Romeo—. ¿Cómo lo hiciste?
Casi se me olvida que yo había estado dibujando algo, que había estado tan
concentrada en mirar. Levanté la página en blanco, esperando lo peor. Me
sorprendió ver una línea temblorosa alrededor de mi papel que tanto se parecía al
Adonis. Romeo había producido resultados similares.
—Buen trabajo, Sam. —Él me dio una palmadita en el hombro—. Eres muy
buena en esto.
Incluso el contorno del Kamiko, aunque mejor que todos los demás, no era
perfecto como su otro trabajo.
Tal vez yo no era tan mala después de todo.
El último dibujo de la clase fue otra larga pose. Esta vez se suponía que
debíamos mirar a nuestro trabajo. Adonis se sentó en el taburete con su lado para
mí, en el Pensador actitud clásica, con la barbilla apoyada en sus nudillos. Esta fue
la postura menos distractora hasta ahora. Me concentré totalmente en mi dibujo.
Y lo malo que era.
Cuanto más me llamó, peor se ponía. Romeo no estaba luchando en
absoluto. Miró varias veces desde su pad para Adonis, que se establecían líneas de
aseguramiento.
Kamiko estaba a medio camino a través de una obra de arte, con el
sombreado.
Yo estaba haciendo un lío. Estaba sudando de nuevo, esta vez de la tensión.
Mi dibujo aspirado culo. Bastante seguro que mis axilas estaban goteando. Menos
mal que mi vestido estampado disfrazaba lo que era probable —disco volador de
tamaño con manchas de sudor—. Sentí que mi decisión con el armario era lo único
bueno que había pasado hoy.
Me puse mi carbón antes de que la pose terminara. Me pasé, y no en el buen
sentido. Cada línea que dibujé había hecho mi dibujo peor. Fue un desastre.
36 Romeo trabajó con entusiasmo en su dibujo, demasiado ocupado para ayudar.
Yo esperaba que el profesor Childress viniese y me animara, pero él estaba
trabajando con otra estudiante. Por último, el temporizador sonó. Adonis comenzó
a vestirse, no es que me importara. Me sentía como un fracaso.
Los otros estudiantes plegaron sus almohadillas cerradas. Yo también lo hice.
Yo no quería que nadie viera mi terrible dibujo.
Eché un vistazo a la almohadilla de Kamiko. Ella estaba añadiendo toques
finales sin tener que mirar el modelo. Su dibujo era increíble. Se veía como Adonis,
hasta sus rasgos faciales. ¿Cómo hizo eso?
Ella incluso había sacado un lápiz de color azul en algún momento para hacer
sus ojos. Ella tiene ese derecho también.
La cara de mi dibujo era una mancha de color negro. Lo sé, porque me había
frotado con mis dedos anteriormente.
Yo no era una artista. ¿A quién estaba engañando? Yo pertenecía a
contabilidad, con los pies apestosos de café, tomando notas en un ordenador
portátil como todos los demás. No me refiero a hacer algo especial o romántico
como el arte.
Emo. Gótica. Bruja. Hechicera.
Mierda, yo no era ninguna de esas cosas. Esas cosas tenían una chispa de
originalidad. Yo era completamente común.
Yo no podía hacer nada mágico. Era la vieja y simple Sam Smith. Boring CPA.
Adonis salió de la habitación. Con el flamenco del reloj de arena, y su brazo
alrededor de su cintura.
Los ojos azules tomaron lo último de la magia con él cuando había dejado la
habitación. Bueno, excepto por los dibujos de Kamiko, que eran muy muy mágicos.
A diferencia del mío.
La universidad apesta. ¿En qué estaba pensando cuando me decidí cruzar
por todo el país, dejando todo atrás? ¿Pensé que podía cambiar mi vida con tanta
facilidad? Mis padres habían estado en lo cierto. Yo no era nada especial. ¿Por
qué molestarse tratando? Me voy a casa a ser miserable en un entorno familiar.
Al menos sabía cómo hacerlo.
Profesor Childress cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Cómo estuvo tu dibujo final?
Suspiré pesadamente.
—No es tan bueno.
—¿Puedo verlo?
Yo era reacia a desvelar mi fracaso.
—No es muy bueno.
—Voy a ser el juez de eso. Déjame verlo.
37
Genial. Ahora iba a juzgarme. Levanté de nuevo las páginas hasta que revelé
mi último dibujo.
El profesor se acarició la barba, pensativo.
—Mmm-hmm. Mmm. —Él ladeó la cabeza—. Mmm.
¿Qué demonios significa eso?
—Es horrible, lo sé.
—¿Horrible? ¿Es eso lo que piensas?
—No tiene que decir nada. —Tenía la esperanza de que no me entregara un
montón de alabanza falsa. Odiaba el síndrome “Todo el mundo es un ganador” no
todo el mundo puede tomar el primer lugar. O segundo, o tercero. O el veinte.
—¿Has hecho mucho dibujo en el pasado?
—Un poco. A veces en mi cuaderno de bocetos. —Me inquietó—.
¡Terminemos con esto ya!
—Tu línea de trabajo es fuerte. ¿Consulte a su curva de la pierna extendida
hacia aquí? Es seguro y verdadero.
—Sí, ¡pero el resto del dibujo es terrible!
—Está bien para tomar nota de sus fracasos. En las etapas iniciales tenemos
muchos.
—No te olvides de celebrar tus éxitos también. Aquella línea muestra que
tienes talento. Sólo tienes que desarrollarlo.
—Pero los dibujos de todos los demás son mucho mejor que el mío. Kamiko.
—¿Te refieres a la chica de origen asiático?
—Sí.
—Ella me mostró su cuaderno de bocetos antes de la clase. ¿Qué pasa con
ella?
—Los dibujos de Kamiko son tan buenos. No puedo competir con ella.
—No estás compitiendo con ella. Estás compitiendo contigo misma. Kamiko
ha tenido años de práctica. Tu objetivo no es ser mejor que ella. Tu objetivo es
mejorar. ¿Recuerda la hermosa curva que dibujaste en la pierna extendida?
—¿Sí?
—La próxima vez, esfuérzate por dos líneas hermosas. Eso es todo. Deja que el
resto de ellos sea un poco incómodo y terrible. Es a través del proceso de hacer un
sinnúmero de errores que nos acercamos, pero nunca va a alcanzar, la perfección.
Nosotros lo conseguimos paso por paso, o en este caso una línea, a la vez.
—¿En serio? —¿Era así de simple? Tal vez lo es—. ¡Gracias profesor Childress!
—Nos vemos la próxima clase. ¿Cuál es tu nombre?
—Samantha Smith. La gente me llama Sam.
—Encantado de conocerte, Sam. Espero buenas cosas de ti. He estado
38 haciendo esto por mucho tiempo. Tú tienes lo que se necesita, lo sé.
—¿En serio?
—Sí.
¡Wow! ¡No apesto!
Cinco
R
omeo, Kamiko, y yo fuimos al Centro de Estudiantes para el almuerzo.
Yo estaba lista para una distracción. Le envié un mensaje a Madison
diciendo a dónde íbamos, pero ella no respondió.
Romeo me presentó los tacos con pescado. No tenía idea de que podría
poner el pescado en un puesto de tacos. ¡Me encantó la salsa blanca! Es muy
buena.
Me comí los chips de tortilla mientras Kamiko habló de Adventure Time.
Aprendí más acerca de esa caricatura de lo que nunca pensé que haría. Estaba
tan entusiasmada con ella, no podía soportar detenerla.
Romeo bajó un chip a su salsa.
—Por lo tanto, Sam. Yo estaba preocupado por ti durante la clase de dibujo.
Estaba dispuesto a llamar al 911. Estabas peligrosamente cerca de la parálisis.
—Sí, creo que tengo trastorno de estrés postraumático, le dije.
39 —¡Ese tipo era Muy Caliente! —Kamiko rio.
Me sorprendió.
—¿Te has dado cuenta? Pensé que estabas demasiado ocupada dibujando.
—¡Yo no estoy ciega! ¡Ese tipo era súper caliente! Y estaba totalmente
mirándote.
—No, él no lo hacía —me burlé.
Romeo se limpió las manos con la servilleta.
—¡Estas totalmente negándolo, Sam! Sus ojos estaban fijos en ti.
Genial. No es lo que yo quería escuchar.
—Entonces, ¿por qué se fue con esa chica? Ella tenía su brazo alrededor de
él.
—Bueno, él actuó como si quisiera llegar a conocerte.
Hice una mueca.
—Él como que ya lo hace.
Romeo casi saltó de su asiento. Su monóculo se tambaleó desde el botón de
su abrigo. Me di cuenta de que él no lo había usado ni una vez desde que nos
conocimos.
—¿Qué? —gritó—. ¿Has estado ocultando esto a nosotros? ¡Quiero saber
todo!
Apoyó los codos sobre la mesa y apoyó la barbilla en sus manos ahuecadas.
—Detalles.
—Está bien. Te lo diré. —No es como si esto pudiera ser más incómodo—. Esta
mañana, de camino al campus, nuestro modelo salvó totalmente mi trasero.
Romeo hizo una toma doble.
—¡Alto! ¡Retrocede! ¿El modelo de arte te salvó?
—Sí. Yo estaba esperando en un semáforo en rojo y derramé mi café. El tipo
gordo en un Mercedes de oro bajó de su auto y comenzó a gritarme. Nuestro
modelo de arte cuyo nombre es Adonis estaba allí, y le dio un puñetazo al gordo.
—¿Sabes su nombre? —La mandíbula de Romeo cayó—. Eso no es justo, me
gustaría poder ser una damisela en apuros.
—Pobrecito. —Kamiko le palmeó el brazo para tranquilizarlo.
—Así que déjame ver si lo entiendo, Sam. ¿Un tío caliente al azar salva tu
trasero esta mañana, y dos horas más tarde está totalmente observándote en la
clase de dibujo? ¡Qué suerte tienes!
Teniendo en cuenta que Madison, mi única amiga en San Diego, además de
estos dos, tenía un enamoramiento con él, yo diría que no tenía suerte en todo.
40 ¿Cómo se sentiría si supiera que Adonis tenía sus ojos sobre mí mientras yo tenía mis
ojos sobre él? Me sentí como una idiota total.
—¿Tienes el número de teléfono de Sir Lancelot? —Romeo declaró—.
¿Cuándo crees que lo vas a ver otra vez?
—Uh, probablemente nunca.
—O en este momento —Kamiko murmuró, mirando a su plato.
—¿Samantha?
Giré mi cabeza. Adonis estaba detrás de mí, sosteniendo un plato con un
sándwich y patatas fritas en él.
—Uh, hey, Adonis.
Romeo se puso de pie, con los ojos brillantes, y sacó una silla vacía.
—¿Quieres unirte a nosotros?
—Parece que ustedes están terminando.
—¡Oh, no, sólo estamos empezando! ¡Únete a nosotros! —Romeo cogió un
puñado de chips y se los metió en la boca. Los tragó nerviosamente. Migajas
llovieron sobre su regazo.
Adonis se sentó y puso su plato en la mesa.
Hice una nota mental para matar a Romeo después. Mientras tanto, tendría
que satisfacerme a mí misma pisándolo fuerte con el pie debajo de la mesa.
Lástima que llevaba sandalias y no tacones de aguja.
Los ojos de Romeo estallaron y ahogó un gruñido. Le devolví la mirada
inocentemente. Tosió varias veces con sus chips.
—¿Estás bien, amigo? —preguntó Adonis.
—Estoy, tos, bien. Tos —Romeo amordazado.
Cuando la asfixia de Romeo calmó, todos en la mesa miraron a Adonis como
idiotas. Supongo que tenía que presentarlos.
—Así que um, Adonis, estos son mis amigos, Romeo y Kamiko. Chicos, Adonis.
Adonis los saludó a todos con su sándwich de pepinillo. Estaba bastante
seguro de que Romeo lo estaba recordando desnudo.
—Entonces, ¿cómo resultaron los dibujos? —preguntó Adonis.
Romeo asintió en silencio.
—¡Excelente! —Kamiko rio entre dientes nerviosamente.
—Por lo general, lo hacen —respondió Adonis—. Teniendo en cuenta el tema.
¿Cómo podría alguien hacer un mal dibujo de mí? —Me guiñó un ojo con
sarcasmo.
Rodé los ojos y me reí en su cara.
—No seas tan tímido, Adonis. Cuéntanos lo que de verdad piensas.
41
Los labios deliciosos de Adonis mostraron sus brillantes dientes, dejando al
descubierto su sonrisa perfecta de nuevo. Hoyuelos estúpidos. Él era odioso. Pero
todavía podía darle un mal rato.
—¿Vas a ser capaz de adaptarle a tu cabeza un casco de motocicleta más
tarde? —me burlé—. Creo que es el doble del tamaño que tenía esta mañana.
La mandíbula de Romeo cayó. Él pisó mi pie debajo de la mesa.
—Adonis. —Una mujer joven que nunca había visto antes colocó en la mesa
sus piernas de bailarina. Tenía el cabello castaño rojizo. Su vestido era lo que yo
describiría como hippie. Parecía una afectación.
De alguna manera me la imaginaba pagar un dólar por lo que se supone que
se vea en una tienda de segunda mano de la vendimia.
Sospechaba que los dos atrapa-hombres que rebotaban en su pecho habían
sido mejorados artificialmente. De inmediato empezó a masajear los hombros de
Adonis con ambas manos.
Oh, Dios mío, ¿cuántas mujeres estaban envueltas alrededor de los dedos de
este tipo?
Una lenta sonrisa se extendió a través del rostro de Adonis.
—Hey, Skylar. ¿Cómo estás, cariño?
—Mejor, ahora que te localicé. Has estado M.I.A.2 desde nuestra última cita.
—¿Cita?
—¿No te acuerdas? ¿Onyx? ¿El club en el centro? ¿Bailamos hasta que
cerraron? ¿En mi casa después? ¿La mesa de la cocina después del desayuno?
Adonis hizo un gesto con los ojos, pensativo.
Oh, Señor. ¿Acaso siquiera recuerda haber tenido relaciones sexuales con
esta mujer? Los tipos como él eran todo sobre follar y correr. Qué pesadilla.
—Oh, sí. —Adonis sonrió pensativamente—. Ahora lo recuerdo. Eso no fue una
cita. Sólo estábamos pasando el rato.
Jesús, ¿qué implica una cita con este tipo? ¿Un swing de sexo con una
audiencia?
Skylar no se dejó intimidar.
—¿Cuándo puedo volver a verte? Han pasado semanas. —Ella envolvió sus
brazos sobre sus hombros y le frotó el pecho. ¿Acaso no tiene vergüenza?
—Estoy muy ocupado.

42 —Vamos, Adonis —suplicó—. De verdad necesito verte esta noche.


—No tienes que verte conmigo. Podrías pensar que sí, pero no. Hay un montón
de otros chicos por ahí.
—Sí, pero ninguno como tú, Adonis.
—Eso es verdad.
Oh, Dios. ¿Realmente habla de esta manera? ¿O estaba atrapada dentro de
una mala película porno? Me lancé a mis pies.
—¡Está bien! Tenemos que irnos ahora. Los dejamos en paz. Vamos, chicos.
Romeo no me había escuchado. Le golpeé el brazo y saltó.
—¡Oh! ¡Muy bien! Vamos, Kamiko.
Adonis estaba demasiado ocupado con Skylar para notar nuestra partida.
Ninguno de nosotros tenía clase hasta la hora siguiente, así que vaciamos
nuestras bandejas en la basura, y los tres nos acercamos a la fuente central.
Exuberante césped nos rodeaba. Los árboles con sombra salpicaban el césped.
Nos derrumbamos bajo uno de los árboles.
Mi teléfono sonó. Era Madison.
—¿Qué pasa, Mads?
—¿Dónde estás?

2
MISSING IN ACTION: Desaparecido en Acción.
—Estoy por la fuente central con algunos nuevos amigos. ¿Quieres unirte a
nosotros?
—Sí, voy a estar allí en cinco minutos. —Ella llegó unos minutos más tarde,
tomándose una soda. Le presenté a Romeo y Kamiko, y le expliqué que los conocí
en la clase de dibujo.
Madison se sentó y sacó una bolsa de mini magdalenas de crema de maní
de su mochila.
—¡Traje golosinas! ¿Alguien quiere algo?
Todos luchamos por meter nuestras manos en la bolsa a la vez. Un coro de —
Gracias, Madison! —siguió.
Estaba tan contenta de conocerla. Ella era tan atenta y generosa.
Madison tomó un sorbo de soda.
—Entonces, ¿cómo estuvo la clase de dibujo, chicos?
Tenía la esperanza de que ella no le pidiera a nadie que sacara al tema de
Adonis. Esto en cuanto a eso.
Bueno, yo no tenía que decir nada. No importa cómo estaba de caliente por
Adonis, que no iba a dejar que se interpusiera entre Madison y yo.
43 Romeo se desmayó.
—Declaro, estoy absolutamente enamorado del modelo.
Madison frunció el ceño.
—¿Modelo? No lo entiendo…
—El modelo de la clase de dibujo —dijo Kamiko—. El que posó para nosotros
hoy.
No había forma de salir de ella.
—¿Espera, así que ustedes dibujaron un modelo, una persona viva?
Romeo se metió una mini magdalenas de crema de maní en la boca.
—Sí. Y estaba bastante apuesto. Encantador,
—Romeo quiere decir que estaba caliente —tradujo Kamiko.
—Y desnudo. —Romeo sonrió.
Madison farfulló en su soda.
—¡Santo Dios! ¿En serio? ¿Desnudo? ¿Al igual, como traje de cumpleaños
desnudo?
Madison me miró.
—Sí —le respondí con desdén—. Él no era tan caliente —mentí.
—¡Mentirosa! —gritó Romeo—. ¡Era muy caliente y te encantó!
Mierda. Romeo no estaba ayudando.
—En serio. —Madison arqueó una ceja—. Entonces. ¿Estaba circuncidado? —
Ella se rio y golpeó con fuerza mi brazo.
—¡Yo no lo vi tan cerca!
—Lo hice. —Romeo sonrió—. Y sí, él está cortado.
—Eww, Romeo. —Kamiko hizo una mueca—. T. M. I.
Realmente necesitaba desviar la conversación lejos de Adonis, por el amor
de Madison. Si no lo podía manejar yo misma, un terremoto repentino o enjambre
de abejas asesinas sería suficiente.
—¿Podemos cambiar de tema? —les supliqué.
—No lo creo —dijo Madison—. Te has pasado el tiempo de clase dibujando
un tipo desnudo caliente. Tienes que darme más detalles. ¿Qué aspecto tenía?
—Kamiko —dijo Romeo—, muéstrale tu dibujo. Se parece totalmente a él.
No, no, no. No había manera de que pudiera parar esto. ¿Dónde estaban
esas abejas? Mierda.
—No quiero que arrastres mis dibujos a esto, Romeo —Kamiko gimió—. Son
terribles.
44
Gracias a Dios por la falsa modestia de Kamiko.
—Vamos chicos, ahora estoy totalmente curiosa —dijo Madison. Dejando su
refresco en la hierba.
—Era alto, como un guerrero —Romeo reflexionó—. Tenía el cabello oscuro,
músculos esculpidos, tatuajes y los ojos más azules que he visto nunca.
—Hey, eso suena como el tipo que vi esta mañana, cuando estábamos en el
Centro de Estudiantes —dijo Madison.
¡Oh, no!
—¿Acaso Sam les dijo que él la salvó en el camino a la escuela? ¿Al igual que
una damisela en peligro?
Mierdastic. Le disparé a Romeo una mirada de “Cierra la maldita boca”. No
se dio cuenta. ¿Dónde estaban esas malditas abejas?
—¿Quién? ¿El modelo? —preguntó Madison.
—Sí. Su nombre es Adonis —dijo Romeo inocentemente—. Sam está
totalmente enganchada en él.
Suspiré. No podía culpar a Romeo. Él no sabía que Madison tenía algo con
Adonis.
Las cejas de Madison se quebraron y sus ojos brillaron hacia mí, expectante.
Decidí que lo mejor que podía hacer es ser honesta.
—Lo admito. Yo estaba totalmente mirándolo. Pero, ¿cómo no iba a hacerlo?
Se suponía que debía hacerlo, para la clase. —¿Tenía que decirle que pensaba
que Adonis estaba caliente? ¿Podría dejar esa parte?
Madison dobló sus brazos contra su pecho y me dirigió una mirada astuta.
Pienso que estaba leyendo mi mente.
Si ella iba a odiarme, por lo menos tenía a Romeo y a Kamiko. No estaba
completamente segura de si quería un bocazas como Romeo alrededor en este
punto. Pero no quería una posición de ser exigente sobre mis amigos. Nunca tuve.
Madison inclinó su cabeza hacia atrás, esperando por el resto. También
puedo dárselo.
—Bien, no me odies, Mads. Lo admito. Adonis está totalmente caliente. Pero
podría quedarme lejos de él, si quieres.
No se veía como si se lo estuviese comprando.
—Tengo que advertirte sin embargo, probablemente se ha acostado con la
mitad de las mujeres del campus, y pienso que está trabajando su camino a través
del resto de ellas. La forma en que se lanzan contra él, estoy sorprendida de que
no les dijera que tomaran un número. Probablemente acoge orgías todo el fin de
semana.
45 —¿Crees que me invite? —Romeo preguntó tímidamente.
Kamiko lo abofeteó.
—¡Cállate, Romeo!
Le di una mirada suplicante a Madison.
—¿Me odias?
Por un segundo, estaba segura de que lo estaba.
Pero entonces los labios de Madison se relajaron en una sonrisa.
—¿Pensaste que estaba con él? —ella negó—. Soy mejor, Sam. Sí, él es
caliente. Pero vi a esas chicas derritiéndose por todo su cuerpo. ¿Crees que iba a
estar celosa si te gustaba también?
—Sí. Más o menos. —Examino mis uñas y pelo y el esmalte de uñas negro—.
Pero totalmente no me gusta.
—Me parece que la dama protesta demasiado —Romeo dice teatralmente.
—Lo que sea —me burlé—. Él es totalmente un hombre puto.
Madison se inclinó y me dio un gran abrazo.
—Oh, Sam te preocupas por nada. Hay un montón de chicos guapos en el
campus. No me voy a obsesionar con uno. Ahora come una copa de mantequilla
de maní. El azúcar y la grasa curan todos los males.
La abracé de regreso.
—Gracias, Mads. Pensé que me ibas a matar por supuesto. —Agarré un
puñado de la bolsa.
—Nop. Pero si te comes la última copa de mantequilla de maní, ¡lo haré!
Romeo agarró los chocolates en mi mano.
—¡Dame esos, glotona!
Esquivé expertamente. ¡Nadie iba a obtener mis copas de mantequilla de
maní!
Todavía teníamos unos pocos minutos antes de que todos tuviéramos clases.
—Entonces, Kamiko —pregunté—. ¿Cómo que no eres un gran artista? Tus
dibujos son impresionantes.
Ella empujó sus rodillas hacia su pecho y suspiró.
—Mis padres están pagando la universidad. Quieren que sea un doctor.
—¿No es extraño como el dinero puede ser una trampa a veces? —Madison
preguntó.
—Nunca lo pensé de esa manera —ella suspira—. Pero mis hermanos y
hermanas mayores son doctores o ingenieros de software. No tengo ninguna
elección.
46
—¿No te sientes como que tu talento se va a perder? —pregunto.
—Más o menos. Pero se lo debo a mis padres. Trabajaron realmente duro así
podía ir a una buena universidad. No puedo faltarles el respeto por tirar todo lejos.
—Lo entiendo. —No me hace sentir mejor—. Pero si fuera tan buena como tú,
no creo que estaría estudiando contabilidad. —Kamiko era buena dibujando, me
preocupa que esté desperdiciando su verdadero talento—. ¿Romeo cuál es tu
talento?
—Estoy duplicando en arte y teatro. Entre las dos de ellas, estoy seguro de que
voy a estar fuera trabajando sobre una base regular. Pero diablos, siempre quise
ser un barista, y oí que Starbucks tiene un gran plan de salud.
Sentí el peso de nuestro futuro presionando sobre todos nosotros. Miré a mis
nuevos amigos y vi el estrés y el miedo apretando alrededor de la garganta.
Excepto para Madison. Ella parecía impenetrable.
¿Qué pasó con la universidad siendo la plataforma de lanzamiento para
nuestros brillantes y poderosos futuros? Estábamos todos pagando muchísimo para
asegurar nuestro éxito y prosperidad futura. Deberíamos haber estado saltando de
alegría. No ahogándonos en un funk triste de preocupación.
Madison se puso de pie.
—¡Vamos, chicos! Eso está a años luz. Podríamos estar disfrutando de este
impresionante clima. ¡Además, llegamos tarde a clases!
Esa tarde, todos teníamos clases separadas, estaba sentada en sociología
cuando Romeo me envió un mensaje a mitad de la clase.
Yo y Kamiko vamos a ir al museo de arte del campus después de clase.
¿Quieres venir?
Sip, le envío in mensaje de regreso. ¿Dónde es?
Encuéntrame en la fuente en 30.
K
No me di cuenta de que había un museo de arte en la universidad. Sonaba
divertido. Incluso si estaba destinada a ser una contadora, podía disfrutar por
ahora.

El museo de arte Eleanor M. Westbrook era enorme. Una de las señales que
van a las galerías decía que Eleanor había estado casada con un prominente
productor de películas de Hollywood en 1940. Ellos se habían retirado a San Diego
con su fortuna. Eleanor había sobrevivido a su marido, y después de su muerte,
47 donó una tonelada de dinero para la universidad.
Romeo nos guio alrededor del museo. Estaba familiarizado con muchos de los
artistas, y nos dijo acerca de ellos, ya que fuimos de sala en sala. Nunca había oído
hablar de la mayoría de ellos, pero las pinturas eran hermosas.
Kamiko tenía su cuaderno de bocetos fuera todo el tiempo, e hizo docenas
de diminutos dibujos a lápiz de las diferentes pinturas o dibujó las diversas esculturas.
Ella era tan buena.
—No puedo creer cuánto talento los artistas que hay tienen y nunca he oído
hablar de ellos —me maravillé—. Tanto trabajo hermoso.
Nos paramos en frente de una enorme pintura de los acantilados y el mar
después de una tormenta. Los rayos del sol brillaban entre las grietas en las nubes.
En cierto modo me recordaba a la vista que había visto cuando estaba
conduciendo a la universidad, excepto nublado y oscuro. Era tan realista, casi me
pareció sentir el aire frío y olía el océano.
¿Quién lo había pintado? Leí el cartel.

Spiridon Manos (1952—)


“Paraíso envuelto”
Óleo sobre lienzo
1973
130 "x 55"

—Quien sea que sea este chico Spiridon —dije—. Él es jodidamente un genio.
Tenía veintiuno cuando pintó esta.
Romeo lee la descripción debajo de la placa.
—Nunca oí de él. Pero tienes razón —Romeo medio rió—. Él es realmente,
realmente bueno.
Romeo está claramente impresionado. Kamiko lo estaba también, basada en
la intensidad de sus ojos mientras ella esboza la pintura.
—La composición es increíble —dice.
—¿Composición? —digo—. ¡Es como una fotografía!
—Sí, pero mira las formas de las nubes, cómo la luz se filtra a través de las
grietas entre ellos. Las nubes no permanecen así todo el día. Tenía que escoger el
momento perfecto y capturarlo antes de que se hubiera ido. Probablemente hizo
un pequeño boceto al óleo de la ubicación y terminó este gran lienzo en el estudio.
—¿Cómo sabes todo estas cosas?
—Leo sobre el arte cuando estoy estudiando medicina.
48
—¿Cuándo lees? Siempre estás viendo Cartoon Network —Romeo bromea.
Kamiko lo ignora.
Mi depresión vuelve. Entre mis dibujos de mierda de esta mañana, el
cuaderno de bocetos de la genio Kamiko, y este chico súper genio de Spiridon
pintando, chupaba bolsas de bolas peludas.
—Me estoy engañando a mí misma, Romeo.
—Nunca seré tan buena.
—Aw, anímate, Sam, Van Gogh no empezó a pintar hasta que estaba en sus
tardíos veinte.
—¿En serio? —Eso era algo difícil de creer. Pero sentí un enfriamiento
esperanzador correr por la parte de atrás de mis brazos de cualquier forma.
Los ojos de Romeo miraban algo detrás de mí.
—Sip, y Kandinsky no se inscribió en la escuela de arte hasta los treinta —dijo
Adonis.
Me di media vuelta. Cogí a Adonis deslizando la punta de los dedos índices
en la parte posterior de mis brazos, de ahí mis escalofríos. Bastardo engreído.
—¿Qué haces aquí?
—Mirando las pinturas.
—¿Qué sabes acerca de Kandinsky? —le pregunté con altivez. Ni siquiera
sabía quién era Kandinsky, pero no le estaba diciendo eso.
—Sé que Kandinsky dejó una carrera enseñando leyes y economía para
matricularse en la escuela de arte, donde destacó. También sé que escribió
extensamente sobre el aspecto espiritual del arte. Él incluso teorizó que había una
conexión directa entre el color y el sonido, que los colores específicos corresponden
a notas musicales específicas.
¿Cómo demonios todo el mundo sabe mucho de arte excepto yo? Luché
para ocultar mi admiración. Luché para esconder mi temor. Este chico no me
necesitaba para acariciar su ego. En cambio, me quedé mirando a sus ojos. Estoy
segura de que un tubo caro de pintura azul fue nombrado después de ellos.
¿Por qué este chico se estaba metiendo tan debajo de mi piel? No me gusta.
Él puede saber de arte, pero aún es un jugador.
—Entonces —espeté—. ¿Qué pasó con Skylar? —sueno como de trece años
de edad cuando digo eso, pero te juro que no quiero.
Adonis asintió y sonrió ampliamente.
—Ella no está en el arte.
—¿Qué sobre esa chica que vive dibujando en clases? —lloriqueo—. Parece
49 como si estuviera en el arte.
—Si quieres decir que ella está en mí —Él sonríe con su sonrisa arrogante—,
entonces sí, ella está en el arte.
Mis ojos brillaron.
—No eres una obra de arte.
—Oh no, ella no lo hizo —Romeo murmuró. Retrocedió hasta que estuvo
detrás de Kamiko—. Creo que van a pelear.
Adonis se rio entre dientes, genial como podía ser.
—¿Necesitas una piedra de afilar para afilar esas garras?
—No lo sé —me burlé—, ¿terminaste de hablar sobre tu harem?
—Tú sacaste el tema.
Lo hice. ¿Por qué tenía que volverme súper perra de repente? Culpaba a
Adonis. Estaba haciéndolo bien hasta que apareció y acosó la parte de atrás de
mis brazos. Pervertido.
—¿Me estas acechando?
—Ya estaba aquí. Los vi caminando hace veinte minutos atrás.
—¡Pelea, pelea! —Romeo susurró.
Lo miré.
—¡Escuché eso!
Él se agachó detrás de Kamiko.
Adonis me sonrió.
—Así que, ¿te gusta el museo?
Eso me pilló con la guardia baja. Él no tenía permitido cambiar el tema y
actuar como una persona sana.
—Uh, sí, es genial.
—Somos afortunados de tener tal impresionante museo de arte en el campus.
Hay algunas pinturas de aquí que no vas a ver en ningún otro lugar en el mundo.
¿Te gustan los paisajes? —Se movió hacia la escena de la playa nublada que había
estado admirando.
—Sí, es genial. —Parpadeé y miré de nuevo. Esto era realmente
impresionante—. Siento como si pudiera tirar mi pierna por encima del marco de la
pintura y pisar justo en él.
—Esa es una vista de cerca de donde te vi esta mañana en PCH —Él musitó
pensativo.
—¡No me sorprende que me resulte familiar! ¿Cómo sabes eso?
—Crecí por aquí. —Se encogió de hombros.
50 Estoy segura que añadió un encogimiento de hombros a propósito, porque
arrastra la atención a sus impresionantes hombros. Mi vientre se calentó al recordar
el resto de lo que había debajo de su camiseta de cuello en V con detalle. Tuve
suficiente tiempo para examinar exactamente como sus hombros se atan a su
impresionante pecho y su musculosa espalda durante el Dibujo Vivo.
¿Estaba la habitación encogiéndose alrededor de mí? Woo. Calor.
—El clima raramente luce como esto. —Él ya no sonaba coqueto, pero más
bien como si estuviera recordando. Hizo un gesto hacia la pintura. Ambos nos dimos
vuelta para enfrentarla simultáneamente. Mi hombro cepillaba contra su codo—.
Usualmente el viento sopla las nubes de tormenta hacia el mar por la tarde, si
tenemos alguna. No se puede superar el clima de San Diego.
Mi hombro hormigueaba donde había besado, me refiero frotado, el codo
de Adonis. De pie frente a la pintura, me sentí como si fuéramos una pareja a dar
un paseo al aire libre y que había dejado de disfrutar de la vista.
Casi me caigo por eso. No.
Él probablemente sacó a todas sus chicas a una caminata de “volver a la
naturaleza”. Este chico sabe lo que está haciendo.
Él no me va a encantar con sus patéticos encantos.
Tiempo de irme. Me doy vuelta. Romeo y Kamiko se parecían a una pareja
viendo una película de romance en una sala de cine. Romeo se mordió el labio
inferior y se aferró desesperadamente a Kamiko. Kamiko se desmayó, su cuaderno
de dibujo olvidado colgando a su lado. Todo lo que necesitaban para completar
el cuadro era un cubo de palomitas de maíz y las luces parpadeantes.
—¿Disfrutando del espectáculo? —me burlé—. Vamos, muchachos. —Me
dirigí hacia la salida sin comprobar para ver si Adonis nos siguió.

51
Seis
Y o tenía más clases ese día, así que me despedí de Romeo y Kamiko
fuera del museo. Me detuve en la Librería del Estudiante y pude
comprar mis libros de texto, que pesaban una tonelada. Me dirigí al
estacionamiento.
Afortunadamente, los imbéciles y estúpidos autos encerrando mi VW esta
mañana se habían ido.
Cuando abrí la puerta de mi auto, el olor del café con nata cuajada me dio
un puñetazo en la cara. Se había horneado en el horno que era mi VW todo el día.
Mierda. Me había olvidado de eso.
Deseé tener una grúa para voltear mi VW poniéndolo de lado. Entonces lo
sacudiría para sacar el café. De lo contrario, el café iba a chapotear contra mis
pies en el camino a casa. Necesitaba un plan B.
La solución probable era alrededor de doscientas servilletas, o algunos
buenos trapos para limpiar el desorden. Por desgracia, no tenía ninguno de los dos.
52
Si tuviera papel del cuaderno, lo habría utilizado. Pero todo lo que tenía era
mi portátil. Gemido.
Opciones. Podría encontrar el comedor más cercano y pedir prestada una
caja de servilletas. O el baño más cercano, donde podría desenrollar todo un rollo
de toallas de papel. Estoy segura de que alguien llamaría a la seguridad del
campus y me acusarían de un gran robo por estar borracha.
¿Tal vez podría absorberlo con tierra? El parqueadero estaba rodeado de
setos. Pero entonces estaría atrapada con barro con sabor a café. ¿Por qué eso
me hacía pensar en el helado Rocky Road? Asqueroso.
Una motocicleta se acercó y se detuvo detrás de mi auto.
—Hola, Samantha.
Conocía esos brazos.
—Adonis.
Levantó su visera.
—¿Necesitas ayuda?
Sí. Quiero decir que no, no de ti.
—Más o menos. ¿Recuerdas que derramé mi café por todo el auto esta
mañana?
—Sip.
—Me estoy debatiendo entre si quiero o no conducir a casa sin limpiarlo. No
tengo suficientes servilletas.
—¿Qué tan grande era tu café?
—No sé, ¿del tamaño de un galón? —No pude evitar reírme de mi situación.
Se quitó el casco y se apartó el cabello. Alerta de hoyuelo. ¿Por qué eran los
hoyuelos tan sexis? Se bajó de su motocicleta e inspeccionó mi auto.
—Eso no está tan mal. —Él se metió adentro y se sentó en el asiento del
conductor.
—¡Oye! ¿Qué estás haciendo?
—Tenemos que airear esta cosa.
¿Nosotros? ¿Por qué me gustaba el hecho de que dijera nosotros?
Se inclinó y abrió la puerta del pasajero. Luego tomó las servilletas empapadas
que yo había tirado en el derrame esta mañana y las tiró fuera del auto.
—Las recogeré más tarde. En este momento, necesitamos algo para absorber
todo. Podemos obtener algunas toallas de papel de los dormitorios por allá.
¡Oye, esa era mi idea! Más o menos.
—Pensé que los dormitorios eran privados.
—¿Y? —Empujó su motocicleta hacia el espacio disponible al lado del mío.
53
—¿Qué tipo de motocicleta es esa?
—Es una Ducati.
—Creía que todos los hombres de verdad montaban Harleys —le dije
desafiante.
Se burló.
—Si quiero sentarme en un sofá, tengo uno en casa. La mayoría de las Harleys
no llegan más allá de los 177 Km. 193 en un buen día. He llevado mi Ducati hasta
los 281.
—¿Es tan rápida?
Echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—¿Es así de rápida? ¿Quieres averiguarlo?
De repente me sentí nerviosa.
—¿Ahora?
—No. Más tarde. —Él sonrió—. Cuando este oscuro. Sin tráfico. Menos policías.
Nunca había estado en una motocicleta antes. Por no hablar de ir a más de
tal vez 137 Km en el Honda de mis padres. ¿281 kmph? Jesús.
—Um, no lo sé. Suena peligroso.
—Lo es. —Su sonrisa brilló con confianza.
¡Lo-CO! Olía el deseo de muerte. Entonces, ¿por qué la idea me enciende?
Tal vez yo era la loca.
—En cualquier momento que quieras hacerlo, me lo haces saber. —Él sonrió
con confianza, como si fuera a 281 kmph cada día.
—Pensaré en ello. Ahora mismo necesito, como, un millón de toallas de papel
para la tragedia épica de café en mi auto. ¿Quién va a darnos tantas?
—Encontraremos algunas. Vamos.
Caminamos hasta el edificio del dormitorio junto al estacionamiento. Cuando
nos acercamos a las puertas principales, él se detuvo.
—¿Qué estamos esperando?
—Se necesita una tarjeta llave para entrar en el edificio.
—Entonces, ¿cómo vamos a entrar?
Las puertas se abrieron y dos chicos con patinetas se salieron. Adonis agarró
la puerta antes de que se cerrara.
—De esta manera.
—¿No es esto entrar a la fuerza en un domicilio?
—Yo no estoy forzando nada, ¿verdad?
—¿Así que estamos entrando?
—Así es.
54 Entramos juntos. Él inspeccionó el vestíbulo de entrada. Se dividía en dos
direcciones. Giramos a la izquierda. Una chica descalza que llevaba una camiseta
de SDU, sosteniendo un cuenco de Cheerios y la leche en una mano y sus libros de
texto en la otra, luchaba por abrir la puerta de una de la serie de habitaciones.
Hurgaba sus bolsillos para sacar su tarjeta de acceso. Estaba a punto de bajar sus
libros cuando Adonis intervino.
—Deja que te ayude con eso. —Cogió sus libros.
—Gracias. —Ella sonrió. Cuando consiguió una buena mirada de él, le pasó
los ojos hacia arriba y abajo de su cuerpo—. Muchas gracias. —Ella se sonrojó.
—Ha sido un placer. —Adonis arqueó una ceja.
Sacó su tarjeta de acceso y la agitó delante de la cerradura. El mecanismo
hizo clic.
—Me encargaré de eso. —Adonis abrió la puerta para ella y la sostuvo—.
Nunca se puede ser demasiado cuidadoso, con todos los psicópatas alrededor. Él
mostró su galardonada sonrisa.
—No, no puedes. —Ella sonrió tímidamente.
¡Ponte tu ropa interior de nuevo, Cheerios! ¡Estás derramando la leche en el
piso!
Cheerios entró por la puerta y Adonis la siguió. Le entregó de nuevo sus libros
y entonces me miró y ladeó la cabeza.
—Vamos.
Agarré la puerta antes de que se cerrara.
Él caminó directo al baño de la habitación. Una chica en una bata de baño
acababa de salir de la ducha. Ella saltó cuando vio a Adonis.
—¡¿Quién eres?!
—No te preocupes por nosotros —dijo con confianza.
—¡Ustedes no pueden estar aquí!
—Sólo necesitamos pedir prestadas algunas toallas de papel. Las nuestras se
agotaron. Teníamos un pequeño desastre. Se terminaron en un segundo.
Los ojos de la muchacha de la ducha giraban de lado a lado como una rata
enjaulada.
Adonis hizo girar el mango del dispensador, haciendo que sus músculos del
antebrazo danzaran hipnóticamente. El hechizo se rompió cuando vi que había
sacado al menos seis metros de toallas de papel. Él me sonrió.
—¿Crees que será suficiente?
—Uh, sí.
Él las arrugó, y arrancó un pedazo pequeño, que puso bajo el grifo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó la muchacha de la ducha.
—Voy a limpiar un desastre. Las toallas mojadas funcionan mejor. —Él hizo una
bola con las toallas mojadas. Me di cuenta de que estaba tratando de mantener
55 la mayor cantidad de agua en ellas como fuera posible. Goteaban por todo el
suelo. Dio las gracias a la chica de la ducha en nuestro camino hacia la salida. Ella
estuvo horriblemente confundida todo el tiempo.
Estaba a medio camino de la locura yo misma.
—Mejor muévete antes de que alguien llame a la seguridad del campus —
bromeó. No parecía estar tomándose esto muy en serio.
—Eso no es gracioso. Alguien podría hacerlo.
—¿Por qué? ¿Entrar y pedir prestado?
—¿Vas a devolver las toallas de papel cuando hayas terminado con ellas?
—Podría. Sería desagradable, pero si crees que es lo que hay que hacer. —Él
me guiñó un ojo.
Le golpeé el brazo.
—Estás loco.
—Hasta cierto punto.

En mi auto, Adonis eliminó el café restante con algunas de las toallas secas, y
luego limpió todo con las toallas húmedas. Yo miraba. Sus músculos de la espalda
hacían cosas increíbles mientras limpiaba.
—Déjame ayudarte con eso —le sugerí.

—Relájate. No hay mucho que hacer. Terminaré en un minuto. —Él se secó


con las toallas restantes. ¿Por qué era un hombre sexy limpiando dos veces más
sexy? No tenía respuesta, pero lo sabía como un hecho.
Cogió las servilletas empapadas que había tirado en el asfalto antes y las
añadió a la bolita sucia que tenía en la mano.
—Bueno, no es perfecto. Pero funcionará hasta que tengas la oportunidad de
acercarte a un lavado de autos.
—Gracias, Adonis. Eso fue muy amable de tu parte. Eres en gran medida
como un chico explorador.
—Sólo trato de ganarme mi insignia al mérito por lavado de autos. Tengo que
tirar todo esto. —Sostuvo en alto el lío goteante. Se echó a andar de regreso hacia
los dormitorios.
—Iré contigo.
—¿Estás segura? Nosotros podríamos ser arrestados por “limpiar y huir”.
—Bueno, eso es estúpido.
—¿Asalto con un arma de limpieza?
56 Negué con la cabeza.
—¿Masacre por un desastre?
Me reí.
—No.
—¿No? Bueno, ¿qué tienes, Shakespeare?
—¿Primer Grado Maider?
Él gimió.
Sonreí.
—Estás chorreando.
Miramos detrás de nosotros. Habíamos goteado todo el camino desde el
auto.
—Bueno, es casi tan bueno como un rastro de migas de pan. Podemos
seguirlo de vuelta al VW de la malvada bruja. No es de pan de jengibre, pero huele
a café.
Le di otro golpe por eso. Yo no era una bruja malvada.
Encontramos un cubo de basura y él metió todo en su interior.
¿Por qué estaba pensando en términos de “nosotros”, de repente? ¿Y por qué
estaba permitiendo que un tipo que acababa de conocer, y luego miré fijamente
desnudo hace unas horas, limpiar mi auto?
Porque estaba loca de atar. Por eso.
O tal vez porque mi primera impresión de Adonis había sido equivocada. Tal
vez él no era realmente un chico malo egocéntrico. Había salvado mi trasero esta
mañana cuando le dio un puñetazo a ese tipo gordo. ¿Ahora que estaba
limpiando mi auto por mí? Eso era difícilmente egoísta. Había estado lista para
descartarlo, pero tal vez se merecía una segunda oportunidad. De lo contrario, me
sentiría como una perra crítica.
Llegamos a mi auto.
—Gracias de nuevo, Adonis. —Me moví de un pie al otro, nerviosa. Tenía que
irme, pero no quería.
Él me miraba fijamente con sus impresionantes ojos.
Pisoteé con un pie y ahogué una risita.
—¡¿Qué?! —No quería sonar como una adolescente atolondrada, pero lo
hice.
—Solo miraba.
—¿A qué?
—Una obra de arte.
—¡Cállate! Eso es tan estúpido. —Estire la mano y giré mi dedo a través de mi
cola de caballo.
57 Entonces me di cuenta de que estaba jugando conmigo. Probablemente le
había dicho lo mismo a Skylar y a otras cien mujeres esta semana solamente. Era
una variante de la alguna basura que había oído unas mil veces en el pasado de
parte de hombres similares.
Tipos como Adonis eran comunes y sin valor. No, mejor demasiado comunes
y sin valor. Tacha eso. No podrías pagarme para aguantar más de este tipo de
fertilizantes verbal. Yo había tenido mi terraplén hace mucho tiempo.
—Gracias de nuevo por toda tu ayuda, Adonis. Pero tengo una gran cantidad
de tarea, y tengo que hacer unos recados de mi camino a casa. Así que realmente
me tengo que ir.
Por la esquina de mi ojo, noté un auto de policía dar la vuelta hacia en
parqueadero. Conducía hacia nosotros.
—¿Cuándo puedo volver a verte? —Adonis era determinado, le daría eso.
—No estoy realmente… —El auto de policía se detuvo junto a nosotros,
bloqueando mi auto y la motocicleta de Adonis. Dos agentes se bajaron del auto.
¿Era esta la seguridad del campus?
—Buenas tardes —dijo el oficial con un bigote—. ¿Puedo hablar con ustedes
dos por un segundo?
Adonis no respondió. Vi los músculos de su mandíbula brincar.
—Claro —le dije, mirando al otro oficial, que era una mujer—. ¿Hay algo mal?
—Hemos recibido una queja sobre un hombre tatuado y mujer joven
entrando sin permiso en uno de los dormitorios —dijo la oficial—. ¿Saben algo
acerca de eso?
Atrapados. Esto era ridículo. Tomamos algunas toallas de papel. ¿Y qué? Le
eché un vistazo a Adonis. No parecía listo para hablar.
—¿Ambos son estudiantes aquí? —preguntó el policía del bigote.
—Sí. —Bueno, yo lo era. Había asumido que Adonis también lo era. Pero tal
vez no lo era. Él no había estado llevando ningún libro o un ordenador portátil, o
incluso un viejo cuaderno regular. Tal vez no era un estudiante. Y en ese caso, ¿qué
estaba haciendo en un campus de una universidad? ¿Y cuántos años tenía, de
todos modos? ¿Estaba incluso en la universidad? Tomé una respiración profunda.
Me estaba adelantando. Él obviamente fue el modelo del arte de esta mañana.
Así que incluso si no era un estudiante, se esperaba que estuviera aquí.
—¿Puedo ver su ID y su ID de estudiante —preguntó el policía de bigote.
Adonis sacó su cartera, mientras que yo cavaba en mi bolso. Iba a tomar un
tiempo encontrar algo en mi bolso. Juro que era más grande por dentro de lo que
era en el exterior. Encontré un viejo tubo de lápiz labial negro que pensé que había
tirado.
Emo. Gótica. Bruja.
Lo habría tirado en los arbustos pero no quería recibir una multa por tirar
basura. Adonis entregó dos ID’s al policía de bigote. Reconocí que uno era un ID
de estudiante. Así que Adonis era un estudiante. O lo había sido en algún momento.

58 El policía del bigote se sentó en el auto de la policía y comenzó a escribir en


la computadora. Seguí cavando en busca de mis ID’s. Le eché un vistazo a Adonis.
Sus manos se posaron casualmente en sus estrechas caderas, y estaba
tamborileando con los dedos sobre sus pantalones vaqueros. Miraba fijamente al
suelo, ignorándome.
La mujer policía entrecerró los ojos hacia Adonis y puso la palma de la mano
en la culata de su arma. ¿Me estaba perdiendo algo?
El policía del bigote tocó la radio en su hombro y murmuró algo en ella.
Después de lo que pareció una eternidad, encontré mi cartera y mis dos ID’s.
Se los ofrecí a la mujer policía.
—Aquí tienes —dije con tanta ligereza y alegría como pude reunir.
Ella los miró. Me miró. Miró los ID’s de nuevo. Les dio la vuelta. Me miró, luego
miró a su compañero, quien asintió.
Un segundo después, otro auto de policía se detuvo en el estacionamiento,
con las luces intermitentes, pero sin sirenas. El del bigote salió del auto patrulla y
caminó alrededor de Adonis hasta que estaba detrás de él.
—Señor, por favor de un paso adelante hacia el vehículo y coloque las manos
en el capó.
¿Qué estaba sucediendo?
El otro auto de policía se detuvo detrás del primero y dos oficiales más salieron.
—¿Señor? —El del bigote preguntó de nuevo.
El rostro de Adonis se arrugó con fuerza mientras apretaba la mandíbula. Sus
labios carnosos comprimidos en una línea blanca y fina, y sus ojos giraron
amenazadoramente. Parecía listo para saltar.
¿Qué iba a hacer?
La mujer policía se acercó a Adonis.
—Señor, acérquese al vehículo y coloque las manos sobre el capo.
Finalmente, Adonis se movió. Se acercó al auto de policía y apoyó sus manos
sobre el capó. El del bigote se puso de pie detrás de él y apartó las piernas de
Adonis golpeándolo con las rodillas. Palmeó a Adonis hacia abajo a fondo.
—Coloque sus manos detrás de su espalda, señor. Está bajo arresto.
Me entró el pánico.
—¡Esperen! ¿Qué están haciendo?
—Por favor, de un paso atrás, señora. —La mujer policía ordenó, con su palma
un alto como una señal para detenerse.
Adonis hizo lo que le ordenaron. El del bigote sacó un par de esposas y se las
puso.
—¿Es esto debido a las toallas de papel?
—¿Las toallas de papel? —La mujer policía estaba confundida.
59
El del bigote abrió la puerta trasera del auto patrulla.
—Por favor, entre en el vehículo, señor. —Adonis obedeció.
—Tomamos algunas toallas de papel. De uno de los dormitorios.
Ahora, la mujer policía me miró con suspicacia.
Estaba haciendo esto peor. Respiré hondo y parpadeé para contener las
repentinas lágrimas.
—Derrame mi café por todo mi auto esta mañana. No tenía nada con que
limpiar. Solo estábamos tratando de limpiar el desorden. Entramos en uno de los
dormitorios para encontrar algunas toallas de papel. Nosotros, uh, pedimos
prestado un montón de ella de una de las habitaciones. Si esa chica no hubiera…
—Me detuve antes de decir demasiado.
La mujer policía frunció el ceño.
—¿Qué chica?
Mierda. Control de daños.
—La dueña del baño del que tomamos las toallas de papel. Para limpiar mi
auto. Supongo que estaba enojada porque estuviéramos tomando tantas toallas
de papel. Pero era una gran taza de café. —Esperaba que lo hiciera sonar más
inocente.
Ella asintió, satisfecha. Pero Adonis aún estaba en el asiento trasero. Traté de
llamar su atención. No se dio cuenta. Como si se le hubiera olvidado de que estaba
allí.
—Así que, um, ¿por qué se lo llevan de nuevo?
—Hay una orden de arresto contra él, señora.
Conmoción de guerra.
—¿¡Qué!? ¿Una orden de arresto? ¿Por toallas de papel?
—Por agresión, señora.
—¡Él no golpeó a nadie! —Mi boca exclamó y luego se cerró fuertemente.
Esta mañana. El chico gordo de cara roja y el Mercedes. Pero no podía ser. Ese tipo
golpeó primero, ¿cierto? Ya no estaba del todo segura. Pero Adonis me estaba
protegiendo. ¿No era eso como defensa personal? Mierda, esto era mi culpa.
El policita de bigote ya estaba en el auto, y la agente de policía estaba
subiendo al asiento del conductor. Antes de que cerrara la puerta deje salir:
—¡Espere! ¿A dónde lo llevan?
—Al centro. Para ficharlo.
—¡No! ¡No pueden!
—Por favor, señora —dijo ella—. Debería ir a casa. No quiere perder su tiempo
en un tipo como este.
¡Qué perra! ¡No puedo creer que dijo eso! ¡Adonis limpió mi auto!
Adonis se cernía en el asiento de atrás, inclinándose hacia adelante a causa
60
de las esposas. Su cabeza colgaba entre sus hombros. A medida que el auto de
policía se marchaba, me taladró con sus ojos enjoyados por un breve segundo
antes de que sus espesas pestañas se cerraran. Lucía... dolido.
Una oleada de náuseas floreció en mi estómago, eclipsando mi tristeza. Era
obvio que Adonis era Problemas con una P mayúscula.
Los policías apareciendo me habían asustado completamente. Tal vez estaba
mejor con Adonis ausente. Había una buena probabilidad de que después de su
arresto, nunca lo viera de nuevo.
¿Por qué eso de repente que me hacía sentir tan condenadamente triste?
Había conocido al tipo por menos de doce horas. Ese no era tiempo suficiente
para llegar a conocer a alguien.
Lo único que sabía con certeza era que ya lo echaba de menos.

Me detuve en la tienda de comestibles de camino a casa. Cuando capte mi


reflejo en el espejo retrovisor, me di cuenta de que mi rímel se había corrido.
¿Cuándo había estado llorando? No me había dado cuenta de que lo había
hecho.
Adonis.
Me limpié el maquillaje lo mejor que pude antes de entrar en el
supermercado.
Cuando pasé por la sección de alimentos congelados, me tomó toda mi
fuerza de voluntad caminar más allá de los helados. Pero lo hice, aunque juro que
la masa para galletas de chispas de chocolate cantaba mi nombre como las
sirenas que intentaban tirar de la nave de Odiseo hacia las rocas. Estoy bastante
segura de que el helado fue inventado por Satanás.
Me dirigí de vuelta a mi auto habiendo comprado solamente la comida que
necesitaba para comer.
Cuando llegué a mi apartamento, guardé todo en la nevera. Saqué un par
de toallas para limpiar las manchas de cualquier resto de café que quedara en mi
auto. No había mucho para hacer. Adonis había hecho un trabajo exhaustivo con
sus productos de limpieza improvisados.
En el interior, me hice un batido de arándanos y me puse cómoda en el sofá
de mi sala de estar. Vivía en el segundo piso de un edificio pequeño, y tenía una
vista increíble del océano.
Volví a pensar en el día de agosto en que había llegado a San Diego.
Cuando había circulado por primera vez en la entrada de mi nuevo complejo
de apartamentos, estaba muy emocionada. El edificio era precioso, y a la altura
de las imágenes que había visto en línea.
61
Mis padres habían insistido en que viviera fuera del campus, a pesar de que
era mi primer año y no conocía a nadie. Su lógica era que si yo estaba en los
dormitorios, no conseguiría estudiar para nada. No lo sabía por experiencia, así que
tomé su palabra en ella, como siempre. Eso estaba poco a poco empezando a
cambiar.
Desde que dejé D.C., había sentido un creciente sentimiento de
independencia que nunca había conocido mientras vivía bajo el techo de mis
padres.
Había conducido mi VW desde D.C. a San Diego por mí cuenta, porque mis
cosas ocupaban cada centímetro disponible de mi auto. Me alegré de que no
hubiera espacio para que mi mamá o mi papá vinieran. Fue un malditamente largo
viaje, pero tenía mi reproductor de mp3 y mis canciones para hacerme compañía.
Mis padres habían discutido acerca de viajar en avión para ayudarme a
instalarse, pero estaban cortos de dinero y no podían conseguir tiempo libre para
hacer el largo viaje. Yo estaba bien con eso.
Tal vez me perdería de la gloria de una vida social universitaria llena de acción
en los dormitorios, pero en cambio, sería capaz de estudiar con diligencia en este
idílico ambiente de playa. Quiero decir, podría en realidad caminar a la playa y
estudiar allí. ¿Cuán impresionante era eso?
Tenía una deuda de gratitud con mis padres. Aunque tuve que tomar un
considerable préstamo de estudiante para cubrir la matrícula, mis padres podían
permitirse el lujo de darme una mano con el apartamento, quitando un gran peso
de encima de mis hombros.
Todo estaba organizado para tomar posesión de mi propia vida.

Saqué mis libros y ordenador portátil, y estudié durante un rato. Algún tiempo
después, mi teléfono sonó. Era Madison.
—¿Qué pasa, Mads?
—¡Entonces, dime qué pasó con Adonis! Quiero saber todos los detalles. —Le
había enviado mensajes de texto hablándole acerca de chocar contra él en el
museo mientras caminaba hacia mi auto, antes del fiasco de la policía.
—Oh, Dios. Fue un desastre.
—¿Qué pasó?
Cerré los ojos y me pellizqué el puente de la nariz.
—Eso probablemente estará en las noticias de las once.
—¿Qué? —gritó.
—Los policías estuvieron involucrados. ¿Necesito decir más? —Suspiré.
—¡Vaya, tu auto debe haber estado muy sucio por el café! Por eso llegaron
62 los policías, ¿no? —ella bromeó.
—Bueno, eso fue divertido. —Sonreí—. Pero la verdadera historia no lo fue.
—Espera, no me lo digas todavía. La historia completa exige comida
tailandesa. Yo pagaré. Estaré en tu casa en dos minutos.
Madison tenía su propio apartamento a pocos kilómetros de la autopista de
la Costa del Pacífico. Tenía compañeros de cuarto, pero tampoco estaban
ubicados en los dormitorios. Estábamos nuestra propia subcultura de universidad.
Conseguimos comida tailandesa en el paseo marítimo cerca de mi
apartamento y nos sentábamos afuera. El sol estaba bajo sobre el océano, pero el
aire era todavía cálido y agradable.
Madison hundió sus palillos en sus fideos.
—¿Qué pasó con Adonis?
Negué con la cabeza.
—Fue arrestado.
Las cejas de Madison se arquearon.
—¿Qué? Escalofriante. Llamaste a la policía para que arrestaran al pobre
hombre por coquetear contigo en el museo, ¿no es así? Severo, Sam. Severo.
Basada en su indiferencia, cualquier temor restante que tenía acerca de que
Madison albergara algún tipo de flechazo hacia Adonis había desaparecido por
completo, gracias a Dios.
—No, no fui yo. Bueno, en cierto modo fui yo. Creo.
—¿Qué pasó?
—Me encontré con él en el auto. Estábamos hablando y apareció la policía
y lo esposó y se lo llevó. El policía me dijo que tenía una orden por agresión. Creo
que es porque le dio un puñetazo a ese tipo esta mañana.
—¿Qué? ¡Eso es una locura!
—Eso es lo que pensé. —Tome un trozo de Pad Thai, pero mi apetito había
desaparecido por el momento. Baje mis palillos—. En realidad no sé qué pasó.
—Tal vez es un ex convicto con una hoja de antecedentes penales. Los
problemas y un tipo como ese son mejores amigos. De verdad sabes cómo
elegirlos, Sam.
Claro que sí.
—Tal vez estás mejor con él fuera de la imagen.
—Sí. —Pero la idea de no volver a ver de nuevo a Adonis me hacía sentir
nerviosa, y en cierto modo vacía. Eso era una locura. Ni siquiera conozco al tipo.
Me enderecé en la silla—. Tienes razón. Probablemente me olvidaré de él mañana
por la mañana.
—Ese es el espíritu, chica. Vi a otros cincuenta chicos calientes hoy en el
campus. Puedes olvidar que alguna vez conociste a Adonis que-patético.
El único problema con la lógica de Madison era que no podía sacar a Adonis
63 de mi mente.

Madison me dejó en mi apartamento después de la cena y yo traté de


estudiar por un tiempo. Leí todo sobre los balances, flujos de caja y tonterías de
doble entrada.
Pero no podía dejar de obsesionarme acerca de Adonis.
¿Estaba en la cárcel? ¿Pasando la noche en alguna celda húmeda con un
montón de borrachos, drogadictos, y pandilleros? ¿Debido a que había defendido
mi honor? Mierda, honor nada. Más como defendido mi vida.
El de la cara roja había querido abofetearme por hacerle llegar tarde esta
mañana. Si Adonis no había lo hubiera golpeado en el trasero, el gordito sería el
que estuviera en la cárcel por agresión, y yo estaría recuperándome en un refugio
para mujeres maltratadas.
Me levanté y me preparé un trago. Agua mineral y un chorrito de Peach
Cocktail. Me apoyé contra la encimera en la cocina y miré hacia la línea de luz
desvaneciéndose en el horizonte. Tan hermosa. ¿Podría Adonis ver la puesta del
sol? ¿O su punto de vista consistía en barras de acero y concreto?
Noté mi cuaderno de dibujo apoyado contra la pared junto a la puerta
principal. Me acerqué, lo cogí y lo hojeé. Vaya, eran terribles. Los dos bocetos que
el profesor Childress había dibujado como ejemplos eran un millón de veces
mejores que los míos.
Me dispuse a tirar mi cuaderno de dibujo en la basura para poder
concentrarme en las cuentas de resultados y gastos, mi verdadera vocación. Pero
uno de mis dibujos posteriores me llamó la atención.
El boceto era sólo unas pocas líneas, como el profesor me había mostrado.
Realmente se parecía a Adonis. Vívidamente lo recordaba manteniendo esa pose.
Me sorprendió que logre hacer un dibujo con su desnudez mirándome a la cara,
pero yo había hecho.
Negué con la cabeza y sonreí.
¡Había visto a Adonis desnudo esta mañana! ¡Había visto su equipo de chico!
Me sonrojé y abaniqué mi cara. ¿Cuán loco era eso? La pregunta era, ¿alguna vez
vería algo de él de nuevo? ¿Y quería hacerlo?
¡Sí, por supuesto! Pero también en cierto modo no. Él probablemente estaba
en la cárcel. ¿Quería involucrarme con un hombre como ese? ¿Cuántas veces
había estado ya en la cárcel? No lo sabía. Me advertí a mí misma que haciendo
tales suposiciones era como empezaban los rumores, ¿no? Gente conjeturando
salvajemente acerca de alguien que no conocían.
Emo. Gótica. Bruja. Hechicera.

64 No tenía derecho a juzgar a Adonis basada en nada que no fuera lo que


presencié con mis propios ojos. Todo lo que sabía de él era que había ayudado a
una total desconocida, yo, y limpiado mi auto. ¿Mencioné que era caliente?
Sí, lo arrestaron. Pero ¿por qué? ¿Por golpear al gordito esta mañana? Si ese
fuera el motivo, entonces en la medida en que a mí respectaba, Adonis era
realmente un caballero de brillante armadura. No un primitivo ex convicto con su
propio cartel de “se busca”.
Se estaba haciendo tarde. Me lavé la cara y me preparé para ir a la cama.
Me puse un camisón de encaje y unos calzones. En el segundo en que mi cabeza
golpeó la almohada y cerré los ojos, vi zafiros gemelos mirándome fijamente, llenos
de dolor.
Agarré una de mis almohadas de detrás de mí, la aplasté contra mi cara, y
grité.
Perra. Zorra. Prostituta.
Esto se había convertido en un festival de apesta de tres vías. Me sentía muy
mal por Adonis. ¿Y qué si era un jugador? También era un tipo decente. Y ahora
probablemente estaba pasando la noche en la cárcel.
Por mi culpa.
Coqueta.
Pensé que había dejado toda mi mierda atrás en Washington D.C.
¿Cómo diablos me las había arreglado para joder San Diego en menos de
veinticuatro horas?
Suicida.
Imágenes horribles de mi pasado inundaron el ojo de mi mente. Siempre era
lo mismo.
El brillante destello de color. El sonido. Ese sonido horrible que se hacía eco en
mis pensamientos cada noche. La sangre.
Tanta sangre.
Y todas esas mentiras. Miles de ellas.
Taylor.
Antes, y después.
Las que me dije a mí misma, y los que le dije a todos los demás.
Un vórtice de incomodidad giró dentro de mi estómago, como mil alfileres y
agujas atascadas dentro de mí tratando de salir a empujones.
Me tambaleaba al borde de la locura. Pero alguna chispa interior me apartó
del borde. No hay problema. Conocía dos métodos probados con el tiempo para
hacer descansar esos viejos sentimientos en el sometimiento.
Me puse la ropa y me fui a la tienda de comestibles. Una vez dentro, me tomó
un momento reflexionar sobre mis opciones. ¿Pasillo de licor, o pasillo de helado?
Ambos proporcionaban una vía de escape en la que había confiado en
65 muchas ocasiones durante la escuela secundaria. Después de Taylor. Cuando el
dolor dentro de mí se había convertido en demasiado, y las voces muy ruidosas, yo
había aprendido como ahogarlas.
La experiencia me había enseñado que no podía mezclar mis venenos. El
helado absorbe el alcohol, y hace que emborracharse sea más difícil. Así que lo
mejor era elegir uno.
Había robado un montón de botellas de vino en D.C. prefería los vinos
blancos, entre más dulces mejor. Los vinos rosados, estaban en un cercano
segundo lugar. El único problema con San Diego era que era demasiado caliente
para los abrigos voluminosos, y ya no tenía un bolso lo suficientemente grande.
Había tirado mi viejo bolso de mano cuando me mudé aquí. Estaba decidida a
dejar mis hábitos detrás de mí, pero al parecer, habían saltado en el maletero de
mi VW cuando conduje a través del país. Había empacado inconscientemente mi
equipaje emocional conmigo. No era tan sorprendente, cuando pensaba en ello
en esos términos. Pero una chica podía soñar, ¿cierto?
Mis padres nunca descubrieron la cleptómana borracha que había sido en la
escuela secundaria. Si lo hubieran hecho, estoy segura de que una intervención en
toda regla hubiera surgido. Se habrían asustado. Oh, bueno, demasiado tarde
ahora. Tenía diecinueve años, y era la única que podía resolver mis problemas.
Dado que todavía no tenía edad para comprar alcohol legalmente, me
decidí por el helado. Agarré una cesta de mano y me dirigí a la sección de
narcóticos congelados.
Cargué mi canasta con una variedad de sabores, todos de medio litro, hasta
que estaba literalmente llena. Creo que tenía unos cuantos en total. Eso debería
ser suficiente.
El cajero, un hombre mayor con cabello fino y gafas gruesas, tuvo que hacer
un comentario.
—¿Tienes suficiente helado? —Su voz era amable.
La mía lo era también. Yo sabía interpretar el acto.
—Un montón de amigas van a venir mañana para películas y helado. Nunca
se puede tener suficiente.
Él asintió y sonrió y registró mi compra. Pagué y me dirigí a mi auto con mi
enorme bolsa de drogas. Cuando llegué a mi apartamento, metí todo en el
congelador. Apenas logre meterlos todos. Eso estaba bien, trabajaría a mi manera
a través de ellos con la suficiente rapidez.
No tenía una televisión, por lo que veía videos graciosos de gatos en mi
ordenador portátil, mientras cavaba en el primer medio litro. Caramelo de doble
chocolate con espirales de mantequilla de maní. Entumecimiento logrado.
Lo que pasaba con mi hábito de correr, el cual había adquirido hace dos
años para luchar contra los efectos secundarios a largo plazo del exceso de
helado, era que quemaba una gran cantidad de calorías. Así que tenía un montón
66 de espacio para el postre en la parte superior de la mínima cantidad de Pad Thai
que había comido en la cena.
Innumerables videos de gatos y cinco medios litros después, mi estómago
estaba a punto de estallar. Pero ya no podía sentir los alfileres y agujas. Misión
cumplida.
No había hecho esto en un rato. Al parecer, había olvidado mis límites, o mi
estómago se había reducido. Cuándo me di cuenta de que tenía que hacer pis o
explotar, no podría decir cual, me puse de pie. Mi vientre hinchado me gritó.
Bueno, sabía cómo lidiar con eso. Fui al cuarto de baño. Hice pipí primero, por
si acaso. Entonces tire de la cadena del baño, viendo el agua limpia llenar el
recipiente. Casualmente puse mi cabello en una cola de caballo y me incliné.
Había aprendido que era más fácil hacerlo de pie. Metí mi dedo en mi garganta y
sólo tomo un segundo para que la Madre naturaleza hiciera lo suyo.
Mi reflejo nauseoso se hizo presente y se apoderó de mi estómago. El primer
chorro de helado de color marrón grisáceo se vertió. Mi estómago farfulló, pero
nada más. Tiré de la cadena del baño, despejando el tazón.
Otro dedo, y la segunda bomba cayó. Pensé que algo en mi abdomen se iba
a desgarro, y apoyé mis antebrazos sobre mis muslos, con la cabeza a centímetros
del tazón. Oye mira, Pad Thai.
Arranqué un trozo de papel higiénico del rollo y me limpié la boca. Me sentí
mejor. Tire de la cadena de nuevo, y me enjuagué la cara antes de cepillarme los
dientes.
Caminé a mi cama y me dejó caer encima de las mantas.
El sueño no estaba en ningún lugar cerca, y me di cuenta de que mis
demonios tampoco estaban listos para descansar.
Salté de la cama y fui a la cocina. Abrí el congelador. Había hecho un buen
hueco en mi kit de primeros auxilios de opio congelado. ¿Necesitaba más?
Recordé que me había hecho un juramento a mí misma cuando me
aceptaron en SDU de que mi vida iba a cambiar para mejor. Sin embargo, allí
estaba yo, volviendo a caer en viejos hábitos.
Estaba indignada conmigo misma. Pero también estaba adolorida por mi
fallido primer día, y los cimientos de más de dos años de merecida miseria que se
extendían por debajo del aquí y ahora.
Taylor.
Tenía que hacer algo, o de lo contrario me iba a volver loca.
Cerré el congelador y me puse ropa para correr.
Mis demonios no podían hacerme daño si no podían atraparme.
Creo que recorrí ocho kilómetros corriendo por las calles vacías en la noche
antes de caminar el resto del camino a casa y meterme en la cama,
completamente agotada, pero todavía sin poder dormir.
Por lo menos no tenía que preocuparme de los muslos gordos por todo el
helado que quedaba en mi congelador. Porque alguien iba a tener que comerlo,
67 por el bien de mi estómago.
Haría todo lo posible para moderarme a medio litro por noche. Lo que podía
manejar sin estar obligada a golpear el botón de expulsión de mi estómago cada
noche antes de acostarme.
Tal vez necesitaba comprar un bolso de mano más grande, o desenterrar un
viejo abrigo, para poder empezar a robar vino. O, tal vez entre Madison y mis
nuevos amigos Romeo y Kamiko, podría obtener información acerca de las mejores
fiestas universitarias de barril. ¿No era la universidad totalmente acerca de
emborracharse mientras que todavía se era menor de edad?
Tendría que trabajar en eso. Estaba demasiado malditamente caliente para
los abrigos de invierno.
Hice una mueca. Joder, me odiaba a mí misma.
Cómo era eso después de dejar todos los imbéciles y estúpidos en D.C…
Emo. Gótica. Bruja. Hechicera...
…Todavía me las estaba arreglando para hacerme miserable a mí misma sin
ningún tipo de ayuda?
Con amigos como yo, no necesitaba enemigos. Tal vez todas esas etiquetas
eran exactas.
Suicida.
Realmente esperaba poder demostrar que todos estaban equivocados.
Incluso mis padres.
Sam Smith, Contadora Pública Certificada.
Joder.

