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     ¿QUE ES EL POSTMODERNISMO?

          Marco Antonio de la Rosa Ruiz Esparza,


mg.

Primero veremos el concepto de “Modernidad”.


Dejando de lado algunos datos esporádicos que se remontan hasta la Edad
Media, el término va adoptando sucesivamente la acepción de “renovación”,
“norma de cambio”, “actividad vanguardista” –J.J. Rousseau (1712-1778)-. En el
ámbito artístico-literario, Ch. Baudelaire (1821-1867) asignará a “moderno” el
sentido de efímero, pasajero, transitorio y mundano, sometido a la prueba de la
moda y contrapuesto a lo eterno. K. Marx (1818-1867) amplía el campo de
aplicaciones y con ello también el horizonte de significación; así, en un primer
estadio de su análisis crítico que incide ante todo sobre el ámbito
socioeconómico, lo “moderno” equivale a una categoría más bien negativa que
viene a identificarse con la abstracción y dualismo que alienan al hombre y de
cuya superación depende la realización del hombre; posteriormente, al hacer
extensivo su análisis al ámbito político y tocado él mismo por la visión optimista
de la época ante el progreso, atribuye a la modernidad una noción más positiva:
la transición de una sociedad menos desarrollada a otra más desarrollada en la
que se hacen presentes los nuevos elementos progresivos –si bien, el progreso
no ha de entenderse aquí necesariamente en su vertiente moral de
mejoramiento, sino en el sentido histórico de incremento y acumulación, con el
que se da paso a la liberación del hombre en el nuevo tipo de sociedad
(socialista) que surge-“ (Rubio M., El contexto de la Modernidad y de la
Postmodernidad. En: Vidal M., Conceptos fundamentales de ética teológica.
Trotta. Madrid 1992, págs. 111-112).

Resumiendo en un cuadro:

Condicionamiento dialéctico de las funciones epistemológicas de la


razón

Tesis (Fase afirmativa) MODERNIDAD:


Apego y exaltación de la razón; optimismo racionalista, fe
en la razón; tiempo de teorías y sistemas;

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Antítesis (fase negativa) POST-MODERNIDAD:
(como “negación” de la modernidad)
crisis y acabamiento –muerte- de la razón;
pesimismo, desconfianza en la razón;
tiempo de praxis y escepticismo;
Síntesis (fase negativa/positiva) POSTMODERNIDAD:
(como “superación” de la modernidad)
superación –en la discontinuidad- de las contradicciones
de la modernidad;
nuevo conocer (nuevos paradigmas):
+ distinción entre uso-abuso de la razón;
+ incorporación de la experiencia y el sentimiento;
tiempo de sin-razones e irracionalidad;
transformación (como hipótesis o como posibilidad real)
(Rubio M., op. cit., pág. 137).

I. ¿QUE ES LA POSTMODERNIDAD?

+ Explicación del “post”: no se trata de una mera sucesión, sino de un


“ajuste de cuentas” con el proyecto emancipador de la Modernidad.
+ La Postmodernidad, más que un sistema racional es una sensibilidad.
+ Sus teóricos vienen del Sur: Lyotard, Baudrillard, Vattimo, Lipovetzky...

Rasgos de la Postmodernidad

1) El desencanto de la razón

+ La razón se ha convertido en “razón instrumental”, tecnoburocrática:


tecnifica las conciencias y deshumaniza la sociedad.
+ La razón ha dejado de ser transparente. Ya no puede ser totalizante,
fundamentadora, omnicomprensiva.
+ Seamos consecuentes: renunciemos a los saberes y respuestas
últimas. Quedémonos con un pensamiento débil.

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2) El entierro de las utopías

+ Constatación de que el soñado “campo total” es imposible.


+ ¡Muera Prometeo! ¡Viva Diónisos!
+ Desenmarascamiento de las “divinas palabras”: Progreso, Justicia,
Igualdad, Fraternidad... El “proyecto emancipador” de la Modernidad es
pura retórica.
+ Hay que ser incrédulo ante los “metarrelatos” (cosmovisiones
globales portadoras de sentido).
+ Sólo existen relatos, pequeños y fragmentarios.

