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FACULTAD LATINOAMERICANA DE

CIENCIAS SOCIALES

CÁTEDRA

Historia Social Contemporánea

TEMA

El Fascismo como Revolución

TÍTULO DEL TRABAJO

La derecha revolucionaria

PROFESOR

Luis Alberto Romero

ALUMNO

Guillermo Andrés Vega

- Resistencia, Chaco, Marzo de 2003 -


La derecha revolucionaria

I.-
La confluencia histórica de dos regímenes políticos de gobierno durante la primera
mitad del siglo XX -fascismo y comunismo-, en clara oposición a las democracias
parlamentarias liberales del oeste europeo, instala algunos interrogantes en torno de
aquellos elementos que ambos podrían tener en común.
Específicamente, es sobre el carácter revolucionario del fascismo que desarrollo el
presente trabajo. Si es conveniente o no asignarle tal epíteto a los movimientos llevados
adelante por Hitler y Mussolini es algo que trataré de dilucidar a partir de la lectura de
cuatro autores fundamentales. Me refiero a J. L. Romero, Renzo De Felice, Karl
Bracher y Eric Hobsbawm.
La hipótesis que intentaré sostener en este informe se desprende de la lectura de los
cuatro autores antes mencionados, y consiste en señalar que resulta factible entender al
fascismo como un movimiento de tipo revolucionario con características
particularmente conservadoras.