68
Siete
M
e decepcionó cuando Adonis no se presentó para la próxima clase
de Dibujo de Vida dos días después. El modelo era un viejo arrugado
con un viejo arrugado, ya sabes.
Kamiko me dijo que las clases de Dibujo de Vida normalmente tenían un
modelo diferente cada vez. Te ayudaba a aprender, dijo ella. Sabía que era
mucho más fácil para mí concentrarme en mi dibujo sin el Adonis desnudo a un
metro y medio de distancia.
Estaba aún más desanimada cuando Adonis no se presentó en las próximas
clases de Dibujo de Vida. No podía dejar de preguntarme si todavía estaba en la
cárcel.
No lo había visto en ningún lugar en el campus en un tiempo. Había visto a
Skylar, Tiffany, y varios otros Delta Pi Deltas alrededor, pero no estaba a punto de
preguntarle a cualquiera de ellos dónde estaba Adonis. Esperaba que estuviera
bien.
Finalmente le dije todo a Romeo y Kamiko una tarde entre hamburguesas y
69 papas fritas.
Romeo masticó una papa.
—No me importaría estar encerrado con Adonis. Sería su perra de la cárcel
cualquier día.
Kamiko sacó la lengua.
—¡Qué asco!
—Kamiko, cariño. —Romeo puso una mano paternal en su hombro—. El
mundo entero NO es una gran caricatura, querida. Los pájaros y las abejas tienen
S -E- X-O. NO hablan, visten pequeños guantes blancos en sus manos, ni tampoco
se van de aventuras en arco iris en busca de calabazas mágicas. Sólo digo.
—SÉ eso, Romeo. Pero por favor mantén tu conversación de rock de cárcel
para ti mismo.
—Te encanta —Romeo se burló.
Me reí.
—¡Basta, ustedes dos!
Madison se nos unió con una bandeja de tacos de pescado. Ella seguro que
los amaba. También traía su buen humor, el cual necesitaba desesperadamente.
Los cuatro nos involucramos en plática de chicas sin importancia por treinta
minutos.
Mi humor se aligeró considerablemente. Qué alivio. Era imposible mantenerse
de mal humor alrededor de ellos tres. Desee poder mantenerlos en mi refrigerador
para emergencias, en lugar del helado. Eso sonaba extraño, pero entiendes la
idea.
Madison hundió su última papa en su salsa.
—¿Alguien quiere acompañarme a la playa después de clases hoy?
—¡Infiernos que sí! —dije. Tenía un traje de baño puesto debajo de mi blusa y
pantalones cortos. Madison me había entrenado bien. Entre correr y mi dura
determinación, me limité a no más de un medio litro de helado por noche. A veces
menos.
Romeo vestía elegantemente su chaqueta de color borgoña a medida y
pantalones entubados negros, como normalmente. Puso el monóculo en su ojo e
hizo su ceño medio fruncido.
—Totalmente. Estoy tan vestido para eso —dijo sarcásticamente.
—Nunca vas a la playa, Conde Drácula —Kamiko bromeó.
—¡Mira quién habla, Coraline! O debería decir, ¡Marceline de Hora de
Aventura!
—¡Y orgullosa de eso! —Brindaron entre sí golpeando las papas fritas.
Me reí y tomé mi bebida, bebiendo de la pajilla.
—¿Qué pasa con el esmalte de uñas negro, Sam? —preguntó Madison.
70 Doblé mis manos en mi regazo nerviosamente, ocultando la evidencia. Había
estado luchando al limitar mi ingesta nocturna de helado a sólo medio litro o
menos. Pintarme las uñas era la siguiente mejor distracción, incluso si todo lo que
tenía era esmalte negro, y eso significaba que estaba recayendo.
Emo. Gótica. Bruja. Hechicera...
Esperaba que nadie notara mi boca temblando.
—¿Te nos vas a convertir en gótica, Sam? —preguntó Romeo.
—Uh —tartamudeé—, no, sólo quería arreglar mis uñas anoche.
—Creo que se ve algo genial —dijo Kamiko—. Sam, puedes ser como, surfista
gótica.
—Los vampiros no surfean, querida —dijo Romeo.
—¿Por qué no? —preguntó Kamiko.
—Por el sol, duh.
—¿No has oído hablar de surf nocturno? —preguntó Madison.
—¡Ha! —Kamiko espetó.
Al menos habían movido el tema lejos de mis uñas negras. Mi equipaje estaba
a salvo conmigo. Mientras me mantuviera a las uñas y no empezara a vestir
llevando moda cripta de nuevo.
Me prometí que quitaría el esmalte de uñas tan pronto como llegara a casa
esa noche.
Dos horas más tarde, Madison y yo caminamos en sandalias hasta la playa
debajo de los acantilados con nuestras toallas. Guardaba equipo de playa en el
maletero de mi auto en todo momento debido a nuestros frecuentes viajes a la
playa. San Diego era increíble.
Cuando llegamos a la playa, nos detuvimos.
—¿Hacia dónde quieres ir hoy? —preguntó Madison.
—Vamos a intentar algo diferente. —Siempre íbamos al sur—. Vamos a ir al
norte.
—Genial.
Encontramos un lugar lejos de la mayoría de los dispersos visitantes de la
playa, y pusimos nuestras toallas. Tenía un gran bronceado después de un par de
semanas de entrenamiento con Madison. Ella se había asegurado que comenzara
suavemente y no me agotara. Ahora era de color marrón de la cabeza a los pies.
Mi cabello estaba comenzando a aclararse con la ayuda de enjuagues
periódicos de jugo de limón. Los enjuagues eran un consejo de Madison que me
salvó de cierta deuda en las manos de uno de esos demonios haciéndose pasar
por coloristas en el salón de belleza. Juro que te hacían renunciar a tu alma en
sangrar una vez decidías tener el cabello rubio.
No estaba segura cómo iba a funcionar el invierno en términos de mantener
71 mi apariencia de California, pero Madison me aseguroó que habría clima para la
playa avanzado bastante en el otoño, y de nuevo al inicio de la primavera. ¿Por
qué no me había mudado aquí antes?
Nos desnudamos hasta nuestros bikinis y acostamos en las toallas.
Casi me quedé dormida en mi estómago, pero Madison me sacudió para
girarme. Nos apoyamos en nuestros codos y vimos a los surfistas y otros asistentes
de la playa. Algo estaba diferente.
—Um, ¿Mads?
—¿Sí?
—Creo que este tipo está desnudo.
Protegió sus ojos para ver mejor.
—Creo que tienes razón. Espera, no. Lleva puesta una gorra de béisbol. Su
pene seguro esta de paseo.
—¡Ew!
—¡Mira balancearse a esa cosa! ¡Parece un reloj de pie!
—¡Dios mío! No acabas de decir eso. —El tipo era lo suficientemente mayor
para ser el abuelo de alguien.
—Oye, ¿conoces ese dicho de “medio pasando el trasero del anciano, un
cuarto hasta sus bolas”?
—¡Qué asco! Y es el trasero de un mono.
—Es lo mismo. ¿Crees tuviera una erección en este momento, podría utilizarlo
como un dial de sol? —Madison rió.
—Espera un segundo. —Entrecerré mis ojos—. ¿Su gorra dice Lynyrd Skynyrd?
Madison sonrió.
—Sí que lo hace. —Ella ahuecó sus manos a su boca y gritó—. ¡Jueguen
Freeballs!
Golpeé su brazo.
—¡Es Freebird, tontita! ¡Jueguen Freebird! —rodé sobre mi lado y reí.
Ambas sucumbimos a risas nerviosas descontroladas durante varios minutos
llenos de lágrimas.
—¿Qué hacen ustedes mujeres bellas aquí solas? —Dos figuras de pie
contorneadas contra el resplandor del sol. Protegí mis ojos. No los reconocí. Se veían
como idiotas. Se dejaron caer en nuestras toallas—. ¿Les importa si nos unimos?
Fruncí el ceño.
—Uh, sí.
Idiota # 1 no parecía estar prestando atención. Estoy segura era normal para
él. Tenía un mohicano descuidado, y el resto de su pelo había crecido cerca de un
centímetro. Se veía terrible. Perfecto para él.
72 — ¿Ustedes van a SDU? —preguntó.
—Nosotros vamos a la estatal —Idiota #2 agregó. Tenía enormes dientes de
caballo. Se estaba refiriendo a la Universidad Estatal de San Diego, que había
aprendido estaba cerca de quince millas al sureste de SDU. Tenía una gran
reputación como escuela fiestera.
—Felicitaciones —dije sarcásticamente.
Ambos corrieron sus ojos sobre nosotras. Estaba lamentando llevar un bikini.
Me senté y crucé los brazos sobre mi pecho. Madison se sentó, cruzó las piernas y
apoyó los codos en las rodillas. ¿No podían estos tontos darse cuenta que nos
hacían sentir incómodas?
—Hace bastante calor aquí —El idiota de dientes de Caballo dijo.
—Saben, esta es una playa nudista, ¿verdad? —preguntó el Idiota del
Mohicano.
—Sí. —No lo sabía hasta que vimos a Freeballs, pero Mads y yo habíamos más
o menos calculado eso.
—Así que, ¿por qué no se quitan la ropa señoritas? —El Idiota de Dientes de
Caballo frunció el ceño, pero estoy bastante segura que era su versión de una
sonrisa.
—Ustedes están vistiendo trajes de baño —Madison se mofó.
—Puedo ir con eso —dijo el Idiota de Dientes de Caballo.
Mis ojos se abrieron como platos.
—¡Pero no te hagas ilusiones!
Se puso de pie, preparándose para empujar sus pantalones cortos con ambas
manos.
—¡El traje de baño se queda PUESTO! —grité.
Se sentó de nuevo.
—Sólo estaba bromeando —lloriqueó.
—Creo que es hora de que se vayan —dije con firmeza.
—Vamos, acabamos de llegar. —El Idiota del Mohicano acarició mi pie.
—¡Fuera! —Tiré de mi pierna rápidamente hasta que la removió.
—¡Calma! ¡No hay necesidad de jugar a hacerse la difícil!
—Fuera de aquí, chicos. —Traté de sonar imponente, pero el toque de
irritación en la voz reveló mi incertidumbre.
Un destello salvaje brilló en los ojos del Idiota del Mohicano. Sus labios se
curvaron sobre sus dientes amarillentos.
—Sabes que lo quieres.
—¿Samantha?
Alce la mirada a los ojos de Adonis. Sostenía una tabla de surf debajo de un
brazo tatuado. Al igual que su amigo, quien era alto, rubio y bronceado.
73 Supongo que los chicos guapos viajaban en manada. ¿Los cultivaban por
aquí?
Adonis y su amigo estaban empapados. Debían recién salir del agua. ¿Cómo
me perdí de Adonis montando las olas con los otros surfistas? Estaba genuinamente
emocionada de verlo. ¡No estaba en la cárcel!
—¡Hola, Adonis!
—¿Estos chicos están molestándote?
El Idiota de los Dientes de Caballo giro para mirarlos.
—¿Quién demonios eres tú?
—Tsk, tsk —reprendió Adonis con falsa diplomacia—. Lenguaje, caballero.
Lenguaje.
—Amigo, las vimos primero —el del mohicano dijo.
—¿Y qué? —el amigo surfista de Adonis dijo.
—Y, vete a la mierda, idiota —el del mohicano espetó.
¿Qué demonios? Adonis acababa de ser arrestado hace unas semanas. Estos
dos idiotas estaban buscando una pelea. Esa era la última cosa que Adonis
necesitaba. ¿Estaba mi presencia en su vida maldiciéndolo? Probablemente. No
sería la primera vez.
Taylor.
—Tranquilo, Jake —dijo Adonis a su amigo suavemente—. Estos chicos no
quieren problemas, ¿cierto? —Adonis inclino su cabeza y sonrió a los idiotas.
—A la mierda que no quieren —gruño Jake. No era tan musculoso como
Adonis, pero era alto y bien constituido. No la clase de chico con la que me imagine
alguien quisiera tener una pelea. Jake dejó caer su tabla de surf a la arena.
El del mohicano y los dientes de caballo tomaron un momento para evaluar
la situación. Mientras que ambos eran chicos grandes, el físico de ninguno se
acercaba a Jake o Adonis. Ambos eran suaves. Habían perdido la cabeza.
Jake tomó un paso hacia ellos.
—Salgan de aquí, o van a estar escupiendo dientes idiotas.
—Cálmate, hombre —chillo el del mohicano—. Nos vamos. —Él y su amigo se
levantaron rápidamente y se fueron a toda prisa.
Tan pronto como los idiotas se habían ido, me puse mi blusa. Me habían
dejado sintiéndome desnuda y nerviosa.
—¿Están bien? —preguntó Adonis con obvia preocupación.
—Sí, gracias. De nuevo. —Estaba genuinamente aliviada. Estoy segura que
nada terrible hubiera sucedido, incluso si Adonis y Jake no se hubieran aparecido.
Había demasiadas personas alrededor.
Estaba aliviada que no hubiera habido una pelea. Con mi suerte, Adonis
habría puesto a uno de esos idiotas en el hospital. Él definitivamente se veía capaz
de eso. Luego estaría en la cárcel seguramente, a causa mía. Quizás por un largo
74 tiempo. Lo último que quería era que se metiera en más peleas por mí.
Pero era lindo saber que alguien estaba cuidando de ti, alguien con un
cuerpo increíble. La forma en que el short de Adonis colgaba de sus estrechas
caderas me hacía retorcerme. Ya sabía lo que había en ellos, pero en todo lo que
podía enfocarme eran las hendiduras en sus caderas arriba de la pretina de su traje
de baño.
—¿Quién es tu amigo? —pregunto Madison. Ella miró a Jake de arriba abajo.
Estaba en celo.
Jake extendió su mano para estrechar la de ella.
—Jake Stratton.
—Madison. —Ella se inclinó hacia delante con más pecho de lo necesario. Era
descarada. No podía culparla. Jake era bastante caliente.
—¿Te importa si nos unimos a ustedes? —preguntó Adonis.
Me reí entre dientes.
—Seguro.
Inclinó un hoyuelo hacia mí.
—Prometo no tratar de tocarte. Sin tu permiso.
—¡Pervertido! —Estoy bastante segura que le daría permiso si preguntara. Pero
no iba a decirle eso. Esperaba que no preguntara.
Él y Jake se sentaron estilo indio en los extremos de nuestras toallas.
Desesperadamente quería preguntarle qué pasó con la policía, pero eso habría
sido totalmente grosero. No sabía lo que Jake sabia o no, y no sabía si Adonis le
gustaría hablar de eso delante de Madison tampoco.
—¿Cómo están las olas hoy? —preguntó Madison. Ella se inclinó hacia atrás
sobre sus codos, extendiendo sus piernas. Todo su cuerpo estaba en exhibición
para Jake. Él parecía estar disfrutando. Más valía que lo hiciera. Madison estaba
caliente.
—Decente —respondió Jake—. Tuvimos un par de flotadores.
—Pensé verte pasar y hacer algunas buenas antes —dijo Madison—. Eres
bobo de las piernas, ¿no es así?
Jake sonrió.
—Sí, ese era yo. ¿Surfeas?
—Por supuesto.
No tenía ni idea de lo que esos dos estaban hablando. Tal vez algún día Mads
me enseñara a surfear. Me giré hacia Adonis.
—No te he visto por el campus en un tiempo. ¿Está todo bien? —¡Pie en la
boca! ¡Por qué no solo me pongo de pie y apunto a él y grito cárcel, cárcel, cárcel!
Sentí vergüenza.
Adonis estaba tranquilo como podría estar.
75 —Sip. —Su sonrisa se amplió y desfundó sus hoyuelos mortales—. Ahora que
estoy aquí contigo.
Me obligué a romper su mirada. Así que miré sus abdominales. Movimiento
equivocado. Apreté mi boca cerrándola antes de lamer mis labios, o sus
abdominales. ¡Gulp! ¡Ayuda!
—¿Qué pasa con las uñas pintadas de negro? No recuerdo esas. ¿Te estás
haciendo gótica?
Crucé mis brazos sobre mi pecho, tratando de ocultar mis manos. ¿Por qué
tenía que ir y hablar de mis uñas?
Emo. Gótica. Bruja.
¿Había un camión de helados en alguna parte? Necesitaba un poco rápido.
Su sonrisa se amplió mientras examinaba mi cuerpo, haciéndome sentir más
cohibida.
—No recuerdo que estuvieras tan bronceada el día que nos conocimos —dijo
con admiración—. Es un buen aspecto para ti. Ahora te mezclas con los locales.
¡Me gustaba el sonido de eso! Mi impulso por helado se desvaneció.
—Oh, Mads me ha estado llevando a la playa todos los días. No puedo
creerlo. Nunca he estado bronceada en toda mi vida.
—¿No? ¿De dónde eres?
—D.C.
—Eso explica muchas cosas. —Se rio entre dientes.
—¡Se agradable! —Golpee su rodilla. Tenía una razón válida para tocarlo. Juro
no era un preludio para tocar más. Tenía que mantenerlo a raya. Como si… ¿Qué
se supone que significa eso, de todos modos?
—El primer día que te vi, estabas tanto como pez fuera del agua. Lo bueno es
que tenías un acompañante.
—¿Quién? ¿Tú?
Él asintió.
Me eché a reír.
—Sí, claro. Puedo cuidarme sola.
—¿Estás segura? —Él se rió.
Creo que en ese momento me volví clínicamente loca. No hay una
explicación racional para eso. Me incliné hacia adelante y trate de golpear a
Adonis en el hombro, pero él se inclinó hacia atrás al balancearme, haciendo
equivocarme. Caí encima de él.
Mi nariz estaba a centímetros de la suya. Estoy bastante segura que tenía los
poros más pequeños conocidos por el hombre, si tenía alguno en absoluto. De
cerca, sus ojos eran increíbles. Rompí mi mirada y miré a sus... labios. Se veían tan
suaves, tenía ganas de lamerlos con mi...
—¡Qué están haciendo ustedes dos! —Madison miro boquiabierta—. ¡Llama a
76 la policía de violación! ¡Jake, ayuda a tu amigo! Sam va hacer su voluntad con él.
—Todo se ve excelente desde donde estoy sentado. —Jake se rio entre
dientes—. ¿Necesitas ayuda, hermano?
—No, estoy bien. Solo tengo a esta hermosura encima de mí amenazando
con babear todo encima de mí. Nada que no pueda manejar.
Baje de él.
—¡Deja de burlarte de mí! —me enfadé.
Adonis estaba confundido.
—¿Quién se está burlando de ti?
—Me estas poniendo apodos.
—¿Qué? ¿Hermosura?
—Sí —me queje.
—Tienes un tornillo suelto, nena.
Me llamó nena. ¿Me desmayo? No. Mentiroso. Odio cuando los chicos me
mienten.
Adonis se recostó en sus brazos. Su pecho se flexionó y sobresalto. Oh dios. Él
me escudriñó.
—Ey, Jake.
—¿Sí?
—Soy yo, ¿o Samantha es una completa hermosura?
—¿De uno a diez? Le daría un nueve.
¿Eh? Miré detrás de mí en ambas direcciones. No podían estar hablando de
mí.
—Creo que estas yendo un poco lejos —dijo Adonis astutamente—. Yo la
llamaría un 8,75
—¿La? —me burle—. ¿Soy algo? Lo que sea. Idiotas.
Todos se rieron de mí.
—Debiste ver la expresión de tu cara —Madison rió—. Te veías como si alguien
hubiera roto tu casa de muñecas. Aprende a aceptar un cumplido. Eres preciosa.
Acéptalo.
Viniendo de Madison, pude como creerlo. Pero estaba bastante segura que
ella sólo quería construir mi confianza. Viniendo de Jake o Adonis, tenía que ser una
estratagema para meterse en mis pantalones para una emoción rápida.
No había otra explicación racional.
—Oh, amigo —dijo Jake ansiosamente—. Se me había olvidado que prometí
llevar fuera a mi señorita hoy. Ella ha estado esperando por mí durante más de una
hora. Tenemos que separarnos.
Madison me sonrió y rodo los ojos.
77 —Muy bien, vámonos —dijo Adonis—. Tómenlo con calma, señoritas. —Los
dos recogieron sus tablas de surf y corrieron por el sendero a las calles de arriba.
—Qué idiota —espeto Madison—. Debería haber sabido mejor. Ambos chicos
son demasiado buenos para ser verdad.
—Lo siento, Mads. Si lo hubiera sabido, te hubiera advertido. Que sorpresa. —
Estaba desanimada por Madison, y desanimada porque Adonis se había ido. ¿Por
qué tenía que seguir cayendo en mi vida sólo para saltar fuera de ella con la misma
rapidez?
Bienvenido a mi vida social de Trastorno por Déficit de Atención con
Hiperactividad. Protagonizada por Adonis, cuyo apellido ni siquiera sabía. ¿Por qué
me molestaba? Estaba mejor con él fuera de todos modos.
A pesar de la rapidez con la que Adonis entraba y salía de mi vida, me sentí
mucho mejor después de verlo, sabiendo que no estaba en la cárcel.
Esa noche, limpié mi esmalte de uñas negro antes de irme a la cama, y no
comí ningún helado en absoluto.
Estaba tan orgullosa de mí misma.
Esperaba que la sensación durara, y no se fuera tan rápido como lo hizo
Adonis.
Ocho
L
a mitad del semestre se acercaba con rapidez. Traté de estudiar con
Madison en la Biblioteca Central, pero estaba tan llena de gente que
no podía concentrarme. Terminamos en mi casa o en su lugar la mayor
parte del tiempo. Romeo y Kamiko estaban a menudo con nosotros,
pero cuando éramos cuatro, apenas estudiábamos y comíamos demasiado
helado. Mmmm. Chocolate de la masa de galletas. Quiero decir, está bien cuando
lo haces con amigos, ¿no?
Estaba estudiando Fundamentos de Contabilidad, así como historia
americana y Sociología, lo que me hacía no muy feliz. Era una prueba más de que
mis padres tenían razón. Sam la estudiosa. Esa era yo. Gag.
Dibujar era otra historia. Nosotros realmente no teníamos exámenes. En
cambio, el profesor Childress nos dio una evaluación durante las horas de oficina.
Debido a que todo el mundo tenía una amplia gama de habilidades, no era
realmente posible clasificar nuestro trabajo en términos de blanco y negro. No
había manera correcta o incorrecta para dibujar. Era más acerca de nuestro
78 progreso personal. Me gustó eso. Tuvimos que enviar a tres de nuestros mejores
dibujos del primer día de clase, y tres de la clase más reciente, para su revisión.
Llamé a la puerta abierta de la oficina del profesor Childress con mis dibujos
bajo el brazo.
—Adelante, Sam. —Se levantó y me estrechó la mano. Tal caballero. Su
oficina se parecía a una galería de museo de una sola habitación. Estaba llena de
estanterías de madera oscura llenos de libros de arte cuidadosamente dispuestos.
Había varias esculturas en su escritorio, los estantes, y cada otra superficie
horizontal. Colgando entre las estanterías había varias pinturas.
Las pinturas eran desnudos que recordaban a las poses de dibujo de la clase.
Eran realmente buenas. Me acerqué a una y la admiré.
—Wow, ¿quiénes hicieron todos estos cuadros? ¡Son impresionantes!
—Gracias. —Él sonrió cálidamente.
—¿Tú los hiciste? —Esperaba no sonaba demasiada escéptica.
—Sí.
—¡Eres la roca, profesor Childress! —Ahora estaba husmeando. Yo nunca lo
entendí bien.
—Muchas gracias, Sam. Lo intento, pero te aseguro, ninguna de estas pinturas
fue fácil.
Era tan humilde que me estaba matando.
—Me gustaría poder pintar tan bien como usted. Me refiero a dibujar. Yo
nunca he pintado nada antes.
—Tal vez deberías probar.
—¿La pintura ? De ninguna manera. Apenas puedo dibujar.
—Si no lo has probado, ¿cómo lo sabes?
Abrí la boca, luego la cerré. Me mordí el labio inferior y levanté las cejas.
—No sé, el dibujo es difícil. —Geesh, ¿no me suena a Barbie? Pero era la
verdad. El dibujo era una lucha, a diferencia de todas mis otras clases.
—Sí, lo es. Pero se hace más fácil, te lo prometo.
—Me gustaría que venga con la misma facilidad para mí como lo hizo la
contabilidad. ¿Necesito establecer un balance para usted? —Sonreí.
Él se rió y me guiñó un ojo.
—Si lo hago, usted será la primera persona que llame. —Él entrelazó los dedos
sobre la mesa y me miró por encima de sus gafas—. Por lo tanto, usted está aquí
para su evaluación.
—Sí. —Le entregué mis dibujos.
Él deslizó sus gafas en su lugar y los miró. Estaba bastante segura que iba a
decirme que yo chupé, que me ausenté de su clase, en lugar de arriesgarse a una
F.
—Su mejora es excepcional. Usted ha captado rápidamente los conceptos
79 que hemos demostrado durante la clase. —Él hojeó los dibujos—. He visto el
progreso notable de semana a semana.
—¿En serio? —Esa era una novedad para mí.
—Tienes talento, Sam. No puedes verlo, pero yo sí.
Ciega. ¿Qué?
—¿Has pensado en buscar un mentor de dibujo?
—No.
—Mientras que usted de hecho tiene un don para el dibujo, se necesita un
esfuerzo para desarrollar sus habilidades al siguiente nivel, así como la orientación
adecuada. ¿Está en arte?
—No, sólo como una materia optativa.
—¿Has pensado especializarte en ella?
¿Hablaba en serio?
—Uh, no realmente. Estoy con especialización en Contabilidad.
—Bueno, esa es una pregunta más grande para que usted reflexione en
profundidad. Por el momento, me gustaría sugerir un mentor. —Cogió un bloc de
papel y un bolígrafo y anotó algo—. Un mentor que expondrá con mayor
profundidad a una serie de principios artísticos que no tenemos tiempo para cubrir
en el transcurso de un solo término. Haga una cita para visitar su estudio. Creo que
usted encontrará que es fascinante ver cómo funciona un verdadero artista. —
Dobló el papel por la mitad y lo deslizó hacia mí—. Me pondré en contacto con él
y le voy a hacer saber que espera un correo electrónico de usted.
Lo tomé sin mirarlo. El Profesor Childress estaba más allá de humilde. Sobre la
base de sus pinturas que lo llamaría un verdadero artista. No podía imaginar algún
día ser capaz de pintar tan bien como él.
Tenía curiosidad acerca de este mentor, ya que si el profesor no tuvo en
cuenta su propia obra de arte increíble “real”, sólo podía preguntarse qué misterios
me esperaban en el estudio de arte del mentor.
—Es seguro decir que a partir de la mitad del semestre —dijo el profesor
Childress—, usted está sólidamente en un territorio, en lo que se refiere a su grado.
Creo que se puede ir mucho más allá de eso.
—¿Más allá de una A?
Él se rio entre dientes.
—Bueno, una A es el más alto grado. Pero yo estaba pensando en términos
de su potencial global.
—Gracias, Sr. Childress. —Me sonrió.
Se levantó y me estrechó la mano.
—Nos vemos en la clase.
Cuando salí a la calle. No creí que mis pies tocaron el suelo hasta que estaba
a mitad de camino por el pasillo.
80 Abrí el papel que el profesor me había dado. Tenía un nombre y una dirección
de correo electrónico.
Christos Manos.
¿Por qué ese nombre me suena familiar?
Estaba tan ocupada estudiando para mediados del semestre de la semana,
que casi me olvidé del mentor. Pero yo había grabado la nota en mi lámpara de
escritorio, así que no me olvidé.
Viernes por la tarde, después de mi último examen, envié un correo
electrónico rápido a Christos Manos. Esa noche, recibí una respuesta. Contenía la
dirección de una calle, y pidió: Venga el sábado. En la mañana. 13:00 horas
¿De dónde vino este individuo para pensar que mi agenda estaba totalmente
abierta? Quiero decir, lo era, pero aun así, hubiera sido agradable si él me hubiera
preguntado cuando estaba disponible.
El profesor Childress había llamado a este tipo Manos un “verdadero artista”
así que tal vez estaba muy concurrido. Tal vez tenía alguna galería o gran
espectáculo que se estaba preparando.
Artista estirado. Quizás este artista era cojo y yo estaba mejor en contabilidad.
Lo que sea, Debbie Downer. Yo sabía que estaba saltando a conclusiones y
hacer suposiciones precipitadas. El profesor Childress era agradable. Yo confiaba
en que no me sentaría con algunos mentores idiotas.
¿Christos será Manos así? Me imaginé a alguien como el profesor Childress,
pero más alto, con cabello fino y esos anteojos hipster del estilo de 1950, pero era
una suposición. No tenía forma de saberlo. Todo el asunto era tan incierto.
Llamé a Madison para el estímulo, la que afirmaba donas requeridas, así que
conduje a mi casa.
Caminamos a un lugar que había descubierto en mi barrio llamado tailandés
buñuelo. Hicieron los más asombrosos buñuelos de manzana que nunca.
Compramos uno cada una y nos fuimos a la playa con ellos.
Arranqué un bocado delicioso de mi churro y me lo metí en la boca. Todavía
estaba caliente. ¡Yum!
—¿Has visto a Jake desde la playa?
Madison tenía la boca llena de buñuelos de manzana. Se tapó la boca con
sus dedos.
—¿Quieres decir el chico de Lady?
—Literalmente.
—Por supuesto que no. Seguro que era coqueto conmigo, teniendo en
cuenta que tenía una cita con su chica de ese día.
—Los chicos son los perros. Estoy seguro de que tenían una cita doble con
Adonis y Tiffany, o lo que sea de plástico Playmate que está viendo esta semana.
Madison y yo habíamos descubierto que casi todo el mundo en la escuela
sabía quién era Tiffany. Al parecer a ella le gustaba hacer fiestas Delta Pi Delta en
el yate de su papá en el puerto. Y dile a todo el mundo al alcance del oído, si
81 estaban interesados o no.
—Oh, ¿sabes qué? —preguntó Madison, lamiendo el glaseado de canela de
sus dedos. —Vi a Adonis totalmente desairando a Tiffany en el campus, el otro día.
—¿Qué? ¿En serio?
—Sí. Tuve que mirar unas cosas en la Biblioteca Central, y Adonis estaba allí
con un par de chicas.
Fruncí el ceño y di un gran bocado de mi churro.
—Ese tipo siempre tiene un harén donde quiera que vaya. Es un jugador total.
—Hice una mueca mientras masticaba un gran fajo de doughiness grasos de
canela azucarada. ¿Qué me importaba si Adonis era un mujeriego, o con quién
salía? No era más que un conocido.
—Bueno, por lo que vi, Tiffany no está más en su harén. Ella estaba totalmente
colgada de él, y él le dio el apagado del cepillo. Ella era muy sensual y me enfurecí.
Las dos chicas fueron altaneras y rencorosas después de que Adonis se fue. Me di
cuenta que Tiffany estaba llorando.
—¿En serio? —Casi me sentí mal por ella—. Ella está mejor sin él. —Tenía dinero
de su papá de todos modos, o eso había oído.
—Bueno, yo pensé que te gustaría saberlo.
—¿Por qué me importa?
—¿En serio, Sam? Siempre estás hablando de Adonis. Es una obsesión.
—Totalmente no lo es.
—Sí. Uh-huh. —Ella sonrió.
Madison terminó el último bocado de su buñuelo de manzana y arrugó la
envoltura de papel encerado. Tiramos nuestra basura en uno de los botes de
basura a lo largo del camino de cemento y paseamos por las olas mojándonos los
pies en el océano. Yo llevaba chanclas más o menos las veinticuatro horas del día
los siete días de la semana en ese punto. El sol brillaba el oro por encima del
horizonte.
—Entonces, háblame de tu mentor. ¿Es él, como, un asesino en serie? ¿Tengo
que llamar a la policía si no oigo de ti por, cuánto, cuatro de mañana?
—Probablemente. Estoy segura de que se apaga la piel en la lona para la
pintura siguiente. Voy a ser inmortalizada en un museo al azar para todos los
tiempos. Asegúrate de visitarme y dejar flores al lado de cualquier lugar que me
pusieran y decir una oración por mí todos los años.
Madison se echó a reír.
—Al menos así serás famosa.
—La aburrida Sam Smith —murmuré—, muerta en la forma más artística
posible.
—Asegúrate de que firme el lienzo.
—¡Voy a estar muerta! ¿Cómo puedo hacer que firme?
82 —Dile que firme tus pechos antes de que te mate.
—Eres mórbida.
Madison puso los ojos.
—¿Qué?
—Él probablemente es súper desagradable.
—Entonces con más razón que va a firmar tu pecho.
Un perro marrón moteado con los oídos flojos llegó con velocidad por la playa
hacia nosotras, persiguiendo un frisbee. El perro saltó en el aire y atrapó el disco
volador justo en frente de nosotras, casi nos bolo abajo.
—¡Ven aquí, Lady ! ¡Casi matas a los dos! —Jake Stratton dijo mientras corría
hacia nosotros.
—Hey, Jake —le dije.
—Ven aquí, Lady. —Jake se puso en cuclillas sobre la arena mojada. El perro
corrió hacia él con el frisbee—. Esa es una buena chica. —El perro estaba
intentando todo lo posible para babear sobre todo Jake—. ¿Quién es una buena
chica? Eres una buena chica —él habló como bebé.
Madison me miró, sorprendida.
—¿Esa es Lady?
—Creo que nos hemos equivocado de él —murmuré—. Los pocos chicos por
ahí que no son los que tienen perros. Es por eso que nunca podemos encontrarlos.
Madison se arrodilló junto a Lady y Jake. Ella le sonrió.
—Hola.
—Hey.
—¿Esta debe ser tu perro, Lady?
—Así es. —Jake alborotó los oídos de Lady.
—Ella es hermosa. ¿Qué tipo de perro es?
—Un indicador de pelo corto alemán.
Lady se acarició contra Madison.
—¡Ella es tan amable!
—Tiene buen gusto —dijo Jake a Madison.
Jake y Madison intercambiaron una larga sonrisa.
Suspiro. Ahora todo el mundo se estaba enamorando, excepto yo. Lo que
sea. Yo estaba probablemente mejor sola.
Pero bien por Madison. Ella era una captura total. Lady, el perro volador, le
había cogido para Jake.
Tal vez lo que necesitaba era conseguir un perro volador.

83
Nueve
M
e desperté temprano la mañana del sábado e hice la lavandería,
que consistió principalmente en bikinis, camisetas y pantalones
cortos. Era casi de noviembre. ¿Así sería el otoño en San Diego?
Podría acostumbrarme a esto.
Cuando terminé mi ropa, tuve un almuerzo ligero, me puse un vestido de sol y
sandalias cómodas, luego me dirigí a la dirección de Christos Manos. Fue sólo un
par de kilómetros de distancia de mi apartamento.
La casa era más grande de lo que esperaba. Se encentraba ubicada en un
bosque de árboles. La arquitectura parecía normal, pero más vieja. No es un
McMansion moderna. El exterior estaba manchada de madera, pintadas o no
estucado.
Tenía múltiples historias, pero no era cuadrada. Era muy extendida. Playa chic
de la vieja escuela. Era hermosa.
Había una camioneta llena de madera de refacción y herramientas
estacionada en la calzada. Un tipo estaba en una escalera, trabajando en la casa.
84 Creo que él estaba reemplazando las tejas. Agarré mi mochila llena de útiles de
dibujo y salí de mi auto. Parecía que no había nadie en casa, excepto el tipo del
trabajo.
No había otros autos aparcados en la calzada.
Tal vez el tipo del trabajo sabía dónde estaba Christos Manos. Me acerqué a
la escalera.
—Disculpe, señor.
El chico martilló una teja. Wham, zas, zas. Tenía los brazos cubiertos de
tatuajes.
—¿Hola? —le pregunté entre golpes de martillo.
Se detuvo y me miró.
—¿Adonis? ¡Oh por Dios! ¿Qué estás haciendo aquí?
—Hey, Samantha. —Bajó por la escalera y se apoyó en ella en un brazo pulido.
Se secó el pelo de los ojos y ladeó su sonrisa de marca registrada. Todos los
músculos de su brazo flexionados y relajados en un patrón fascinante. Debió haber
sabido lo que estaba haciendo. Él no pudo hacerlo
—Así que, uh, ¿verdad, al igual que, trabajas aquí ?
—Así es.
—¿Eres un manitas o algo así?
Él no respondió. Su camisa estaba sucia y sudorosa. La respuesta era obvia.
Tenía muchas ganas de agarrar su material de la camisa y cavar mis dedos
en él, a continuación, tiré de él por encima de su cabeza y froté mis manos sobre
su sudoroso... Jeezus Pleezus, ¡que alguien llame a Control de Animales en MÍ!
Mi corazón se aceleró. Quería esconder mi cara, pero el autocontrol ganó y
yo fingí como si no fuera gran cosa.
—Um, ¿sabes dónde puedo encontrar al tipo que vive aquí? Se supone que
debo conocerlo aquí a la una.
Él sonrió e inclinó la cabeza en dirección a la entrada del patio.
—Adentro.
—Gracias. —Sabía que tenía que marcharme en ese punto y llamar a la
puerta, pero no pude. Seguí mirando a Adonis. Mi sonrisa se ensanchó. Lo de él
también. Me gustó eso.
Levantó las cejas con expectación. Cuando no respondí, él negó con la
cabeza, sonriendo, y se dirigió a su camioneta de trabajo.
—El timbre no se suena a sí mismo.
Oh. Cierto. Timbre de la puerta. Estaba aquí por el mentor. Yo interiormente
rodé los ojos a mí mismo y me acerqué a la puerta principal elaboradamente
tallada a mano. Pulsé el timbre. Después de un minuto, y nadie respondió.
¿Estaba en casa? ¿O fue a hacer un mandado?
85
—Toca de nuevo —dijo Adonis—. Él está aquí.
Yo lo hice. Unos minutos después, la puerta se abrió. Un hombre mayor estaba
delante de mí, nada de lo que esperaba.
Alto, guapo, pelo plateado corto, hombros anchos y ojos increíblemente
azules.
—¿Puedo ayudarla, señorita?
—Uh, ¿eres Christos Manos?
—No.
Mierda. Esa no era la respuesta que estaba buscando. ¿Estaba yo en la casa
equivocada? Comprobé el número de la calle que había escrito hacia abajo y lo
comparé con el número de la casa sobre la puerta. No, este era el lugar.
De repente nerviosa, me volví a Adonis para obtener ayuda. Tal vez él sabía
lo que estaba pasando. Pero Adonis estaba apoyado en la puerta del pasajero de
su camioneta, haciendo una cosa u otra.
Me volví hacia el anciano.
—Se supone que me debo encontrar con Christos Manos, el artista, aquí a la
una. Estoy bastante segura de que este lugar era el correcto. —Me sentí como una
idiota. El viejo claramente no simpatizaba con mi confusión.
Él me taladró con la mirada. Sus cejas se juntaron en un ceño fruncido.
—Christos —él gritó—. ¿Estás jugando una mala pasada a esta pobre chica?
¿Qué? Me di media vuelta otra vez. Adonis estaba detrás de mí, un puño en
la cadera ladeada. Parecía una especie de estatua de Miguel Ángel de David, o
uno de esos calendarios de bomberos atractivos. Él me sonrió.
Hoyuelos.
Creo que empecé a ovular antes de lo previsto.
—Espera. ¿Eres… eres Christos Manos? Pensé que te llamabas Adonis.
La sonrisa de Adonis se amplió sobre sus dientes blancos exquisitos. Dio un
paso más cerca de mí. Me sentía caliente por todas partes. Creo que hasta yo
estaba sudando entre mis dedos de los pies.
—¿Adonis ? —El anciano se rio entre dientes. —¿Qué le has estado diciendo
a esta pobre chica, Christos?
¿Mentiras? Debería haberlo sabido. Totalmente la clase A de un jugador
idiota. Me giré hacia atrás y adelante entre los dos de ellos.
—Adonis es su segundo nombre. Por aquí, él va por Christos.
—Estoy confundida. ¿Quién eres? —le pregunté al anciano.
Me tendió la mano.
—Soy Spiridon Manos. Abuelo de Christos. —Saludó. Su sonrisa era cálida,
amable y genuina. Me gustaba este hombre. Adonis, por otro lado...
86 Me giré y golpeé a Adonis en el brazo.
—Idiota —¡Qué brazo! Creo que podría haber herido mi mano. Se sentía como
golpear un tronco de árbol, excepto suave y lamible. Me imaginaba que sería
salado si tuviera que probarlo en ese mismo momento. Me giré hacia él de nuevo,
tratando de ocultar mi deseo.
Adonis retrocedió, fácilmente esquivando mi ataque.
Estaba irritada.
—¿Qué se supone que debo llamarte, ¿eh ?
Él sonrió, y bailó fuera de mi alcance.
—Puedes llamarme lo que quieras.
—¿Qué tal idiota?
—Menos eso. —Él se rio.
—¿Qué hay de cara de trasero?
—Tal vez no eso.
Levanté las cejas.
—Tengo una lista larga. ¿Quieres escuchar el resto?
—Tengo tiempo.
Divertido, Spiridon interrumpió nuestro duelo.
—Le advertí a mi hijo Nikolos no nombrar a mi nieto Adonis, aunque sólo era
un segundo nombre. Pero él y la madre de Christos eran firmes. Creo que ha sido
algo así como una profecía que se cumple desde entonces. —Spiridon sonrió—.
Pero por aquí, él es sólo Christos.
Me burlé de Adonis.
—Encantada de conocerte Christos. ¡Qué nombre tan bonito que tienes
Christos! ¿Es eso lo que todas las chicas te llaman? —Yo no estaba teniendo ningún
sentido.
—En realidad, ninguna de ellas me llaman así.
—¿En serio?
—Sí. Pero tú puedes. —Él me guiñó un ojo. ¿Huh? Espera un segundo. ¿Estaba
recibiendo privilegios especiales de la casa, de repente?
Spiridon envolvió con su brazo alrededor de los hombros de Adonis.
—¿Tal vez deberíamos ofrecer a la joven algo de beber en el interior antes de
que ambos comiencen un balanceo?
Disparé a Adonis una sonrisa de advertencia cuando entramos en la casa.
El interior era increíble. Más madera natural. Espacio abierto, las líneas
elegantes, grandes alfombras, vigas a la vista. Increíble.
El salón estaba lleno de numerosas pinturas. Grandes paisajes de todo tipo de
clima y las condiciones de iluminación. Eran increíbles. Varias me recordaron la
87 pintura de la costa cubierta de nubes que había visto en el museo de SDU, cuando
me topé con Adonis ese día. Espera, ¿Esa pintura había sido hecha por el abuelo
de Adonis? Debe ser. Quería salir de dudas.
—Sr. Manos, ¿ha pintado todas estas pinturas?
—Llámame Spiridon. —Se detuvo y metió las manos en los bolsillos de sus
pantalones cortos. Él levantó la mirada hacia las pinturas—. Sí.
—Usted es un artista increíble.
Suspiró.
—Lo fui.
Eso fue extraño.
—Creo que vi su pintura en el Museo de la Universidad de San Diego.
Él respondió al instante.
—¿Paraíso Cubierto?
—¡Sí! Eso es suyo, ¿no? ¡Es increíble, como si pudieras subir en el marco de la
imagen hacerla realidad!
Su cabeza cayó y él suspiró profundamente.
—Eso fue hace mucho tiempo. Sígueme. —Él se volvió bruscamente y salió de
la habitación. Lo seguí a la cocina. Adonis se arrastró detrás.
Spiridon abrió la nevera y sacó una jarra.
—¿Limonada recién exprimida? La hice esta mañana.
—Eso sería genial, gracias.
Sirvió tres vasos.
—¿No creo que me dieras tu nombre?
—Soy Samantha. Samantha Smith. La gente me llama Sam.
—Encantado de conocerte, Sam. —Él me dio un vaso. Tenía un sabor
maravilloso.
—¿Qué te trae por la casa? No es mi nieto, espero. —Me guiñó un ojo.
Spiridon le dio un vaso de limonada a Adonis, quien se inclinó casualmente contra
el marco de la puerta —yo todavía estaba pensando en él más como Adonis que
Christos—. Su lenguaje corporal me recordó mucho a Spiridon.
—En realidad, sí. Mi profesor de dibujo me recomendó a Adonis, er, Christos,
como un mentor. —Me iba a tomar un poco de esfuerzo dejar de llamarlo Adonis.
Spiridon soltó una carcajada.
—¿Mentor? ¿Qué mequetrefe en la universidad pensó que era una buena
idea?
¿Venir aquí fue una mala idea?
—¿El profesor Childress? —sugerí tentativamente.
Spiridon se cruzó de brazos casualmente sobre el pecho y se apoyó en el
88 mostrador de la cocina, su propia limonada colgando de una mano.
—Childress, ¿eh?
—¿Lo conoces?
—¿Walt? Se podría decir que sí. Walter Childress y yo nos conocemos desde
hace casi cuarenta años.
¿Era una cosa buena o mala? No lo podría decir. Miré a Adonis. Él era
inescrutable y parecía contento de escuchar. ¿Conocía la historia detrás de su
abuelo y el profesor Childress? Es difícil de decir.
Spiridon sonrió con nostalgia.
—No he hablado con Walt en años. —Tomó un sorbo de su limonada.
—Entonces, ¿Walt cree que mi nieto puede como mentor?
—Sí, eso es lo que dijo.
Él entrecerró los ojos.
—¿Eres una artista?
—Oh, Dios. En realidad no. Estoy con especialización en contabilidad. Acabo
de tomar dibujo como un electivo. —De repente me sentí como un fraude en torno
a un artista increíble como Spiridon Manos. Probablemente era hora de que me
fuera, así me podía dar mi fantasía adolescente acerca de ser un artista en un
entierro decente.
—Si Walt te envió aquí, él debe haber visto algo en su trabajo.
¿En serio? Ahora yo estaba totalmente confundida.
—No los molestaré más. Si quieres más limonada, está en la nevera. —Guardó
la jarra y salió de la cocina.
Me volví a Adonis, quiero decir Christos. Yo todavía estaba poniendo mal su
nombre en mi cabeza.
—Tú no me dijiste que eras un artista.
Sonrió.
—Nunca preguntaste.
—¿Y qué pasa con el nombre? ¿Adonis? ¿En serio?
—Es mi nombre de pila. ¿Qué quieres?
—Es tu segundo nombre. ¿Quién va por su segundo nombre?
—Hay un montón de personas.
—Pero, ¿por qué?
—Cuando me gradué de la escuela secundaria, quería reinventarme.
Yo podía entender eso. No tenía un segundo nombre genial para trabajar con
él. Era terrible.
—¿Cuál es tu nombre?
Genial.
89 —Es una estupidez.
—Estoy seguro de que es genial.
—Te vas a reír. No lo quiero decir.
—Vamos, tú puedes decírmelo. Estoy seguro de que está bien.
—¿Prométeme que no te vas a reír?
—Lo prometo.
—Anna.
Él levantó una ceja.
—¿Samantha Anna Smith? Suena como un eco.
—¡Me prometiste que no te ibas reír! —Si no fuera por esos hoyuelos, le hubiera
lanzado mi limonada en su rostro. Y, lo sabía muy bien, así que no quería
desperdiciarla en este idiota.
—Déjame ver si entiendo. ¿Tus iniciales son S. A. S.? ¿Sass? —Sonrió. —Tal vez
debería llamarte Sassy.
—Vamos, Christos —le rogué. —No te burles.
—Yo no soy —sonrió.
—Sí, pero tienes esa estúpida sonrisa en su cara.
—Sabes que te gusta —dijo con picardía.
—¿Qué, tu sonrisa tonta? Te ves como un burro. —En realidad no, pero no lo
admitiría.
Él se echó a reír.
—Me inclino como un caballo.
—Podrías. —Yo estaba sonriendo ahora. No podía evitarlo. Yo también estaba
más cerca de él de lo que pensaba. ¿Me había movido? Supongo que sí. Mi cuerpo
estaba haciendo todo tipo de cosas que yo no era consciente. Ya no podía ser
responsable de mis acciones.
Christos se movió contra el marco de la puerta.
—¿Has ido a la pista de carreras Del Mar?
Cada movimiento que hacía era ilegalmente sexy. Lo odiaba.
—¿Pista de carreras? No estoy realmente en los autos.
—Es caballos. Carreras de pura sangre. Mi familia tiene una membresía.
—¿Qué, apuestas a los ponis? ¿Tienes uno reservado?
Tiró su cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—He puesto algunas apuestas en mi tiempo. Pero no, es más elegante que
eso.
—¿Al igual que las cajas privadas y almuerzos de domingo con chicos con
chaquetas de esmoquin y guantes blancos que sirven mimosas o julepe de menta
a las mujeres de edad, con más de la cirugía plástica que un museo de cera? —
90 En general, no me gustaba nada que tuviera que ver con los clubes exclusivos de
cualquier especie.
Perra. Zorra. Puta.
—¿Puedo entender que tuviste una mala experiencia?
—No —mentí. Mi nariz inclinada hacia arriba.
—Está bien. —Sonrió astutamente, poco convencido—. De todos modos, voy
a la pista para estudiar los caballos. Mi padre solía llevarme allí cuando yo era un
niño, me enseñó cómo dibujar a los caballos. Son animales hermosos.
—¿Tu papá ? ¿Es que todos en tu familia son artistas?
—Más o menos.
—¿Vive tu padre aquí también?
Su rostro se ensombreció.
—No.
¿Yo había preguntado algo que no debería saber? Tomé un sorbo de mi
limonada para que pudiera evitar decir algo equivocado de nuevo. Era mi
especialidad, después de todo.
Diez
—¿E
stás lista para acompañarme? —preguntó Christos
abruptamente. Terminó el último trago de su limonada.
—Supongo que sí. —Finalmente estaba pensando
en él como Christos, aunque no estaba segura de si me
gustaba eso.
—Genial. Déjame agarrar algo. —Salió de la cocina y regresó un minuto
después, con una caja de lápices de colores. Del tipo grande con un montón de
colores—. Está bien, vamos a hacer un poco de arte.
Arrugué la nariz.
—¿Con esos? ¿No son los lápices de colores para niños?
—¿Estás diciendo que los niños no hacen arte?
—Bueno, quiero decir, no el arte de verdad.
Él arqueó las cejas.

91 —¿En serio? Espero que nunca se lo digas a cualquier niño. No me gustaría ver
sus caras tristes cuando les digas que sus dibujos de refrigerador no son arte. Vamos.
—Me llevó afuera.
—¡No quise decirlo de esa manera!
Él me devolvió la sonrisa mientras sostenía la puerta para mí.
—Después de ti.
—Todo un caballero.
—Sí.
—¿A dónde vamos?
—A hacer una obra de arte.
El camino cuesta abajo desde casa de Christos condujo hacia el centro de la
ciudad junto a la playa. Le seguí echando un vistazo, queriendo decir algo, pero lo
único que hizo fue sonreírme. En cierto modo me gustó.
Nos dimos la vuelta a un pasillo que conducía a la biblioteca de la ciudad.
—¿Qué estamos haciendo en la biblioteca? ¿Pensé que habías dicho que
íbamos a hacer un poco de arte?
Sostuvo la puerta para mí.
—Lo hice. Y lo haremos.
—No lo entiendo.
—Lo harás. —De esta manera. Me condujo a través de la biblioteca a una de
las salas de reuniones. La puerta estaba abierta y un montón de niños estaban en
el interior. Había un cartel pegado en la puerta que decía "Dibujo con Christos
13:30".
—Después de ti —dijo.
Entré en la habitación y Christos me siguió. Cuando los niños le vieron, se
volvieron locos.
—Christos —gritaron todos.
Me sentí como un ciervo ante los faros. ¿Qué diablos se supone que debo
hacer? Salté cuando sentí la mano de Christos en mi espalda.
Se inclinó y murmuró en mi oído.
—Sigue mi ejemplo. Vas a estar bien.
Se acercó a la parte delantera de la habitación y me uní a él. Estar frente a
muchas personas, incluso si eran niños, me ponían nerviosa.
Christos esbozó una enorme sonrisa.
—¡Hola a todos¡
—¡Hola Christos! —dijeron los niños a coro.
—¡Saluden a mi amiga Samantha! —Hizo un gesto hacia mí.
—¡Hola Samantha! —dijeron todos.
92 Me sonrojé de pies a cabeza.
—¿Quién quiere dibujar hoy? —preguntó Christos.
—¡Nosotros! —vitorearon.
Me di cuenta que los niños tenían papel en blanco en frente de ellos. Cajas
de lápices de colores desparramados entre ellos en las mesas.
—Muy bien. ¿Todos saben dibujar una nube?
—Sí —gritaron.
—Escojan un color, cualquiera, y ¡empiecen a dibujar!
Los niños estaban emocionados mientras buscaban a través de las cajas de
crayones y elegían colores.
Christos estaba a punto de alejarse de mí cuando siseé.
—¿Qué hago yo?
—Ayuda.
—¿Qué significa eso?
—Ya sabes cómo dibujar una nube, ¿verdad?
Puse los ojos en blanco.
—Por supuesto.
—Entonces, ayúdalos a dibujar. —Me guiñó un ojo—. Pero no seas demasiado
duro con ellos. No les digas que lo que están haciendo no es arte. —Sonrió.
Arrugué nariz y esbocé una mueca de desprecio hacia él. Yo sabía que no
debía decirles a los niños algo así. ¿Estaba tratando de hacer un punto? Algo
entendía.
Christos y yo caminamos por la habitación, ayudando a los niños.
Algunos niños hacían las nubes amarillas, otros verdes; había nubes que
parecían garabatos, otras rectangulares. No les importaba. Los niños se divertían
mucho, y proyectaban su alegría con tanta libertad, que se impregnó mi
inseguridad crítica.
Me lo pasé genial. No estaba preocupada porque nadie hiciera nada
“correctamente”. Un ambiente muy diferente al de la clase de dibujo en la SDU.
No había presión.
Durante la hora siguiente, Christos les hizo añadir el sol, sus hogares, familia,
mascotas, y todo lo que quisieran. Un niño añadió un dragón cepillándose los
dientes; otro agregó un avión con una rana como piloto. Una linda niña con coletas
se irguió montando un unicornio que saltaba sobre un arcoíris. Yo no había hecho
nada como esto desde la escuela primaria. ¿Por qué me había detenido?
En varios momentos, miré a Christos con los niños. Estaba tan divertido como
ellos. Ellos obviamente lo amaban. Felicitó a cada uno, les dijo lo maravilloso que
eran sus dibujos, sin importar lo bueno o malo que podría haberlo considerado. Él
era natural.
93 Un niño le preguntó a Christos sobre sus tatuajes.
—¿Por qué tienes dibujos en los brazos?
—Porque me encanta tanto el arte, que dibujo en todo lo que puedo. ¡Incluso
mis brazos!
—¿Tu mamá te hace lavarlos?
Christos se rió entre dientes.
—No.
El muchacho frotó un dedo a través de los tatuajes Christos.
—Eso es bueno. Apuesto a que son difíciles de borrar.
—Lo son.
—Tengo una muy buena goma de borrar en mi casa, si quieres te la presto —
dijo el chico con entusiasmo.
—Gracias, Benji. Lo tendré en mente.
¿Era éste el mismo hombre que había conocido en la universidad? ¿El hombre
de las chicas? Tal vez era apropiado que tuviera dos nombres. Una doble
personalidad no estaba fuera de cuestión con Christos Adonis Manos. El bueno:
Christos. El malo: Adonis.
Tendría que permanecer en guardia con él. ¿O debería decir, ellos? Debido
a que este tipo Christos parecía demasiado bueno para ser verdad. Me pregunté
cuánto tiempo le tomaría a Adonis para que apareciera de vuelta.
—Se acabó el tiempo —dijo Christos al final de la hora.
—¡No! —gimieron los chicos. Muchos de ellos encorvado en la derrota más
absoluta.
—No te preocupes, voy a estar aquí el próximo sábado.
—¡Eso es un millón de años a partir de ahora! —declaró una niña.
—Puedes lograrlo, Emily.
Emily suspiró como si estuviera suspirando su último aliento.
Nos despedimos de los niños y salimos. Una de las bibliotecarias estaba
esperando a Christos. Era canosa y muy atenta.
—Siempre haces un trabajo maravilloso con los niños —dijo.
—Gracias, Sra. Elders.
—Somos muy afortunados de tenerte. —Se volvió hacia mí—. ¿Quién es tu
amiga?
¿Por qué me gustó tanto que la Sra. Elders me llamara amiga de Christos?
—Esta es Samantha. Conoce a la Sra. Elders.
Nos dimos la mano.
—Encantada de conocerte.
—¿Vas a volver con Christos la próxima vez? Eché un vistazo. Eres natural.
94 —Ah, ¿sí?
—Sí, ustedes dos son un equipo fantástico. Hacen una gran pareja.
Me sonrojé de nuevo y miré a mis pies. Estaba tan superada por la declaración
inofensiva, que me olvidé de comprobar si había reacción en Christos.
Cuando lo hice, él ya estaba con su sonrisa habitual.
—Gracias, Sra. Elders.
—Saluda a tu abuelo por mí.
—Lo haré.
Caminamos afuera, hacia sol de San Diego.

—¿Y ahora qué? —Desesperadamente esperaba que esto no fuera el final de


nuestra primera sesión de tutoría.
Levantó la caja de lápices de colores, y un poco de papel blanco que había
tomado de la biblioteca.
—Ahora nos toca hacer algo de arte.
Golpeé ligeramente su brazo.
—Pensé que lo acabamos de hacer.
—Hemos ayudado. Ahora tienes que incorporar lo que aprendiste de los niños
en tu propia arte.
No estaba segura de cómo se supone que funcionaba, pero estaba en el
juego.
Caminamos hasta el paseo marítimo y fuimos a una cafetería con mesas al
aire libre. La gente trabajando en el mostrador obviamente conocía a Christos, en
especial la chica adolescente que trabajaba el registro. Ella lo aduló.
Pedimos unas bebidas. Pedí un refresco italiano y él pidió un té helado, e
insistió en pagar ambos. Nos sentamos en una mesa justo en el paseo marítimo.
Cientos de personas de todas las edades caminaban, andaban en patines, o
montaban en bicicleta. ¿Esto era octubre? Con un tiempo como éste, nunca iba
a volver a D.C.
Christos abrió la caja de lápices de colores y me lo ofreció. Escogí uno.
—¿Qué hago?
—Haz arte.
Dudé.
—No pienses en ello. Es lo que hicieron esos chicos. Recuerda, no hay reglas.
Tomó un color de la caja e hizo una forma aleatoria, luego tomó otro color e
hizo otra forma aleatoria alrededor de la primera. Luego tomó un tercer color e hizo
95 lo mismo.
Yo podría hacer eso.
—¿Puedes darme un pedazo de papel?
—Usa el mío.
—¿Qué?
—Dibuja en el mío. Estamos haciendo una obra de arte juntos.
Nunca había hecho eso antes. Sonaba como diversión, pero tenía miedo de
que mi parte no fuera muy buena.
Él dejó de dibujar y me miró a través de sus pestañas.
—Vamos, dibuja, Samantha. No hay manera de hacerlo mal. —Sus ojos tenían
una fuerza propia. En este caso, no me facilitaban los nervios. Los acentuaban—.
Relájate. No hay calificación. Nadie va a decir que no es lo suficientemente bueno.
Estamos coloreando.
—¿Al igual que en tercer grado?
—Así es. —Sonrió, y escogió otro color—. Formas y colores. No hay reglas.
Empecé a pintar.
Nos bebimos nuestras bebidas y agregamos a nuestro dibujo comunal forma
por forma. Cuando nuestras bebidas se vaciaron, nuestro dibujo estaba terminado.
Me senté y miré. Era una colección al azar formas, líneas y colores. Pero tenían un
orden, y me gustó.
Levantó las cejas y sonrió.
—¿Ves? Arte.
—¿Eso es arte? —Estaba escéptica.
—¿Estás tratando de decirme que no lo es?
—Bueno, algo así.
Él se echó a reír.
—Voy a tener que llevarte a ver una obra de arte abstracto.
—¿No es el arte abstracto de la clase que todo el mundo dice: Mi hijo podría
hacer eso?
Christos frunció el ceño y sonrió a la vez.
—No se lo digas a mi padre. Te romperá los dientes.
—¿Tu padre golpea a las mujeres? —bromeé.
Christos rodó los ojos.
—No. Pero probablemente te echaría a la piscina más cercana si te
escuchara destrozar el arte abstracto.
—¿Por qué?
—Eso es lo que pinta. Abstracto.
—Oh. —Me sorprendió drásticamente los diferentes comportamientos de
96 Christos en relación con el tema de su padre.
Cuando lo había mencionado en la casa, Christos parecía tenso. Ahora era
entusiasta. Supongo que cada uno tenía sentimientos encontrados acerca de sus
padres, o cualquier persona que amaba.
—¿Vi alguna de tu papa en tu casa?
—¿Te refieres a la casa de mi abuelo?
—Sí.
—No. Pero es posible que haya visto algo de su trabajo en el museo SDU.
—Oh. Tal vez lo hice.
—¿Te acuerdas de ese enorme pintura de los cuadrados de color marrón y
gris, con los acentos de color rojo brillante y naranja?
—¿Te refieres al que ocupaba toda una pared?
—Si. Ese es de mi papá.
—Oh. ¿Está tu padre en San Diego también?
Christos frunció en rostro.
—En algún lugar. —Tragó un poco de té helado.
—Hey, ¡Adonis! —Una chica hermosa que llevaba un sujetador deportivo,
pantalón corto de lycra, almohadillas y patines giró en el paseo marítimo de
cemento junto a nuestra mesa.
—Hey, Paisley. —Adonis sonrió.
—¿Dónde has estado? ¡No te he visto hace mucho! —Ella se inclinó sobre la
barandilla y abrazó a Christos. Entonces le dio un beso en la comisura de su boca.
El beso duró más de un Hollywood beso, pero no fue como esos, tampoco.
¿He mencionado que Paisley tiene un cuerpo perfecto? ¿El tipo de cuerpo
de las famosas actrices contratadas por su trasero? ¿Estoy hablando de un trasero
acrobático y las piernas doblemente perfectas? Sí, la odiaba. Perra total.
—He estado muy ocupado —respondió Christos.
Paisley se volvió hacia mí.
—Hola, soy Paisley. —Me ofreció la mano.
—Sam. —La sacudí, haciendo mi mejor esfuerzo para disimular mi ira.
Echó un vistazo al dibujo. Yo quería ocultarlo. Me sentí estúpida de repente.
Paisley me miró directamente.
—¿Qué estaban haciendo
—Uh, coloreando —murmuré.
—¡Eso es impresionante! ¿Tú hiciste esto?
—Lo hicimos —le dije, un poco a la defensiva.
—¡Me encanta! Totalmente me encanta colorear. —Miró Christos—. ¿Por qué
nunca hemos coloreado, Christos? ¡Parece divertido!
97
¿Alguien tiene un matamoscas para Paisley?
—Es para la escuela —ofreció Christos—. Estoy enseñando a Samantha sobre
el arte abstracto.
—Oh —dijo Paisley, confundida—. ¿Suena divertido? —Ella me miró.
—Sí, Chr… quiero decir, Adonis, es un gran maestro. —Sentí como que no
quería compartir su nombre con ella.
Los ojos de Paisley brillaban y se mordió el labio inferior perfectamente
regordete.
—¡Sí que lo es!
¿Por qué pensaba que Paisley se estaba refiriendo a algo distinto que
colorear?
—Lo siento chicos, estoy en el medio de mi trabajo. ¡Tengo que irme! —Abrazó
a Christos de nuevo y presionó su mejilla contra la de él—. Fue tan bueno verte
Adonis. Totalmente deberías llamarme.
—Me alegro de verte también, Paise.
¿Paise? Gag.
—¿Necesitas mi número otra vez?
—Todavía lo tengo.
—Está bien. Gusto en conocerte, Sam. ¡Nos vemos más tarde! —Se alejó. Su
trasero parecía perfecto mientras movía sus piernas perfectas. Ella no era una puta,
pero todavía la odiaba.
Me volví hacia Christos. Hice una mueca.
—¿Quién es Paisley?
—Una vieja amiga.
—Claro.
Christos se rió entre dientes.
—¿Celosa
—¡No! Más o menos. Tiene un cuerpo increíble. Quiero decir, no soy gay, pero
esa chica tiene un cuerpo de catálogo de trajes de baño.
—Sí, así es. —Christos se reclinó en su silla y cruzó las manos detrás de la
cabeza. Sus músculos flexionándose por arte de magia.
No creo que él estuviera tratando de enojarme, pero lo hizo de todos modos.
Le lancé un crayón.
—Idiota.
—¿Yo?
—¡Sí, tú!
98
—¿Porque conozco a Paisley?
—¡Sí!
—¿Cómo es que eso me hace un idiota?
—Simplemente lo hace. —Crucé los brazos e hice un puchero.
—Nunca he llevado a Paisley a colorear antes. ¿Eso te hace sentir mejor?
Sorprendentemente, lo hizo.
—Estoy segura de que ella no tiene tiempo de colorear entre su trabajo de
veinticuatro horas.
—Eso es más cierto de lo que crees. —Él separó las manos y apoyó los
antebrazos musculosos, tatuados sobre la superficie de la mesa—. ¿Quieres hacer
otro dibujo?
—¡Sí!
—Deja que agarre otro refresco. ¿Lo mismo?
—Sí. ¡Por favor!
Terminamos nuestro segundo dibujo. Fue tan divertido como el primero.
Después, caminamos por la carretera hacia su casa.

* * *
Nos pusimos de pie en su camino de entrada, cerca de mi VW. Había estado
con él durante mucho tiempo hoy. Estoy seguro de que tenía planes. Con Paisley,
u otra de las supermodelos que conocía íntimamente. Pero era reacia a irme.
—¿Tienes hambre?
—Un poco.
—¿Quieres que te prepare un bocadillo?
—¡Claro!
Entramos a la cocina.
—Toma asiento. Esto tomará unos minutos. ¿Quieres algo para beber?
—Estoy bien.
Procedió a sacar un procesador de alimentos y diversos ingredientes. Los
preparo rápidamente. Luego abrió una lata de garbanzos, y los metió. Cuando
termino, metió todo en un tazón pequeño, y coloco el recipiente sobre un plato
con triángulos.
—¿Te gusta el hummus?
—No lo sé. Nunca lo he comido.
—Lo tendrás en un segundo. —Él sumergió un trozo de pan en el hummus y
me lo entregó.
99
Comí un bocado.
—Mmm, ¡eso es realmente bueno! ¿Qué tipo de pan es este?
—Pan de pita. Tienen de todo lo que quieras. —Él agarró un plato de la nevera
y le saco la envoltura de plástico fuera—. ¿Dolma?
Me quedé mirando el plato. Parecían un grupo de cosas verdes, o algo que
el gato vomitó. Hice una mueca.
—Uh, ¿no gracias?
—Nunca has tenido uno, ¿verdad?
—No, y no estoy a punto de comenzar.
Se metió uno en la boca y lo masticó con evidente placer.
Casi me atraganté, pero no quería ser grosera.
—Son muy buenos.
—Lo que tú digas.
Me ofreció uno.
—Pruébalo. Te va a gustar.
—¿Tienes un lavado de estómago a la mano?
Él se rió entre dientes.
—Es bueno.
Lo miré dudando.
—Pruébalo. Te prometo que es bueno.
—¿Me lo prometes?
—No estoy mintiendo, pruébalo.
Me incliné hacia delante para tomar un bocado. ¿Me estaba alimentando?
Normalmente lo consideraría romance. Pero él me acercó mierda de mono verde
a mi rostro. Olí experimentalmente. ¿Era aceite de oliva? Eso me hizo pensar en las
mulas de drogas internacionales tragando bolas de hachís envueltas en plástico,
recubierto en aceite de oliva para tomarla con más facilidad. Y después
expulsarlas. Casi lancé mi hummus.
Él se echó a reír.
—Es hojas de parra rellenas de carne, arroz y especias. Es bueno, en serio.
—Necesito un vaso de agua en primer lugar. Para un chupito.
—Deja que te traiga uno. —Llenó uno en el grifo y lo dejó sobre la mesa—.
Cuando estés preparada.
Tragué saliva y me aclaré la garganta. Él me lo acerco de nuevo para que lo
mordiera. Hice una mueca mientras cautelosamente lo tocaba con los dientes.
Tenía miedo de poner mis labios en él. Traté de no inhalar, miedo de lo que olería.
Cuando lo mordí, alejé la mitad restante. Mastiqué.
—¡Hey! ¡Esto es realmente bueno! Un poco viscoso, pero bueno.
100
—¿Ves? —Se metió el otro en la boca.
—¿Hiciste esto también?
—Yup. Receta familiar.
—Eres todo un chef.
—Eso es lo que las chicas me dicen —se burló.
—¿Quieres decir cómo Paisley?
—Nunca he cocinado para Paisley.
—¿En serio? —Me sorprendió.
—Nunca podía encontrar el tiempo para cocinar. En la cocina de todos
modos. —Sus párpados bajaron mientras mentalmente recordaba.
No debería haber preguntado.
—La salvaje de Paisley. —Se rió para sus adentros—. Ella es una buena chica,
pero salvaje. Una especie de tornado. En un buen camino.
Me imaginé a mí misma lanzándole el dolma en su rostro. Un tornado de
dolma. Puesto que no fue hecho de mierda después de todo, no creo que le
molestaría. Pero no quería iniciar una guerra de comida.
—Eres tan linda cuando estás celosa. —Sonrió.
—¡No estoy celosa!
—Tu ceño dice que sí.
—¡No estoy con el ceño fruncido!
—¿Quieres que te dé un espejo?
—Come otra dolma. —Tomé uno y realmente se lo metí en la boca. Él
felizmente la abrió para comerlo.
Esto me tomó por sorpresa, y tiró de mi mano, pero se inclinó hacia delante.
Cerró la boca alrededor del dolma y sus labios se deslizaron sobre mis dedos. Sentí
al menos 1.000 voltios de electricidad en mi brazo. Mi corazón se aceleró y me
quede sin aliento.
—Mmm, delicioso —murmuró.
¿Se refería al dolma, o mis dedos? Basada en su sonrisa maliciosa, iría con los
dedos. Necesitaba cambiar de tema antes de que él me lamiera los dedos o
cualquier otra parte del cuerpo, otra vez.
—Por lo tanto, Christos. ¿Eres un estudiante en la SDU?
Él se echó hacia atrás en su silla, masticando. Levantó un dedo mientras
masticaba. Cuando terminó, habló. Era tan bien educado.
—Sí. Graduado. De arte.
—¿Eres un estudiante de doctorado? ¿Cuántos años tienes?
—Veintidós.
101 —¿Fuiste a la SDU para la licenciatura?
—Si. Una especie de cosa de familia. Mi papá fue, y mi abuelo dio clases allí.
—¿Es esa la forma en que tu abuelo conoce al profesor Childress?
—Así es. —Se metió otro dolma en la boca. ¿Cuánto podía comer este tipo?
Esperé más de la historia acerca de la conexión entre el profesor Childress y
Spiridon Manos, pero no estaba recibiendo nada.
Moje una rebanada de pan de pita en el hummus. Fue yummilicious.
Vi una sonrisa en el rostro Christos. Miró fijamente mis labios y lamió los de él.
—¿Qué? —Mis mejillas se sonrojaron.
—¿Puedo? —Hablaba en voz baja, sin embargo, yo sentía su voz profunda
vibrar mi pecho. Se inclinó hacia adelante, lamiendo sus labios de nuevo.
—¿Puedes qué? —De repente me sentí asustada y emocionada. Nos
sentamos en la esquina de la mesa, por lo que su rostro estaba a menos de un
centímetro del mío. Sus ojos me devoraban. Se movían entre los míos y mis labios.
Me quedé helada. ¡OMD! ¿Iba a darme un beso?
Alzó una mano y acarició con su pulgar mis labios. Oh Dios, estaba a punto
de deslizarme de la silla al suelo.
—Humus. —Me mostró un poco de humus en su pulgar. Luego le pasó la
lengua, saboreándolo.
Creo que mi corazón se volvió humus mientras veía su lengua deslizándose
sobre su pulgar de esa manera.
¿Por qué no podía haber lamido el humus directamente de mis labios, en vez
del pulgar? Me estremecí.
Christos se levantó, puso los dolmas restantes en la nevera, y enjuago los platos
en el fregadero.
¿Cómo se las arregló para hacer todos sus movimientos de manera
totalmente sexy? ¿Incluso su cortesía? Él era el experto sexy. A sexpert regular. Me
burlé internamente.
—Probablemente debería volver a trabajar —dijo.
—¿Trabajar?
—En mi estudio. Tengo algunas pinturas en las que estoy trabajando.
—¡Me encantaría verlas!
—La próxima vez.
¿La próxima vez? Me gustaba el sonido de eso.
—Lo siento, estoy siendo egoísta. Estoy segura de que tienes un montón de
cosas importantes que hacer.
—Ven próximo fin de semana, a la misma hora, y tal vez te mostraré. —Sonrió.
—¡Es una cita! Er… me refiero plan. —¿Qué tan desesperada hizo ese sonido?
Estúpida.
102
Me sonrió con su sonrisa totalmente segura.
Me acompañó a mi coche. Casi le dije que tuve un gran momento, pero eso
habría sonado demasiado igual que la cita.
Abrió la puerta de mi coche para mí y la sostuvo. Estaba a punto de entrar,
pero me detuve. Me volví hacia él.
A la mierda. Iba a decirlo.
—La pase muy bien.
Él sonrió con esa gran sonrisa.
—Bueno. El arte debe ser divertido.
Estaba tan cerca de mí, estaba agradecida que la puerta del coche se
interpusiera entre nosotros. De lo contrario, creo que hubiera caído sobre él como
un vampiro sediento. Él hacía difícil para una chica mantener su decoro. Tenía que
pensar en algo ingenioso que decir para romper la tensión.
—Si. —¡Oh! ¿Eso fue todo?
¿Se estaba inclinando más a mí? ¿Estaba a punto de darme un beso, una
entrega especial? Me eché hacia atrás. ¿Se inclinó más? No, creo que la Tierra se
inclinó, me empujaba en dirección a él.
Entonces el planeta se derrumbó y todo se derrumbó bajo mis pies. Mi corazón
se aceleró y el IT cayó a mi alrededor.
Emo. Gótica. Bruja. Hechicera.
Perra. Zorra. Puta.
Suicida.
Era un momento como éste que había comenzado todo hacía dos años
antes. El desastre, la tragedia, el dolor.
Provocadora.
El rostro de Christos se frunció con preocupación.
—¿Estás bien? Estas pálida justo ahora.
Taylor.
Asentí, pero mi garganta estaba bloqueada y no podía hablar.
—¿Es necesario que te sientes en el interior por un minuto?
Negué y me aclaré la garganta.
—Tengo que irme. —Hice una mueca hacia él en tono de disculpa.
—¿Estás segura? ¿Estás bien para conducir?
—Sí —dije con voz ronca. Me senté en el coche y tiré de la puerta. Él la soltó—
. Lo siento —le susurré.
Se puso de pie con las manos en las caderas, mirándome de nuevo
alejándome de la calzada. La confusión en su rostro.
Manejé unas tres cuadras antes de estacionar en la calle lateral. Lloré y sollocé
103 hasta que sentí fuertes dolores en las costillas cada vez que tosía.
No sé cuánto tiempo pasó, pero fue bastante. Cuando me calmé, miré mi
rostro en el visor del espejo. Me veía como una ruina. Mis ojos estaban hinchados y
rojos. Eso me hizo llorar otra vez, no sé por qué.
Cuando supe que finalmente terminé, me dirigí a casa. Me tomó todo lo que
tenía para no sumergirme en el congelador con mi cuchara y pasar por todo mi
helado restante.
En cambio, me metí en la cama y dormí durante horas. Me desperté a media
noche y me hice un sándwich.
Después de que comí, me di una ducha. Me puse de pie bajo el agua
caliente. Esperaba calmarme en algún punto, pero nunca lo hice. Finalmente, salí
y me fui a la cama.
Once
A
la mañana siguiente, alguien golpeó a mi puerta. Me arrastré fuera de
la cama y miré por la mirilla. Era Madison. Tiré de la puerta para abrirla.
—¿Qué?
—¡Sam! ¡Pensé que estabas muerta!
—¿Eh? —Abrí la puerta mosquitera y la dejé entrar. Ella caminó campante por
delante de mí con una bolsa de papel en una mano y una caja de cartón con dos
cafés en la otra.
—Te he llamado por lo menos cuarenta veces anoche. Estaba segura de que
habías sido asesinada por algún homicida en serie. —Mi teléfono estaba en la mesa
de café. Lo recogí.
—¿Cuántos textos enviaste?
—No lo sé. ¿Cinco mil?
—Por lo menos.
104
—Muy bien, así que no estás muerta. Eso es bueno. —Me agarró por los
brazos—. ¿Él te violó? —Parecía medio en serio, medio en broma. La mezcla
perfecta. Madison siempre sabía cómo animarme.
—No, mi virtud está intacta.
—Bueno, algo menos. Café. —Tendió la caja hacia mí—. El tuyo es el de
delante.
Lo tomé.
—Bocadillos. —Extendió la bolsa hacia mí.
—¿Buñuelos de manzana?
—Por supuesto. Compré tres. En caso de que quisiéramos más de uno de cada
uno.
—Eres la mejor, Mads. —Ella se sentó en el sofá.
—Cuenta, perra. ¿Qué diablos pasó ayer? —Me senté a su lado y tomé un
sorbo de café. Totalmente lo que necesitaba. Toneladas de crema. Abrí la bolsa,
saqué un buñuelo y empecé a masticarlo—. Menos comer, más hablar —ordenó
Madison.
—Nunca vas a creer esto.
—¿Era como, totalmente viejo y asqueroso? Los mentores son así
usualmente. ¿Te ató en su sótano y apenas escapaste con vida?
Me había dado cuenta de que Perfecta Paisley, Tiffany y Skylar habían
llamado a Christos por su segundo nombre. Adonis. Las únicas personas que lo
llamaban Christos eran su abuelo y los niños en la biblioteca. Bueno, y la señora
Elders, la bibliotecaria. Pero todas sus Chicas Calientes en Espera lo llamaban
Adonis. Se sentía especial llamarlo Christos. No sé si él sentía lo mismo. Pero no
quería echar a perder la magia por decírselo a la gente, incluso a Madison. Era
como un deseo de cumpleaños que no quería arruinar.
—Mi mentor es Adonis.
Madison parpadeó.
—¿Quién?
—¿Caliente Ciclista GQ?
—¿Qué?
—¿Ojos azules? —Ella negó—. Vamos, Mads. Sabes de quién estoy hablando.
—Eso no es posible. Los mentores no son el tipo más caliente en el estado,
menos en toda la costa oeste.
—Sí. Adonis lo es. —Su duda finalmente se derrumbó, sustituida por entusiasmo
loco.

105 —¡Eso es una locura! —El entusiasmo de Madison es adictivo. Todo mi dolor de
anoche es arrastrado por la marea irresistible de su optimismo.
—Sí, lo sé, ¿verdad? Locamente Adonis.
Madison arranca un trozo de buñuelo de manzana.
—¿Qué hacen cuando están juntos? Necesito más detalles. —Le conté todo
sobre mi día con él. Madison tomó un sorbo de café—. Caray, suena como si
hubieran tenido una cita, no una sesión de tutoría.
—Lo sé. —No quería decirlo en voz alta, pero si Mads lo hacía, no iba a
detenerla.
—Tal vez tú y yo podamos duplicar las citas con Jake y Adonis.
Me gustaba el sonido de eso.
—¿Has llamado a Jake desde que lo vimos en la playa?
—Sí, por supuesto. Voy a salir con él mañana. Vamos a navegar por la
mañana, llevar a Lady a la playa de perros y tirar unos frisbees para ella.
—Wow, ¡se están moviendo rápido!
—Sólo estamos pasando el rato. No es gran cosa.
—Está bien, pero no te olvides de hacerme tu dama de honor.
—Como así —se burló—, no estamos moviéndonos tan rápido.
—Claro, Mads. Eso sí, no salgas corriendo a Las Vegas sin mí. Espero que me
lances el ramo directamente. ¿Lo tienes? De lo contrario, te cortaré como una
perra.
Madison se rió.
—Me aseguraré de arrojártelo a ti.
—Mejor que sea así. Estoy afilando mi navaja en estos momentos.
Tan feliz como estaba en ese momento, sentía punzadas de mi viejo dolor
mascarme por debajo de la superficie. ¿Alguna vez se iría? ¿O me tiraría de nuevo
abajo, de nuevo en la oscuridad?
Emo. Gótica. Bruja. Hechicera...
Si no fuera por el buñuelo de manzana en mi mano, habría ido por el helado
en mi congelador.

El domingo por la noche, estaba pensando en Christos de nuevo. No podía


sacarlo de mi cabeza. Temía tener que esperar toda una semana para
106 verlo. ¿Cómo iba a concentrarme en las clases mientras suspiraba por él?
Resultó que no tenía que hacerlo. Me topé con Christos por todo el
campus. Almorzamos juntos casi todos los días. Madison, Romeo y Kamiko, o alguna
combinación de los tres, se unía a nosotros. A todos ellos realmente les
gustaba. Siempre estaba haciendo chistes, y se acordaba de todo tipo de datos
personales de cada uno de ellos.
Pero él seguía siendo un misterio para todos nosotros, incluyéndome a mí. Oh,
bueno, era tan condenadamente cerca de ser perfecto en el exterior, tenía que
tener al menos un defecto. No hay nada malo con un poco de misterio, ¿no?
Tenía la esperanza de que eso fuera todo lo que era. Libros, cubiertas,
prejuicios, y todo eso. Lo que había debajo de su hermoso exterior era
prácticamente un completo desconocido. Podría ser un tesoro enterrado, ¿no?
O tal vez oro.
El tiempo lo diría.
Una cosa que sí sabía con certeza era que menos mujeres colgaban
alrededor de Christos. No sé si era porque pasaba mucho tiempo conmigo y la
pandilla, y nosotros actuábamos como disuasivo natural, o si había alguna otra
razón. No tenía una manera de averiguarlo.
Estaba doblando a la esquina de Fillmore Hall el jueves por la tarde, cuando
me topé con Tiffany Kingston-Whitehouse. Literalmente. Ella estaba flanqueada por
dos miembros al azar de su escuadrón de Mujebots intercambiables.
—¡Hey! ¡Mira por dónde vas, perra estúpida! —gruñó Tiffany.
Sus secuaces se burlaron y me dieron un par de “Osea’s”.
Genial.
Tiffany examinó su pecho. Por una vez, no parecía estar vestida con una
camiseta Delta Pi Delta.
—Casi me hiciste derramar el café sobre mi suéter, perra estúpida.
—Lo siento —dije automáticamente. Pero la palabra clave aquí era “casi”. Su
suéter estaba impecable.
Mirando hacia abajo, examinándose a sí misma, se enjugó unas gotas de café
inexistentes. Cuando se mostró satisfecha de que su suéter estaba sin manchas, me
miró. Sus ojos se ampliaron en reconocimiento, luego se estrecharon con la misma
rapidez.
—Tú —dijo entre dientes.
¿Yo? Dios, ¿me recordaba? Estaba impresionada. Aún no sabía mi nombre,
pero yo estaba bien con eso.
—Tú eres la puta.
¿De qué estaba hablando? Pensé que había dejado esta mierda en DC. Ni
107 siquiera había ido a una cita con nadie desde que me mudé a San Diego. Aparte
de Christos Manos Misteriosas, el único tipo que conocía en el campus era gay. Así
que, ¿cómo demonios podía haber ganado la reputación de puta?
Tiffany hervía.
—Te dije que te mantuvieras alejada de Adonis.
De repente me acordé de Madison hablándome de Christos desairando a
Tiffany en la Biblioteca Principal recientemente. ¿Era eso de lo que esto se
trataba? ¿Pensaba que yo era la competencia? Estaba equivocada, porque no
estaba saliendo con Christos. Christos era mi mentor. Nada más.
Cualquiera que fuera la ira o el dolor con el que Tiffany estuviera tratando por
su desacuerdo con Adonis no era mi problema. No quería ser una perra, pero ella
no me iba a chupar en su drama personal.
—Lo siento por chocar contigo. Llego tarde a clase. —Traté de rodearla a ella
y su guardia real.
—¡No te alejes de mí mientras estoy hablándote! —gruñó y agarró mi
camiseta.
Sus guardias se quedaron boquiabiertas, ya fuera por mi insolencia o porque
Tiffany había perdido la calma, no lo sé. La esquivé, pero Tiffany cogió un trozo de
mi camiseta. ¡Whoa, esta chica está loca! Tiré mi camiseta de su mano y seguí
caminando. Había tenido la impresión de que Tiffany era el tipo de chica que no
dejaba que nada se escapara de entre sus plumas. ¿Qué le había hecho
Christos? ¿Y cómo diablos quedé en medio de esto?
—¡Puta estúpida! —gritó Tiffany a mi espalda.
Perra. Puta. Estúpida.
Había sido entrenada para ignorar esas palabras durante dos años. No iba a
desmoronarme por alguna manchita insignificante como Tiffany Reina-Perra-
Jerkhouse ahora.
—¡Vuelve aquí! —gritó. Yo nunca miré hacia atrás.

El viernes por la noche, el día antes de mi próxima sesión de tutoría con


Christos, no pude dormir. No dejaba de imaginar pasar el día con él. ¿Qué haríamos
ahora? ¿Limpiaría de nuevo mis labios? ¿Lamería mis dedos? ¿Lamería algo
más? Todo en lo que pensé me hizo temblar con anticipación jubilosa.
Incapaz de dormir, salté de la cama y fui a través de mi armario, considerando
trajes para mañana. Todo mi armario cubría mi cama antes de que me diera por
108 vencida.
La mejor estrategia era esperar hasta el último segundo de la mañana. De esa
manera no tendría más tiempo para volverme loca sobre qué ponerme, y
arrugando aún más todo.
En la mañana, me desperté de golpe. Traté de hacer la tarea hasta la hora
de irme, pero terminé llamando a Romeo en su lugar. Charlamos durante un
rato. Por lo general llamaba a Madison, pero sabía que estaba fuera surfeando con
Jake y sus amigos. Una vez más. Los dos se estaban convirtiendo en un hecho.
Era un día un poco frío. Estábamos en otoño, después de todo. En el último
segundo, me decidí por el desgaste estándar de San Diego para el clima de otoño:
una camiseta, pantalón vaquero y zapatillas de deporte. Me dirigí a casa de
Christos y llegué unos minutos antes.
Había un Mercedes negro convertible en el camino de entrada. No lo
reconocí. El Ducati de Christos estaba al final de éste.
Toqué el timbre. Nadie respondió. Lo intenté de nuevo. Nada. ¿Y si había
llegado en el momento equivocado? Revisé mi teléfono. Nope. Eran las cinco y un
minuto. Traté llamando. No hubo respuesta.
Me senté en el escalón de la puerta y esperé. Cinco minutos después, estaba
impaciente. No podía quedarme así. Anduve por la calzada. Toqué el timbre. No
hubo respuesta.
Diez minutos después, consideré irme. Pero había tenido ganas de ver a
Christos toda la semana. No iba a espantarme tan fácilmente.
¿Tal vez no se podía oír el timbre de la puerta en toda la casa? Era bastante
grande, y no lo suficientemente moderna como para tener un timbre por cable en
cada habitación.
Miré a través de las ventanas, sintiéndome vagamente como una acosadora,
pero bueno, se suponía que él debía estar aquí.
La mayoría de las ventanas de la planta baja en la parte delantera de la casa
revelaban habitaciones vacías. No veía a nadie. ¿Dónde estaba Christos? ¿Estaba
Spiridon en casa? ¿Era el Mercedes suyo?
Estuve dando vueltas por un lado de la casa y encontré una puerta
cerrada. ¿Debería abrirla? ¿Por qué diablos no?
Tranquilamente apreté el picaporte y abrí la puerta lentamente. ¿Por qué
estaba siendo tan silenciosa? ¿Estaba escondiéndome? No, estaba investigando.
Anduve de puntillas por un camino de cemento. Oí voces dentro de la
casa. Un hombre y una mujer. Entonces una risa masculina, seguida de risas
femeninas.
Vi una pequeña ventana. Me asomé a través de ella. Esto estaba tan
mal. Estaba mirando en el cuarto de baño. Tiffany Kingston-Whitehouse, Su Real
Majestad Perra de Hielo, entró en el cuarto de baño. Completamente desnuda. Esa
109 chica seguro tenía un cuerpo de asesinato. Cerró la puerta tras de sí.
Me agaché antes de que pudiera verme. ¿Qué demonios? Pensé que Christos
había terminado con ella. Su conducta maliciosa hacia mí en el campus era
prueba de ello. Así que, ¿por qué estaba en su casa? ¿Desnuda?
¿Y por qué Christos se mezclaba con esta perra terrorífica? La verdadera
pregunta era, ¿por qué me importaba? Era sólo mi mentor, no mi novio.
Oí el inodoro desaguando a través de la pared. ¿Y si sólo tenían sexo? Tal vez
lo hacían. No me importaba si se acostaba con ella de nuevo. O si volvían. O nada
acerca de sus relaciones con su rebaño de fulanas.
No quería pensar más en ello. Quería largarme de allí.
Corrí agachada hacia la puerta, como un comando. Y estaba en una Misión:
Salir Jodidamente De La Casa Del Hombre-Puta Antes De Hacer Algo Que
Lamente.
No me molesté en cerrar la puerta detrás de mí. Miré al Mercedes que asumí
era de Tiffany. Era tan brillante, negro e impresionante como la estúpida
motocicleta de Adonis. Los dos vehículos en frente de mí se ajustaban a los dos
idiotas dentro de la casa. Pensé seriamente en hacerle algo al coche de
Tiffany. ¿Tenía tiempo para mear en su asiento delantero?
—Samantha.
Me di la vuelta. Adonis. Mierda. Nada de orinar, entonces. Quería llamarlo
puto y mujeriego. Asesino. Porque eso es lo que ver desnuda a Tiffany en su casa
me había hecho hacía un momento. Pero Asesino me recordaba a Buffy. Y me
gustaba Buffy. A diferencia de este idiota.
Sólo había tomado una semana el que Christos el Chico Bueno fuera
reemplazado por Adonis el Idiota. Como Jekyll y Hyde3.
—¿Acabas de llegar aquí? —preguntó.
—Ah, sí, hace un minuto —balbuceé.
—¿Qué estabas haciendo al costado de la casa?
Atrapada.
—Uhh, me pareció ver una ardilla.
Él frunció el ceño con escepticismo.
—No tenemos una gran cantidad de ardillas por aquí.
—Nunca se puede ser demasiado cuidadoso. Una vez que obtienen un punto
de apoyo… —Negué con la cabeza de manera espectacular—, es una mierda
deshacerse de ellas. —¿Por qué de repente parece una metáfora para referirme a
Tiffany? No tenía mucho sentido. Ella no necesitaba excavar en busca de oro. Ya
110 tenía a su papá para eso.
—¿Has estado fumando crack, Samantha? —Él arqueó las cejas y me sonrió.
Se acarició la barbilla, pensativo. Sus músculos del antebrazo me serenaron.
Estúpidos músculos.
—No, nada de crack. —Por ahora. Estaba segura de que podría encontrar a
un hombre que vendiera un poco para antes de la cena. Y lo iba a necesitar. Me
apresuré hacia mi coche. Me iría como el infierno de allí.
Tiffany apareció en el marco de la puerta junto a Christos. Estaba
completamente vestida y sosteniendo su bolso.
Cuando me vio, su sonrisa decayó en una mueca.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Genial. Ahora estaba cortando mi huida precipitada.
—Estoy, uh, tenía una reunión. —¿Por qué no decirlo? La haría
estremecerse. Ella ya había lanzado el guante de seda. No le tenía miedo—. Con
Adonis.
Tiffany miró a Christos. Su frente de perra se arrugó con perfección.
—No me dijiste que ella iba a venir.

3
Jekyll y Hyde: es una novela escrita por Robert Louis Stevenson El libro es conocido por ser
una representación vívida de un trastorno psiquiátrico que hace que una misma persona
tenga dos o más identidades o personalidades con características opuestas entre sí.
Pude oír totalmente la acusación cuando dijo la palabra “ella”, como si yo
fuera aguas residuales. Estoy segura de que Tiffany practicaba insultos velados
frente al espejo cada mañana antes de comenzar su día.
—¿Habías dicho que tenías un estudiante? —le preguntó a Christos.
—Lo tengo. Ella.
Los ojos de Tiffany se movieron entre él y yo.
—Oh.
—Es hora de que te vayas —dijo Christos.
Tiffany se mofó.
—Bien. —Anduvo hacia su coche en sus sandalias con correas al tobillo,
pasando a unos metros de mí. Repartió una sonrisa falsa con dos cucharadas de
ácido encima. Después de subir a su coche, le sopló a Christos un beso y le hizo un
saludo antes de irse.
—Lo siento, se me hizo tarde. ¿Estás lista para ver el estudio? —me preguntó
Christos inocentemente.
—¿Es eso lo que estabas haciendo con Tiffany? ¿Mostrándole tu estudio?
¿Y ahora quien estaba adhiriendo malicia a sus palabras? ¿Tenía catorce
111 años, o qué?
—¿Ocurre algo?
—Siempre olvido que tú administras el Bunny Ranch. Mi error.
Él se mofó, pero no dijo nada.
—Realmente debería irme. —Abrí la puerta de mi VW.
—Pensé que teníamos una sesión de tutoría hoy.
—¿Al igual que tu sesión de tutoría con Tiffany?
—¿Eh? No soy tutor de Tiffany.
—Oh, cierto. —Mis palabras rezumaban de perras. Sonaba peor que
Tiffany. Pero estaba en una buena racha. Mis emociones cambiaban a toda
marcha y mis celos daban patadas. Sí, estaba loca.
Christos sonrió inocentemente.
—¿Me estoy perdiendo de algo aquí?
—Vi a Tiffany en el cuarto de baño. Desnuda. ¿Esa es tu idea de tutoría?
¿Estaré desnuda para mi segunda sesión de tutoría? ¿O será en la tercera?
Él cruzó los brazos sobre su amplio pecho, apoyándose en el marco de la
puerta de la casa, y me sonrió.
—Tú eliges.
—Eres un imbécil. —Estaba furiosa.
Y él divertido.
—Eres una fisgona. ¿Ardillas? —Arqueó las cejas—. ¿En serio?
—¿Tutoría? ¿En serio? —dije sarcásticamente.
—Te lo dije, no soy el tutor de Tiffany.
—Eso es obvio. Yo no lo llamo tutoría tampoco. Lo llamo… —Apreté mi boca
cerrada. No quería decirlo.
—Creo que te has saltado una parte y que te has tomado un tren bala
directamente a Conclusiones Desinformadas, Samantha. ¿Quieres ver lo que
estábamos haciendo?
—¿Qué, lo grabaste en un video?
—No lo creo. Entra. Te lo mostraré.
Abrí la boca. La cerré.
—No vas a hacer que me quite la ropa, ¿verdad? —gruñí.
—Sólo si quieres. —Sonrió y bajó sus pestañas seductoramente. Estúpidas
pestañas oscuras.
—No te estás ayudando.

112 —Vamos. Te lo mostraré. —Se volvió y entró, dejando la puerta abierta. Por
mucho que consideré seriamente echarme atrás, mi curiosidad se despertó. Había
oído lo que le hacía la curiosidad a los gatos, pero yo no era un gato, así que estaba
bastante segura de que estaría a salvo.

Christos estaba en el otro extremo de la sala, esperándome.