3) Crítica del cristianismo como “metarrelato”

+ Hay que ser consecuentes con el grito de Nietzche, “!Dios ha


muerto!”: hay que borrar su sombra.
+ La “sombra de Dios” son esas palabras tan mayúsculas y tan
absolutas como “Libertad”, “Hombre”, “Justicia”, “Igualdad”...
+ La ”muerte de Dios” significa, simplemente, que nos hemos
quedado sin valores últimos, absolutos.
+ Esto es un “nihilismo positivo”: abre al hombre la posibilidad de ir
dando valor, creativamente, a las cosas.
+ Además, el cristianismo se presenta como un “metarrelato” (un
proyecto que pretende dar un sentido único y totalizante a la vida).
Tiene, pues, funciones manipuladoras y totalitarias.

4.- El fin de la Historia

+ Vivimos en un tiempo sin horizonte histórico, sin orientación ni


visión de la totalidad.
+ Esto se debe a que los “mass-media” nos saturan de información,
sin permitir a la noticia durar ni al destinatario reflexionar sobre ella.
+ Con este continuo presentismo de los acontecimientos que nos

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ofrecen los “mass-media”, hemos perdido el marco de referencia de la
Historia.
+ Vivimos en la inmediatez, en el presente. Nos movemos en un
espacio sin horizonte.
+ No hay una Historia conjunta que se dirija a una meta.

5. Esteticismo presentista y micropolítica

+ No hay que escapar del presente, sino disfrutarlo: “carpe diem”.


+ Frente a la “razón instrumental”, que se acerca a la vida buscando
lo que sirve para otra cosa, hay que tener el “pensamiento de la
intuición”, es decir, disfrutar los momentos de la vida por sí mismos.
+ Hay que abrirse, a cada momento, a la “inagotable riqueza de la
vida” y aceptar la discontinuidad, el disenso, la heterogenedidad, la
diferencia... que la vida nos ofrece.
+ Así podremos arribar a una sociedad en la que el ideal no sería ya
la eficacia y el rendimiento, sino la capacidad de vivir lo bello.
+ Sólo mediante esta “estetización general” de la vida podremos
ofrecer resistencia a esta sociedad y a esta cultura tecnocráticas.
+ También podremos resistir a nuestras sociedades desarrollistas,
dominadas por la “razón instrumental”, practicando la “micropolítica”, es
decir, por la vía de las acciones no integrables en el sistema y en
estrecha conexión con los nuevos movimientos sociales.

6. “Politeísmo” de valores y consensos “blandos”

+ No hay valores absolutos.


+ Vivamos “bajo el signo de Diónisos”: exaltación de la vida en su
finitud, de los valores múltiples, menguados y parciales, de las
realizaciones nunca plenas.
+ Al reconocimiento de estos valores y criterios de validez sólo se
puede llegar mediante acuerdos o consensos.
+ Pero los consensos han de ser “blandos”: ni fuertes ni definitivos
ni universales.

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+ Sólo caben consensos temporales, locales y, por tanto,
rescindibles.
+ Esta “ética débil y provisional” es la única que respeta al hombre
en lo que tiene de particular, de imprevisible y, en el fondo, de
infinito.
+ Vivimos en una sociedad bajo el “síndrome del billete de vuelta”.

7. Hiperindividualismo hedonista

+ La Postmodernidad significa la “segunda revolución del


individualismo” (Lipovetzky).
+ La sociedad consumista e informatizada posibilita el “vivir a la
carta”.
+ El lema de este individualismo es: “el mínimo de coacciones y el
máximo de elecciones privadas posibles; el mínimo de austeridad y
el máximo de deseo”.
+ Sus valores son: hedonismo, respeto por las diferencias, culto a la
liberación personal, psicologismo, culto a lo natural, sentido del
humor.
+ Es una cultura narcisista y “psi”: el individuo está centrado en la
propia realización emocional, da prioridad a la esfera privada y
reduce la inversión de carga emocional en el espacio público
(abandono de lo político e ideológico).
+ La sociedad postmoderna no tiene ni ídolos ni tabúes; ni imagen
gloriosas de sí misma ni proyecto movilizador alguno. Esta regida por
el vacío; un vacío que no comporta ni tragedia ni apocalipsis. (El
encanto de estar desencantados).
+ Genera un “narcicismo colectivo”: la solidaridad del “microgrupo
de idénticos”.
+ Valora lo comunicativo por encima de lo productivo; pero busca
una comunicación narcicista: oírse uno a sí mismo.