II.-
Que el fascismo (tanto el italiano como el alemán) haya sido un movimiento
fuertemente inclinado a la derecha es algo sobre lo que los autores aquí empleados
coinciden visiblemente. El problema reside, más bien, en establecer el alcance que
puedan tener expresiones como las que me he propuesto defender en este trabajo; es
decir, expresiones tales como: “revolución fascista” o “derecha revolucionaria”. Para
aclarar el sentido de estas expresiones se hace necesario reparar en el término
“revolución” y sus respectivas variaciones. Para esto consideraré el significado que esta
palabra adquiere por el uso que de ella se hace en los textos seleccionados.
Comenzaré señalando el carácter bivalente que tiene la expresión “revolución” en
un autor como J. L. Romero. Por un lado, esta palabra designa un movimiento de masas
autónomo, profundamente disconforme con el orden económico-social burgués y con
esperanzas cifradas en un tiempo futuro en el que la crudeza del presente se encuentre
extinta. Esta es la manifestación positiva, afirmativa y verdadera de la “conciencia
revolucionaria”, es decir, de aquella que fue espíritu y condición de posibilidad de la
Revolución de Octubre, y que data de la primera mitad del siglo XIX. Por otro lado, y
de manera completamente antagónica, esta misma palabra designa un movimiento de
masas, organizado heterónomamente con respecto a un líder, disconforme también con
el estilo de organización burgués tanto como con las revueltas del proletariado, y
preñado de esperanzas de cambio. Es decir que, un fenómeno de este tipo, según
Romero, si bien no deja de tener un carácter revolucionario, dicho carácter es la
expresión negativa, nihilista y falsa de la “conciencia revolucionaria”.
Trasladadas estas disquisiciones al fascismo como fenómeno social de masas, éste
adquiere, a los ojos del historiador, una apariencia falsamente revolucionaria. Es decir,
tendríamos que ver aquí un desdibujamiento -si se me permite esta expresión- de un
modelo de revolución social, manifiesto únicamente en determinados acontecimientos
históricos, que representa la expresión más pura de la “conciencia revolucionaria”.
Este planteo presentado por Romero nos enfrenta a un problema: determinar cuál es
y en donde reside el carácter falsamente revolucionario del fascismo. Una pista
importante la constituye la condición de “movimiento de masas” que este régimen
presenta, y que comparte con la Revolución Comunista. Quizá una de las claves para
continuar con el análisis radique en los rasgos de autogobierno que presentan los
movimientos de masas. Es decir, si su carácter es autonómico o, por el contrario,
heteronómico. Pero, con respecto a este punto el autor es claro. Las movilizaciones
masivas que no responden a su propia voluntad escapan a la manifestación verdadera de
la conciencia revolucionaria. Otra de las claves, y tal vez la más importante, reside en la
extensión del término “masa” empleado por el autor. Pero, aquí nos topamos con un
problema. Romero no se detiene lo suficiente a identificar los elementos sociales
comprendidos dentro del concepto de “masa”. Sin embargo, a partir de algunas ideas
recogidas en la primera parte del libro, es posible incluir dentro de esta expresión a una
fracción del proletariado (simbolizado por las condiciones de “desocupados” y
“desesperados”), así como también a los sectores burgueses descontentos con la misma
burguesía.
Así, el fascismo habría sido para Romero un movimiento revolucionario -o
falsamente revolucionario- debido al poder expresado por las masas de desfavorecidos;
poder que se hallaba construido –aquí residiría el carácter de “falsa revolución”- a partir
de la ciega confianza a un líder.
Llegado a este punto, es necesario establecer relaciones entre la visión de Romero y
la de los restantes autores. Karl Bracher, al remarcar la relación ambivalente que tiene el
fascismo con la democracia, aborda, desde otro ángulo, el nuevo poder expresado por
las masas. Sostiene este autor que el fascismo acentúa la soberanía del pueblo mediante
los actos públicos en los que la aclamación de miles de personas legitiman las
decisiones de un líder. Este aspecto pseudo-democrático, propio de un régimen que
mantiene bajo su control los hilos de la opinión pública, desplaza el poder -de forma
aparente- al demos pleno de la ideología oficial. De esta manera, el supuesto carácter
democrático del fascismo resulta ser una máscara que encubre el enorme potencial que
el régimen encuentra en los movimientos de masas para legitimarse en el poder.
En este punto Bracher se acerca a Romero, sin embargo, aquel poco dice sobre la
composición y las aspiraciones de lo que denomina “pueblo”. Pero, podemos suponer
que por ello entiende una combinación de proletariado y pequeña burguesía cuando
afirma que el totalitarismo es un producto de la grave crisis social y política generada
tras la Primera Guerra. Sólo de esta manera puede cobrar sentido el carácter radical-
revolucionario del fascismo, pues el anhelo de revolución se asienta sobre una fe en el
cambio, es decir, en un inconformismo con respecto a la situación presente. La solución,
o el cambio, está mediatizada por la ideología del líder, que las masas (o el pueblo)
aprueban vehementemente arrastradas por la propaganda oficial y el control de la
opinión pública. En términos de Romero, la pseudo-democracia fascista que describe
Bracher sería completamente heterónoma.
Si en el fascismo las masas se organizan heterónomamente, es posible que una de
las causas de este fenómeno se encuentre situada en los elementos comunes que reúnen
aquellos que conforman el colectivo llamado “pueblo”. Es claro que otra de las causas
residirá en la tipología de la conducción del mismo (si es un partido o es un único
hombre), pero sobre este punto no pretendo abundar en el presente trabajo.
Si el fascismo, en tanto movimiento de masas, resulta ser una expresión falsa de la
conciencia revolucionaria en Romero y una deformación del sentimiento de soberanía
popular en Bracher, entonces conviene reparar en la constitución interna de aquello que
actúa como su condición de posibilidad: las masas. Para ello, utilizo ahora los textos de
De Felice y Hobsbawm. En este último existen claras referencias acerca de la
composición social de las masas en los regímenes fascistas. Según este autor, éstas
estarían conformadas por las capas medias y bajas de la sociedad. Aquí incorporo un
nuevo elemento al análisis que, si bien no aparece tan explícito en los autores
precedentes, es posible visualizarlo con más fuerza en Romero que en Bracher. Las
clases medias de Hobsbawm guardan, al igual que lo señalado por Romero con respecto
a los componentes de la “conciencia burguesa” que anidan en la falsa conciencia
revolucionaria, cierto rencor hacia los movimientos revolucionarios comunistas y hacia
la burguesía mejor posicionada. Esto permite establecer una diferencia importante con
respecto a los movimientos de masas en los que se manifiesta estrictamente la
conciencia revolucionaria de Romero. A diferencia de éstos últimos, los primeros cargan
con un aspecto claramente conservador. Pretenden, mediante el uso de la fuerza popular,
llegar a ser lo que eran antes de la crisis suscitada por la Primera Guerra Mundial y la
debacle de los años treinta. De este modo, lo que De Felice llama la “frustración social”
de las clases medias se traduce en un giro conservador: el reestablecimiento de la
sociedad en los términos anteriores a la Guerra.
Resulta interesante el diálogo que mantiene De Felice con Salvatorelli en su obra
acerca de si resulta más apropiada la palabra “rebelión” de la pequeña burguesía o la de
“revolución” a secas. Salvatorelli apuesta por la primera expresión basándose en la
premisa de que los estratos medios no conforman una verdadera clase social durante la
primera posguerra sino, más bien, un “conglomerado” de outsiders del proceso
productivo que tiraniza la gran burguesía. En esta relativización del movimiento fascista
es posible apreciar una notable similitud con la falsa conciencia revolucionaria de
Romero.

III.-
Lo tratado hasta aquí me hace pensar que existe en los autores estudiados un
distanciamiento con respecto al carácter revolucionario del fascismo, pero al mismo
tiempo una aceptación al fin, combinada con el epíteto de “burguesa” o “conservadora”
o “de derecha”. El fascismo resulta ser, de esta manera, una expresión revolucionaria de
las clases medias de la sociedad de la primera posguerra. Clases medias integradas
principalmente por elementos de la pequeña burguesía que claman por nuevos
beneficios en contra de la gran burguesía capitalista y del proletariado depauperado. El
carácter que asume la clase media como movimiento de masas presenta algunas
diferencias con respecto a otros movimientos revolucionarios. Su patente heteronomía
(Romero) y su escasa cohesión como clase social (Salvatorelli citado por De Felice) lo
llevan a consolidar un violento giro hacia la derecha más conservadora al rechazar las
bases ideológicas del liberalismo y del socialismo revolucionario. Por esto, el fascismo
resulta tener un carácter revolucionario (algunos de los autores aquí tratados parecen
aceptarlo a regañadientes), pero dado que la palabra “revolución” tiene un peso
semántico muy fuerte en la tradición de los movimientos de izquierdas, ha sido
atemperada, correctamente, por otro lado, con el, no menos real, apelativo de
“conservadora”.

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