—Por aquí —dijo.
Lo seguí a través de la casa. El estudio había sido completamente amurallado
por ventanas. Incluso la pared entre el estudio y la casa tenían ventanas. Christos
señaló con una mano el cuarto.
—Bienvenida al estudio.
Era todo lo que cabía esperar de un estudio de arte increíble. Caballetes de
varios tamaños, con pinturas en ellos y las paredes, botes de pinceles, esos
pequeños maniquíes de artista de madera, armarios con cajones de pintura, lienzos
en blanco, equipos en abundancia, libros de arte. Era abrumador.
Mi ira se esfumó y se transformó en asombro.
—Wow, ¿este es tu estudio?
—Fue de mi abuelo antes de que él dejara de pintar. Me permite usarlo ahora.
Caminé por la habitación, mirando las pinturas en los caballetes. Eran
totalmente diferentes de los paisajes de Spiridon en la sala de estar. El arte de
Christos era todo de figuras humanas. Sobre todo desnudos femeninos. ¿Por qué no
me sorprendía? Le sonreí a Christos, que estaba de pie a mi lado mientras
examinaba una de sus pinturas.
—Estoy segura de que te encanta pintar mujeres desnudas.
—Me encanta la belleza femenina. ¿Eso te molesta?
No podría argumentar que estas mujeres no eran hermosas. Pero había
muchas. ¿Toda su vida giraba en torno a mujeres desnudas, totalmente
hermosas? ¿Mujeres con las que había dormido? Porque la pintura que estaba
mirando era claramente de Paisley, su amiga con beneficios de cuerpo perfecto.
—¿Esta es tu sala de trofeos? —solté. Golpeé mi mano sobre mi boca. ¿Por
qué había dicho eso? Sonaba como una perra celosa.
—¿Te molestaría si lo fuera? —preguntó con picardía.
Lo que él hacía con su tiempo libre no era de mi incumbencia, no importaba
lo mucho que me molestara saber qué había pasado con todas esas mujeres
perfectas.
—No, yo… estoy siendo grosera. Lo siento.
113
—Está bien. No me molesta.
Me acerqué a otro cuadro. Mi ira se levantó. Esto era realmente una sala de
trofeos. La pintura a medio terminar delante de mí era de Tiffany. Desnuda. Quería
odiarlo. Pero no podía. La pintura de ninguna manera se parecía a la Reina del
Hielo Puta que había presenciado afuera. Parecía elegante, aunque recatada.
—¿Esto es...?
—¿Lo que estaba haciendo con Tiffany? Síp.
Miré el caballete. Estaba rodeado por varios elementos: una paleta cubierta
de manchas desordenadas de pintura, pinceles remojándose en jarras, un cesto
de residuos con papeles manchados de pintura.
—¿La estás pintando?
—No a ella. —Me guiñó un ojo—. Al lienzo.
No hice caso de la insinuación.
—Es increíble. Se ve tan... vulnerable.
—Lo es. Debajo de su mierda y su dinero.
—Es muy bueno —le dije con sinceridad.
—Gracias —dijo con humildad. Eso fue una sorpresa. Había esperado que
presumiera, o algún tipo de respuesta regodeándose. No humildad—. Trato de
pintar lo que se encuentra debajo de las fachadas de las personas. Su esencia
interior, cuando no están tratando de proyectar su imagen habitual.
—Sólo requieres que se quiten la ropa —bromeé con sarcasmo.
—Va más allá de eso. ¿Te sientes diferente cuando estás usando maquillaje
que cuando no usas ninguno?
—Bueno, por lo menos desde que me mudé a San Diego. Veo mucho menos
maquillaje aquí que en DC. Pero sé lo que quieres decir. En el Este, una mujer sin
maquillaje está sólo a medio vestir.
—Exactamente. Es parte de su identidad pública. Pocas personas caminan
en público despojadas de todo artificio. Cuando pinto a un sujeto al desnudo, hay
muy poco detrás de lo que esconderse. Te sorprendería la transformación por la
que la mayoría de la gente pasa cuando posan para mí.
Bueno, había mucho más en Christos de lo que imaginaba. Tenía
profundidad, compasión, y era un natural con los niños en la biblioteca. Y sí, lo
admito, había saltado a conclusiones cuando había asumido que él y Tiffany
estaban teniendo relaciones sexuales. Probablemente había estado pintándola,
como dijo.
Miré el cuadro inacabado de nuevo. Era tan real. Me acerqué y casi pasé los
dedos sobre él, como si fuera a sentir su piel y no la pintura y el lienzo.
114 —Ten cuidado, todavía está húmedo. Tomará varios días que se seque, y un
par de sesiones más el completarlo.
Bajé mi mano.
—Ella se ve tan diferente. Como si no fuera una puta.
—No lo es, cuando no hay nadie más alrededor.
¿Por qué esa admisión me puso de repente celosa? ¿Como si Tiffany y Christos
compartieran algún tipo de intimidad secreta que él y yo no compartíamos?
¿Lo veía de la misma manera en que él veía en ella? No lo sabía. Pero si lo
hacía, eso significaba que tenía acceso a él de una forma en la que yo no lo
tenía. Lo cual significaba que estaba en condiciones de apartar a Christos de
mí. No a Adonis. Ella podía quedarse con Adonis. Pero realmente no quería que
Tiffany se robara a Christos. Yo lo quería.
No, no lo hacía.
Sí, sí lo hacía.
Christos dio un paso hacia mí y suavemente acarició mi barbilla con su
mano. Giró mi cara hasta que estuve mirando a sus ojos.
OMJD4.
Casi me ahogo en los océanos azules detrás de sus pestañas oscuras. Mi
respiración se detuvo en mi garganta. Tragué saliva. Echó un vistazo a mis labios. Era

4
OMJD: Siglas de Oh Mi Jodido Dios.
tan increíblemente guapo. Mi boca se estremeció. El gigantesco estudio se había
vuelto demasiado pequeño para nosotros dos.
Eché un vistazo a la pintura de Tiffany. ¿Nos estaba mirando? No, ella estaba
mirando hacia abajo. ¿Por qué estaba mirando la pintura de Tiffany?
Mis ojos se deslizaron de nuevo a los zafiros de Christos. Caí en ellos. Todo mi
cuerpo empezó a temblar. ¿Era miedo? ¿Deseo? ¿Ambos?
Una mirada de compasión se acomodó en los rasgos de Christos. Algo que
había estaba bloqueado dentro de mí comenzó a abrirse por primera vez en
años. El calor se extendió desde mi abdomen hacia todo mi cuerpo. Quería caer
en sus brazos.
Rozó suavemente un mechón de cabello que se había salido de mi cola de
caballo y lo metió detrás de mi oreja.
—Cuando te miro, veo a una joven asustada de su propia belleza.
Ja. ¿Asustada? Sí. ¿Hermosa? No. Artista total farsante. Lo que había
comenzado a abrirse dentro de mí se cerró de golpe. Odiaba cuando los tipos
empezaban con sus líneas. Sin embargo, él me sostuvo poderosamente en sus
manos.
—La mayoría de las mujeres maximizan su belleza. Tú minimizas la tuya, como
115 si la evitaras. —Sus ojos me penetraron.
Él tenía razón en eso. Estaba evitándola como el infierno. Diariamente.
Provocadora.
Su mano se deslizó por mi mejilla y a lo largo de la curva de mi cuello, dejando
un rastro de calor que, sin embargo, me estremeció. Pasó el pulgar con delicadeza
a través del montículo de mi clavícula, de mi hombro. Un rayo de placer corrió por
la parte de atrás de mi cuello, luego rebotó por mi espalda hacia mi pelvis.
Yo, literalmente, salté.
Salí de su toque fascinante y me apresuré a la siguiente pintura, tratando de
escapar. Mi corazón martilleaba y el ciclón en mi estómago hacía girar las
mariposas fuera de control, enviándolas directamente a otra dimensión.
—Puedo decir que estás ocultando algo dentro —dijo en voz baja.
Sentí su voz profunda perforando mis defensas. Me di media vuelta y le miré.
Taylor.
—Algo que te ha herido profundamente.
¡Alto! ¡Frenos de emergencia! Hice lo único que podía pensar. Tiré sarcasmo
sobre el problema. Christos no sólo tenía la visión de rayos láser de Superman, tenía
visión de rayos X también.
Necesitaba cortarle un poco el paso o iba a colapsar y romperme en mil
pedazos mientras golpeaba el suelo.
—¿Quién escribe tus líneas de levante por ti? ¿Tienes un personal de tiempo
completo? No llevas un auricular mientras algún Cyrano5 alimenta tu diálogo,
¿verdad?
—¿He dado en el clavo? —preguntó, perplejo.
—No lo creo. Suenas tan cursi, no puedo tomarte en serio.
Él me miró astutamente mientras cubría con su brazo el caballete con la
pintura de Tiffany. Como si tuviera su brazo alrededor de ella. Como si la poseyera.
De repente, eso no me molestaba tanto. Podía tenerla.
—Creo que es hora de un cambio de actividad. ¿Estás lista? —preguntó
sugestivamente.
—¿Qué? —Por un segundo, debido a la forma en que estaba colgado sobre
la pintura de Tiffany, pensé que se refería a que quería pintarme desnuda. Lo cual
no iba a hacer—. No lo creo —me burlé.
Él frunció el ceño.
—¿Los niños? Están esperando por nosotros en la biblioteca.
116 —¡Oh! Eso. —Oops—. Sí, está bien.
Caminamos afuera y abajo de la colina a la biblioteca. Todavía estaba
conmocionada por las preguntas de Christos. Pero en el momento en que entramos
a la sala llena de niños y lápices de colores, su alegría pisoteó mi ansiedad al
instante. Su alegría era nuclear.
Cuando terminamos, Christos y yo caminamos de regreso a su casa. Me
mostró algunos de los puntos más finos en la figura dibujada en un cuaderno de
bocetos en el estudio, usando una selección de lápices de carbón. Aunque el
profesor Childress era siempre servicial en clase de dibujo, Christos tenía una
manera de hacer todo tan obvio. Sus dibujos eran increíbles y sin esfuerzo.
Después explicó algunos conceptos nuevos de dibujo y modeló para mí, así
podría practicar lo que me había enseñado. Me decepcionó que estuviera
completamente vestido, pero hizo todas esas poses de payaso loco. Me reí tanto
que fue difícil concentrarme en el dibujo. Fue totalmente divertido. Lo era cada vez
que éramos sólo Christos y yo.
Nos tomamos un descanso después de un par de horas y comimos un
aperitivo. Nachos y guacamole fresco. Hechos por Christos.
Mojó un chip en el recipiente y lo cargó con una montaña de guacamole.
—Has hecho algunos dibujos geniales hoy. Aprendes rápido.

5
Cyrano: fue un poeta, dramaturgo y pensador francés considerado un libertino por su
actitud irrespetuosa hacia las instituciones religiosas y seculares.
—¿En serio?
—Sí. Estás pescando la idea detrás de los gestos dibujados muy bien. Tienes
buen ojo para eso.
—Gracias.
—Creo que un buen gesto es un sello distintivo de los artistas con verdadero
talento.
—¿Oh?
—Tienes talento real. —Él me sonrió. Me sonrojé y comí un nacho—. Ahora sólo
tienes que trabajar en él.
El profesor Childress me había dicho lo mismo. Tal vez era cierto. Le sonreí
tímidamente a Christos. Volvimos a su estudio durante una hora más, hasta que
Christos dijo que era hora de irse. A pesar de toda la competencia que colgaba
en su estudio en forma de sus pinturas-trofeos (no podía dejar de pensar en ellas de
esa manera), no me quería ir. Me sentía como si estuviera en el taller de Rembrandt6
y el maestro me estuviera dando clases particulares.
117 Afuera, había dejado mi VW en el camino de entrada. Miré a sus ojos
ardientes a través de sus espesas pestañas, hipnotizada. Una vez más.
—Hey —dijo—. Jake da una fiesta de Halloween esta noche. ¿Quieres
venir? Estoy seguro de que Mads estará allí.
Incliné la cadera. ¡No podía creer que ella no me lo hubiera dicho! Tendría
que darle una conferencia sobre ello más tarde.
—¿Sabes lo de Mads y Jake?
—Él no ha dejado de hablar de ella desde que nos conocimos en la playa
desnudista.
—Los dos son el uno para el otro. —Sonreí.
—Mira, tengo un montón de trabajo antes de la fiesta. ¿Quieres que te recoja?
Miré a su moto con cautela.
—Puedo conducir.
—¿Qué, no quieres andar en El Duque?
Me encogí de hombros. ¿Había nombrado a su moto? Qué tipo.

6
Rembrandt Harmenszoon van Rijn fue un pintor y grabador holandés. La historia del arte le
considera uno de los mayores maestros barrocos de la pintura y el grabado, siendo con
seguridad el artista más importante de la historia de Holanda.
—Muy bien. Iremos en mi coche. ¿Dónde vives? —Le di mi dirección—. Te
recogeré a las ocho.
¿Era esto una cita? No, estaba yéndome muy por delante. Una vez más.
—¿Tal vez deberías tener mi número de teléfono? ¿En caso de que haya un
cambio de planes? —No podía creer que le estuviera pidiendo que me pidiera mi
número de teléfono. ¿No se suponía que era al revés?
Él sonrió y sacó su teléfono. Intercambiamos números. ¡Tenía el número de
teléfono de Christos! Me negué a saltar de alegría.
Así que me derretí en lugar de eso, y no por el clima cálido. Iba a ser nada
más que un charco en unos diez segundos.
—¿Ocurre algo? Te ves mareada.
—Estoy bien —dije atragantándome.
Sonrió.
—Está bien, voy a regresar adentro. Te recojo a las ocho.

118
Doce
C
uando llegué a casa rebosaba de emoción por mi genial día con
Christos. Quería llamar a Madison y contarle todos los detalles. También
tenía que reclamarme por no contarme nada sobre la fiesta de Jake.
Estaba a punto de marcarle a Madison cuando mi teléfono sonó. Con eso se
fue mi buen humor y se desinfló en un optimismo comedido.
—¿Hola?
—¿Sam? —respondió tentativamente mi mamá Linda.
—Hola, mamá. —Estaba súper emocionada por mi introducción al mundo del
arte y por las cosas que el profesor Childress y Christos me habían dicho sobre mi
talento y mi progreso. Pero aún tenía mucho por trabajar y debía armarlo bien, de
lo contrario, mis padres se volverían locos y rasgarían mi optimismo en trozos.
—¿Cómo estás? —Escuché a mi mamá alejar el teléfono de su boca y gritar—
: ¡Bill! ¡Recoge el teléfono! ¡Por fin respondió!
119 Escuché la otra línea de la casa conectarse. Sí, mis padres aún tenían esa
única línea fija con varios teléfonos. Intenté enseñarles a usar Skype para que
pudiéramos chatear por video, pero siempre se las arreglaban para encontrar una
excusa para no hacerse una cuenta. Les dije que era gratuito, pero siempre salían
con la misma historia de que debían modernizar su computadora. Lo que sea.
—¡Sam! ¿Cómo estás? ¿Qué tal la universidad?
—Genial, papá.
—¿Qué tal te va con Contaduría? Apuesto a que tienes puras As.
—Síp. —O algo así. No estaba totalmente segura sobre Introducción a la
Contaduría. No era como si me volviera exactamente loca de la emoción. Dibujo
de Vida, por el contrario…
—¡Esas son noticias grandiosas —dijo mamá—. Siempre supe que serías una
genio en eso. Eres tan buena con los números.
—Estás fundando las bases para una carrera muy importante —agregó
papá—. Siempre harán falta contadores. Es un camino seguro. Tendrás asegurado
un trabajo por el resto de tu vida. Sé que serás brillante en los negocios, Sam.
—Gracias, papá.
Rodé mis ojos. Juro que ya había tenido exactamente, o trozos, de esta
conversación miles de veces conmigo misma desde que comencé clases en el
SDU.
Me di cuenta en ese momento que el sistema de creencias de la clase
trabajadora de mis padres, estaba firmemente grabado en mi propia cabeza. Era
un virus que se había adueñado de mi cerebro. O, tal vez, alguna clase de
simbiotismo escalofriante. No Iba a matarme, pero si se alimentaba de mí y se
comía mi coraje y mi sentido de la aventura a diario.
Quería llorar. Nunca soñé con ser contadora cuando era pequeña. ¿Quién lo
hace? Pero estaba segura de que mis padres tenían razón. Los contadores siempre
encontraban trabajo. Suspiré.
Mi problema era que mis padres eran de clase media sólidos. Mi familia no era
tan pobre que lo único que teníamos era nuestro amor por el otro, o tan ricos que
en lo único que pensábamos era en dinero. En su lugar, teníamos una pequeña
cantidad de amor, y otra pequeña cantidad de dinero. Pero nunca suficiente de
ninguno. Lo que sí teníamos de sobra, era un precavido sentido de responsabilidad
hacia ambos. Genial.
Mi familia estaba tan ocupada haciendo lo correcto que olvidábamos
querernos.
Pero ni toda la responsabilidad en el mundo haría que las cuentas
desaparecieran, y definitivamente que nunca se sintió como verdadero amor.
Teníamos lo peor de los dos mundos.
120 —¿Qué tal tus otras clases? —inquirió mamá.
—Bien. —Me apreté el puente de mi nariz conteniendo las lágrimas.
—¿A qué estás asistiendo, además de contaduría? —preguntó papá.
—Sociología e Historia Americana. —Ya no les quería contar sobre arte. Estaba
bastante segura de que lo arruinarían de alguna manera, sin importar lo que dijera.
Entonces no sería capaz de contener las lágrimas. Odiaba llorar frente a mis padres.
Siempre estaban dispuestos a ofrecer buenos consejos. Fríos, lógicos y útiles
consejos. Qué tonta de mí, por querer algo más.
—Esas son solo tres clases —dijo papá—. ¿No estabas tomando cuatro? —
Cortante como siempre.
—Sí.
—Bueno —presionó mamá—. ¿Cuál es la otra clase?
Me lo iban a sacar. Bien podía simplemente rendirme. Me acoracé a mí misma
esperando lo peor. Siempre había sido buena en ocultarles mis emociones. Ellos me
enseñaron como hacerlo.
—Dibujo de vida. —Esperaba que pensaran que era alguna clase de Ciencia.
Lo último que se pierde es la esperanza.
—¿Dibujo? —Mamá sonaba como si alguien le hubiera puesto una taza de
café bajo la nariz y le pidiera que lo olfateara.
—Creí que habíamos hablado de esto —dijo papá, claramente
decepcionado.
Fortalecí mi sarcasmo, y cubrí mi dolor con este. Era bueno no tener a mis
padres en video llamada. No quería que vieran la horrible cara que estaba
poniendo. Además, imité tener una soga atada alrededor de mi cuello. Me
conseguiría toda conferencia por mi actitud, si me vieran.
—¿Hablamos sobre qué? —Suspiré. Estaba divagando. Sabía a lo que se
referían. Pero me tomó un par de segundos adormecer mis emociones. Fijé mi
mirada en la ventana de la sala hacia el atardecer.
¿Por qué tenía la triste sensación de que cuando el sol se ocultara del todo
tras el horizonte hoy, mis sueños se irían con él por siempre?
El proceder responsable y previsor de mis padres estaba arrastrando mis
sueños al olvido.
—¿Qué pasó con tomar la primera parte de Micro Economías? —preguntó
papá—. Podrías haberla sacado del medio. Sabes que necesitas economía para
Contaduría Avanzada.
Suspiré.
—Tengo que tomar electivas también. Quería tomar arte.
121
—Pero hablamos sobre esto, Sam. Dejar las electivas para el cuarto año,
cuando la división de clases superiores estén más difíciles. Eso es lo más inteligente
para hacer.
—No lo sé. Supongo que quería hacer arte ahora. Explorar un poco.
—¿Explorar? —preguntó mamá, su voz cubierta con preocupación—. No
hablamos sobre exploración, ¿cierto, querido?
—No que yo recuerde —respondió mi padre ominosamente
Era como si me dijeran que era una conclusión definitiva que nunca debía
salir de la caja que habían armado para mí hace años.
Gemí. Ya había peleado esta batalla muchas veces, y siempre había estado
en desventaja. Pero en el pasado, siempre había sido en su territorio, en su casa,
donde ellos hacían las reglas. Ahora estaba en la universidad, en mi apartamento.
Estaba cansada de ceder.
Mis ojos buscaron en mi sala, tratando de encontrar algo de apoyo.
Aterrizaron en mi libro de dibujos. Me arrodillé frente a este, y busqué por la última
página. Vi los dibujos de Christos junto a los míos. Podía notarse lo mucho que había
mejorado en pocas semanas. Recordé las alentadoras palabras de Christos. De
pronto, eso fue todo lo que necesité para restaurar mi esperanza y mi resolución.
—¿Puedes cambiar Dibujo de Vida por Economía? —preguntó papá.
—¡Es demasiado tarde, papá! —dije con una mezcla de confianza, y una
pizca de incertidumbre adolecente—. ¡No puedo agregar clases ahora!
—Cuida ese tono, señorita —me advirtió mamá.
—Sí, señora.
Por un momento quise hablarles a mis padres sobre lo importante que era
dibujo para mí. Tenía buenas razones: los halagos del Christos y del profesor
Childress. Esos eran prueba válida, ¿no? Mis padres debían estar tan emocionados
como yo, ¿no?
Pero sabía perfectamente como terminaría esa conversación. Ellos atacarían
mi frágil esperanza y mi entusiasmo como buitres hasta que desapareciera. Sacudí
mi cabeza, y acaricié mi sien con una mano.
Necesitaba una aspirina. O un vaso de cianuro.
—Tomarás Economía en el próximo semestre —insistió papá—. Tienes que
tomar Economía. ¿No estás de acuerdo, Linda?
¿Por qué me sentía como una marioneta, con mis padres tirando de los hilos
intentando hacer que mi boca se moviera?
—¿Sam? ¿Escuchaste lo que tu padre dijo? —preguntó mamá.
No. No iba a tomar Economía en el próximo semestre. Que se jodan.
Finalmente estaba descubriendo que no tenía que ser la vieja y aburrida Sam Smith.
Tal vez había por ahí un inexplorado camino esperando por mí en la vida.
122
—¿Sam? —preguntó papá.
—Sam, ¿estás ahí? —preguntó mama.
—¿Sam, estás ahí?
—¿Sam? Respóndele a tu padre.
Mis padres me estaban presionando como siempre hacían. Como perros de
pastoreo mordisqueando mis talones hasta que me pusiera en línea junto a las otras
ovejas y recuperara mi camino hacia el aburrimiento y la seguridad,
escondiéndome en el establo con las demás almas perdidas.
—Tomarás Economía la próxima vez, ¿cierto Sam?
—Supongo. —Me dije a mi misma que era mentira en defensa para no tenerlos
sobre mi cuello. Esperaba poder mantenerme firme, pero ya estaba sintiendo cómo
lentamente me llevaban hacia su lógica responsable.
—Puedes tomar más electivas en el último año —dijo mamá—. Incluso puedes
tomar arte. Pero, por favor, escucha a tu padre. Enfócate en tus clases de
Economía y Contaduría ahora. Nos lo agradecerás luego cuando tengas esas
clases de división superior. Recuerdo lo difícil que fueron para mí.
Mi mamá había sido gerente de su oficina desde el día en que volvió al
trabajo cuando yo tenía seis meses. Odiaba su trabajo, pero decía que
necesitaban el dinero. Quería preguntarle si se lo agradecería cuando terminara
atascada en un trabajo que odiaba cuando tuviera su edad.
—Supongo —murmuré.
¿Cuándo mis padres se habían vuelto mis carceleros? Me sentía como si
hubiera estado sumida en el síndrome de Estocolmo desde que hablamos en serio
sobre la universidad dos años atrás. No había estado de acuerdo con muchas de
sus decisiones a lo largo del camino, pero de alguna manera les había permitido
tomar la mayoría de ellas por mí, simplemente para evitar su incesante reproche.
La única razón por la que me habían permitido asistir a la lejana SDU, era
porque la facultad de negocios estaba altamente recomendada por graduados.
Si les hubiera contado sobre todo el drama que había tenido que soportar durante
penúltimo y último año…
Perra. Zorra. Puta. Suicida.
Provocadora.
Taylor
… probablemente me hubieran obligado a asistir a terapia y a una
Universidad cerca de casa. Hubiera quedado atrapada en su capullo de
elecciones conservativas por el resto de mi vida.
—… así que tu madre y yo le dijimos a Fred y Donna que tendrían que tomar
el cuarto del primer piso del condominio este invierno —relató monótonamente mi
123 papá.
¿Por cuánto tiempo habían estado hablando de esta mierda mis padres? No
lo sé Les dejé llenarme el oído hasta que me dijeron que tenían que irse a la cama,
por la diferencia horaria de tres horas.
—Buenas noches, Sam —dijo papá.
—Cuídate, hija —dijo mamá.
Hubo una embarazosa pausa mientras esperaban por mi respuesta. Esta se
amplió en un hueco infinito; la distancia entre su mundo y el mío. Ellos se
encontraban al otro lado de un abismo gigante, tratando de decirme qué hacer.
El único problema, es que yo me sentía como si estuvieran alentándome a saltar a
ese enorme e infernal abismo que era mi futuro. A ser enterrada en el fondo con las
palabras:
“Aquí yace Sam Smith.
Era responsable.
QEPD”.
No estaba lista para ese salto. No podía permitírmelo a mí misma. Sabía que
la caída significaría una lenta, larga y miserable muerte. La vergonzosa pausa se
había alargado hasta una genuina incomodidad ahora. De nuevo agradecí que
no estuvieran en video.
—Buenas noches, mamá. Papá.
Como siempre, no suficiente amor y no suficiente dinero. Justo en el medio del
camino. Las náuseas subieron por mi garganta. Me las tragué, y colgué.
A la mierda todo.

No tenía tiempo para llamar a Madison después de colgar el teléfono. Tendría


que retarla en la fiesta. Además, mi buen humor y deseo por compartir había sido
succionado por mis padres.
Cambié mi enfoque en prepararme para esa noche. Tenía solo un par de
horas.
Mi apartamento era un desastre y necesitaba darle una pasada. Y no tenía
disfraz. ¿Qué demonios iba a usar? Podía ir como chica playera. Tenía ese disfraz
en algún lugar. También tenía mis viejas ropas de D.C. pero no quería caer en algo
ambiguamente gótico. En San Diego podría haber funcionado como un verdadero
disfraz, pero sería mi último recurso.
Estaba segura de que si hubiera tenido unas orejas de conejo o alas de
ángeles podría haberlo combinado con mi ropa interior. ¿Qué pasaba con eso de
124 que las mujeres usaran el atrevidamente casi desnudas como disfraz? No creía
tener el cuerpo para eso de todas formas, así que lo taché.
Me rompí la cabeza pensando mientras limpiaba. Podía cortarle un par de
agujeros a una de mis sábanos. Pero, ¿quién fuera de la facultad de gramática iba
como fantasma? Mientras cepillaba mi inodoro por si Christos tenía que usarlo,
consideré ir como ama de casa. ¿Me podía disfrazar como el Sr. Limpieza?
Tenía un pendiente de aro y una camiseta blanca, pero no quería tener que
afeitarme la cabeza.
Mientras el reloj avanzaba, mi cerebro se quedó sin ideas. Me duché y me
puse jeans y una blusa con impresiones metálicas. Agregué un toque de delineador
y mascara para pestañas y estuve lista. Nadie me podría culpar de no lucir bien.
Mientras me acomodaba mis sandalias, escuché un murmullo afuera. ¿Por
qué asumí que era Christos? Abrí la puerta y vi un enorme coche estacionar. Era
azul con dos líneas blancas corriendo a lo largo del costado.
Christos me vio y saludó.
Agarré mi bolso y le di un vistazo a mi más o menos ordenado apartamento.
¿Tanto problema y no iba a ni verlo? ¿Más tarde tal vez? ¿Cuándo me llevara hasta
mi puerta? ¡De ninguna maldita manera! Trabé mi puerta y troté escaleras abajo.
Christos me abrió la puerta del acompañante como un valet. Tenía puesto
una camiseta blanca, jeans oscuros y botas.
—Su carruaje espera, madam.
Me sonrojé. Nadie nunca me había sostenido la puerta. Me deslicé en mi
asiento.
—¿Dónde está tu disfraz?
—Lo estoy usando.
—Yo también.
—¿De qué vas?
—¿No lo adivinas? Soy el chico genial que es perseguido por todo el pueblo
por la policía al final de la película por mi rebeldía. ¿Qué eres tú?
—La chica que va con él… ¿buscador aventuras?
Asintió aprobadoramente.
—Si la policía nos atrapa, abriré fuego. —Cerró la puerta.
—¿No tienes un arma para mí?
—En mi bolsillo —sonrió.
—De acuerdo, demasiadas insinuaciones para mí. No tengo puesto mis
guantes, así que no voy a tocarlo.
—¿Tocarlo? —preguntó sugerentemente.
125 —¡Tu comentario, pervertido! ¡Entra al auto! —Me reí.
Se subió del lado del conductor mientras admiraba el interior. Estaba en
perfectas condiciones, pero obviamente era un coche clásico.
—Wow, Christos. Lindo auto. ¿Qué es?
—Un Camaro del 68.
—¿Es rápido?
—No tanto como mi motocicleta. Pero veré qué puedo hacer.
—Oh, no lo estaba pidiendo.
Retrocedió su coche hacia la calle y aceleró el motor.
—Sostente —me guiñó.
—¡No, espera!
Las llantas chillaron y fui empujada contra mi asiento.
—¡Jesús! Nunca he estado en un coche tan rápido.
Se detuvo en una señal de pare. Se estaba riendo.
—¿Sabes adónde vamos? —pregunté—. No sé dónde vive Jake.
—Yo sí. —Aceleró el coche de nuevo.
Nunca pensé que un auto pudiera hacer una wheelie. ¡Encárgale a Christos
el exponerme a cosas nuevas!
Estaba bastante segura de que en algún punto las cuatro ruedas dejaron el
suelo al mismo tiempo con su forma de manejar. Pero nunca estaría segura porque
la mayor parte del tiempo me la pasé con los ojos cerrados.
El terror puede hacer eso.

Christos explicó que Jake vivía en una enorme casa cerca de la playa, con
cuatro de sus amigos de surfeo y dos de sus novias. La calle de enfrente estaba
atestada de autos estacionados. Dentro, estaba totalmente abarrotado de gente.
Fue un alivio que la mayoría no tuviera puesto disfraz. Me encantaba lo causal que
San Diego era cada vez que salía.
Christos parecía conocer a la mitad de las personas solo de vista pero aun así
todos le chocaron los puños y lo palmearon en la espalda. Me sentía como si
estuviera con una estrella de rock mundialmente famoso.
Encontramos a Jake y Madison juntos. Madison estaba de puntitas
susurrándole en el oído a Jake. Ninguno de los dos usaba disfraz.
Cuando nos vieron, Jake se volvió hacia Christos.
126
—¡¿Qué tal hermano?!
Se estrecharon las manos e hicieron alguna clase de saludo secreto que
incluía chocar los codos. Había tantos movimientos fluidos que estaba segura que
los estudiaron en Julliart.
Madison y yo nos abrazamos sin la necesidad de ninguna coreografía
excesiva.
—¡Trajiste a Adonis! —dijo Madison bebiendo de su vaso de plástico rojo—.
Qué chica con suerte —guiñó.
Jake y Christos estaban ocupados hablando con un grupo de chicos. Sonreí
enormemente y la golpeé en el brazo.
—¡Eres toda una traidora, Mads!
—¿Qué?
—¿Cómo pudiste no decirme sobre la fiesta de Jake?
Se rió.
—¡Tranquila chica, Me enteré recién hoy. Jake me lo dijo esta mañana
cuando estábamos surfeando. Me dijo que había sido una cosa de último minuto.
Te iba a decir cuando te llamé esta tarde. ¿No revisaste tu teléfono?
—Oh, uh. No. Mis padres llamaron para… —rodé los ojos—, controlarme.
Entonces tuve que limpiar mi casa antes de la fiesta.
—¿Limpiar tu casa? No es como si la fiesta fuera en tu apartamento.
—En caso de que quien sabes quién, entrara. —Señalé hacia Christos.
—Lo tuyo sí es serio, chica.
—¿Qué se supone que eso significa?
—Nadie limpia por un chico a menos que sea amor.
—¡No estoy enamorada de él! Es mi tutor.
—Aún.
—¿Qué?
—No estás enamorada, aún.
—Estás loca, Mads. No importa. —Me incliné hacia ella y le susurré—: Adonis
me contó todo sobre cómo Jake habla de ti todo el tiempo.
—ODM. ¿Lo hace?
—¿Quien está enamorada ahora? —Hice mi cabeza hacia atrás y esbocé la
sonrisa más altanera que pude—. Más te vale que vayas preparándolo todo. No
pienso usar algún estúpido vestido de madrina color mandarina o fucsia. Elige un
127 verdadero color.
—¿Qué hay del pastel?
—Aún no estás en el altar.
—Vegas solo queda a cinco horas de aquí. No me tientes Sam. —Ella brillaba
de alegría de estar enamorada. La envidiaba tanto.
Las orejas de Christos y Jake debían estar ardiendo porque los dos se volvieron
hacia nosotras.
—¿No quieren algo de tomar? —preguntó Jake.
Christos me miró.
—¿Samantha? ¿Qué vas a tomar?
—Nada que contenga Rufis7 —le advirtió Madison.
—Yo no necesito Rufis —dijo confiadamente Christos—. Las chicas se
desmayan con solo verme a dos cuadras de distancia.
—Sí, claro —grité.
—Cuando Freud inventó el término super ego estaba pensando en Adonis —
dijo Madison.
Jake rodeó con un brazo los hombros de Christos.
—¡Ese es mi chico!

7
Rufis: un fármaco hipnótico que se usa como droga para cometer violaciones.
—¿Dónde está la cantina, hombre? —le preguntó Christos.
—Atrás.
—Vayamos por algunas bebidas, Samantha.
Madison se quedó con Jake. La saludé.
—Los veo luego, chicos.
El patio era enorme. La gente se arremolinaba en el piso de madera que
rodeaba una enorme piscina. Nadie estaba nadando, pero estaba lo
suficientemente cálido por si la gente tenía ganas de mojarse. Había dos barriles
de cerveza junto a una mesa cubierta con varias botellas de bebidas muy
alcohólicas.
—¿Cuál es tu veneno? —preguntó Christos.
—Oh, no bebo —mentí. Pasar el día con Christos me hacía sentir viva. A pesar
de la desalentadora llamada con mis padres, la mayor parte de mi buen humor se
mantenía. No quería ahogarlo bebiendo.
Christos llenó un vaso de cerveza del barril.
—Tienes que beber algo. ¡Es Noche de Brujas!
—Creí que Halloween era para dulces.
128
—¿Quieres algo dulce? Me tienes a mí para eso. —Se rió cuando le rodé los
ojos—. ¿Qué te parece Vodka con fresa?
No iba a convencerlo. Un trago no me iba a hacer nada, ¿no? Podía
mantenerlo toda la noche.
Con renuencia acepté y Christos preparó mi trago. Caminamos alrededor de
la fiesta mientras lo bebía. ¿Cuantos sorbos tenía que tomar para llegar al centro
de un vodka con fresas? Con suerte más de uno dos o tres. Esperaba que fueran al
menos quince.
Como había esperado, siempre que volteábamos por algún lugar había
alguna caliente chica abalanzándose sobre Christos.
Me tuve que aguantar escuchar un constante chillido de voces femeninas
exhortando Adonis esto, y Adonis aquello.
¿Por qué tenían que ser todas más altas que yo? Me sentía una pitufo. Creo
que el que la mayoría de sus admiradoras estuviera usando minifaldas y tacones
de seis cm. de alguna manera tenía algo que ver con eso. Pero eran todas
malditamente piernudas y claramente eran miembros definitivos del Club Figura de
Guitarra. Tal era así, que me sentía afortunada cada vez que obtenía la atención
de Christos por más de un minuto.
Pero, no eran solo las chicas. Los chicos también lo bombardeaban. Nunca
había visto tantos enamoramientos y romances de una sola vez. Todos querían la
atención de Christos. Y él parecía feliz de complacerlos.
No podía culparlo. Se reía y bromeaba con todos. Yo lo observaba desde
lejos, atrapada en mi propia cabeza. Así que me encogí en mí misma, mi destino
favorito. Había sido una solitaria certificada durante los últimos dos años.
Ya había trazado profundamente hacía tiempo el mapa de la soledad. No
era la gran cosa.
Un rato después, dejé a Christos con sus muchas conversaciones. Vagué por
la casa hasta encontrar el baño. La línea era larga. Esperé mientras la gente a mi
alrededor disfrutaba plenamente de sí misma. Tal vez necesitaba beber más. Me
tragué el resto de mi vodka de fresa. Estaba bastante segura que Christos no le
había puesto mucho alcohol. No parecía haberme dado más que un ligero
zumbido. ¿Estaba siendo un caballero? ¿O sobreprotector? Considerando su
ausencia no podía decirlo.
Finalmente me tocó el baño. Me puse de cuclillas sobre la tasa mientras
orinaba. Demasiada gente había usado ya el baño antes que yo, no me iba a
arriesgar. Cuando salí la música estaba a todo volumen
—Yay —murmuré para mí sarcásticamente—. Bailar. Justo lo que necesitaba.
No.

129

Vagué hacia el comedor.


—Ahí estás —dijo Christos posando una mano en mi hombre—. Estuve
buscándote.
¿Me había extrañado? Tal vez solo estaba ebrio.
—Vamos Samantha. Bailemos. —Agarró mi brazo.
Me resistí.
—¿Es apropiado que un tutor y su alumna bailen? —dudé.
—¿Y a quien carajo le importa? ¡Bailemos!
Sí, definitivamente tenía unos tragos de más. No me sorprendería si no
estuviera totalmente bebido. Eso no lo detuvo de arrastrarme en medio de un
montón de cuerpos balanceándose.
Sin importar lo mucho que intentara quedarme dura como un palo en el lodo,
Christos no me dejó quedarme quieta. Puso una mano alrededor de mi cintura y
tomó mi mano.
Nos hizo girar, y no tuve más opción que seguirle la corriente.
—¿Cuánto has bebido? —dije en su oído.
—No lo sé. ¿Dos cervezas?
—¿Eso es todo?
—Sí. He estado ocupado bailando ¿Por qué?
—Es que te ves tan… no lo sé. Despreocupado. —Christos era tan serio la
mayor parte del tiempo, que no imaginaba que pudiera soltarse así.
—¿Recuerdas esos chicos que ayudamos en la biblioteca? Intento actuar
como ellos cuando el momento lo requiere. Esto es una fiesta después, de todo.
Tenía razón. Envidiaba su espíritu libre al mismo tiempo que quería escapar de
este. Pero eso era en casa. ¿Iba a tener que hacer eso para siempre?
Tal vez podía canalizar la alegría como Christos lo hacía. No quería vivir mi
vida como una frígida contadora. Quería aventuras. No iba a encontrarlas
evitando oportunidades como esta.
Hice lo mejor para soltarme. Giré mis caderas, y sacudí mi trasero. De hecho
había empezado a meterme en el ritmo. No tenía mucha experiencia bailando,
pero me las arreglé para divertirme.
Eventualmente, me quedé sin aliento.
—Necesito descansar un minuto —le grité a Christos. Señalé hacia la casa.
—De acuerdo. —Se quedó bailando.
130 Significaba eso que iba a venir conmigo, o que estaba por mi cuenta. De
nuevo.
Cuando empecé a salirme de la muchedumbre bailando y me volví a ver a
Christos, vi como la muchedumbre se lo tragaba.
Era un patrón para él. La vida parecía haberlo atrapado de una forma que
ninguna persona, y ciertamente no una mujer, podría hacerlo jamás.

Entré a la casa necesitando alejarme del buen rato de Christos. Terminé en la


cocina donde un torneo de centavos tenía lugar en la mesa. Un montón de tipos
realmente ebrios hacían rebotar sus centavos en un vaso.
Uno de ellos me miró con ojos colorados.
—¡Hey, nena! ¡Únetenos!
Uh, no.
El tipo que estaba usando un jersey de fútbol se puso de pie.
—Toma mi asiento. —Qué caballero. Estaba tan ebrio como su amigo, pero
en este momento, posiblemente estaba siendo más considerado que Christos.
—Lo siento, estoy buscando a alguien —mentí. En serio sólo quería privacidad.
¿Dónde iba a encontrarla en este zoológico?
Me di la vuelta y regresé a la sala. Un puñado de surfers estaban sentados
frente a una enorme TV jugando uno de esos juegos de Call of Duty en el xBox. De
alguna manera también estaba involucrada la bebida mientras le disparaban a
cosas. ¿Sorprendida? Nope. ¿Hombres? Síp.
Los surfers no me prestaron ni la mínima atención, así que me acomodé en
una esquina del sofá. Un montón de gente estaba parada detrás de mí, hablando
y hablando sobre diversas cosas. Estaba envuelta en un capullo de gente
divirtiéndose sin mí. Sí funcionaba para mí.
Un tiempo después, oí la voz de Jake emerger desde el caos detrás de mí. Le
estaba hablando a alguien. Me giré en mi lugar en el sofá, pero no lo pude ver ya
que estaba tapado por un enorme tipo parado justo detrás de mí.
—Amigo —le dijo Jake a su misterioso acompañante, que era un chico—.
Adonis está flipado por esa chica. ¿Esa con la que vino? ¿La sexy?
Me puse alerta. ¿Estaba hablando de moi? No debería haber estado
escuchando. Escuchar conversaciones ajeas siempre terminaba mal. De acuerdo,
tal vez podía escuchar un poco.
—¿Te refieres a la amiga de Mad?
—Ella es caliente. Adonis se enrolla con las chicas más finas de la ciudad,
131 amigo. Es un puto afortunado.
¿Enrollar? ¿Estaba detectando el inicio de un rumor? Porque así es como
generalmente empezaba. Chismeando mierda. Odiaba ser el centro de este.
Demonios.
Me giré en mi asiento queriendo intervenir, pero el tipo gigante aún estaba
bloqueando mi visión y estaba atrapada entre varios jugadores de Call of Duty. No
iría a ninguna parte a menos que gritara ¡Fuego! o llamara al 911 por una amenaza
de bomba.
—No se han enrollado —le dijo Jake a su amigo. Me agradaba Jake—.
Simplemente le sirve de acompañante. Dice que es alguna clase de artista natural.
Le está mostrando toda clase de cosas en su estudio.
—Apuesto a que lo hace. Le muestra toda clase de cosas. —Claramente
pude oír la sucia implicación que el Hombre misterioso estaba formulando—. Sé
que yo lo haría.
—No, hermano. No así. Adonis es un verdadero artista. ¿Has visto alguno de
sus trabajos?
—No.
—Amigo, es increíble —dijo Jake con sincero orgullo—. Va en serio. Dice que
esta chica, Sam, tiene un don. Él quiere ayudarla a desarrollarlo. Ser como su propio
entrenador personal y mierda así.
—Qué suerte —dijo el Hombre Misterioso, de pronto sonando sincero y celoso.
—¿Quién? ¿Adonis?
—No, hermano. La chica. ¿Tienes a alguien que te ayude de esa manera?
Algo así no se consigue todo los días.
—No, no se ve seguido.
Whoa. ¿Qué? Mi estómago dio un vuelco y giró. Jake y el Hombre Misterioso
se alejaron de donde yo estaba sentada y el sonido de Call of Duty los ahogó por
completo.
¿Había sido mi valoración de Christos de Buen rato demasiado apresurada?
Decidí averiguarlo. Fui a buscarlo.

132
Trece
E
l primer lugar obvio para comprobar era en el patio trasero. Ahora
había más bailarines que antes. Me sorprendió que los policías no
hubieran aparecido todavía, debido a todo el jaleo.
Caminé a través de los cuerpos retorciéndose, buscando a Christos. Los
universitarios borrachos me rodeaban. Podía oler el alcohol en el aire. ¿Era en el
sudor de todos? ¿Cuánto había bebido la gente? Apuesto a que los barriles
estaban vacíos y la mesa de alcohol ya estaba limpia.
Me sentía estúpida caminado normalmente a través de la multitud, mientras
la gente bailaba a mi alrededor, así que puse mis brazos en el aire y traté de
reavivar algo de mi baile entusiasta de cuando estaba temblando con Christos
antes. Varios chicos intentaron bailar conmigo, pero yo seguía en movimiento.
Estaban demasiado borrachos tocarme exitosamente o seguirme.
En un momento dado, pasé un hombre bailando con una chica menor que
yo. Tenía cabello oscuro. Por un momento, me había quedado atrapada detrás de
133 ella, así que escaneé en la multitud por Christos. El chico bailando con Pequeña
Chica, que tenía la cabeza rapada y tatuajes en su cuero cabelludo, no dejaba
de mirarme. Me estaba poniendo nerviosa. Hice lo que pude para ignorarlo
mientras trataba de mirar a la multitud más allá de él.
Un momento más tarde, sentí un dedo tieso en mi hombro.
—¿Tienes un problema?
Me di la vuelta y descubrí a Pequeña Chica mirándome con el ceño fruncido.
La ira en sus ojos me tomó por sorpresa, y también sus tetas enormes. Creo que
cada una era más grande que mi cabeza. No sabía qué decir.
—¿Estás mirando a mi novio?
Estaba confundida .
—¿Quién es tu novio?
—Cassandra, cálmate —dijo el hombre con la cabeza rapada, el que había
estado bailando con ella.
Cassandra pasó de cero a perra en menos de un segundo. Se dirigió a él.
—Cállate Emilio. Quiero saber por qué esta zorra te estaba comprobando. —
Ella se volvió hacia mí—. ¿Estás mirando mi hombre, ho?
Zorra.
—¿Qué? ¡No! ¡Estoy buscando a mi amigo!
Cassandra debió sentir mi miedo, porque se lanzó al ataque.
—No mires a mi novio, perra.
Perra.
—¡No lo estoy! —Traté alejarme de ella, pero sus tetas estaban en el camino.
Provocadora.
—¿A dónde vas, puta ? ¡No he terminado de hablar contigo!
Puta.
—Cálmense, chicas —dijo Christos, de repente de pie junto a nosotros—. No
hay razón para enojarse.
Cassandra miró a Christos.
—¿Quién diablos eres?
Christos puso un brazo protector alrededor de mí.
—Soy su novio. ¿Quién eres?
¿Novio? ¿Me perdí de algo?
Cassandra no supo cómo responder a la pregunta de Christos. Su rostro luchó
consigo mismo. Eventualmente, dijo:
—¡La perra estúpida estaba mirando a mi hombre!
134
Christos le mostró un hoyuelo a Cassandra.
—Relájate, cariño. Ella no estaba tratando de robar a tu hombre. ¿Por qué iba
a hacerlo, cuando me tiene a mí?
—Hey, jugador. No llames a mi chica cariño —dijo Emilio.
La siguiente cosa que supe, fue que Emilio y Cassandra se volvieron hacia
Christos como un equipo. Los que bailaban notaron la tensión. Un círculo se amplió
a nuestro alrededor. Grande. ¿Iba a tener que luchar con Cassandra mientras que
Christos luchaba contra Emilio? Sería un nuevo significado a la frase “peleando
como perros y gatos”.
—Cálmense, ustedes dos —dijo Christos—. No estoy tratando de llevarme a tu
chica, y mi novia no está tratando de llevarse a tu hombre.
—Veo cómo estas mirando a mi chica —gruñó Emilio.
—¿Por qué iba a estar mirando a tu chica cuando tengo mi propia novia
caliente?
—¿Tú dices que mi Cassandra no es lo suficientemente caliente como para
ti? —gruñó Emilio—. ¿Dices que tu novia es todo eso?
¿Qué? No podía seguir la lógica de Emilio.
—Yo no he dicho eso. —Christos se rió entre dientes—. Tú lo hiciste.
Cassandra se giró a Emilio. Puso los puños en sus caderas y voz baja le dijo:
—¿Qué acabas de decir?
Los ojos de Emilio se abrieron con horror.
—Nada, cariño.
—¿Que acabas de decir, Emilio?
—No he dicho nada, nena. ¡Te lo juro!
—¡Ya te he oído! ¿Crees que esta perra es más caliente que yo? Lo hiciste,
¿no?
—¡No, Cassandra! ¡Te lo juro!
—¡Lo hiciste!
Yo estaba estupefacta. Christos acababa de hacer que Emilio y Cassandra
se enfrentaran. Las garras de Cassandra habían estado a punto de cortar mis ojos
hace unos pocos segundos. ¡Ahora tenía su mirada puesta en su propio novio!
Cassandra entró en erupción como un volcán inflamado. Comenzó a
abofetear a Emilio como una hiena psicópata. Corrió hacia la multitud de
bailarines, los cuales habían dejado de ver el drama. Cassandra lo persiguió por
todo el césped, pisándole los talones.
Emilio esquivó a un grupo de personas de pie cerca de la piscina. Tropezó y
se zambulló de cabeza en el agua. Cassandra se lanzó tras él sin pensarlo dos
135 veces.
—¡Vuelve aquí, Emilio! ¡Siempre supe que eras un perro! —Nadó en el agua,
tratando de llegar a él. Su cabello se aferraba a su cabeza como un trapeador
húmedo.
El perro nadó lejos de ella tan rápido como podía.
—¡Vuelve aquí, Emilio!
La multitud se rió ante el dúo loco.
—¡Si pongo mis manos sobre ti, Emilio, te voy a cortar las bolas!
Contuve mi risa.
Christos se rió entre dientes, me sonrió y me apretó el brazo.
—¿Estás bien?
—¿Cómo demonios hiciste eso? ¡Fue como un maldito truco mental Jedi!
—¿Has oído esa vieja cosa de artes marciales sobre el uso de la fuerza de tu
enemigo en contra de ellos?
—Uh, supongo.
—Esa chica tenía más celos que todo el mundo en la fiesta juntos. Todo lo que
tenía que hacer era apuntar lejos de ti, hacia su novio. Del resto se hizo cargo por
sí misma.
Christos inclinó la barbilla hacia la piscina, donde Emilio estaba saliendo de la
parte menos profunda mientras Cassandra tenía el agua casi hasta el cuello. Era
realmente pequeña.
Me volví hacia Christos.
—Pero todavía no entiendo por qué estaba tan celoso. ¿Qué la tenía tan
preocupada?
—¿Hablas en serio? —Christos se burló—. ¿Cuándo fue la última vez que te
miraste en un espejo?
No lo seguía. Me encogí de hombros.
—Eres fácilmente la chica la chica más caliente en esta fiesta.
Me eché a reír.
—No, lo soy. —La verdad era, que Cassandra era muy bien parecida, a pesar
de lo zorra que era para mí. No tenía que preocuparse de que le robara ningún
chico.
Christos sonrió y negó.
—Necesitas conseguir tu examen de la vista. Esa pobre chica estaba
totalmente celosa de tu apariencia.
136 —Eso no tiene ningún sentido.
—Lo tiene para mí.
La gente alrededor de nosotros se había cansado de ver el espectáculo de
Emilio y Cassandra goteando por el lado de la piscina, y habían vuelto a bailar.
—¿Quieres bailar? —preguntó Christos.
—Por supuesto.
La música cambió de repente a una canción lenta. Christos me tomó en sus
brazos y lo miré a los ojos. ¿Cupido había elegido la lista de reproducción?
Mis manos se presionaron ligeramente contra el duro pecho de Christos. Tenía
la intención de poner mis brazos en señal de protesta, pero ahora sentía sus
músculos del pecho flexionándose debajo de la camisa. Movimiento en falso por
mi parte.
Quería inclinar mi mejilla contra su pecho, pero resistí a la tentación. Así que
deslicé mis brazos alrededor de su espalda musculosa. Otro movimiento en falso.
Él me tiró más cerca. Estaba envuelta en sus brazos, protegida de todo en el
mundo. Levanté la vista hacia él. Me miró a través de sus gruesas pestañas. ¿Si no
hubiéramos estado solos aquí el día de hoy?
Toda la parte frontal de mi cuerpo contra el suyo. Su pelvis presionando
suavemente con la mía. Empecé a palpitar abajo. Las sensaciones de hormigueo
revoloteaban de mis muslos e iban por mi columna vertebral. Mis pechos apretados
contra la parte superior de sus abdominales. Me incorporé a él con fuerza.
Sorprendida por mi propia audacia, lo miré, esperando el rechazo.
Él bajó la mirada hacia mí. Una lenta sonrisa se extendió por sus labios. Quería
lamerlos. Creo que leyó mi mente, porque su lengua se deslizó fuera de su boca y
la pasó por su exquisito labio inferior. El calor estalló en mi pecho y corrió hasta mi
cara. Lo necesitaba para darme un beso. Eché la cabeza hacia atrás y separé mis
labios con un suspiro. Mis pestañas revolotearon con anticipación.
Se inclinó hacia mí. Sus ojos de pronto parpadearon y frunció el ceño.
—No podemos hacer esto.
Él se apartó y me soltó de sus brazos.
—¿Qué?
—Soy tu mentor, Samantha. No tu novio. —Hola, rechazo. Me sorprendió oírle
decirlo después de que había defendido mi honor frente a Cassandra y Emilio
llamándonos novio y novia. Pero eso fue sólo una estratagema que había utilizado
para calmar la situación. En realidad no lo había querido decir.
No estaba segura de si se suponía que debía estar herida o enojada. O no
sentir nada en absoluto.
Quería huir. Quería quedarme. Entonces me acordé de lo que había oído
137
decir a Jake en la casa. ¿Era posible que Christos tuviera mis mejores intenciones
en mente? ¿Que él quería ayudarme a ser una artista, no simplemente conectar
conmigo como lo hizo con todas sus otras novias?
Me había decepcionado en algún nivel. Sé que había visto deseo genuino en
sus ojos. Por un instante. Quería que esa sensación fugaz durara para siempre. Pero,
por otro lado, nunca había tenido a alguien que se dedicara a ayudarme a realizar
mis sueños más allá de la carrera de contador.
¿Que era más importante para mí?
¿Mentor de arte o novio caliente? ¿Una carrera que realmente quería, o este
hombre asombroso? ¿Podría tener las dos cosas? ¿O interferiría?
Esto era malísimo. Honestamente puedo decir que no me podía decidir. Mi
madre habría dicho que quería tener mi pastel y comérmelo también. ¿Qué
demonios significaba eso? ¿Quién servía pastel y les decía a todos que no se lo
comiera? Eso nunca sucedió en la vida real. Que te jodan, mamá.
Lo quería tanto.
Christos tenía una mirada de dolor en su rostro. Él no iba a dejar que me
comiera su maldito pastel.
—Necesito un poco de aire —le dije, retrocediendo. Me di la vuelta y pasé
más allá de las otras parejas antes de que me pudiera seguir.
Me encontré en la casa y vague de una habitación a otra. Las lágrimas
corrían de mis ojos. Pensé que podía detenerlas, pero era imposible. El rechazo de
Christos dolía demasiado.
Finalmente, encontré a Madison. Estaba besándose en un pasillo oscuro con
Jake.
—¿Me puedes llevar a casa? —le rogué entre lágrimas.
Madison rompió su beso con Jake.
—¿Qué pasa, Sam? ¿Qué pasó?
—Tengo que irme. Lo siento, Jake. Realmente necesito que Mads me lleven a
casa. — Jake y Madison intercambiaron una mirada de preocupación.
—No hay problema, Sam —dijo—. Cuida de ella, Mads.
Madison tomó su bolso de la habitación de Jake y me acompañó hasta su
auto. Afortunadamente, no estaba estacionada con todos los coches en la calle.
—¿Qué pasó, Sam?
138
—Fue Adonis.
Las cejas de Madison se juntaron.
—¿Qué te ha hecho? Ese tipo es un jugador. ¡Sabía que te iba a hacer daño!
—Samantha. —Christos vino corriendo hacia nosotros—. ¡Ahí estás!
—Lárgate de aquí, imbécil —dijo Madison—. ¿No has hecho bastante daño?
—Madison le lanzó una mirada de advertencia.
Christos detuvo en seco.
—No, Mads —le dije—. Está bien. No lo entiendes.
—Samantha, no había terminado —dijo, exasperado—. Yo quería decirte…
—¡Ahí estás, cabrón! —gritó Emilio, pavoneándose por el camino de entrada,
todavía húmedo de su chapuzón en la piscina—. Cassandra rompió conmigo y me
dejó aquí, a mí. Si tu novia no hubiera estado en mi mierda, nada de esto habría
pasado. Es tu maldita culpa.
Emilio tenía dos amigos con él. Ambos parecían igual de rebeldes y enojados.
—Tranquilo, hermano —dijo Christos—. No tengo tiempo para esto ahora.
Podemos arreglarlo más tarde.
—Estamos trabajando en eso ahora, hijo de puta —intervino Emilio y alanzó su
puño a la cabeza de Christos.
Christos se movió hacia un lado y agarró a Emilio por la muñeca con una
mano mientras empujaba contra la parte posterior del codo de Emilio con su palma
abierta. Se giró y lanzó Emilio a la puerta de un auto estacionado. Primero su
cabeza.
Emilio cayó como roca.
Madison y yo intercambiamos una mirada de sorpresa.
Los dos amigos de Emilio se pararon en seco, conmocionados. Emilio era más
grande que los dos. Ninguno de ellos era remotamente tan grande como Christos.
—¡Fuera de aquí, o serán los siguientes —advirtió Christos—. Lleven a su amigo
con ustedes.
Emilio gimió en el suelo.
Uno de sus amigos metió la mano en el bolsillo.
—Cualquiera que sea la mierda que estás alcanzando en el bolsillo, detente
en este momento —gruñó Christos. Avanzó un paso hacia el chico—. O voy a
romper tu maldito brazo.
El chico se detuvo.
—Está bien, hombre. Sólo las llaves del auto.
139 Christos lo fulminó con la mirada.
—Sácalas lentamente. Con los dedos.
El tipo sacó las llaves de su bolsillo con el dedo índice y el pulgar. Las hizo sonar
para que todos las vieran.
—¿Ves? Sólo son llaves.
—Muy bien, saquen su mierda de aquí.
Los dos amigos ayudaron al aturdido Emilio a levantarse. La sangre goteaba
de la nariz de Emilio. Ellos pusieron sus brazos sobre sus hombros y lo llevaron a la
oscuridad.
—¿Qué. Demonios. Acaba. De. Pasar? —preguntó Madison, con la boca
abierta.
—No tengo idea —le dije. Me eché a reír. Creo que estaba liberando la
tensión. Madison se unió. Ambas miramos a Christos.
Él se encogió de hombros.
—No me mires a mí. Te juro que no tuve nada que ver con su ruptura. Ese chico
se trajo todo a sí mismo. Su novia era un melocotón.
—¿Me estoy perdiendo algo? —preguntó Madison.
—Te lo diré más tarde —le dije.
Madison miró de mí a Christos.
—¿Están bien ustedes dos? ¿Tengo que intervenir?
Le sonreí a Christos.
—No, estamos bien. ¿Podemos tener un poco de privacidad, Mads?
—Hablen entre ustedes —dijo Madison, chasqueando sus dedos extendidos—
. Voy a estar en el interior, si me necesitas. —Entró en la casa.
—Quería darte explicaciones —dijo Christos—. Allá.
Lo miré y arqueé las cejas.
—Por favor, continúa.
—Samantha, eres una joven hermosa. Nadie está negando eso.
Me sonrojé e incliné la barbilla hacia abajo, tratando de ocultarme. Pero lo
miré tímidamente por debajo de las cejas.
—La cosa es que no quiero que nada pase entre nosotros en medio de la
tutoría.
—No está en el medio.
—No en este momento, pero podría. No quiero que eso… —Su voz se
desvaneció. Sus ojos se estrecharon y miró por encima de mi hombro.

140 —¿Qué?
—¡Al suelo¡ Ahora. —Él me empujó a mis rodillas.
—¡Christos! ¿Qué estás haciendo? —Cuando recuperé mi equilibrio, me giré y
vi un auto en la calle, al final del camino de entrada. Emilio y sus amigos. Las
ventanas estaban hacia abajo. Uno de los amigos se asomó por el asiento de atrás
con un arma.
Christos se lanzó sobre mí.
—¡Abajo! —Llegamos detrás de un coche en el camino de entrada.
Escuché cinco disparos y luego el motor. Los neumáticos chirriaron y el coche
salió a toda velocidad.
—¿Estás bien? ¿Te han disparado? —preguntó Christos desesperadamente.
—¡No lo sé, no lo sé!
Madison, Jake, y varias otras personas salieron corriendo de la casa. Todos
estaban gritando.
—¿Qué mierda? —Jake gritó—. ¡Alguien le disparó a alguien! —Una persona
al azar lloró.
—¡Sam! —gritó Madison. Ella corrió hacia mí—. ¡Sam! ¿Estás bien?
—No lo sé. Yo… yo creo que sí.
—Amigo, ¿estás bien? —le preguntó Jake a Christos.
—Sí, hombre. Tengo salir de aquí. Los policías van a estar en todo el lugar en
un par de minutos.
—Está bien, hermano. Ve.
Christos me miró.
—¿Estás bien? —Miró por todo mi cuerpo—. No te dispararon, ¿verdad?
—No lo creo.
—Madison —dijo, mirándome directamente a los ojos—. Asegúrate de que
esté bien. Me tengo que ir. Ahora.
Ella asintió.
—¡Espera! ¿Por qué te vas? —lloré—. ¡Tú no has hecho nada! ¡Nos dispararon!
—Me tengo que ir, Samantha. —El pánico en su rostro.
Se puso de pie antes de que pudiera detenerlo y se echó a correr por la calle
hasta su auto. Oí sus neumáticos chillar, y estoy bastante segura que condujo en la
dirección opuesta del auto de Emilio, al menos no los perseguiría.
Así que ¿por qué estaba corriendo? Le di Jake una mirada suplicante.
—¿Por qué se fue?

141 Jake negó. No estaba recibiendo ninguna información de él.


Madison golpeó el brazo de Jake.
—Qué mierda, Jake ¿Qué ha pasado? ¿Por qué Adonis corre de esa manera?
Jake no respondió. Madison comenzó a abofetearlo como una loca.
—¡Madison! ¡Detente! —dijo Jake—. Él no ha hecho nada.
—¡Es tu estúpida fiesta! ¡Casi me dispararon! —Madison llevó las manos a su
cara y empezó a llorar.
Jake le pasó un brazo alrededor y ella se apoyó en él. Él me miró.
—¿Estás bien, Sam?
Mi adrenalina estaba todavía en curso, pero estaba bastante segura de que
no me dispararon. Mis rodillas se sentían débiles, probablemente de cuando
Christos me empujó hacia abajo, a pesar de la protección de mis jeans.
—Te llevaré a casa —dijo Jake.
—Yo lo haré —dijo Madison—. Sólo dame unos minutos.
—Ustedes deberían irse ahora, antes de que llegue la policía.
—Tienes razón. —La misma confianza interior que había descubierto que tenía
en situaciones como ésta tomó el control—. Voy a conducir.
—¿Qué? —preguntó Madison a través de una máscara de lágrimas—. ¡No
puedes conducir!
—Tú tampoco puedes. No te preocupes, voy a estar bien. Vamos. —Subimos
al coche y nos marchamos.
La única cosa en mi mente era el hecho de que las únicas dos personas que
habían visto el tiroteo fueron Christos y yo. Sin él, no quería estar allí cuando
apareciera la policía y comenzaran a hacer preguntas.
Después del arresto de Christos en el estacionamiento de la SDU al comienzo
del año, sospechaba que era lo mejor.
Había estado en lo cierto.
Christos realmente era problemas.

Conduje el coche de Madison de vuelta hacia mi apartamento. No hablamos


mucho. Creo que las dos estábamos en estado de shock.
Cuando nos acercamos, le pregunté:
—¿Quieres pasar el rato conmigo en mi casa? ¿O ir de nuevo con Jake?
—¿Quieres que lo haga? Estoy segura que el lugar de Jake es una pesadilla
142 en este momento.
— No me importaría. —Estacioné en mi edificio.
Christos estaba apoyado en su auto.
—Oh —dije sorprendida. Me di cuenta de que Madison estaba escrutando mi
reacción.
—Pensándolo bien, tal vez debería dejarte con Adonis.
Estacioné en mi espacio.
—Lo siento. Parece que quiere hablar.
—¿Vas a estar bien? —Puso su mano en mi antebrazo de manera protectora
y me dio una mirada de hermana mayor preocupada.
—Sí, siempre y cuando nadie nos dispare —le dije medio en serio. ¿Por qué
me temo que los disparos eran una posibilidad real con Christos alrededor? Tal vez
estaba mejor sin él, ya que sólo era mi mentor.
—Vas a estar bien. —Madison me dio unas palmaditas en el brazo. Las dos
nos bajamos y ella subió al asiento del conductor.
Me acerqué a Christos. Madison bajó la ventanilla cuando dio la vuelta con
el auto.
—Mantenla a salvo —le dijo a Christos.
—No te preocupes, no voy a dejar que nada le haga daño.
—Será mejor que no. —Madison saludó y se fue.
Mientras miraba a los ojos azules, el mundo entero se desvaneció. En ese
momento, creía que lo único que en realidad podría hacerme daño era Christos.
—¿Qué pasó allí? —le pregunté —. ¿Por qué huiste?
Puso sus manos sobre mis hombros.
—Tenemos que hablar. ¿Podemos hacerlo en el interior?
No me gustaba el sonido de eso.
—Está bien.
Subimos a mi apartamento. De repente me sentí agradecida por la limpieza
anterior. La intuición de las mujeres rara vez se equivocaba. Fuimos a la puerta
principal.
—¿Quieres algo de beber?
—Agua está bien.
Llené un vaso de la jarra de agua de mi nevera.
Me uní a él en el sofá.
—Entonces. ¿Persecución de coches? No seguiste esos tipos, ¿verdad?
143 —¿Qué? De ninguna manera. Vine directamente aquí.
—¿En serio?
—Pensé que esto era el siguiente lugar lógico para encontrarnos, después de
Jake.
—¿Me esperaste?
—Por supuesto. —Echó hacia atrás el vaso de agua y bebió todo.
—¿Quieres un poco más?
—Por favor.
Me levanté y le serví otro vaso.
—Mira, Samantha. Acerca de lo que dije. Acerca de la tutoría. —Él tragó más
agua.
—¿Sí? —le dije, esperanzada. Todo lo que quería en ese momento era que
me dijera que se había equivocad , que podía ser mi mentor y más.
—Lo dije en serio.
Mierda.
—Iba a reiterar lo que ya he dicho. Samantha, eres muy talentosa en el arte.
No lo ves todavía, pero yo sí. Tienes más potencial de lo que crees, y no quiero nada
que te impida el desarrollo de eso.
Quería decirle que no era su decisión, pero mantuve la boca cerrada.
—He oído la manera en que te quejas sobre contabilidad con Romeo. Y cómo
envidias el talento de Kamiko, pero ella es pre-med. Creo que tienes razón sobre
ella. Probablemente podría ser una exitosa dibujante de cómics.
—Sí, es increíble. No me gustaría verla derrochar su talento, porque sus padres
querían que fuera médico.
—Exactamente. Siento lo mismo por ti. Puedes ser una artista exitosa,
Samantha. Lo sé. No tienes que ser una dibujante de cómics como Kamiko, pero
hay un montón de opciones. No quiero que renuncies a tus sueños, bajo ninguna
circunstancia.
—No lo estaba planeando. —Estaba siendo un gran apoyo. ¿Qué se supone
que debo decir?—. ¿Significa que todavía podemos ser amigos?
—Siempre.
—¿Qué pasaría si nuestra amistad comienza a ser, ya sabes, algo más? —le
pregunté esperanzada.
Se pasó la mano por el cabello.
—No quiero que te distraigas. Si tu y yo, si nosotros… si tenemos algo más que
una relación de amistad, no vamos a hacer nada. No puedo dejar que eso suceda.
—No tiene por qué ser así, Christos.
144
Apretó la mandíbula y apoyó los codos en las rodillas. Una mirada oscura
ensombreció su rostro.
—No lo vas a conseguir Samantha. Es más que eso. —Se levantó bruscamente
y rodeó la mesa de café.
Él comenzó a agitar sus brazos, como si estuviera exponiendo un caso ante un
jurado.
—Soy una mala influencia, Samantha. Estoy lleno de mierda en todos los
sentidos. Tengo una tendencia a arruinar las cosas, incluso cuando tengo las
mejores intenciones.
Taylor.
—Todos lo hacemos, a veces. —Lo consolé.
—La cosa es que sé que puedo ayudar si no soy nada más que un mentor.
Estoy seguro de que no voy a arruinar eso. Al igual que la enseñanza de los niños
en la biblioteca. Me prometí que nunca volvería a defraudarlos. Ahora, terminé.
—¿Qué quieres decir?
Se detuvo y me miró a los ojos. Su mandíbula se movía como si estuviera
considerando algo.
— Esa es otra cuestión. No te preocupes. No es tu problema.
Bien, ahora me daba miedo. ¿Cómo dejas a un grupo de niños en una clase
gratis en una biblioteca? Había que hacer algo bastante malo. Me estremecí pero
me contuve. Me estaba adelantando.
—No quiero decepcionarte, Samantha. Lo de tutor lo puedo hacer. Por ahora.
Eso lo sé. Pero más allá de eso, no puedo prometer nada. Confía en mí en esto. Las
cosas van a causar problemas en el camino. No quiero arrastrarte a la tormenta de
mierda que es mi vida.
—¿De qué estás hablando? No lo entiendo. —Desde el exterior, su vida
parecía bastante bien para mí. La mayoría de las veces actuaba como si no tuviera
ninguna preocupación en el mundo. ¿Era todo una actuación?
—No puedes entrar en ella.
—Por favor, Christos. Sea lo que sea, me lo puedes decir. No te voy a juzgar.
—Espero que eso sea cierto. —Me miró por un largo tiempo. La desesperación
oscureció sus ojos. Se dio la vuelta.
Me di cuenta de que le estaba haciendo daño. Me levanté y me acerqué a
él.
Se dio la vuelta, escondiendo su rostro.
—Christos, mírame. —Me extendió la mano y puse mi mano en su mejilla y
145
volvió la mirada hacia la mía—. Me lo puedes decir.
Estaba al borde de las lágrimas. En ese momento, parecía un niño herido.
¿Qué le había ocurrido a este pobre muchacho?
—Tengo un montón de problemas de los que no sabes nada. No quiero
arrastrarte a ellos.
—¿Cómo qué?
Él cerró los ojos, conteniendo las lágrimas. No lo podía creer. Christos nunca
me pareció del tipo que llora.
—Algo de mierda seria. —Negó, como si estuviera tratando de hacer que sus
problemas desaparecieran, pero no podía. Su rostro se endureció lentamente, en
un intento por detener el tremendo dolor.
Yo lo sabía por experiencia propia. A veces me burlaba del espejo.
—Olvídalo —dijo en un tono uniforme—. Quiero que te centres en ti misma. Tu
vida puede ser mejor, incluso si la mía es un caos.
Sin pensarlo, envolví mis brazos alrededor de él y lo abracé con fuerza.
—Está bien, Christos. Está bien. —Olí su colonia, su piel, y su vulnerabilidad. Fue
una combinación embriagadora. La cabeza me daba vueltas.
Él se sacudió, como si las defensas que había acondicionados estuvieran
cayendo de nuevo. ¿Fue porque su dolor era demasiado grande como para
sostenerlo? Podría contarme. ¿O era algo más?
Sentí su mano en la parte de atrás de mi cabeza y acarició mi cabello. Apoyó
la barbilla en mi cabeza y aspiró mi olor.
Levanté la vista hacia él. Su expresión era completamente diferente. La
sensación de inquietud y angustia había desaparecido. Estaba verdaderamente
tranquilo. En ese momento, sentí su corazón abierto para mí por completo. Sin
embargo, no tenía idea de lo que estaba pasando dentro de su cabeza. Pero eso
no importaba. Sus párpados bajaron. Su rostro inclinado hacia el mío.
Pasó la mano por mi mejilla y luego la deslizó detrás de mi cuello. Arqueé la
parte posterior del cuello y entreabrí los labios. Mis ojos se entrecerraron con
expectación por segunda vez esa noche.
Sus ojos se cerraron y una expresión de dolor apretó sus rasgos. Tocó mi frente
con la suya.
—No puedo, Samantha. No voy te voy a hacer esto.
No sé cómo, pero sentía que su corazón se cerraba tan rápido en ese preciso
momento. Mi vieja promesa que nunca iba a llorar cuando un hombre me
empujara lejos estaba al borde de la ruptura. Eso me asustaba más que cualquier
otra cosa. Me entraron ganas de llorar.
Mis brazos temblaban mientras lo abrazaba tan fuerte como era posible
146 tratando de contener las lágrimas, tratando de forzar a su corazón a abrirse de
nuevo. No estaba funcionando. No porque no estuviera tratando. Él se puso rígido
en mis brazos, tenso, a la defensiva, contenido.
No sé cuánto tiempo lo sostuve antes de que me quedara sin energía y
relajara los brazos. Puso sus manos sobre mis hombros y suavemente nos separó.
Tomó mis manos entre las suyas.
—¿Podemos estar de acuerdo en mantener esto, totalmente platónico,
mentor-alumna? ¿Y nada más?
Apenas tenía la energía para hablar. Había utilizado hasta la última gota de
ella tratando de forzar su corazón a abrirse. Él esperó mi respuesta.
Tenía miedo de responder. Si le decía que sí, estaba cerrando una puerta que
no quería cerrar. Si decía que no, me temía que podría dejar mi vida para siempre.
Ninguna elección era atractiva.
Pero algo era mejor que nada.
Dejé caer mis hombros.
—Sí. —Me sentí derrotada.
Después de Christos se fue, me metí en la cama. Consideré llamar a Madison,
pero no pensé que podía ayudar. Todavía quedaba mucho de mí, que ella no
sabía, y no estaba preparada para contarle, no importaba lo cercanas que nos
habíamos convertido. Consideré salir a trotar, pero estaba agotada físicamente.
Consideré mi helado en el congelador, pero sólo de pensarlo se me revolvía
el estómago.
Giré en mis sábanas y lloré hasta quedarme dormida. Por lo menos podía llorar
en privado.
En repetidas ocasiones soñaba con la mirada embrujada que había visto con
tanta claridad en los ojos de Christos cuando aludía a sus problemas secretos.
Yo sabía todo acerca de los problemas secretos.
Taylor.
No pude dormir bien en absoluto.

147
Catorce
N o vi a Christos en el campus la semana después de la fiesta. Creo que
me estaba evitando. Cuando lo llamaba, siempre se iba al correo de
voz. Cuando le enviaba mensajes de texto, siempre respondía con el
mismo mensaje:
Te veré el sábado. 1:00 p.m. Trae el cuaderno de bocetos, lápices. Usa
zapatos cómodos.
Supongo que podría haber sido peor. ¿Qué tenía con los zapatos?
A mediados de la semana, la separación me estaba volviendo loca. Decidí
lanzarme en una fiesta de pena durante el almuerzo con Romeo y Kamiko. Los
tacos de pescado siempre me hacían sentir mejor.
Ya habían oído sobre el tiroteo en la fiesta de Jake. La información estaba por
todo el campus. El tema no estaba dispuesto a tener una muerte rápida.
—He estado trabajando en el diseño de un chaleco antibalas de moda para
148 ti, Samantha. ¿Quieres verlo? —bromeó Romeo.
—Realmente no es gracioso, Romeo —dijo Kamiko.
Comí un bocado de mi taco de pescado y de inmediato sentí la tensión en
mi estómago desplomarse. Al menos la comida todavía tenía el poder para sofocar
mi malestar. Me había comido todo el helado restante en la casa durante las
últimas noches.
—¿Qué? —Romeo parecía herido—. ¡Ella necesita uno! ¿Después de la fiesta
de Jake? ¿Dónde estaba Sam? ¿Detrás de las líneas enemigas?
—Fue al azar, Romeo. Nadie en la fiesta sabía quiénes eran esos tipos. Deben
haber caído ahí.
—¿Cuántos policías se presentaron?
—No lo sé. Mads dijo que eran como diez autos.
—Suena interesante.
Me di cuenta que Romeo estaba tratando conocer la verdad de todo esto,
pero no estaba funcionando realmente.
—No lo fue, Romeo. Nos dispararon. No fue una aventura.
Kamiko le lanzó una mirada fulminante.
La cara normalmente traviesa de Romeo se calmó hacia la seriedad por una
vez.
—Lo siento. Tienes razón. No debería estar bromeando acerca de esto. Creo
que en realidad, me asusta totalmente. Podrías haber salido herida. No querría que
eso ocurriera.
—Está bien, Romeo. Lo entiendo. Fue muy traumático.
Romeo se iluminó de nuevo.
—Así que, ¿cuándo verás a Adonis de nuevo? Él parece haber desaparecido.
No les había dicho acerca de los nuevos límites establecidos por Christos.
Habían estado molestándome en busca de noticias durante toda la semana. Me
decidí a exponerlo.
—Él dijo que debemos restringir nuestra relación a estrictamente de
enseñanza.
—¿Qué? —Kamiko se sorprendió—. ¡Ustedes hacen una muy linda pareja!
—Ya no más. Pero me voy a reunir con él el sábado para otra sesión. Eso es
todo lo que sé. ¿Podemos cambiar el tema? Kamiko, ¿cómo estuvo el último
episodio de Adventure Time?
Eso fue suficiente para desviar la conversación de Christos y yo.
—He decidido que quiero casarme con Finn el Humano. —Ella se rió.
—Son perfectos el uno para el otro. —Romeo se rió.
149 Tal vez si veía más cómics como Kamiko, no estaría tan deprimida por todo.
No, sólo tenía que abastecerme de más helado en el camino a casa.