Código básico para “circular” por la postmodernidad

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1. Frente a la razón totalizante, el pensamiento débil.
2. Frente a los “metarrelatos”, los relatos.
3. Frente a los compromisos definitivos, los “consensos blandos”.
4. Frente a los valores absolutos, el “politeísmo” de valores.
5. Frente a la Historia unitaria, las historias parciales.
6. Frente a un mejor Futuro colectivo, el esteticismo presentista.
7. Frente a la Universalidad, el fragmento.
8. Frente a Prometeo, Diónisos y Narciso.
9. Frente a la militancia, el microgrupo.
10. Frente a lo productivo, lo comunicativo.
11. Frente a la uniformidad, la diferencia.

REPERCUSIÓN EN LA VIDA RELIGIOSA

+ Desconcierto ante el diálogo con una “cultura del fragmento”.


+ Necesidad de entender (“intus-legere”) la matriz sociocultural en que
vivimos (”formación permanente”).
+ Discernimiento: “es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo
los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio” (Gaudium et
Spes, n. 4).
+ Hemos de ser “contemporáneos críticos”.

¿Cómo está influyendo en nosotros?

1. Dimensión de la Fe

La matriz sociocultural genera indiferencia religiosa o increencia ambiental


y proclama el entierro de las utopías.
Nos afecta en nuestra “espiritualidad de ida y vuelta”:
+ En la “ida”: debilita el sentido de trascendencia; dificulta la
experiencia profunda del Dios vivo.
+ En la “vuelta”: espiritualismo desencarnado (“comunidades
emocionales”).

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2. Dimensión de la Misión

La matriz socio-cultural genera el “politeísmo de valores”, la vivencia del


“ahora”, el presentismo inmediatista, los “consensos blandos”, el hedonismo
narcicista.
Nos afecta en la búsqueda de un apostolado autogratificante o de
gratificación inmediata que rehuye el “ad extra” y la cruz.

3. Dimensión de la Afectividad-sexualidad

La matriz socio-cultural proclama la revolución sexual, la desmoralización


del sexo, el “vivir a la carta” a través de proceos de “seducción/sex-ducción”.
Nos afecta haciendo difícil la autotrascendencia; favoreciendo el narcisismo
inmaduro; obstaculizando la abnegación; haciéndonos más vulnerables.

4. Dimensión de la “Pertenencia”

La matriz socio-cultural es profundamente individualista y tiende a subrayar


fuertemente la diferencia y la disidencia. A lo más que induce es a
identificaciones grupales, no a grandes pertenencias.
Nos afecta en nuestra “inserción fuerte y creativa” en la Iglesia, en la
pérdida del sentido del cuerpo, en el escepticismo ante los proyectos
apostólicos coordinadores.

Posibilidades y exigencias

La postmodernidad nos posibilita y nos exige:

1. Una fe experiencial y “narrativa”

+ La Postmodernidad concede primacía a la experiencia y valora, frente


al “metarrelato” (concepciones globales, abstractas y globalizantes), el relato
(una narración que transmite experiencias).
+ Para la sociedad postmoderna, la “ortopraxis” es más importante que
la “ortodoxia”.

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+ La fe ha de brotar hoy de una experiencia profunda del Dios vivo, y sólo
podremos contagiarla, no a base de argumentos, sino “narrándola como
experiencia propia”.

2. Una fe inculturada

+ La Postmodernidad subraya el pluralismo cultural, la fragmentariedad


en que nos encontramos. También acentúa el derecho a la diferencia y exige el
reconocimiento del otro ensu ser otro.
+ Vivimos en un policentrismo cultural. Esto plantea a la Iglesia una tarea
ineludible: la inculturación de la fe.
+ En la vida diaria, nos exige “bajar al fragmento”, “pegarnos a lo
concreto”, “amar los realtos individuales”.

3. Una fe dialogante y modesta

+ Ante el pluralismo cultural en que vivimos, no podemos presentar el


cristianismo como una receta barata para solucionar todos los problemas.
+ La modestia habrá de basarse en una “pacífica pasión por la verdad”,
lo cual no significa la actitud fanática de quien se cree “poseedor de la verdad”.
+ Se trata de reconocer que la riqueza insondable de la Verdad permite
otros acercamientos sin fin; de estar serenamente convencidos de que –incluso
a través de conflictos- toda verdad parcial será finalmente armonizable.

4. Una fe “fruitiva”

+ Nuestra fe deberá abrirse hoy, fruitiva y gozosamente, a las


“inagotables riquezas de la vida”.
+ Deberemos mosgtrar, en la praxis, que nuestro monoteísmo
(creemos en un solo Dios que es amor) es compatible con la aceptación
de todo lo bueno y bello de la vida.
+ Esto nos conduce a un “humanismo de talante ecuménico”: a
gozarnos, sin celos ni recelos, en todo valor humano, venga de donde
venga.

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Lo irrenunciable

+ “La vida religiosa es una forma institucionlizada de recuerdos


peligrosos para el mundo“ (J.-B. Metz).
+ ¿Qué recuerdos son esos que, en esta época postmoderna, debemos
recordar peligrosamente con nuestros votos vividos auténticamente y con
“nuestro modo de proceder”?

1. “Memoria Passionis” (función profética)

+ Ante la tendencia postmoderna al individualismo insolidario y


hedonista, y frente a su tenue “micropolítica” de resistencia a los sistemas
deshumanizadores, debemos ser “el recuerdo de los sufrimientos de Jesús en
los sufrimientos de los hombres”.
+ Y proclamar que no hay otro más “otro”, más diferente y más desigual
que el pobre, el desamparado, el marginado...
+ El reconocimiento del otro sólo es posible mediante el amor gratuito y
solidario.

2. “Memoria Resurrectionis” (función escatológica)

+ Ante la Postmodernidad, instalada en la finitud y en lo privado, que ha


sustituido el mito del futuro por el mito del presente y ha taponado y roto
el sentido de la Historia, hemos de recordar que caminanos hacia el cielo
nuevo y una tierra nueva, garantizados en la Resurrección de Jesús.
+ Y proclamar con nuestra vida que esa “ciudad celeste”, en la que Dios
será todo en todos, es al mismo tiempo don de Dios y tarea humana
solidaria.
+ Es posible, ya en la tierra, sembrar Resurrección.
Com-padecimiento (“Memoria Passionis”) y Esperanza (“Memoria
Resurrectionis”): éstos deberían ser, en el hoy postmoderno, nuestros
“recuerdos peligrosos”.

(Tomado de Colomer J., S.J., Postmodernidad, fe cristiana y vida religiosa.


En: Sal Terrae, Tomo 79, Mayo 1991/5, págs. 413-420, Santander.)

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II. ESPIRITUALIDAD ZEN PARA UNA SOCIEDAD
POSTMODERNA

Quienes vivimos en sociedades influidas por la cultura europea occidental


(independientemente del hemisferio en que se encuentren) hemos venido
albergando desde hace tiempo la idea de que con la “modernización” hemos
alcanzado la cima de nuestro desarrollo histórico. La sociedad occidental
moderna ha sido considerada la norma a seguir y a alcanzar por todas las
demás.
Sin embargo, una mirada más extensa a la historia de la tierra y a la historia
humana nos ofrece ahora una mejor perspectiva para ver que, de hecho, la así
llamada sociedad moderna, con las actitudes y estructuras que ha traído
consigo, ha introducido muchos de los factores que están detrás de nuestra
crisis actual como comunidad de la tierra.