El sábado, me puse la ropa limpia que estaba en la parte superior de mis


cajones. Consideré vestirme para impresionar, pero sabía que Christos vería a través
de ello. Así que me puse una camiseta y jeans.
Quería mantener la formalidad de la relación y honrar los límites que había
establecido. Si las cosas se desintegraban, no sería por mi culpa.
Si mi camiseta era un poco demasiado ceñida al cuerpo y el escote redondo
revelaba mucho escote, fue totalmente por accidente. Te lo juro.
Me dirigí a su casa y llegué temprano. No sé si estaba esperando algo de
tiempo social adicional con Christos o no. Me preocupaba que no tendríamos
aperitivos después como antes. Pero si llegaba temprano, podríamos charlar un
poco antes de empezar. O al menos eso me dije.
Por suerte, no estaba el Mercedes negro, pero su moto estaba allí. Había
temido que Tiffany estuviera en la residencia de nuevo, posando para su retrato.
Ahora que sabía que solo estaba allí por la pintura, estaba bien con eso. Pero aun
así no quería encontrarme con ella.
Toqué el timbre. No hubo respuesta. La música fuerte flotaba hacia afuera.
Tal vez él no lo había oído. Intenté golpeando la puerta. Había tanto ruido en la
casa, que tal vez bloqueaba mi llamado. Era una casa bastante grande.
De acuerdo con mi teléfono, faltaban cinco para la una. Tal vez él estaba
ocupado en el estudio, trabajando en sus melodías, y poniéndose al día en lo que
estaba haciendo.
Probé la puerta. Estaba abierta. Me detuve en el umbral, preguntándome si
estaba cometiendo un error.
A la mierda.
Entré en la casa.
La música golpeaba en la sala de estar. No me extraña que no pudiera oírme.
Entonces vi los patines en el piso del vestíbulo. Dos pares.
Me arrastré hasta el salón. Christos estaba encima de alguien en el sofá.
Desnudo. Dos perfecta piernas largas envueltas alrededor de su cintura. La
perfecta Paisley.
Observé los hombros tatuados de Christos flexionarse y relajarse. Su trasero
perfecto se levantó y cayó lánguidamente. Cada empuje apuñaló mi corazón. Mi
cara anudada en una mueca.
Paisley lanzó un gemido gutural. Ella estaba sin duda disfrutando.
150 —Más duro —suplicó.
Él gruñó, y le cumplió.
Sus gemidos sin palabras se mezclaban mientras trabajaban hacia la
conclusión. Los músculos de la espalda de Christos brillaban y se retorcían.
—¡Sí! —gritó Paisley en la eufórica liberación.
Estaba en confusión. Envidiaba a Paisley más de lo que estaba dispuesta a
admitirme a mí misma. Debería haber aprendido la lección de no espiar después
de Tiffany.
Era un aprendiz lenta cuando se trataba de Christos, y buena en la miseria
auto-infligida.
Christos gimió con placer intenso.
Es hora de que me fuera. ¿Por qué había esperado tanto tiempo? Curiosa,
supongo. Todo el mundo se detiene para ver un choque de trenes.
Por suerte, no me habían oído. Retrocedí lo más silenciosamente posible y salí.
Ahora sabía por qué me dijo que llevara calzado cómodo. Así podría
escaparme cuando me diera cuenta de lo imbécil que era.
Conduje a casa. Mis ojos estaban secos. Mantuve mi promesa de no derramar
lágrimas por imbéciles.
¿Qué pasaba con Christos? Hacia eso estúpido a Adonis. ¿Él estaba a
disposición de todas las mujeres, menos yo? No sé qué diablos estaban haciendo
en ese estúpido sofá juntos, pero estoy segura de que no era tutoría. Debido a que
la tutoría no incluía lo que estaba haciendo con Paisley, o quién quiera que fuera
la perra. No es que me importara.
Los hombres no tenían absolutamente ningún sentido. ¿Era esto esa estúpida
cosa de puta de Madonna? ¿Era yo una especie de dulce objeto inocente de
pureza para él? ¿Me estaba materializando en lo contrario? ¿Creía que era
demasiado bueno para tocar? ¿Mientras tanto, todas las putas llegaban a tenerlo
realmente?
¿Y todo lo que yo conseguía era instrucción artística?
Estoy segura de que mis padres estarían contentos de oírlo. Probablemente le
darían palmaditas en la espalda y le dirían qué buen chico era por preservar mi
virginidad. Ellos seguro pensaban que yo era del tipo Madonna.
Pero no quería ser inocente y virtuosa y pura. Quería emoción en mi vida. No
quería ser una puta, pero tampoco quería ser una virgen.
¡Que alguien me entregue un atizador caliente! Estaba lista para matarme.
A la 1:15 pm, él me envió un mensaje de texto.
¿Dónde estás? Los niños nos están esperando en la biblioteca. Necesito que
te dirijas allí pronto.
Mierda. Me olvidé completamente acerca de ellos en el huracán de odio que
había sentido hacia Christos.
151 Unos pocos minutos más tarde, otro mensaje de texto.
No quiero decepcionar a los niños. Te van a extrañar.
¿Por qué tenía que tirar de la tarjeta de la culpa? Maldito. Le envié un mensaje
de texto en respuesta:
Nos encontraremos en la biblioteca a la 1:30.
Me metí en mi auto y me dirigí de nuevo a su lado de la ciudad. Bastardo. Lo
estaba haciendo por los niños, no por Christos.
Cuando entré en la biblioteca, Christos ya estaba en la habitación, ayudando
a los niños. Pensaba en él como Christos y no como Adonis porque, ¿cómo podría
odiar a un tipo que era tan dedicado en ayudar a los niños?
Al final de la hora, mi mal humor se había calmado. Me dedique a ayudar a
los niños, y tuve un gran momento. Me encantaba como hacían eso.
No me había hecho a la idea de lo que haría después. ¿Volvería con Christos
al estudio? ¿O iría a casa?
Cuando el último niño se había ido, éramos sólo Christos y yo. Nos quedamos
de pie en lados opuestos de la habitación.
—¿Estás lista para dibujar un poco en el estudio —preguntó.
—Probablemente debería irme. —El único problema era que él bloqueaba la
puerta y tenía que pasarlo.
—¿Hay algo que te molesta? —No debía haber sabido que lo había visto en
el sofá—. Parecías toda desconcentrada por algo cuando entraste antes.
—¡No lo hacía! —Negué. Tal vez lo había hecho. ¿Por qué estaba gritando?
—Se trata de lo de la enseñanza, ¿cierto? ¿Todavía te molesta?
—No es eso. Realmente debería irme. —Caminé hacia él, deseando que se
alejara de la puerta—. Discúlpame. —¿Por qué sus hombros tenían que ser tan
amplios? Estaba bloqueando mi escape.
—Sea lo que sea, podemos hablar de ello. Vamos al estudio. Te prepararé
algo de comer.
—¿Le hiciste a Paisley algo de comer? —le susurré.
—Hola, Samantha —dijo la señora Elders, de pie en el umbral—. ¿Otro día
exitoso en la clase de arte, espero?
—Ah, sí. Fue muy bueno. —Le sonreí.
—Me encanta cómo ustedes dos trabajan tan bien juntos. Hacen un gran
equipo. Los niños los aman.
Una amplia sonrisa ensanchó la boca de Christos. Sus hoyuelos salieron de
detrás de las nubes.
Odiaba a la señora Elders. Por un momento, al menos.
Christos había llegado caminando, así que conduje hacia su casa.
Se bajó del coche.
152
—¿Vas a entrar?
—No hasta que expliques algunas cosas.
Se sentó de nuevo en el auto.
—Está bien.
—¿Qué demonios fue eso?
—¿Paisley?
—Era ella, ¿cierto?
Él agarró la manija sobre la ventana de la puerta. Sus nudillos apretados hasta
ponerse blancos.
—Sí.
—¿Cómo pudiste?
—¿Cómo pude qué?
—¿Tengo que explicarlo?
Tomó una respiración profunda.
—Sam, pensé que habíamos superado esto.
¿Sam? ¿Por qué me estaba llamando Sam? ¿Qué pasó con Samantha?
Ahora estaba enojada y asustada.
—¿Qué, que yo te atrapara revolcándote con una de tus muchas novias?
¿Cómo es que parte de la relación mentor-estudiante?
—En primer lugar, ¿cómo demonios sabías que estaba con Paisley hoy? Se fue
antes de que aparecieras. Estaba mirando el reloj.
¿Cómo explicar eso? ¿Qué me había colado en su casa, antes del momento
en el que se suponía que tenía que estar allí?
—¿Nos sorprendiste?
Vaya.
—Tal vez —dije tímidamente.
—Odio sonar como un padre aquí, pero alguien tiene que hacerlo.
Normalmente, la gente golpea primero, o hace sonar el timbre de la puerta. No
tienes a nadie a quien culpar sino a ti mismo en este caso.
—¡Pero tú estabas teniendo sexo con ella! ¿Cierto?
—¿Y qué si lo estaba haciendo? Es mi vida privada. No la tuyo. No debería
importarte lo que hago en mi tiempo libre.
—¡Pero sí me importa! —Me volví hacia él, con los ojos húmedos. Estúpidas
lágrimas. ¿Cómo me hacía esto? Lo odiaba. O todo lo contrario.
Soltó la manija y se volvió hacia mí.
—Mira, Samantha, siento que nos hayas visto. No quiero que salgas lastimada.
—Me tocó la mano, que descansaba en el centro de la consola—. De verdad no
153 quiero que salgas lastimada. Nunca. Es por eso que dije lo que dije acerca de solo
ser tu tutor.
Pensé en la cosa de Madonna-puta de nuevo.
—No es tu decisión —argumenté—. Si salgo lastimada, es mi problema.
—No me gusta hacia dónde va esto, Samantha.
—¡A mí tampoco! ¡De hecho, odio hacia dónde va! —Me recosté en una
rabieta, cruzando los brazos sobre mi pecho.
Suspiró de nuevo.
—Mira. Tengo un montón de trabajo que hacer después de que te vayas hoy.
No vamos a arreglar esto ahora mismo. ¿Podemos simplemente ponernos a
trabajar en tu técnica de dibujo? ¿Y hablar de esto en otro momento? Quería decir
lo que dije antes acerca de hacer de tu instrucción artística una prioridad. No voy
a cambiar eso.
¿Por qué tenía que ser tan malditamente guapo mientras sonaba tan
razonable?
—Bien. —Hice un puchero—. Vamos. —Me estaba acomodando para lo que
podía conseguir de él. No estaba segura de si debía odiarme por ser tan patética.
Pero él estaba tratando de ser mi mentor. No de acostarse conmigo. ¿Por qué eso
sonaba invertido y mezclado para mí? Gemí.
Salimos de mi VW y fuimos adentro.
Christos subió a cambiarse mientras esperaba en la sala de estar, admirando
las pinturas de paisajes de su abuelo.
Una de ellas colgaba sobre la chimenea, y quería tener una mejor visión. Una
colección de fotos familiares en la repisa de la chimenea me distrajo.
Algunas de las fotos eran viejas y mostraban a Spiridon con el cabello oscuro.
Se parecía mucho a como Christos lucía ahora. Otra foto mostraba a Spiridon con
un joven. El parecido familiar era claro. El joven era obviamente Nikolos, el papá de
Christos. Recordé a Spiridon mencionándolo el día que nos conocimos.
Nikolos sostenía un bebé en una foto. El pequeño Christos. Sonreía con orgullo,
proyectando la cosa de padre orgulloso perfectamente.
Más fotos documentaban los años mientras Christos crecía hasta convertirse
en un niño. Su amoroso padre siempre tenía un brazo alrededor de él, o le estaba
haciendo cosquillas y haciendo muecas. No podía imaginar una pareja más feliz.
Vi algo en el lenguaje corporal del papá de Christos que nunca había visto en el
de mi propio padre. Relajada y cariñosa alegría. En términos más simples, felicidad.
En ese momento envidié la relación de Christos con su padre mucho más de
154 lo que envidié a Paisley antes, cuando vi a Christos encima de ella. Había una
cronología de amor representad en las fotos de la familia Manos que nunca había
experimentado en mi propia familia.
Miré más fotos y me di cuenta de que Nikolos se había ausentado de repente
del resto. Un Christos adolescente fue sólo fotografiado junto a su abuelo Spiridon
desde ese punto hacia adelante. ¿Qué pasó con su papá?
Entonces se me ocurrió: no había fotos de la mamá de Christos. Ni una sola.
¿Por qué era eso?
—¿Estás lista? —Christos gritó. Lo oí avanzando por las escaleras.
Me sentí como si estuviera invadiendo su privacidad por examinar sus fotos
familiares sin permiso. Me moví hacia una pintura en la pared de enfrente.
Christos entró en la sala de estar vistiendo una camiseta sin mangas, pantalón
corto de surf, y sandalias deportivas. Lucía como un consumado vago de la playa.
Su bronceado, el pecho cincelado, los hombros y los brazos tatuados estaban al
descubierto para que el mundo, y yo, los adoráramos. ¿Cómo esperaba que
consiguiera hacer cualquier dibujo con él vestido así? Estaba loco, pero yo ya lo
sabía.
Le echó un vistazo a mis pies.
—Veo que recordaste los zapatos.
Yo llevaba mis zapatos para hacer ejercicio.
—Sí, ¿para qué los necesito?
—Senderismo.
—¿No vamos a dibujar?
Christos levantó un pequeño cuaderno de dibujo y un lápiz.
—¿Estás lista?
—¿A dónde vamos?
—A mirar la belleza. —Él agarró una botella de agua mientras se dirigía hacia
la salida, y sacó mi mochila con mi cuaderno de bocetos de mi auto.
Había un pequeño sendero a pocas cuadras de la casa. Conducía a las
colinas. Caminamos durante aproximadamente veinte minutos directamente
hacia arriba de la colina. El clima era perfecto. Cálido, soleado, con una brisa
fresca. ¡En Noviembre! San Diego era genial.
Finalmente nos detuvimos en un pequeño claro con un banco de madera
hecho a mano que daba al océano. La parte de atrás estaba encerrado como
por una cortina de una variedad de arbustos y árboles pequeños. Christos se sentó
en el banco y palmeó el espacio disponible a su lado.
—Únete a mí.
No había mucho espacio. Me quité la mochila y me senté a regañadientes.
La vista era espectacular.
—Esto es belleza —lo dijo sin un asomo de sarcasmo.
155 —¡Este lugar es increíble! Es como una gruta secreta o algo así. Debes venir
aquí todo el tiempo.
—Lo hago.
Algo acerca de la vista era… familiar.
—¿Por qué me siento como si hubiera estado aquí antes?
—Debido a que lo has hecho.
—No, no lo he hecho —me burlé.
—¿Recuerdas la pintura de mi abuelo en el museo? —Él asintió con la cabeza
en dirección a mi izquierda.
Había pasado un tiempo.
—Uh…
—Imagina nubes de tormenta.
—¡Oh, ya veo! Aquí es donde él pintó ese hermoso paisaje, ¿cierto?
—Síp. Paraíso protegido. El tiempo era un poco peor ese día.
—Lo diré. Es precioso en estos momentos. —Aspiré el aire limpio del océano.
—¿Vamos a dibujar? —Sacó su cuaderno de bocetos.
Vi sus dedos trabajar con delicadeza. Esas manos habían golpeado gente.
Eran tan fuertes y varoniles, y sin embargo sensibles. Que contraste.
Abrí la cremallera de mi mochila y saqué mi cuaderno de bocetos y varios
lápices nuevos.
Christos dibujaba con este pequeño lápiz de aspecto andrajoso. Parecía una
herramienta inadecuada para el trabajo. Pero después de unos minutos, él había
esbozado un pequeño boceto de la vista.
Ya se veía a medio terminar.
—Vaya, Christos. No puedo creer lo bueno que eres.
Él no respondió. Frunció el ceño en concentración mientras seguía dibujando.
Un mechón de cabello colgaba de su frente. Seguía rebotando, pero él parecía
no darse cuenta. Quería moverlo hacia atrás con mi mano. Me moví
incómodamente en mi asiento en su lugar. Mejor empezaba a dibujar, antes de
que hiciera algo con ese mechón de cabello de lo que me arrepentiría.
Examiné detalladamente la vista. Realmente era precioso. Empecé
dibujando líneas largas, como me habían enseñado.
Unos minutos más tarde, Christos bajo su cuaderno de dibujo. Su dibujo estaba
terminado, y se veía increíble. Miró pensativo la vista.
Seguí dibujando.
Finalmente tomó su cuaderno de dibujo, paso hasta una nueva página, y giró
en el banco para enfrentarme. Una de sus piernas descansaba en el banquillo. Su
rodilla rozaba mi muslo. Empezó a dibujar, mirando de un lado a otro entre su
cuaderno de bocetos y yo.
156 Baje mi lápiz.
—¿Qué estás haciendo?
—Te dije que vinimos aquí para mirar la belleza. Así que estoy dibujando la
belleza. —Sus hoyuelos aparecieron.
Le sonreí en respuesta.
—Pensé que te referías a la vista.
—La vista se ve bien desde aquí. —Él curvo su boca con su sonrisa torcida.
¿Qué estaba haciendo? Pensé que íbamos a ser mentor y aprendiz. Nada
más. Él no estaba haciendo esto fácil para mí. ¿Me estaba poniendo a prueba?
—¿Me estás dibujando?
—Tal vez —dijo tímidamente.
—¿Puedo verlo?
—No. —Él sonrió.
Sin pensarlo, trate de agarrar su cuaderno de bocetos. Se echó hacia atrás,
fuera de mi alcance.
—¡Déjame ver!
Él se rió entre dientes, y dibujó más rápidamente.
Traté de inclinarme para mirar, pero se levantó y retrocedió. Lo seguí y traté
de llegar detrás de él para ver. La curiosidad me estaba matando.
Se paró en el borde del pequeño claro, cerca de una gran caída, frente a mí
por lo que no podía ver el dibujo. Amagué a la izquierda, luego fui a la derecha,
pero él me esquivó, el cuaderno de dibujo sostenido justo fuera de mi alcance.
Cuando me detuve, mi pie resbaló y perdí el equilibrio. Fue entonces cuando
me di cuenta de que la caída de la ladera era considerable. Casi un acantilado.
Agité los brazos y traté de recuperar mi equilibrio. Me retorcí, tratando de bajar mi
centro de gravedad de nuevo al nivel del suelo. Pero me estaba cayendo de todos
modos.
Unos brazos fuertes se envolvieron alrededor de mi caja torácica. Christos tiró
de mí hacia su cuerpo. Lancé mis brazos alrededor de… su trasero.
Mi cara estaba justo en su entrepierna.
Mi primer pensamiento fue que sería mejor si simplemente me dejaba caer a
mi muerte. Porque estaba lista para morir de vergüenza. ¡Esta no era la forma en
que un aprendiz se comportara hacia su mentor!
Se echó hacia atrás y tiró de mí para que me deslizara hasta su pecho. Mis
pechos se arrastraron por el delgado material de su camiseta. Podía sentir sus
abdominales. Oh, maldición.
Mis pezones se tensaron en respuesta. Ahora mis pechos se comprimían
contra su pecho. Afortunadamente mi sostén evitaba que se detectaran mis
pezones. Eso esperaba. Nuestra proximidad no ayudaba precisamente con mi
157 vergüenza. Por lo menos ahora mi cara se apoyaba contra su pecho duro como
roca.
Escuché su corazón latiendo en su caja torácica. En un ritmo a juego con el
mío. ¿Estaba tan asustado como yo? Me recordé respirar. Parece que me había
olvidado de hacerlo desde que me había agarrado.
Cerré los ojos e inhalé. Olí una combinación de ropa recién lavada y hombre.
Era exquisito. El olor se filtraba en mi cuerpo y una sensación de hormigueo bajó por
mis muslos hasta los dedos de mis pies. Suspiré. Era una buena sensación. Pensé que
podría tomarme un momento para disfrutarlo. Apretando mis brazos fuertemente
alrededor de su musculosa espalda, lo abracé.
No quería dejarlo ir.
Tampoco lo hacía Christos. Lo miré a los ojos. Él me miraba en respuesta a
través de sus ojos entrecerrados. Vi una marcada preocupación en sus azules
piedras preciosas. Sentí su mano acariciar la parte de atrás de mi cabeza. Mi
cabello estaba en alto en una cola de caballo, de lo contrario percibí que él
hubiera pasado sus manos a través de él.
—Casi te caes —murmuró.
Parpadeé varias veces.
—Me atrapaste.
Deslizó su mano por mi mejilla y pasó su pulgar por mi labio inferior. No quería
que dejara de tocarme. Nunca.
Mis labios se separaron y mis ojos se entrecerraron en respuesta al torbellino
de éxtasis que emanaba de su toque. Sentí el calor deslizarse desde mi centro. Mis
piernas temblaban. No era la adrenalina por casi caerme. Era Christos. Quería que
me besara. Mucho.
Sus ojos se cerraron. Suspirando profundamente, él tocó suavemente mi frente
con la suya.
—No podemos hacer esto.
Levanté la vista hacia él. Por favor, bésame. Por favor.
Se enderezó y me frotó la espalda con fuerza, como un padre lo haría. Apreté
mis brazos alrededor de él. No. Mi mejilla descansaba contra su pecho.
Una imagen de su desnudo trasero empujando dentro de Paisley destelló en
mi mente. Rompí nuestro abrazo y retrocedí. Me olvidé que el acantilado estaba
detrás de mí.
—Ten cuidado —dijo—. No quieres caer de nuevo. —Agarró mis hombros,
alejándome del borde.
Mis ojos brillaron con ira.
—¿Qué te importaría de todos modos? Sólo soy tu estudiante. O aprendiz, o
lo que sea.
—No, no lo eres. Eres más que eso.
158
—¡No, no lo soy! Paisley es más que eso.
—Paisley es menos que eso. Es una chica que veo de vez en cuando. Tenemos
un acuerdo. Nos gustamos.
—¿Te gusta? —le grité.
—Me gusta un montón de gente.
—¡Pero yo no te gusto!
—Sabes que eso no es cierto. No estaría haciendo esta cosa de la tutoría si no
me gustaras. Y viera tu potencial.
—¡No me importa mi potencial!
—A mí sí.
Abrí la boca para gritar más, y luego la cerré de golpe. ¿Por qué insistía en ser
tan considerado y razonable y preocupado? Como mis padres. Eso no era lo que
quería de él. No necesitaba más cuidado paternal del que ya tenía. Lágrimas
inminentes quemaban en mis ojos.
¿Qué me estaba haciendo este hombre? Me estaba volviendo una ruina
total.
Intenté pasar a su alrededor, pero estaba enjaulada en sus brazos.
—Suéltame.
Retrocedió un paso y me soltó.
Consideré correr, pero no pude. Noté su cuaderno de dibujo yaciendo en el
suelo, así que lo recogí para entregárselo. Se abrió en mis manos en la página en
la que había estado trabajando. La página había sido esbozaba parcialmente,
pero pude ver que había estado dibujando un retrato muy realista de mí. Y me veía
hermosa. ¿Me veía así? ¿Es así como me ve?
—Es muy bueno, Christos. Me veo… hermosa.
—Es fácil hacerte ver hermosa.
—¿En serio?
—En serio.
¿Por qué estaba haciéndome esto? Me estaba rompiendo el corazón. Lo miré
a los ojos. Lo quería más que a cualquier cosa que alguna vez hubiera querido.
Pero no se entregaría a mí.
Hice lo único que podía hacer. Si él iba a abrir una brecha entre nosotros,
entonces lo iba a ayudar a oscilar el martillo.
Una tormenta de malicia hervía dentro de mí. Rodé mis ojos hacia él.
—Probablemente traes a Paisley y a cualquier otra chica aquí para dibujarlas,
solo para poder acostarte con ellas.
—No lo hago.
159 —¿Estás diciendo que no tienes que esforzarte para acostarte con ellas?
¿Debido a que todas vienen a ti cuando entran por tu puerta?
—No.
—Sí —gruñí—. Tiffany y todas las chicas en tus pinturas. Ni siquiera tienes que
pedirles que se desnuden. Lo hacen para poder estar en tu estúpida sala de trofeos.
Eso probablemente las hace sentir especiales. —A diferencia de mí.
No tuve tiempo para darme cuenta de lo desagradable que sonaba. Estaba
demasiado ocupado encubriendo mi dolor.
—No son pinturas trofeo —dijo en voz baja.
Yo estaba en una buena racha. Imité sus palabras anteriores en una voz
sarcástica:
—“Estás viendo su verdadero yo”, o cualquier mierda que te digas a ti mismo.
Y a ellas. Estoy seguro de que se lo creen completamente. Tomas la pieza más
íntima de ellas y la pones en un lienzo para que todo el mundo la vea. Eso es terrible.
Estás invadiendo su privacidad. Es repugnante.
Su cabeza colgaba, con una expresión oscura y pesada.
—Entonces, ¿por qué me trajiste aquí, de todos modos? ¿Así podríamos
dibujar la estúpida vista y sentarnos en el estúpido banco?
Sus fosas nasales se dilataron repentinamente.
—¿Estúpido? ¿Es eso lo que piensas?
—Sí, es una estupidez. Probablemente te has acostado con cada una de tus
novias aquí en ese banco.
Él negó con la cabeza.
—Ninguna de ellas —dijo con voz ronca.
—¿Ninguna qué? —Era la malicia encarnada. No sabía cómo detenerme a
mí misma. Era más fácil estar enojada con él que sentir todo el dolor y el rechazo
que me estaba ahogando. Desesperadamente amurallé mi dolor detrás de la ira.
Si no lo hacía, me temía que iba a correr hacia el precipicio y tirarme de cabeza a
mi muerte. Estar muerta sonaba más fácil de sentir que lo me estaba matando en
ese momento.
Apretó los dientes.
—No he traído a ninguna mujer aquí. Nunca.
—¡Mentira! —Escupí. Yo era horrible.
—Mi abuelo ha estado viniendo aquí a pintar durante cuarenta años.
Construyó ese banco él mismo. Trajo a mi padre aquí casi todos los días cuando
era un niño. Mi padre me trajo hasta aquí desde que era un bebé. Cuando tenía
dos años, mi padre me puso en su regazo y puso un lápiz en mi mano y me enseñó
cómo dibujar. Justo en este banco. Este lugar es sagrado para mí. Nadie viene aquí,
excepto mi familia.
Mis ojos estaban desorbitados. Me detuve antes de que pudiera hacer más
daño con mi boca fuera de control. Pero tenía miedo de que fuera demasiado
160 tarde.
Recordé las fotos de su abuelo en la repisa de la chimenea. El amor brillando
entre Christos y su padre. ¿Qué le pasó a su padre? Christos nunca lo mencionaba.
¿Estaba muerto o algo así?
No conocía la respuesta a eso, pero sabía que había pisoteado sin querer los
preciosos recuerdos de Christos de su padre.
Otro pensamiento giraba mi mente fuera de control. ¿Qué quiso decir Christos
con que solo la familia venia aquí? Yo no era de su familia. ¿Por qué me llamaba
familia?
Un segundo más tarde, todo colisionó en mi cabeza. Oh Dios mío. Me di
cuenta de que Christos estaba tan confundido acerca de nosotros como yo.
Me golpeó con el hombro al pasar junto a mí y se apresuró colina abajo antes
de que pudiera protestar.
Mi estómago se tensó y las náuseas me apretaron el estómago.
Todavía sostenía su cuaderno de bocetos.
—¡Espera! Christos! —Troté tras él.
Saltaba por el sendero como un gato salvaje. Nubes de polvo se elevaban
detrás de él.
No podía mantener el ritmo.
—Christos.
¿Qué había hecho?
No sólo estaba mi dolor carcomiéndome, estaba carcomiendo a Christos.
Estaba destruyendo al hombre que quería porque no podía tenerlo.
Mientras corría colina abajo, esperaba que tropezara y me rompiera el cuello.
Desafortunadamente, estaba tan abrumada por la emoción, que no podía
respirar. Me quedé sin aire después de una corta distancia y desaceleré hasta solo
caminar.
Para mi desgracia, llegué a la parte inferior sin matarme. Caminé el resto del
camino hasta la casa de Christos. Mis piernas se sentían como plomo. Mi corazón
estaba aún más pesado.
Su motocicleta no estaba. Me metí en mi VW y conduje hacia mi hogar.

161
Quince
D
e vuelta a mi apartamento, agarro una cuchara y un bote de helado
del congelador, y me desplomo en el sofá con mi contrabando
azucarado.
A pesar de todo el drama en mi vida desde que comenzó la universidad, me
las arreglé para mantener mis atracones milagrosamente al mínimo hasta el
momento, en comparación con años anteriores.
Esta noche, me decidí a relajar mis reglas y disfrutar el cerdo entero. Nunca
mejor dicho.
Comí el helado con tanta facilidad. Al principio, estaba consumida por los
efectos intoxicantes de la comida chatarra. Oh, dulce rendición. Pero cuando
estaba medio llena, me alejé de la vacía caja de cartón de helado con desdén.
Aunque sólo había comido un solo bote, me disguste por mi falta de control,
no sólo con mi atracones, sino con todas las cosas horribles que le había dicho a
Christos.
Consideré seriamente ir corriendo al congelador y arrojar todo el helado
162
restante en una bolsa de basura y llevarlo hasta el contenedor de basura afuera.
Pero eso se sentía tan caótico como mis atracones. Hice mi mejor esfuerzo
para calmarme. Usaría la fuerza de voluntad para hacer una buena elección. No
caliente-en-el-momento-extremo.
Con las manos en las caderas, busqué en mi apartamento algo, cualquier
cosa, para distraerme. Entré en mi habitación y cavé a través de mi estuche de
maquillaje. Encontré lo que buscaba en la parte inferior.
Esmalte de uñas negro. Todavía quedaba algo. Nunca debí habérmelo
quitado un par de semanas atrás. Pero eso no era realmente el punto. Había algo
terapéutico en el proceso de aplicarlo. Y una vez que está en marcha, te ves
obligado a sentarte y no hacer nada hasta que se seca.
Una forma de revestimiento directamente de moda. Era lo mejor que podía
tener con poca antelación.
Me senté en el sofá y pase el pincel negro sobre mi dedo índice.
Emo.
Cállate.
Gótica.
Apliqué esmalte en mi dedo medio, y me detuve por un momento para rizar
mis otros dedos y revisarlos.
Que te jodan. Sonrisa falsa. Perra.
Bruja.
¿Y qué? ¿Y qué carajo? No me importaba lo que la gente me llamaba. Tuve
problemas que no podían empezar a comprender. Así que yo misma me blindaba
detrás del negro.
Abrí mis uñas mojadas delante de mí y sonreí. Mi viejo amigo, el aislamiento.
El único problema con el aislamiento era que tenías que escuchar las voces
dentro de tu cabeza.
Perra. Zorra. Puta.
Pensé en llamar a Madison. Ella era la más ligada a Jake, para tener un buen
rato mientras me ahogaba en malos recuerdos.
Calientapollas
Además. No quería pensar en mi pasado. Ya había tenido suficiente de él.
Taylor.
¡Maldita boca! Decidí salir de esto con fuerza de voluntad.
Si iba a reinventarme, como me había prometido cuando me matriculé en la
SDU, tenía que olvidarme de las uñas negras y los malos recuerdos para siempre. En
este punto, mi piel era dorada y mi cabello deslavado se había aligerado
notablemente de los enjuagues de jugo de limón y todo el tiempo que había
pasado en el sol con Madison. No estaba dispuesta a tirar todo mi trabajo duro.
163 Saqué la acetona y limpié todo el esmalte. Que te jodan, negro. No voy a
volver nunca.
Recordé que todavía tenía el cuaderno de dibujo de Christos. Lo saqué de mi
mochila y lo hojeé.
Sus dibujos eran impresionantes. Todo lo que él dibujó se veía tan real. Era un
artista increíble comparado conmigo.
La desesperación se coló por debajo de mi conciencia. ¿A quién engañaba?
Mis padres tenían razón acerca de contabilidad.
Después de mi golpe a Christos, la tutoría estaba probablemente fuera.
¿Cómo iba a seguir avanzando sin su ayuda?
Todas las llamadas telefónicas con mis padres eran siempre lo mismo.
Embistiendo precaución por mi garganta.
Regresé al último dibujo en su cuaderno de bocetos. Uno con mi retrato.
Doblé hacia atrás el pliegue en la parte inferior de la página cubriendo todo, desde
la barbilla hacia abajo.
Debajo de mi cara, Christos había dibujado un cuerpo de dibujos animados,
como uno de esos dibujos caricaturescos que podemos encontrar en los parques
de atracciones. Me había representado usando un delantal de artista, y me paró
frente a un caballete y lienzo, sosteniendo una paleta de pintura en una mano, y
un pincel en la otra. Debajo de mi cuerpo unas letras mayúsculas que decían
“Samantha Smith, Maestra Mundialmente Famosa”. Debajo de eso, en letra cursiva:
“¡Tú puedes hacerlo!".
¿Esto era como un regalo?
Ahora me sentía como una completa idiota. Un bebé inmaduro. ¿Qué
pasaba conmigo? Christos era totalmente solidario con mis sueños. Me animó de
una manera que mis padres nunca podrían. Se preocupaban por ser golpeados
por la vida. Miro hacia arriba, hacia los cielos, donde se cumplen los sueños.
Sin él, estaba perdida.
Sería volver a donde estaba cuando me fui D.C.
Emo. Gótica. Bruja.
Huir cuando mis dedos se quemaron.
Provocadora.
Huir de mi dolor.
Suicida.
Siempre huyendo de lo que sabía era lo correcto.
Taylor.
Ese nombre. Había intentado tanto bloquearlo. Odiaba ese nombre. Todavía
me arrastraba hacia abajo.
Debido a la vergüenza. A causa de la culpa.
A causa de las mentiras. Las que me seguía diciendo todos los días.
164 No podía permitirme pensar sobre la verdad o me cortaría las venas.
Literalmente.
Taylor.
Cada vez que pensaba en ese nombre, quería huir de mi propia vida.
Taylor.
Debido a la que había arruinado.
Taylor.
Era demasiado.
Taylor.
No fue mi culpa.
Suicida.
Fue culpa mía.
Provocadora.
No podía dejarlo ir. La ira, el odio, la falta de respeto por la vida humana
básica.
El egoísmo.
Taylor.
Agarré mi bolso y las llaves del coche y corrí hacia la puerta principal, con los
ojos llenos de lágrimas. Corrí por la autopista en mi VW, sollozando
incontrolablemente, con la esperanza de que sería detenida por exceso de
velocidad o hacer girar mi coche fuera de control en la columna de cemento de
un puente. Lo que sea para silenciar la locura hirviendo en mis venas.
En algún momento, sonó mi celular. Saqué mi teléfono de mi bolso con una
mano, dando la bienvenida a la distracción, esperando secretamente que fuera
Christos.
—Eh, eh, ¿hola? —murmuré entre lágrimas.
—SAM —chilló Romeo —. ¿Dónde has estado, novia?
Rompí en más sollozos. No era Christos como esperaba. Lloriqueé.
—¿Sam? ¿Estás follando un yak? ¿Qué es ese ruido, Sam? —Romeo se rió
entre dientes—. Estás follando un yak, ¿no es así?
Mis sollozos se aligeraron y se transformaron en llanto y risa.
—¿Mataste al yak, Sam? ¿Murió de asfixia auto erótica? Debes ser muy buena
en la cama, chica.
Me reí entre lágrimas mocosas. El cuadro que pintó parecía tan
morbosamente cómico, que no podía seguir seria.
—Necro-zoofilia es un delito grave, Sam. —Podía oírlo sonriendo.
Lloré una risa tosiendo.
—¿Necesita ayuda para deshacerte del cuerpo? Conozco a un tipo que
165 conoce a un tipo. Podemos venderlo como carne de venado. Nadie lo sabrá.
Me reí.
—Dime dónde estás, y no toques nada. Te diría que uses guantes, pero estoy
pensando en esa escena de club de lucha, donde Brad Pitt abre la puerta desnudo
a excepción de los guantes de cocina de goma amarillo. No llevas guantes
amarillos, ¿verdad?
Sorbí.
—Rosas.
—¿Guantes de color rosa? Eres muy niña, Sam. Bueno, lo siento por el yak,
pero eso no es la razón por la que he llamado.
—Está bien.
—Kamiko y yo estábamos planeando ir a la inauguración de una galería de
arte elegante en La Jolla esta noche. No es follar yak, pero es un cercano segundo
lugar.
Tomé una respiración profunda. ¿Quería estar cerca de más arte esta noche?
—Tienen bebida gratis en estas cosas. Así que si ves a otro yak en la galería,
puedes cargarlo y hacerlo con él.
—No lo sé.
—Debería haber chica yaks allí también, si eso es lo tuyo.
Me eché a reír.
—¿Sexo lésbico yak?
—Hey, yo no juzgo.
Me reí de nuevo. Estaba tan agradecida por tener como amigo a Romeo.
—¿Eso es un sí?
—Sí.
—¡Infiernos, sí! Voy a ir a tu casa con Kamiko alrededor de las siete. Espero que
estés de humor para hamburguesas. No yak, por supuesto. De res. Kamiko insiste en
In-N-Out para la cena.
—De acuerdo. —No estaba segura de que tendría apetito. Todavía tenía ese
bote pudriéndose en mis entrañas. Pero al menos estaría fuera de la casa.
En la siguiente salida de la autopista, di la vuelta a mi auto. Volví a casa y me
di una ducha. Trate de depurar mi tarde fallida. De alguna manera funcionó, pero
mi dolor se había tatuado debajo de mi piel. Era permanente, porque estaba
escrito con sangre.
Taylor.
Sentí una oleada de ansiedad y emoción apretar mis costillas. No. La empujé
abajo. Escuché la alegre voz de Romeo sonando a través de mi cabeza. Me dijo
que pensara en sexo yak.
Una sonrisa rudimentaria tiró de las comisuras de mi boca. Blindada por los
recuerdos del entusiasmo delirante de Romeo, me empecé a poner el maquillaje y
166 peiné mi cabello suelto.
Busqué a través de mi armario por algo apropiado para la inauguración de
una galería. No estaba segura de lo que Romeo entiende por "elegante" pero tenía
algunos vestidos lindos desde mis días góticos en D.C. que podrían también
funcionar como un pequeño vestido negro en un apuro. ¡Cuidado, yaks!
Gótica. Suicida.
Sentí mis labios temblar. Iba a llorar de nuevo, y ya tenía mi maquillaje. No
quería ojos de mapache.
Provocadora.
¿Los yaks lo hacen con mapaches? Tal vez. Solté una carcajada. Tendría que
darle las gracias a Romeo después. Él y yaks estarían siempre ligados en mi mente.
Me consideraba afortunada. O el yak.
Cuando añadí tacones de plataforma a mi equipo, me lance delante de mis
puertas del armario con espejos. Me veía bastante bien.
Provocadora.
No me jodas, ¿alguna vez iba a estar libre de mi pasado?
Hubo un golpe en mi puerta. Gracias a Dios.
—¡Abran! ¡Brigada antivicios! Estamos llevándonos a todos los sodomitas yak!
—Era Romeo. Más golpes.
—¡Muy bien! ¡Ya voy! —Tiré la puerta abierta—. ¿Dónde está el fuego?
Romeo llevaba una versión totalmente negra de su atuendo normal
steampunk.
—¿Dónde esconde los yaks, señora —preguntó, totalmente serio, su
monóculo pellizcando en su mejilla y frente.
Sólo podía reír.
Él me miró de arriba abajo.
—¡Lindo traje! ¡No sabía que te podías ver como muñeca de esta manera!
—¡Hey!
—Abajo, chica. Me preocupaba que tu amiga vaga de la playa Madison
hubiera robado toda tu sensibilidad de la moda. Te has vuelto cada vez más
informal desde que te conocí.
—¿Qué pasa con lo casual?
—Estilo, querida. Estilo. ¡Ahora vámonos antes de que te conviertas en una
calabaza, Cenicienta!
Bajamos y subimos en el coche, en que nos esperaba Kamiko.
—Wow, Sam. ¡Te ves caliente!
—Gracias, Kamiko. Te ves muy bien también. Tienes toda la cosa chica
rockera.
167
—Se supone que soy Marceline de Adventure Time.
Romeo puso en marcha el coche y se dirigió hacia la autopista.
—¿Tienes que ir y arruinarlo diciendo a todos que estás vestida como un
personaje de cómics?
—Pero Marceline es totalmente genial —protestó Kamiko.
—Sí, querida, pero es cosplay.
—Dale un respiro, Romeo —le dije. Sus bromas eran contagiosas. Ya me sentía
mejor.
—Sí, Romeo —dijo Kamiko—. Estás vestido como un personaje de Julio Verne.
—¡Qué graciosa, Walt Disney.
—Hey. —Kamiko sonrió—. Disney hizo la película de Veinte mil leguas de viaje
submarino.
—Ese es Julio Verne.
—¡Oh, no! ¡Suena como cosplay para mí! —regañé.
—¿Quién es el cosplayer ahora, Romeo? —Kamiko metió la mano en el
asiento de atrás y chocamos las manos.
Nos detuvimos en In-N-Out para las hamburguesas. En el interior, Kamiko bailó
en la fila, aplaudiendo y diciendo "batido de fresa, batido de fresa", una y otra vez
como si fuera Navidad.
Cuando terminamos de comer nuestras hamburguesas con queso con
cebollas asadas y papas fritas cocidas dos veces extra crujientes, fuimos a La Jolla.
Nunca había estado antes ahí. Era muy elegante. Un montón de grandes casas y
un centro de la ciudad de moda. Ahí es donde encontramos la galería.

Había una gran multitud derramándose fuera de la galería a la acera. La


mayoría de las personas estaban vestidas con ropa informal para la noche. Me
preocupaba que pudiera estar demasiado vestida, pero esto no era la multitud
SDU universitaria. Esta era una escena completamente diferente.
Romeo nos condujo a través de las puertas delanteras y directo al centro de
la multitud en el interior, hacía la parte posterior. Había tanta gente en la galería,
que no podía ver ninguna de las pinturas en las paredes. Un cuarteto de cuerda
tocaba en una esquina, pero el ruido de toda la conversación en la cargada sala
prácticamente los ahogaba.
—¿Quién es el artista, Romeo?
—No lo sé. Un tipo llamado Christos Manos. Kamiko dice que es impresionante.
¿Qué diablos? ¿Cómo había sido atrapada en esto? Supongo que debí
168 haber dicho a todos que Adonis era Christos cuando tuve la oportunidad. Ahora
tenía que lidiar con esto.
¿Iba a estar enojado por verme aquí? ¿Después de lo que le había dicho? No
quería arruinar esto para él.
—El profesor Childress envió un correo electrónico a la clase —dijo Kamiko—.
¿No lo recibiste, Sam?
—Oh, eh, debo habérmelo perdido. —¿Cómo pude haberlo pasado por alto?
Y hablando del profesor Childress, él estaba de pie justo en frente de nosotros,
admirando una de las pinturas.
—Me alegro que lo hayan logrado —dijo amablemente.
Yo, Kamiko, y Romeo dijimos hola y le estrechamos la mano con nerviosismo.
Era extraño ver a un profesor en el mundo real. Pero a él no pareció importarle.
—Odio decir hola y adiós —dijo el profesor—, pero tengo que reunirme con mi
esposa para una cena tardía. Ella ha estado en muchas de estas cosas, todo se
confunde para ella.
—Oh, no hay problema —le dije.
—Pero quédense y disfruten de las pinturas. No todos los días un artista tiene
una exhibición en una galería de San Diego.
Cuando se fue, caminamos a la parte posterior de la galería a un bar que
tenía un camarero sirviendo bebidas. Romeo se puso en la fila.
—No tengo veintiuno —le susurré.
—Yo tampoco —dijo Romeo—. Actúa.
—¿Cómo se supone que debo hacer eso? —No estaba acostumbrada a
ordenar en realidad, sólo lo decía con señas.
—Actúa confiada, como si estuvieras recibiendo comida en In-N-Out.
—¿Qué, como pedir una taza para llevar?
—No, tonta. Al igual que lo haces todos los días.
—Vodka tonic —dijo Romeo al camarero. El camarero hizo la bebida y se la
dio a Romeo sin pensarlo dos veces.
¿Supongo que las bebidas eran gratis?
—¿Qué te gustaría, señorita? —preguntó el camarero.
Vi las botellas de vino.
—Voy a tener el vino blanco, gracias.
Me sirvió un gran vaso.
—-¡Siguiente!
Sí, las bebidas eran gratis. ¿Quién lo sabía? Las galerías de arte eran
impresionantes.
Kamiko ordenó mientras yo estaba al lado de Romeo y tomé varios tragos de
mi vino. Necesitaba adormecer la confusión martillando mi cabeza. ¿Cómo podría
enfrentar a Christos después de lo que había dicho antes? Quería esconderme.
169
Kamiko me agarró y fuimos a mirar el arte, bebiendo nuestras bebidas.
Tal vez no veríamos Christos.
Las pinturas eran, obviamente, trabajo de Christos. Un montón de mujeres
hermosas. Pero ninguna de ellas estaba desnuda. Todas estaban vestidas
elegantemente y posando en varios lugares impresionantes al aire libre en distintos
momentos del día. Mañana, puesta del sol, por la noche. Todos tenían tarjetas en
la pared al lado de ellas. La tarjeta tenía el nombre de la pintura y un precio. Los
precios iban desde $5.000 para los más pequeños a $25.000 para los más grandes.
Muchas de ellas tenían puntos rojos en la etiqueta de precio.
—¿Qué significan los puntos rojos? —pregunté.
—Significa que la pintura ya se ha vendido —dijo Kamiko.
Mi cerebro se hizo cargo de la contabilidad. Ya habíamos contemplado más
de una docena de pinturas. Sumé en mi cabeza, y luego lo multipliqué por las
restantes pinturas en la sala.
—¡Eso es como quinientos mil dólares en pinturas! —dije en voz baja.
—El artista consigue generalmente la mitad, a veces más, dependiendo de lo
famoso que sea.
—Oh, está bien, ¿así que es sólo un cuarto de millón de dólares para el artista?
Incluso Romeo parecía impresionado.
—Dios, Kamiko, tal vez deberías abordar con delicadeza el tema de
convertirte en un pintor de galería a tus padres. Sé que los médicos hacen un
montón de dinero, pero… —Se interrumpió, riéndose entre dientes.
—Nunca he hecho pinturas al óleo —dijo ella—. No es serio, de todas formas.
No sé si podría hacer un trabajo tan bueno.
Por una vez, no pensé que Kamiko estuviera siendo falsamente modesta. Ella
era buena, pero Christos estaba en un nivel completamente diferente.
De repente me pregunté de qué había estado hablando Christos,
diciéndome cuán mierda era su vida, cuando me dijo que sólo podía ser mi mentor.
De todo lo que había visto sobre su vida hasta el momento, fue bendecido. Besado
por Lady Luck en cada vuelta. ¿Qué problemas podría tener? No tenía ningún
sentido para mí.
Nos trasladamos a la siguiente pintura.
¡Oh, no. Tiffany Kingston-Whitehouse-presidencial-Suite, reina de los Delta Pi
Deltas, estaba parada frente a ella. Ella frunció el ceño cuando me vio.
—Hola, eh… ¿cuál era tu nombre?
—Sam.
—Así es. —Le sonrió falsamente—: Iba a decirlo.
Uh huh. Claro que sí.
170
—¿Te gusta mi pintura?
Me volví a Kamiko y Romeo, esperando una explicación. ¿Cómo podía ser la
pintura de Tiffany?
Se veían tan confundidos como yo.
Reexaminé la pintura. Fue firmada por Christos. La pintura en sí era de una
enorme terraza detrás de una mansión. Una mujer rubia en un bikini estaba estirada
con elegancia en un diván caro, una rodilla arriba, mirando más allá de una piscina
de borde infinito en la distancia.
—Adonis, me refiero a Christos, realizó un gran trabajo capturando la piscina
de papá, ¿no te parece? —se regodeó Tiffany.
¿Piscina de papá? Creo que la confusión brillaba como Las Vegas en mi cara.
—Este es mi patio trasero —aclaró Tiffany.
Oh. Genial. Es bueno saberlo. ¿Podemos irnos ahora? ¿O sería grosero? No
podía decidir si envidiaba a Tiffany por su evidente riqueza, o por el hecho de que
Christos la había pintado dos veces. ¿Cuánto tiempo había pasado con él? Mucho
más que yo, o probablemente haría en el futuro. Suspiré internamente.
—Juro que pasé por veinte trajes de baño antes de que Adon… me refiero a
Christos, me ayudara a elegir ese. ¿Te gusta? —incitó ella.
No era tanto una pregunta, sino más bien un pedido. ¿Cómo logra Tiffany
hacer tan fácil despreciarla?
—Es genial, Tiffany. —Lo era, pero no era así. Perra total.
Kamiko y Romeo asintieron en silencio. Kamiko estaba examinando su bebida.
Romeo miró a su alrededor, buscando una ruta de escape.
—Le dije a Christos se asegurara que no me viera gorda.
Eché un vistazo más de cerca a la imagen pintada de Tiffany. No tenía la
misma honestidad y recato del desnudo en el estudio de Christos.
—Hace que te veas muy bien. —Como un robot vestido en bikini.
—Gracias. —Tiffany rió con incertidumbre. Me di cuenta que estaba
preocupada por lo que pensaba de la pintura. Probablemente se preocupaba por
lo que todos pensaban de ella—. Papá ya la compró. Insistió en ello.
Eché un vistazo a la tarjeta junto a la pintura. El punto rojo estaba allí. $25,000.
Wow. La familia de Tiffany no estaba preocupada por el dinero, eso era
dolorosamente obvio.
—Mi papá quiere que Christos firme la parte de atrás para mí. Pero le dije a
papá que deben hacerlo los dos, ya que él está pagando por ello. Va a colgarlo
en nuestro yate.
¿Quién cuelga pinturas en yates? ¡Oh, cómo deseaba que se callara! Me
estaba matando.
—Eso es genial, Tiffany.
Kamiko tiró de mi brazo.
171
—Tenemos que ver las otras pinturas, ¿no te parece?
—Sí. Lo sentimos, Tiffany. Acabamos de llegar y mis amigos quieren ver todo.
Hay tanto por mirar.
—Oh, lo sé, ¿verdad?
Le di una despedida ondeando la mano y seguimos adelante. Me sentía
como si acabara de salir de un campo minado. ¿Por qué todas las conversaciones
que había tenido con Tiffany parecían tan peligrosas? Tenía la esperanza de nunca
enterarme. Me preguntaba lo que sus amigos pensaban de ella. Me sentí mal por
ellos.
Ella comenzó a hablar con entusiasmo al siguiente grupo de personas que se
detuvo delante de su pintura. Actuaba como la anfitriona privada de la pintura.
Hugg.

* * *

Una vez que nos habíamos alejado bastante de Tiffany, nos detuvimos en otra
pintura.
—¿Te gusta lo que ves?
Me di la vuelta para enfrentarme a un hombre que no conocía.
—Uh, sí —balbuceé.
Era joven, pero ligeramente mayor que yo, probablemente veintitantos. Era
alto, moreno, muy guapo, y vestía una camisa de satín de aspecto caro
abotonada con los puños doblados y pantalón. Tenía espalda ancha, el cuerpo
largo y delgado de un nadador. Me ofreció su mano.
—Mi nombre es Brandon Charboneau. Mi padre es dueño de la galería, pero
estoy supervisando la apertura de esta noche.
Le estreché la mano. Sus ojos color avellana eran bastante increíbles, y
coordinaban perfectamente con su cabello castaño. ¡Uff, que alguien suba el aire
acondicionado! De lo contrario me vería obligada a desmayarme donde estaba.
—Encantado. ¿Y tú eres?
—Oh, Samantha Smith. La gente me llama Sam. —Creo que mis ojos brillaban,
pero hice mi mejor esfuerzo para quitarle importancia.
—Es un placer conocerte, Sam. —Maldita sea, era suave. Su voz me recordó
mousse de chocolate, o algún otro tipo de postre, o tal vez terciopelo. Oh chico—
. ¿Quiénes son tus amigos? —Se volvió hacia Romeo y Kamiko.
Romeo estaba enamorado. No podía culparlo. Brandon era un modelo
caliente. Romeo servil, se ruborizó al tiempo que se presentaba a sí mismo.
—Hola. Romeo Fabiano. —Se sonrojó tan duro que sus orejas se pusieron rojas.
¡Alguien apague la hornilla bajo Romeo! ¡Iba a hervir!
172 —Un placer. —Brandon sonrió, pero estrechó la mano de Romeo con un
apretón de manos firme y viril. Creo que encendió aún más a Romeo.
Kamiko estaba nerviosa por primera vez desde que la había conocido. Su voz
tembló.
—Mi nombre es Kamiko Nishimura. Tienes una galería maravillosa, Brandon. Lo
siento, ¿debo llamarte Brandon o Sr. Charboneau? —Se rió como pajarillo.
Pobrecilla. No sabía qué hacer cuando no estaba enamorada de un dibujo
animado.
Brandon se rió cortésmente.
—Brandon está muy bien, Kamiko. Y gracias. Trabajamos duro para hacer
Charboneau Gallery un lugar especial.
Este chico, Brandon era muy elegante.
—¿Has tenido la oportunidad de disfrutar de la obra del artista? —me
preguntó directamente. Sus ojos castaños eran tan encantadores como sus finos
rasgos.
—Acabamos de llegar, pero sí, es realmente bueno. —Bebí un sorbo de vino,
tratando de ocultar mis nervios.
—Christos es un joven artista con talento. Tiene un ojo perspicaz y una mano
segura. Su trabajo va mucho más allá de sus años, pero con un pedigrí como el
suyo, no es una sorpresa.
—¿Pedigree? —De alguna manera, eso hacía sonar a Christos como un perro
en exposición. No me gustaba eso.
—Ahh, tal vez confundiste lo que quise decir —dijo Brandon con mucho
tacto—. El nombre de la familia Manos lleva mucho peso en el mercado
internacional de arte. Spiridon y Nikolos se han establecido como pintores célebres.
Christos sigue sus pasos. A pesar de que han allanado el camino para él, cada
artista debe probarse a sí mismo. Christos está en buen camino, debo decir. —No
podría decir si este tipo estaba tratando de sonar elegante y caballeroso, o si en
realidad hablaba de esta manera todo el tiempo.
—Sí —le dije. Por alguna razón, después que las palabras de Brandon se
asentaron, me frotaron en el lugar equivocado. De repente sentí como si tuviera
que defender a Christos, ya que Brandon estaba viendo a Christos como una
especie de bien o activo para manipular—. Christos es realmente bueno. Sus
pinturas son hermosas.
—Igual que tú, Sam. ¿Puedo llamarte Samantha? Suena mucho más elegante
y apropiado, ¿no te parece?
¿Por qué este chico estaba esforzándose tanto?
—Está bien Sam. —A pesar de su belleza, me hizo sentir incómoda. Eché un
vistazo a Romeo y Kamiko, preguntándome si habían notado el cambio. Nope.
Ambos permanecían hipnotizados por la belleza de Brandon.
—Debes considerar una sesión para Christos —me dijo Brandon—. Siempre
está necesitando mujeres hermosas que posen para él.
173 —Oh, no lo sé. Yo, eh… —Disparé a Romeo una mirada suplicante de
“Sácame de esto".
Romeo estaba ocupado sorbiendo su bebida mientras a escondidas se comía
con los ojos a Brandon.
Le di un codazo a Romeo, atrapándolo con la guardia baja. Él escupió su
bebida por toda la mano y tragó un sorbo. Tosió un par de veces más, que sirvieron
para desviar la atención de mí.
—Oh, ella no puede. El carnet de baile de Sam suele estar lleno.
¿Carnet de baile?
—Veras —continuó—, a Sam no le gusta permanecer inmóvil durante largos
períodos de tiempo. La mala circulación. Por lo tanto siempre bailando. —Romeo
miró alrededor por algún lugar para limpiarse la mano mojada. Al no encontrar
ninguno, se lo untó en su pantalón. Hizo una mueca, apologética.
Todo el mundo se quedó viendo boquiabierto a Romeo, incluso Brandon. El
embobamiento de Brandon fue el más sutil, pero sus cejas levantadas eran un claro
indicativo.
Romeo tropezó hacia adelante como un bufón de la corte.
—Sam no aguantaría posando por horas mientras la pinta. Le recuerda a los
maniquíes. —Romeo mostró sus dientes nerviosamente—. Ella, uh, tuvo una
experiencia traumática, uh, en su infancia. Atrapada durante la noche en una
tienda departamental. No puede soportar la idea de ir dentro de centros
comerciales desde entonces.
Cambié una rodada de ojos con Kamiko. Bueno, al menos Romeo había
venido de capa y espada a mi rescate, aunque lo hiciera tropezando con su
espada, mientras la sacaba de la funda.
—¿Quieres ver algunas de las otras pinturas? —preguntó Kamiko—. Sé que yo
sí.
—Gran idea, Kamiko. —Me acerqué hacia ella.
—Bueno, gracias por venir a la galería. —Brandon sonrió suavemente—. Si
estás interesada en cualquier cosa que veas, me lo haces saber. Aquí está mi
tarjeta. —Me entregó una tarjeta de presentación de la galería.
¿Interesada? Los cuadros estaban un poco fuera de mi alcance. De hecho,
estaban en el otro lado de la galaxia de mi rango de precio.
Brandon me miró a los ojos de nuevo. Tan caliente como estaba, algo en él
me hizo cada vez más inquieta. La tarjeta de visita ya estaba en mi mano, y sus
dedos rozaron los míos. No creo que quisiera que le llamara por el arte.
—Un placer conocerte, Samantha. —Brandon sonrió suavemente.
Romeo me tiró del brazo.
—¡Vamos, Sam! ¡Hay mucho más que ver! ¡Pinturas por todas partes!
Kamiko tomó el otro brazo y me llevó entre la multitud. No pude evitar mirar
por encima de mi hombro. Brandon seguía sonriendo. Deslizó sus manos por
174 casualidad en los bolsillos y pronunció las palabras "Llámame".
—Ya sabe que en los dibujos animados… —comenzó Kamiko.
—¡Ahora no es el momento de hablar del dibujo animado! —Romeo
interrumpió—. ¡Tenemos que escapar!
—¡Eso es lo que iba a decir! —declaró Kamiko a medida que caminábamos
a través de la multitud—. ¿Sabes la parte cuando la serpiente comienza a encantar
al pobre ratón, diciendo todo tipo de cosas bonitas, pero realmente quiere
comérselo? ¡Eso es lo que Brandon estaba haciéndole a Sam!
—¿Te refieres a comer con clasificación G o comer X-rated —preguntó
Romeo lascivamente.
—¡Asco, Romeo! —Kamiko hizo una mueca.
—¡Date prisa! —dijo Romeo—. ¡Será mejor que nos alejemos antes que
Brandon ate a Samantha con su serpiente!
—Está bien, ustedes dos —advertí—. Suficiente de payasadas. Regresemos al
arte.

Tropezamos con un grupo de señoras de cabello plateado en vestidos de


diseñador. Estaban paradas en un círculo, hablando con alguien, riendo y
sonriendo recatadamente.
—Oh, Christos —dijo una de las mujeres—. Eres igual que tu abuelo. Te pareces
a él también. Si fuera unos años más joven, te perseguiría.
—Gracias, señora Moorhouse. Si usted no estuviera casada con el Sr.
Moorhouse, aceptaría esa oferta —coqueteó Christos.
Entre los hombros con cabellos de plata, vi a Christos, con una copa de
champán en la mano, hablando con todas las mujeres. Llevaba una camisa de
manga larga que abrazaba a su cuerpo con fuerza. Mostraba sus músculos al
tiempo que ocultaba sus tatuajes.
—¿La manzana no cae lejos del árbol, verdad chicas? —preguntó la señora
Moorhouse. El grupo de gallinas cloqueó en respuesta—. ¿Cuándo me vas a pintar,
Christos?
—Cuando mis habilidades se hayan desarrollado hasta el nivel requerido para
capturar su belleza elegante y atemporal. Tengo mucho que aprender.
La Sra. Moorhouse se sonrojó.
—¿Que alguien me traiga un sofá de desmayos? Estoy a punto de expirar.
Christos le sonrió. ¿O debería decir Adonis? ¡Estaba trabajando esta noche!
Sabía que probablemente estaba siendo encantador para vender pinturas, pero
era indigno de todos modos.
—¿Dónde está Spiridon, por cierto? —preguntó la señora Moorhouse. Yo me
175 preguntaba lo mismo.
¿No saldría Spiridon a apoyar a su nieto en un gran evento como este?
—Mi abuelo tenía que salir temprano. No se sentía bien.
—Lamento escuchar eso. Dale recuerdos cuando lo veas, ¿quieres?
—Voy a hacerlo señora Moorhouse.
—Y saluda a tu padre la próxima vez que lo veas. Todos le echamos de menos.
La mandíbula de Christos se apretó, pero forzó una sonrisa a la señora
Moorhouse.
—Lo haré.
Me aparté del grupo de mujeres y tiré de Romeo y Kamiko conmigo.
—¡Hey! —susurró Romeo en mi oído—. ¡Creo que Christos es tu amigo Adonis!
—Creo que puede que tengas razón —dije secamente.
—¿Qué pasa con su identidad secreta?
Estábamos lo suficientemente lejos para hablar con normalidad.
—Eso es lo que me gustaría saber.
—No puedo creer que Christos Manos es Adonis —Kamiko jadeó—. ¿Es super
caliente, y un artista increíble?
—Pensé que sólo estabas atraída por hombres de cómics —bromeó Romeo.
—Bueno, considerando que Adonis parece el súper héroe de un cómic, estoy
bien con eso. —Kamiko tomó un sorbo de su bebida, que era soda de lima-limón,
para ocultar su sonrisa tímida—. Es como diez veces más caliente ahora.
—¿Porque se parece a Superman?
Kamiko golpeó el suelo con el pie.
—¡No, estúpido! ¡Porque es un gran artista! ¿Tengo que pegarte?
Romeo cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Qué, y causar una escena?
—Lo haré. —Kamiko levantó su puño amenazadora.
—¡Genial! ¡Porque me encantan las escenas! —Romeo rió—. ¡Más drama, más
drama! —Él degeneró en risitas.
Sentí una mano deslizarse por mi espalda inferior. Por un segundo, pensé que
era Brandon y estaba lanzándome ese truco de encantador de serpiente de
dibujos animados como Kamiko había dicho. Me di la vuelta.
—¡Oh, hey Adonis! Er, Christos.
Kamiko y Romeo dijeron hola.
Había tenido miedo de que Christos no quisiera hablar conmigo. O volver a
verme. Miré a sus ojos, pero sólo vi calidez. Qué alivio.
176
—Hey Samantha. —Él me sonrió, notando mi vestimenta—. Estás hermosa esta
noche.
Me cubrí la enorme sonrisa con los dedos.
—No, no lo estoy.
Christos estaba junto a mí. Su mano ya no estaba en mi espalda, pero se
inclinó ligeramente hacia mí, como si fuéramos una pareja en una cita. Asintió con
la cabeza hacia Kamiko y Romeo.
—¿Qué los trajo al espectáculo?
—El profesor Childress envió un correo electrónico —respondió Kamiko—.
¿Qué estabas haciendo modelando para nuestra clase de arte cuando ya estás
vendiendo pinturas en una galería?
—No seas grosera, Kamiko —amonestó Romeo.
Christos se rió entre dientes.
—Está bien. Le debía un favor. Su modelo canceló en el último minuto.
—Por suerte para nosotros —dijo Romeo tímidamente—. ¡Oops! ¿Dije eso en
voz alta?
Christos lo tomó con calma.
—¿Han visto el jardín de esculturas al aire libre?
—¡No! —dijo Kamiko—. ¿Hay un jardín de esculturas aquí?
—Sí, en la parte de atrás. Puedo mostrarles.
—¡Totalmente quiero verlo! —Sonaba como si estuviera ordenando batidos
de fresa en In-N-Out.
—Christos probablemente necesita permanecer dentro y hablar con la gente
—le dije.
—Necesito un descanso —dijo—. Vamos a echar un vistazo.
Todos lo seguimos afuera. El jardín de esculturas estaba rodeado por setos
ensartados con blancas luces de árbol de Navidad. Las esculturas eran todas de
bailarines de ballet.
—Me alegro de haber salido —dijo Christos—. Cansa estar en estas cosas en
todo momento. Una palabra mal, y enojas algún papá o mamá Warbucks, y se
pierde una gran venta.
—Sabemos lo que quiere decir. —Romeo babeaba.
¿Cómo demonios, alguno de nosotros sabemos lo que significa hacer varios
cientos de miles de dólares en una noche? ¿O preocuparse por joder todo?
Christos vivía en otro plano de existencia del resto de los mortales.
—Me gusta ser capaz de hablar mierda con ustedes. Hey, Samantha. ¿Puedo
tener un sorbo de tu vino?
—¿Un trago? Lo haces sonar como un canal de cerdo comunal.
—Entonces no te importará si bebo un poco. —Sonrió.
177
—Sí, claro. —Le ofrecí la copa.
Se bebió varios tragos largos, entonces me entregó la copa.
Cuando procesé las ramificaciones de esta enorme exposición, me di cuenta
que estaba un poco confundida sobre los antecedentes de Christos.
—Entonces, Christos, ¿por qué estás aún en SDU? —Hice un gesto hacia todo
el arte en la habitación—. Quiero decir, como estudiante. Parece que ya tienes una
carrera artística.
—Sí, la escuela es una especie de formalidad en este punto. Pero esta es mi
primera exposición individual grande.
La boca de Kamiko cayó.
—¿Tu primer exposición? ¿Cómo es que los precios son tan altos?
—Bueno, a causa de mi nombre. Y porque son buenos. —Inclinó su siempre
egoísta sonrisa de Adonis.
No había forma de negarlo. Él era increíblemente talentoso.
—Pero he vendido un montón de piezas en los últimos años en varias
exposiciones colectivas. La gente ha estado esperando mi primera exposición por
un tiempo.
Brandon Charboneau se acercó, un poco nervioso. Tenía esa mirada posesiva
en su rostro que no me gustó.
—Ahí estás, Christos. Tienes invitados en el interior. Todos quieren pasar unos
minutos con el artista. ¿Puedes darme un momento para que tus clientes te
adoren?
—¿Ves lo que quiero decir? —susurró Christos en mi oído. Para Brandon, él
dijo—: Sí, no hay problema. —Se despidió de nosotros—. Nos vemos luego, chicos.
—Christos se marchó con Brandon. Vi a Brandon inclinarse cerca y decirle algo al
oído a Christos . Christos se apartó y le frunció el ceño. Eso fue extraño.
—Bueno, hay más pinturas en el interior —dijo Kamiko—. Quiero ver el resto de
ellos. ¿Vienen?
—Sí.
Fuimos todos adentro. Kamiko estaba en el cielo del artista mirando las
pinturas. Nos indicó a todos esos pequeños detalles acerca de las composiciones
que yo y Romeo habíamos perdido. La forma en que el borde de una nube
circundaba la cabeza de la mujer, llevando la mirada a su cuerpo. O la forma en
que la sombra de un árbol hacía que la imagen de una persona se saliera del
fondo.
Yo estaba fascinada por todo ello, y trataba de absorber todo lo que podía.
Después de un rato, me desesperaba que Kamiko supiera mucho sobre el
arte, y fuera mejor que yo.

178 Christos era mejor que todos nosotros juntos, y provenía de una familia de
artistas que tenían conexiones en el negocio.
¿Cómo diablos iba nunca iba a ser algo más que contadora?
Sam Smith, Pipa Soñadora.
Suspiré.

En algún momento, vague por mi cuenta mientras Kamiko y Romeo hablaban


con algunas de las otras personas en la galería. Creo que Romeo fue atraído por
un tipo inconformista joven que acababa de conocer.
Terminé mi vino, y fui por más. Definitivamente tenía una buena animación en
marcha.
Brandon se acercó a mi lado y puso una etiqueta de punto rojo en el cartel
junto a mí. El precio de este era de $18,500.
—Hey, tú —dije.
—Ese es la última de ellas. Vendimos todo.
Me tapé la boca y ahogué un hipo.
—¿Todas las pinturas vendidas?
—Sí, lo hicimos. —Brandon sonrió con orgullo, casi como si hubiera sido su
logro.
No me gustaba ni un poquito. ¿Por qué fue eso?
—Ya he llamado a mi padre para darle la buena noticia —dijo Brandon
mientras deslizaba sus manos en los bolsillos, aún frente a la pintura.
—¿Acerca de las pinturas?
Volvió la cabeza para mirarme de arriba hacia abajo.
—Eso, y que me encontré con una mujer increíble esta noche, que rivalizaba
con la belleza de las pinturas de Christos. —Sus ojos brillaron.
¿Estaba haciendo esa cosa encantadora de serpientes de la que Kamiko
habló? Como que me gustó.
—Gracias, Brandon. Tal vez puedas venderme esta noche, y poner un punto
rojo en mí también. —Chico, era por lo menos dos hojas al viento. Tal vez no tres,
pero cerca.
—Aquí nadie tiene esa cantidad de dinero. —Sonrió lentamente.
—¿Ni siquiera tú? —coqueteé.
—No, ni siquiera el hombre más rico del planeta.
—¿Ni Bill Gates? Él es bastante rico.
—Bueno, no lo dejaría comprar. No importa lo mucho que ofrezca. Belleza
como la tuya no se puede comprar.
179
—Eso es dulce, Brandon. —Sí, esos eran ojos encantadores de serpientes. Pasó
una mano suavemente por el lado de mi brazo.
Escalofríos se arremolinaron debajo de mi piel y saltaron a mi pecho,
rebotando entre mis pechos. Me di cuenta que mi respiración se había detenido.
Me reí y respiré hondo. ¿Cuán borracha estaba? Debo haber tomado más vino del
que me di cuenta.
A la mierda, demonio encantador de serpientes. Brandon estaba caliente. Y
yo estaba sola. Me reí con él con coquetería.
—Oye, Brandon —dijo Tiffany. ¿De dónde había salido F? Tenía radar, estaba
seguro de ello. Ella colocó los brazos alrededor del cuello de Brandon. Se puso de
puntillas y lo besó en la mejilla. Entonces me miró. Estaba esperando a que alzara
su falda y marcar su territorio—. Oye —me dijo despectivamente.
—Le estaba diciendo a Sam aquí que había vendido el último cuadro —dijo
Brandon.
—Eso es impresionante, Brandon. —Ella parecía genuinamente
emocionada—. ¡Ahora tú y yo podemos salir a celebrar!
Genial. Tiffany ya me había advertido de Christos. ¿Ahora estaba
demandando también a Brandon? ¿Acaso tendría citas con los dos, o simplemente
no quería que los tuviera, ya sea, para que ella pudiera escoger y elegir?
—Tengo que ir al baño de mujeres —se quejó—. He estado de pie delante de
mi cuadro durante dos horas en estos tacones. Perdón, ustedes dos. —Ella sonrió
con su sonrisa falsa y se pavoneó.
—Mis disculpas por su comportamiento —dijo Brandon—. Tiffany tiende a ser
un poco tensa.
—Ella parecía muy cómodo contigo. ¿Ustedes tienen una historia? ¿O es una
historia todavía en ciernes?
Brandon se rió y negó.
—Sí y no.
Reprimí una sonrisa.
—Tiffany y yo nos conocemos desde la infancia. Nuestros padres son buenos
amigos. En los últimos años, ella me ha insinuada varias veces que debemos salir.
Pero yo valoro mi relación con mi padre demasiado para ponerla en un infierno. Y
no quiero poner en peligro la relación de mi padre con el papá de Tiffany.
Supongo que Tiffany no era la imagen pulida de la perfección que le gustaba
presentar. Secretamente esperaba que Brandon sacara una pala y empezara a
cavar más tierra sobre ella, pero yo no iba a preguntar. Pero si quería usar sólo una
cucharita, tomaría eso.
—Tiffany y yo hemos sido siempre —levantó sus cejas sugestivamente—, y
seguiremos siendo, nada más que buenos amigos. Por lo tanto, estoy
completamente solo. ¿Y tú?
Le miré a los soñadores ojos color avellana.
180 —Sí —asentí. Era tan malditamente guapo y refinado.
Y al parecer, le había dado la señal de stop a Bitchany hace mucho tiempo.
¡Whoopee!
—Hey, Brandon —dijo Christos mientras palmeaba el hombro de Brandon
desde atrás.
—¡Ahí estás, Christos! —Brandon lo enfrentó.
Por un momento no supe si Brandon estaba realmente entusiasmado con la
presencia repentina de Christos, o ligeramente decepcionado.
Christos me miró, pero dirigió su pregunta a Brandon.
—¿Cómo van las ventas?
—Todo se ha vendido. Felicidades. —Sonrió—. Estaba buscándote para
decirte las buenas noticias. Bien hecho, amigo mío. —Brandon le estrechó la mano
con fuerza.
—Me alegro de oír eso —dijo Christos—. Me he quedado sin vender para esta
noche.
—Estabas trabajando esta noche. La Sra. Moorhouse necesita un babero,
estaba babeando mucho.
—Uno de esos de langosta —bromeó Christos—. Estaba dispuesta a excavar
en mí con un cuchillo y un tenedor.
Brandon se rió entre dientes mientras escudriñaba la sala principal. La galería
estaba todavía medio llena de gente.
—Bueno, me tengo que quedar aquí hasta que todos se hayan ido, para
cerrar la galería, pero pensaba pedirle a Samantha si quisiera tomar una copa
después de cerrar. —Él me dio una mirada de esperanza.
¿Vi la nariz de Christos llamear cuando Brandon me llamó Samantha? Creo
que lo hice.
—Oh hombre, ya le había dicho a Sam y sus amigos que los llevaría a tomar
unas copas esta noche —mintió Christos casualmente—. Son todos artistas
estudiantiles en SDU y querían hablar de negocios conmigo después del
espectáculo. Lo prometí hace semanas.
Él no me había dicho tal cosa. ¿Se lo había dicho a Romeo o Kamiko? No
pudo. Kamiko dijo que sólo se enteró de la exposición.
Una de las cejas de Brandon se levantó casualmente.
—¿No me digas?
—Sí. Lo siento, hombre. Sam y yo probablemente deberíamos irnos. Se está
haciendo tarde
Brandon y Christos intercambiaron una mirada tensa.
¿Sentía una rivalidad aquí? ¿Entre ellos dos? ¿Sobre mí? Esto era demasiado.
Todo lo que necesitaban eran unas pistolas y algunos sombreros de vaquero. A
continuación, el sobreviviente podía reclamar su premio.
181 Hombres. Yo no era el premio de nadie. Pero seguro que fue emocionante.
La verdadera pregunta era, ¿cómo me las arreglaba para ponerme en el
epicentro del drama épico dondequiera que iba?
—Perdónenme, no tenía la intención de interferir con sus planes —dijo
Brandon agradablemente.
—Sí, no quiero mantenerla fuera demasiado tarde. Sé que Sam tiene un día
ocupado mañana, así que probablemente deberíamos irnos.
Christos no sabía lo que había planeado para mañana. Pero eso estaba bien
para mí.
Suspiré en disculpa.
—Sí, no puedo quedarme hasta muy tarde esta noche. Tengo un horario muy
ocupado —imité.
Brandon nos sonrió a los dos.
—Entiendo. Tengan un tiempo estupendo, ustedes dos. Por favor, di adiós a
los invitados antes de partir, Christos. La Sra. Moorhouse todavía está aquí.
—Lo hare —aseguró Christos.
Sin previo aviso, Brandon tomó mi mano y la besó.
—Fue un placer conocerte esta noche, Samantha. —Bajó las pestañas y me
miró con los ojos entornados. Encantador de serpientes.
Christos tiró de mi brazo.
—Buenas noches, Brandon. Te llamaré mañana y podremos repasar las ventas
de esta noche.
—Excelente idea. Que se diviertan, y buenas noches.

182
Dieciséis
M
e tomó unos minutos reunir a Romeo y Kamiko mientras que Christos
se despedía. Ambos se encontraban en el jardín de esculturas.
—¿Dónde estabas? Hemos estado buscándote por todos lados
—dijo Romeo.
—Pensé que el señor Snake Charmoneau te había atrapado —dijo Kamiko.
Me reí.
—Creo que habría estado de acuerdo con eso.
—¡Puta barata! Está tomando todos los buenos hombres —bromeó Romeo.
Me eché a reír.
—Pobre Romeo.
—Tenemos que irnos —dijo Kamiko.
Caminamos de regreso a través de la galería, a la calle. Christos estaba
183 esperando fuera.
—Hola, chicos. ¿Lista para el paseo? —Él arqueó una ceja expectante.
—Oh, eh... —Mire a Christos—. ¿Estabas hablando en serio? —¿Qué pasó con
él siendo solo mi mentor?, casi espetó en voz alta, pero no quería decirlo delante
de todos. Me haría parecer tan perra como pasó en la ladera por la casa de
Christos—. ¿Todavía deseas conseguir bebidas?
Inclinó la sonrisa.
—Por supuesto. Tengo que celebrar mi espectáculo agotado con alguien.
—¿Pueden venir? —Hice un gesto hacia Kamiko y Romeo.
—Por supuesto.
—¿Bebidas? —dijo Romeo—. ¡Nadie me dijo nada acerca de bebidas!
—Estoy bastante cansado, Romeo —dijo Kamiko—. Como que me gustaría
irme.
—Aguafiestas. ¿No configuraste tu TiVo para grabar el programa de Cartoon
Network que no te puedes perder?
—Sí, pero todavía estoy cansada. Lo siento.
—Está bien, podemos irnos. Sam, ¿vienes?
Extendí mis manos, me encogí de hombros y le di Christos un vistazo sin
compromiso.
—Te puedo llevar —ofreció Christos.
Me volví a Romeo. Me di cuenta de las ruedas girando en su cabeza mientras
examinaba la situación. Abruptamente puso las manos en Kamiko y le dio la vuelta,
empujándola por la acera.
—Realmente tenemos que irnos. Pobre Kamiko, está medio dormida
ya. ¡Ustedes diviértanse sin nosotros! ¡Buenas noches!
Se habían ido, antes de que pudiera protestar.
Me volví hacia Christos.
—Romeo está loco.
—Me gusta ese chico. ¿Vamos? —Hizo un gesto hacia la calle—. Hay un gran
bar en la esquina de aquí.
Una mirada de dolor torció mi cara.
—Solo tengo diecinueve años.
—Mi error. Al menos eres legal. —Sonrió.
—Estoy segura de que no te habría detenido si no lo fuera.
—Tengo algunos límites. —Sonrió.
—¿Estás seguro? —bromeé.

184 —Por favor, Samantha. No soy un criminal.


Una imagen de él siendo esposado y metido en un coche de policía brilló en
mi mente. Por la mirada que pasó por el rostro Christos, estaba bastante segura de
que pensaba lo mismo.
—Hay algunas tiendas de café en Pacific Beach que permanecen abiertas
toda la noche. Podemos ir allí.
—Está bien.
Hizo un gesto.
—Vamos.
Caminamos.
—Así que, ¿dónde está tu coche? —pregunté.
—¿Coche? Aquí mismo. —Nos pusimos de pie delante de su motocicleta
negra.
—¿Qué? ¿Esto?
—Sí.
—Oh, no podría. —Saqué mi teléfono celular de mi pequeña cartera de
mano—. Será mejor que llame Romeo antes de salir.
—No te preocupes. Traje un casco extra. —Lo sostuvo en alto.
—Oh, no me parece bien. Preferiría no hacerlo.
—¿Te preocupa?
—No, es sólo que…
—Te preocupa.
¡Claro que sí me preocupaba!
—Vas a estar bien. Voy a ir lento.
Si mis padres sabían que estaba a punto de subirme a una motocicleta,
conducida por un hombre cubierto de tatuajes, me castigarían de regreso a
Washington D.C.
—Realmente no puedo.
—Vamos. Si te mantienes sujetada, estarás perfectamente segura.
¿Espera? ¿A qué? ¿Él? Esto iba en una dirección peligrosa
rápidamente. Estaba menos preocupada por la parte de accidente de la
ecuación. Era la parte de sostenerme que me ponía nerviosa. Me entregó el casco.
—Pon tu cabello en el casco, o de lo contrario vas a pasar el resto la noche
desenredándolo.
Me até el cabello en un moño y apreté el casco puesto. Él ya estaba a
horcajadas sobre la moto.
185
—No puedo subirme. —Mi vestido era demasiado corto y mis tacones
demasiado altos.
Se bajó y con un rápido movimiento me cogió por la cintura y me bajó a la
parte trasera de la moto. ¿Qué tan fuerte era este tipo? Me levantó como si fuera
un gatito. Tiré mi vestido hacia abajo y empujé el dobladillo debajo de mi
entrepierna. Este era el atuendo equivocado para un paseo en moto.
Volvió a subir a la moto y encendió el motor. Vibraba entre mis piernas.
—Agárrate fuerte.
Um, mi casi inexistente vestido y mis bragas eran lo único que se interponía
entre él y yo. Dios mío, estábamos tan cerca. Me aseguré de que mi entrepierna
estuviera por lo menos a dos pulgadas del culo de Christos.
—¿Dónde puedo poner mis pies?
—En las clavijas.
Las encontré debajo de mí. Mis tacones se engancharon sobre ellas muy
bien. ¿El único problema? Mi separación de cinco centímetros entre su culo
caliente y yo era ahora de uno.
—Ten un buen agarre.
—¿Qué?
—Con los brazos.
Llegué alrededor.
—¿Por dónde los pongo?
—Alrededor de mi cintura.
¿Qué? ¡No podría hacer eso!
—No te quieres a caer, ¿verdad?
—No. —Envolví mis brazos alrededor de él. Tenía dos opciones. Pecho o
abdomen. Tampoco fue exactamente lo que llamaría platónico. Me conformé con
sus abdominales superiores. Lo más lejos de su paquete. ¿Por qué tengo que ir y
usar esa palabra?
Metió la mano detrás de mí y me atrajo hacia él, borrando mi espacio de
seguridad de un centímetro. No sabía cómo iba a mantener mi vestido escondido
debajo de mí.
—No quiero que te deslices fuera.
Bueno saberlo. La parte frontal de la pelvis apretada contra sus nalgas. Oh
cielos. Estaba tocando sus nalgas. Con mis caderas y muslos. No me había
apuntado para esto. ¡La cuenta, por favor! Era hora de que me fuera. Aceleró el
motor.
—¿Lista?

186 —¡No!
Se echó a reír.
—Siempre y cuando te aferres a mí, estarás a salvo. Lo prometo.
—¿Me lo prometes?
—De corazón. Puedes confiar en mí, Samantha. Siempre te protegeré.
¿Qué acababa de decir? ¿Se refería al paseo en moto? O algo más.
—No te preocupes, Samantha. Me mantendré por debajo del límite de
velocidad.
Lo que no me dijo fue que iba a acelerar hasta el límite de velocidad más
rápida que la velocidad de la luz. ¡Mierda!
Mis brazos se cerraron en un apretón de muerte alrededor de sus
costillas. Apreté mis muslos alrededor de su cintura lo más fuerte posible.
Cuando desaceleró por una luz roja, estaba sin aliento.
—Uh, ¿estás seguro de que no vas demasiado rápido?
—Nunca pasó los veinticinco.
Hasta que estuvimos en la autopista. Cuando llegamos a la rampa de
entrada, creí que cohetes aparecieron por la parte trasera de su motocicleta. Juro
que estábamos pasando los dos mil kilómetros por hora.
Había oído que la velocidad era algo así como el orgasmo. Realmente nunca
había tenido un gran orgasmo por mi cuenta. Tan sólo unos pocos. Sea lo que la
velocidad fuera, era mucho más grande.
No sabía si era la forma en que mis rodillas se aferraron a los lados de Christos,
o la sensación de sus abdominales debajo de mis brazos, o el hecho de que la moto
vibraba entre mis piernas y mis partes femeninas estaban justo en el asiento. Pero
todo eso me envió sobre el borde a aguas desconocidas. Lo que más me
preocupó, sin embargo, fueron las aguas desconocidas, posiblemente, filtrándose
a través de mis bragas. Santa mierda, esta moto era rápida.
En un momento, sentí la clara voluntad de dejarme ir. Me asusté,
imaginándome volando de la parte posterior de la motocicleta y arrastrando mi
piel a lo largo de la autopista.
Eso terminó rápidamente cualquier pensamiento potencialmente orgásmico
que había estado teniendo.
También creía que todavía no había respirado una vez desde que llegamos
a la autopista, así que tomé un momento para respirar profundamente. Sentí a
Christos dándome unas palmaditas mi mano para tranquilizarme. ¿Significaba eso
que había tomado una mano fuera de las barras de control? Jesús, ¡estaba
loco! Afortunadamente, soltó mi mano.
187 Con el tiempo me di cuenta de que no estábamos pasando autos. Nuestra
velocidad era probablemente no más de sesenta y cinco o setenta.
Cometí el error de bajar la mirada al asfalto por el que pasábamos. Si sacara
mis tacones de aguja de las clavijas, o si fueran a caerse accidentalmente por su
propia voluntad, mis dedos de los pies serían literalmente doblados hasta mis
tobillos.
Bueno, oficialmente para que conste aquí quiero decir que cualquier persona
que monta motocicletas con un vestido y tacones está esquizofrénica, o algo
peor. Me absuelvo a mí misma de la culpa, porque no me había dado cuenta de
en lo que me estaba metiendo.
En un momento dado, Christos aceleró y cambió de carril. Lo hizo como un
experto, pero estaba bastante segura de que me oriné en mis bragas. Por supuesto
que había mucho viento que era probable secaría mi pis del asiento. Me di cuenta
de que mi vestido desesperadamente quería volar detrás de mí, pero no iba a dar
un espectáculo mostrando mi sostén y bragas a los otros coches en la
carretera. Deseé que mi vestido salvaguardara mi humildad. Afortunadamente,
obedeció.
Pacific Beach estaba a sólo unos pocos kilómetros de La Jolla, pero estoy
bastante segura de que el viaje duró al menos cinco horas, o cinco segundos. No
podría decir cuál. Dicen que la velocidad es relativa. Pero sabía que íbamos
terriblemente rápido, incluso si lo hacíamos sobre el límite de velocidad.
Di un suspiro de alivio, pero por suerte no vomité, cuando nos salimos de la
autopista. Llegamos a la cafetería ilesos.
Estacionó la moto en una calle lateral y la apagó. No me solté.
Se sacó su casco.
—¿Estás bien ahí atrás?
—Creo que tengo hipotermia. —Hacía calor, pero el helado viento había
hecho su daño. Mis dedos se sentían pegados juntos, a pesar de que pudo haber
sido por la adrenalina.
—Luego de una bebida caliente estarás como nueva. —Él esperó—. Puedes
soltarme ahora.
—Dame un minuto. Quiero estar segura de que hemos dejado de movernos.
Se echó a reír.
—Te dije que estarías a salvo. Pero si quieres quedarte así durante un tiempo
más largo, no me importa.
Tuve que reprimir el impulso de correr mis manos por todo su pecho sexy. Pero
me contuve. Lo solté y me bajé. Presioné mi vestido hacia abajo
rápidamente. Había estado demasiado asustada en todos los semáforos como
188 para soltarlo y arreglarlo.
—¿Estás bien? Parece que tienes que ir al baño de mujeres.
—Creo que ya lo hice, en la autopista.
Se rió entre dientes.
—Pensé que sentí algo húmedo en el asiento. Simplemente no creí que fuera
pis. —Me guiñó un ojo.
—Bien, ¡qué asco! —Pudo haber tenido razón. Estaba tan avergonzada. De
acuerdo, de acuerdo, señoras. Exageré. El asiento estaba seco.
Una vez más, me levantó con facilidad, y me puso en el suelo en un
movimiento fluido.
—¿Cuánto pesas?
—¡No le puedes preguntar eso a una chica!
—Iba a decir unos veinticinco kilos. Eres una pluma.
—¡No soy anoréxica! Pero gracias por el cumplido.
Sonrió.
—Tiempo de café.
Fuimos andando a la calle principal y encontramos la cafetería. Se llamaba
Xanadu.
Un grupo grande de grandes chicos motoristas de aspecto rudo bloqueaba
la entrada. Una fila de Harleys se estacionaba al lado de ellos en la calle. Supuse
que se trataba de un punto de reunión habitual para ellos.
—Discúlpennos, muchachos —dijo Christos, dándole a los motoristas una
sonrisa.
Se callaron y miraron con recelo a Christos. De repente me sentí nerviosa,
como si la cantidad de testosterona en las inmediaciones se hubiera multiplicado
más allá de los niveles aceptables de seguridad. Esperé a que empezaran a
golpear sus pechos mientras aullaban y saltaban alrededor. Entonces ellos me
notaron. Genial.
—Hola, cariño —dijo un hombre con tatuajes en la frente y enormes picos a
través de los lóbulos de las orejas. Por un lado, me gustaban los tatuajes, pero
demasiado de una buena cosa era exactamente eso. Este tipo era aterrador—. ¿A
dónde vas tan rápido? Quédate y habla con nosotros.
—Tranquilo, perro —dijo Christos con una sonrisa de bienvenida—. La dama y
yo nos vamos dentro por una bebida.

189 —¿A quién le llamas perro, perro? —gruñó Orejas de Picos. Él no parecía
interesado en la conversación amistosa—. Si quiero hablar con tu dama, voy a
hablar con tu dama.
Observé las cejas de Christos fruncirse agresivamente. Los músculos de su
mandíbula flexionados repetidamente. Bueno, sabía que Christos sabía cómo
pelear. Lo había visto en acción el día que lo conocí. Pero había seis chicos esta
vez, y todos eran bastante grandes. Uno de ellos era tan grande y peludo, que se
parecía a Pie Grande. Seis contra uno solo resultaba bien en el cine.
—Vamos —le susurré—. Podemos ir a otro lugar.
Christos miró a Ojeras de Pico mientras hablaba conmigo en voz baja y
peligrosa desbordando malicia.
—No necesitamos ir a ningún otro lado, porque estos chicos no van a
molestarnos. —Fue claramente una amenaza.
—¿Ah, sí? —se burló Orejas de Pico—. ¿Estás seguro de eso, Tortuga?
No entendí la referencia, pero sabía que estaban en camino por encima de
nuestras cabezas.
Christos se mantuvo firme.
—Estoy seguro —dijo entre dientes.
Mis rodillas empezaron a temblar en ese punto. Miré a mi alrededor, en busca
de ayuda. No pude creer la suerte. En ese momento, un coche de policía pasó
lentamente junto a nosotros en la calle y sonó la bocina con un breve ladrido.
Todos los motoristas se giraron para mirar el coche patrulla como un grupo de
perros de la pradera detectando peligro. Ellos sabían cuando era hora de ocultar
sus cabezas.
—¿Vamos? —preguntó Christos, haciendo un gesto hacia Xanadu con una
amplia sonrisa.
Me preocupaba que si entrabamos, y los motoristas todavía estaban fuera
cuando nos fuéramos, habría problemas en el futuro y las posibilidades de que los
policías aparecieran como la caballería dos veces en una misma noche eran
bajas.
Pero Christos no parecía en absoluto preocupado. Estaba tan tranquilo como
podría estar. Oh, bueno, la universidad era sobre probar cosas nuevas. El peligro
era uno de ellas. Esperaba no lamentarlo.
—Está bien.
Caminamos juntos.

190 En el interior, Xanadu estaba bastante concurrido para un jueves a la


medianoche. Niños en edad universitaria llenaban muchas de las mesas. La
decoración era algo salido de una empresa de comercio de las Indias
Occidentales. Me encantó.
Nos pusimos en la fila y pedimos chai picante y caliente. No solía tomar
cafeína a la medianoche, a pesar de mi tolerancia. Tenía muchas ganas de un
refresco italiano, pero hacía demasiado maldito frío. El chai fue servido en vasos
altos demasiado calientes para sostenerlos cómodamente.
Christos encontró una mesa contra la pared, que tenía un banco. Fijamos
nuestros cascos de motocicleta en el banco y me sentí como si fuéramos la pareja
genial que cabalgaba por todas partes en una motocicleta juntos.
El hombre a nuestra derecha tenía un montón de libros de texto y una laptop
abierta delante de él, y llevaba auriculares. Las dos mujeres de mediana edad de
la izquierda discutían frenéticamente destinos de vacaciones.
De todos modos, hablamos en voz baja. Le pregunté acerca de la exposición
en la galería, pero Christos lo tomaba como si no fuera gran cosa. No podría decir
si le hacía sentirse incómodo, o si estaba siendo humilde.
—Te oí decir que tu abuelo llegó antes. Lo hubiera saludado de haberlo visto.
—No hay problema. A él le gusta salir antes de que llegue una multitud. Pero
confía en mí, se aseguró de que todo estuviera perfecto antes de irse. Ha tenido
una exposición en una galería o veinte en su carrera. Me sorprende que Brandon
no echara más pronto por micro-gestión.
Me di cuenta que Christos apreciaba la atención de su abuelo.
—¿Y tu pa…? —Me detuve a media frase. Recordé haber visto apretaba la
mandíbula de Christos cuando el tema de su padre se le ocurrió la señora
Moorhouse en la galería.
Tomó un sorbo de su té.
—¿Qué pasa con mi qué?
Levanté mi té a mi boca para cubrirme. Soplé en él.
—Muchacho, este té seguro está caliente.
—¿Mi qué?
—Ahh. ¡Té caliente! Creo que necesito unos cubitos de hielo. —Eché un vistazo
alrededor de la cafetería—. ¿Crees que tengan una máquina de hielo por aquí?
—Termina tu pregunta. ¿Por favor?
Lo miré a los ojos. Por un segundo, esperaba ver la tensión, o la cara que había
visto cuando me gritó en la caminata de hoy acerca de su padre y de su abuelo y
el banco de la familia. Pero sólo vi tristeza.
—Bueno, iba a decir “tu papá”.
—Sí, eso es lo que pensé. —Hizo una mueca.
191
Esto era obviamente un tema delicado que necesitaba ser abordado
delicadamente.
—¿Es que no quieres hablar de ello? Totalmente podemos hablar de otra
cosa, si quieres.
—Está bien. No me importa.
Bebí un sorbo de té. ¿Qué se suponía que pregunte ahora? Me sentí como
una idiota, como si me hubiera comprado un boleto de ida a lo incómodo.
—Así que, uh, ¿tu papá vino antes, como tu abuelo?
—No. —Él trazó la vetas de la madera en el tablero de la mesa con la uña,
como si estuviera esperando que continuara.
—¿Dónde está tu padre?
—Por ahí.
—¿Vive en San Diego?
—Sí.
—¿Alguna vez lo ves?
—Rara vez.
—Dijiste que era un artista, ¿no?
—Sí.
—¿Dónde están todos sus cuadros?
—Nueva York. Colecciones privadas.
Deseé que simplemente me lo dijera, así no tendría que jugar a las veinte mil
preguntas con el hermano de crianza de Greg Gregario, “Tony el Taciturno”
sentado frente a mí.
Bebí mi chai, necesitando algo de fuerza. Y calor, que no estaba recibiendo
de Christos.
Sentí que quería hablar de su papá, pero al mismo tiempo no lo
hacía. Ciertamente podría relacionarme.
—Podemos hablar de otra cosa. No me importa.
Se quedó mirando la mesa.
—Mi padre no ha estado mucho por un largo tiempo. —Tomó un trago de su
chai y chocó su copa sobre la mesa. Fue el punto final a la discusión de su padre.
Cambié de tema.
—Así que, ¿qué pasa con Tiffany? Ella parece aparecer por todas partes
donde tú lo haces.
Chico, pero que sutil era. De una bomba de drama a la siguiente.
192
Christos sonrió.
—Ahh, Tiffany. Es una pieza de trabajo. La conozco desde hace mucho
tiempo. Su familia conoce a la familia de Brandon. Mi familia conoce a la familia
de Brandon. Nos topamos unos con otros.
—De lo único que hablaba era de la pintura que hiciste de ella en la galería.
Sacudió la cabeza.
—Tiffany le gusta poseer cosas. La hace sentir mejor consigo
misma. Especialmente si tiene algo que nadie más tiene. La hace sentir especial.
—¿Es por eso que ella te quiere? —Ups. ¿Alguien podría pasar el azúcar? Lo
necesitaba para mi pie. Mmmm, la mugre de mi pie.
—Me quiere, pero nunca me va a tener. —Christos sonrió. Su sonrisa de
Adonis. La que las mujeres adoraban—. El problema con Tiffany es, que una vez
que consigue lo que quiere, se aburre. Entonces quiere algo más. El dinero de su
padre le distrae de hacer frente a su mierda.
—No me importaría ser distraída por mi propio yate y mansión.
—Eso dices ahora, pero ¿alguna vez has tenido alguno?
—No.
—Entonces, ¿cómo lo sabes? La hierba es siempre más verde. —Tomó un
sorbo de té.
—Así que, ¿nunca has salido con ella?
—Por supuesto que no. Ella no me quiere. Quiere la idea de mí. Que puedo
decir. Siempre lo pude notar.
—¿Qué hay de acostarse? —solté. ¿Por qué iba a caminar voluntariamente
sobre carbones calientes? Necesitaba me examinaran la cabeza.
—¿Con Tiffany?
Eché la cabeza hacia atrás con orgullo, preparada para lo peor. Si iba a jugar
con fuego, iba a actuar como si me gustara. Asentí.
—Pues no.
—¿No? ¿En serio?
—Tiffany es una calle de sentido único.
¿Por qué ese sonó como de zorra? No tenía ni idea de lo que quiso decir, pero
tuve miedo de preguntar.
Cuando terminamos nuestros tés, me sentí mucho más cálida. Pudo haber
sido mi sangre desechando a través de mi cuerpo cuando me di cuenta de que
Christos y yo estábamos charlando como un par de amigos en un café. O una
pareja. Quiero decir, si solo era mi mentor, ¿no deberíamos haber estado hablando
de arte y solo arte?

193 ¿No de su vida amorosa?


—Probablemente debería llevarte a casa —dijo.
¡No! No quería que la noche llegara a fin.
—Tengo que usar el baño de mujeres.
Se puso de pie y levantó los cascos.
—Pensé que orinaste todo en el viaje de camino aquí —bromeó. Le di un
manotazo en el brazo.
—No, tonto. Eso no era pis. —¿Qué diablos estaba diciendo? ¿Cómo era que
Christos podía enviarme de platónica a clasificación X tan rápidamente?
—Te esperaré en la puerta.
Me acerqué a la parte trasera de la tienda de café, y encontré el baño, por
la puerta de atrás. Estaba en uso. Esperé pacientemente.
La puerta delantera se abrió y un tipo motorista de barba atravesó. Lo
reconocí como uno del frente de hace un rato. Me había olvidado por completo
de esos tipos moteros.
Este tipo era el chico que se veía como Pie Grande que me puso más
nerviosa. Cada pieza de su ropa estaba cubierta con clavos o parches o
cadenas. Se detuvo cuando me vio.
—Hola, cosa bonita. —Con la barba, el cabello largo rizado, brazos con
demasiado vello, y con voz grave, era sin duda pariente, si no descendiente del Pie
Grande real—. ¿Dónde está tu hombre?
No perdió el tiempo para llegar al grano. Contuve un trago.
—En el cuarto de baño —mentí.
—Qué suerte la mía.
Puse los ojos en blanco. Él se alzaba hacia mí. ¿Dónde estaba mi trampa para
osos?
—Va a estar de regreso en cualquier momento —le advertí.
Pie Grande no parecía preocupado.
—¿Cómo te llamas?
—La que espera.
—¿La que espera?
—La que espera que te vayas —dije con sarcasmo.
No parecía tener mucho cerebro, pero era persistente. Probé girando el pomo
de la puerta del baño. Llamé a la puerta.

194 Sin respuesta. ¿Estaba bloqueado y necesitaba una llave?


—Creí que habías dicho que tu novio estaba en el interior.
—Lo está. —Llamé—: Uh, Adonis, ¡date prisa!
—¿Quieres ir a dar una vuelta en mi Harley?
—No —me burlé. Crucé protectoramente los brazos sobre mi pecho. ¿Por qué
me siento como un ratón de campo, de repente? Le di la espalda.
Busqué mi ruta de salida más rápida. Debido a la forma de giro en el pasillo,
no podía ver la sala principal de la cafetería, así que no podía ver a Christos, o
cualquier otra persona. No podría hacerle señas a alguien por ayuda. Pie Grande
se interponía entre la puerta de atrás y yo. ¿Era hora de un grito por violación?
—Tu cabello es bonito —murmuró. Lo sentí acariciarlo.
Me tambaleé alejándome. Agarró mi hombro. Esto estaba a punto de
convertirse en una película de toda una vida que no quería protagonizar. Mierda.
Pie Grande se movió pesadamente hacia mí.
Christos explotó de la nada y estrelló la espalda de Pie Grande contra la
pared. Christos se mantuvo frente a él, en cuclillas en la posición de un luchador. Pie
Grande recuperó el equilibrio. Era enorme, una cabeza más alto que
Christos. Lanzó un puño gigantesco hacia Christos. Lo esquivó fácilmente.
Sin inmutarse, Pie Grande sacó un cuchillo enorme con tanta naturalidad
como si se tratara de su cartera. Su rostro era soso. Miró a Christos como si esto fuera
lo de siempre.
Alguien iba a morir.
Pie Grande se abalanzó, su cuchillo en primer lugar.
Christos se deslizó alrededor de él y de alguna manera se las arregló para
dirigir el cuchillo a la derecha en la pared. Se hundió profundamente en la lámina
de cemento. Pie Grande tiró de él. Estaba pegado.
Christos se agachó y lanzó su cuerpo entero hacia arriba en un movimiento
espiral potente, disparando su puño en la mandíbula de Pie Grande. Este se
tambaleó hacia atrás, aturdido. Sus ojos parpadearon, pero se quedó de pie. Se
apoyó en la pared detrás de él.
Christos se movió sobre él, disparando golpes a la cara y el estómago de Pie
Grande. Sorprendentemente, se tambaleó borracho hacia adelante, moviendo sus
patas peludas.
Christos pateó y golpeó a Pie Grande en el lado de su cabeza. El hombre
gigante cayó a cuatro patas, luego metió la mano en su chaqueta de cuero. Me
preocupaba qué tipo de arsenal Pie Grande había escondido en su interior.
Fácilmente podría tener un arma.
Christos retorció su brazo en un arco encima de la cabeza apretada,
disparando un puño hacia abajo en la parte posterior del cuello de Pie Grande,
195 que conectó en la base del cráneo del hombre. Los brazos y las piernas de Pie
Grande salieron volando, aplastándolo contra el suelo de cemento de bruces. Él
estaba inconsciente.
Uno de los empleados de Xanadu, que llevaban un delantal, dio una vuelta
de la esquina.
—¿Está todo bien aquí?
Esta escena no se veía bien. Me acordé de los policías esposando a
Christos. No podía dejar que sucediera de nuevo. Esa fue mi señal. Agarré el brazo
Christos.
—¡Tenemos que irnos ahora!
Me miró, con el ceño fruncido, sus labios una banda apretada sobre sus
dientes. Todavía estaba en el modo de combate.
—¡Vamos! —le supliqué.
Sus fosas nasales se abrieron y mostró sus dientes apretados.
Puse mis manos sobre su pecho. Sus músculos pectorales gruesos se
contrajeron, pero se calmaron un momento después. Lo empujé hacia la puerta
trasera.
Miré detrás de mí y me di cuenta de nuestros cascos de motocicleta. Christos
debía haberlos tirado cuando Pie Grande estuvo a punto de convertirse en el
eslabón perdido. Me lancé por los cascos.
El empleado con el delantal se me quedó mirando, como un insecto
observando.
—No te preocupes por nosotros. —Cogí los cascos y salí.
Christos me agarró del brazo y sostuvo un dedo en mis labios. En un susurro
tenso, dijo:
—Tenemos que largarnos de aquí. —Me agarró la mano y me llevó por el
callejón detrás de Xanadu.
Miré por encima del hombro y vi a los amigos de Pie Grande parados en un
círculo en el estacionamiento detrás de la cafetería, al lado de sus
motocicletas. ¿Habían estado esperando todo este tiempo para que nosotros
saliéramos? Mi estómago se hundió.
Christos me quitó su casco y se lo puso mientras nos deslizamos rápidamente
por el callejón. También me puse el casco.
—Apresúrate —dijo entre dientes. Me agarró la mano y tiró de mí hacia la
calle lateral donde habíamos estacionado.
—¡Oigan! —gritó uno de los motoristas—. ¡Es él!
Oh, mierda.

196 Era bueno que saliera a trotar con regularidad. Corrimos tan rápido mi culo
lento pudo continuar con Christos. Me di cuenta de que no iba a su máxima
velocidad, pero yo sí.
Él me arrastró hacia arriba y sobre la motocicleta al segundo que estuvimos
cerca, luego giró sobre ella y aceleró el motor.
Así como Christos volvió la Ducati alrededor en la calle, la banda de
motoristas llegó por el callejón hacia la acera.
—¡El hijo de puta está huyendo! ¡Consigan sus motos!
Se giraron y corrieron de vuelta hacia sus Harleys.
Oh jodida mierda.
¿Estos chicos nos iban a perseguir?
No tuve un segundo para pensar en ello, porque el motor entre las piernas
gritó y nos disparó por la calle y se inclinó tanto al girar por la esquina que pensé
que la moto iba a deslizarse por debajo de nosotros, pero no lo hizo.
Christos tomó callejuelas oscuras y salió inmediatamente después de la señal
de parada. Iba a morir en un accidente o ser asesinada por una pandilla de
motociclistas. Sentí el corazón acelerado Christos en el pecho. Corría rápido como
el mío.
Quizá temía por el mismo fin calamitoso.
Vagamente pensé que escuché el sonido de Harleys detrás de nosotros, pero
la Ducati de Christos hacia demasiado ruido por la velocidad que llevaba, así que
no podía decirlo con seguridad.
Una de las calles transversales que pasamos tenía un enorme bache. La moto
se elevó en el aire, cuando pasamos por encima. Yo, literalmente, salté de mi
asiento y quedé colgando. Casi salí volando de la moto si no hubiera estado
agarrando Christos para salvar la vida con mis brazos.
No podía contar cuántas señales de parada nos pasamos. Estoy bastante
segura de que todas ellas.
Cuando llegamos a la vía de acceso de la autopista aceleró aún más. Íbamos
mucho más rápido que en el camino de ida a Xanadu.
Recorriendo la vía de acceso en curva era como montar en una montaña
rusa loca, pero no tan divertido en absoluto.
Íbamos tan rápido en la autopista, los coches alrededor de nosotros parecía
literalmente estar quietos. ¿Cómo era posible que los coches, que tenían que haber
estado pasando bordeando los noventa kilómetros por hora, parecían inmóviles?
Afortunadamente, Christos tejió hábilmente la moto y salimos de la carrera de
obstáculos mortales. Una vez que despejamos el grupo de coches que habían
197 estado cerca de donde entramos en la autopista, el motor de la moto rugió y nos
llevó aún más rápido.
Nunca había ido tan rápido en un vehículo en la carretera en toda mi
vida. Más allá de los hombros de Christos, vi las líneas de carril volando en una falta
de definición literal.
Cuando la autopista llegó a una curva, comenzamos a inclinarnos. Yo
cantaba con una voz temblorosa, arrastrada por el viento:
—Oh Dios. Oh Dios.
Cerré mis ojos con fuerza y oré para que no muriéramos. No había nada sexy
en este paseo. Daba miedo como el infierno.
A mitad de camino a casa, desaceleró a una velocidad razonable. Miró
detrás de nosotros en varias ocasiones, sin duda, comprobando si la banda de
motoristas nos seguía.
Mi corazón latía con fuerza. ¿Podría una joven de diecinueve años de edad,
tener un ataque al corazón? Estaba muy cerca de tener uno. Cada célula de mi
cuerpo quería huir del peligro acercándose a mí, pero no había ningún lugar para
ir en la parte trasera de la moto en movimiento.
Además, mis piernas y brazos estaban envueltos alrededor del peligro. Y no lo
iba a soltar.
De seguro estaba loca.
Cuando llegamos a mi casa, Christos inclinó la moto en la pata de apoyo
como si no fuera gran cosa. Me ayudó a bajar. Mis piernas eran de goma.
Me recogió y me llevó a las escaleras, acunándome como un bebé. Apoyé
mi mejilla en su hombro. Estaba a salvo.
En mi puerta, preguntó:
—¿Llaves?
Abrí mi pequeña cartera de mano. No puedo creer que no la había perdido
en la motocicleta. Saqué mi llave y se la di.
Abrió la puerta y me llevó a cruzar el umbral. No quise decir eso, me refería a
través de la puerta. No es como si hubiéramos estado casados.
Me acostó en el sofá y se sentó a mi lado.
—¿Estás bien?
—Bien. —Estaba traumatizada.
Me acarició el cabello retirándolo de mi rostro.
—Está enredado. Lo siento, no te he dado tiempo para ponerlo en el casco.
—Está bien. —Me sentí cansada. Mi adrenalina estaba probablemente
utilizada por completo en el año.
198
—Tengo que irme.
—No, no, por favor —gemí.
—Ya es tarde. Tienes que dormir.
Se puso de pie. Agarré su muñeca con ambas manos.
—No quiero estar sola. ¿Qué pasa si los motoristas vienen?
Vi engranajes pasando detrás de sus ojos.
—De acuerdo —dijo a regañadientes.
Sentí sus potentes brazos deslizarse debajo de mí. Me recogió.
—¿A dónde me llevas? —le pregunté.
—A la cama.
Mi pecho se encogió a la cuadragésima vez esa noche.
Provocadora.
—No te preocupes. Voy a dormir en el sofá.
No sé si me sentía aliviada o decepcionada. Me sentó en el borde de la cama
y sacó mis tacones. Sentí como si el Príncipe Azul estuviera haciendo la rutina de
zapatilla de cristal.
—¿Tienes boxers o una camiseta o lo que sea? ¿Para dormir?
Estaban en una silla plegable en la esquina, pero estaba demasiado cansada
para conseguirlos. Agité mi mano hacia ellos.
Las recogió y me las ofreció.
—Voy a ir fuera para que puedas cambiarte.
—No, no te vayas.
—Bueno, me voy a dar la vuelta.
Traté de tirar de mi vestido fuera, pero me sentía tan completamente lenta,
no era capaz de lograrlo.
—Ayúdame —murmuré, mi vestido medio por encima de mi cabeza.
Sentí deslizarse el vestido por encima de mi cabeza. No llevaba nada más que
el sujetador y las bragas. Delante de Christos. Si no me hubiera sentido tan agotada,
podría haber hecho algo de lo que me arrepentiría. Le di una sonrisa soñolienta. Me
tendió la camiseta.
—Brazos. —Deslizó la camiseta por encima de mi cabeza. Me sentía como
una niña pequeña. Dejé caer mis brazos.
—¿No vas a hacer ese truco del sujetador a través de la manga —preguntó.
—Estoy muy cansada.
199
—¿Frente o espalda?
—¿Eh?
—Los clips, o lo que sea.
—Espalda.
—Eso debería ser fácil.
—Apuesto a que le dices eso a todas las chicas —me burlé.
Sonrió con su hoyuelo hacia mí. La siguiente cosa que supe, Houdini tenía mi
sostén deshecho y sentí las copas soltarse.
—Puedes hacer el resto. A no ser que quieras que lo haga por ti.
Lo quería, pero no le dije nada. Lo saqué a través de mi manga y se lo ofrecí
como un, bueno, como un pez colgado de un anzuelo.
—¿Qué se supone que debo hacer con eso?
—Desecharlo.
Él la tomó y la arrojó al cesto de la ropa, entonces me miró, con los puños en
las caderas.
Sentí mis pezones endurecerse. Mierda. No los ocultaría debajo de mi camisa
de algodón. Crucé los brazos sobre mi pecho y reí. ¿Estaba borracha? Había tenido
no más de dos o tres vasos de vino en la galería de arte hace unas horas. Pero lo
estaba, a causa de Christos. Él era embriagador.
—¿Quieres las bragas? —Levantó los boxeadores
¿Por qué Christos diciendo la palabra bragas me daba ganas de quitármelas
y dárselas? Probablemente era una cosa normal para él.
Christos era tan confiado, tan relajado. Nunca tuvo que tratar de hacer
cualquier cosa. Solo la hacía. Sin ningún esfuerzo. A diferencia de… él. Me
estremecí.
—¿Tienes frío?
Sacudí la cabeza y fruncí el ceño.
—No. Solo cansada.
—Está bien, sin boxers. Debajo de las sábanas, Bonnie.
—¿Quién?
—¿Sabes de Bonnie y Clyde?
—Oh. ¿Porque somos como dos forajidos en el funcionamiento del largo brazo
de la ley? —Sonreí. Me gustaba el sonido de eso, totalmente romántico.
Christos sonrió.
—Sí.

200 —Y Pie Grande —me mofé.


—¿Quién?
—¿El tipo que trató de salir corriendo conmigo a las montañas para hacer
bebés de las cavernas? ¿En Xanadu?
—Sí. —Se rió entre dientes. Se inclinó hacia mí y me cogió otra vez. Puse mi
brazo alrededor de su cuello. Mi pecho sin su-je-ta-dor apretado contra su pecho
duro como una roca. Mi pezón estaba como borrador de lápiz rígido en ese
punto. Él tuvo que haberlo sentido.
Me depositó suavemente en la parte superior de la cama y tiró de la sábana
y una manta fina sobre mis piernas. Sostuve mi mano sobre su hombro todo el
tiempo.
Se enderezó, pero agarré su camisa en mi puño.
—Quédate conmigo. —No estaba borracha. Estaba sumamente drogada.
—Entrenador. Mentor, ¿recuerdas? —Me dio la sonrisa más cálida que jamás
había visto. Sus espesas pestañas haciendo resaltar la profundidad de sus ojos
azules. Esa sonrisa con hoyuelos que hace caer bragas.
No estás ayudando. La audacia se apoderó de mí y se sentó antes de que
pudiera pensar a través de mis acciones. Tiré mis brazos alrededor de su cuello.
—Por favor. Duerme conmigo. No quiero estar sola esta noche.
Acarició mi mejilla.
—No vas a estar sola. Voy a estar en el sofá.
Recurrí a la manipulación descarada. Hice un puchero.
Sonrió con picardía.
—Eso no va a funcionar. Sofá, yo. Cama, tú. —Se inclinó hacia delante y me
besó en la frente—. Buenas noches.
De mala gana, lo solté y me acomodé. Tiró de las mantas hasta mi
barbilla. ¡Christos Manos me arropó! Creo que me desmayé antes de que él fuera
capaz de apagar las luces y cerrar la puerta del dormitorio. Dejó la puerta
entreabierta.
Caí dormida al segundo que se había ido.

201
Diecisiete
M
e desperté con un lloriqueo.
Al principio, pensé que todavía estaba soñando. Venía de la
sala de estar. Me deslicé de la cama y fui de puntillas a la puerta del
dormitorio.
Christos maulló en el sofá.
—No, no lo hice, detente. Por favor, no lo hagas. No lo era, ellos no son… —
estaba murmurando. Parecía un chiquillo asustado.
Sin dudarlo, me acerqué a él.
Me arrodillé al lado del sofá. Estaba de espaldas a mí.
—Christos —le susurré.
—¿Qué…?
202 —Christos, despierta. Estás teniendo una pesadilla. —Me incliné hacia
él. Quería consolarlo, pero tenía miedo de que lo hubiera sobresaltado. Le toqué el
hombro. Se volvió hacia mí, sobresaltándome. Sus ojos se abrieron de golpe.
Incluso en la penumbra, parecían brillar. Debe haber sido la luz de la luna que
entraba por mi sala de estar. Era fantasmal. Parecía encantado.
Por un segundo, pensé que no me reconoció.
—Samantha —murmuró. Su rostro se suavizó. Extendió su mano y acarició mi
mejilla.
Me apoyé en su mano.
—¿Qué estabas soñando?
—No quieres saber.
—Sí lo hago.
—Es mejor si no lo quisieras. —Su rostro se ensombreció de repente y se apartó.
—¿Christos? —Le apreté el brazo—. Puedes hablar conmigo al
respecto. ¿Christos? Está bien. Sea lo que sea, me lo puedes decir. No te voy a
juzgar. Te lo prometo. —Y lo decía en serio.
Perra. Zorra. Puta. Suicida.
Provocadora.
Sabía lo que era ser juzgado.
Se sentó en el borde del sofá, con los codos sobre sus muslos. Tenía la cabeza
gacha.
Me senté a su lado. Le acaricié la rodilla.
—Está bien.
—Eres tan buena conmigo —susurró Christos.
Eso era nuevo para mí. Pensé que había sido principalmente una perra con
él.
Deslizó el nudillo de su dedo cariñosamente por mi mejilla. Aspiré una
bocanada temblando. Su nudillo tiró del labio inferior. Mi exhalación se detuvo en
seco.
—Eres demasiado buena para mí —dijo. Su cara anudada dolorosamente.
Quería gritar, ¡No, no lo soy!
Dejó caer su cabeza entre sus puños y empezó a temblar con sollozos
silenciosos.
Besé su cabello suavemente una y otra vez.
—Está bien, está bien. —Envolví mis brazos alrededor de él—. Está bien,
Christos. Estoy aquí.
203
Se inclinó hacia mí, luego lanzó sus brazos alrededor de mí y me apretó. Lloró
durante un rato, no sé cuánto tiempo. Cuando terminó, me levanté y tomé sus
manos en las mías.
—Ven a la cama.
Dudó.
—Solo dormir. —Lo llevé a mi habitación y me metí en mi cama
matrimonial. Me envolví en torno a él. Al escuchar su latido del corazón por debajo
de mi oído, me sentí completamente segura.
Por primera vez en dos años, nada conducía a Taylor y todos los nombres y
etiquetas horribles y vergüenza que vinieron después…
Emo. Gótica. Bruja. Hechicera.
Perra. Zorra. Puta.
Provocadora.
… ´parecía no importar más.
Me gustaría sentir esa calma y paz para siempre.
Temí que Christos fuera un sueño y que la mañana lo iba a robar de mí para
siempre.
Pero dormí tan plácidamente a su lado, que casi no importaba.
El sol asomándose entre mis cortinas y el olor de huevos y tostadas me
despertó en la mañana.
¿Estaba todavía soñando?
Oí los platos en la cocina.
¡Eso significaba que anoche no había sido un sueño! A menos que algún
Bandido de Desayuno estuviera suelto en mi barrio, estaba bastante segura de que
estaba a salvo.
Tuve que hacer pis, pero tenía miedo de que si me movía, rompiera el hechizo
y todo esto realmente desaparecería.
Por suerte, unos minutos más tarde, Christos entró en mi habitación con un
plato de huevos al vapor y un vaso de jugo de naranja. Estaba en camisa y
calzoncillos. Se veía espectacular. Porque estaba en mi habitación, en su pijama.
—No tenías ninguna bandeja. Consideré arrastrar tu mesa de la cocina aquí,
pero pensé que eso te despertaría —bromeó.
204 —Es perfecto. —Todo realmente lo era.
Se sentó en el borde de la cama y me entregó el plato.
—Cuchillo y tenedor.
Los tomé y puse el jugo de naranja en mi mesa de noche.
—¿Dónde está el tuyo?
—Cocina. Iré por él.
Regresó y se sentó en mi cama. Comimos juntos.
—Hubiera hecho tocino o salchichas, pero no pude encontrar ninguna en tu
congelador. Pero puedo decir que te gusta el helado.
Una sonrisa nerviosa se extendió en mi cara apretada.
—¿Quién tiene nueve litros de helado? —preguntó.
Este tema necesita ser cambiado rápidamente. Fue entonces cuando me di
cuenta el gigantesco montón de huevos revueltos en su plato.
—¿Tiene suficientes huevos?
—¿Eh? En realidad no. —Él sonrió—. Quiero saber si necesitas cualquier ayuda
con el helado. Voy a hacer trabajo rápido con él después de estos huevos. —Él
clavó un tenedor lleno de humeantes huevos en su boca y sonrió mientras
masticaba.
Problema resuelto. Asunto evitado.
—¿Sigues siendo mi mentor? —le pregunté antes de bifurcar algunos huevos
en mi boca.
Él extendió su mano y tomó un trago de mi jugo de naranja. Me gustó que
estuviéramos compartiéndolo.
—Por supuesto. ¿Por qué no habría de serlo?
—Debido a todas esas cosas desagradables que te dije ayer en la caminata.
—Está bien.
Me di cuenta de que era solo una especie de bien.
—Lo siento mucho. Estaba siendo una perra. No sé por qué.
—Estás perdonada. —Mordió una tostada.
Cuando terminamos de comer, se llevó nuestros platos. Lo oí lavar en el
fregadero. Me metí en el baño para hacer pis y ponerme ropa interior limpia.
Cuando salí del baño, estaba descansando casualmente en mi cama, con sus
manos detrás de la cabeza.
Me gustó mucho el aspecto de él en mi cama.
—¿Qué? —Sonrió.
—Nada. —Me senté a su lado y me escabullí hasta que mis caderas estaban
205
en contra de él. No era tan audaz como para acurrucarme con él como ayer en
la noche.
—¿Qué vas a hacer hoy?
—No lo sé. ¿Tarea?
—¡Que lata!
—¿No tienes algunas cosas que enseñar?
—Nope. Vendí una gran cantidad de mierda de pinturas anoche. No tengo
nada en mi calendario. Durante semanas.
Él arqueó una sonrisa.
Me burlé de él. El mismo antiguo Christos.
—Sumé los números en mi cabeza. Has hecho un dineral. ¿Kamiko dijo que
obtendrías la mitad?
—Un poco más. El cincuenta y cinco por ciento.
—Mierda, Christos. Creo que puedes salir de la escuela de posgrado siempre
que lo desees.
—Así es.
—¿Entonces por qué no lo haces? ¿Acaso los grandes artistas no terminan
yendo a Los Ángeles o Nueva York o algún lugar de ese tipo?
—Oh, hay algún caso de caridad en la universidad con el que estoy
ayudando —dijo magnánimamente.
Mi primer pensamiento fue el profesor Childress.
—Sí, ella está totalmente metida en el arte y la mierda, y todavía necesita un
mentor.
—Christos. —Lo golpeó en el pecho, que se sentía como el granito. Creo que
me lastimé la mano—. ¡Ay! ¿De qué estás hecho? ¿Mármol?
Él se rió entre dientes.
—Así que, ¿quieres un poco de acompañamiento para hoy?
—No lo sé, tengo tarea de contabilidad y sociología en mi culo.
—¿Por qué no dejas el trabajo de la clase aburrida donde se encuentra
actualmente, levantas tu culo y vamos a tener un viaje de campo.
—¡Eres tan malo! ¡Pidiéndome que deje el trabajo escolar!
—Oye, soy tu mentor de arte. No tu mentor de contabilidad. ¿Qué va a ser?
Le sonreí interrogante. No me había perdido una clase en todo el trimestre. A
pesar de un comienzo difícil, ahora tenía A en todas mis clases. Podría dedicarme
un día libre, ¿verdad?
206
—Está bien. ¿Quién se baña primero?
—Las damas primero. —Sonrió.
Salí de la cama y fui al baño. Cerré la puerta, pero no me molesté en
bloquearla. Me decepcionó que no tratara de entrar. Era un total caballero. Por
supuesto, cuando la espuma corría por mi cuerpo desnudo, no podía dejar de
imaginar sus manos deslizándose por mi piel en su lugar.
Cuando salí del baño en una camiseta y boxers, rizando mi cabello, se sentó
en la cama, leyendo mi libro de contabilidad.
—Hay algunas cosas buenas en este libro. Voy a tener que pedirlo prestado.
—¿Te gusta la contabilidad?
—Alguien va a tener que manejar mi dinero. Sería mejor saber lo que están
haciendo con él.
Cuando lo puso de esa manera, no sonaba tan mal. Asentí, con las cejas
arqueadas.
Él me sonrió.
—Me estás haciendo pucheros otra vez.
—¡No estaba haciendo pucheros!
—¡Lo estabas, justo ahora! Te veías totalmente linda.
Tiré la toalla de mi mano hacia él.
—Ve a la ducha.
Él no se molestó en cerrar la puerta del baño. Yo no estaba yendo
directamente hacia adentro. Lo consideré alrededor de, oh, una docena de
veces, pero finalmente opté por salir.
Salió unos minutos más tarde, una toalla alrededor de su cintura, el cabello
húmedo y despeinado. Tenía una perfecta sombra de barba, aunque no se había
afeitado esa mañana.
Realmente, realmente, realmente diez veces, quería saltar hacia él. Sería muy,
muy fácil tirar esa toalla.
No es que no haya visto, ejem, sus bienes, ya. Pero no en privado. ¡No en mi
maldita habitación!
—¿Qué pasa con tu tatuaje “Sin miedo”? —le pregunté.
—Justo lo que dice.
—Duh. Tenía la esperanza de cierta elaboración. —Hice un gran círculo
señalando con los brazos.
—Quiere decir: “No tengas miedo a tomar riesgos, ir tras lo que quieres en la
vida, de lo contrario, arrepentimiento devorará tu alma y te vas a patear en tu
lecho de muerte”. —Me guiñó un ojo—. Me hubiera tatuado toda la cosa, pero no
207
pensé que encajaría todo. Mis hombros no son tan amplios.
Hice una mueca de sarcasmo.
—Hay algo que decir acerca de la brevedad.
Lanzó su mirada hacia su entrepierna y empujó su pelvis hacia mí.
—¿A quién llamas breve?
Rodé mis ojos y mi boca calló abierta.
—Eres el triple hoy, joven. Vístete antes de que llame a la policía. —Le tiré su
camiseta y salí de la habitación.
Cuando salió de la habitación, nos fuimos andando hasta el coche juntos.
—¿Quieres tomar mi moto?
—De ninguna manera voy en el Paseo del Suicidio en ningún cercano
momento, vaquero. Iremos en mi Volkswagen. ¿A dónde vamos, de todos modos,
Sr. Mentor?
—A una máquina del tiempo.
—¿Qué? ¿Es una broma?
—Pues no.
—Entonces definitivamente estamos yendo en mi coche. No voy a
arriesgarme a caer de tu moto y quedarme con los dinosaurios o algo así.
Dos horas más tarde, nos detuvimos en la entrada alrededor del
estacionamiento hasta el Getty Center en Los Angeles.
Tuvimos que tomar un tranvía lleno de gente hasta la cima del museo encima
del enorme garaje de estacionamiento subterráneo debajo. Los turistas estaban en
todas partes, incluso en noviembre. El sur de California parecía como unas
vacaciones perpetuas para mí.
La vista desde la cima de la colina era increíble. Se podía ver todo Los
Ángeles. El museo era inmenso y hecho de grandes piedras talladas.
Cuando llegamos a la entrada principal del museo propiamente dicho,
Christos tendió su mano como un mayordomo.
—Bienvenida a la máquina del tiempo. —Me mostró sus hoyuelos, como
siempre, pero de una manera alegre de niño que nunca había visto en él. Me di
cuenta de que amaba este lugar.
—¿Es esto lo que querías decir anoche cuando le dijiste a Brandon que tendría
un día ajetreado hoy?
208
Sonrió.
—Supongo que sí. Así que vamos, los antiguos esperan nuestra presencia.
Christos me guió por el museo, a partir de la estatuaria antigua griega y el
arte. Nos abrimos paso hacia adelante en la historia. Tenía tantas historias que
contar acerca de los artistas que habían realizado las pinturas y esculturas, como si
los conociera personalmente. Era obvio que él vivió y respiró arte.
Me sentí abrumada por todo. En un momento dado, nos detuvimos frente a
una pintura de Rembrandt Van Rijn que reconocí.
—Esta pintura es de casi cuatrocientos años. Pero si se mira de cerca, se
puede ver claramente el trabajo de pincel. Si sabes lo que estás viendo, se puede
entender exactamente cómo Rembrandt dejó sus aceites. Es lo más cercano que
alguien alguna vez llega a un vídeo de Youtube de algo que ocurrió en la década
de 1600.
—¿Estás diciendo que es uno de los vídeos de procedimientos-para-la-
elaboración que tienen? ¿Pero desde hace cuatrocientos años?
—Más o menos. Si sabes qué buscar. —Él me sonrió como si simplemente me
hubiera mostrado su alijo secreto de un tesoro enterrado.
—Wow, eso es increíble, Christos. —Tenía una manera de hacer todo increíble
y divertido.
Después de que dejamos las galerías, tuvimos un aperitivo en la cafetería al
aire libre. Miré más allá del lado oeste de Los Angeles y más allá el Océano Pacífico.
Era hermoso.
Una brisa fresca soplaba a través de mi cabello.
—Me encanta este lugar —le dije en un bocado de tarta de kiwi cubierto que
habíamos comprado en el bar—. No quiero volver a Washington D.C. ¿Quién
necesita presidentes cuando tienes el Pacífico?
—Mis sentimientos exactamente.
Cuando regresamos al estacionamiento subterráneo, Christos preguntó:
—¿Te importa si nos detenemos en Beverly Hills? Tengo que llegar hasta una
galería en Rodeo Drive y hacer algo de alegre entrega con el dueño.
—¿Beverly Hills? ¿Importarme? ¡Por supuesto que no!

Bajamos hacia Sunset Boulevard, pasando un montón de mansiones y


decenas de clubes de moda. Fue increíble. Finalmente llegamos a Beverly Hills. El
209 actual 90210 Beverly Hills. ¿Iba a ver a las estrellas de cine? Nunca había visto uno
en la vida real.
No hay estrellas de cine, sino un montón de coches de lujo y ropa cara.
La galería de arte, llamada Spada, era inmensa. Las pinturas eran tan
grandes. Algunos lienzos lucían unos seis metros de ancho y diez o más metros de
altura. Eran abstractos, coloridos y caóticos.
Un hombre de mediana edad muy bronceado con los dientes súper blancos,
pantalón caro y una camisa de vestir de seda se acercó a nosotros desde detrás
de un enorme escritorio circular en el centro de la galería.
—¡Franco! No esperaba verte aquí un domingo —dijo Christos.
—¡Hey Christos! —Franco se rió entre dientes. Los dos hombres se abrazaron y
golpearon las espaldas—. ¡Me alegro de verte, joven! Me enteré de tu espectáculo
de anoche. ¡Vendido ya! Tú papá estaría orgulloso.
—Bueno, era solo dos tercios de pre-venta. Tuve que congraciarme la mayor
parte de la noche para cerrar el resto de ellos.
—¿Dos tercios? —Franco se burló—. ¡Qué noche difícil que tenías! —dijo con
sarcasmo—. ¿Quién es tu encantadora amiga?
Me sonrojé.
—Esta es mi amiga Samantha. Es una artista. Samantha, te presento a Franco
Viviano.
—Oh, artista, ¿eh? —Franco parecía impresionado. Me sonrojé más. Nos
dimos la mano—. Si Christos está comprando a tu alrededor ya, debes ser increíble.
Él tiene un buen ojo para el talento, ¿verdad?
Oh mierda, ¿cómo se supone que debo responder a eso? Estaba en camino
por encima de mi cabeza.
—¿Uh, gracias?
Franco soltó una carcajada ronca.
—Ella es tan modesto como tú. Bueno, asegúrate de que me des la primera
de sus pinturas, Christos. ¡Le tendré mucho dinero!
—Lo haré. —Christos envolvió su brazo alrededor de mí y me apretó
cariñosamente.
¡Santa mierda! ¿Qué santo infierno? ¿Qué de qué QUÉ? ¡Nunca había
pintado en toda mi vida!
—Y será nada de esa paga de comida para pollos Charboneau. —Franco
inclinó su cabeza hacia Christos—. Vas a traer a próxima exposición hasta LA,
¿no? Tu padre nunca se quejó de ventas conmigo.
—No, en absoluto —acordó Christos casualmente.

210 Creo que la sonrisa de Franco se había convertido de repente en la de un


tiburón. Eché un vistazo a Christos. Él no parecía intimidado. Este era el mundo de
Christos por seguro.
—Echen un vistazo a su alrededor ustedes dos —dijo Franco—. Tengo que
supervisar una instalación en Brentwood en unos treinta minutos. Pero la galería
estará abierta hasta las cuatro. Fue un placer conocerte, Samantha.
Franco se dirigió a la parte trasera. Un ayudante, una mujer hermosa en sus
veinte años, se hizo cargo de la mesa. Me imaginé que era una de las vendedoras
de Franco. Parecía que podría ser una estrella de cine, o un modelo, pero estoy
bastante segura de que no lo era.
—Hey, Victoria —dijo Christos, saludando a la hermosa ayudante.
Victoria le devolvió el saludo.
—Me alegro de verte, Christos!
—Wow, Christos —me maravillé—. ¡Conoces gente en todas partes que
vamos!
—Ahh, no es nada. Mi padre ha estado vendiendo a través de Franco desde
los años noventa. Conozco al tipo durante años. Franco ha ido a la casa de mi
abuelo un montón de veces. Siempre lo está molestando para pintar de nuevo.
—¿Cómo es que tu abuelo no pinta más, si no es mucho preguntar?
—Es una larga historia. ¿En otro momento? —Christos le dirigió una sonrisa
incómoda. La historia tendría que esperar.
Nos fijamos en las pinturas de la galería. Todos eran abstracto, muy diferentes
del realismo en el Getty Center.
—Este es el tipo de trabajo que tu papá pinta, ¿verdad?
—Sí, más o menos.
Me acerqué a la pintura siguiente.
—¿Dónde están las etiquetas de precio?
—Este es uno de esas galerías “Si tienes que preguntar, no puedes
permitírtelo”.
—¡No podría permitirme cualquier de la tuya! ¿Cuánto cuesta esta cosa?
—Mucho más.
—Bueno, ¿cómo cuánto?
—Agrega un cero en el final de todo lo que vendí ayer por la noche.
Me quedé boquiabierto.
—¿Qué?
Él asintió.
—Así es.
211
—¿Estos artistas hacen en millones?
—Decenas de veces.
—¡Santo roba a un banco, Batman! ¡Eso es una fortuna! —Me di cuenta de
que estaba hablando demasiado alto y me encorvé de hombros, buscando
alrededor para ver si alguien me estaba mirando mal. Por suerte, la galería estaba
casi vacía en una tarde de domingo. Victoria no pareció darse cuenta.
—No te preocupes, chico maravilla, yo te protejo de los galeristas malos —
Christos sonrió.
De repente sentí como que los dos habíamos pasado demasiado tiempo
alrededor de Kamiko y sus cómics. Me reí y me incliné hacia Christos.
—Vamos a saltar en el Batimóvil e ir a cenar —sugirió.
—Espera, ¿estás dejando a Robin conducir el Batimóvil, Batman? ¿Ha pasado
eso alguna vez? —Di un grito ahogado.
—Detén a los medios, está cerca de pasar. —Me guiñó un ojo mientras
caminábamos a mi Volkswagen.

Salimos de Rodeo Drive y conducimos al este, lejos del sol


poniente. Terminamos yendo en coche por la Melrose Avenue.
Vi todas las tiendas boutiques y restaurantes. Miles de personas estaban
caminando de tienda en tienda con trajes elegantes y zapatos de moda. Yo quería
hacer una parada y comprar, pero sabía que una vez que empezara, nunca nos
detendríamos. No podía someter al pobre Christos de probarse ropa y
zapatos. Estábamos haciendo la cosa tutorial, ¿verdad?
De mala gana, me despedí de Melrose Avenue. Próxima vez.
Terminamos de nuevo en Sunset Boulevard y Christos me indicó dónde
estacionar.
Apagué el coche.
—¿Dónde estamos?
—El lago de plata.
—¿Qué hay aquí?
—La cena.
Caminamos hasta una puerta en un muro de cemento de tope de una colina.
—Aquí es. —Me abrió la puerta.
—¿Dónde está el restaurante?
—Arriba.
212
Subí las escaleras y él me siguió. Había tantos escalones, estaba sin aliento
para el momento en que llegamos a la cima.
Una anfitriona se paró en su podio.
—¿Mesa para dos?
—Sí —respondió Christos.
—Por aquí.
Entramos en un comedor. Un árbol gigante venía a través del suelo en el
centro de la habitación. Miré hacia arriba y me di cuenta que no había techo. Solo
ingeniosamente dispuestas lonas. Vi el cielo crepuscular arriba.
La anfitriona nos acomodó en una barandilla que daba a una vista increíble.
—¡Este lugar es como una casa gigante de árbol! ¡Es impresionante!
Christos sostuvo la silla para mí.
—Bastante bien, ¿eh?
—Cuando dijiste la cena, estaba pensando en tacos de pescado o algo así.
—Podemos conseguir esos si quieres. Hay un lugar a un par de kilómetros de
aquí, en Los Feliz que tiene los tacos de pescado más sabrosos que jamás podrás
comer.
—Oh, no, esto está muy bien. —Le sonreí y tomé mi menú. No estaba
cambiando este lugar por los tacos de pescado.
—Ten lo que quieras. Yo pago la cena.
—Oh, no, no podría. —La mayoría de cosas en el menú eran
accesibles. Podría ahorrar el dinero en efectivo. Pero quería mantener el límite de
“sólo amigos” que Christos había dibujado.
—No te preocupes, Samantha. Después de mis ventas de la galería de la
noche anterior, me puedo permitir invitarte a cenar.
—Sí, pero no lo sé. ¿Los amigos compran a sus amigos la cena? —le pregunté
a regañadientes.
—Cuando los amigos hacen un montón de dinero, sí que lo hacen. —Él me
brindó con su vaso de agua—. Por la venta de arte.
Levanté la mía y tintineé.
—Por la venta de arte.
—Tu arte. —Él tomó un trago.
Me atraganté con el agua.
—¡No estoy vendiendo arte! —farfullé.
—Ya has oído a Franco, que está listo y esperando para vender tus pinturas.
—¡Pensé que estaban bromeando! ¡No tengo ninguna pintura!
213
—¿Y? Eso solo significa que tendrás que pintar un poco.
—¡No sé cómo!
—Tu mentor lo hace. —Él sonrió con aire de suficiencia—. Es una simple
cuestión de instrucción apropiada, que estaré encantado de ofrecer.
Christos estaba haciendo esa cosa de nuevo donde tenía una conclusión
inevitable que yo era una artista de éxito y el dinero y los elogios estaban listos y
esperando para rodar directamente adentro.
Me consideraba muy afortunada de tenerlo en mi vida, aunque él no era más
que un mentor.
El camarero vino y Christos ordenó bourbon, genial. Le pidieron su
identificación rápidamente, pero él tenía veintidós años, así que no era un
problema.
—¿Quieres algo de beber, señorita? —preguntó el camarero.
Quería tomar un trago, pero estaba sin suerte en ese frente.
—¿Té helado?
—Excelente. —El camarero se alejó.
—Puedo compartir la mía —dijo Christos.
—Oh, no me van a dejar, ¿verdad?
—¿Qué van a hacer, enviar a la policía y encerrarme por contribuir a la
delincuencia de un menor de edad?
No me gustaba la idea de que Christos tentara la suerte más de lo que ya lo
hizo. No quería inyectar más drama en su vida. Tenía suficiente por sí mismo, del
cual ya había dejado claro. Yo no sabía lo que su drama era específicamente.
Cuando el bourbon llegó, Christos me animó a probarlo.
Miré a mi alrededor. Nadie iba a notar en el restaurante ocupado si tomaba
un sorbo.
—¡Mi garganta está en llamas! ¡Su sabor es como la gasolina! —Tomé mi
agua—. ¿Cómo puedes beber eso? ¿Es una cosa de hombres?
Christos rió y bebió un trago de bourbon.
—¿Qué puedo decir? Me gusta cómo sabe.
Yo me quedaría con el vino en el futuro.
Pedimos aperitivos y entradas, y todo fue maravilloso. El sol se había puesto y
las luces de la ciudad brillaban bajo el cielo crepuscular.
La temperatura había bajado, y yo no tenía un suéter. Cuando me estremecí
y abracé mis brazos, Christos pidió al camarero que encendiera uno de los
214 calentadores de gas con las cosas de paraguas de metal en la parte superior.
—¿Estas lo suficientemente caliente? —Él era tan considerado.
—Ahora lo estoy. Gracias por la cena, Christos. Y todo lo demás. He tenido un
día maravilloso. —Quería decirle que todo era romántico, pero no quería la
conferencia de mentor-estudiante de nuevo.
—Yo también.
Pagó la cuenta sin dejarme verla.
Fuimos en coche a casa y charlamos sobre el arte en el museo, la galería
Spada, el restaurante casa del árbol y todas las tiendas que quería visitar en Melrose
la próxima vez.
Era tan fácil hablar con Christos. Él era el material de verdadero amigo, sin
lugar a dudas. Y el mentor perfecto. Así que, ¿por qué tenía que ser tan caliente? ¿Y
estar fuera de los límites?
Estoy bastante segura que Christos podría haber sido un torturador durante la
Inquisición española por la forma en que me trataba, tirando de mis emociones en
todas las direcciones, extendiéndolas hasta el límite.
No es que no lo estuviera disfrutando una parte del tiempo.
¿Eso me convierte en una masoquista?
Ahhh, a quién le importa. No se podía vivir la vida sin obtener unos cuantos
golpes y moretones, ¿verdad?
Taylor.

215
Dieciocho
Y
a era tarde cuando llegamos a mi apartamento. Christos me llevó
arriba.
—¿Quieres un trago o algo? —le pregunté.
—Probablemente debería irme. ¿No tienes clases mañana?
—Sí. Y la tarea para ponerme al día. Mi mentor me obligó a ello. —Le sonreí—
. Voy a estar muy ocupada para los próximos días.
—No hay problema. Estoy seguro de que te veré en el campus. Y nos
reuniremos el próximo sábado para más asesorías.
—¡Sí! —Me encantó que tuviéramos un horario regular ahora.
—¿Tal vez intentaremos pintar la próxima vez?
—Oh, no creo que esté lista.
—Nunca es demasiado temprano para empezar. Mi padre puso un pincel en
mi mano cuando yo tenía cuatro años. —Él tenía una mirada lejana en sus ojos—.
216 Todo lo que recuerdo es que me las arreglé para tirar la pintura en nuestro perro.
Beans era blanco, y la pintura era roja, y pensé que lo había cortado o algo así.
—¿El nombre de tu perro era Beans?
—Sí. Fue fácil para mí ponérselo. De todos modos, mi papá fue genial con
todo el asunto. Me estaba volviendo loco, pensando que Beans estaba sangrando
hasta la muerte. Mi papá lo limpió, pero me recuerdo llorando todo el tiempo. Mi
padre seguía tranquilizándome que Beans viviría.
—Wow, si hubiera derramado pintura en el perro de la familia, sólo puedo
imaginar que mi madre habría tenido un ataque al corazón y mi papá me habría
dicho que estaba matando a mi madre por la preocupación.
Christos me miró pensativamente.
—Lo siento.
—Está bien. Es como me críe, me imagino. Realmente amas a tu padre, ¿no
es así?
La cara de Christos se contrajo por un torbellino de emociones contradictorias.
—Sí —dijo en voz baja, bajando los ojos.
Yo no podía dejarlo así.
—Déjame invitarte una bebida. Ven adentro. —Abrí la puerta y lo metí en mi
apartamento por el brazo.
Hice té para los dos, y me uní a Christos en el sofá. Me aseguré de dejar una
respetable brecha entre mentor y estudiante de treinta centímetros entre nosotros.
No es que quisiera.
—¿Cuándo fue la última vez que viste a tu papá? —Me sentí como si estuviera
siendo indiscretas, pero también me di cuenta que necesitaba hablar con alguien
acerca de ello.
Tomó un sorbo de té.
—Meses atrás. Él no sale de su casa mucho.
—¿Visita?
—No le gustan las visitantes más.
—¿Más? ¿Qué le pasó?
—Mi mamá pasó.
Me acordé que no estaba en ninguna de las fotos en las paredes en la casa
de Spiridon. Yo no iba a presionar. ¿Y si estaba muerta? Tenía miedo de preguntar.
Bebí un sorbo de té.
—Cuando ella se fue, mi padre quedo destruido. Mi abuelo se asustó. Él hizo
todo lo posible para convencerla, pero ella no quería nada de eso. Me asusté
demasiado. Yo tenía diez años en ese momento. Todo mi mundo se vino abajo.
Puse mi té abajo y puse mi mano sobre su hombro.
Se miró las manos, que estaban en puños.
—¿Sabes lo que dicen cuando los padres se divorcian, que los niños a
217 menudo se culpan a sí mismos? Te puedo decir que es cierto. Le rogué a mi madre
que no se fuera. Hice todo lo que pude para ayudar a cubrir que tomaba mi padre,
pensando que iba a cambiar de opinión. —Sus nudillos estaban completamente
blancos y sus manos temblaban.
¿Beber? ¿Su padre era un alcohólico?
—Trataba de vaciar sus escondites, pero siempre compraba más. Estoy seguro
de que mis padres peleaban sobre ello mucho, antes de que mi mamá se rindiera.
Les oía gritar todo el tiempo detrás de puertas cerradas.
—¿Fue tu padre violento? —le pregunté tímidamente.
—En su mayoría no. Era el borracho más dulce que te puedas imaginar.
Todavía lo es. Pero de vez en cuando, se ponía furioso. Rompía sus cuadros, hacía
un desastre en su estudio. Era temible como el infierno cuando estaba así. Pero
nunca volvió su ira contra mí o mi mamá, ni nadie. Solo se golpeaba a sí mismo.
Le acaricié el hombro a Christos. Era obvio que estaba en agonía.
—Lo siento mucho.
—Gracias. —Su rostro era de color rojo brillante y sus ojos goteaban lágrimas
silenciosas, como si estuviera tratando tan duro para retenerlas, pero tenía tanto
dolor, que se desbordaban.
Me deslicé hasta que mi cadera se apoyó en él y lo abrace con fuerza. No
tenía ni idea de qué decir. ¿Cómo se puede solucionar un dolor tan grande, tan
viejo? Era más grande de lo que cualquier persona nunca debería tener que
soportar. Pero estaba allí. Dentro de Christos. Comiéndoselo vivo. Me sentía
impotente.
Me puse a llorar también.
Taylor.
Yo sabía del dolor infinito también.
Christos se sorprendió por mis lágrimas. Reaccionó envolviendo sus brazos
alrededor de mi cintura y me atrajo hacia su pecho en un abrazo íntimo. Me tomó
completamente por sorpresa, pero no me resistí. Junté mi cuerpo con el suyo,
pecho a pecho. Tiró de mí hasta que me senté en su regazo.
Él sollozó convulsivamente mientras me acunaba en su regazo.
Yo era consciente de su calor, su olor, y su apertura. A diferencia de la última
vez, no se cerró después de un vistazo rápido. Fluyó poderosamente entre nuestros
corazones. Una conexión más allá de las palabras, algo eterno, algo sagrado.
Algo totalmente humano y amoroso.
Algo totalmente nuevo para mí.
Lloré más fuerte, mi propio dolor mezclado con el suyo. Nuestras emociones
amplificadas entre sí. Nos estábamos comunicando sin palabras, compartiendo el
dolor y el trauma emocional que habíamos guardado en nuestro interior durante
demasiado tiempo.
Las lágrimas salieron de mí. Por primera vez, había encontrado una válvula de
escape para mi tristeza. El volumen era más grande de lo que había imaginado.
218 Me di cuenta en ese momento que mi tristeza reprimida era la fuente de la tensión
constante que sentía rebosar bajo mi piel por más de dos años.
La vergüenza.
Perra. Zorra. Puta.
El sentimiento de culpa.
Provocadora.
La tristeza.
Taylor.
Durante más de dos años, había evitado enfrentar lo que había sucedido en
aquel entonces. Había intentado distraerme con helado y alcohol, el exceso de
jogging, y un sinnúmero de malas decisiones, pero nada de eso ayudó a liberar mi
dolor. Simplemente me había distraído temporalmente. Como un reloj, el dolor de
mi tristeza escondida, la vergüenza y la culpa siempre alzaba su cabeza con una
venganza.
Realmente había creído que podía olvidar mi doloroso pasado simplemente
mudándome a San Diego y convirtiéndome en una chica de playa de California.
Pensé que cambiando mi exterior, también cambiaría mi interior.
Pero no había funcionado.
Las cicatrices internas no se habían curado. Ropa nueva y un bronceado sólo
las cubrieron.
Pero ahora, algo estaba cambiando. Lo sentí dentro de mí mientras me
aferraba a Christos y sus emociones se vertían a través de mí. Su liberación estaba
limpiando mi corazón infectado, lavando mi viejo dolor.
Nuestro intercambio de emoción estaba activando un mecanismo natural de
curación. Empecé a sollozar más intensa y profundamente de lo que lo había
hecho en toda mi vida. Me sacudí con espasmos de liberación torturada. Mi dolor
iba más allá de lo que jamás hubiera imaginado posible. Fue titánico.
Tenía miedo que el dolor me hiciera pedazos.
Déjalo ir.
Gemí.
Christos me agarró con fuerza, así puse mi mejilla en su hombro. Besó la parte
superior de mi cabeza varias veces, con dulzura, con cariño.
—Samantha —susurró en voz tan tierna, que no podía creer que viniera de
este hombre intensamente masculino—. Samantha.
Me sacudí con sollozos fresco. Me acarició el cabello y me besó en la frente,
llenándome de afecto, aceptación y comprensión.
Sin ayuda de palabras, sentí mi dolor drenándose por su cuenta. Nunca había
sido capaz de resolver esto por mi cuenta. Había pensado que soportarlo era la
respuesta. Pero no lo era.
219 El proceso no era hablar, tampoco. Se trataba de dejar salir el sentimiento.
Sentir el dolor de Christos había provocado el mío. Creo que me sentí tan segura
con él, que finalmente fui capaz de bajar mis defensas. El compartir el de Christos
había convocado el mío, en el buen sentido
Liberándolo.
No podría haberlo hecho con cualquier otra persona en el planeta. No mis
amigos, ni siquiera mis padres.
Nadie me hizo sentir tan segura.
Este amor.
Terror corrió a través de mí. Sirenas de advertencia gritaban en mi corazón.
Estaba demasiado abierta, demasiado vulnerable. Estaba en peligro. Necesitaba
cerrarme o iba a salir lastimada peor de lo que jamás había sido por el dolor de mi
pasado.
Lo más cerca que había estado de esos pensamientos con otra persona antes
de Christos me había conducido hacia el desastre desgarrador.
Provocadora.
No, no podía permitirme sentir amor por Christos. Estaba peligrosamente
cerca de permitirme amarlo. Estaba muerta de miedo de a dónde me llevaría.
—¡Déjame! —Entré en pánico. Me aparté de él con ambos brazos.
—¿Qué?
—¡Déjame ir! ¡Tengo que salir de aquí!
Estaba tan sorprendido que me soltó y me levanté de un salto. No sabía a
dónde ir o qué hacer. Estaba atrapada. Necesitaba alejarme.
Abrí la puerta principal y salí corriendo tan rápido como pude. Corrí por las
escaleras de balcón, en el estacionamiento, y corrí a la derecha por la calle.
Mi barrio era muy tranquilo, así que literalmente corrí por el medio de la
carretera vacía. Si hubiera pasado algún coches, no me habría dado cuenta hasta
que me pasara por encima, lo que me esperaba que sucediera.
—¡Samantha! ¡Vuelve! ¡Samantha! ¿A dónde vas? —Las botas de Christos
golpeaban el pavimento detrás de mí. Me alcanzó antes de que yo llegara al
siguiente bloque.
Se puso a caminar a mi lado. No lo miré. Apenas era capaz de ver a través de
mis lágrimas. Me tropecé con un bache y tropecé.
Christos me tomó en sus brazos y nos detuvimos. Él se aferró a mí con fuerza.
—Shhh, shhh, shhh. Está bien. Te tengo.
Una nueva tormenta de sollozos salió de mí. Él me abrazó en medio de la calle.
Mantuve mis brazos rígidamente a mis lados, la cabeza alejada, tratando de
protegerme, tratando de escapar de la bondad Christos.
—No voy a dejarte ir, Samantha —susurró—. Déjalo salir. Te lo prometo, no voy
a dejarte ir.
220 Sus palabras deberían haberme asustado aún más. Pero no lo hicieron. El
simple acto de perseguirme y atraparme cuando me tropecé me había consolado
de una manera que no podía entender. Envolví mis brazos alrededor de él y le
devolví el abrazo.
Poco a poco, mis sentimientos se volvieron una locura. La tristeza cedió a su
polo opuesto. Sentía auténtica alegría desenfadada, de una manera que no
podía recordar haber tenido antes. Me eché a reír. Traté de detenerla, de repente
mortificada, Christos pensaría que estaba loca.
Pero Christos rió conmigo. Nos reímos juntos. De pie en medio de la calle como
tontos. Los dos nos reímos tan fuerte, que nos soltamos del abrazo, y estábamos
apoyado hombro con hombro al igual que los dos amigos más antiguos de la
historia del mundo.
Las carcajadas continuaron hasta que estaba sibilante, y ambos terminamos
en risitas. No sé cuánto tiempo duró.
Cuando estábamos tranquilos, me frotó la espalda hasta que me puse de pie
con la espalda recta.
Miramos a los ojos del otro, los dos sonriendo ampliamente. Tomó cerca de
tres segundos para que una nueva ola de risas nos doblara, con las manos en las
rodillas.
Cuando nos calmamos de nuevo, dijo Christos:
—Deberíamos volver al apartamento. Dejé la puerta abierta.
Volvimos, y me lavé la cara en el lavabo del baño. Mis ojos estaban
totalmente rojos.
Christos estaba detrás de mí.
—Te ves bien —dijo.
Tenía los ojos muy rojos también. Supongo que estaba bien.
Nos sentamos en el sofá, frente a frente.
Los dos estábamos todavía risueños. Cuando nuestros ojos se encontraron,
otra ronda de risa nos sacudió, enviándonos rodando sobre nuestras espaldas en
el sofá.
Nos despatarramos en los extremos opuestos, sobre los cojines como dos
amantes cansados. Mirando el techo, suspiré audiblemente. Suspiró también. Su
voz era tan condenadamente varonil y rica.
Eso me hizo pensar en cosas totalmente inapropiadas. Puse mis pies debajo
de mí y me senté más erguida.
Él todavía estaba tirado, y me sonrió.
Me desenredé con cuidado. Me arrastré hacia él y me acurruqué contra él.
—¿Pueden los amigos y mentores abrazarse?
—Parece que sí. —Se rió entre dientes.
221

Me acarició el cabello suavemente.


—Voy a tener que llevarte al estudio y empezar con las pinturas la próxima
semana.
—Te prometo que no voy a usar el rojo —bromeé.
—No te preocupes, Beans fue a la playa para perros en el cielo hace mucho
tiempo. Es probable que esté dando vueltas en todos los colores del arcoíris. Los
tienes todos sobre su piel. —Christos se rió entre dientes.
—Se parece a uno de esos unicornios del arcoíris, apuesto. Hay uno en
Adventure Time que, probablemente, se parece a él. —Me sentí estúpida hablando
con Christos sobre los cómics de Kamiko. La verdad era que había visto ya varios
episodios de Adventure Time en su dormitorio mientras esperaba por ella y Romeo
entre clases.
—Conozco a un tipo que trabaja en Adventure Time.
—¿Qué quieres decir?
—Un amigo mío trabaja en el programa. Es uno de los artistas de storyboard.
Puse mis manos en su pecho y me senté.
—¿Qué? ¿De verdad conoces, como a todo el mundo?
—Sólo en el mundo del arte. —Me dio su sonrisa engreída—. Él vino a mi
exposición.
—¡Kamiko se volvería loca si le dices eso!
—Si lo hubiera sabido, le hubiera dicho algo. Puedo arreglar para que se
reúnan, si quieres.
—¡Dios mío! Te amara si lo haces.
—Hazme saber, voy a arreglarlo.
—Eres como el mejor tipo del mundo.
—Eso dicen.
Le golpeé el pecho con una mano.
—Tonto. —Me recosté contra él, acariciando su pecho. Sus músculos estaban
tan definidos, deliciosamente duros y curvados. Hice círculos, presionando hacia
abajo con la palma de mi mano. Deslicé mi mano hasta su abdomen. No pude
evitarlo.
—Es posible que no quieras hacer eso —murmuró.
—¿Por qué no?
—¿Mentor, aprendiz?
—¿Quién invento esa palabra, aprendiz, de todos modos? Suena como
222
manatí. Me hace sonar como un manatí.
—Estás muy lejos de un manatí.
—¿En serio?
—Estás tan lejos de ser un manatí como el unicornio arcoíris de la realidad.
Me reí.
—Realmente debería pintarte alguna vez desnuda.
—De ninguna manera. Sólo pintas mujeres super sexys.
—Así es.
Una pausa embarazosa aspiró todo el aire de la habitación.
—¿Estás diciendo que soy super sexy?
—Así es.
—Mentiroso
—Nop.
Me apoyé en mi codo y le sonreí.
—Estás totalmente siendo amable. Entre tus pinturas y mi, uh, visita inesperada
cuando estabas con Paisley, he visto más de las mujeres con las que has estado.
Todas tienen cuerpos perfectos. Ni siquiera estoy cerca de ellas.
—Yo soy el artista aquí, voy a hacer esa llamada.
—¡Pero no me has visto desnuda!
—Te vi en bikini en la playa. Era bastante obvio.
—¡Es cierto! ¡Casi lo olvidaba!
—¿Por qué crees que quería tanto ser tu mentor? —Me sonrió con picardía.
—¡Eres un pervertido, Christos!
—¿Por qué, porque estás caliente, y me gustas?
—¿Te gusto?
Su rostro se torció en una sonrisa.
—¿Estás loca? Por supuesto que me gustas. Estoy seguro que cada tipo que
te ve, le gustas. ¿Por qué crees que tantos chicos te seducen, Samantha?
—No lo sé, ¿porque los hombres son perros?
—Mientras que eso puede ser verdad, y no estoy señalando a nadie aquí, soy
un poco exigente. Por si no te has dado cuenta.
—Sí, me he dado cuenta con todas tus cohortes super modelos. Los chicos
son tan condenadamente superficiales.
—¿Por qué, porque vamos tras las mujeres más bonitas que podemos
encontrar?
—Exacto. —Me dejé caer sobre mi espalda. Yo no era la mujer por la que “iría
detrás”, por lo que me descalificaba automáticamente. Él estaba tomándome el
223
pelo—. Si fuera tan caliente, estarías totalmente encima de mí en estos momentos.
—Eso se puede arreglar.
Mi corazón se detuvo. No, en serio, esta vez en realidad se detuvo. No sé por
cuánto tiempo. No como una hora, o incluso un minuto, pero pareció una
eternidad.
—¿Qué? —Tosí—. ¿Qué acabas de decir?
—Dije, que se puede arreglar.
Me quedé mirando el techo, con miedo de moverse, lo que rompería el
hechizo.
—Pensé que éramos mentor y estudiante o aprendiz, o lo que sea.
—Hasta ahora, sí. —Una sonrisa maliciosa se deslizó por sus labios.
Realmente quería lamer esos labios.
—Bueno, ¿qué vas a hacer al respecto?
—Todo lo que quieras.
Un pulso sobrecargó todo mi cuerpo y rebotó hacia abajo. ¿Qué quiso decir
con todo? ¿Se refería a todo todo? A juzgar por la forma en que sus ojos ardían,
creo que en realidad era la definición estándar.
Puso su pecho encima de mí. Su nariz estaba a unos centímetros de la mía.
—No tienes idea de cuánto tiempo he querido hacer esto.
—Tienes razón, no lo hago. Has actuado como si fuera la mujer menos
deseable en el planeta la mayor parte del tiempo.
—Tenía una responsabilidad profesional a la que adherirme. Pero podemos
cambiar eso. —Deslizó su pulgar por mi labio inferior.
Oh, escalofrío.
Besó la punta de mi nariz. No creía que eso fuera sexy, pero lo era. Increíble.
Besó una de mis mejillas, luego la otra, entonces cada esquina de mi boca, como
si me estuviera dando una bendición de algún tipo. Tal vez lo estaba.
—No sé si te das cuenta de esto, pero tus labios son extremadamente
deliciosos —murmuró. Su boca se movía sobre la mía. Olí su dulce aliento. ¡Me
alegré de haber servido té de menta!
—¿Cómo de deliciosos?
—Este delicioso. —Rozó con su labio inferior mi boca. Era húmedo y
resbaladizo. Un temblor se disparó de mi sexo a mi cabeza. Un gemido suave salió
de mí.
Movió la lengua por mi labio superior. Oh, wow. Me hizo cosquillas con suaves
casi-besos por no sé cuánto tiempo. Estaba navegando en la luna. Mi cuerpo
ruborizándose por el calor.
Sentí sus dedos acariciar mi mejilla, deslizarse hacia abajo por la línea de mi
224 mandíbula, acariciar mi cuello, y danzar en mi pecho. El toque más suave de una
pluma con sus dedos se deslizó por mi escote. Quería que rasgara mi camiseta en
ese momento.
Entonces su mano estaba en mi cintura. Subió fuego a mi vientre, cuando
llegó hasta mi cadera. Su pulgar jugó con la parte superior de mis jeans, sondeando
la costura entre mi camiseta y la banda de la cintura de las bragas, la tira más
delgada de piel fue expuesta completamente a él.
Más temblores corrieron a través de mi cuerpo, que emanaban de mi centro.
Mis ojos se cerraron mientras el placer se apoderaba de mí. Apreté las rodillas juntas,
tratando de impedir el acceso a la increíble energía que él había movido dentro
de mi cuerpo con el toque más leve. Quería aferrarme a ese placer, tanto como
pudiera.
Lo había hecho con un par de diferentes chicos un montón de veces en la
escuela secundaria, pero nada que se aproximara a esto. Y Christos y yo ni siquiera
habíamos unido nuestros labios en un beso completo.
Sus suaves toques continuaron a lo largo de mi clavícula, luego alternado de
nuevo a mi cintura, donde el pulgar se deslizó a través del otro lado de mi cadera.
Estaba tan distraída por su tacto que casi me perdí el momento en que sus
labios se presionaron en los míos. Cuando sentí la humedad de sus labios lisos, tenía
toda mi atención.
Todos los besos anteriores no eran más que ondas en un estanque. Este
estrellaba olas de doce metros, la tormenta perfecta de besar. La intensa energía
voló a través de mi cuerpo y corazón, en espiral hacia fuera en todas las
direcciones.
Mis muslos temblaban y mi pelvis palpitaba mientras mi boca ardía con
hambre cumplida.
Me deleité con la experiencia de su beso. Un momento suave anhelo, el
siguiente desesperado y contundente. Podía sentirlo deseándome y deseando que
yo lo deseara.
Era a la vez incierto y seguro. Parecía tan diferente a él. ¿Era la confianza de
Adonis parte de él, y la incertidumbre parte de Christos? Nunca lo había visto
comportarse tímidamente con alguna de sus amigas, pero lo sentía ahora. La
vulnerabilidad. Esa semilla de duda e inseguridad. ¿Era miedo al rechazo también?
¿Al igual que un ser humano normal?
Eso me volvió salvaje. Abrí mis labios y su lengua se deslizó en mi humedad y
la rodeé con la mía, su punta bailando contra la mía. Lo necesitaba en mi interior.
Así, como… ¿qué estaba pensando? ¡Me estaba adelantando!
Empujé mi mano contra su pecho.
—Espera —suspiré—, un segundo, sólo un…
Provocadora.
Él se apartó.
Temí que la ira de repente desfigurara sus hermosos rasgos. Pero no,
tranquilidad, calidez y apertura emanaban de él, como el amanecer.
225 —¿Qué pasa?
Una voz surgió en mi mente: "No estás enojado conmigo, ¿verdad?".
Y eso, inevitablemente, llevó a...
Taylor.
No. No, no, no. Estaba sucediendo de nuevo. Horror se apoderó de mi
corazón.
Christos frunció el ceño.
—¿Quieres que me detenga?
—Sí. No. Por un segundo. Necesito recuperar el aliento. —Me senté de golpe,
dispuesta a correr del sofá porque estaba convencida que Christos iba a explotar
y ponerse furioso conmigo en cualquier momento.
—¿Samantha?
Nunca me llamaba Samantha. Siempre Sam. Había una nota tranquilizadora
en la profunda voz de barítono de Christos que me calmó al instante.
—¿Estás bien? Algo te está molestando. Si quieres detenerte, dime la palabra.
No tenemos que hacer esto.
¿Se refería a los besos, la tutoría, o todo? Empecé a sentir pánico. No sabía si
tenía miedo a que se fuera, o miedo de que se quedara. ¿Y qué pasaría si se
quedaba?
—Si se trata de algo más, Samantha, puedo ir a casa. Si eso te hace estar más
cómoda.
—Yo, no. No te vayas. Es sólo que cuando te besé, yo...
—¿Te he hecho daño? Como que me dejé llevar. —Sonrió—. En cierto modo
perdí el equilibrio por un minuto allí, cuando mi lengua entró en tu boca. Nunca he
sido así, no sé, me dejé llevar. Sólo a partir del beso.
—¿Tú también? —solté como un niño pequeño. Me quedé inmediatamente
avergonzada y escondí mi rostro con ambas manos.
—Está bien. —Se rió entre dientes—. Sí, yo también. Fue bastante
impresionante.
—Pensé que estabas totalmente en, como, el sexo con tus novias calientes.
¿Cómo besar podría hacerte eso?
—No lo sé. Pero lo hizo. En cierto modo no me sorprende.
—¿En serio? ¿Por qué?
—Porque eres diferente.
Bajé mis manos, con ganas de escuchar más.
—¿Cómo?
—Tienes ese espíritu combativo. Solo te lanzas sobre las cosas.
Arrugué nariz.
—Eso me hace sonar torpe.
226
—No, no es así. Saltas en las cosas, intentas cosas nuevas sin preocuparte por
las consecuencias. Fuiste a la universidad al otro lado del país en el que no tenías
un solo amigo. Para eso se necesita coraje.
No quería admitir que en este caso, el valor igualaba a huir.
—Y tomaste una clase de arte.
—Había un montón de chicas babeando encima de ti ese primer día de
clase. Es como si supieran que ibas a estar allí —me burlé.
—Tal vez lo hicieron. Pero tú no lo hiciste. Estabas allí para aprender a dibujar.
—Supongo que tienes razón. —Sonreí.
—Y eres totalmente caliente.
—¡Alto! —Cubrí mis ruborizadas mejillas con mi mano.
—Tus ojos están brillando. —Él sonrió cálidamente.
—¿Lo están?
—Como los diamantes.
—Hey, eso suena como la letra de Twinkle Twinkle Little Star. ¡Eres demasiado
cursi, Christos!
Pero en cierto modo, me gustó de todos modos.
—¿Me pregunto lo que eres. —Sonrió.
—Allá arriba sobre el mundo tan alto —le contesté.
Ambos soltamos risas suaves.
—Nerd —le dije.
—Hey, ¿qué puedo decir? Salgo con los niños de crayón en la biblioteca
todos los sábados. Me han contagiado sus gustos musicales.
¿Cómo este chico consiguió lavar todo mi dolor y miedo tan fácilmente?
Fue un regalo del cielo.
Era Christos.
No sé cuándo nos quedamos dormidos en el sofá. Pero me desperté en sus
brazos.
Él me estaba mirando a través de sus oscuras pestañas.
—¿Qué estás mirando?
—A ti.
—No lo hagas. Probablemente me veo como la muerte.
—Te ves como la vida.
Abrí la boca para protestar. La cerré. Me besó en la frente con suavidad. Sólo
pude sonreír y abrazarlo con fuerza.
—Ya es tarde. Debes ir a la cama. Debo ir a casa.
227 —No. Quédate.
Sus ojos se estrecharon pensativamente y se sentó. Después de un momento,
se puso de pie.
—¿A dónde vas? —No quería que se fuera.
Se inclinó y me recogió.
—A dormir. —Me llevó a mi habitación—. Contigo. —Por el tono suave y
tranquilo de su voz, sabía que todo lo que quería decir era dormir, como anoche.
En algún momento, habíamos pateado nuestros zapatos cuando estábamos
en el sofá, pero todavía teníamos la ropa puesta. Así lo hizo.
Se puso de pie frente a mí y sacó su camiseta por la cabeza. No importaba
cuántas veces lo hiciera, una vez que la camiseta estaba fuera y quedaron a las
vista sus abdominales, me derretí. Era perfecto.
Se desabrochó el cinturón y deslizó sus jeans.
Mis ojos se abrieron.
—¿Has visto un ciervo encandilado por faros?
—No. —Fruncí el ceño—. ¿Aleatorio?
—Yo lo he hecho. Ahora mismo. —Se rió entre dientes—. No te preocupes, los
boxeadores se quedan.
—¿Qué pasó con los populares comandos?
—Eso es para el verano. Cuando enfría, me pongo los boxeadores para el
calor.
—Caray, en D.C. la gente usa ropa interior larga.
Sacó las piernas de sus jeans un pie a la vez.
—¿Y tú? ¿Duermes con ropa?
—Por supuesto que no.
—¿Quieres que te ayude?
Mis ojos se abrieron ante la idea de a lo que esto podría conducir. Pero lo
había hecho la noche anterior. ¿Por qué no dos?
—Está bien.
—¿Camiseta y bragas de nuevo?
—Supongo.
—¿Quieres boxers? ¿Dónde estaban ellos de nuevo?
—No, no en realidad.
Él ladeó la cabeza.
—¿Qué estás diciendo, Samantha?
—No lo sé. —Rodé los ojos. Porque no lo sabía.
—¿Quieres la camiseta fuera?

228 —Sí. —Le sonreí tímidamente.


La sacó sobre mi cabeza. Me gustaba ser desvestida por Christos. Tenía que
trabajar en convertirlo en un hábito diario, si era posible. Estaba en sujetador y las
bragas ahora.
—¿Vas a dormir así?
Nunca me acosté con mi sujetador.
—Está bien. —Realmente no quería la camiseta.
Nos acostamos en la cama juntos. Piel contra piel, en su mayor parte. ¿Iba a
ser capaz de dormir así? Probablemente muy poco. Estaba bien con eso.
—¡Espera, las luces! —Salté arriba, entré corriendo en la sala, y apagué todo.
Me metí de nuevo en la cama, justo encima de Christos.
Envolvió sus brazos alrededor de mí. Me dio un beso en los labios.
—Buenas noches.
Me volteé y me acurruqué a su lado de forma ajustada.
Estaba en lo cierto sobre lo de no dormir. Podía oír los latidos de su corazón.
Me ayudó a adormecer, pero unos veinte minutos más tarde, mis tetas estaban
gritándome para quítame el sostén.
Camiseta o desnuda. ¿Qué iba a ser?
Alcancé mi espalda y desabroché el broche. Se liberó.
—¿Estás bien ahí? —preguntó Christos.
—Sí, sólo un segundo. —Me senté y le di una sonrisa arrogante en la
oscuridad—. ¡Tengan los billetes de dólar listos, chicos!
—Hey, ¡no puedo ver una mierda con las luces apagadas! —La única luz de
la habitación era el débil resplandor de la luz de noche del cuarto de baño.
—Es más por el espectáculo con luces —le dije con malicia.
—Mi cartera está llena.
—Y otras cosas, estoy segura. —Me reí. ¿Quién estaba a cargo de mi boca
sucia, de repente?
Él se acercó y prendió la lámpara de la mesita de noche.
—¡Hey!
—No voy a perderme esto por nada del mundo.
—Está bien. —Deslicé el sujetador hacia abajo hasta que lo sentí rozar contra
mis pezones, que ahora estaban completamente duro. Bajé la barbilla y sacudí mis
pestañas cómicamente, fingiendo que todo esto era una gran broma.
Consideré mover mis hombros hasta que cayera mi sostén, como una vulgar
stripper, pero me decidí por un poco de clase. Dejé que la gravedad tirara de mi
sujetador suavemente. Lo levanté con una mano como un premio, y luego lo dejé
caer al piso detrás de mí.
229 Ahora era el turno Christos de abrir enormemente los ojos.
—Jodeme.
—¡No vamos a tener relaciones sexuales, Christos!
—No estaba hablando de sexo. Estaba emocionado.
—¿Emocionado?
—Expresando la explosión emocional de asombro que late en mi pecho en
este momento. —Tomó mi muñeca y me quedé boquiabierta, pero sólo estaba
colocando mi mano sobre su corazón, que realmente le latía con fuerza.
—Sí. Eso. A causa de esos. —Movió los ojos hacia mis pechos.
—¿Te gustan?
—“Gustar” es una palabra inadecuada para lo que estoy sintiendo en este
momento.
—Siempre pensé que tenía tetas extrañas. ¿De verdad te gustan?
—Realmente me gustaría lamerlas.
Las cubrí al instante con mis antebrazos.
—Está bien, hora de dormir. ¡Las luces se apagan, campistas!
Giré y apagué la lámpara, luego caí en sus brazos. Gracias a Dios por mis
bragas y sus boxers.
Mi torso junto al de él. Mis pechos desnudos tocaban en realidad sus gruesos
pectorales. Su suave vello del pecho me hizo cosquillas en los pezones.
Esto no estaba ayudando a la cosa del sueño.
Pasé mi rodilla sobre su muslo. Fue entonces cuando sentí algo enorme en sus
boxers presionando contra mi pierna. Me sobresalte.
—Lo siento —dijo tímidamente—. No puedo evitarlo.
Oh, Dios mío, ¿cuán grande era? Su virilidad estaba ardiendo bajo sus boxers,
y sentí su grosor presionando contra mi muslo.
—Voy a cambiar de posición, espera. —Lo tomó y tiró de él hacia el otro lado
de sus boxers—. ¿Mejor?
Sí, ¿no? Sí, ¿no? ¿Sí? ¿No? No podía decidir.
—Uhhh...
—Ya sabes, esto es totalmente tu culpa. —Se rió—. ¿Por qué no intentamos
dormir?
Como si fuera a pasar.
A pesar de mis dudas, Christos se comportó admirablemente. Estaba bastante
segura que si yo fuera alguna de las otras chicas con las que había estado,
estaríamos teniendo relaciones sexuales en ese momento. Pero no intentó
maniobras orquestales en la oscuridad, no es que habría rechazado
necesariamente sus avances. Pero no pasó nada.
230 Y extrañamente, no me sentía como una puta. O una provocadora. Nunca
había estado completamente desnuda con un niño, o un hombre, nunca. Pero se
sentía tan natural. Tan normal. Tan maravilloso.
¿Tenía suerte?
—Entonces —dije en voz baja mientras acariciaba suavemente su sedoso
vello del pecho—, ¿cómo es que siempre me llamas Samantha, cuando todo el
mundo me llama Sam?
—Porque, Sam parece tan simple y juvenil. Eres el opuesto de ambos. Eres
toda una mujer, y una fascinante.
Podría vivir con eso.
—¿Por qué, eh, me besaste, y romper el código de mentor?
—El tatuaje.
—¿Eh?
—¿Sin miedo?
—Oh. —Todavía no entendía—. ¿Eh?
—Sólo tengo una oportunidad en la vida en este planeta, por lo que sé. O
alguien más sabe, para el caso. Y sólo hay uno de ti en este planeta, Samantha.
Eso sí lo sé con certeza, más allá de toda duda. He tenido mucha suerte de haber
conocido a un montón de mujeres en mi vida ya. Pero ni una sola ha desgarrado
mi armadura como tú. Ninguna mujer me ha visto llorar. Excepto tal vez mi mamá,
cuando era un niño. Pero ninguna de las mujeres con las que he salido ha visto lo
que hay debajo de mi superficie. Siempre lo he escondido.
Me quedé sin palabras
—¿Por qué? —le susurré en la oscuridad.
—Creo que es porque, en el fondo, nunca confié en ninguna de ellas.
Bien, ahora sí estaba sin palabras.
Lo creas o no, algún tiempo después, los dos nos quedamos dormidos en
realidad.
Estaba atrapada en una pesadilla. Pero era real, porque la había vivido. O
una versión de ella.
Estaba siendo perseguida por una presencia terrible. Una cosa oscura que
quería hacerme daño. Una cosa que ya me había lastimado en innumerables
ocasiones. Una cosa que tenía escondida en el interior de mi cuerpo y se
alimentaba de mí cada noche desde hace más de dos años. No importaba cuánto
intentara exorcizar la cosa, siempre volvía, me perseguía, al acecho de mis sueños,
retorciéndose en mis pesadillas.
—Samantha.
Me retorcía, tratando de escapar.
—Samantha.
Iba a devorarme si no me escapaba.
231 —Samantha.
Pero todavía estaba dentro de mí. Temía no poder exorcizarla nunca.
—¡Samantha, despierta!
Salté y agité en la oscuridad.
—Samantha —susurró Christos—. Soy yo. Estabas teniendo una pesadilla.
—¡Oh, Christos! —Lo abracé y lloré en su pecho—. Abrázame.
Envolvió sus brazos con amor a mi alrededor y me acarició el cabello.
—Está bien, Samantha. Estoy aquí. Ahora estás a salvo.
Me sentí segura. En sus brazos.
Cuando mi llanto se calmó, me besó en la frente.
—¿Quién es Taylor? —preguntó.
Me tire hasta una posición sentada, aterrorizada.
—¿Cómo sabes ese nombre? —Di un grito ahogado.
—Estabas gimiéndolo una y otra vez en tu sueño.
¡Oh, no! ¿Qué más había dicho?
—Te escuché diciendo "Taylor", anoche también —dijo en voz baja—. Cuando
estaba en el sofá, antes de que me quedara dormido. Estuviste hablando en sueños
durante mucho tiempo.
—Oh, Dios mío, ¿qué he dicho?
—La mayor parte eran galimatías, pero seguías diciendo Taylor.
—¿Eso es todo lo que dije? ¿Taylor?
—Sí, por lo que pude escuchar.
Solté un gran suspiro de alivio.
—Bueno.
—¿Bueno? No suena nada bien.
—Necesito un helado. —Salté de la cama, me puse una camiseta, y me fui a
la cocina. Agarré un bote y cuando cerré el congelador, Christos estaba justo allí.
—¿Quieres hablar de ello?
—No. —Agarré una cuchara del escurridor—. ¿Quieres un poco? —Me sentí
como un facilitador, no es que Christos estuviera en peligro de comer de más.
Comía como un caballo.
—Por supuesto.
Nos sentamos en el sofá y comimos helado juntos. No podría decir si él estaba
comiendo a un ritmo normal, o tratando de comer todo el helado antes de que yo
comiera demasiado. No iba a preguntar. Estaba ocupada inhalando versión
cremosa.
—¿Crees que si comes bastante helado, eliminaras el dolor? —preguntó
232 inocentemente Christos.
¿Cómo diablos sabía él eso?
—No se puede arreglar el daño emocional con el azúcar, ya sabes.
Bueno, estaba leyendo mi mente.
—¿Tiene como percepción extrasensorial, o algo así?
—No. Pero es bastante obvio lo que está pasando. Tu congelador puede
almacenar una heladería. ¿Quién mantiene tanto helado a la mano?
Había sido atrapada in fraganti. Esperaba ver mis manos y pintura roja
brillando en ellas. Si Beans, el perro hubiera estado presente, me habría limpiado
las manos sobre él para deshacerme de la evidencia, distrayendo a Christos de
usar su percepción extrasensorial.
Christos sacó un enorme trozo de helado cargado de trozos de chocolate.
—¡Oye, eso es mío! Justo lo tome con la cuchara.
—Estoy feliz de compartir. —Se rió entre dientes.
¿Por qué no me sentía avergonzada cuando Christos podía ver a través de
mí? Era una especie de hombre de medicina moderno o algo así.
—¿Quieres hablar de Taylor?
—No.
—¿Acaso Taylor te lastimo?
—No. Sí. ¡Deja de hacer preguntas! ¡Necesito más helado!
—Déjame buscarlo. ¿De qué sabor quieres?
—¿Me lo estás facilitando ahora?
—No, tengo hambre. Estoy bastante seguro de que puedo comerme el resto
de lo que hay en el congelador esta noche.
Maldito. ¿Por qué tenía que caer en mis vicios tan malditamente agradable?
—¡Será mejor que no te comas todo mi helado! —De alguna manera, no me
importaba si lo hacía. Estar con él, de esta manera, me hacía quererlo tanto.
Regresó con un Café Mocha Azúcar Suicida. No sé cómo se llamaba en
realidad, pero se entiende la idea.
—Háblame de Taylor.
—En otro momento, ¿por favor, Christos? —le rogué.
Levantó la vista hacia mí. Sus ojos eran tan condenadamente azules. Odiaba
sus ojos.
—Está bien, pero uno de estos días realmente deberías hablarlo. Voy a estar
allí para ti cuando estés lista, ¿de acuerdo?
Tomé un bocado de helado y lo puse en mi boca.
—Egtá gien —dije a través de la mancha de helado en mi lengua.
Se inclinó hacia delante y besó la punta de mi nariz.
233
—Mmm, sabe mucho mejor cuando me lo como de tu piel.
Hice bizcos en la punta de mi nariz.
Él se rió entre dientes.
—Esa es una buena mirada para ti.
—¿Tenía helado en la nariz?
—Hasta que lo lamí.
—Tal vez debería poner helado en el resto de mi cuerpo.
—En cualquier lugar que desees, voy a lamerlo.
Gulp. Y no estaba tragando helado. Me metí otra cucharada en la boca.
De hecho, dejé de comer antes de sentir remotamente cerca de hinchada.
Aunque no necesitaba las calorías extras, por lo menos no había sido una juerga
en toda regla. Tenía que darle las gracias a Christos por eso. No pasó mucho tiempo
antes de que me olvidara del helado. Y Taylor.
Terminamos sacando mi laptop y viendo clips de Adventure Time en línea.
Christos pensó que el espectáculo era hilarante. Yo no podía decidir si maldecir o
no a Kamiko por presentármelo.
Por otra parte, estaba viendo cómics con Christos. ¡No podría quejarme de
eso!
Cuando estaba cansada, y el alto nivel de azúcar había desaparecido, nos
fuimos a la cama. Dormí profundamente hasta la mañana.
Diecinueve
C
hristos fue a su casa la mañana del lunes, y me fui directamente a la
escuela. No tuve tiempo para tomar un café.
Estaba bastante aturdida porque no había dormido tan bien
como esperaba. Dormir con los brazos de Christos a mi alrededor era difícil, por
decir lo menos. Pero valió la pena.
Tendría que aguantar estar en clase solo con la adrenalina y los recuerdos de
Christos.
En mi camino a mi clase de Fundamentos de la Contabilidad, Madison casi
hizo que me cayera, golpeándome contra dos estudiantes que fruncieron el ceño
como si estuviéramos en la pesadilla de su experiencia universitaria. Estuve a punto
de tirar mi pad de dibujo, pero ahora que lo tuve el pad sujeto en el portapapeles,
fue más fácil mantener un control sobre él.
—¡Sam! —chilló Mads cómicamente mientras me abrazaba—. ¿Dónde has
estado?
—¡Hola, Mads!
234
Empujó un café en mi mano.
—Te compré esto creyendo en la probabilidad de que no estabas muerta en
una zanja en alguna parte.
—Gracias, Mads. —Bebí el líquido lleno de cafeína—. No tienes ni idea de lo
mal que necesito café en estos momentos. Ah, y la cantidad perfecta de mitad y
mitad.
—La mitad de la mitad y mitad, ¿no? —Me guiñó un ojo.
—Así es.
—Tienes algunas cosas que explicarme, polluela. Te envié mensajes todo el fin
de semana y me ignoraste totalmente. Jake me dijo que Adonis iba surfear con
nosotros el domingo por la mañana, pero él nunca apareció. —Arqueó las cejas
teatralmente—. Por casualidad no sabes nada de eso, ¿verdad?
No pude ocultar mi sonrisa.
—¡Lo haces!
—¿Qué puedo decir? Has estado muy ocupada con Jake en los fines de
semana, tuve que encontrar una distracción.
—¿Distracción con un hombre?
Me encogí de hombros.
—¡Eso es una mierda! ¡No trates de esconderlo de mí, amiga! Tengo
informantes en todas partes. Finalmente hablé con Romeo el domingo por la tarde
y me dijo que fueron a tomar unas copas con Adonis el sábado por la noche,
¿después de una cierta exposición en una galería?
—Su exposición en una galería.
—¿Quién? ¿De Adonis?
—Sí. Y su nombre en realidad es Christos. —Pensé que ya que Romeo y Kamiko
lo sabían, Mads también debería hacerlo.
—En serio —dijo, pasmada—. ¿Es un artista y caliente y monta una
motocicleta y es súper agradable?
—Sí —dije tímidamente.
Ella frunció el ceño.
—No hizo que te dispararan de nuevo, ¿verdad?
Reprimí cualquier comentario sobre el ataque de Pie Grande en la parte
posterior de Xanadu. Estaba bastante segura que ser perseguida por una banda
de motociclistas locos no era en lo que se pensaba al imaginar al hombre ideal.
Madison escudriñó mi cara.
—Sea cual sea el drama que hubo, Sam, no quiero saberlo. —¿Estaba leyendo
mis pensamientos?—. Pero me puedes decir todas las partes buenas jugosas
después de la clase. —Sonrió.
235 Entramos en la sala de conferencias juntas. Otra sesión alucinante de los
criterios contables. Hice mi mejor esfuerzo para no pensar en Christos. Tuve la suerte
de que tenía una computadora portátil y no un cuaderno. De lo contrario,
probablemente me hubiera pasado toda la clase haciendo bocetos y garabatos
de su hermoso cuerpo en los márgenes de mi cuaderno de notas, en lugar de tomar
notas en realidad.
Después de Contabilidad, Madison y yo fuimos al Centro de Estudiantes para
reunirnos con Romeo y Kamiko.
—¡Hola, Sam! —Kamiko sonrió.
Romeo corrió y arrojó sus brazos alrededor de mí.
—¡Pensamos que estabas muerta! —Su voz se estremeció con sollozos falsos—
. Madison llamó el domingo y me dijo que habías sido secuestrada por
extraterrestres. ¿Le dieron una probada a tu trasero?
—No tocaron mi trasero. —Me reí—. Lo siento, Romeo.
—¿Qué pasa con un hombre? Te fuiste con Christos, chica. ¡No trates de
negarlo! ¿Te dio una probada con su lengua o con otra cosa? ¿Con cuál?
Madison y Kamiko rompieron en risas, intercambiando miradas horrorizadas.
—Sutileza no es tu nombre Romeo —se burló Kamiko.
Romeo le disparó una mirada sucia.
—Tú si quieres saber lo que pasó, Kamiko. A pesar de que Christos no tiene un
pene de dibujos animados.
Todo el mundo se quedó en silencio por la sorpresa.
—¿Qué? —protestó Romeo—. ¡Todos vimos su polla hace meses!
—¡Yo no lo hice! —protestó Madison.
—Kamiko tiene un gran dibujo de ella en su portapapeles, si quieres ver lo que
te perdiste —se mofó Romeo.
—¡Está bien! ¡No! —Madison se sonrojó—. Detalles generales verbales serán
suficientes. ¡Las mediciones no son necesarias! ¿Sam? ¿Te importa decirnos lo que
pasó, antes de Romeo estropee el humor?
Todos los ojos estaban puestos en mí. Querían respuestas.
—Como que pasamos la noche juntos.
—¿Qué noche? —exigió Kamiko.
—Sábado.
Asintieron con aprecio.
—Y el domingo —dije tímidamente.
—¡Probando un gran pene, señoras y señores! —dijo Romeo triunfalmente—.
No hay otra explicación posible.
Madison chasqueó los dedos.
—¡Es por eso que no tuviste café esta mañana! ¡Debí haberlo sabido!
236 —Nosotros no, ya saben. —Me sonrojé—. No hubo ninguna probada. —Le
lancé una mirada de advertencia a Romeo—. Dormimos juntos —dije tímidamente.
—¡Eres una mentirosa! —se quejó Romeo.
Madison ladeó la cabeza, pensativa.
--Voy a decir que la evidencia pesa a favor de la acusada.
Kamiko asintió.
—Está bien, Sam. La gente tiene relaciones sexuales sin dibujos animados de
vez en cuando. —Ella dirigió una mirada asesina a Romeo—. ¡Si no fuera así, no
habría ningún bebé recién nacido, dibujantes, ni caricaturistas!
Romeo puso los ojos los ojos en blanco y le sacó la lengua a Kamiko.
—Lo juro, ¡no tuvimos sexo! ¡No hubo probada de ningún tipo! —Excepto
nuestras lenguas besándose. ¿Eso contaba?
Todos ladearon la cabeza dubitativamente.
—¿No estamos tarde a clase o algo así? —supliqué.
—Queremos detalles, cariño —exigió Romeo, cruzando los brazos sobre el
pecho.
—Sí —intervino Madison—, no nos estamos moviendo ni una pulgada hasta
que eches un poco de tierra.
—¡Está bien, está bien! Puede que haya habido una cierta desnudez
implicada. ¡Pero eso es todo! ¡Lo juro!
—¿Qué dice, señora jueza? —preguntó Romeo.
—Muy bien, Sam. Te dejaré pasar. Por ahora. —Madison suspiró—. Pero en el
almuerzo de hoy, estarás en el podio, y jurando en la biblia.
—Bien, les diré más chicos durante el almuerzo. Ahora, ¿podemos irnos?
—Nos vemos chicos en el almuerzo —dijo Madison antes de caminar hacia su
próxima clase.
Romeo, Kamiko y yo fuimos a Dibujo en Vivo juntos, blocs de dibujo en la
mano.
Llegamos a clase con tiempo de sobra y listos. Ahora me sentía cómoda en
este entorno y empecé calentando con bocetos de mi imaginación en mi
cuaderno de dibujo. Tan diferente del primer día en que pensé que era una
farsante total.
—¿Quién crees que es el modelo hoy? —preguntó Romeo.
—Espero que sea el Génesis —dijo Kamiko—. Ella tiene esas súper largas
piernas y esa cintura de avispa que se ve totalmente animada.
—Sí, ella hace grandes poses —le dije—. Creo que debe ser bailarina.
Génesis era de lejos la mejor modelo que habíamos tenido, y había posado
en tres ocasiones separadas ya.
—¡Muy bien, clase! Tenemos un regalo hoy —dijo el profesor Childress—.
Vamos a tener dos modelos posando juntos. Esta será una oportunidad única para
237 estudiar cómo las líneas de una figura fluyen en la otra.
¿Dos modelos? ¿Al mismo tiempo? Estaba un poco preocupada. Ya era
bastante difícil dibujarlos de uno en uno.
—No se preocupen por los dibujos terminados —dijo el profesor—. Céntrense
en líneas largas y gestos básicos.
Bueno, podría hacer eso. Me gustó mucho la parte de los gestos.
Un minuto más tarde, el Génesis caminó dentro. Fresca. Sus poses serían
impresionantes. Me preguntaba si el otro modelo sería un bailarín también. Creo
que una de las otras modelos, Zoey, también era una bailarina. Tal vez sería ella.
Génesis se desnudó y comenzó a posar en un minuto plantada sobre la tarima
en el centro de la habitación. Tenía el cabello en un moño de bailarina apretado.
¿Dónde estaba el otro modelo? No tuve tiempo para preocuparme por ello.
Empecé a dibujar. Era un sentimiento tan maravilloso darme cuenta de que había
hecho un gran progreso en sólo un par de meses. Tenía confianza, debido en parte
a la instrucción de Christos, que nunca me había imaginado a mí misma capaz de
hacer. Me gustó mucho el dibujo.
Estaba tan concentrada en él que casi no escuché el golpe en la puerta. El
profesor Childress se acercó y abrió un poco la puerta. Le susurró a alguien en el
pasillo, luego cerró la puerta de nuevo. ¿Con quién estaba hablando? ¿El otro
modelo? Supongo que el modelo tendría que esperar hasta que Génesis se tomara
un descanso.
Después de veinte minutos, Génesis se puso una bata de seda y caminó
alrededor de la habitación. Cuando llegó a mi cojín, se detuvo.
—Guau, lindos dibujos. Recuerdo tu trabajo desde la última clase. Te puedo
decir que estás mejorando muy rápido.
—¡Gracias, Génesis! Eso es dulce.
—¿Cómo te llamas? —Me ofreció su mano suave como alabastro.
La estreché.
—Sam.
Sonrió cálidamente.
—Encantada de conocerte, Sam. Tus dibujos tienen un flujo natural para ellos.
Muy bonito.
—¿Dibujas?
—Solía, pero es mucho trabajo para mí. Creo que el baile es mi vocación. —
Sonrió—. Pero te puedo decir que tu vocación es el dibujo.
Me sonrojé. Ella sonrió, luego caminó por la habitación, mirando el trabajo del
otro estudiante.
El profesor Childress abrió la puerta y salió. Estaba hablando con Romeo y
Kamiko cuando el profesor regresó.
238
Con Christos.
¿Por qué estaba Christos en la clase de dibujo?
—Nuestro segundo modelo llegó un poco tarde, pero aquí está, como se
había prometido. ¿Todo el mundo recuerda a Christos Manos? —preguntó el
profesor.
Las dos chicas de flamencos, Cintura de Avispa y Pechugona, que habían
estado en la clase desde el primer día, todavía estaban aquí. Los das empezaron
acicalarse el segundo que vieron a Christos. Me sorprendió que no abandonaran
el curso a la segunda semana de clase, cuando Christos no regresó. Supongo que
en realidad estaban tomando la clase como electiva, a pesar de que eran perras.
Vaya, ¿por qué estaba tan alterada de repente? Creo que fue el hecho de
que Cintura de Avispa se lamió los labios cuando miró a Christos. Sí, era una perra
de seguro.
Christos subió a la tarima y se desnudó. No tuve una reacción nada
remotamente parecida a la que había tenido la noche anterior, o incluso el primer
día de clase.
Christos estaba desnudo. Frente a una sala llena de personas, la mitad de las
cuales eran chicas. Dos de las cuales eran las engreídas chicas flamenco, ambas
ocupadas agitando sus melenas de cabello hacia el hombre con quien había
pasado la noche en mi cama. Y una Génesis muy desnuda, que parecía una súper
modelo y ahora estaba de pie completamente desnuda junto a Christos.
¿Qué carajos?
—Vamos a empezar con poses de un minuto, así que vamos a ver algo
dinámico —dijo el profesor.
Génesis deliberó brevemente con Christos en voz baja. Aunque su tono
sonaba de negocios, ¿qué hacía metiendo su nariz en el oído Christos?
Christos asintió.
Génesis tomó la mano de Christos entre las suyas y se inclinó hacia atrás de la
otra, equilibrando el peso de cada uno.
Estaban desnudos. Y tomados de la mano.
Creo que en ese momento perdí por completo la capacidad de dibujar. La
solución sensata sería para mí hacer las maletas y salir de la habitación corriendo
como el infierno.
De acuerdo. Pausa. Respira. No, no iba a ser así. No es como si estuvieran
sosteniéndose entre sí en sus brazos.
Bien, de acuerdo. Empecé a dibujar. Luego cambiaron poses. Y ellos estaban
sosteniéndose entre sí en sus brazos.
Mi carboncillo se partió en dos en mis dedos. Tuve que buscar otro.
Romeo miró mi bloc.
—No vamos a dibujar el hombre invisible y la mujer —siseó Romeo—. Dibuja
239 algo más, Sam.
Le disparé misiles con la mirada.
Sus ojos se abrieron.
—Lo la-men-to —susurró.
Para ser justos, la pose tenía un ambiente muy ballet a la misma. No porno, o
incluso escena de amor de clasificación R. Sino estilizada y clásica.
Tal vez podría hacer esto.
Christos se inclinó, apoyando a Génesis en sus brazos. Su espalda se arqueó
de manera espectacular, con la cabeza vuelta elegantemente a un lado, y su
brazo se extendió hasta delicados dedos extendidos.
Si no lo supiera, diría que habían practicado esta rutina juntos. Pero ¿cuándo?
Estuve con Christos la mayor parte del fin de semana. ¿No había pasado el sábado
preparándose para su show? ¿O se había deslizado fuera para estar desnudo con
Génesis? Estoy segura de que se conocían. ¿Cómo no, teniendo en cuenta lo
fluidas que eran sus poses juntos?
Fruncí el ceño y miré a mi bloc de dibujo. Todo lo que tenía era garabatos
negros. Lucían enojados y rencorosos. ¿Estaba celosa?
Dah.
Christos y Génesis cambiaron poses de nuevo. Ahora tenía los brazos
alrededor de su cintura en otra pose tipo ballet. Miré a Cintura de Avispa y estaba
masticando, literalmente, su labio inferior. Todo lo que necesitaba para completar
la escena era masajear su propio seno o meter sus dedos por sus pantalones. Grrr.
Oh, Dios mío. En secreto, puse mis ojos en blanco hacia ella, sacudí la cabeza
con disgusto, y eché chispas.
Tenía dos opciones. Podía apuñalar a Cintura de Avispa en el ojo con un lápiz,
o apuñalar a Génesis en el corazón con uno.
¿Por qué estaba siendo tan posesiva? Quiero decir, no es como si Christos y
yo estuviéramos saliendo. Había pasado la noche en mi casa. Nos habíamos
besado. Habíamos dormido juntos y desnudos. Ahora estaba desnudo y
prácticamente encima de Génesis. Voz Loca: ¿por qué tendría alguna razón para
estar enojada?
Aspiré profundamente, tratando de tirar fuera de mí mi comportamiento de
perra. Génesis había sido súper genial conmigo durante el descanso, y ni siquiera
me conocía. Además, ella obviamente estaba enfocada intensamente en su pose.
No estaba babeando por Christos como Cintura de Avispa lo estaba.
Exhalé mi ira.
Christos también se centró en lo que estaba haciendo. Su pose era parte de
una historia completa que la combinación de las suyas y el lenguaje corporal de
Génesis decían juntos. Tenía la cabeza vuelta lejos de Génesis, y él se quedó
mirando el suelo, desesperado. Él parecía estar tirando de ella por la cintura en una
dirección opuesta a la forma en que ella quería ir. Génesis apareció
completamente abierta y entregada en brazos Christos, sin embargo, una cierta
240 confusión se tensó en sus facciones, como si estuviera contemplando un escape.
Ellos eran distantes en su cercanía. Ella intentó huir mientras él la atrajo hacia
lo desconocido.
Dos amantes unidos, aún en conflicto.
Se sentía molesto simbólico y relevante para lo que yo estaba sintiendo en ese
momento. Cuando hice esa conexión, me puse a dibujar e hice algunas líneas.
Finalmente aprecié la belleza de la pose. Mis líneas ya no eran negras y
enojadas, sino llenas de luz y fluidas.
Las posturas continuaron durante veinte minutos. Me di cuenta de Christos
nunca me miró durante todo el tiempo. No estaba segura de si debía estar
ofendida y herida, o impresionada por su profesionalismo. Debido a que Génesis y
Christos hicieron un equipo increíble.
Cuando terminaron, Génesis se puso la bata y Christos puso sus vaqueros.
Echó un vistazo alrededor de la habitación. Momento de la verdad. ¿Por dónde
iba a ir?
Él asintió con la cabeza hacia Cintura de Avispa. Ella se desmayó. Perra.
Luego se volvió y se acercó a mi caballete.
—Sorpresa. —Sonrió ampliamente.
Romeo se inclinó delante de mí y estrechó la mano de Christos antes de que
pudiera ofrecer cualquier tontería de mal humor. Creo que estaba agradecida.
Kamiko se unió a nosotros.
—Hola, muchachos —dijo Christos para todos nosotros—. Me alegro de verlos.
—Hola, uh, Christos —dijo Kamiko—. ¡Tu muestra en la galería fue increíble! Tus
pinturas fueron increíbles.
—Gracias, Kamiko. —Sonrió.
Christos se inclinó y besó la comisura de mi boca.
—Hola, Samantha. —Sus ojos atraparon los míos. Admito que esto me puso
caliente por todas partes.
—Hola, Christos —solté con rigidez. Todavía estaba un tanto defensiva.
—¿Te las arreglaste para llevar nuestra querida Sam a casa sana y salva el
sábado? —preguntó Romeo.
La sonrisa de Christos se amplió aún más.
—Se podría decir que sí.
—Espero que no fuera una carga —bromeó Romeo.
—Ni un poco. Es demasiado fácil en los ojos para eso. —Acarició mi brazo con
el dorso de sus dedos.
—¿Cómo resultaron tus bocetos, Samantha? —Rodeó mi caballete para
conseguir una buena vista.
Me dio vergüenza de que viera las negras y enojadas puñaladas de carbón
241
que fueron mis primeros dibujos de él y Génesis. Estaba bastante segura de que él,
como artista, lo entendería. Todo lo que tenía que hacer, era no mostrar esa
página. Me volví hacia la última página de dibujos.
—Tengo muchas ganas de ver a la primera pareja de poses que hicimos —
dijo inocentemente—. Tenían una gran cantidad de energía dinámica. Tengo
curiosidad por cómo lo manejaste. —Llegó a dar la vuelta a las páginas.
Lo detuve y alisé la página hacia abajo.
—Oh, um, mi carbón rompió en ellas. Son terribles. —Le di una sonrisa culpable.
—Está bien —dijo extrañado—. ¿Qué hay de los otros?
Aquellos, estaba dispuesta a mostrar.
—Bien, Samantha. Tus gestos son mejores cada vez que los veo. Me gusta
mucho lo que hiciste con las caderas de Genesis en éste. Las líneas son simples.
Realmente captaste su estrecha cintura.
Quería preguntarle qué le hizo a las caderas de Génesis durante esa pose, ya
que tenía las manos sobre ellas. Pero mordí mis palabras. Estaba decidida a no ser
una perra celosa.
—Gracias.
Génesis desaceleró mientras pasaba por allí.
—Gran trabajo, Sam. ¡Me encanta la de la parte inferior derecha! —Ella
arrugó la nariz y sonrió, pero siguió caminando. Había temido que viniera y cubriera
sus brazos alrededor de Christos, pero no lo había hecho.
El temporizador sonó, señalando que el receso había terminado.
—Poses de cinco minutos, por favor —dijo el profesor Childress.
Christos y Génesis se desnudaron y posaron en el estrado.
—Lástima que Madison no está aquí para ver a Christos —susurró Romeo.
Puse los ojos en blanco.
—Eres una puta, Romeo —le susurré.
—Lo sé, ¿verdad? —Sonrió sin atisbo de culpa alguna.
Suspiré. Estaba un poco más tranquila, y me centré sobre todo en el dibujo.
Debido a que las posturas eran más largas, los modelos tenían que asumir posturas
más relajadas.
Durante la segunda postura, Christos me miró directamente. Lo vi sonreír
ligeramente. Lo miré a los ojos, de pronto decidida a hacerle sonreír por completo.
Hice un puchero con mis labios seductoramente. Bajé mis pestañas y
casualmente deslicé mis dedos hacia mi escote.
Él abrió los ojos y ladeó la cabeza de un cuarto de pulgada. Sacudió la
cabeza con minuciosidad, como si dijera: "Deja de hacer lo que estás haciendo."
Sus cejas levantadas advirtieron claramente: "O de lo contrario."
Le di una un movimiento de mi cabeza que daba a entender: "¿O si no qué?"
242
Puso los ojos y bajó la mirada al suelo. Ese no era el efecto que buscaba. Me
fastidió. Pero me di cuenta de que estaba luchando por contener su sonrisa. Su
rostro enrojeció.
Lo tenía. Estaba a punto de romperse. Pero luego respiró hondo y lo soltó
lentamente. Levantó los ojos a los míos y me miró estoicamente.
Eché un vistazo alrededor para asegurarme de que nadie me miraba. Todo el
mundo estaba ocupado dibujando. Entrecerré los ojos y acaricié mi vientre con mis
dedos. Me mordí el labio inferior. Deslicé mis dedos a través de la parte inferior de
mis senos, haciéndo cosquillas en ellos a través de mi camisa y el sujetador.
Entonces vi a Christos sacudirse. Lo digo en serio. Su... miembro. Se retorció de
nuevo. ¡Oh, mierda! ¿Qué había hecho? ¡No había pensado en esto! ¡Upsi!
Los ojos de Christos se abrieron por completo pánico. Me quedé helada. Él
estaba suplicando conmigo. Su pene creció muy ligeramente. ¡Mierda!
—Oh mi dios —gimió Romeo en un susurro ronco. Me miró, y vio lo que estaba
haciendo para Christos—. Lo que sea que estés haciendo, Sam, no te detengas…
¡Santa Mierda! ¡Estaba convirtiendo Dibujo en Vivo en El Show Pervertido de
Romeo! ¡Podría también haber tomado los penes de Romeo y Christos y
comenzado a masturbarlos! ¡Estaba loca!
Me sonrojé de color rojo remolacha y escondí mi rostro detrás de mi cuaderno
de dibujo, con miedo a ser testigo de la carnicería. Me imaginaba la policía moral
derribando la puerta en cualquier momento. Las hordas de policías agitando porras
y viejecitas ofendidas en los vestidos de la iglesia entrado como una estampida a
través de la habitación.
—Está bien empezar a dibujar en cualquier momento, Srta. Smith —dijo el
profesor Childress secamente por encima de mi hombro. Levantó las cejas y me
sonrió por encima de sus gafas.
Atrapada.
Cuando el profesor se marchó, me apoyé en mi cuaderno de dibujo,
enterrando mi cara.
En algún momento, me sostuve a mí misma... ¡no de la manera que estás
pensando! Y volví a dibujar. Christos parecía haberse recuperado. Su cara estaba
en blanco, su miembro en reposo.
Gracias a Dios.
Un minuto después, Christos y Génesis cambiaron poses. Se aseguró de que
estuviera de espaldas a mí.
Era lo mejor. No podía confiar en mí. ¡Ahhg!
Lo creas o no, lo hice por el resto de la clase de dibujo en realidad. Estaba
muy contenta con los resultados.
Génesis y Christos era geniales juntos. No muy geniales, esperaba. No podía
decidir si tenían una historia o no. Conociendo a Christos, probablemente. ¿Pero
qué más daba? No.
Después de la postura final de la clase, cuando los dos estuvieron vestidos,
243 Génesis le dijo a Christos:
—Me alegro de verte de nuevo, Adonis. —Ella sonrió ampliamente. ¿Sus ojos
brillaban? ¿Sus pupilas se ampliaron?
Mierda. Al menos ella lo llamaba Adonis. Tal vez no lo conocía tan bien. O
conocía a Adonis demasiado bien. Grrr.
Había estado observando sus pezones como un halcón durante las poses más
tarde, mirando a ver si se endurecían en cualquier momento, pero no podía
realmente decir. Tuve que admitir, que en parte lo hice para evitar más juegos
previos con Christos.
—Tú también, Génesis. —Christos le sonrió.
¿Estaba coqueteando?
—Siempre es un placer trabajar contigo —dijo—. Es bueno tener a alguien que
puede manejar las más intensas poses.
—Totalmente. —Sonrió.
Bueno, esto era demasiado. Le di a Romeo una mueca de desprecio de
"¿Puedes creer que esos dos?".
Romeo se encogió de hombros, confundido. Eché un vistazo a Kamiko. Ella
estaba empacando sus cosas. Incluso las chicas Flamenco le prestaban atención
a Christos y Génesis.
¿Era sólo yo? ¿Estaba enloqueciendo por nada?
—Hago mucho modelaje en la ciudad —le dijo Génesis a Christos—, y la gente
siempre está buscando parejas de poses. Si estás interesado. —No estaba segura
de si ella estaba sugiriendo algo, pero desde luego no me gustaba su uso de la
palabra “pareja”. O la frase “si estás interesado".
—Gracias, Génesis —dijo Christos sin problemas—. Aprecio totalmente la
oferta, pero mi agenda está bastante llena ahora. Tengo que terminar el trabajo
en mi próxima exposición en una galería. No voy a tener tiempo para el modelaje.
—Oh, no te preocupes. Pensé en preguntar. —Génesis le sonrió
profesionalmente.
Bueno, tal vez no estaba pescando con caña a mi hombre, quiero decir a
Christos.
—Si necesitas alguna modelo para tus nuevas pinturas —dijo el Génesis—,
dame una llamada.
¡Qué! Flexioné mis garras a mi lado.
—Lo haré —dijo Christos cortésmente.
—Tienes mi número, ¿no?
—Así es.
Mierda, él la conocía. Qué tan bien era la pregunta. O debería decir, ¿cuán
íntimamente? ¿En qué tan grande desastre me estaba metiendo? ¿Era estúpida
244 por enamorarme de Christos Adonis Manos?
—Tómalo con calma —le dijo Christos a Génesis en despedida. Luego se
acercó a mí, sin darle a Génesis otra mirada.
—Hola, Samantha. —Me sonrió seductoramente—. ¿Quieres conseguir el
almuerzo?
Me sentía atrapada, con ciertos celos haciendo que mi cara se afeara. Mis
ojos se movieron alrededor de la habitación. La primera cosa que noté fue la clara
mirada de decepción en el rostro de Cintura de Avispa porque Christos estaba
hablándome. Ella empacó su equipo de dibujo y salió de la habitación con su
secuaz, Pechugona. Bueno, eso era una buena señal.
—Vamos a comer —dijo Romeo, refiriéndose a sí mismo, Kamiko, Christos, y yo.
Christos esperaba mi consenso.
—Suena bien —dijo Kamiko—. Vamos, Sam.
Supongo que la decisión fue tomada por mí.
—Está bien. —Romeo sonrió como un imbécil. Tenía un enamoramiento con
Christos, pero de él no me preocupaba.
Le envié un mensaje a Madison para que se reuniera con nosotros en el Centro
de Estudiantes.
Mientras que los cuatro esperábamos en la fila por tacos de pescado, Romeo
y Kamiko discutían sobre los puntos más finos del más reciente episodio de
Adventure Time.
—Te extrañé —dijo Christos en silencio, con los ojos ardiendo en los míos.
Acarició la comisura de mis labios con el pulgar.
La corriente eléctrica se sacudió de su pulgar hacia abajo de mi espina dorsal.
Todavía estaba fastidiada por sus poses desnudas con Génesis.
Se inclinó y me besó suavemente. La electricidad se intensificó en rayos
llegando entre mis piernas, golpeando mi centro en sacudidas pulsantes.
—¿Pueden ustedes, al menos, colarse en un baño? —bromeó Romeo.
Kamiko rió.
—¡Son tan románticos!
Christos rompió el beso lentamente, arrastrando nuestros labios separados en
cámara lenta. Oh Dios, necesitábamos un momento a solas después de eso.
El rostro de Romeo se volvió pensativo.
—¿No se ve como un zombi en este momento? ¿Cómo que Christos bebió su
sangre y su vida convirtiéndola en un zombi?
—Eso haría de Christos un vampiro —lo corrigió Kamiko.
—Me estás confundiendo, Kamiko —dijo Romeo—. ¿Puede explicar eso en un
idioma que no sea Klingon?
—Los zombis no beben sangre, dah. Ellos te infectan con el virus zombi. Los
245 vampiros beben sangre.
—Ejem, nerd —tosió Romeo.
Christos se rió entre dientes.
—Voy a tener que estar de acuerdo con Kamiko en este caso, Romeo.
Además, prefiero pensar en mí mismo como un vampiro. Mucho más sexi.
—Los zombis pueden ser sexy, también —dijo Kamiko—. Los zombis sexis están
totalmente de moda en estos momentos.
—¡Alerta de nerd! —gritó Romeo—. ¿Cómo sabes estas cosas? —Demasiado
dramático, la personalidad humorística de Romeo obtenía lo mejor de nosotros.
Incluso Kamiko se unió a nuestra risa.
Pedimos nuestra comida y nos sentamos juntos.
—Así que, ¿ustedes dos están saliendo, o qué? —preguntó Romeo, comiendo
su tortilla de papas.
—¡Bien! ¡Alerta Sutil! —pinchó Kamiko.
—Admítelo, Kamiko, incluso tú quieres saber lo que está pasando entre Sam y
Supertrozo aquí.
Madison se acercó con una bandeja de comida y se sentó.
—¿Qué me perdí, chicos?
—Le estaba preguntando a los tortolitos si tenían algo de bow chicka bow
wow wow que reportar —dijo Romeo casualmente.
Mis ojos se abrieron de golpe.
—¿Has olvidado de tomar tu Ritalin esta mañana, Romeo? —dijo Kamiko
boquiabierta—. ¡Muestra buenos modales!
—Creo que la música de las películas porno es la banda sonora de la vida de
Romeo —dije.
—¡Sí! —gritó sin dudarlo.
Compartimos una risa.
—Así que, vamos, ustedes dos. ¿Cuál es su estatus oficial? —preguntó
Madison.
Estaba sosteniendo un taco de pescado, a punto de tomar un bocado. No
sabía qué diablos decir. Así que me pasé la antorcha.
—¿Christos? ¿Te importaría responder a eso? —Tal vez soné un poco más
sarcástica de lo que pretendí. Culpaba a lo de estar posando desnudo con
Génesis. Demándenme.
Él se rió entre dientes al masticar su comida. Todo el mundo lo miró, así que
sentía la presión de darse prisa y responder. Tomó un sorbo de su bebida para bajar
la comida.
—Bueno, no me gusta ponerle nombre a las cosas.
No me gustó el sonido de eso. Creo que vi Madison se levantarse en su asiento
de una pulgada o dos, como si estuviera lista para saltar. ¡Anda, Mads! ¡Rómpele
246 las pelotas! Si no lo hacía, yo lo haría, en unos cinco segundos.
—Las etiquetas tienden a sub-entregar. Son como fragmentos de sonido.
¿Qué significa estar saliendo, de todas formas? —Sonrió.
¿Por qué estaba sonriendo? No me gustaba a dónde iba esto en absoluto. Mi
estómago se apoderó en respuesta.
Él continuó:
—Para una pareja puede significar algo totalmente diferente de lo que hace
para otra. Quiero decir, algunas parejas casadas tienen relaciones abiertas. —
Tomó un sorbo de su bebida.
Me hundí en mi asiento. Aquí viene. La justificación masculina para hacer lo
que carajo el hombre quisiera cuando entusiasmaba a una mujer por un camino
de rosas.
—Si quieres una noción de las cosas, como 'somos exclusivos', ese no es mi
estilo. —Tomó un sorbo de su copa de nuevo.
Eché un vistazo a Madison, Romeo y Kamiko. Todas sus mandíbulas parecían
colgar abiertas como la mía. ¿Estaba recibiendo algún tipo de rechazo? ¿Delante
de mis mejores amigos?
—Prefiero una descripción clara de los hechos —dijo Christos confiado—.
Samantha es la mujer más hermosa que he visto en toda mi vida. Ella es también,
posiblemente, la más genial.
¿Eh?
—Más que eso, siento esta conexión increíble con ella que literalmente nunca
había sentido antes. El tipo de conexión que no sabías que era posible hasta que
la sentiste por primera vez. El tipo de conexión que probablemente viene una vez
en la vida, si eres un malditamente afortunado. —Sonrió a todos nosotros—. Y todos
sabemos que soy jodidamente afortunado. —Mostró su sonrisa socarrona—. Pero
no soy estúpido, tampoco. No hay manera de que tomaría la más mínima
posibilidad de arruinar las cosas con Samantha. El resto de las mujeres han dejado
de existir para mí.
Se echó hacia atrás en su silla, entrelazando sus dedos detrás de la cabeza
con orgullo.
Todo el mundo en la mesa estaba en completo silencio. Vi una mancha de
salsa de tortilla deslizarse por la esquina de la barbilla de Romeo. Todas nuestras
mandíbulas estaban en plena caída.
—Por lo tanto, llama a eso todo lo que quieras —dijo Christos cuando se inclinó
hacia delante y se metió un chip en la boca—. No tengo una palabra conveniente
para ello.
No sé si puedes desmayarte con la boca completamente abierta y caer
como una idiota, o no. ¿No se requiere el dorso de tu mano en la frente y un enorme
suspiro de chica? Técnicamente, sí. Pero puedo decir con confianza que en ese
momento, todos estábamos desmayados. Incluso Romeo. Lo vi en sus ojos
codiciosos.
247
Christos simplemente sonrió hacia nosotros, y se comió otro chip cubierto de
salsa.
Romeo farfulló, y sacudió la cabeza con violencia.
—Así que, ¿significa que las sacudidas están en plena marcha?
Christos rió profundamente.
—No, todavía no. —Me dirigió una mirada de sondeo a través de sus
pestañas—. Sam está a cargo de ese departamento.
Yo. Eh. Esperen. ¿Qué? Baja la velocidad. ¿Suspiro? ¿Me desmayo? ¿Me
atoro? ¿Caigo muerta de vergüenza y vértigo? Estaba completamente
confundida. ¿Qué demonios acababa de decir? Tenía que volver atrás y revisar las
cintas de la escena del crimen.
Madison rompió el silencio.
—Oh, Dios mío, Sam. Eso fue una especie de soneto de Shakespeare o algo
así.
—No iría al compararlo con el Bardo. —Romeo observó secamente—. Pero
creo que estoy mojado.
Kamiko hizo una mueca.
—Eww, Romeo. Nunca nos dijiste que pasó con la operación de cambio de
sexo.
Kamiko entregó la línea de manera tan perfecta, y era tan fuera de carácter
para ella que todos en el grupo estallamos en carcajadas. Creo que la gravedad
de lo que dijo Christos aumentó la forma en que tomamos la broma de Kamiko.
Sobre todo para mí.
Todavía no podía procesar por completo el hecho de lo que Christos había
declarado públicamente, la esencia del mismo sentimiento sincero que había
transmitido a mí en mi apartamento.
—Así que, de todos modos —dijo Madison—, ¿están saliendo, o qué?
Todo el mundo se echó a reír de nuevo.
—¿Has oído algo, Samantha? —preguntó Christos.
Estaba confundida.
—¿Eh?
—Me pareció oír algo hace un momento, pero como todas las otras mujeres
han dejado de existir, que no estaba seguro. —Me dio un beso en la mejilla.
—¿Te refieres a Mads?
—¿Quién es Mads?
Madison se rió entre dientes.
—Este tiene potencial, Sam.

248
Veinte
E
sa noche, Christos vino. Cenamos juntos, y pasó la noche en mi casa.
Hubo algunos besos antes de acostarnos, pero sobre todo estábamos
muy ocupados hablando de todo tipo de cosas, bromeando, y
divirtiéndonos, ambos estábamos agotados cuando llegamos a las
sábanas.
Me gustaba mucho eso. No había presión por parte de Christos para que las
cosas siempre terminaran en lo físico. Mi experiencia con las citas en la escuela
secundaria había sido todo sobre defendiéndome de los sobones.
No con Christos. Él simplemente quería estar conmigo.
También pasamos el rato el martes y miércoles por la noche. Cuando no
estaba estudiando para mis otras clases, Christos me daba lecciones extra de
dibujo. Nada me hubiera gustado más que dejar todas mis clases y estudiar arte a
tiempo completo con él, pero eso era pura fantasía.
Mi carrera no era de arte, y probablemente nunca lo sería. Pero me aseguré
de disfrutar cada momento que tenía un trozo de carbón o lápiz mecánico en la
249 mano. El jueves por la noche, nos detuvimos en la casa de Christos para recoger
algo. Él no me dijo de qué se trataba.
Spiridon estaba en la sala de lectura cuando llegamos. —¡Christos, pensé que
habías desaparecido! No te has olvidado de tu abuelo, ¿verdad?
Christos le sonrió con cariño a Spiridon. —Lo siento, Pappous. He estado muy
ocupado. Ya vuelvo. Tengo que tomar algo del estudio. —Él salió de la habitación.
Spiridon me sonrió. —¿Has robado a mi nieto, Samantha?
Sonreí. —No, señor Manos, quiero decir Spiridon. Él me ha robado. —Me di
cuenta de que me estaba llamando Samantha ahora. ¿Christos había estado
hablando con él acerca de mí?
—Por la forma en que Christos habla de ti, puede que tengas razón. —Sonrió.
Ahí lo tienes.
Christos volvió a entrar en la habitación. Sostenía un paquete envuelto para
regalo con un lazo y me lo ofreció. —Para ti.
—¡Oh, Christos! No deberías haberlo hecho. No es mi cumpleaños ni nada.
—¿Y? Ábrelo.
Quité la tarjeta y la leí. Decía:
Samantha-
Eres más de lo que crees. Descubre qué tan lejos puedes ir explorando tus
pasiones. Sueña en grande. No dejes que nadie te impida cumplir tus deseos más
salvajes. Se audaz.
-Christos
Mis ojos se humedecieron. Le sonreí a Christos. —Gracias, Christos. Esto
significa mucho.
—De nada, Samantha. —Él me dio un gran abrazo—. No te olvides de abrir el
resto del regalo.
Abrí el paquete. Era una caja de 96 crayones Crayola. Del tipo que tenía un
sacapuntas en la parte trasera.
Después del dibujo a lápiz que habíamos hechos juntos, y trabajar con los
niños en la biblioteca, era el regalo perfecto.
—¿Recuerdas que te dije que necesitaba empezar a pintar?
—¿Sí?
—Comienza con crayones. Comienza a poner color en tus dibujos. Un poco
al principio. En el momento que empieces a trabajar con pintura de verdad, no te
estarás preguntando acerca de qué hacer con tanto color.
Tiré mis brazos alrededor de él. —Gracias Christos. Yo… —Casi dije algo que
habría lamentado—. Eres, increíble Christos. —Me aparté para poder mirarlo a los
ojos—. De verdad lo eres.
250
Me abrazó por la cintura y tocó su frente con la mía. —Tú también lo eres,
Agápi mou8.
Fruncí el ceño. —¿Qué fue esa palabra que usaste? —Sonaba como un
galimatías9.
—Nada.
—¿Era eso una palabra griega?
Christos se apartó de nuestro abrazo.
¿Había dicho algo malo? Miré a mi alrededor y me di cuenta de que las cejas
de Spiridon estaban alzadas. Vi a Christos intercambiar una mirada con Spiridon.
Mis ojos se movían entre ellos.
—¿Me estoy perdiendo de algo aquí?
Ninguno iba a responder. Los ojos de Spiridon se zambulleron de nuevo en su
libro. Colocó un marcador y lo cerró. —¿Ustedes dos quieren cenar? Estaba a punto
de hacer algo.
—Nunca me dijiste que hablabas griego —le dije a Christos.
—Nunca preguntaste.
—¿Qué dijiste?
Él se encogió de hombros.

8 Agápi mou: Palabras griegas para decir Mi amor.


9 Galimatías: Es un término usado para describir un lenguaje complicado y casi sin sentido.
Spiridon se puso de pie y se acercó a Christos. Puso un brazo alrededor de su
nieto, apretó su hombro y salieron de la sala de estar.
—Únete a nosotros, Samantha —dijo Spiridon desde la cocina. Los seguí,
crayones en mano, totalmente confundida.
Christos y su abuelo prepararon rápidamente una pila de comida griega.
Trabajaron juntos como un equipo perfecto, bromeando y dándose codazos uno
al otro con cariño durante todo el proceso. Nunca había visto un comportamiento
como éste entre nadie en mi familia. Envidiaba de Christos el vínculo que compartía
con su abuelo. ¿Me pregunto si las cosas habían sido así con su papá también?
Cuando terminó la cena, lavé los platos. Spiridon trató de ayudar, pero me
negué. —Ustedes ya hicieron suficiente. Siéntense mientras limpio.
—Gracias, Samantha. Ella sí que es considerada, ¿verdad, Christos?
—La mejor —dijo.
Escondí mi sonrisa ruborizada al centrarme en los platos.
—Tiene un trasero increíble, también —dijo Christos.
Me di vuelta boquiabierta. —¡Christos! ¡No debes hablar así frente tu abuelo!
Spiridon se rió entre dientes. —Mi nieto es muy directo, Samantha. Él dice lo
que siente. No puedes condenarlo por su honestidad.
251 Christos arqueó las cejas. —¿Ves? Sólo estoy siendo honesto.
Definitivamente nunca había tenido nada que se acercara a una
conversación como esta con mis padres. No podía imaginarme diciéndole a mi
madre acerca de los increíbles abdominales de Christos delante de la gente, o en
su defecto con ella en privado. Nunca hablamos de chicos, sentimientos o
romance. Hablamos de las reglas de las citas, control de la natalidad y toques de
queda.
¿Había nacido en la familia equivocada?

Spiridon dio las buenas noches y se retiró a la parte superior de la casa, la cual
yo todavía no había visto. Christos y yo fuimos afuera.
Levantó la vista hacia el cielo nocturno. —La luna está llena esta noche. Está
súper brillante.
—Sí. —Miré hacia arriba a la bola de plata brillante.
—¿Quieres ver algo impresionante?
—Claro.
Christos nos llevó al comienzo del sendero que habíamos usado antes para
subir al mirador privado de su familia.
—¿No está un poco oscuro? ¿No necesitamos linternas?
—¿Puedes ver el camino?
—Sí, creo.
—Entonces no necesitamos linternas. Vamos.
—¿Es esto más de tus cosas de “Sin miedo”?
—No había pensado en ello, pero supongo que sí. —Él me devolvió la sonrisa.
Hicimos una excursión por la colina, el sendero como una línea pálida en la
oscuridad. Mis ojos se acostumbraron poco a poco y pude ver suficiente para evitar
tropezarme. Cuando llegamos al mirador, estaba sin aliento.
Me preocupé por estar de nuevo aquí con él. La primera vez, la que me temía
que fuera la última, había sido una perra completa. Recé para que no lo fuera a
arruinar esta noche.
Christos ya estaba sentado en el banquillo. Yo estaba caliente a causa del
esfuerzo. Me senté junto a él y automáticamente puso su brazo alrededor de mí
mientras me acurruqué contra su costado.
Entonces observé el paisaje. —Oh Dios mío. Es hermoso.
La luna se reflejaba en el Océano Pacífico. Nubes dispersas flotaban por la
esfera gigante de plata, delineadas con líneas delgadas de mercurio puro. Las olas
negras estaban tapadas con oropel de plata titilante. Sentí como si estuviera
viendo una ventana a un mundo extraño. Todo era familiar, pero dibujado con
magia por la luna aureolada.
—Siempre he preferido este lugar por la noche. Todo es muy tranquilo.
252 —Nunca había visto nada como esto. Gracias, Christos.
—Cualquier cosa por ti, Samantha.
Él me apretó contra su costado con un abrazo firme, luego volvió a
contemplar la vista. Era digna de una la contemplación silenciosa y prolongada.
Las palabras no podían hacerle justicia.
Con el tiempo, la calidez de nuestro esfuerzo se desvaneció. Me estremecí.
—¿Tienes frío?
— Sí, un poco.
—Déjame calentarte.
Se acercó y me llevó a su regazo así que quedé frente a él. Debido al asiento
trasero en el banquillo, no había lugar para poner mis piernas. Me vi obligada a
sentarme a horcajadas sobre él con mis piernas separadas, las rodillas altas y los
pies apoyados en el banco. Sentí su dureza presionando a través de sus pantalones
vaqueros contra mi suavidad. Quiero decir, justo donde todo se suponía que debía
ir. Sólo la delgada barrera de nuestra ropa se interponía entre mí, él, y el final. Su
eje se tensó contra mí. Me preocupaba que todo mi peso corporal estuviera
presionándose contra él y no quería hacerle daño.
—¿Te sientes cómodo así?
—¿De esta manera?
Me atrajo con fuerza hacia él. Me sorprendió, pero me gustó. Di un grito
ahogado cuando mi pecho se apretó contra el suyo. Mi trasero empujado hacia
atrás de mi y él agarró mis caderas con ambas manos. Yo tenía las manos sobre su
pecho.
—¿Mejor?
—Sí —murmuré.
—He estado esperando para probar tus labios durante toda la cena. No
podía dejar de mirarte a la boca mientras hablabas con mi abuelo.
—Lo noté. Parecías más callado de lo habitual.
Él se rió. —Tenía una buena razón.
Me incliné y lo besé con suavidad. Él respondió con un gemido y deslizó su
lengua en mi boca, buscando la mía. Las juntamos y me dejé llevar por la humedad
de todo. Cuando gemí y profundice el beso, él apretó mi trasero en un movimiento
de masaje hipnótico. Cada vez que apretaba con sus poderosos dedos, sacudidas
de placer salían desde mi centro. Instantáneamente estaba húmeda y ansiosa.
Sentí como si mis jeans fueran un cinturón de castidad. Tal vez eso estaba bien,
dadas las circunstancias. No estaba segura de que estaba dispuesta a ir más allá
de esto.
No es que estuviera decepcionada con lo que estábamos haciendo.
Me sorprendió al tomar uno de mis pechos a través de mi camiseta. Lo
masajeó suavemente. Me retorcí cada vez que sus dedos se contrajeron. Si él no se
253 detenía, era muy posible que yo me viniera.
Con los ojos cerrados, eché la cabeza hacia atrás y lancé un largo gemido
desinhibida. Nadie podría escucharme en la ladera remota. Me sentí libre al dejarlo
salir todo.
Christos se estremeció y gruñó ante el sonido de mi placer reprimido. En
respuesta, él empujó sus caderas hacia mí. Fue duro, pero bueno, como un enorme
caballo salvaje debajo de mí. No sabía que me gustaba duro.
Calientapollas.
Sentí que mi garganta se contraía súbitamente por el temor. Me congelé. No,
no ahora. No quería pensar en eso ahora. Traté de enterrarlo bajo la misma
montaña antigua de evasión que había utilizado en el pasado. ¿Dónde estaba mi
helado?
—¿Samantha ? ¿Te lastime?
Abrí los ojos y apoyé mi frente contra la de Christos. Desplazándome dentro
de su mirada, mi dolor se desvaneció.
Las voces en mi cabeza se calmaron. —Estoy bien. No te detengas
Él levantó la cabeza y me besó profundamente. Su lengua era el éxtasis en la
boca. Moví mi centro sobre él. Él gimió con avidez. Sabía que él quería más. Pero
¿yo? ¿Estaba lista? Tenía miedo de averiguarlo.
Levantó mi camiseta hasta que mi sujetador y pechos quedaron expuestos.
Con las dos manos, me apretó a través del material satinado. Lamió el pliegue entre
mi escote hasta que estaba resbaladizo. Su lengua bajó más, por debajo de mi
sujetador. Entonces, literalmente, me levantó del trasero para poder pasar su
lengua desde mi ombligo hasta el borde de mis jeans.
Él era increíblemente fuerte.
Estaba íntimamente consciente de cómo sus poderosos dedos me
separaban. Allí abajo. Otra oleada de energía se arremolinaba hacia fuera de mi
centro y subió hasta mis pechos.
Él me bajó a su regazo, luego deslizó la punta de su nariz hasta mi escote. Con
las yemas de los dedos me rozó a través de las costillas y luego tocó mis pezones a
través de mi sujetador. Necesitaba más. Mi sujetador estaba en el camino.
Él se echó hacia atrás. —Necesito ver sus senos. Por favor.
¿Estaba pidiendo permiso? —Sí.
Él desabrochó el sujetador y lo dobló hacia arriba. —Oh, Dios mío, son tan
perfectos desde este ángulo.
Él se dirigió a uno de mis pezones con una boca voraz. Su lengua rodeó la
punta, endureciéndolo hasta que quedó firme y erecto. Me estremecí hasta los
dedos de los pies. Envolví un brazo alrededor de su cuello y puse el otro en la parte
superior de su cabeza, hundiendo los dedos en su cabello grueso. Nunca había
experimentado el placer de esta manera. Hice un sonido de “uh,uh,uh”. Estaba
cayendo al borde de un profundo abismo.
254 Las experiencias anteriores me habían hecho creer que los juegos previos no
eran más que unos hormigueos, tal vez un poco de cosquillas entre las piernas y
mucho intercambio de saliva. Este era un viaje a otra dimensión. Un mundo infinito
que nunca había explorado.
Cambió de pezón y un nuevo rayo se disparó desde mi centro a la parte
superior de mi cabeza. Gemí. Apretó mi otro pecho en respuesta y empujó sus
caderas hacia arriba contra las mías con fuerza, lentamente, persistentemente.
Él gruñó, insatisfecho. No quería que se quedara con ganas. Me sentí como si
yo estuviera teniendo toda la diversión en ese momento y él era un león enjaulado,
pidiendo liberación.
—Oh, Christos —gemí.
Él siseó y me miró, su rostro se tensó en un gruñido salvaje. —Eres. Tan.
Jodidamente. Ardiente. Quiero estar dentro de ti. Ahora mismo.
Yo estaba divida por la indecisión, y mis pensamientos se hicieron cargo,
bloqueando la sensación.
No recordaba a Christos hablándole así a Paisley. Es cierto que sólo los había
espiado un minuto más o menos, pero no había sonado tan… hambriento. ¿Era
sólo yo?
—Samantha, te necesito más que nunca he necesitado a ninguna otra mujer
antes. Como si fueras la única mujer que ha caminado en esta tierra, la criatura
más femenina y hermosa que ha existido. Soy un hombre muerto de hambre sin
comida y eres mi sustento. Me estoy muriendo de sed y tú eres el agua más pura.
Me estoy sofocando sin ti. Eres como el oxígeno para mí, Samantha. Sin ti, no puedo
respirar. Me voy a morir si no te llevo con cada aliento que tomo. —Él inhaló
profundamente.
Su charla de tomarme me hizo querer tomarlo a él. De manera profunda. Por
completo. Luego drenaría toda su virilidad, apagando su sed, encendiendo el
fuego.
Salté ante la idea. Oh, Dios mío, ¿cuándo me había vuelto tan atrevida?
Contuve una risita.
—¿Qué? —Pude oír diversión en su voz.
—Nada, es una estupidez. —Bajé la cabeza hacia un lado para que no
pudiera ver la sonrisa en mi cara.
—Nada de lo que dices es estúpido. —Sonaba muy sincero.
Lo miré a los ojos, una cálida y acogedora sonrisa en mi cara. —Es por eso que
te am… —Me detuve. Mi garganta se cerró y tosí dos veces. Casi lo había dicho.
Una vez más. Vaya. ¡No se puede ir haciendo eso! ¡Era demasiado pronto!
Él no se molestó por ello. —¿Qué?
—Iba a decir, que eso es lo que me gusta tanto de ti, Christos. Todo lo que
dices es como la cosa más genuina, comprensiva y maravillosa que alguien podría
decir.
—Oh, pensé que ibas a decirme la palabra con A. —Él sonrió, sus hoyuelos
255 brillando en la pálida luz de la luna.
Dejé caer mi cabeza hasta que llegó a su pecho. Estaba tratando de
ocultarme, pero no había lugar para escapar. No es que quisiera escapar de su
agarre sobre mí.
—Volviendo a lo que estabas pensando antes, cuando estaba hablando
todo románticamente de que eres mi oxígeno. Lo qué querías decir, por cierto. ¿En
qué estabas pensando?
Giré mi cabeza contra él. —Uh uh.
—Me lo puedes decir No me reiré.
—Estoy avergonzada.
—Está bien, Samantha. Estoy seguro de que está bien.
—¿Me lo prometes?
—Lo prometo.
—Cuando dijiste que querías tomarme con cada aliento, pensé que quería
tomarte a ti. Dentro. —No podía creer que lo estaba diciendo—. Dentro, ya sabes,
dentro de mí.
—Ahh. Ya veo. Sí, no. Eso está bien. No tengo quejas de mi parte en ese
asunto. —Él besó la parte superior de mi cabeza—. Alguien tiene una mente sucia.
Golpeé mi puño contra su pecho. —¡No tengo una mente sucia!
—Está bien. Me gusta lo sucio.
Perra. Zorra. Puta.
Mis cejas se juntaron. —No soy una puta, Christos. —Sonó más duro de lo que
pensaba.
—Sé que no lo eres. ¿Cuándo te he dado esa impresión?
Esto estaba yendo a un territorio en el que no quería pensar. —Vamos a
olvidarnos de eso, ¿de acuerdo?
—Hey, mírame. —Levantó mi barbilla con dedos gentiles hasta que nuestros
ojos se encontraron. Tenía una mirada seria y cuidadosa—. Cualquier cosa que
quieras hacer, Samantha. Recuerda, hablar sucio, pensar sucio, está totalmente
bien. A mí me gusta un poco. —Él sonrió.
—¿En serio?
—Sip. Casi me vengo en los pantalones cuando dijiste que querías llevarme
dentro de ti. Tú.
—Nuh -uh.
—Entonces, uh huh. —Sonrió ampliamente.
—Te amo, Christos.
Oh, mierda. ¡Las palabras se deslizaron fuera, no pude evitarlo! Lo agarré con
mis brazos tan fuerte como pude, tenía miedo de que me tirara a un lado y corriera
por la montaña como la última vez. Al mismo tiempo, yo también quería salir
corriendo.
256
¿En quién me había convertido en ese momento? No le había dicho la
palabra amor a nadie desde... Él. Después de él, pensé que nunca podría decirlo
de nuevo. A nadie.
Pero acabo de hacerlo.
Mi cabeza estaba empezando a girar. Me alejé de Christos. Él no me soltaba.
Bajé mi camiseta sin tomarme la molestia de abrochar mi sostén.
—Con calma, Samantha. ¿A dónde vas?
—Tengo que irme. Ahora. ¡Déjame ir!
—Está bien. —Él me soltó.
Baje las piernas y corrí por el sendero. Ahora la situación se había invertido. Yo
era quien huía en una agonía emocional total.
Corrí colina abajo lentamente, insegura de mis pasos en la luz de la luna. Oí a
Christos cerca de mí. Él no trató de alcanzarme.
Cuando llegamos a la calle, corrió a mi lado. Esta cosa de huir se estaba
convirtiendo en un mal hábito con nosotros.
—Algo está mal, Samantha. ¿Quieres hablarme de ello?
¡Por supuesto que no! No le hice caso y seguí corriendo. Quería escaparme y
encontrarme con una pinta de helado y comer para quitarme la depresión. O saltar
de un acantilado. Mierda, debí haber hecho eso cuando me levanté de la banca
en la ladera.
—Háblame, Samantha.
¿Por qué tenía que ser tan jodidamente comprensivo? ¿Por qué no podía
dejar que me pudriera lejos en aislamiento? ¿Por qué no podía dejarme lamer la
herida en privado?
—Vete —sollocé.
Estaba tratando de correr, pero ahora estaba llorando y era imposible respirar.
Un calambre acuchilló mi lado y me encontré en mis rodillas.
Christos estuvo al instante a mi lado. —¿Estás bien?
Me apoyé en mis manos y sollocé. Las lágrimas, mocos y babas brotaban de
mi boca.
—No puedo, Christos. Es que no puedo —le vociferé.
—¿No puedes qué? —preguntó en voz baja, una mano en mi hombro.
—No puedo estar contigo. Así.
—¿ Así cómo?
—Como, ya sabes. Contigo dentro de mí.
—Está bien. Lo que sea que te haga sentir más segura y cómoda. ¿Vamos
demasiado rápido? Como que saltamos a las cosas.
Esa no era en absoluto la respuesta que estaba esperando. Me senté sobre
los talones. —No, es mi culpa. Yo lo quería. Pero no me di cuenta de lo que estaba
257 haciendo.
—¿Qué estás diciendo ? ¿Hay que volver a la cosa mentor manatí?
—Sí. Espera, ¿acabas de decir manatí?
—Lo hice. —Sonrió.
Me eché a reír, luego llorar. —¡Oh, Christos ! —Tiré mis brazos alrededor de él.
Me abrazó con fuerza. Lloré por un tiempo, luego me calmé. —¿Me estás llamando
una vaca de mar?
—Sí, lo hago. —Él se rió en voz baja—. Tienes ocho tetinas y necesita un
ordeño. Pero la leche es salada porque bebes el agua de mar, así que nadie la
compra. Entonces Aquaman, el granjero bajo el agua, tiene que venderte como
carne de hamburguesa.
—¿Qué? —Me reí sollozando.
—Es todo lo que se me ocurrió decir. Lo siento. —Me besó en la mejilla con
suavidad—. ¿Por qué no vamos a la casa de mi abuelo y tomamos algo caliente?
—Está bien.
La siguiente cosa que supe, me zambulló en sus brazos y me llevó a la casa.
Eran tres cuadras de distancia. Me sostuvo como si no pesara.

Después de que nuestro té estuvo listo, nos fuimos al patio trasero. La vista era
increíble. No tan impresionante como en la banca, pero bastante agradable. Nos
acurrucamos juntos en una tumbona junto a la piscina de Spiridon. Había una
pequeña mesa de cristal junto a la tumbona, donde pusimos nuestro té y platillos.
—Es tan gracioso que tu abuelo tiene una piscina y vive como a cinco
cuadras de la playa.
—Sí, él tiene una vida muy dura. Los beneficios de comprarla anticipada. Él
ha estado en esta casa desde antes de que yo naciera.
—Es realmente agradable. Nunca la he visto completa. ¿Cuán grande es?
—Creo que tiene seis dormitorios, digamos que un montón de baños, una
oficina, un estudio, una biblioteca de arte, el estudio. Pero basta ya de la charla.
¿Qué pasó allí? Sentí tu corazón pasar de abierto a bloqueado detrás de una
bóveda de un banco.
—¿Cómo puedes sentir mi corazón?
—No sé, simplemente puedo.
—¿Sientes el corazón de todas las mujeres con las que has estado?
—Ahora que lo pones de esa manera, te puedo decir exactamente por qué
sé cuando estás con el corazón abierto o cerrado.
—¿Cómo?
—Porque nunca antes lo había sentido.
—Eso es ridículo. ¿Me estás diciendo que ninguna de las muchas mujeres con
las que te has acostado han tenido el corazón abierto?
258 —Si lo tenían, nunca me di cuenta. Pero el tuyo es muy abierto conmigo. No
puedo dejar de sentirlo. Es como un terremoto cada vez que te abres. Entonces,
¿qué lo cerró esta noche?
Me incliné y recogí mi té, ahogándome.
—Como dije antes —animó—, puedes decirme lo que sea. Sácalo, déjalo ir.
En cuanto lo mantengas como un secreto, te corroera. Lo sé.
Quería creer en él. Pero temía que si le decía la verdad a Christos, me iba a
juzgar. Me alejaría y le pondría fin a nuestra relación en todos los niveles, incluso en
las tutorías. ¿Por qué no lo haría?
Una vez que él supiera lo terrible que era debajo de mi exterior de estudiante
de universidad suburbana, más allá de mi especialización en contaduría, estaría
horrorizado. Porque yo estaba horrorizada. De mí misma.
Era escoria, por lo que hice.
Si Christos pensaba que había escondido la mierda, no tenía ni idea. Mi culpa
y la vergüenza me habían estado matando lentamente durante más de dos años.
Busqué en mi cerebro por un cambio digno de tema. —Hey, ¿qué era esa
palabra que me llamaste antes de la cena? Cuando la dijiste, tu abuelo se veía
como si hubiera visto un fantasma o algo así.
—Tal vez lo hizo.
—Eso no tiene ningún sentido. ¿Cuál era la palabra?
—Fueron dos palabras. Agápi mou.
—Entonces, ¿qué significa? ¿Por qué es eso tan importante?
—Significa “mi amor”. No había dicho la palabra amor en más de una
década. Y mi abuelo lo sabe.
¿Eh? Processing, 404 not found10. La página Web no existe. ¿Qué demonios?
¿Eso significaba que había llamado su amor hace dos horas? ¡Él había logrado
colarse bajo el radar!
—¡Hey! ¡Me has engañado! Aquí estoy, preocupándome por haber soltado la
palabra con A ¡y ya la habías dicho! ¡No es justo!
Él se rió y me abrazó cariñosamente. —¿Es eso un problema?
—No, pero, quiero decir, ¿qué diablos? ¡Podrías haberme hecho sentir mejor
un poco antes! —pretendí que estaba molesta.
—Lo siento —sonrió.
—¿Por qué no has dicho la palabra amor en tanto tiempo?
—Esa es otra historia. Tienes que decirme lo tuyo. Acerca de Taylor.
El hecho de que Christos en secreto me había llamado su amor me dio valor.
Me dispuse a dejar caer mi bomba. Esperaba que no borrara mi creciente relación
con este hombre increíble. La única persona que sabía toda la historia de Taylor
era Él. Estaba a punto de cruzar una línea que nunca pensé que cruzaría.
259 Respiré profundamente. Se enganchó espasmódicamente cuando solté.
—No. Esta historia es acerca de Damián.
—¿Quién es Damián?
—Una persona terrible. Un error. Permíteme comenzar por el principio. —Bebí
un sorbo de té y me acurruqué en los brazos de Christos.
Iba a necesitar toda la ayuda y caricias que pudiera conseguir si iba a contar
esta historia por primera vez. Para el hombre al que le había dicho: "Te amo " hace
menos de treinta minutos.
El hombre que me llamó su amor.
OMG, yo estaba tan confundida en ese momento.

—Damián Wolfram fue el peor error que he cometido —le dije en voz baja.
—Cuando yo era una estudiante de segundo año en la escuela secundaria,
me enamoré de Damián, uno de último año. Él era sin duda el chico más caliente
en nuestra escuela. Todas las chicas estaban enamoradas de Damián. Era suave,
popular, rico y era capitán del equipo de lacrosse. Sus padres eran ricos, y estar
con Damián significaba acceso al club de campo y la alta sociedad en el brazo
de un ardiente total. ¿Qué chica adolescente no sueña con esas cosas?
—Si lo hubiera sabido mejor, o hubiera sido más madura, podría haberme
dado cuenta de que Damián no era el chico de oro que proyectaba. Él tenía un

10 Processing, 404 not found: Error de computadora cuando no encuentra un archivo.


lado oscuro. Pero lo ignoré. Me mentí a mí misma y me dije que su mal genio estaba
bien. Era sexy. A cada chica le gusta un chico malo melancólico, ¿no? —Le sonreí
a Christos.
—Los chicos malos no son todos iguales —respondió con confianza.
—Eso es seguro. —Bebí un sorbo de té y continué.
—En el principio de nuestra relación, me hice la de la vista gorda cada vez
que Damián se enojaba. Había una emoción al calmarlo cuando estaba enojado.
Era como si lo pudiera controlar. Podía domarlo. Eso me daba una sensación de
poder. Pensé que era la única persona que podía calmar a este tipo grande y
musculoso que era súper peligroso cuando nadie más podía. Pensé que era la cosa
más sexy del mundo.
—No puedo recordar cuántas veces lo detuve de entrar en una pelea por
besarlo o agarrarme a él. Pensé que lo podía controlar. Pero eso era una fantasía.
—No lo podía controlar. A menos de que ignorara mis propios sentimientos y
bloqueara el hecho de que su comportamiento me horrorizaba.
—Damián era una persona terrible. Un matón. No es el tipo de amigo que
alguna vez quiera. Pero me dije a mí misma que él era el tipo de amante que toda
niña quería. Y él me quería a mí. Estaba cegada de su locura. Pero me di cuenta
de que no estaba loco. Él era egoísta. Era rencoroso y era terrible.

260 Me volteé y miré a los ojos azules mágicos de Christos. Puse mi mano en su
mejilla. —Cuando te conocí, Christos, pensé que eras como Damián. Tenía miedo
de que fueras un mujeriego idiota. Pero no lo eres. Eres diferente. Hay una dulzura
en ti. Cada vez que te he visto ponerte violento, fue para protegerme. Pero nunca
para provocar a nadie, nunca para empezar nada. Simplemente lo acababas.
—Yo estaba protegiéndote a ti.
Sentí una tremenda sensación de orgullo en mi pecho. Me limpié una lágrima
de mis ojos y sollocé.
—Eres un buen hombre, Christos. Soy muy afortunada.
—Yo también —susurró.
—La noche que empecé a ver a través de la fachada de Damián, fue la
noche en que había planeado perder mi virginidad con él. Pero no la perdí esa
noche. Esa noche, él tomó algo mucho peor. Él tomó mi inocencia. Porque yo lo
dejé. No tuve el coraje para detenerlo.
—Habíamos estado saliendo durante seis meses en ese punto. Damián me
había estado presionando para tener relaciones sexuales por un tiempo. Nunca le
dije que quería que esperara porque no quería que él supiera que era virgen, pero
lo había descubierto por su cuenta. Nos habíamos besado un montón de veces,
pero no había dejado que las cosas fueran más allá tantas veces, que era obvio.
—La cosa es que Damián no era mi primer novio. Había estado con otros
chicos antes. Tenía dieciséis años.
—De todos modos, estuvimos juntos durante seis meses. Mis padres llegaron a
conocerlo. Lo amaban, pensaban que era una maravilla. No creo que alguna vez
vieran el lado oscuro de él que yo conocía tan bien.
—Mirando hacia atrás, me sorprende que no rompí con él. Pero el problema
era, que estar Damián Wolfram era como salir con el rey de Inglaterra. Todas las
chicas en mi escuela estaban muy celosas y querían sabotear mi relación, o
querían ser mis mejores amigas, sólo para poder estar cerca de él.
—Los chicos estaban igual de mal. Todo el mundo quería dormir con quien el
Rey Semental estaba saliendo, lo que quería decir conmigo. Me encantó la
atención. Excuso mi estúpido comportamiento debido a las hormonas
adolescentes.
—Me acuerdo de esas —Christos rió—. Creo que todavía tengo algo de sobra.
—Eres tan malo. —Manoteé su brazo.
—Odio desilusionarte, pero estoy bastante seguro de que esos chicos de tu
escuela secundaria te querían principalmente porque eres caliente.
—Sí, claro. —Lo dejé pasar.
—Nunca dejas de sorprenderme, Samantha cómo las mujeres más sexies que
conozco tienen la opinión más baja de su propia apariencia. Te llevas el premio.
Lo miré en silencio por un largo tiempo. Él me acarició el pelo. —Gracias —
261 murmuré. Bebí más té y luego continué mi historia.
—Así que, después de seis meses de presión de Damián y hablar
constantemente con mis amigas sobre cuán frecuentemente cada una tenía sexo
en mi escuela secundaria, decidí que no quería quedarme fuera de la
conversaciones por más tiempo. Quiero decir, ¿qué tan grave puede ser? Casi
todo el mundo en el planeta había tenido relaciones sexuales. ¿Por qué estaba
haciendo una gran cosa al respecto?
—Una tarde, durante clase, le envié un mensaje a Damián que decía que
estaba lista. Sabía exactamente lo que quería decir. Nosotros estábamos de suerte
ya que sus padres y los míos estarían fuera esa noche. Decidimos utilizar su casa,
porque era enorme, tenía su propio cuarto de baño conectado a su dormitorio y si
sus padres llegaban a casa temprano, tendríamos un montón de advertencia
previa cuando entraran a la casa.
—Él intentó que fuera especial. Me había comprado flores y me preparó una
cena fabulosa en la cocina de sus padres. Había buscado recetas en Internet y lo
hizo todo él mismo. Cuando por fin llegamos a su habitación, con tiempo de sobra
antes de que sus padres llegaran a casa, todo era perfecto. Había instalado velas
y tenía la lista de reproducción perfecta en su iPod. El entorno era más de lo que
un adolescente podría esperar. Sin torpezas en la parte de atrás de un auto
estrecho con ventanas empañadas como la mayoría de mis amigos. Tal vez era
demasiado perfecto, no lo sé.
—Caímos en la cama y empezamos a besarnos. Por alguna razón, yo no lo
sentía. No tengo idea de por qué. No sabía cómo decirle a Damián, así que seguí.
Cuando trató de quitar mi vestido, lo detuve.
—Tal vez fue toda la anticipación. Tal vez él había intentado muy duro hacer
todo a la perfección. Tal vez habíamos esperado demasiado tiempo y yo debería
haber dormido con él meses antes. Pero nunca se me ocurrió una vez que en el
fondo, sabía que Damián no era la persona adecuada para perder mi virginidad.
Pero no podía admitírmelo a mí misma en el momento. Había estado negando la
verdad por mucho tiempo.
—Así que me dije a mí misma que no estaba preparada para Damián esa
noche, que sólo necesitaba más tiempo para acostumbrarme a la idea. Recuerdo
cruzar los brazos sobre mi pecho de manera protectora. Damián me preguntó qué
estaba mal.
—Ahí fue cuando todo se fue al carajo.

262
Veintiuno
Tres años antes…

E
n la casa de Damián Wolfram
—¿Qué pasa? —preguntó Damián.
—Lo siento, Damián. Esta es mi primera vez. Sabes que lo es. Me
dijiste que podíamos esperar hasta que estuviera lista. Supongo que no estoy
preparada —le dije con pesar. Le di una sonrisa triste. Sabía que estaría
decepcionado. Me preocupaba que estuviera enojado. Y yo sabía exactamente
lo explosivo que podía ser—. No estás enojado conmigo, ¿verdad?
Damián se apartó de mí y se puso boca arriba, mirando el techo de la
habitación. Él no dijo nada durante un largo tiempo.
—¿Damián?
Suspiró profundamente. Muchas veces. Así era como empezaban las rabietas.
Como si estuviera construyendo una nube de humo.
263
Tenía miedo de moverme. Dio una palmada en la cama con la mano. Estaba
enojado. Le acaricié el brazo. —Lo siento tanto. Sé lo mucho que trataste de hacer
todo esto especial.
Rodé mi rodilla por encima de sus piernas y me acurruqué junto a él. Le apreté
el brazo y traté de calmarlo
—No te enojes. Lo haremos la próxima vez. Lo prometo.
—¿La próxima vez? ¿Quién dijo que iba a haber una próxima vez?
Estaba confundida. —Te amo, Damián.
No era la primera vez que se lo había dicho. Empecé a decir te amo después
de unos tres meses de noviazgo. Nunca me lo había dicho, pero todas mis amigas
me habían dicho que no ejerciera presión sobre él.
—Por supuesto que va a haber una próxima vez. Vamos a tener un montón
de oportunidades de hacer el amor. Pero no esta noche, ¿de acuerdo?
Levanté la vista hacia él. Él inclinó la barbilla hacia abajo y me frunció el ceño.
—Si me amaras, estaríamos teniendo relaciones sexuales en este momento.
Había una frialdad en la forma en que había dicho esas palabras que me
impactó. De repente yo dudaba de cada palabra tierna que alguna vez me había
dicho.
—Si me amaras, ya estarías sin vestido. —Había veneno en sus palabras. No
amor.
Me di la vuelta lejos de él hasta que mi espalda estuvo contra él. Abracé mis
codos a mi pecho y subí mis rodillas. No me amaba. Eso estaba claro. Me pregunté
si alguna vez había llegado siquiera a estar cerca de amarme. Me puse a llorar en
silencio. ¿Por qué no había visto esto antes?
—Deja de ser un bebé. ¿Quieres tener sexo o no?
Eso me hizo llorar más fuerte.
Suspiró con petulancia. —Cállate. No quiero escucharlo.
Ahogué un sollozo.
—¡Sopórtalo, o cállate la boca!
Lloré libremente. Una parte de mí quería voltearme hacia él y decirle lo
enfadada que estaba, lo mucho que me hería. Pero Damián siempre tenía que ser
la persona más enojada en la habitación. Sabía que era inútil. Deslicé mis piernas
fuera de la cama, buscando mis talones.
—Quiero irme a casa.
—¿Quieres irte? Te compré flores. Te hice la cena. Organice mi habitación
para hacerlo todo especial. Hice mi parte del trato. ¿Por qué tú no lo hiciste? ¿Eh?
¿Qué te pasa?
Me puse mis tacones uno a la vez. Me levanté, cogí mi abrigo, y lo puse sobre
mis hombros. Tomé mi bolso y doblé mis brazos de manera protectora sobre mis
264 pechos. —Quiero irme a casa.
Él se dobló en la cama. —¿Quieres irte? ¿Ahora? Joder, Sam, eres la peor
novia que he tenido.
—Por favor.
Dio un puñetazo en la cómoda, haciendo vibrar todo en la parte superior. —
¿Qué demonios, Sam? ¡Se supone que tendríamos sexo esta noche! ¡No vas a
ninguna parte!
Lo miré. Él se estaba preparando para una rabieta de dimensiones titánicas.
No podía tratar con él. —Voy a bajar a la planta baja. Por favor, llévame a casa. O
voy a llamar a mis padres.
Eso lo desencadenó. —¡Vete a la mierda, Sam! ¡Vete a la mierda! ¡Muy bien!
Baja las escaleras. ¡Voy a llevar tu culo gordo a casa!
Normalmente, siempre dejaba que Damián ganara el concurso de "¿quién es
el más enojado?". Pero esa noche, mi enojo salió a relucir. —¡No te necesito,
Damian! ¡No eres nada especial!
—¿No soy nada especial? Soy la única cosa especial que tienes, cariño. —La
forma en que dijo cariño no sonaba como una expresión de cariño—. Una vez que
me haya ido, dile adiós a la forma de vida pródiga. Vuelva a la monotonía del estilo
de vida de clase media aburrido como la mierda de tus padres.
Me tragué las lágrimas. De cierto modo, sabía que él tenía razón. Mis padres
eran aburridos. Tenían puestos de trabajo aburridos y aburridas vidas. Toda la
familia de Damián era como una historia de cubierta de Fortune 500. Estaría
mintiendo si dijera que su comportamiento me sorprendió. Simplemente fue más de
lo que ya había visto.
—Haces que suene muy mal, Damián. Tal vez yo soy lo especial y tú eres el
monótono.
Puntos para mí.
—No eres nada Sam. Sin mí, no eres nadie. Tú y tu puta familia aburrida. Soy
todo lo especial que tienen.
Le di la espalda y bajé las escaleras tan silenciosamente como pude. Le oí
golpear alrededor de su dormitorio mientras esperaba en el gigantesco vestíbulo
de sus padres, cerca de las elaboradas puertas dobles de cristal grabado. Pensé
en cómo una hermosa mansión podía contener una persona tan terrible. Ambos
eran bellos por fuera, feos por dentro.
Unos minutos después trotó escaleras abajo. Se había puesto una camiseta y
una sudadera.
—Vamos —gruñó.
Sostuve una última pizca de esperanza de que de alguna manera se calmara
y pudiéramos pasar el resto de la noche viendo una película o algo así. Cualquier
cosa. Simplemente no quería terminar así.
—Damián, por favor, ¿no puedes entender de dónde vengo? —le supliqué.
265 Sus ojos brillaron y su ira apuñaló mi corazón. —Es demasiado tarde para eso,
Sam. Tal vez puedas darle tu virginidad a algún cajero nocturno en una tienda.
Terminamos.
Me quedé de piedra. Lo miré sin comprender.
—Fuera. —Era una orden—. ¡Entra en el puto auto ya! —Abrió una de las
puertas de vidrios grabados en la entrada del vestíbulo—. ¡Ve!
Me sorprendió que no me empujara, o me arrastra del trasero hacia los
escalones de loza. Caminé rígidamente hacia su BMW, a través de la rotonda de
grava triturada, y subí al auto. Apreté mi abrigo fuertemente a mí alrededor,
deseando que fuera una especie de armadura mágica que bloqueara las
emociones. No quería sentir más de la ira quemando que emanaba de él.
Saltó en el asiento al conductor y cerró la puerta. Mientras colocaba su llave
en el encendido y aceleraba el motor, me dio una mueca de desprecio flagrante
final.
Lo único que pasaba por mi cabeza era que me sorprendió que no me hiciera
caminar a casa.

Presente

—Después de esa noche, mi corazón estaba roto. No podía creer que el joven
que pensaba que había amado podría ser tan rencoroso.
Christos estaba en silencio, con los ojos bajos. ¿Iba a decir algo?
Esperé y esperé. Temor se adentró en mi estómago y echó raíces.
Cuando Christos aún no había hablado, me entró el pánico. Creo que sintió
mi tensión. Sus ojos se estrecharon en una combinación de dolor y tal vez repulsión.
Fue en ese momento que me di cuenta del poder infinito de las palabras. Habían
transformado el hombre que me había estado sosteniendo amorosamente en sus
brazos hace unos pocos segundos a un completo desconocido.
Christos no me conocía. Él nunca lo hizo. Sólo conocía una idea de mí, una
rebanada delgada de la totalidad del pastel podrido. ¿Hubiera ayudado si se lo
hubiera dicho todo antes? ¿O se habría ido sin importar cuando se enterara? Me
puse a llorar. Yo y los hombres no fuimos designados para funcionar, después de
todo.
—Que hijo de puta tan idiota —susurró Christos—. Él no era un Rey Semental.
Él es el Rey de la basura. ¿Cómo pudo hacerte eso?
—Wuh, ¿qué?
—Si ese idiota estuviera aquí en este momento, me gustaría darle de comer
sus dientes. Te mereces mucho más que eso, Samantha. Ese tipo era sin corazón.
Lloré lágrimas de alivio y abracé a Christos. Puso mi cabeza en su pecho y me
consoló. Después de sentarnos en silencio durante un rato, fuimos dentro y pusimos
266 nuestras tazas de té en el fregadero, luego regresamos a mi apartamento.
Era tarde, así que nos desvestimos y nos metimos silenciosamente a la cama.
Cuando las luces estaban apagadas y Christos puso sus brazos alrededor de mí, lo
besé brevemente. —Buenas noches, Christos. Te amo —le susurré.
—Yo también te amo, agápi mou.
—Así que, um, o sé que no te gustan las etiquetas, pero ¿cómo nos llamarías
ahora? ¿Estamos saliendo?
—Creo que no hay palabras lo suficientemente grandes o lo suficientemente
buenas para describir lo que estamos haciendo. La primera que viene a mi mente
es Supercalifragilisticoexpiralidoso. Después de eso, no sé.
—¿No es eso de Mary Poppins?
—Sí. Me encantaba esa película cuando era un niño.
Todo acerca de Christos era inesperado. Siempre me sorprendía. —Nunca te
tomé por un fan de Disney.
—¿Por qué? ¿Debido a que a los tipos duros no les gustan los musicales de
dibujos animados? —Me di cuenta de que tenía sus hoyuelos en la oscuridad por
el sonido de su voz.
—Sí.
—Desafío todos los estereotipos —dijo con orgullo.
—Sí que lo haces. Pero, ¿es posible que puedas mantenerte en un
estereotipo?
—¿Cuál tienes en mente?
—¿Uno en el que estamos de acuerdo en que ser exclusivos?
—¿Quieres decir que no quieres ver a otras personas y no quieres que yo vea
a otras personas?
Me preocupaba que tuviera que pedir una aclaración. ¿No todo el mundo
sabe lo que significa exclusivo? Creo que él sintió mi incomodidad. —No te
preocupes, Samantha. Solamente hay una mujer perfecta para mí en este planeta
y tú eres ella. Te deseo, y sólo a ti. Eres mi primera y única.
Suspiré audiblemente. —Puedo vivir con eso.
—Bueno, porque tienes todo de mí.
—Te amo, Christos. Te amo mucho.
—Yo también te amo, Agápi mou.
—¿Sin importa qué?
—No importa lo que pase. Espero que sientas lo mismo por mí.
¿Detecto una nota de duda en su voz? ¿El más mínimo toque? ¿Me estaba
perdiendo de algo? ¿Había algo que Christos no me estaba diciendo? ¿O estaba
imaginando cosas? Sentí un temor repentino. No debido a la fisura de duda que
había aparecido de repente en mi percepción de Christos.
Sino por lo que yo no le había dicho.
267 Todas las partes acerca de la historia Damián que había dejado fuera. Todo
lo que había sucedido después de que me había subido en el auto de Damián. Las
partes de la historia que tenía miedo de decirle incluso a Christos porque estaba
muy avergonzada de lo que había hecho. Las que demostraban más allá de toda
duda de que yo era una persona terrible.
Las que si Christos escuchaba, haría que saliera corriendo tan rápido como
pudiera.
La parte de la historia de Taylor.

A la mañana siguiente, me desperté sintiéndome muy bien. La noche anterior


había sido muy catártica, aunque Christos no sabía toda la verdad. Lo llevé a la
casa de su abuelo en el camino a la escuela para que pudiera recoger su
motocicleta. El sol comenzaba a asomarse sobre las colinas al este.
—¿Vas a ser nuestro modelo de dibujo secreto de nuevo hoy? —le pregunté
mientras seguíamos sentados en mi auto.
—Lo siento, tengo trabajo real que hacer. —Sonrió.
—¿Estás diciendo que haber tenido a Génesis desnuda encima de ti no era
un trabajo ? ¿Debido a que era divertido? —¿Sonaba celosa? Caray, nunca se
acababa conmigo.
—¿Sigues preocupado por eso?
—Más o menos. —Me sentí tan inmadura.
—Mira, acepté modelar para el profesor Childress hace semanas. Yo en serio
no creí que te importaría. Quiero decir, eres mucho más linda que Génesis de todos
modos.
—¿En serio?
Él negó con la cabeza. —¿No te dije que las mujeres más calientes son las más
inseguras? Probablemente te miras a un espejo y te imaginas que hace trucos de
espejos deformantes que te hacen ver como la mujer elefante.
Tenía miedo de contestar para no incriminarme.
—¡Ves!¡Tenía tanta razón! ¡Piensas así!
—Hey. —Sentí que se estaba burlando de mí.
—Déjalo ir, Agápi mou. Eres mucho más que apariencia para mí, de todos
modos. —Él me besó suavemente en la esquina de la boca.
—¿En serio? —Hice un puchero.
—Sí. Te quiero. A nadie más. Si realmente te molesta, puedo rechazar hacer
poses de pareja, o incluso posar solo. No es como si fuera mi trabajo. Todo depende
de ti.
Me encogí de hombros. —¿Puedo recordártelo?
268 Me revolvió el cabello. —Sí, Agápi mou. Ahora es mejor te vayas o vas a llegar
tarde a clase.
¿Por qué era que ahora que tenía a Christos en lo único que podía pensar
era en perderlo? Eso no era muy sin miedo de mí. Había oído hablar de profecías
autocumplidas, y pensé que tal vez quisiera trabajar en mi inseguridad. De lo
contrario, podría arruinar las cosas yo mí misma. —Te amo, Christos.
—Yo también te quiero, Samantha. —Se inclinó y me besó profundamente,
con lengua y todo, antes de llegar a salir de mi VW.
Hizo un gesto con la mano cuando encendí el motor.
—¡Adiós! —Saludé mientras conducía para alejarme.
Me olvidé de Christos posando desnudo con Génesis en el camino a la
escuela. Porque en todo lo que podía pensar era en las cosas indecentes que la
lengua Christos me hacía sentir entre las piernas cada vez que la deslizaba en mi
boca.
Me encontré con Madison para ir a Fundamentos de la Contabilidad, de
nuevo sin café. Después de clase, nos fuimos andando al Centro de Estudiantes
para comprar café en Toasted Roast.
Hicimos la fila y gemí cuando me di cuenta de que Tiffany Kingston-
Whitehouse y dos de sus compinches Delta Pi Delta estaban delante de nosotras.
Hice todo lo posible por ignorarlas mientras charlaba con Madison. Cuando Tiffany
y Compañía habían comprado su café y estaban en el camino de salida, pasaron
junto a Madison y yo.
—Oh —dijo Tiffany cuando me vio, como si hubiera descubierto mierda de
perro en su zapato—. Eres tú.
—¿Por qué estás hablando con la chusma , Tiff ? —La morenaza de Delta Pi
Delta preguntó—. Podrías contagiarte una enfermedad social.
La otra compinche se rió.
—Oh, ya sabes —dijo Tiffany—. Es imposible apartar la mirada de un
espectáculo de fenómenos.
—¡Estás enojada porque Christos recapacitó y tiró tu trasero a la calle por
alguien mejor que tú! —dijo Madison, desafiante.
Tiffany miró a Madison como si acabara de pronunciar una ofensa a la reina.
—¿Mejor que yo? —ella se burló—. Tu amiga es tan nada, que ni siquiera voy a
dirigirme a ella directamente —le dijo Tiffany a Madison, sin mirarme.
Wow, Tiffany y Damián serían uno para el otro. Tal vez él podría hacerle entrar
en razón a ella. ¿Acabo de pensar eso? Lo siento.
—¿Quién es Christos? —La compinche morena preguntó.
Tiffany puso los ojos en blanco con una perfección de perra. —Está hablando
de Adonis, imbécil.
—Oh —dijo la morena, reprendida.
269 —No te preocupes, Cualquiera Que Sea Tu Nombre —dijo Tiffany, dirigiéndose
a Madison—. Christos recobrará su cordura lo suficientemente pronto. Él no va a
perder el tiempo con una sencilla Jane como tu amiga donnadie para siempre. —
Ella inclinó la nariz hacia arriba y se marchó, pero no sin agitar un reguero de café
en la parte superior de la taza que estuvo peligrosamente cerca de caer en todo
mi suéter blanco manga larga.
—¡Hey! —grité.
—¡Fallaste, perra! —Madison gritó.
Tiffany se alejó, ladeando sus caderas de lado a lado como una modelo de
desfile de modas exagerada. Su cabello rubio perfecto se balanceó
perfectamente. Ella puso su brazo sobre la cabeza y nos mostró el dedo sin mirar
hacia atrás, sus muchas pulseras tintinearon alrededor de su muñeca.
Sus dos compinches se posaron simultáneamente a ambos lados de ella y se
voltearon hacia Madison y yo para dirigirnos un par de miradas fétidas flagrantes y
nos mostraron sus dedos del medio.
—Perras totales —dijo Madison.
—Gemido —le dije.
—¿Es imbécil el término apropiado para imbéciles femeninas? ¿O es eso sólo
para los hombres? —Madison reflexionó.
—¿Putimbeciles? —sugerí, diciéndolo una forma alternativa.
Ella se rió. —Suena demasiado como Putas. Me quedaré con Insinuadoras.
Suena más como un insulto.
—Insinuadora será.
—¡Insinuadoras! —Madison gritaban tras ellos, a pesar de que se han ido hace
rato.

Esa noche, después de clases, Christos y yo pedimos comida tailandesa para


llevar y comimos la cena en mi apartamento. Nos sentamos en la alfombra
alrededor de mi mesa de café, haciendo pinturas de crayón con la caja de
Crayolas que Christos me había dado como regalo. Cajas abiertas de comida
tailandesa y platos medio vacíos nos rodeaban mientras trabajamos.
Estaba llenando un anillo con un color verde azulado en la esquina de nuestra
imagen conjunta. —Me debes una historia acerca de por qué no has utilizado la
palabra amor en un tiempo tan largo.
—Así es —dijo en voz baja. Él asintió con la cabeza mientras hacía una
mancha con el lápiz de color fucsia en su lado de la página—. Pero primero, estoy
bastante seguro de que no puedes colorear bien con crayones sin helado. ¿No te
parece?
Hice una mueca. Mi estúpido suministro de helado del tamaño de Costco
todavía se burlaba de mí cada vez que abría el congelador. No lo había respuesto
en un tiempo pero estaba reacia a tirarlo. —Yo, uh, ¿supongo?

270 Se dirigió a la cocina. —Sacaré un poco con la cuchara. —Él buscó en el


cajón de los cubiertos, y a continuación, regresó con dos modestos tazones de
menta con chips de de chocolate
Podía hacer esto sin culpa ni disgusto.
Mientras comíamos nuestro helado, Christos me habló de los nuevos cuadros
que estaba preparando para su siguiente muestra. Creo que él estaba evadiendo
la historia que me debía, pero estaba tan entusiasmado con su proyecto actual
que no quería detenerlo. También me di cuenta de que yo estaba disfrutando
completamente mi helado como una persona normal y no como alguien que
amaba/odiaba la comida chatarra.
¿Cómo se las arreglaba Christos para hacerme sentir tan a gusto?
Puse mi tazón vacío en la mesa y me recosté contra los pies del sofá. —Suena
como si fueras a estar súper ocupado pintando y con tus estudios. ¿Cómo se
supone que vas a encontrar tiempo para mí?
—Encontraré tiempo. Si tengo que tomarme un trimestre libre de la escuela, a
nadie le va a importar.
—¡Eso es una locura! No te puedes tomar tiempo libre de la universidad por
una chica, Christos. —Sonaba como mi madre. ¿Por qué estaba siendo la Sra.
Sensible, de repente? Probablemente el latente afecto de una paternidad
responsable.
—Acabo de tener una exposición en una galería con venta total. Hice un
montón de dinero en efectivo. Y eso es bueno para la reputación de SDU.
Colaborarán conmigo. —Él metió helado en su boca.
—Suenas tan seguro.
—Bueno, considerando todo lo que mi abuelo y mi padre han hecho por la
universidad, básicamente no lo deben.
—¿En serio? ¿Cómo?
—Oh, mi abuelo ayudó a fundar el programa de arte. Así es como conoce a
la profesora Childress tan bien. Y mi padre donó mucho dinero para mantener el
programa a la vanguardia, lo que ni siquiera es gracioso.
Por un momento, se pareció vagamente a Damián. No me gustaba en
absoluto. Como si el dinero de su familia le comprara privilegios. Estaba disgustada,
¿o quizás celosa? No estaba segura. Pero sabía que Christos era muy, muy diferente
de Damián. A menos que él fuera un maestro en el engaño. Damián no disimulaba
mucho. Estaba demasiado enojado como para ocultarlo. ¿Tal vez Christos era de
alguna manera peor, y no podía verlo todavía? Se las había arreglado para
esquivar mi pregunta acerca de no usar la palabra "amor" dos veces. No quería
pensar en ello, así que me agarré a lo más disponible para decir.
—Vaya, tu familia está realmente involucrada con la universidad. Creo que
mi papá envía cien dólares a su alma mater cada año, pero eso es todo.
Christos estaba coloreando de nuevo. —Cuando la carrera artística de mi
padre estalló, tenía dinero saliendo de sus oídos. El dinero no resuelve todo, pero
seguro que ayuda.
271
—¿Qué quieres decir? —le pregunté, cogiendo un lápiz de color mandarina.
—Mi padre es un pintor abstracto. Formas, colores, texturas. Quería hacer arte
realista, como mi abuelo. Pero mi abuelo tenía el mercado encerrado al comienzo
de la carrera de mi padre. Todo el mundo comparaba los paisajes de papá con
los de mi abuelo. En ese momento, nadie estaba comprando mucho con respecto
a arte figurativo, ya sabes, con gente en él, algo diferente a retratos. Mi papá no
quería hacer eso tampoco. Claro, pintar personajes famosos paga bastante bien,
y tú ganas una cierta notoriedad por ello. Pero sigue siendo esencialmente un
trabajo.
—Entonces él miró lo que se estaba vendiendo, y era lo abstracto. Mi padre
entendió que el arte abstracto era fundamentalmente acerca de la expresión
emocional a través de la composición pura, sin el uso de narrativa.
—No lo entiendo —lo interrumpí, sintiéndome un tanto ignorante.
—El arte narrativo son cosas reconocibles: personas, edificios, paisajes,
acontecimientos históricos, etc. El abstracto no usa ninguno de esos elementos
¿Recuerdas lo que dije de Kandisky en el museo del campus?
—Uh…
Christos sonrió con indulgencia. —El arte abstracto se trata de explorar la
emoción pura. Cosas como: esta forma me hace enojar. Este color me pone triste
¿Qué pasa si pongo los dos juntos? ¿Cómo me siento cuando veo la pintura? Ese
tipo de cosas.
—Oh, ya veo. —Supongo.
—De todos modos, mi padre lo consiguió totalmente, y se volvió loco,
haciendo lienzo tras lienzo. Y ¿adivina qué? Se vendieron. En todo el mundo.
Cualquier coleccionista serio tiene una o más de las pinturas de mi padre en su
colección privada. Fue realmente ridículo por un rato. Mi papá se convirtió en una
celebridad del arte. Él podría cagar en un lienzo y venderlo por un millón en su
mejor momento. —Christos soltó el lápiz y cogió su tazón helado.
—¿Y ahora? —le pregunté, estupefacta.
Yo nunca había conocido a nadie de primera o segunda mano que era
remotamente tan exitoso como el padre Christos. Era como escuchar una historia
sobre algún heroico dios griego que fue grabado en tablas de piedra y pasa de
generación en generación para asombrar a la gente. Personas que nunca
conocerían el héroe mítico de la historia. Como si fuera sólo para hacerlos creer,
para inspirarlos. Pero esta historia era real. Había visto suficientes pruebas para
saberlo.
—Mi papá todavía vende. Cuando se toma la molestia de pintar. Pero él bebe
jodidamente demasiado. —Christos puso su tazón de helado en la mesa con una
mirada de disgusto en su rostro. Me di cuenta de que no era el helado lo que lo
estaba molestándolo.
—¿Por qué tu papá bebe si él tuvo tanto éxito? No lo entiendo.
—Debido a que odiaba lo que estaba haciendo. En el fondo, a él no le
272 importa una mierda el arte abstracto.
—¿Pero por qué ? ¿Si se paga tan bien y lo hizo famoso?
Christos parecía completamente miserable. No tenía sentido para mí. —
Espera hasta que seas tan exitoso como él es, entonces te darás cuenta —él hizo
una mueca.
—Nunca voy a ser tan exitosa —me burlé—. Es posible que tu si, Christos. Sólo
espero tener un techo sobre mi cabeza y tener un auto que funcione.
—Hay que soñar en más grande que eso, Samantha. Mira mi situación. Yo ya
estoy haciendo dinero. Tú también puedes.
—No lo creo. Tú tienes más habilidad que yo. Tal vez dentro de veinte años. Si
me quedo con esto. —Mi voz cayó en un tono deprimido y confuso. No podía
ocultar mis verdaderos sentimientos sobre este tema.
—¿Por qué crees que quería seguir siendo tu mentor? —preguntó, como si la
respuesta fuera obvia.
—No lo sé. ¿Porque me amas?
—No. Porque creo en ti. —Él puso una mano tranquilizadora en mi hombro—.
Creí en ti mucho antes de que supiera que te amaba. Vi tu talento en bruto. —Él
esbozó una sonrisa con hoyuelos—. Y sabía que eras jodidamente caliente. ¿Por
qué no iba a querer ser tu mentor?
Esos fueron demasiados elogios a la vez Algo se agitó en mi pecho y mi
estómago revoloteo. ¿Cómo podía estar tan seguro de mí cuando yo tenía tantas
dudas sobre mí misma? El calor corrió por mi cuerpo. Mis párpados se agitaron y
creo que gemí cuando simplemente quise exhalar. ¿Cómo me hacía esto, todo el
tiempo?
Mierda, me estaba distrayendo de nuevo. Controlé mi lujuria y lo perforé con
la mirada.
—Christos , todavía no me has dicho por qué no has dicho la palabra amor
en tanto tiempo. Ya te conté sobre Damián. Tienes que mantener tu parte.
—Estaba llegando a eso. —Se levantó y respiró hondo. Entonces él comenzó
a caminar por mi sala de estar, como si estuviera huyendo de la verdad, pero no
tenía dónde ir, excepto dejarlo salir.
—La última mujer a la que le dije que la quería fue mi mamá. Se lo decía casi
todos los días, justo hasta el día que dejo a mi padre. Recuerdo que mi papá le
rogó una y otra vez para que no se fuera porque la amaba. Puedo escuchar su voz
en mi cabeza, suplicando “Te amo, Vesile, te amo. No te vayas, mi amor. Te
necesito”. Mi mamá lo ignoró y salió por la puerta de nuestra casa. La odié tanto
por irse, que me juré que nunca volvería a cometer el error de decirle a una mujer
que la amaba. Ni siquiera a mi madre.
Christos se veía como si estuviera reviviendo el momento. Quería tocarlo, para
consolarlo, pero sentía que necesitaba espacio. Me senté en el sofá, con los codos
sobre las rodillas, juntando los dedos en frente de mi cara.
—Después de eso —dijo—, tendía a no confiar en ninguna mujer. Las evité.
273 Pero cuando la pubertad golpeó, tuve que lograr algún tipo de paz con las mujeres,
porque sentía esa necesidad de ellas, ese anhelo que no podía ignorar. Hice una
promesa de que no iba a dejar que una mujer se acercara a mí como mi padre
con mi madre. Era demasiado peligroso. Vi de primera mano la forma en que lo
destruyó y el dolor que mi mamá me generó cuando me dejó fue devastador. No
iba a invitar a más dolor al amar a alguien como mi padre había amado a mi
mamá.
—Así que cada vez que una de las chicas que estaba viendo mencionaba
amor, me cerraba, o lo dejaba pasar para poder estar con ella. Me sentía como
una mierda, pero no me importaba. Quería liberarme y ellas lo querían también.
Pero eso era todo lo que podía darles. Fue un escape de mi dolor.
—Mi corazón roto nunca sanó. Vi el amor como una prisión, un lugar al que
voluntariamente se ingresaba y cerrabas las rejas en ti mismo. Un lugar donde se
corría el riesgo de ser golpeado sin previo aviso por las personas crueles que habías
atrapado en el interior.
Christos exhaló profundamente, dejándose caer.
La forma en que lo dijo sonaba tan horrible. No podía asimilarlo. —¿Todavía
hablas con tu mamá?
—Pocas veces. Cuando cumplí los dieciocho años, no tenía que visitarla si no
quería. Y puedes apostar que malditamente no lo hice, después de la forma en
que ella acabó con mi familia. Se mudó a Nueva York poco después de eso.
Entonces era fácil evitarla.
Lágrimas silenciosas goteaban de sus ojos. Se las limpió con el antebrazo.
—Oh, Christos, eso es terrible. —Me levanté, lo abracé y lo besé en la mejilla
con suavidad. No podía imaginarme su dolor. No creo que yo fuera lo
suficientemente cercana a mis padres para sentirme tan mal por perderlos. Por otra
parte, todavía tenía a ambos. No sabía cómo me sentiría si mi madre dejara a mi
padre—. ¿Por qué se fue tu madre, si no te importa que pregunte?
Él se rió entre lágrimas. —Lo gracioso es, que no fue por la bebida. ¿Recuerdas
que te dije cuan exitoso mi papá era? ¿Y lo miserable?
—¿Sí?
—Mi mamá lo ayudó a construir su carrera. Lo creas o no, el nombre de mi
mamá, Vesile, significa “inundación de fama” en turco. Ella era la mitad de la razón
de que mi padre se volviera puso tan famoso. Podía vender sus pinturas como
nadie más. El único problema era, que entre más éxito conseguía mi papá, más se
odiaba a sí mismo por convertirse en algo que él nunca quiso ser. No podía culpar
a mi madre. Ella pensó que era lo que él había querido. Pero mi padre nunca
admitió su propia verdad a sí mismo. Mi madre sólo estaba tratando de ayudar.
—Oh, Christos. Eso es trágico. —Lo solté y empezó a pasearse de nuevo.
—Lo sé, ¿verdad? —Él lloró abiertamente y de forma continua—. Mi madre
amaba a mi padre, y le ayudó de la mejor manera que pudo, pero mi padre era
autodestructivo todo el tiempo. Yo no entendía que era lo que estaba pasando,
era sólo un niño. Pero lo descubrí en los últimos años, hablando con mi padre al
274 respecto, y de vez en cuando, mi madre.
—¿Ves a tu madre en absoluto?
—En realidad no. Tal vez una vez al año. Si eso. Todavía es incómodo estar
alrededor de ella.
—¿La has perdonado?
Dejó de caminar y me miró como si acabara de anunciar la cura para el
cáncer. Él parpadeó.
—¿No, verdad?
Él bajó la cabeza. — No. —Las lágrimas goteaban de sus ojos, cayendo a la
alfombra.
—Si estás en lo cierto acerca de tu padre, entonces tienes que perdonar a tu
madre. No sé si tu mamá se sentía como si se hubiera convertido en la fuente de la
miseria de tu padre, o la causa de su alcoholismo o que. Pero estoy segura de que
ella se sentía muy mal.
—Nunca pensé en eso. En todo lo que podía pensar era en el hecho de que
ella se fue. Rompió la familia. Incluso si las cosas estaban mal.
—¿Tal vez estaba tratando de salvar a la familia, dándole espacio a tu papá?
Me miró esperanzado, luego sacudió la cabeza. —No sé, Samantha. Tiene
sentido, pero eso no ayuda para nada con mi dolor.
—Ven, siéntate conmigo. — Le di unas palmaditas al cojín del sofá. Se sentó y
lo abracé—. Tal vez esto ayude. — Besé su mejilla, besé la comisura de la boca, su
sien.
Lloró durante mucho mientras lo besaba y lo acariciaba en silencio.
—Te amo, Samantha. En verdad.
Me cortó la respiración. Esas palabras ahora llevaban un nuevo peso.
Teniendo en cuenta todo lo que él me había dicho sobre su madre, me tomó todo
lo que tenía mantener la respiración. Estaba demasiado aturdida para reaccionar.
Después de un rato, se puso de pie. —Necesito un poco de aire fresco.
Lo seguí hasta el balcón y me apoyé en la barandilla con él, mirando el
océano. Podías escuchar débilmente las olas rompiendo en la orilla distante.
Ninguno de los dos habló. Era suficiente estar hombro con hombro,
disfrutando de la vista. Finalmente, volvimos a entrar.

Christos se dejó caer en el suelo, donde se había sentado antes. Cogió un


lápiz y comenzó a trabajar en una nueva pintura de crayola.
Me senté y comencé uno propio. Trabajamos un rato en agradable silencio.
Soltó su crayón —Vamos a ver cómo va el tuyo —dijo.
Yo se lo entregué. —No es muy bueno.
—Esto es realmente agradable, Samantha. —Me di cuenta de que lo estaba
analizando detenidamente—. ¿Ves la forma en que tienes esta figura desembocar
275 en la otra figura a su lado? —El trazaba de la línea con el meñique extendido.
—¿Sí?
—¿Lo hiciste a propósito?
—No.
—Eso es lo que quiero decir acerca del talento. Estás organizando
inconscientemente las cosas de una manera en que, naturalmente, conduce la
mirada del espectador a través de la fotografía. Esto es algo bastante avanzado.
—¿En serio?
—Y lo estás haciendo sin siquiera darte cuenta.
—¿Lo estoy haciendo?
Sonrió. —Sí, una Picasso, eres.
Sonreí.
Él me devolvió la sonrisa, sus hoyuelos relucieron. —Me estás volviendo loco
con esa sonrisa deliciosa tuya, Agápi mou.
Me estremecí. Entre sus hoyuelos y la forma en que dijo esa frase en su acento
griego, literalmente envió sacudidas entre mis piernas que levantaron mis pezones.
Se arrastró alrededor del sofá como un león acechando y rozó la punta de la
nariz a través de mi mejilla, luego lamió una línea pulida hasta mi boca. Me besó
apasionadamente, luego mordisqueó mi labio inferior con sus dientes. Se echó
hacia atrás lo suficiente para que pudiera ver sus ojos salvajes. Tenía el aspecto de
un cazador y yo era su presa.
Oh, mierda.
Se inclinó y me besó con fuerza. Le respondí. Nuestras lenguas se retorcieron
juntas, luchando por dominación. Pensé que podía subyugarlo hasta que acarició
mi cuello con sus dedos, luego deslizó su poderosa mano sobre mi pecho. Él me
tenía.
Mis pechos respondieron al instante, mis pezones se endurecieron contra el
interior del sujetador de satén. Empujó su pecho en mí hasta que estuvo encima de
mí, montándome, besando hacia abajo, consumiendo el calor de mi boca. Su
lengua empujó y empujó contra la mía, hundiéndose en mi boca una y otra de
nuevo.
Gemí y me retorcí debajo de él. Él deslizó sus manos hasta mis mejillas, y luego
detrás de mi cabeza, agarrando un puñado de cabello. Su otra mano se metió
entre mis piernas y apoyó su peso sobre él. Su muñeca se presionó contra la parte
delantera de mi pelvis. Sentí sus dedos presionarse contra mis pliegues húmedos a
través de mis jeans. Yo incliné mis caderas hacia sus dedos, enviando escalofríos al
denso nudo de nervios entre mis piernas, justo encima del calor de mi apertura.
Lo quería tanto que estaba temblando de deseo.
Se movió y me bajó de nuevo en la alfombra, luego empujó la mesa de café
lejos de nosotros con un brazo poderoso, dándonos mucho espacio para
retorcernos.
276 Su muñeca estaba todavía entre mis piernas. Apreté mis muslos juntos,
resistiéndome. Pero él era demasiado fuerte. Su antebrazo fisgoneó en la hendidura
entre mis piernas y la metió en el mis pantalones vaqueros. Me besó
profundamente, tragándose mis gemidos.
—Te quiero, Samantha. Quiero hacer que te corras hasta que grites. Quiero
que te falte el aire. Jadeando por mí. Hazme tu oxígeno Samantha. Dime que vas
a morir sin mí.
—Sí. —Yo ni siquiera estaba segura de lo que estaba acordando. Ni siquiera
me importaba. Él podía hacer lo que quisiera.
Él desabrochó mis pantalones vaqueros.
Chillé y me congelé.
De repente desaceleró, rebajando su energía casi al instante. Estaba a un
segundo de volverme loca. Pensé que iba a gritarme.
—¿Tenemos que parar? —preguntó con calma—. No quiero que tengas
miedo de nada de esto. Quiero que estés cien por ciento segura de que quieres
esto.
No estaba segura de que era eso. —Ahh —dije con incertidumbre.
—Puedo parar siempre que quieras que lo haga, Agapi mou. Sólo dime la
palabra.
—¿Quieres decir , como, una palabra de seguridad? —le pregunté con voz
temblorosa. Estaba medio nerviosa y medio me sentía como una completa bebé.
—Sí —sonrió.
—¿Qué tal uvas?
—Está bien, uvas funcionará. ¿Debo continuar?
—Por favor.
¿Sonaba como si estuviera rogándole? ¡Oh, a quién mierda le importa! Estaba
a punto de gritar "¡Tomame, Christos ", o "¡uvas!" Pero como no estaba segura de lo
que en realidad iba a salir de mi boca, me quedé callada.
Christos estaba más tranquilo, pero seguía la corriente. Se agachó y abrió la
cremallera de mis pantalones vaqueros un enlace a la vez. Pensé que iba a tomar
por lo menos un mes hasta que terminara. Cada tic- tic-tic de mi cremallera envió
una pequeña chispa a mi núcleo. Oh dios. Iba a explotar como una bomba de
tiempo, tan pronto como el temporizador llegara a cero. Cuando la cremallera
estuvo abierta por completo, quitó los vaqueros por mis caderas hasta que pasaron
por debajo de mi trasero. Levanté las caderas completamente de la tierra para
que pudiera bajar los vaqueros hasta los tobillos. Él dejo los pantalones vaqueros
puestos, uniendo las piernas. ¡No había vuelta atrás!
¿Uvas? ¿Alguien tiene algunas uvas?
Tenía sólo bragas, sujetador y camiseta. Se inclinó hacia adelante y subió mi
camiseta hasta que mis pechos estaban casi fuera. Luego liberó cuidadosamente
cada uno de las copas y me lamió los pezones a fondo.

277 Boom. Me retorcí ante la sensación a los dos segundos. Perdí la noción del
tiempo mientras el placer quemaba a través de todo mi cuerpo. La siguiente cosa
que supe, es que su lengua se deslizó por encima de mi ombligo, donde se
arremolinó alrededor con cuidado. Era como si me estuviera comiendo, pero
usando mi ombligo. Sentí que mi clítoris tenía espasmos cada vez que su lengua
hizo un giro completo.
Oh, Dios, si con mi ombligo se siente tan bien, ¿cómo sería la cosa real?
Su lengua se deslizó hasta el dobladillo de mi ropa interior. Pasó la lengua por
la frontera de la piel y el algodón, de un hueso de la cadera a la otra. Su lengua se
sumergió bajo las bragas, lo más cercano que cualquier lengua había estado de
mis partes íntimas. Me estaba fundiendo con el placer más cálido imaginable.
Éxtasis líquido goteó desde mi centro.
—Más —preguntó en voz baja—. ¿O uvas?
—No uvas. Por favor, no uvas —gemí desesperadamente.
—¿Eso es que sí uvas o no? —Sonrió.
—¡Es no te detengas, vinicultor!
—¿Quién está lloriqueando?
—¡Cierra la puta boca, Christos ! ¡No te detengas!
Él se rió entre dientes mientras retorcía los dedos en la cinturilla de mis bragas
y los bajaba, exponiendo mi parte más íntima al aire. Él exhaló su caliente
respiración sobre mi núcleo. Sí, él era mi oxígeno. Oh Dios. Su lengua se movió a
través de mis pliegues empapados. Una vez. Sólo una vez.
Me estremecí con fuego frío cuando una tormenta de granizo ardiente de
éxtasis atravesó mi cuerpo. Mis propias células se estiraron en todas direcciones a
la vez. Iba a implosionar, mientras estallaba.
Levantó mis piernas y empujó las rodillas hacia su pecho, abriéndome. Luego
se acostó en la alfombra, con la cara justo delante de mi apertura. Bajó las piernas
de los pantalones vaqueros enlazados sobre su cabeza.
—¿Uvas? —preguntó en voz baja.
—No te detengas —rogué con un susurro ronco.
La punta de su lengua se deslizó hacia arriba y abajo en la grieta entre mi
carne húmeda. Oh, mierda, era demasiado. Nunca quería que se detuviera. Su
lengua acarició mi clítoris en repetidas ocasiones, encendiéndome. Cada circuito
en mi cuerpo se estremeció con un placer intenso. Cada golpe contra el grupo de
nervios entre mis piernas me hizo moverme contra él, pero él aguantó, forzando el
placer en mi cuerpo. Se sentía tan jodidamente bien, yo estaba jadeando con
respiraciones cortas y estrechas, como si el placer me estuviera electrocutando,
apretando cada músculo de mi cuerpo hasta el punto de la contracción total.
Fue implacable. Pensé que el placer no podría intensificarse hasta que hundió
su lengua dentro de mí.
Mis dedos extendidos y los dedos de los pies se contrajeron. Mis piernas se
tensaron sobre su musculosa espalda, mis muslos se apretaron contra los lados de
278 su cabeza. Mis brazos temblaron y tambalearon.
Envolvió sus brazos sobre mis muslos y enterró su rostro aún más
profundamente entre las piernas. Oh mierda, era demasiado. No podía soportarlo.
El placer era abrumador. Iba a deshacerme. Quería que durara para toda la
eternidad.
Luego insertó la punta de su dedo dentro de mí. Oh. Mi. Dios. Lo deslizó hacia
arriba y abajo de mi apertura, tentándome. Luego volvió a entrar en mi centro. Más
profundo. Sólo un poquito y luego se echó para atrás. Luego más profundo. Mi
placer comenzó a aumentar aún más intensamente. Yo no creía que fuera posible.
Hasta que se deslizó aún más profundamente, penetrándome.
La tensión en mis brazos y piernas llegó a un pico final. Estaba rígida, cada
músculo de mi cuerpo entero estaba completamente contraído. Mi espalda se
arqueó, empujé con mis piernas atadas por mi jean, forzando mi pelvis en la cara
de Christos.
Su lengua continuó girando, persuadiéndome hacia el borde de la locura. Su
dedo me llenó, probándome, dando vueltas, estimulándome. Toda mi conciencia
se reunió entre mis piernas. Todo había dejado de existir. Todo lo que conocía era
el efecto eléctrico de su poderosa lengua y el dedo hundiéndose.
Cuando pensé que mi cuerpo no podía contener más placer, un poder muy
dentro de mí comenzó a construirse. Un calor tan caliente, que me iba a quemar.
Se desencadenó en mi interior, a continuación, se arremolinó en un potente ardor
a través de mi estómago. Zarcillos de fuego subieron hasta mis senos y garganta.
La propagación infernal bajó por mis piernas como un reguero de pólvora. Una
bola de fuego explotó hacia arriba y se desenrolló en mi garganta, y luego se dejó
caer por todo mi cuerpo, hasta mis pies. De repente me sentí completamente y
totalmente relajada. Pero el placer fundido en mi cuerpo no se había calmado. Se
había transformado, intensificando más allá de toda medida, que emanaba de
entre mis piernas como una corriente constante de dicha infinita.
La cara de Christos se había incrustado profundamente dentro de mi
torbellino de sexo reprimido; perforando, acariciando, hundiendo, persuadiendo,
avivando, encendiendo. Respiré profundamente, en repetidas ocasiones, y el
fuego en mi ser se amplió cada vez más con cada respiración, consumiéndome
por completo, llenando la habitación, luego extendiéndose más allá de las
paredes para abarcar todo el planeta . Estaba canalizando cierta fuente infinita
de placer que existía más allá de los límites de la realidad normal, convocando a
una inundación de éxtasis en el mundo.
Christos era implacable. Obligó su poder dentro de mí. Empujé mis caderas
contra él por última vez cuando mi cuerpo se tensó en la liberación definitiva, total.
Respiré, dentro y fuera, dentro y fuera, dentro y fuera, hasta que mi pecho
estuvo lleno de energía. La enorme bola de placer restringido dentro de mí
finalmente se liberó. Grité. Grité tan fuerte que pensé que el planeta se abriría por
debajo de mí. Grité de nuevo, y otra vez, y otra vez.
Entonces yo estaba moviéndome mientras la esfera de energía dentro de mí
explotó una segunda vez, en contra de mi voluntad, me dividió en un millón de
direcciones de placer infinito a la vez. Salí de mi cuerpo.
279
El tiempo se detuvo.
No sé por cuánto tiempo.
Para siempre. Un instante.
No sé.
Cuando se reanudó el tiempo, empecé a respirar de nuevo, lentamente al
principio, jadeando profundamente. La cabeza de Christos giró perezosamente
entre mis piernas. Estaba entumecido a la sensación ahora. Estaba cálida,
agradable placer de la cabeza a los pies. No había más intensidad que pudiera
entrar en mi cuerpo, o la liberación de la misma.
Estaba completamente relajada. No tenía idea de que alguien alguna vez
pudiera estar tan relajada.
Creo que en ese momento, era seguro decir:
Primer. Orgasmo.
Hmm, tal vez eso era un eufemismo. Quiero decir, podría haber jurado que
me había dado uno o dos orgasmos en el pasado. Oh, no, no, no. Ni siquiera se
acercaba. Aquellos habían sido como petardos. Este era una supernova. Este era
el fin del universo.
Qué te parece:
Primera. Experiencia cercana a la muerte. Jamás.
—¿Uvas? —Christos se burló.
Agarré su pelo con ambos puños y me reí profundamente, libremente, como
nunca antes.
Total, alegre, éxtasis.
—Uvas —le dije, sin dejar de reír.
—Yo tan jodidamente te quiero, Samantha.
—Te amo tan sexo oral, Christos Manos.
Nos reímos juntos. Levanté mis piernas por encima de su cabeza y las puse a
un lado. Él se deslizó hasta mi cuerpo y me cubrió con la mirada.
Su rostro brillaba con mi humedad. Mostró sus hoyuelos como un profesional,
luego se inclinó y me dio un beso.
Me probé a mí misma, y sabía muy bien.
Era tan jodidamente sucia, y me encantaba.

280
Veintidós
E
sa noche, dormí como un tronco. No había manera de que pudiera
haberme despertado. Si el apartamento se prendía en fuego, confiaba
en Christos para que me llevara fuera a un lugar seguro mientras yo
roncaba.
A la mañana siguiente, Christos me llevo el desayuno a la cama de nuevo.
Fue una buena cosa, porque después de la última de noche con un terremoto de
10,0 en la escala de Richter entre mis piernas, no estaba segura de que podía
ponerme de pie todavía. Después del desayuno, nos duchamos por separado.
Christos me dijo que tenía una sorpresa especial y necesitábamos empezar a
movernos.
Cuando estuvimos vestidos, le pregunté cuál era la sorpresa.
—Ya lo sabrás cuando lleguemos allí. Vas a necesitar un cuaderno de
bocetos. ¿Tienes uno extra que me puedas prestar?
—En realidad, tengo el tuyo.
—¡Me había olvidado de él! —Sonrió y besó mi mejilla—. Hey, lo siento por
281
haberte abandonando ese día en el mirador —dijo en voz baja.
—No te preocupes por eso. —Parecía hace años. Tantas cosas habían
ocurrido desde que me había dejado en el banco de la familia en el mirador
pensando que había destruido todo entre nosotros.
Abrió su cuaderno de bocetos y cuidadosamente arrancó el dibujo de
caricatura que había hecho de mí como una artista profesional. —Esto es para ti.
—Sonrió.
Lo tomé con las dos manos, admirándolo de nuevo. —Es tan bueno, Christos.
Yo lo atesoraré para siempre.
Él sonrió, un tanto avergonzado. —Y tan cierto. Estás destinada a ser grande,
Samantha Smith. Lo sé.
Cuando él lo dijo, le creí totalmente. Abracé el dibujo suavemente contra mi
pecho y ahogué las lágrimas frescas. Después de un momento, puse con cuidado
el dibujo en mi estantería.
—¡Está bien! Entonces, ¿qué haremos hoy? —le pregunté.
—¿León o Semental?
—¿Eh?
—Escoge.
¿Se refería a sí mismo? Si ese fuera el caso, ambos aplicaban. —¿Las dos
cosas? —sonreí.
—Tienes que elegir uno.
—Oh, no lo sé. —Aunque Christos era definitivamente un semental en todos
los sentidos, después de la forma en que me devoró anoche, creo que la respuesta
segura era—: ¿León?
—Esperaba que dijeras eso. León es. ¿Quieres que conduzca yo?
—¡Claro! —le entregué las llaves.
Nos montamos en el auto y nos dirigimos a la autopista. Él tomó la vía de
acceso hacia el sur. Veinte minutos más tarde tomamos la rampa de salida de
Washington Street y fuimos por las calles del barrio, y de pronto se adentró en un
enorme estacionamiento.
—¿Dónde estamos?
Los niños y las familias estaban saliendo de los autos.
—El zoológico de San Diego.
—¡De ninguna manera ! ¡Me encanta el zoológico!
Caminamos hasta la parte de entrada tomados de la mano. Por primera vez,
me sentí como si estuviéramos en una cita oficial.
Christos tenía una membrecía y una entrada para invitados, así que nos la
dieron gratis.
—¿Con qué frecuencia vienes aquí? —le pregunté.
282 —Cada vez que quiero dibujar a los animales. ¿Tal vez una vez al mes?
—Esto debe ser totalmente aburrido para ti, entonces —dije, incapaz de
ocultar mi decepción.
—¿Qué quieres decir?
—Has estado aquí muchas veces, no hay nada nuevo.
—Nunca he estado aquí contigo, ¿verdad?
Mi boca se ensanchó enfurruñada en una sonrisa. Me apoyé en él y me puse
de puntillas para besar su mejilla. Él se volteó y nuestros labios se encontraron.
—Vamos, hay mucho para ver. Y yo no quiero perderme de nada. —Él me
arrastró a través de la entrada principal de la mano.
Él no estaba bromeando. El zoológico era enorme. Él conocía el camino a su
alrededor y atravesamos toneladas de exhibiciones de animales. Quería parar y
disfrutar de todo, pero él no quiso ceder.
Terminamos cerca de una gran jaula con un grupo de una docena de
personas a su alrededor. Parecía anticlimático comparado con lo que habíamos
pasado en el camino.
—¿Qué es? —le pregunté, un tanto confundida.
—Hora de la comida. Prepárate.
Lo siguiente que supe, era que una enorme pantera negra saltó de la nada,
en una rama de un árbol.
—¡Oh, wow ! Es hermoso.
Un empleado del zoológico narraba mientras un asistente colgaba un enorme
pedazo de carne de una cuerda que colgaba en el centro de la jaula. El cuidador
del zoológico habló sobre los hábitos alimenticios del jaguar, mientras que el
asistente tiró de la cuerda y el trozo de carne cruda bailó alrededor de la pantera.
El cuidador del zoológico explicaba que hacían que Mbwana el jaguar
trabajara por su comida para proporcionarle ejercicio. Mbwana era bello y
poderoso. Sus ojos se movían mientras la carne se balanceaba y movía al final de
la cuerda. Caminó desde la rama de un árbol sobre el techo de su choza para
dormir. Se puso en cuclillas, con la cabeza agachada líquidamente,
cronometrando la trayectoria de la carne. Se abalanzó de repente, lanzándose
por el aire hacia el trozo, enganchándolo con una pata. El asistente tiró de la
cuerda, tratando de quitarlo del agarre de Mbwana
Mbwana movió el trozo con las dos enormes patas con garras y se lo puso en
su pecho. Pude ver todos los músculos de su cuerpo flexionando magníficamente
mientras que él tiró contra la cuerda. El ayudante era casi impotentes para resistir y
soltó la cuerda. Mbwana llevó su presa a su guarida y desayunó.
—¡Eso fue impresionante! —No lo podía creer. Había estado a unos cinco
metros de distancia, justo al otro lado de la jaula, todo el tiempo—. ¡Nunca antes
había estado tan cerca de una pantera negra! —Mis ojos estaban radiantes.
—¿Era esto lo que querías decir con leones?
283 —Así es.
—¿Qué hubiera sido sementales?
—Los caballos en la pista de Del Mar.
—Oh, ¿qué? ¿Nos perdimos los caballos?
—La próxima vez. —Me abrazó a su lado.
Después de eso, casualmente paseamos por el zoológico, disfrutando de
todas las exposiciones. Encontramos los tigres y leones también. Mi exposición
favorita fue, probablemente, los pandas bebé. Eran totalmente y ridículamente
lindos. Si Kamiko hubiera venido, me imaginé que hubiera pasado todo el día
mirándolos.
Christos sacó su cuaderno de dibujo en diferentes exposiciones y explicó las
diferencias básicas entre dibujar a la gente y los animales. Era tan
condenadamente bueno en eso, pero él me animó a dibujar figuras de animales,
de la misma forma en que había comenzado con la gente el primer día del Dibujo
de Vida. Me divertí un montón.
En todas las partes que fuimos, Christos conocía a la gente. Habló con los
cuidadores del zoológico, que lo conocían por su nombre. Habló con los chicos
que dibujaban caricaturas de los clientes. El gerente de caricaturas le dijo a Christos
que había pasado por la galería Charboneau para ver sus pinturas después de la
apertura. Después el gerente introdujo a Christos con los otros artistas, uno de los
cuales Christos ya conocía. Él era una celebridad local. Nunca dejaba de
sorprenderme lo bien relacionado que estaba.
Almorzamos temprano y regresamos de nuevo a la casa de su abuelo a
tiempo de bajar a la biblioteca para que Christos dibujara con los niños.
Fue un día increíble en todos los sentidos.

La siguiente semana era la semana de Acción de Gracias. Las clases pasaron


volando. Madison, Romeo y Kamiko todos hablaban de sus planes de fin de
semana de cuatro días. Todos ellos estaban conduciendo o volando a casa a ver
a sus familias, al igual que la mayoría de los niños en la escuela.
Yo, por el contrario, me quedaría en San Diego. Mis padres no tenían dinero
para volar a casa para Acción de Gracias y para las vacaciones de invierno, así
que optamos por las vacaciones de invierno. Afortunadamente, Madison me invitó
la casa de su familia el día de Acción de Gracias así que no estaría completamente
sola todo el fin de semana largo.
Cuando hablé con Christos el miércoles, me invitó a la casa de su abuelo para
la cena de Acción de Gracias.
—Vamos a tener personas todo el día. Me encantaría tenerte, al igual que a
mi abuelo.
284 —Oh, lo siento, Christos. Madison ya me invitó a la casa de sus padres en
Huntington Beach. Yo dije que sí. Ella me lo preguntó hace una semana.
—Eso está bien.
No podría decir si estaba decepcionado o no. —Podrías venir conmigo a casa
Mads. Estoy segura de que no le importaría. Ella lo hizo sonar como que hay un
montón de espacio.
—En cierto modo me tengo que ayudarle a mi abuelo.
—Déjame ver con Mads, estoy segura de que lo entenderá si no puedo
hacerlo. —Yo estaba divida porque estaba obligada a elegir entre mi mejor amiga
y Christos.
Para todos los efectos, a pesar de que Christos y yo no habíamos confirmado
la etiqueta de novio–novia, me sentí como que era la categoría en la que
estábamos.
¿No se suponía que los novios y las novias debían hacer cosas de días festivos
juntos?
Quiero decir, yo incluso fui a la casa de a los padres de Damián para la cena
de Acción de Gracias bastante temprano en la relación. Después, nos habíamos
ido a la casa de mis padres para el postre. Hicimos lo contrario para la Navidad. Y
ese era el estúpido Damián.
—Tal vez puedes hacer ambas cosas —Christos sugirió—. ¿Estar donde Mads
y luego venir en coche a mi casa? ¿O viceversa?
—¡Sí! —Sólo que Christos no estaría conmigo. A menos—. ¿Puedes venir?
—Desearía. Haremos un montón de comida y gente va a ir y venir todo el día.
Necesito ayudar a hacer de anfitrión. Los Charboneau vendrán, al igual que los
Kingston-Whitehouses.
—¿Los quiénes?
—¿La familia de Brandon, el tipo que dirige la galería?
—Oh, sí. —El guapo Brandon. El encantador de serpientes.
—Y los padres de Tiffany.
—Oh. —¿Por qué no me gusta la idea de que Tiffany estuviera sola en una
fiesta durante todo el día con Christos? Sonaba muy peligroso para mi vida
amorosa.
Christos se rió entre dientes. Debe haberse percatado de mi ansiedad. —No
te preocupes, Agápi mou. Te amo. No tienes que preocuparte de Tiffany. Sé trazar
límites. Pero tengo que agradarle a sus padres. Son grandes compradores de arte.
Conocen a mi familia desde siempre.
Puse los ojos en blanco. —Lo siento. Estoy siendo totalmente inmadura. Te
quiero, Christos.
—Está bien, Agápi mou. Yo también te quiero. Mira, ¿a qué hora es la cosa de
Madison?
—Comen a las dos.
285
—Perfecto. Come con ellos, y luego puedes venir a nuestra casa en la noche.
Estaremos sirviendo alimentos en la noche.
—¡Está bien! —Por lo menos no tenía que decepcionar a Madison. Esperemos
no tenerme que preocupar por la estúpida Tiffany. Ella era una perra tan
maleducada.

Christos pasó la noche antes de Acción de Gracias en la casa de su abuelo,


porque había mucho que preparar, y Spiridon realmente necesita su ayuda.
Me desperté en una cama vacía, por primera vez en días. Era muy solitario.
Ya extrañaba a Christos.
Al menos lo vería en unas doce horas. Yo podía manejar eso.
Limpié alrededor de mi apartamento por un tiempo, luego bajé a la playa. Di
un paseo por la playa, disfrutando de la salida del sol. Fue tan hermoso. No podía
creer que era el clima de otoño. La temperatura era fresca, pero no fría. El cielo
era azul claro y sin nubes.
Volví a mi casa y llamé a mis padres alrededor del mediodía, hora de la costa
este.
—¿Hola?
—Hola, papá. ¡Feliz Día de Acción de Gracias!
—Bueno, hola, Sam. ¡Linda! —gritó lejos del teléfono—, ¡nuestra hija perdida
hace mucho tiempo está llamando otra vez!
Mi madre recogió. —¡Sam! ¡Han pasado semanas desde que hemos
escuchado de ti! ¿Está todo bien?
—Estoy bien, mamá.
—Entonces, ¿por qué no has llamado o has contestado los correos
electrónicos? Nos estábamos preocupando.
No habían oído hablar de mí porque no tenía muchas ganas de decirles que
estaba enamorado de un increíble hombre, un artista, y que quería ser artista
también. ¿Cómo iba a explicar todo eso sin un regaño y las amenazas de salir para
hacer una intervención por mi bien? Gemido. —Creo que he estado muy ocupada
estudiando, así que me olvidé. Lo siento.
—Está bien, Sam. Mientras que estés bien, eso es todo lo que importa.
¿Por qué pensaba que no era del todo cierto?
—Tu madre tiene razón, Sam. Nos preocupamos por ti.
Sí, les importaba, pero ¿qué pasa con la parte del amor? Estaba a punto de
llorar ya.
—¿Cómo van las clases¿ —preguntó mi padre.
—Las clases están muy bien, papá. —Mierda. Realmente nací en la familia
equivocada. Mi vida fue evolucionando hacia algo que ni yo ni mis padres jamás
podrían haber predicho. Y sabía que serían las últimas personas en la tierra en darse
286 cuenta de eso, compartirlo o regocijarse con ello. Tendría más suerte contándole
a un aleatorio extraño de mi nuevo entusiasmo que a mis padres.
—¿Ya te has inscrito para las clases para el próximo trimestre?
—No —le mentí.
—Te inscribirás para Micro Economía, como ya habíamos comentado, ¿no?
—Sí —mentí. Salí de mi cama y me tire de mis rodillas hacia mi pecho.
No es que fuera difícil mentirles a mis padres. Nunca supieron por qué rompí
con Damián. Se habían entremetido, pero yo les di un poco de historia vaga
acerca de que no había funcionado. Mi mamá había dicho que estas cosas
sucedían con los romances adolescentes. Eso fue todo. Sin consuelo, ni abrazos, ni
conmiseración. Sólo la certeza de que iba a superarlo. Gracias, mamá. Mi padre
había estado decepcionado porque él siempre pensó Damián parecía un buen
tipo. Mis padres no tenían idea a veces.
—¿Cómo están tus notas? —preguntó papá.
—Bien —suspiré.
—Sentimos que no puedas estar aquí con nosotros para el Día del Pavo —dijo
mi madre.
¿Lo sienten? Qué les parece: Te echamos de menos
Gemido. Mis padres estaban preocupados o sentidos. Suspiré de nuevo, más
fuerte esta vez, y sostuve el teléfono lejos para que no me escucharan.
—¿Tienes algún plan para hoy? —preguntó papá.
—Sí, me voy a la casa de los padres de mi amiga Madison en Huntington
Beach. Está cerca.
—Oh eso es bueno, Sam. Es bueno que estés haciendo amigos.
—Estábamos preocupados por ti en el último par de años —dijo mi madre—.
Parecía que todos tus amigos de la secundaria desaparecieron sin una buena
razón, así que eso es una buena noticia.
Preocupados. Buenas noticias. Ugh. Si supieran lo mal que se puso después de
Damián. Si supieran cómo les había mentido en sus caras cada día de la misma
manera que le había mentido a todo el mundo en la escuela, e incluso a mí misma.
No tenían idea de lo mal que estaba en ese entonces. No tenían ni idea de lo que
le pasó a...
Taylor.
Nadie lo sabía. Ni siquiera Christos.
Estaba cerca de sollozar. Me contuve. —Mamá, papá, tengo que prepararme
para ir a casa de Madison.
—Está bien, Sam —dijo mi mamá.
—Nos vemos en la Navidad —dijo el papá.
—Pero llámanos antes de eso, ¿de acuerdo? —Mamá sugirió.
287 —Está bien.
—¡Adiós! —dijeron.
—Adiós.
Terminé la llamada y abracé una de mis almohadas del sofá con fuerza,
enterrando mi cara mientras me sacudía con sollozos apagados.
Taylor.

Conduje hasta la playa de Huntington después de que me calme, me duché


y vestí. El trayecto duró noventa minutos y había poco tráfico. El camino casi vacío
había sido nada en comparación con el atasco de tráfico entre el campus y mi
apartamento la noche anterior. Parecía como si todo el mundo estuviera saliendo
de San Diego para el fin de semana de Acción de Gracias en la noche del
miércoles.
La casa Lockhart era una modesta casa de estuco de tres dormitorios a sólo
unas cuadras de la playa. Era cálido y encantador.
Madison salió corriendo mientras caminaba por el camino de entrada. Ella en
realidad llevaba algo más que vestimenta de playa por una vez: un suéter con
cuello en V y pantalones. Tenía el cabello hacia abajo por lo que yo creo que era
la primera vez en la historia, y llevaba maquillaje. Ella era hermosa.
—Mírate, Mads. ¡Toda emperifollada!
—¡Sam! —Ella echó los brazos alrededor de mí—. ¡Me alegro de que hayas
podido venir!
Jake se acercó a ella por detrás. —Hey, Sam. ¿Qué pasa? —Cuando Mads
terminó de abrazarme, ella envolvió un brazo cariñoso alrededor de Jake. Se veían
tan felices juntos.
—Ven al interior —dijo Madison—. Quiero que conozcas a mi familia.
Los padres de Madison parecían vagos de la playa bien cuidados. Me
gustaron inmediatamente. Su padre estaba haciendo margaritas, mientras que su
madre supervisaba el pavo, el relleno, y todos los Platos de Acción de Gracias
americanos.
Después, Madison me presentó a sus padres, Wayne y Barbará, su papá me
dio un recién vertido margarita. —Prueba esto, Sam. ¿Necesita más tequila?
Miré a Madison. Mis padres nunca me habrían entregado alcohol mientras yo
todavía era menor de edad. Madison asintió, dándome el visto bueno.
Tomé un sorbo con cuidado. —¡Es bueno! —No sabía qué más decir.
Madison me arrastró por el brazo a la habitación de su hermana, que estaba
cubierto de posters de bandas de chicos y demasiadas cosas de color rosa.
—Ella es mi hermana Piper. Ella no tiene vida más allá de los mensajes de texto.
Piper yacía en su cama, con las rodillas arriba, enviando ferozmente mensajes
288 de texto en su teléfono. —Escuché eso —dijo mientras miraba los mensajes de
texto.
—Dile algo a Sam, Piper.
—Hey, Sam —Piper dijo, todavía agitando botones.
—Ella va a surgir cuando huela el pan de plátano de mi madre —dijo Madison.
—¡Escuché eso! —dijo Piper.
Resultó que Piper no era tan adicta a los mensajes de texto como Madison
sugirió, pero no salió de su cuarto hasta que el pan de plátano salió del horno.
Piper era divertida, linda y tan de quince. Me recordó a mí, antes de que me
involucrara con Damián. Inocente, despreocupada, feliz. Tenía la esperanza de
que ella se quedara así por un largo tiempo.
Los seis nos sentamos a cenar temprano juntos. Fue una explosión. La familia
de Madison era muy divertida. Todos ellos decían chistes y tenía un sinfín de historias
de humor sobre las vacaciones familiares, eventos deportivos en los que
participaron Madison o Piper y excursiones en barco a El Río (donde quiera que
fuera eso).
La familia de Madison tenía su propio lenguaje del amor y una conexión que
era completamente ajena a mí. Envidiaba a Madison de una manera que nunca
podría decirle. Ella tenía lo que probablemente todas las chicas de América
querían. Una crianza amorosa y familia normal. Tenía tanta suerte. Tenía la
esperanza de que se diera cuenta.
Cuando el postre salió, Madison detuvo a todos para hacer un anuncio. Se
puso de pie en su asiento, con la mano apoyada en el hombro de Jake. —Sólo
quería tomarme un momento para dar gracias, porque eso es lo que se supone
que debemos hacer hoy, ¿verdad?
Todos asintieron.
—Quiero agradecerle a mis padres, porque son totalmente impresionantes,
por todo lo que me han dado. Son los mejores. Los amo chicos. —Ella les sonrió.
Barbara Lockhart se llenó de lágrimas al instante y asintió. —Gracias, Madison.
Te quiero, cariño.
—Esa es mi chica —dijo Wayne orgulloso. Me di cuenta de que apenas
contuvo un desgarro de los suyos.
—Y gracias, Piper —dijo Madison—. A pesar de que eres molesta a veces, y
me gustaría que mamá y el papá te quitaran tu teléfono. Todavía te quiero, y no
podría imaginar una mejor hermana.
Piper rodó los ojos tímidamente.
—Y gracias Jake, por ser el mejor novio del mundo. Te amo. —Ella se inclinó y
besó su mejilla, y luego abrazó su cuello.
Jake se sonrojo a través de su bronceado. Se volvió hacia Wayne. —¿Está bien
si beso a su hija, en su casa, quiero decir? —preguntó Jake tímidamente.
289 —Ve por ello, hijo —dijo Wayne—. Pero hay que mantener la lengua a un
mínimo.
Todo el mundo rió. Jake se levantó y besó a Madison profundamente.
—¡Qué asco! Exceso de lengua —Piper bromeó.
¿Y yo qué? De repente me sentía excluida. Como siempre.
En el pasado, cada vez que había compartido la cena de Acción de Gracias
con mis padres, me sentí de alguna manera excluida, como si algo faltara, a pesar
de que la familia estaba junta. Pero nunca supe lo que me faltaba.
Hasta ahora. Debido a que lo estaba viendo de primera mano en la morada
Lockhart. Tenían este vínculo emocional, esta conexión sentida de la que mis
padres no sabían nada. Envidiaba en secreto a Madison por tener la familia que yo
nunca tendría.
Tomé un sorbo de mi margarita. Quería tragármelo y pedir tres más, pero tenía
que conducir a casa de Christos pronto.
—Y por último pero no menos importante, quiero darte las gracias a ti, Sam,
por ser mi nueva mejor amiga. —Madison levantó la margarita para brindar—.
Elevemos una copa, todo el mundo, por Samantha Smith. La niña más valiente que
conozco.
Todos en la mesa tomaron sus vasos. Tímidamente alcé la mío.
—Sam vino todo el camino a California desde Washington DC a hacer su
camino en la vida. —Madison sonrió cálidamente y me miró directamente a los
ojos—. Samantha, no puedo decirte lo buena que haces mi experiencia en la SDU.
Echo de menos a mis padres y a mi hermana todos los días que estoy lejos de ellos,
pero me diste una casa en San Diego. No creo que pudiera hacerlo sin ti, amiga.
—Ella brindó—. ¡Por Sam!
—¡Por Sam! —Todo el mundo hizo eco.
Iba a llorar. A la mierda. Dejé que mis lágrimas fluyeran y levanté mi copa. —
Gracias, chicos.
Madison caminó alrededor de la mesa donde me sentaba junto a Piper y me
dio un gran abrazo. —Te amo, Sam. Eres la mejor de las mejores amigas.
Sollocé con lágrimas y regresé el abrazo de Madison. —Yo también te amo,
Mads.
Eso resultó mejor de lo que esperaba.
Tonta de mí.

Cuando me fui de la casa de Madison a eso de las cinco, les di las gracias a
todos abundantemente. Le envié un mensaje a Christos de que ya me iba, pero
nunca recibí respuesta de él. Probablemente estaba ocupado.
290 Estuve en la casa de Christos a las seis y media. El camino de entrada a la
casa de Spiridon, que estaba normalmente vacío, estaba atestado de autos. Tuve
que encontrar un lugar para parquearme en la calle. En cierto modo me sentí de
segunda clase después del tratamiento real que había recibido en la casa
Madison.
Oh, bueno, Christos me advirtió que iba a estar lleno.
Entré en la casa porque la puerta no estaba cerrada con llave. Había gente
por todas partes. La multitud era de todas las edades: bebés, niños, adolescentes,
padres, abuelos. Estuve dando vueltas por la casa buscando a Christos o Spiridon.
Encontré a Spiridon en la cocina, supervisando los alimentos. Tenía un equipo de
catering ayudándolo. Los servicios de meseros vestían de blanco y negro, y se
apresuraban a lo loco.
—¡Sam! —Spiridon dijo cuando me vio—. ¡Toma una copa, comer algo!
Tenemos un montón.
—¿Sabes dónde está Christos?
—Creo que está en el muelle.
Spiridon estaba muy ocupado, lo dejé solo. —Gracias, lo encontraré.
Salí al patio, el cual estaba tan concurrido como el interior. Después de que
pasé a través de la multitud, todavía no había encontrado Christos. Frustrada, fui
dentro y cogí un vaso de vino.
Me lo bebí en cuatro tragos. Cogí otro vaso y me lo tragué.
—¡Hey, Samantha! ¡Ahí estás! —Christos tenía un plato de entremeses en una
mano. Me abrazó a su lado con un brazo y me dio un beso en los labios—. Lo siento,
este lugar es un manicomio. Los servicios de meseros no podían mantener el ritmo,
así que estoy ayudando. ¿Hago un buen camarero? —Parecía distraído.
—Sí, te ves bien —le sonreí—. Como siempre.
Su energía cambió y su sonrisa se hizo más amplia. —Te extrañé todo el día,
Agápi mou. —Se inclinó hacia mí y me besó lenta y profundamente. No hubo
contacto de lengua, pero se sentía muy acogedor.
Suspiré. Ya me sentía mejor, y no era por el vino.
—Tengo que seguir en movimiento. La gente está a punto de volverse caníbal
si no les llevo alimentos. La cena ni siquiera se ha servido. ¡Espero que tengas
hambre!
—Sí. De acuerdo, ve a hacer lo tuyo.
—¿Vas a estar bien por ti sola?
—Sí —le sonreí—. Ahora ve, ¡alimenta a los bárbaros!
—Te quiero, Samantha. —Se dio la vuelta y la gente se lo tragó.
Durante las siguientes dos horas, sólo tuve vistazos de Christos. Él siempre me
dirigía un guiño o me lanzaba un beso. Pero no creo que intercambiáramos más
de una docena de palabras.
291
Hice conversación ociosa con varias personas, pero todo el mundo siempre
parecía alejarse a otras conversaciones, o para conseguir comida y bebida. Vi un
número de caras que reconocí de la exhibición de arte de Christos. Incluso vi a la
señora Moorhouse, la matrona que había preguntado por Spiridon y Nikolos, pero
no hice conversación con ella.
Estaba básicamente sola.
Vagando de cuarto en cuarto, por fin vi la mayor parte de la casa por primera
vez, a excepción del piso de arriba, que estaba cerrado. Creo que ahí es donde
estaban las habitaciones de Christos y de Spiridon.
Estaba paseando por el pasillo después de ir al baño cuando me encontré
con la primera cara conocida en una hora.
Brandon Charboneau estaba estudiando una pintura colgada en la pared,
probablemente una de Spiridon al verla.
—Oye, tú —dijo cálidamente cuando me vio, mostrando sus ojos color
avellana con impecable encanto.
—Oh, hey Brandon. ¿Cómo estás?
—Estoy bien. ¿Disfrutando de la noche?
—Es maravilloso —exageré.
Se apoyó contra la pared y movió su vino. —¿Qué has estado haciendo,
desde la exposición en la galería? No te he visto desde entonces, ¿verdad?
—Uh, no. He estado ocupada con la escuela. Y otras cosas. —¿Por qué no le
dije acerca de Christos y yo? ¿Tal vez porque había tomado más vino de lo que
podía recordar? Esa fue mi defensa, y me estaba aferrando a ella.
—¿Alguna vez hiciste un retrato sentada para Christos?
—No, me olvidé por completo de mencionarlo.
Como yo si fuera a entrar en las razones por las que no le había pedido a
Christos pintarme desnuda.
—Realmente deberías. Él es totalmente capaz de hacer justicia a tu exquisita
belleza en la lona. Dudo que cualquier otro artista que vive estuviera a la altura.
Me sonrojé. —Gracias, Brandon. Es sólo que no creo que sea lo mío.
—Eso es muy malo. Sería una magnífica pintura. Botticelli tenía su Venus. Da
Vinci tenía su Mona Lisa. Vermeer tuvo su Chica de la Perla. Te pintaría yo, pero no
soy un artista. Así que, si tuviera que elegir a alguien para inmortalizar tu belleza
intemporal, volvería a elegir Christos. Debería considerarlo, Samantha.
Decir que no estaba halagada sería una mentira. Él me estaba comparando
con las tres de las mujeres más famosas alguna vez pintadas. ¿Qué chica no querría
ser la musa de un artista famoso, venerado por millones de personas por cientos de
años? Sólo fue algo mágico que pensar. Un poco.
Sus ojos color avellana parecían encenderse como estrellas fugaces que
292 habían dejado escapar mis defensas y perforaban en mí.
¡Encantador de serpientes! Kamiko había estado en lo cierto. Parpadeé y
negué con la cabeza, tratando de alejar mi zumbido y recuperar la sobriedad frío.
Brandon se inclinó hacia mí. ¿Cómo había llegado tan cerca? Debe tener
también habilidades de vampiro, incluyendo el hipnotismo y la teleportación.
Retrocedí un paso, pero con la pared detrás de mí, no había a dónde ir.
Brandon bajó su rostro hacia el mío.
—¡Samantha, ahí estás! —dijo Christo—. ¿Qué están haciendo aquí?
—Hey, Christos —le dije. Uf, eso estuvo cerca. Me hubiera gustado no haber
bebido tanto vino.
—Hey —dijo Brandon casualmente—. Le estaba diciendo a Samantha que
necesitas pintar su retrato para tu próxima exposición. No puedo pensar en un
mejor artista, con el talento suficiente para capturar su belleza, que tú.
Los ojos Christos bailaron entre nosotros sospechosamente, analizando la
situación. Luego fijó sus ojos en mí. Esperaba ver la ira asomándose alrededor de
los bordes de su habitual sonrisa tolerante. No sucedió. Vi un brillo de complicidad.
Como que estábamos en el mismo equipo. Uf, otra vez.
—No sé, Brandon. Creo que Samantha puede ser demasiado hermosa para
incluso pintarla. No lo haría por no querer arruinar la perfección.
—Estoy seguro de que podrías llevarlo a cabo —dijo Brandon con sequedad.
—Puede que tengas razón —dijo Christos en su estilo arrogante tradicional—.
Tal vez yo soy el único que puede capturar a la hermosa Samantha.
Le sonreí, disfrutando de nuestra broma privada.
—Tiffany está aquí —le dijo Christos a Brandon sin romper nuestra mirada—.
Deberías ir a saludarla.
—Debería. No me gustaría que Su Alteza se sintiera abandonada.
—Pues no. —Christos aún sostenía mi mirada, sin mirar a Brandon —. No te
olvides de refrescar su bebida. El bar sigue abierto.
—Está bien. —Brandon captó la indirecta—. Samantha, ha sido un placer
verte de nuevo. Christos. —Él asintió con la cabeza y luego se alejó.
—Voy a tener que ponerle una correa a ese tipo —Christos bromeó.
Esperaba, por lo menos un regaño moderada por parte de Christos por estar
sola en un pasillo oscuro con Brandon. Si hubiera sido Damián, se hubiera vuelto
DEFCON 1 en dos segundos. Busqué los ojos de Christos. Vi sólo diversión. Que así
sea. Christos era impresionante. Sonreí.
—Estoy seguro de que Tiffany se hará cargo de él por ti.
—Tienes razón. Dejémosle el trabajo sucio a la reina de los actos sucios.
—Eso es un eufemismo.
Él ladeó la cabeza con curiosidad. —¿Me he perdido de algo?
—No.
293
Él rozó mi mandíbula con dedos gentiles, entonces me besó en los labios.
—No me gusta besar e irme, pero mi abuelo aún necesita ayuda.
No pude ocultar mi puchero. Este fue el primer momento de intimidad que
habíamos tenido toda la noche. Algo de Acción de Gracias. Puse mis ojos en
blanco para mí. Estaba siendo un bebé. —Está bien. ¿Hasta qué hora vas a estar
haciendo esto?
—Por lo menos hasta la 1 am, el catering se quedara hasta entonces. Puede
que tenga que quedarme más tiempo.
—¿En serio? —me quejé.
—Lo siento, Samantha. Es una tradición.
—Está bien —suspiré.
Me besó de nuevo. —Muy bien, te veré más tarde. Voy a estar por aquí en
alguna parte.
Se alejó, y yo estaba sola de nuevo.
Estuve dando vueltas en la fiesta por una hora o dos. Vi que Tiffany estaba
pegada a Brandon. Él hizo todo lo posible para mantener lejos sus errante manos,
pero ella insistió. De hecho, me sentí mal por él. Me acordé de lo que Brandon había
dicho en la galería sobre la relación entre su familia y la de Tiffany, y su compromiso
de no involucrarse con ella. Pobre chico. Tiffany exudaba desesperación y fue
implacable con sus manos apretadas. No sé por qué. Estoy segura de que podría
encontrar algunos chicos disponibles en alguna parte. Ella era más que
suficientemente hermosa. Tal vez había pasado a través de todo los solteros ya,
como Christos había dicho.
La fiesta todavía estaba llena, y yo realmente no conocía a nadie con quien
hablar. Mi zumbido había desaparecido para ese momento, y no tenía ganas de
beber más. Fue entonces cuando la soledad en verdad se estableció.
Me acordé de cómo de intimas habían estado las cosas en la casa de
Madison. Su energía amorosa era increíble. No era grande, no era emocionante.
Era un polo a tierra. Esta gran fiesta era caótica, ruidosa y desconectada. Tenía la
esperanza de pasar la noche de Acción de Gracias con Christos y su abuelo y tal
vez algunas otras personas. Esto parecía un gran evento social.
Entonces me acordé de la llamada de teléfono con mis padres. Eso era todo
lo contrario de esto. Demasiado tranquilo. Demasiado frío. Demasiado nada.
Siempre había temido los días de Acción de Gracias en casa de mis padres porque
eran muy exquisitamente incómodas, sin razón aparente.
Ahora que tenía un poco de perspectiva, podría establecer distinciones. De
alguna manera, no me sorprendió que como los tres osos uno era demasiado
caliente (la espectacular cena de Christos), el otro era demasiado frío (la casa de
mis padres), y una (la familia de Madison), era término medio.
¿Estaba todavía en el lugar equivocado?
¿Estaba en alguna fase de luna de miel con Christos? ¿A medida que
294 pasáramos más tiempo juntos, iba a descubrir que estaba demasiado ocupado
con los compromisos familiares y reuniones sociales como esta? ¿Demasiado
ocupado para hacer tiempo para mí?
¿Su discurso grandioso de mi carrera en arte y la venta de pinturas en galerías
estaba tirando de mí en un mundo que no quería? ¿Un mundo que era lo contrario
del de mi familia pero igual de malo?
No, eso no podía ser cierto. Christos se dedicaba a mí. Pasamos más y más
tiempo juntos, y era en su mayoría solo nosotros dos. No podía imaginar un mejor
novio. ¿Y la forma en que manejó los avances de Brandon? Debido a que era
malditamente obvio que Brandon estaba tratando de encantarme a la serpiente
para darme un beso. Christos lo había sorprendido. Pero Christos fue tan relajado,
tan descomplicado.
A diferencia de Damián.
Christos siempre se las arreglaba para hacer lo correcto por mí. Christos
estaba tan cerca de perfecto como pudiera posiblemente imaginar. Había sido
tan honesto conmigo acerca de todo. Él me había hablado de su madre y su papá
y su dolor más profundo, el más privado.
Era yo la que tiene los problemas. Porque todavía estaba mintiéndole.
Contuve la peor parte de mi mismo porque era demasiado horrible para compartir.
Christos me odiaría si supiera la verdad.
La verdad acerca de Taylor.
La tristeza y el odio me invadieron. Estaba indignada conmigo misma. Christos
estaba colocando su corazón para que lo tomara y yo estaba conteniéndome. No
lo merecía.
No merecía a nadie.
Me dirigí a la puerta principal. Tenía que ir a casa y estar sola y revisar la
situación.
Oí Christos gritar mi nombre mientras atravesaba la puerta principal. Estaba
atrapado detrás de la multitud de parranderos. Corrí a mi auto y regresé a casa
antes de que pudiera detenerme.
No quería que se enterara de lo horrible que era.
Taylor.

Por el resto del fin de semana de Acción de Gracias, evité mi apartamento y


el de Christos. Busqué en línea la ubicación del centro comercial más grande en
San Diego, y estuve allí cuando salió el sol.
Era fácil perderse en la locura de la locura de compras del Viernes Negro. Me
295 distraje de mi dolor y confusión interna por la prisa de los compradores de regalos
codiciosos.
A pesar de la actividad rápida que me rodeaba en el centro comercial, no
fue suficiente para sofocar completamente mi necesidad de una solución.
Compré un enorme Cinnabon el viernes y me dejé llevar por la caliente y
azucarada divinidad. Sólo era un alivio temporal de mi vergüenza y culpa por
mentirle a Christos.
Christos me envió mensajes y me llamó más de mil veces. No podía culparlo.
Lo estaba bloqueando sin ninguna razón obvia. Probablemente se preguntaba por
qué no estábamos disfrutando del fin de semana largo juntos.
Pero no podía explicárselo. No tendría ningún sentido si lo intentara. Porque
no estaría diciéndole toda la verdad. Estaría cubriendo la historia de Taylor con una
fabricación de excusas débiles.
Christos merecía algo mejor que eso.
Se merecía a alguien mejor que yo.
Cuando fui a casa esa noche, traté de estudiar, pero me fue imposible. Me
fui a la cama temprano.
Alguien llamó a mi puerta alrededor de las once. Tenía que haber sido
Christos. Madison aún estaba en Huntington Beach con sus padres, y Romeo y
Kamiko, ambos estaban fuera de la ciudad.
El golpe vino de nuevo. Me quedé en la cama, en la oscuridad, sola.
—¿Samantha? ¿Estás en casa? ¿Agápi mou?
Debió saber que estaba en casa. Mi auto estaba parqueado afuera.
Me sentí muy mal por ignorarlo. Enterré mi cara en mi almohada y lloré hasta
que dejó de llamarme y se fue.
No podía decidir si me sentía peor, porque lo estaba dejando, o mejor porque
lo estaba poniendo libre.

296
Veintitrés
E
l sábado fue casi una repetición del viernes. Compras todo el día en un
centro comercial diferente, arrastrándome a mi casa por la tarde para
intentar estudiar, y para comer un poco de helado. El helado se había
convertido en mi alimento de rutina en los últimos dos días.
Había una nota pegada en la puerta de Christo. Decía así: —Por favor,
llámame, Samantha. Te amo. Christos.
Me sentí como una mierda total al leerla. La doblé cuidadosamente y la metí
dentro de mi cuaderno de bocetos en el apartamento.
No podía concentrarme en mis libros y apuntes. Iba a arruinar mis
calificaciones en los finales si no podía concentrarme. Consideré la posibilidad de
ir a la biblioteca principal del campus, pensando que tal vez el entorno público me
haría obligar a estudiar, pero sabía que iba a estar desolado por el resto del fin de
semana. Sospeché que mi sensación de soledad se amplificaría en ese vacío
público, así que me quedé en casa. Fue mucho más fácil de tolerar mi soledad, en
297 la intimidad de mi apartamento, cerca de mi helado.
Me desperté temprano en la mañana del domingo. Me duché y me vestí
rápidamente, con la intención de hacer más compras. Algo me decía que Christos
podría pasarse por allí. Si él venía a buscarme de nuevo, no quería estar en mi
apartamento.
Cogí las llaves del auto y abrí la puerta. Casi me tropecé con la forma en mi
puerta. Christos yacía bajo una manta. Se veía congelado. Sus ojos azules de hielo
miraron hacia mí.
—Samantha, ¿qué pasó?
—¿Cuánto tiempo has estado aquí? —me atraganté con las palabras.
—No podía dormir, así que vine alrededor de las cuatro y media de esta
mañana. Tu auto todavía estaba aquí. Así que fui casa y tomé una manta y regresé.
—Parece que te estás congelando.
—Más o menos.
—Ven dentro, idiota. Puede ser San Diego, pero no es tan caliente, tonto.
Se puso de pie y se estiró una torcedura en la espalda. Su columna traqueó
en una veintena de lugares.
—¿Has estado allí por casi cuatro horas?
—Sí.
Le hice el té caliente y saqué una manta de mi cama. Se sentó en el sofá, y
se envolvió, bebiendo té. —Quería despedirme de ti la noche del jueves, pero te
fuiste antes de que pudiera detenerte.
—Uh, sí —dije con aire de culpabilidad.
—Iba a decirte que te quedaras en mi habitación del segundo piso.
—¿En serio?
—Sí. El jueves fue una locura. Peor que la mayoría de los años. El abuelo y yo
estábamos agotados. Sobornamos a los de catering para quedarse hasta más
tarde. Les pagó doble el tiempo extra para ayudar.
—Vaya, eso es mucho.
—Creo que es debido a mi exposición en la galería. De repente soy un
alguien. El linaje de la familia Manos continúa. Toda esa mierda.
—Seguro eres de una familia bendecida.
—No sé si esa es la palabra que usaría. Definitivamente no lo haría alrededor
de mi papá. —Tomó un sorbo de té—. Entonces, ¿qué te ha pasado? Traté de
llamarte y te envié mensajes de texto, pero nunca respondiste. Me preocupaba
que algo anduviera mal.

298 Suspiré pesadamente. —Sí. Eso. ¿Cómo explicarlo?


—Sea lo que sea, me lo puedes decir. No voy a tomar ninguna represalia
contra ti. Te quiero, Samantha, Agápi mou.
Mierda, no estaba haciendo esto fácil. Había estado pensando en qué decir
durante dos días. Sabía que eventualmente llegaría a esto. Mirándolo a los ojos,
todo lo que había planeado decir ahora parecía mal. Pero no sabía de qué otra
manera decirlo. Él estaba esperando una respuesta.
—Christos, tú y yo vamos en dos direcciones muy diferentes. Tu carrera ya está
en la estratosfera. Tengo los préstamos estudiantiles de que preocuparme, y no
importa lo que dices sobre lo talentosa que soy, puedo ver que estoy ni cerca de
donde los verdaderos artistas están. He tomado un montón de deudas, mis padres
están gastando sus ahorros para ayudarme a pagar mi universidad, y no puedo
defraudarlos No puedo seguir centrándome en el arte cuando sé que eso no va a
pagar mis cuentas hasta muy adelante, si alguna vez lo hace. Necesito
concentrarme en lo que es correcto para mí ahora.
Christos me miró como si estuviera hablando un idioma extranjero. —¿Qué
pasa con tu talento? ¿Y las tutorías?
—Tal vez tengo talento, tal vez no. Incluso tú dijiste que tengo que
desarrollarlo. No sé si tengo el tiempo para hacer mi arte y ser una buena
contadora.
—Por supuesto que sí —sonrió.
—Puede parecerte de esa manera. Puedes tomarte tiempo libre de la escuela
a tu antojo. Tu familia tiene toneladas de dinero. La mía no. Necesito concentrarme
en terminar la escuela lo más rápido posible, para poder encontrar un trabajo y
establecerme. Entonces tal vez pueda encontrar a alguien y tener una familia.
Suspiré profundamente, dándome cuenta de lo mucho que mis palabras
coincidían con las filosofías de mis padres. Estarían tan cuidadosamente orgullosos
de mí.
Pensé en lo que Madison y familia tenían. Sus padres eran de clase media
totalmente. Pero, a diferencia de mi familia, la suya tenía el amor que me estaba
faltando. La vida y el amor no se trataban de toneladas de dinero y alcanzar el
nivel de éxito estelar de la familia de Manos. Christos me lo había dicho: el dinero
había separado a sus padres. No quería que nos pasara lo mismo. Necesitaba dejar
las cosas antes de que las circunstancias convirtieran nuestro amor en odio, cinco
o diez años a partir de ahora. Era el camino más seguro para nosotros dos.
No quería correr el riesgo de alguna vez herir a Christos. Había tenido
suficiente ya, y no me atrevía a la posibilidad de añadir más dolor a su vida. No
cuando él todavía no conocía la verdadera yo.
Taylor.
No había necesidad de arrastrarlo en mi mierda.
299
—Estoy totalmente confundido —dijo Christos, frunciendo el ceño —. Esto no
suena como tú, Samantha. Me siento como si estuviera hablando con una persona
totalmente diferente a la que he llegado a conocer a lo largo de los últimos meses.
Eso es porque él no sabía la verdad. No conocía a la verdadera yo en
absoluto.
Taylor.
Christos conocía a alguien más. Conocía mi fachada.
Él negó con la cabeza. —¿Estás rompiendo conmigo?
—Sí. —Mi cabello cayó alrededor de mi cara como una cortina. No podía
mirarlo a los ojos.
Puso su mano en mi muñeca. —Samantha, mírame, Agápi mou.
¿Por qué tenía que seguir diciendo eso? Lo miré desde debajo de mi frente
baja. Apenas pude mirarlo.
Su rostro se tensó y luchó por la emoción. —Lo entiendo, Samantha. Entiendo
por lo que estás pasando. Es como con mis padres. No quiere que esto nos ocurra
a nosotros. Lo entiendo. Tienes miedo.
Sus lágrimas fluían ahora.
Mierda, él tenía razón en eso.
—Samantha, tienes mi corazón. Yo no tengo miedo de amarte. No dejaré que
el miedo de salir herido vaya a detenerme de tomar un riesgo contigo. Voy a tirar
todo el dinero y el éxito si eso significa que nos mantendremos juntos. No podría vivir
conmigo mismo si mi carrera nos alejara. Nunca dejaré que eso nos suceda a
nosotros, Agápi mou.
Yo estaba llorando ahora también. Estaba rompiendo mi resistencia. ¿Cómo
iba a discutir con lo que acababa de decir? No podía. Pero no tenía que hacerlo.
Debido a Taylor.
El rosto de Christos mostraba vulnerabilidad total. Él tomó mis manos entre las
suyas. —¿Puedes ser Sin Miedo, también, Samantha? ¿Puedes tomarte una
oportunidad conmigo?
Lo quería. Quería creer que su carrera no iba a ponerse en el camino. Quería
creer que también podía ser artista. Tal vez podríamos tener alguna pequeña casa
en algún lugar, y pintar por el resto de nuestras vidas, criar una familia, sin todas las
bolsas de dinero y obligaciones de ser celebridad.
Estaba llorando fuertemente. Christos me abrazó con fuerza susurrando
cálidamente en mi oído. —Te quiero, Samantha. Te amo.
Pero no era cierto, porque él no me conocía. ¡Yo era una mentirosa de
300 mierda!
Taylor.

No sé cómo me las arreglé para salir de ese momento. Creo que le hice una
vaga promesa a Christos de que íbamos a hablar más de ello. Le dije que tenía que
estudiar para los exámenes finales, lo cual respetó.
Las siguientes tres semanas consistieron en muy poco Christos y montones de
helado y estudio. Yo era miserable. Madison sabía que algo estaba mal conmigo,
y seguía preguntando, pero tampoco le iba a decir la verdad. Sabía cómo
disimular bastante bien. Le dije que me sentía preocupada por los finales, mis
padres, etc. Ella se lo creyó. Les dije la misma línea de mierda a Romeo y Kamiko.
Ahora le estaba mintiéndole a todos. Mis padres, como de costumbre. Mis
mejores amigos, que se merecían algo mejor. Y al hombre al que amaba, que me
había entregado su corazón.
Todo lo que podía dar eran mentiras.
¿Pero no era la forma en la que había vivido durante casi tres años?
De alguna manera me las arreglé para llegar al final de la semana sin explotar
por la sobredosis de helado. No tenía más sesiones de tutoría con Christos. Le dije
que estaba demasiado ocupada, y me disculpé con los niños en la biblioteca. Por
suerte, tomaron un descanso de las lecciones por la mayor parte de diciembre, por
lo que me perdí sólo un fin de semana. Me sentí muy mal por ellos. ¿A cuántas
personas podía decepcionar al tiempo? La lista estaba creciendo.
El examen final de Dibujo de Vida consistía en el profesor Childress dándonos
a cada uno evaluaciones detalladas sobre nuestros trabajos más recientes en
horario de oficina. Él me animó a volver a considerar una doble titulación en arte y
contabilidad, o por lo menos, una especialización en arte.
No estaba segura de cómo cualquiera podría ir con mis padres. Temía traer a
colación el tema con ellos durante las vacaciones de invierno.
El miércoles de la semana de exámenes finales, me apresuré en mi examen
de Fundamentos l de la contabilidad. Era tan fácil. Sabía que lo había ganado. Mis
padres me darían una palmadita en la espalda al ver mis calificaciones.
Esperé a que Madison terminara antes de entregar mi cuestionario, así
podríamos irnos juntas
—¿Cómo te fue ? —le pregunté después de que caminamos por las escaleras
de la sala de conferencias y salimos.
—Bien, creo. Estoy esperando una A, pero no puedo decirlo con seguridad.
Lo destrozastes. Vi que pasaste muy bien las preguntas.
301 —Sí —le dije sin sentido de logro.
—¿Quieres ir por algo de comer ?
—Está bien.
Caminamos fuera del edificio que contenía nuestra sala de conferencias y
por el camino de cemento. Christos estaba apoyado contra un árbol en el lado
opuesto, a la espera.
Madison me miró. —¿Lo dejamos para el almuerzo?
—Uh, ¿supongo?
—Deberías hablar con él, Sam. Sé que ha estado triste desde Acción de
Gracias. Jake me dijo que Christos está miserable.
—¿Jake lo sabe? —me quejé.
—Por supuesto. Jake y Christos son muy cercanos. ¿Por qué no habría de
hacerlo?
—Mierda —susurré.
—No sé lo que está pasando, Sam, pero algo no cuadra. Tú y Christos son
perfectos el uno para el otro. —Ella me miró, esperando una respuesta —. ¿Qué
está pasando en realidad?
No podía decirle. No podía decírselo a nadie.
—Sea lo que sea, Sam, no necesito saberlo. Pero Christos sí. Tienes que hablar
con él. Nos vemos más tarde. —Ella se marchó, dejándome varada, a veinte
metros de distancia de Christos.
No me atrevía a cruzar el abismo entre nosotros. Porque Taylor me retenía.
Christos rompió la barrera, caminando con desaliento hacia mí, deteniéndose
a unos metros de distancia. —Hey.
—Hey. —Me sentí como una idiota rígida a la enésima potencia.
—Te echo de menos, Samantha.
Ya no estaba diciendo Agápi mou. No sabía si sentir alivio o tristeza. ¿A quién
estaba engañando? Era una pérdida profunda y agonizante.
—Me estoy muriendo por dentro —dijo con seriedad—. Tener que sacarte de
mi vida es como que me quiten la piel. Cruzamos una línea hace unas semanas, tú
y yo, bajé todas mis defensas por primera vez, tal vez por primera vez en la historia.
Estaba viviendo la vida con honestidad, dándole a mi verdadero yo al mundo. No
hay mentiras, no hay fachadas.
Su cara se estremeció de emoción intensa, apenas contenida. Pero no
dejaba que eso lo detuviera de decirlo todo. —Samantha, cuando me dejaste,
estaba en tanto dolor que no puedo comenzar a describirlo. Es como si te hubieras
302 convertido en mi armadura. Protegiste esa persona vulnerable en que me había
permitido convertirme a partir de los bordes afilados del mundo. Sabía que podía
ponerme mi vieja armadura de nuevo, mis viejos hábitos. Pero no quería. Todavía
quiero lo que teníamos. Quiero vivir con libertad, abierto al mundo. No quiero
ocultarme detrás de un comportamiento deshonesto. Te deseo, Samantha. Te
quiero, y quiero el amor que sé que tienes para mí. Por encima de todo, eso es lo
que quiero.
¿Por qué todo lo que pude notar, mientras que este hombre abrió su corazón
para mí, era el hecho de que grupos de estudiantes pasaban, posiblemente
escuchando lo que me estaba diciendo sin temor a ser juzgado?
Porque era una mentirosa de mierda, y él personificaba la honestidad
valiente.
Giré sobre mis talones y me alejé de él.
—¿Samantha? —Él me siguió de cerca—. No voy a renunciar a ti. Te necesito,
y sólo a ti. Te esperaré, Agápi mou.
Comencé a correr. Yo estaba llorando. Tenía que escapar.
Taylor.
Corrí al primer baño de mujeres que encontré y me encerré en un cubículo.
Grité por un largo, mucho tiempo. Estoy segura de que todo el que entró en el baño
me oyó llorar. No me importaba, siempre y cuando no tuviera que mirar a nadie a
los ojos.
Cuando por fin salí a la calle, Christos se había ido.
Posiblemente para siempre.

Esa noche, hice las maletas antes de dormir y me duché. Tenía un vuelo a las
6 a.m. a la mañana siguiente de vuelta a casa e DC, hogar del aeropuerto Ronald
Reagan. Llamé a Madison para confirmar que todavía pudiera llevarme, aunque
era jodidamente temprano. Ella dijo que por supuesto.
Dormí como una mierda esa noche. No me sorprendía.
Por la mañana, cuando Madison me envió un mensaje de que ella estaba
fuera, cogí mis maletas y cerré mi apartamento. Estaba oscuro afuera.
No veía su auto en ningún lugar.
Un Camaro del 68 se detuvo en el estacionamiento.
Christos.
Madison era una traidora.
Llegó otro texto de Madison.
¿Él ya llegó?

303 Yo le envié un mensaje de regreso con furia.


La traición se castiga con la muerte. ¿Dónde estás?
Acurrucada debajo de mis sábanas.
¡Ven aquí, ahora!
Mejor ve con Christos. No quieres perder tu vuelo ¡Te veo después de las
vacaciones de invierno! ¡Te amo!
Yo empezaría a urdir planes de asesinato para Madison durante las
vacaciones. No habría ninguna evidencia de su desaparición.
Christos salió de su auto y se apoyó contra él, con los brazos cruzados. —
¿Necesitas que te lleve? —Llevaba una chaqueta de moto de cuero, botas y
pantalones vaqueros. Era tan condenadamente sexy. Maldito. Su cabello estaba
despeinado y él tenía la cantidad perfecta de rastrojo sexy para que me
desmayara. No iba a dejar que se saliera con la flagrante manipulación.
—No, puedo ir yo misma conduciendo.
—No quieres parquear en el aeropuerto. Cuesta un montón.
Puse los ojos en blanco.
—Deja que te lleve. Es decir, seguimos siendo amigos, ¿verdad?
Tomé una respiración profunda, la solté. —Está bien. Pero sólo voy a dejar que
me lleves porque somos amigos. ¿Por cuánto tiempo Madison y tú tenían esto
planeado?
—Ella me llamó ayer por la noche. Jake le dio mi número.
—Esa perra, sabía que era una conspiradora.
Él se rió entre dientes. Subió las escaleras y tomó mis maletas. —Cargaré esas
por ti.
Lo seguí por las escaleras y esperé mientras él las puso en el maletero. Abrió la
puerta para mí.
—Gracias, Christos.
—No hay de qué. —Cerró la puerta para mí, se metió en el asiento del
conductor, y arrancó.
Apenas nos hablamos en el viaje de veinte minutos al aeropuerto. Había cero
tráfico en la autopista a las cuatro y media.
Cuando llegamos al aeropuerto, volteó hacia el estacionamiento.
—¿Por qué vas a estacionarte? Podrías dejarme simplemente. —Eso es lo que
mis padres solían hacer.
—Siempre odio cuando la gente hace eso. Es agradable tener a alguien que
conoces que te acompañe a seguridad y que te despida.
No podía estar en desacuerdo, no es que lo supiera por experiencia. Pero
304 sonaba bien.
Él encontró un espacio y fuimos andando a la terminal. De acuerdo con los
monitores, mi vuelo estaba a tiempo.
—¿A qué aeropuerto vas? —preguntó mientras observaba el monitor.
—Ronald Reagan.
—¿Qué aerolínea?
—United.
—Parece que estás a tiempo, entonces.
Sólo tenía el equipaje de mano, así que entré a seguridad.
—Bueno, gracias —le dije—. Debería pasar por seguridad. —La línea era corta,
pero me sentí incómoda. Me preparé para una especie de desesperada súplica
de último minuto.
—Está bien. Que tengas buen viaje. —Él sonrió y se fue.
Eso fue extraño. Lo que sea. Probablemente era lo mejor.
Me tomó unos cinco minutos pasar por seguridad. Me compré un bollo y un
café en el otro lado. Sorbí mi bebida y mordisqueé mi bollo hasta que mi vuelo fue
llamado.
Tenía un asiento cerca de la parte de atrás, al lado de la ventana. Una
anciana tomó el asiento del pasillo. Había un asiento vacío entre nosotros.
—Buenos días —dijo—. ¿Cómo te llamas? —Ella estaba demasiado llena de
vida para la hora y su edad.
—Soy Sam.
—Encantada de conocerte, Sam. Soy Gladys. Odio volar tan temprano, pero
mi hijo vive en la costa este. Prefiero llegar allí cuando todavía hay luz.
—Sé lo que quieres decir.
—¿Vas a ver a tus padres para Navidad?
— Sí.
—Apuesto a que están deseando verte. Te darán un gran abrazo y un cálidos
besos cuando llegues allí, ¿no es así?
Ella no tenía ni idea. ¿Qué tal un apretón de manos y una recogida en la
acera? Le dediqué una sonrisa falsa. Gladys iba a hacer de este un largo vuelo.
—¿Está ocupado este asiento?
—¡Christos! —Casi me golpeé la cabeza con el compartimiento de arriba
cuando salté.
Esbozó su sonrisa a Gladys. —¿Le importa si entro?
—No, en absoluto, joven. —Gladys desabrochó su cinturón y se puso de pie,
305
lo que permitió a Christos apretarse entre nosotras.
Él se dejó caer en el asiento. —Hola.
Miré a mi alrededor desesperadamente en busca de una asistente de vuelo.
Pero ¿qué iba a hacer? Christos tenía un billete en la mano.
—Pasajeros, por favor, tomen asiento —dijo una azafata por el altavoz—.
Estamos ahora completamente abordados y nos preparamos para el despegue.
Por favor, abróchense los cinturones de seguridad y asegúrese de que la bandeja
esté en posición vertical y bloqueada. Por favor, continúe prestando atención
mientras los guiamos a través de nuestros procedimientos de seguridad.
Mierda. Estaba atrapada.
Christos se movió y me sonrió.
—¿Acabas de comprar ese boleto? —le pregunté.
—Sí —sonrió.
—Caray, ¿cuánto costó?
—Fueron sólo cuatrocientos dólares por un trayecto. Eso es casi el precio
normal. Creo que estaban tratando de llenar el vuelo. Está bastante vacío.
—¿Qué pasa con el auto?
—Voy a dejarlo en el parqueadero.
—¿No te vas a quedar poco? ¿Cuánto va a costarte?
—No lo sé. ¿Unos cientos de dólares?
—¡No puedes hacer eso! ¡No deberías estar aquí, Christos!
—¿Por qué no?
—Porque... porque, ¡no puedes volar a casa conmigo!
—¿Quién ha dicho algo de volar a casa? Te dije que mi mamá vivía en Nueva
York. Tal vez voy a visitarla.
—¡Pero estamos volando a DC!
—¿Y? Alquilaré un auto con GPS y conduciré a Manhattan. Va a ser una
aventura.
—Jesús, Christos. Estás loco.
—Nop. Sin Miedo.
—Creo que son la misma cosa.
—Tal vez lo son —sonrió.

306 Christos y yo pasamos el vuelo hablando. No se podía evitar. Era mejor que
tener a Gladys recordándome lo mucho que no tenía muchas ganas de ver a mis
padres. Eran las últimas personas con las que quería llorar contándoles todo lo que
había sucedido. Estaba esperando 2 semanas de silencio y miseria solitaria. Sabía
cómo hacer eso bien.
Tendría que esperar hasta que me separara de Christos en DC. Él logró incluir
a Gladys en muchas de nuestras conversaciones, y resultó que ella era bastante
divertida. A pesar de mi mejor esfuerzo, siempre me divertía con Christos alrededor,
sin importar lo mucho que intentara no hacerlo.
Cuando el avión aterrizó, Christos y yo desembarcamos juntos. El aire frío se
filtró en el avión antes de que estuviéramos en el túnel de embarque. Ya había
olvidado lo frío DC que era en el invierno. Mientras esperábamos a que los pasajeros
delante de nosotros desembarcaran, me puse el abrigo pesado y un gorro de lana.
Sabía que mis padres estarían esperando en la acera afuera de la zona de
equipaje, así que fui en esa dirección. Cuando llegamos a los mostradores de
alquiler de autos, Christos no se detuvo.
—¿No vas a alquilar un auto? —le pregunté.
—¿Crees que debería?
—¿Qué quieres decir? Pensé que ibas a ver a tu madre.
Levantó las cejas. —Ahh, sí. Acerca de eso.
—¿No estabas en realidad pensando en ir a Nueva York?
—Puede que no.
Me quedé muy sorprendida. ¿Había volado por todo el país conmigo por un
capricho, totalmente desprevenido, simplemente para estar conmigo? ¡Él era un
loco!
—¡Ni siquiera estás vestido para la costa este! Hace mucho frío afuera.
Examinó mi traje de invierno. —Te ves muy linda con esa gorra en tu cabeza
—dijo.
—¡Christos! Esto está tan mal. ¡No puedes venir a casa de mis padres!
¿Por qué estaba diciendo eso? Simplemente estaba jugando su juego.
¿Cómo conseguía salirse con la suya con este comportamiento? No iba a funcionar
conmigo. No, de ninguna manera.
—Puedo conseguir un hotel. Cerca de donde vives.
—¡No!
—Vamos, Agápi mou.
—No digas eso —Pero quería que lo dijera. Quería que me lo dijera una y otra
vez, cada día por el resto de mi vida. Quería una banda sonora de 24/7 de él
diciéndomelo en su perfecto acento griego.
307 —Te quiero, Samantha.
Mierda, eso no era justo.
—¿Sam? —Era mi mamá.
Me di la vuelta.
—Tu padre me dijo que viniera a buscarte. Pensé que tal vez te habías
olvidado de que te estábamos esperando en la acera. Me dijo que no olvidabas
esas cosas, así que algo debía estar mal.
—Hola —Christos la saludó tímidamente.
—¿Quién es éste? —mi mamá preguntó, confundida.
—Este es Christos.
Christos le tendió la mano y mi mamá se la estrechó con cautela. —Soy Linda
Smith. Encantada de conocerte. —Ella estaba tan completamente confundida.
—Él es mi amigo.
—¿De la universidad?
—Sí.
—¡Oh! —Alivio se apoderó de mi mamá—. ¿Vas a SDU?
—Sí.
—Te ves un poco mayor para la universidad.
—Estoy en el programa de postgrado.
—Oh. ¿Vives en DC? —Mamá todavía estaba completamente perdida.
—No, mi madre vive en Nueva York. Pensé en volar con Samantha para
divertirme. Conducir a Nueva York.
—Las carreteras están terribles. ¿No te lo dijo Sam?
—Probablemente, pero pensé que sería divertido de todos modos —Christos
sonrió.
—Uh, está bien, fue un placer conocerte, Christos. ¿Sam? ¿Estás lista para irte?
Esta era mi oportunidad. Tenía que tomar una decisión. Ahora o nunca. ¿Qué
va a ser, Sam?
—Mamá, ya que las carreteras están tan mal, ¿crees que Christos podría
permanecer con nosotros durante un par de días? ¿Hasta que mejoren?
Sorpresa iluminó el rostro Christos.
Mi mamá lo miró de arriba abajo, asimilando su mal aspecto de chico rudo
de motocicleta. —No sé, Sam. Es de último minuto.
—Tenemos espacio. ¿Alguien está de visita? —Sabía que la respuesta sería no.
—Bueno, no, pero...
—Entonces puede dormir en la habitación de invitados. Sólo será un par de
308
días hasta que se disipe el tiempo, ¿verdad?
—No lo sé, Sam, tu padre podría…
Sin pensarlo, agarré a mi mamá por el codo algo que nunca había hecho
antes. Agarré a Christos también, y los arrastré a la calle. — A papá no le importará,
lo va entender. —No estaba del todo segura de ello, pero a la mierda. Iba a
intentarlo de todos modos.
Mi padre esperaba en la acera, de pie al lado del Honda familiar. Vi su cara
moverse con incertidumbre cuando vio a Christos.
—¡Hola, papá! —Sonreí alegremente—. Este es mi amigo Christos. Necesita un
lugar para pasar un par de días hasta que las carreteras mejoren, entonces él
conducirá a Nueva York para ver a su mamá —le mentí.
Mi padre estaba completamente confundido. —¿Uh?
—Traté de decirle, Bill. ¿No tenemos espacio, verdad, Bill? —Mamá dio a papá
una mirada mordaz.
—Ahhh —mi papá tartamudeó.
—Vamos, muchachos. No es gran cosa.
Mi mamá y mi papá me miraron como si me hubiera crecido una segunda
cabeza.
Christos se acercó a mi padre y le estrechó la mano. —Soy Christos Manos. Un
amigo de su hija de SDU.
—Bill. Bill Smith.
—Encantado de conocerte, Bill. Te lo prometo, tan pronto como los caminos
estén despejados, voy a estar fuera de su camino.
—¿Dónde está tu auto?
—Voy a alquilar uno.
—Uh, ¿de acuerdo?
Le di a mi papá mi mejor puchero "rogándole a papá”. Nunca funcionó antes,
pero estaba desesperada.
—Si está bien con tu madre, está bien conmigo.
Mi madre le dio a mi padre una mirada a modo de regaño.
Miré a mi mamá. —Por favor, mamá —le supliqué —. Christos no te molestará,
¿verdad, Christos?
—Tus padres ni siquiera sabrán que estoy ahí. Voy a dejar que ustedes estén a
solas para tener tiempo en familia.
¿Tiempo en familia? ¿Con mis padres? Estoy segura de que quería decirlo
como una especie de broma, pero ey, sonaba bien, ¿verdad?
Christos le sonrió a mi mamá con coquetería. No funcionó en ella.
309
—Bueno —dijo mi padre—, nuestra hija está creciendo. Aprendiendo a tomar
sus propias decisiones. Si su amigo necesita un lugar para pasar un par de días, no
podemos decir que no, ¿verdad, Linda?
¿Qué tipo de parásito de control mental se había hecho cargo del cerebro
de mi papá?
Mi mamá giró su cabeza como un sacacorchos por la furia, como si estuviera
luchando contra la tentación de explotar, pero ella no dejó que su renuencia se
transformara en palabras. Afortunadamente.
—Está bien —me animé—. ¡Supongo que eso soluciona esto! ¡Vamos, todo el
mundo!
Mi padre puso mis maletas en el maletero. —¿Dónde están tus maletas ,
Christos ?
—No he traído nada.
—¿Qué? —Mi padre parecía como si alguien hubiera hundido su barco de
guerra.
—Viajo ligero.
—Eso diría —mi mamá dijo con disgusto.
Christos y yo nos montamos en la parte trasera. Mi mamá no dejaba de mirar
a Christos, como si estuviera esperando a que sacara una pistola o algo así y robara
el Honda familiar.
Después de que dejamos mis maletas en casa, Christos insistió en llevarnos a
todos a cenar. Dejo la elección de restaurante a mis padres.
Papá sugirió chino, lo que significaba El Palacio Imperial, el mismo lugar al que
siempre íbamos desde que era una niña. La mayoría de las cosas con mis padres
nunca cambiaban.
Todos nos amontonamos en el auto de mi padre y nos llevó hasta el
restaurante. Era tan raro tener a Christos sentado a mi lado en la cabina enfrente
de mis padres. En el pasado, el asiento a mi lado siempre había estado vacío. Ni
siquiera Damián tuvo el raro honor de ir al Palacio Imperial con mis padres. La
presencia de Christos había cumplido mi fantasía de niña de tener al chico más
caliente en el mundo conmigo en un refugio de mi niñez, como si estuviera
probándole tanto a mis padres como a mí que existía un mundo fuera de lo mismo,
en el que mis padres habitaban continuamente.
Mi padre ordenó al estilo familiar, seleccionando varios platos para que todos
puedan compartir.
310 —¿Estoy seguro de que Sam le ha dicho que se especializa en negocios? —
dijo mi padre a Christos, deteniéndose con sus palillos a medio camino de su boca,
una trozo de cerdo agridulce entre ellos.
Christos bebió un sorbo de té verde. —Sí. Creo que es genial. Puede conseguir
un trabajo en cualquier lugar con un diploma en negocios.
—Negocios es la elección sensata —dijo mi madre.
—Estoy de acuerdo —dijo mi padre, sin dejar de masticar la carne de cerdo
agridulce—. ¿Sam te dijo que tomó esa tonta clase de arte en lugar de Micro
Economía?
Christos se hizo el tonto. —Ella no había mencionado eso.
Oh, Dios mío. Mis padres nunca dejaban de definir Mi Vida Aburrida para mí.
Estoy segura de que si pudieran implantar quirúrgicamente la clase de Micro
Economía en la cabeza lo harían.
—Bueno —dijo Christos alegremente—: Espero con interés escuchar todo
acerca de micro economía cuando Sam la tome. Así como es, siempre estoy
molestando a Samantha para que me diga lo que está aprendiendo en su clase
de contabilidad.
—No me digas —dijo papá, masticando más de la carne de cerdo agridulce.
—Como estoy seguro de que usted sabe, Sr. Smith, la contabilidad es el
lenguaje de los negocios.
—Lo es.
—Me imagino, que la mejor manera para que me quedara en la cima de mi
carrera es entender el lado del negocio de las cosas, así como todo lo demás.
—¿Ah, sí? —dijo mi mamá, su interés se despertó—. ¿Carrera? Pensé Sam dijo
que estabas en programa de postgrado.
—Lo estoy. Pero es una especie de formalidad.
—¿Cómo es eso? —preguntó mi padre.
—Bueno, ya estoy construyendo mi propio negocio. De hecho, ya tengo un
flujo de caja significativo, y mi rentabilidad está por las nubes. —Él me guiñó un ojo
a escondidas.
Contuve una sonrisa empujando un fajo de moo shu de cerdo en mi boca.
Christos lo hizo sonar como si su exposición en la galería fuera una especie de
fábrica de pastillas o chips de computadora.
—DE verdad —dijo mi papá, impresionado—. ¿En qué línea de trabajo está su
negocio?
—Pintura.
—¿Te refieres a un contratista de pintura ? ¿Cuántos empleados tienes?
—Sólo yo.
311 Mi padre frunció el ceño. —¿Cuánto pintar puede hacer una persona? ¿O es
que subcontrata y gestiona un equipo de pintores?
—Nope. Soy sólo yo.
Mi papá se rió entre dientes. —Bueno, espero que estés pintando mansiones
o salas de juntas ejecutivas, o lo que sea.
—Nope. Estoy pintando cuadros.
—¿Qué? —le preguntó mi mamá, confundida.
—Soy un pintor de galería. Pinto cuadros.
Mi padre reaccionó como si Christos se hubiera puesto de pie y se hubiera
bajado los pantalones y agitado su ding- dong sobre la mesa.
Puse los ojos en blanco. —Él es un artista, papá. —Mis padres eran a veces
tan cerrados, que pensaba que podían ser no cerrados.
—¿Arte? —mi mamá dijo la palabra "arte" como si tuviera que sostenerla con
pala y guantes de goma.
—Es muy bueno, mamá. Él ya tuvo una exposición de galería con venta total.
Vendió cada pintura individual en una noche —lo defendí. Mis padres no tenían
idea sobre el mundo del arte. Yo tampoco, pero comparado con ellos, sabía
demasiado.
Mi padre que procesó eso cuidadosamente. —¿Venta total, eh? ¿Cuánto
ganaste?
Sabía lo suficiente como para saber que era grosero como el infierno
preguntar eso. Me imagino cómo reaccionaría mi papá si Christos le preguntara a
quemarropa cuanto ganaba. No terminaría bien y era un eufemismo.
—Más o menos por las seis —dijo Christos casualmente, pasando un brazo
sobre el asiento detrás de mí. Era como una especie de duelo entre caballeros, y
Christos no sólo había sacado una pistola Gatling, sino que había reclamado a la
hija del cacique en el proceso. Yo estaba emocionado por lo infantil que era. ¡Ve
por ellos, Christos!
—¿Seis qué? —preguntó papá, todavía con el ceño fruncido, con el vaso de
agua hacia su boca.
—Cifras.
Mi padre tosió su agua en el vaso. Mamá se acercó y le dio unas palmaditas
en la espalda. —¿Estás bien, Bill?
—Estoy bien —papá se atragantó—. Estoy bien. —Tosió un poco más. Cuando
se recuperó, dijo—, ¿conseguiste seis cifras? ¿En una sola noche?
— Así es. —Una sonrisa en el rostro aliviado de Christos—. No es que yo hice
todo el trabajo en una sola noche. Las pinturas tomaron meses para terminarse.
Pero eso no es trabajo. Me encanta la parte de la pintura. Es la venta lo que es el
312 trabajo.
—En otras palabras —sonreí —, Christos trabaja un día al año.
Mis padres desorbitados, como si Christos se hubiera prendido en llamas.
—No es así de simple —dijo Christos pensativo—. Yo también tengo que
congraciar mucho. Compenetrar con mi base de clientes en el tiempo. Pero eso es
acerca de las visitas sociales, cenas, ese tipo de cosas. Además, mi padre y mi
abuelo han estado haciendo la cosa de la pintura desde hace décadas. Se le
podría llamar una empresa familiar.
Si mis padres no estuvieran tan tensos, sus mandíbulas se habrían caído sobre
la mesa. Era como si Christos hubiera venido montado en un elefante enjoyado
desde tierras lejanas y contara legendarias historias que giraban alrededor de
ciudades de oro y ríos de platino que eran reales y verdaderos. Mis padres nunca
habían oído hablar de tales cosas. Ellos no podían entenderlo.
Mi padre lentamente recuperó la compostura. —Bueno, eso es genial,
Christos. Pero nuestra Samantha no tiene acceso a ese tipo de cosas. Quiero decir,
Linda y yo no somos artistas exitosos. Somos gente de negocios. Siempre lo hemos
sido. Y ahí es donde el talento de Sam está, ¿no te parece, Linda?
—Por supuesto —dijo mamá, tomando la mano de mi padre en la de ella,
como muestra de solidaridad.
Apreté los puños bajo la mesa, retorciendo la servilleta en nudos. Medio
esperaba que Christos objetara y dijera alabanzas de mis talentos artísticos, con lo
que se empezaría una pelea con mis padres que daría lugar a su expulsión de la
casa. Eso era lo último que yo quería, ahora que estaba aquí en DC conmigo.
—Tienen que hacer lo que es correcto para su hija —dijo Christos
ambiguamente—. Lo que la mantenga sana y feliz —dijo enfáticamente.
—Exactamente —dijo mi padre, no entendiendo el punto en su totalidad.
Como siempre.
Christos se encargó de la cuenta después, como había prometido. Estaba
casi congelando fuera del restaurante, y todo lo que llevaba Christos era su
chaqueta de cuero.
—¿No tienes frío? —le pregunté, abrazándome contra el aire frío. Quería
inclinarme hacia Christos, pero no con mis padres viendo.
—Voy a estar bien —sonrió.
—¿Tal vez él pueda tomar prestado uno de los abrigos de Bill mientras él está
aquí ? —Mi mamá sugirió.
—No creo le quede bien, Linda. Christos es un poco más alto que yo, y más
ancho en los hombros. —Mi padre estaba fuera de lugar con eso. Christos era
mucho más alto que él.
—Gracias, Sr. y Sra. Smith. Voy a estar bien.
313
Regresamos a la casa de mis padres, Christos y yo de nuevo en el asiento
trasero del Honda de mis padres. La idea de tomar la mano Christos cruzó por mi
mente. Estaba oscuro, pero de alguna manera sospechaba que mis padres sabían
intuitivamente que estaba teniendo un buen rato y pondrían fin a esa situación de
inmediato.
Mantuve mis manos para mí misma. Además, no quería enviarle señales
mescladas a Christos. En casa, mamá automáticamente preparó la habitación de
invitados para Christos. Estoy segura de que mis padres asumieron que dormiría en
mi habitación, que parecía exactamente como la había dejado en agosto.
No discutí el punto de quién dormía dónde. Estaba contenta de que mis
padres dejaron a Christos quedarse sin poner tanto problema.

Christos dio las buenas noches y me acosté en mi cama sola. Saber que
estaba al otro lado de la sala me dio una sensación de paz que nunca había
sentido en la casa de mis padres. Tenía un protector, un ángel de la guarda. Él me
protegía no sólo del resto del mundo, sino de la preocupación desconectada de
mis padres por mis mejores intereses.
Me moví en mi cama, mis pensamientos retumbando caóticamente.
¿Cómo iba a pasar la vida sin Christos? Sabía que no iba a morirme sin él, pero
sentía que mi vida sería mucho peor. Sería tolerable, pero probablemente
miserable. Es decir, en serio, ¿de verdad quería ser contadora tanto como mis
padres querían que lo fuera?
Ni siquiera de cerca.
Ellos no sabían nada sobre el mundo del arte. El arte era un negocio real. Lo
había experimentado de primera mano. ¿Qué había estado pensando después de
Acción de Gracias, empujando a Christos tan lejos?
Taylor.
Sí. Taylor siempre estaba en mi mente. Cada minuto de cada día.
Me di la vuelta y tiré de mis mantas. Deseé que Christos entrara en mi
habitación y me abrazara. Pero sospechaba que no lo haría, por respeto a mis
padres. Podría entrar en la habitación de invitados y meterme en su cama. Pero
tenía esta sensación persistente de que mis padres enloquecerían si me
encontraban ahí con él a la mañana siguiente.
Además, no había hecho las paces con Christos. Él todavía no sabía nada de
Taylor. Él no sabía quién era yo realmente debajo de las mentiras.
Entré y salí del sueño durante toda la noche. Cada vez que me quedaba
314 dormida, la vieja pesadilla me agredía.
Taylor.
Vi el destello de color. Oí el terrible golpe. Vi la sangre.
Me acordé de las innumerables mentiras que había contado todos los días
durante casi tres años. A todo el mundo.
A mí misma. A mis padres. A mis amigos.
Al mundo entero.
A Christos.
Yo era una gran puta mentira.
No podía soportarlo más. Me estaba comiendo viva. Si no ponía fin a esto de
una vez por todas, sería devorada lentamente por mi propia falta de honradez.
No podía vivir de esa manera por más tiempo.
No iba a renunciar a la vida ni a mí misma.
Iba a decir la verdad mañana. Por primera vez.
Empezando por Christos.
Por fin iba a romper mi silencio y hablar de Taylor.
Mi mamá preparó el desayuno para todo el mundo en la mañana. Pan
francés, tocino y jugo de naranja.
Mi papá y mi mamá ya estaban vestidos para el trabajo cuando entré en la
cocina. Yo estaba en sudadera. Christos llevaba su ropa de ayer, pero dejó su
chaqueta de cuero en la habitación de invitados.
—¿No tienes frío en esa camiseta, Christos? —preguntó mamá.
—Estoy bien —sonrió. Él realmente se veía bien.
—Tal vez podamos ir al centro comercial hoy y comprar algo de ropa nueva
—sugerí.
—Claro —sonrió—. Probablemente me vendría bien un cepillo de dientes,
también.
Casi digo que podía tomar prestado el mío, pero pensé que mis padres
estarían extrañados por eso.
—Puedes pedir prestado mi auto después de tomar tu desayuno —dijo mi
mamá—. Tu padre me puede llevar al trabajo.
Mi padre, que todavía leía el periódico, miró por encima de la sección de
negocios, levantando las cejas. —¿Puedo?

315 —Sí, Bill. Está a sólo unos minutos fuera de tu camino. Tu hija necesita un auto.
Papá se sumergió bajo el periódico, refunfuñando.
—Come mientras está caliente —dijo mamá. Ella sirvió los platos llenos de
comida humeante para todo el mundo.
Christos mordió el pan francés. —Vaya, señora Smith. Buen pan tostado
francés. Muy esponjoso.
Mi madre sonrió. —Es el pan. Lo compro en una panadería local.
—Bueno, es impresionante. Me encanta.
—Gracias, Christos. —Ella tomó un sorbo de café.
Cuando terminamos de comer, limpié la mesa. —Gracias por el desayuno,
mamá.
—Gracias, señora Smith —dijo Christos—. Todo estaba maravilloso.
Después de que mis padres se fueron a trabajar, Christos y yo nos turnamos
para ducharnos.
Cuando estuvimos vestidos, saqué una vieja mochila de la parte posterior de
mi armario, la puse en la parte trasera del Honda de mi madre, y luego nos
montamos en el interior.
Mis padres conducían un modelo idéntico de sedán de Honda. La única
diferencia era que el de mi padre era color plata, porque decía que reflejaba
mejor el calor en el verano. El de mi madre era negro porque ella pensó que era
más elegante. Ellos eran demasiado extremos para su propio bien. No.
En el interior del auto, puse el calentador a todo volumen por Christos.
—Gracias —dijo Christos.
Las carreteras tenían un poco de hielo, pero estaba acostumbrada a ello. Nos
conduje a través de las calles del barrio por un tiempo, sabiendo exactamente a
dónde iba. Eventualmente, llegamos a una parada en una calle residencial cerca
a Maryland.
Christos miró a su alrededor. —¿No vamos a comprar ropa?
Apagué el auto. —Christos, tengo que decirte algo.
—Está bien.
Me desabroché el cinturón de seguridad. Esto iba a tomar un tiempo. —En
primer lugar, gracias por venir conmigo.
—Ha sido un placer. No podría pensar en una mejor manera de pasar las
vacaciones de invierno. O en una persona mejor para pasarlas. —Se acercó y tomó
mi barbilla—. Te extrañé mucho, Agápi mou.
Estiré las dos manos y apreté su mano contra mi mejilla. Temía que no me
316 extrañaría nunca más después de que terminara de contarle sobre Taylor. Estaba
bastante segura de que estaría yendo al aeropuerto, no a una farmacia para un
nuevo cepillo de dientes.
—No soy quien crees que soy, Christos.
— ¿Qué quieres decir?
—Tengo un poco de historia.
—¿Ah, sí? ¿Eres un hombre? —sonrió—. Quiero decir, yo debería saberlo, en
base a lo que he visto hasta ahora, pero he oído que en esas operaciones de
cambio de sexo se han vuelto realmente buenos.
—No, Christos. —Fruncí el ceño—. Esto es serio. He estado guardándote todo
lo importante. Y me siento terrible.
—Samantha, sea lo que sea, estoy seguro de que no es tan malo como estás
haciendo que suene.
Miré por la ventana delantera del Honda, a la sencilla casa de dos dormitorios
en la calle.
Una madre y su hija habían caminado fuera y se habían quedado en el
porche. La hija tenía dos años más que yo. Su madre cerró la puerta de entrada, a
continuación, ambas se abrieron paso con cuidado por la vía de ladrillo corto.
La hija cojeando notablemente. Su madre la ayudó a bajar los dos escalones
en el final de la entrada. Una cosa tan simple, caminar dos escalones. Pero la joven
no podía hacerlo con confianza y sin ayuda. Subieron a una minivan vieja y
manchada estacionada en la calle.
—¿Ves a esa chica al otro lado de la calle? —le dije.
—¿La que está subiéndose a la minivan?—preguntó Christos.
—Sí. Esa es Taylor. Taylor Lamberth.
El reconocimiento iluminó la cara Christos. —¿La Taylor? ¿El nombre que
murmurabas en sueños?
—Sí. Ella no solía cojear así. Antes de haber arruinado su vida.
Estaba bastante segura de que todo el aire en el auto fue absorbido por los
pulmones de Christos cuando él inhaló bruscamente.
Christos frunció el ceño. Luego, su ceño se convirtió en una sonrisa dudosa.
—¿Qué quieres decir con arruinaste?
Esto no iba a ser fácil. Al menos, el sol estaba alto. Por alguna razón, no quería
decirle esta historia en la oscuridad. No creí que pudiera hacerlo. Porque fue
entonces cuando sucedió.
—Permíteme comenzar por el principio. ¿Recuerdas que te hablé de Damián?
¿De la noche que se suponía que íbamos a tener relaciones sexuales por primera
317 vez, pero no sucedió?
—¿Sí?
—No te dije toda la historia.
Veinticuatro
Tres años antes...

C
erca de la casa de Damián Wolfram.
La carretera que conducía lejos de la mansión apartada de los
padres de Damián era larga, ventosa y aislada.
A excepción de los faros blancos del BMW de Damián todo estaba
completamente negro. No había luces de calle de cualquier tipo tan lejos de la
ciudad. Los bosques oscuros y los campos nos rodeaban.
Damian conducía temerariamente, tomando las curvas demasiado rápido.
—¡Más despacio, Damián! ¡Vas a hacer que nos matemos! —Mi voz era
sorprendentemente tranquila, teniendo en cuenta lo enojada, dolida y triste
después de que Damián había destruido lo que debería haber sido una íntima
noche.
318
—Sólo quiero llevarte a casa, Sam —dijo furioso—. Como me lo pediste, Sam.
Así que si estoy conduciendo demasiado rápido, Sam, sólo te estoy dando lo qué
mierda querías, Sam. Te voy a llevar a tu jodida casa. Sam.
Él estaba en modo puchero completo. Odiaba la forma en que decía mi
nombre, pero no iba a pedirle que se detuviera y correr el riesgo de desencadenar
una mayor ira.
A los pocos minutos, doblamos una curva cerrada y el auto se desvió hacia el
carril contrario Por suerte, no había nadie más en el camino tan tarde.
—Damián, me estás asustando. Por favor, más despacio.
—¿Calmarme? ¿Por qué demonios crees que estoy tan enojado, Sam? ¿Eh?
¿Quieres adivinar Sam? Apuesto a que sabes la respuesta.
No iba a jugar en su diatriba.
—Vamos, Sam. Adivina. Apuesto a que lo conseguirás en un solo intento. —
Me miró y sus labios se alzaran para mostrar sus dientes. En el resplandor de las luces
del tablero, parecía un monstruo—. ¿No vas a jugar? Oh, eso es correcto. No juegas
¿verdad? Porque eres una maldita calientapollas. ¿Seis meses? —Se burló—. Seis
meses de mierda. ¿Qué estabas esperando? ¿Un puto anillo? Jesucristo, Sam,
¿cuánto tiempo un chico tiene que esperar hasta que se los des?
Había hecho mi mejor esfuerzo para mantener la calma, pero él me estaba
presionando mucho, no pude evitarlo. —No lo sé, Damián. Tal vez si realmente me
amaras, habrías seguido conmigo —me burlé.
—¿Quererte? Joder, bien. Te quiero, Sam. ¿Ahora podemos ir a follar?
—No sabes nada del amor, Damián. —Me volteé para mirar por la ventana.
No tenía sentido continuar la conversación más allá. Él no tenía ni idea.
—¿Y bien? Estoy esperando una respuesta. Te quiero, Sam. Vamos a joder. Te
quiero, Sam. Chupa mi polla. Te quiero, Sam. Vamos a tener sexo. ¡VAMOS, SAM!
¡QUITATE TU VESTIDO! ¡MAMAMELA MIENTRAS CONDUZCO! ¡LO QUE SEA, MALDITA
SEA!
Pensé seriamente en pedirle que parara el auto para dejarme salir. Pero
estábamos muy lejos de cualquier parte, y hacía mucho frío fuera. No sería capaz
de llegar muy lejos en mis tacones de diez centímetros.
—¡HOLA! ¡SAM! ¡Te estoy hablando! ¿Hay alguien en casa?
Damián estaba mirándome y no a la calle. Frenó duro. —Mierda —gruñó entre
dientes, luchando con el volante cuando el auto se deslizó alrededor de la otra
esquina.
Alcé la vista a tiempo para ver un destello de color rosa. Entonces oí el ruido
sordo.
—¿Qué demonios fue eso? —Damián giró la cabeza mientras luchaba por
controlar el auto. Sentí la parte trasera salirse. Sus brazos se agitaron alrededor del
319 volante y el auto chirrió hasta detenerse.
Por poco nos habíamos salvado de estrellarnos contra los árboles robustos que
crecían en la orilla de la carretera. Si el auto hubiera girado hacia ellos, hubiera sido
aplastada.
Mi corazón se aceleró. Mis dedos se clavaron en el reposabrazos. Me obligué
a soltarlo. —Creo que golpeamos algo.
—No golpeé jodidamente nada.
—Voy a comprobarlo. —Abrí la puerta. Sin pensarlo, salté, dejando mi
chaqueta en el asiento con mi bolso. Estaba tan llena de adrenalina que no sentí
el frío mientras caminaba por la carretera. Mi aliento salía de mi boca en el frío aire
nocturno.
La ventana lateral del conductor bajó. —¡Vuelve al puto auto! —gritó Damián
a través de la ventana abierta.
—¡No, Damián! Tenemos que comprobarlo.
—¿Comprobar qué?
—¡Le diste a algo!
—Probablemente fue un mapache. Tal vez un ciervo.
—¿Un ciervo? Vi algo rosa.
—Entra en el auto, maldita sea.
—¡No!
—¿Supongo que quieres llevar tu culo de regreso a casa? Yo no voy a
esperarte.
No le hice caso y seguí el camino por donde habíamos venido. Apenas podía
ver nada en el brillo rojo de las luces de freno del BMW.
Oí la puerta de Damián abrirse. —Está bien. ¿Qué mierda? Estoy seguro de
que maté a Bambi o a alguna zarigüeya estúpida. Y qué carajo.
Caminé alrededor de la curva cerrada bastante lejos. Habíamos estado
yendo bastante rápido. Por lo menos a 64 km. Le había tomado a Damián varios
segundos controlar el auto y detenerlo.
Entonces la vi.
Descalza. Mojada con sangre oscura. —Oh, Dios mío.
—¿Qué? —preguntó Damián, irritado.
—Creo que golpeaste a alguien. —Me acerqué más—. Oh dios mío,
ohDiosmio. ¡Golpeaste a alguien!
—No le pegué a nadie —se burló. Su rabia ahora se vio atenuada por la duda.
Se puso de pie a mi lado.
El cuerpo de una joven mujer yacía en el lado de la carretera. Llevaba ropa
320 deportiva de otoño. Camisa de manga larga, chaleco rosado debajo, leggins
térmicos, un gorro rosa y mitones. El cabello largo estaba extendido debajo del
gorro. Su rostro estaba hacia un lado. Sus piernas estaban dobladas en ángulos
antinaturales. Sus leggins grises tenían manchas de sangre.
—Oh, Dios mío, Damián. Creo que la mataste.
—No está muerta.
No llevaba zapatos. Un calcetín seguía puesto, pero el otro se había
desprendido y estaba junto a su pie. Ambos calcetines estaban salpicados de
sangre. No podía decir de donde sangraba o cuánto.
—Ella parecía como si estuviera corriendo. ¿Dónde están sus zapatos?
—¿Cómo diablos voy a saberlo? ¿Quién va corriendo sin zapatos?
—¡Tú le pegaste, Damián!
—No, no lo hice.
—¡Lo escuché! Tenemos que llamar al 911 ahora mismo. —Dejé
estúpidamente mi bolso en el auto con mi teléfono celular, de lo contrario ya
estaría marcando—. ¡Llama al 911!
—¿Eh?
—¡En el teléfono!
—¡No voy a llamar al 911! —gruñó.
Lo miré. —Tú le pegaste, Damián. Tienes que llamar a la policía. Ella necesita
ayuda.
—Vamos. Entra en el auto.
—¿Qué? ¿Estás loco?
—Ahora. Al coche. Él entrecerró los ojos y se dirigió hacia mí, apretando los
puños. —Muévete.
Damián se había vuelto completamente loco, y yo estaba en problemas. Mi
bolso estaba en el auto con mi teléfono y mi chaqueta. No llevaba nada más que
un fino vestido, medias y zapatos de tacón. No lo suficiente caliente para el frío de
cuatro grados. Este camino tenía casi cero tráfico a esta hora. Si por alguna razón,
Damián no me hacía entrar en el auto en contra de mi voluntad, estaría varada en
una mala manera. No sería capaz de ayudar a esta chica. Haría falta una
eternidad para que corriera a la ciudad usando tacones. Si no me congelaba
primero.
Damián se paró frente a mí. —Entra en el auto o te obligaré —dijo entre
dientes.
—No, Damián. Tenemos que ayudar a esta chica.
—No, no tenemos que hacerlo. —Estaba histérico—. No te lo advierto de
321 nuevo.
—No me iré hasta que llames para pedir ayuda.
Él me empujó en el pecho con ambas manos, con fuerza. Tropecé hacia atrás
y caí sobre mi trasero, pelándome las palmas sobre el asfalto.
—¡Estás loco, Damián! ¡Estás loco! —No parecía preocupado por lo que
pensaba de él—. Eres un monstruo. —Lloré libremente. Las lágrimas corrían por mi
cara.
—¿Y qué? Ponte en movimiento. —Él me dio una patada en el muslo—. Al
auto.
Lo miré desde mi posición en el suelo. —Eres malo, Damián.
—Al auto.
Cuando no me moví, él merodeó y metió los brazos por debajo de mí. Me
arrastré a través del pavimento en mal estado. Me puse de pie para evitar un mayor
desgaste en el camino de grava. Me moví contra él, tratando de arañarlo y
agarrarlo con las uñas, pero él estaba detrás de mí y no había nada que pudiera
hacer. Estaba aplastando mi caja torácica con sus poderosos brazos.
Me acordé de cómo se supone que debes pisar fuerte en los dedos del pie
del atacante si están detrás de ti, pero perdí mi equilibrio cuando me tiró hacia
atrás. No podía hacer nada.
De vuelta en el BMW, me di cuenta de que una de mis tacones se había roto
durante la lucha. Cuando Damián quitó uno de sus brazos de mi torso para abrir la
puerta del lado del pasajero, me retorcí fuera de su alcance.
—¡Vuelve aquí!
Me tambaleé a lo largo del hombro, tratando de escapar. Corrió detrás de mí
y lo esquivé. Debido a mi tacón roto, mi balance estaba mal y me tropecé y caí
sobre el hombro. Damián se abalanzó por mí. Me di la vuelta fuera de su alcance.
Justo sobre el borde de una colina corta y empinada que conducía a un
bosquecillo de árboles oscuros.
La pendiente de la colina era empinada. Me caí por la hierba, hojas secas y
maleza. Por poco golpeé mi cabeza contra varios troncos de árboles en la parte
inferior. Estaba en tal estado de shock, que no podía decir sí había sido herida o
no. Damián gritó por la colina hacia mí.
—¡Vuelve aquí, perra estúpida!¡Voy a matarte! ¡Tenemos que salir de aquí,
ahora!
No iba a esperar y ver si hablaba en serio acerca de matarme o no. Me
levanté y me moví entre los árboles. Arbustos espinosos agarraron mi pantimedias
y las destrozaron.

322 No sé hasta qué punto llegué antes de detenerme. Cuando miré hacia atrás
a través de los árboles, esperaba ver a Damián disparándose hacia mí. Él no estaba
a la vista.
Contuve la respiración y escuché. Uno o dos minutos después, oí el golpe de
la puerta del auto y un motor acelerando.
El auto de Damián se alejó.
Después de unos minutos de silencio, me arrastré de vuelta por el bosque en
la oscuridad. Cuando llegué al camino, era un desastre. Mi pantimedias estaban
destrozadas. Mi vestido rasgado y caía en uno de sus hombros. Yo había perdido
por completo mi zapato roto en la revolcada. El único que quedaba todavía tenía
su tacón. Sin saber qué hacer, fui cojeando hacia la niña herida. El pavimento en
mal estado mató a mi pie descalzo.
Me desplomé en el suelo junto a la chica y lloré. Me estremecí y envolví mis
brazos alrededor de mí misma.
Me iba a morir de frío aquí afuera.
Un gemido escapó de la chica.
Corrección. Nos íbamos a morir de frío.
—¿Estás bien?
Otro gemido.
—¿Puedes oírme? Samantha es mi nombre. Estoy justo aquí. Voy a ayudarte.
Todo va a estar bien. —No tenía ni idea de lo que iba a hacer, pero iba a hacer
algo.
Si tuviera una chaqueta, la habría puesto sobre ella. Tenía miedo de tocarla.
Probablemente podría hacerle lesiones más graves.
Me puse de pie y miré a mi alrededor. No había más que oscuros árboles,
campos y carreteras. Estaba jodida. No había casas incluso cerca para pedir
ayuda. Mi única opción era ir hacia la ciudad. Y entonces llamar a la primera
puerta que me encontrara.
Después de caminar unos sesenta metros, sabía que no había manera de que
pudiera hacerlo con un zapato, uno con cuatro pulgadas de tacón. Me dejé caer
en el medio de la carretera y me lo quité. Quien dijo que la moda no tenía que ser
funcional era un idiota.
¿Quién demonios inventó los tacones altos, de todos modos?
Traté de romper el tacón, pero no era lo suficientemente fuerte. Mierda.
¿Cómo iba a hacer recorrer cuatro kilómetros con un tacón? Traté de caminar
sobre la hierba, pero la hierba estaba congelada. Me congelaría en cualquier
momento. Esto no iba a funcionar. Esa pobre chica iba a morir, y yo terminaría sin
dedos antes de que llegara a la ciudad.
323
Si tan sólo hubiera tenido mis zapatos para correr. Podía correr. La caminata
me mantendría caliente. Pero no tenía mis zapatillas de mala muerte.
Zapatos para correr.
Espera un segundo.
Esa chica había estado usando zapatos para correr. Pero no estaban en sus
pies. ¡Tenían que estar en alguna parte!
Me puse mi tacón de nuevo y cojeé por el camino y comencé a buscar los
zapatos de la muchacha. La oí gemir de nuevo, así que empecé a hablar con ella.
Mis dientes castañeaban mientras hablaba.
—Oye, no sé cuál es tu nombre, pero espero que tenga buen gusto en
zapatos para correr —me reí—. A quién estoy engañando ¡Sólo espero que los
zapatos queden bien en mis pies! No te importa si me los prestas, ¿verdad? Yo sé,
suena estúpido.
Mis brazos estaban con los pelos de punta. Esperaba que toda mi charla me
ayudara a mantener el calor y darle algo a qué aferrarse. La oí gemir de nuevo.
Bueno. Ella no se había desmayado. O algo peor.
Había suficiente luz de luna para poder ver. Seguí hablando con ella mientras
caminaba de vuelta en la carretera, en la dirección en la que Damián y yo
habíamos llegado. El primer zapato estaba en el medio de la carretera. Gracias a
Dios por los pequeños favores. Me senté en la acera y me lo puse, lanzando mi
tacón inútil a un lado. El suelo congeló mi trasero en dos segundos. Estaba tan
malditamente frío.
El zapato de la chica era demasiado grande, así que apreté los cordones por
completo. Me puse de pie y caminé. Mi pie se deslizó un poco, pero era mejor que
nada. Seguí buscando zapato el número dos.
Me puse de pie con las manos en las caderas, haciendo una exploración de
la zona. ¿Dónde demonios estaba el otro zapato? No podía esperar aquí toda la
noche. ¿Podía llegar a la ciudad con un zapato? Probablemente no. Volví la
cabeza, y vi un destello por la esquina de mi ojo que captó mi atención. Giré mi
cabeza hacia atrás.
Frenéticamente recorrí los árboles. Maldita sea. Juré que había visto un reflejo.
Espera, ¡allí estaba! Vi diminutos reflejos de zapato brillando bajo la luna. El zapato
sobresalía de una bifurcación en el tronco de un árbol. Corrí hacia él. ¿Cómo llegó
hacia arriba en un árbol? Yo nunca había entendido cómo los zapatos de las
personas salían volando cuando eran golpeadas, pero sucedía. Tan seguro como
que éste lo había hecho.
Salté, tratando de llegar a la zapatilla, pero estaba demasiado alta.
Me subí a un montón de árboles cuando era pequeña. Podía hacerlo, si
pudiera encontrar una rama baja colgante. Rodeé el árbol. No tuve suerte. Pero el
324 tronco era estrecho. Podría envolver mis piernas alrededor de él y treparlo. Si sólo
hubiera estado usando ropa protectora, como pantalones vaqueros, una camisa
larga de mezclilla con mangas y unas robustas botas de montaña. En su lugar, yo
sólo tenía mi vestido sin mangas de rayón, pantimedias rasgadas, y un zapato. Esto
iba a hacerme daño.
Apreté las rodillas alrededor del tronco. Afortunadamente, la corteza era
relativamente suave. Trepé hacia arriba. Mi piel se raspó al instante. Pero iba a
conseguir ese zapato.
La punta del zapato asomaba un poco más allá de mi alcance, pero no tenía
que agarrarlo. Golpeé la nariz del zapato con punta de mis dedos. Si pudiera
golpearlo y hacer que cayera al suelo, estaría lista para irme. No funcionó. Tenía
que subir más alto para obtener un mejor alcance. Pero mis muslos estaban
gritando. Estaba bastante segura de que iban a sangrar pronto, si no lo hacían ya.
Golpeé una vez más el zapato. No. Estaba atrapado.
Tomé una respiración profunda, estiré mis brazos y subí otros centímetros. Mis
muslos quemaban con dolor candente. Cogí el zapato y conseguí un buen agarre.
Lo moví hasta que se soltó y lo lancé al suelo.
Me tomé un momento decidir si debería saltar y arriesgarme a torcerme un
tobillo, o deslizarme por el árbol.
Una fractura de tobillo no iba a ayudar a esa pobre chica. Elegí los muslos
ensangrentados y desgarrados. Bajé alrededor de un pie cuando mi muslo se
atascó en un nudo. ¡Agonía!
Me dejé llevar y me deslicé hasta el suelo.
Hice una mueca de dolor. Toqué mis muslos para ver si sentía algo de sangre.
No estaba segura. Esperaba que fuera simplemente sudor. Mis brazos se sentían
desgarrados también. Pero nada que no pudiera manejar. Me puse el zapato para
correr y lo até con fuerza antes de volver a subir la cuesta. Troté hacia la chica.
—Voy a correr y pedir ayuda. La próxima vez, trata de mantener los zapatos
puestos —bromeé—. Me tomó por siempre para encontrarlos.
Ella gimió. Esperaba que fuera un gemido de risa.
Corrí hacia la ciudad. Fui lentamente al principio, hasta que mi cuerpo se
calentó y mis piernas se aflojaron. Entonces me apresuré. Hice buen tiempo porque
el camino era un poco de cuesta inclinada en toda su longitud. Gracias, gravedad.
Siempre y cuando un loco como Damián no me atropellara en la oscuridad, iba a
encontrar ayuda en cualquier momento.
Todas mi trotar después de la escuela hizo de este un trabajo fácil. La piel de
mis muslos descuajados comenzó a quejarse de inmediato, pero lo ignoré.
Los zapatos eran demasiado grandes para mis pequeños pies. Sentí varios
puntos calientes formando bolsa sobre las puntas de mi pies, pero seguí
recordándome a mí misma que algunas ampollas eran mucho mejor que lo que la
325 pobre chica ya había sufrido.
Con el tiempo vi una casa oscura. Tenía la esperanza de que alguien estuviera
en casa.
Un auto se detuvo frente a mí. El BMW de Damián. Se bajó y corrió hacia mí.
Corrí en la dirección opuesta, pero él me cogió al instante. Me agarró por el pelo y
puso algo en mi espalda.
—Para ahora mismo y entra en mi auto o voy a matarte.
Giré y vi una pistola plateada en su mano. Mis ojos se ampliaron. —¿Te has
enloquecido, Damián?
—Al auto. — Su agarre en mi cuello se apretó.
No sabía qué hacer. Dejé que me empujara a su auto.
—Abre la puerta.
—No, esto es una locura.
—Hazlo, o te pego un tiro.
Estudié sus ojos. Nunca los había visto tan fríos. Abrí la puerta del lado del
pasajero y entré.
—Ponte el cinturón de seguridad. Ahora.
Lo hice.
—Voy a estar en el otro lado. Si intentas hacer algo, voy a cazarte y matarte.
Me quedé alucinada por su maldad. Corrió alrededor del auto y se subió. Él
apretó la pistola entre las piernas mientras él hacía un giro en y nos alejábamos de
la escena del crimen, y de esa pobre chica.
Me di cuenta de que mi chaqueta y el bolso todavía estaban en su auto.
—Ni siquiera pienses en tomar tu teléfono. Te dispararé si lo intentas.
—¿A dónde vamos?
—Te voy a llevar a casa.
Eso no era lo que estaba esperando. Estaba pensando más en la línea de
algunos abandonados yacimientos o una mina de carbón. Para que pudiera tirar
mi cuerpo después de que él hiciera quien sabe qué.
Se quedó en silencio mientras avanzábamos. Sin duda nos dirigíamos a mi
casa.
—Damián, esto no es correcto. Tenemos que llamar a alguien para que ayude
a esa chica.
—¿Es necesario que te deje en el asilo? No puedo tener esto en mi historia.
Nunca entraré a Columbia si maté a alguien.
—No está muerta. La oí gemir. Si le conseguimos ayuda ahora, va a sobrevivir.
326 Lo sé.
—No puedo correr ese riesgo.
—¿Qué? ¿El que ella sobreviva? ¿O no entrar a Columbia?
—Ninguno. Nadie va a saber acerca de esto. —En una señal de alto, él me
cortó con la mirada—. Si se lo dices a alguien, te mataré. Si llamas a la policía, te
mataré. Mírame a los ojos y dime si crees que estoy bromeando.
Examiné su rostro. Casi no lo reconocí. ¿Había pensado que este joven era
atractivo en algún momento? ¿Deseable? ¿Mi fantasía perfecta? Estaba más loca
que él si era así. Vaya, tenía mal gusto en hombres. Y ese era el eufemismo del
milenio.
—Dile algo de esto a alguien, y voy a arruinarte. No creas que no puedo.
Él le acarició la pistola entre las piernas. Y quiero decir el arma brillante. De
alguna manera, la forma en que lo hizo fue la cosa más sucia que había visto en
mi vida. Era grotesco, como si le gustara más la pistola que yo.
Él se detuvo junto a la casa de mis padres, la cual estaba oscura. Todavía
debían estará fuera con sus amigos.
Damián miró hacia delante, a través del parabrisas. —Fuera.
Abrí la puerta del auto y salí. Me incliné para recoger mi chaqueta y mi bolso.
Me agarró de la muñeca y la apretó con fuerza.
—No se lo digas a nadie. O estás muerta.
—No lo haré.
Tiró de mí de nuevo hacia el auto.
Mi barbilla casi se estrelló contra la palanca de cambios.
—¡Hey! ¡Ten cuidado!
—Lo digo tan en serio como un ataque al corazón, maldita zorra. Si lo tu
cuentas, te voy a matar antes de que llegue la policía hasta mí. Te puedo
encontrar, no importa a donde vayas. —Él apretó los dedos con más fuerza, hasta
que los huesos de mi muñeca se juntaron.
Sentí como que tenía que responderle, pero no sabía qué decir. Él me miró.
Un par de faros dieron vuelta a la esquina en mi calle. Me soltó el brazo.
—Cierra la maldita puerta.
Yo lo hice. Él se alejó lentamente.
Esperé hasta que él se había ido antes de correr a mi casa. Cerré la puerta
detrás de mí y me apoyé en ella. Cuando las lágrimas comenzaron, me deslicé
hacia abajo hasta que me senté en el suelo. Grité en la oscuridad, abracé mi bolso
y la chaqueta.
Con Damián lejos, era libre para dejarlo salir. Todo el miedo que había corrido
327 a través de mí en los últimos veinte minutos.
Había querido Damián. Hasta que me di cuenta de que era un monstruo.
Estaría mintiendo si dijera que nunca tuve sentimientos por él. Por eso dolía tanto. El
amor y el sentimiento de pérdida que sentí no se evaporarían en unos pocos
segundos.
Temblé con sollozos durante algún tiempo antes de que pudiera empezar a
pensar con claridad.
Fue entonces cuando me acordé de la chica. Necesitaba ayuda. Por lo que
sabía, Damián estaba conduciendo por ese camino para empujarla a una zanja
para que nadie la encontrara. ¿Era capaz de eso? Un accidente era una cosa.
¿Pero terminar el trabajo de esa manera? ¿Era Damián tan cruel?
Quizá.
¿Qué demonios iba a hacer?
No podía dejar que esa chica muriera sola.
Puse mis manos sobre el piso de baldosas y me pare. Tiré mi abrigo y corrí a mi
VW. Conduje hasta que encontré un teléfono público. Había uno al lado del
restaurante italiano a pocas cuadras de mi casa. Siempre miraba el teléfono
cuando iba a la escuela y me preguntaba quien le daba uso. Aparqué en la calle
y corrí hasta él. No tenía dinero. Marqué el 911 de todos modos.
El operador contestó.
—911. ¿Cuál es su emergencia?
—Hay una chica en Deer Creek Road, fue atropellada por un auto, está
sangrando, necesita una ambulancia.
—Señora, por favor, cálmese.
—¡Está a mitad de camino en Deer Creek Road! ¡Ella está tendida en un
costado de la carretera!
—¿Señora? Voy a pedirle que tome una respiración profunda y se calme.
—¡Envíe a una ambulancia! ¡Deer Creek Road! ¡A mitad de camino! ¡En el
lado derecho! Cerca de un montón de árboles en una curva cerrada.
—¿Señora? Por favor, cálmese. ¿Señora? ¿Cuál es su nombre, señora?
Puse el receptor en la base. Di un paso atrás y crucé los brazos sobre mi pecho.
Medio esperaba que el teléfono sonara. Eché un vistazo de lado a lado. No iba a
esperar para averiguarlo.
Salté en mi VW y conduje hacia Deer Creek Road. Tenía que ver cómo estaba
esa chica. Al carajo el loco Damián.
Seguía viendo su rostro en mi mente, y escuchando sus palabras. —No se lo
digas a nadie. O estás muerta... Si lo cuentas, te mataré antes de que llegue la
policía a mí.

328 A 800 mts de distancia de Deer Creek Road, una ambulancia apareció en mi
espejo retrovisor con luces intermitentes y sirenas. Me detuve y la dejé pasar.
Gracias a Dios. Estaba a punto regresar de nuevo a la carretera cuando dos autos
de la policía pasaron rápidamente. Respiré un gran suspiro de alivio.
Conduje hacia Deer Creek, pero a pocas cuadras de distancia contemplé
hacer un cambio de sentido y dirigirme a casa.
No, tenía que asegurarse de que la ambulancia se dirigía al lugar correcto.
Conduje hasta Deer Creek. Imaginé a Damián esperándome en su BMW,
dispuesto a perseguir mi VW y yo chocándome con un árbol. Pero no estaba por
ningún lado. Cuando pude ver el resplandor azul y rojo de las luces de emergencia
que se reflejaban contra los árboles cerca de la vuelta del lugar, estaba segura de
que estaban en el lugar correcto.
Encontré una amplia sección de la carretera y volteé mi VW. Volví a casa
lentamente. Mis manos temblaban tanto que tuve que apretar el volante tan duro
como pude para que se estabilizaran.
De vuelta en mi casa, estaba lista para vomitar. Corrí adentro y derramé la
cena hecha en casa de Damián en el inodoro. Eso fue lo último de él que quería
ver. Tiré de la cadena del baño, lavé mi cara y cepillé mis dientes. Cuando me
senté a hacer pis, la quemazón entre mis piernas me golpeó con toda su fuerza. La
había bloqueado por completo durante mi calvario. Mis muslos estaban como
hamburguesa por subir al árbol. Use almohadillas estériles y una botella de
antiséptico de debajo del fregadero para limpiar mis heridas. Quemaba, pero no
fue tan malo como yo pensaba cuando los vi por primera vez en esta luz.
Después de que me vendé a mí misma, metí los envoltorios en la parte inferior
de mi mochila escolar. Temí que mis padres pudieran notar los envoltorios y
empezaran a hacer preguntas si las ponía en la papelera del baño. Las botaría en
la escuela al día siguiente.
Por último, me metí en la cama.
Cuando mis padres llegaron a casa, me hice la dormida. Ellos no me
revisaban. Confiaban.
La fiable Samantha Smith. Nunca me metí en problemas.
A la mañana siguiente, vi la noticia antes de la escuela, mientras que
pretendía comer el desayuno. Estuve enferma del estómago todo el tiempo.
El locutor local lo dijo todo.
—Taylor Lamberth, una chica de último año de la escuela secundaria local,
se encuentra hospitalizado esta mañana después de un casi fatal accidente.
Según los padres de Taylor, ella salió a trotar por la noche anoche, como
habituaba. Cuando Taylor no regresó a casa, sus padres llamaron a la policía local.
—Un anónimo que llamó al 911 avisó a las autoridades de la ubicación de
329
Taylor. Los equipos de emergencia se apresuraron a la escena. Taylor fue
trasladada al Hospital de Santa María, donde ella se encuentra en condición
crítica. El alcance de sus lesiones no se ha determinado. La policía pide a
cualquiera que sepa sobre el caso que por favor se ponga en comunicación.
Si yo hubiera comido en realidad un poco de mis cereales, habría vomitado
ahí mismo en el tazón
Me pasé todo el día en la escuela casi comatosa.
Todo en lo que podía pensar era en la pobre Taylor Lamberth. Había
contribuido de alguna manera a sus lesiones y estaba preocupada de que pudiera
morir. No tenía ni idea de que tan mal estaba.
Damián me siguió por los pasillos de ese día, nunca me hablaba. Me lanzó
miradas amenazadoras en cada oportunidad.
Rápidamente se corrió la voz sobre nuestra ruptura, afirmando que era una
gran puta, la bomba de la escuela, que me había dejado tan pronto como él lo
había descubierto.
Fui etiquetada de puta, zorra, perra y una calientahuevos. Nunca entendí
cómo podía ser una puta y una calientahuevos, al mismo tiempo, pero ahora
estaba clasificada como ambos. Parecía que toda la escuela secundaria me
excluía. Todo el mundo me dirigió miradas sucias, metía notas desagradables en mi
casillero.
Estaba tan asustado por el incidente con Taylor, que dejé de hablar con mis
amigos por completo. Tenía miedo de contarlo todo si abría la boca en absoluto y
que Damián se enterara. Las repercusiones de mi participación me asustaban más
que nada. Temí que fuera de alguna manera cómplice.
En las siguientes semanas, mis amigos se alejaron. Alegaron que ya no me
conocían. No podía culparlos, porque tenían razón. Solía decirles todo lo que
pasaba en mi vida. Ahora no les decía nada.
Para distanciarse aún más a mí misma, empecé a usar ropa negra, maquillaje
negro y un humor negro todo el tiempo. Fue entonces cuando me etiquetaron de
Emo y de Gotica, y bruja.
En realidad, nadie sabía lo que estaba pasando. Pero todo el mundo vio cuan
retraída me había vuelto. Fue entonces cuando empezaron a llamarme Suicida.
Todos pensaban que iba a matarme a mí misma.
Algunos días, me temía que tenían razón. Pero sobre todo, yo estaba
demasiado ocupado obsesionándome con Taylor Lamberth para pensar en mí
misma. Esperé desesperadamente buenas noticias en los medios de comunicación
local.
Me enteré de que Taylor salió del hospital. Se suponía que iba a ir a la
Universidad con una beca de fútbol, beca completa en el otoño, pero debido a la
330 gravedad de sus heridas sufridas en el accidente, sus días de fútbol habían
terminado. Sus rodillas estaban básicamente destrozadas y tuvo que ser atornillado
con pernos de titanio y varillas. Ella todavía sería capaz de caminar, dijeron los
médicos, después de un montón de terapia física. Pero perdió la beca, y sus
extensas facturas médicas dejaron en la quiebra a sus padres. Lo último que supe,
fue que Taylor iba ir a la universidad comunitaria local.
El día que me dieron mi carta de aceptación de SDU, casi dos años más tarde,
mis padres celebraron. Pero yo estaba miserable. Me sentía culpable porque me
iba fuera a pasar un buen rato mientras que Taylor tuvo que renunciar a su infancia
soñada.
Y Damián se salió con todo. Incluso fue a Columbia, como él había planeado.
Los policías nunca imaginaron que lo hizo. Quiero decir, ¿cómo podrían? No
hubo evidencia. Imagino que se encontraron con mis zapatos de tacón alto, pero
no tenían forma de conectarlos a mí. No estaba en ninguna de las bases de datos
criminal.
Consideré decirle a la policía una y mil veces, pero tenía demasiado miedo
de Damián.
Él sabría que fui yo.
Veinticinco
Presente

L
as lágrimas habían corrido libremente por mi rostro durante todo el
tiempo que conté la historia. Mi abrigo estaba mojado con ellas. Sorbí
por la nariz y miré a Christos.
Sus ojos azules brillaban. ¿Estaba enojado? Me sentía separada de él, como
si no estuviera ahí. Tal vez ya no estaba. Tal vez su corazón se escapó al segundo
en que había escuchado mi historia. Me lo merecía por lo que había hecho.
—No es tu culpa, Samantha. —Él se desabrochó el cinturón de seguridad y se
acercó. Su pulgar alejó las lágrimas de mi mejilla—. Hiciste todo lo que pudiste.
Llamaste al 911 tan pronto como pudiste. ¿Y que si Damián se salió con la suya? Si
hubiera sido atrapado, no habría ayudado a que los médicos arreglaran las piernas
de Taylor mejor de lo que lo hicieron.
331 —Todavía me siento responsable —sollocé.
—¿Por qué? Si no hubieras llamado al 911, ¿quién sabe cuánto tiempo habría
estado tendida en el camino? Tu misma dijiste que podría haber muerto de frío.
—Pero si hubiera tenido sexo con Damián, Taylor estaría bien.
—Espera un segundo. —Él se retiró y dirigió una mirada severa en mi
dirección—. Ni siquiera vayas allí. No te puedes decir eso a ti misma. No hay manera
de que pudieras haberlo sabido. Además, hiciste lo correcto no teniendo sexo con
Damián. No estabas obligada a hacerlo. Él debería haber controlado su
temperamento en lugar de enloquecer y acelerar en ese camino.
—Sí, pero ¿realmente habría sido tan malo? ¿Si simplemente hubiera tenido
sexo con el estúpido de Damián? Taylor Lamberth todavía tendría una beca de
fútbol. Ahora sus sueños están arruinados. Por mi culpa.
—Basta, Samantha. Eso es una locura. No tenías que tener sexo con Damián
para salvarla.
Me recosté en mi asiento y lloré. Christos puso un codo en la consola central
y me abrazó con su brazo libre. —Shh, shh , shh. Ya pasó. Lo hiciste lo mejor que
pudiste.
—No lo hice sin embargo.
—Vamos, Agápi mou. No es tu culpa.
—Me había dado cuenta mucho antes de esa noche que Damián era un
idiota total. Debí haber visto lo imbécil que era de antemano.
—Eso es ridículo.
—Debería haber sabido que él era una persona terrible por debajo de su
aspecto y su dinero.
—Eso es una locura, Samantha. ¿Qué edad tenías?
—Dieciséis.
—Nadie sabe de las relaciones a esa edad. Quiero decir, en serio, ¿no fue
todo romántico, con las flores y la cena y la mansión de lujo?
—Sí.
—Y apuesto a que estuvo haciendo esa mierda todo el tiempo, en el papel
de novio perfecto hasta que te tuviera en la cama.
Sollocé. —¿No es eso lo que estás haciendo?
Christos se congeló. —¿Qué? —preguntó en voz baja.
Oh no, yo estaba arruinando todo de nuevo. No había manera de que
pudiera retraer mis palabras. Las había dicho, y tenían demasiado poder.
Él frunció el ceño. —Lo siento, pero, ¿puedes por favor, repetir lo que dijiste?
Quiero saber si te escuché correctamente antes de decir una palabra más.
¡Mierda! ¿Qué acababa de hacer?
332
—¿Samantha? Necesito que me hables. Ahora mismo.
Me estremecí de miedo, tratando de estar más cerca de él. Él me soltó y se
echó hacia atrás en su asiento. Pude notar que él había terminado conmigo.
—Christos, por favor. —Yo estaba llorando de nuevo.
—Yo no soy él, Samantha. No soy como Damián.
—¡Pero lo eres! ¡Fuiste arrestado en el primer día de clases! ¡Ese tipo te disparó
en la fiesta de Jake porque lo estrellaste contra el lateral de un auto! ¡Podrían
haberme matado! ¡Esos ciclistas en Xanadu nos persiguieron! ¡Tú aceleras, te metes
en peleas, haces cosas locas todo el tiempo! ¿Cuándo vas a golpear tu una chica
en el medio de la noche y llevarte sus sueños?
Un silencio de muerte.
—¡Mis padres tenían razón! ¡Tengo que renunciar a toda esta locura del arte!
¡No me merezco que mis sueños se hagan realidad! ¡Taylor Lamberth no consiguió
los suyos! ¿Por qué debo conseguir los míos?
Estaba destruyendo todo lo que me importaba.
Tal vez era lo mejor.
Abrí la puerta de Honda de mis padres y corrí por la calle. Las lágrimas
brotaban de mis ojos y gemí mientras corría. Tenía que alejarme de todo y de todos.
Pero no podía escapar de mí misma.
Caminé alrededor del vecindario de Taylor Lamberth durante más de una
hora. A pesar de que el sol brillaba, estaba helada cuando volví al auto. Christos
estaba sentado en el capó, sus botas apoyadas en el parachoques delantero.
Tenía que estar congelándose en su chaqueta de cuero. Me sentí como una
idiota.
Caminé hacia él tentativamente, deteniéndome a unos metros de distancia.
Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, mi barbilla metida en mi abrigo. Tenía
miedo de mirarlo a los ojos.
—Tengo que arreglar lo que he hecho —le dije, temblando.
Se puso de pie y se acercó a mí. Él puso sus manos suavemente en mis
caderas, y tocó su frente con la mía
—Lo que decidas, Samantha —murmuró—. Estoy aquí para ti, Agápi mou.
Me incliné hacia él. —Te amo, Christos.

333
Veintiséis
S
ubimos de nuevo en el Honda y encendí el motor, poniendo el aire
caliente al máximo.
En algún momento, mientras estaba en mi paseo improvisado, la
minivan Lamberth había regresado. Esperaba que Taylor y su madre estuvieran en
el interior.
—Tengo que pedirle disculpas a Taylor —le dije a Christos—. Tengo que decirle
lo que sé. Entonces voy a decirle a la policía. ¿Si terminan arrestándome por ser
una cómplice o por encubrir, o lo que sea, y voy a la cárcel? Que así sea.
—¿Estás segura ? —preguntó Christos, luciendo claramente adolorido.
—Te amo, Christos. Pero tengo que hacer esto, no importa lo que pase.
—¿Quieres que vaya contigo?
—Tengo que hacer esto por mi cuenta. Es mi responsabilidad.
—Está bien, Agápi mou. Estaré en el auto, esperando por ti.
334
Salí del Honda de mi madre, tomé mi mochila vieja de la cajuela, y me
acerqué a la parte delantera puerta de la casa Lamberth. Algo que había
considerado hacer un sinnúmero de veces, pero nunca tuve el valor hasta ahora.
Toqué el timbre. La mamá de Taylor respondió.
—¿Sí? —Se puso de pie con la puerta abierta sólo una grieta, manteniendo el
calor en la casa.
—¿Está Taylor en casa?
—Sí. ¿Y usted es?
—Una amiga de ella —mentí.
La madre se volvió y gritó hacia la casa. —¡Taylor, tu amiga está aquí para
verte! —Para mí—, ¿Cuál es tu nombre?
—Samantha Smith.
—Es Samantha Smith —ella gritó hacia la casa—. Espera un segundo. Ya
vuelvo.
Ella cerró la puerta con suavidad. Un minuto más tarde, Taylor abrió la puerta.
La madre estaba detrás de ella. Taylor parecía confundida. Por supuesto que no
me conocía.
—Te debo una disculpa —le dije—. Y quería devolverlos. —Saqué los zapatos
de mi mochila.
Reconocimiento doloroso ensanchó los ojos de Taylor. —Mis zapatos—jadeó—
. ¡Esas eran mis zapatillas favoritas! ¡Las llevaba la noche del accidente! ¿Dónde la
conseguiste?
—De ti. —No sabía cómo decirlo de otra manera—. De la noche en que fuiste
golpeada por el auto. Mi ex novio idiota conducía demasiado rápido. Utilicé los
zapatos para correr en busca de ayuda. Yo llevaba tacones, pero encontré tus
zapatos en el camino.
Las cejas de la madre de Taylor se movieron con preocupación. Ella dio un
paso protectoramente delante de su hija. —¿Quién es usted? ¿Es esto una especie
de broma de mal gusto? ¿Qué estás haciendo aquí? —ella exigió airadamente.
Me entró el pánico. —¡Tengo que decirle a su hija lo que pasó esa noche! Soy
la única persona que sabe y estoy dispuesta a decirlo todo. Mi novio me amenazó
con matarme si yo se lo decía a alguien —dije.
La mamá de Taylor parecía tanto enojada como confundida. —Nosotros no
necesitamos abrir viejas heridas —espetó, dirigiéndose hacia mí.
—¡Pero espera! Yo…
—Recuerdo —dijo Taylor en voz baja—. Tu voz. Tú eras ella.
—¿Quién? —Su madre se detuvo, sorprendida—. ¿Quién es ella, Taylor?
335
—Conozco su voz, mamá. —Los ojos de Taylor empezaron a aguarse. Me miró
fijamente—. Ella era quien habló conmigo, me dijo que me iba a ayudar. Siempre
pensé que era uno de los paramédicos.
Sollocé en voz baja, asintiendo con la cabeza.
Taylor se dirigió a mí directamente. —Me dijo que me dejara puestos los
zapatos la próxima vez. —Ella se rió mientras lloraba.
Asentí con la cabeza. —Pensé que era una broma estúpida.
—Lo fue —Taylor sonrió y se rió entre lágrimas—. Yo… no recuerdo ser
golpeada, pero recuerdo trozos de lo que pasó después, antes de que llegara la
ambulancia. Recuerdo estar tirada en el lado de la carretera en la oscuridad y el
frío. —Ella sollozó—. Y me acuerdo de ti.
Quería abrazarla, pero tenía miedo.
La mamá de Taylor se sorprendió, por decir lo menos, pero parecía entender
lo que estaba pasando entre su hija y yo.
—¿Cómo te llamas ? —preguntó Taylor.
—Samantha Smith.
—¿Le gustaría entrar, Samantha? —preguntó la madre, abriendo la puerta
completamente para mí.
—Sí. —Empecé a sollozar cuando crucé el umbral de la puerta frontal de los
Lamberth.
—Nunca llegue a darte las gracias —dijo Taylor. Ella echó los brazos alrededor
de mí y me abrazó con fuerza—. Me salvaste la vida —me susurró al oído.
Yo le devolví el abrazo.
Creo que acababa de salvar la mía.

336
Epílogo
L
es dije a Taylor y su madre toda la historia, de principio a fin, con un café
caliente y galletas. Comencé con mi plan para perder mi virginidad con
Damián, la rabieta que siguió y su comportamiento horrible y amenazas
después del accidente. Lloré durante la mayor parte de esto.
Después, nos fuimos juntos a la comisaría de policía. Los Lamberth nos
siguieron en su minivan mientras que Christos se sentó a mi lado en el auto de mi
madre. Él tomó mi mano todo el camino. En la estación, reconté toda la historia por
tercera vez en el día a un par de detectives.
Había un vieja refrán sobre que la tercera era la vencida.
Resultó que la policía no me iba a arrestar por no denunciar el delito. Debido
a que se trataba de un accidente, y yo no era la persona culpable, lo que no era
un delito simplemente porque no hablé más pronto.
El Fiscal de Distrito, finalmente, decidió no presentar cargos contra Damián. Su
BMW de esa noche había sido vendido hace mucho tiempo. Aunque la policía lo
337 rastreó, lo encontraron en un patio de demolición en algún lugar de Nuevo México,
maltratado y aplastado más allá del reconocimiento. No me sorprendía. En
consecuencia, no había suficiente evidencia para presentar cargos contra
Damián. Todo lo que realmente tenía era mi testimonio en contra del suyo. El fiscal
de distrito pensó que no sería un caso lo suficientemente fuerte como para
mantener en la corte.
Afortunadamente, la familia Lamberth también presentó de inmediato una
demanda civil contra Damián. Justo a tiempo, también. Si yo hubiera esperado
mucho más tiempo, el plazo de prescripción hubiera pasado, y Damián hubiera
conseguido liberarse por completo. La razón fue que los padres de Taylor eran los
que pagan sus cuentas médicas. Así que a pesar de que Taylor era menor de edad
en el momento del accidente, los tres años de civiles del estatuto aplicaban a sus
padres, no a ella.
Por suerte, mi testimonio fue suficiente para influir en el jurado civil contra
Damián. Ellos le entregaron el dinero suficiente a la familia Lamberth para cubrir
todos sus gastos médicos, la pérdida de su beca, y dolor y sufrimiento
considerables.
Y debido a que la familia Wolfram era tan acomodada económicamente, en
realidad pagaron. En cuotas, por supuesto. Ellos no estaban pagando por la
bondad de sus corazones. De eso, estaba segura.
Los padres de Taylor salieron de la deuda, y Taylor finalmente fue a una
universidad por cuatro años, como siempre había soñado. Ella terminó con
especialización en Terapia Física en la Universidad de Delaware.

Después de decirle todo a la policía ese día, Christos y yo fuimos de nuevo al


vecindario de mis padres y le compramos a Christos nueva ropa interior, calcetines,
una chaqueta de invierno, y un cepillo de dientes.
Por cuarta vez en un día, les dije a mis padres toda la historia. Se lo debía a
ellos. Fueron muy comprensivos. Medio me sorprendí. Al principio, les costó creer
que Damián pudiera ser tan cruel. Pero cuando describí cuán insensible Damián
había sido, y que había amenazado con dispararme y matarme, en realidad me
creyeron. No sé por qué pensé que no lo harían, pero lo hicieron.
Estaba muy agradecida por ello.
Christos se quedó en casa de mis padres por todo el receso de invierno. Él no
terminó yendo a Nueva York para ver a su mamá pero eso estaba bien. Me alegré
de tenerlo conmigo como apoyo emocional. A mis padres no parecía importarles
su presencia, y creo que les agradada para el final de las dos semanas. Él fue muy
servicial, e hizo un montón de comidas, y nos llevó a mí y a mis padres a cenar
varias veces más. Me di cuenta de que mi padre estaba irritado de que Christos
338 nunca lo dejara pagar. Pobre papá.
El tema de mi incipiente carrera artística nunca surgió con mis padres durante
las vacaciones, creo que porque todo el mundo estaba tan abrumado por hablar
sobre el drama que rodeaba a Taylor Lamberth y el horrible Damián Wolfram,
especialmente después de ir al abogado de Taylor en Maryland para dar mi
declaración. Cuando mis padres conocieron a Taylor y sus padres cara a cara por
primera vez en la oficina del fiscal, creo que hizo que mi historia más real e
impactante en la conciencia de mamá y papá.
No tenían nada más que cosas malas que decir sobre Damián después de
eso.
Toda la distracción significaba que no había sermones de parte de mis acerca
de que me centrara en una sensata especialización en negocios. De alguna
manera, sospechaba que era sólo un alivio temporal. Una vez que el drama de
Taylor Lamberth muriera en nuestras vidas, estaba segura de que las discusiones
acerca de mi carrera volverían con una venganza.
Christos y yo regresamos a San Diego a finales de diciembre, lo que nos dio un
par de días para instalarnos antes de que comenzara el trimestre de invierno. Yo
todavía tenía que averiguar lo que estaba pasando entre Christos y yo. Lo amaba,
y sabía sin lugar a dudas que me amaba.
¿Pero podría estar con él, teniendo en cuenta todo lo que había pasado?
¿Era yo tan Sin Miedo?
Fin

339
Próximo Libro
Reckless (The Story of Samantha Smith #2)

¡Samantha y Christos están de vuelta!


“Nunca le he dado mi corazón a nadie, agápi
mou.
Eres la primera. Y serás mi última.
Tú eres mi para siempre.”
-Christos Manos, en RECKLESS
Ahora que Samantha Smith ha enfrentado a
340 los demonios de su oscuro pasado en
FEARLESS, está emocionada por saltar a la
edad adulta con su recién descubierta
confianza y sus amigos Romeo, Madison y
Kamiko.
Samantha apasionadamente espera que sus
sueños de convertirse en una artista sean
más que una fantasía infantil. Todo lo que
tiene que hacer para que eso se haga realidad
es cambiar su especialización de Contabilidad
a Arte. Cuando ella finalmente les revela su
decisión a sus padres, ellos pierden los
estribos y toman medidas drásticas.
Christos Manos, el último novio chico malo, se ha comprometido a
permanecer al lado de Samantha, apoyándola y ayudándola a descubrir su
potencial; sin importar qué obstáculos se lancen en su camino.
Cuando la vida de Samantha empieza a desmoronarse, Christos es la única
persona a la que puede acudir por ayuda de emergencia que ella necesita.
Pero él está luchando contra sus propios demonios oscuros y secretos
enredados que él ha mantenido ocultos desde el principio.
Circunstancias que rápidamente se salen fuera de control, amenazando con
fracturar su incipiente amor más allá de la reparación y llevarse
permanentemente a Christos lejos de ella.
Samantha se probará en el límite de su resistencia y debe descubrir cuán
realmente temerario puede ser en nombre del amor.
¡ADVERTENCIA! El factor humeante en RECKLESS será significativamente
más caliente que en FEARLESS.

Próximamente en Simply Books!

341
Sobre el Autor

Devon Hartford pasó la mayor parte de su vida


en el sur de California, en muchas de las
localidades frecuentadas en Fearless. Devon
también pinta.
Su trayectoria en las artes fue la inspiración
para este libro.
Otros libros de Devon Hartford:
Reckless (The Story of Samantha Smith #2)
Painless (The Story of Samantha Smith #3)
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