Son muchos los que han señalado en la sociedad moderna, entre


otros, los siguientes rasgos característicos: 1) individualismo, 2) una
visión dualista de la realidad basada en las dicotomías de sujeto-
objeto y cuerpo-mente, 3) una visión mecanicista de la naturaleza que
percibe a esta como un objeto susceptible de dominio y control
humanos, 4) una visión idealizada de la historia basada en el mito del
progreso, y 5) una estructura de relaciones interhumanas y entre los
seres humanos y la naturaleza de tipo patriarcal, con un sesgo
predominantemente masculino.
Al examinar esas características de la modernidad con más detenimiento,
podemos verificar que todas ellas son manifestaciones concretas que tienen por
origen un modo de conciencia que opera por igual en los niveles individual y
corporativo de nuestro ser. Por decirlo de otra manera, “la sociedad
moderna” es la manifestación histórica y colectiva de nuestra
conciencia egocéntrica.
Hemos llegado a un punto de nuestra historia en el que podemos
desentrañar la naturaleza aberrante de la sociedad moderna, con sus mitos y
las actitudes hacia la realidad que subyacen a estos. Estamos, por tanto, en
condiciones de apreciar la necesidad de forjar direcciones alternativas hacia

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nuestro futuro común, hacia una sociedad postmoderna, como prerrequisito
para nuestra supervivencia como comunidad de la tierrra.

Así pues, ¿cómo concebiremos un futuro común que sea viable, una sociedad
postmoderna que nos movilice para curar la tierra herida y llevar una existencia
común que nos permita celebrar la vida juntos en lugar de destruirnos unos a
otros y cada cual a sí mismo?
Quienes han abordado los problemas que plantea la modernidad han
presentado diferentes escenarios desde las perspectivas literaria, filosófica,
sociológica y otras. Sin entrar en excesivos detalles de los argumentos
procedentes de diferentes grupos y disciplinas que han contribuido al debate de
la modernidad, mantenemos que la sociedad postmoderna, lejos de ser un
hecho establecido, continúa siendo un mero ideal en la mente de muchos
individuos y que necesitamos tomar decisiones y dar pasos concretos para
convertirla en una realidad viable. Tomemos las características de la
modernidad arriba señaladas como un punto de partida para examinar las
características de una sociedad postmoderna, y así trazar un mapa con
trayectorias alternativas para configurar nuestro futuro.

+ En primer lugar, una sociedad postmoderna habrá de ir más alla del


individualismo. Podremos apreciar, entonces, el hecho de que no somos
entidades aisladas sino que cada uno de nosotros tiene su existencia en el
contexto de una red de interrelaciones con todos cuantos comparten esta vida
con nosotros. El reconocimiento de que son nuestras interrelaciones las que nos
hacen ser lo que somos nos permitirá superar las tendencias separatistas y
divisorias que ha traído consigo el individualismo moderno. No será necesario,
sin embargo, negar o renunciar a los avances modernos de nuestra conciencia
humana en torno al respeto a los derechos humanos, la dignidad personal y
otras nociones afines, sino que éstas se situarán en el contexto de nuestra
interconexión e interdependencia como comunidad de la tierra.

+ En segundo lugar, la postmodernidad avanzará hasta la superación del


dualismo que caracteriza nuestra comprensión de nosotros mismos y del
mundo, y que influye en el modo de vivir nuestra corporeidad. Ello implica
caminar hacia un sentido renovado de conexión con el mundo, entendiendo la
polaridad sujeto-objeto implícita en nuestro pensamiento y actividad no como

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una forma de ser dicotómica, sino como una condición relacional interactiva y
mutuamente participativa. Ésta se traducirá en una forma de conciencia que
supere la dicotomía cuerpo-mente, permitiendo una reapropiación de nuestro
modo corporal de estar-en-en-mundo en las diversas dimensiones que eso
entraña. (Véase Cap. 6 “Este es mi cuerpo”, del Habito R., El aliento curativo. –
Espiritualidad Zen para una tierra herida-. San Pablo. Madrid 1994, 151-176,
para una descripción de los elementos que comprende esta forma de
conciencia).

+ En tercer lugar, la sociedad postmoderna podrá superar una concepción


mecanicista de la naturaleza. Verá una relación orgánica entre todos los
elementos que comprende la naturaleza, a la par que admitirá que nosotros
somos una parte íntima de la propia naturaleza. Este modo de ver nos liberará
del deseo de dominar o controlar la naturaleza, capacitándonos para participar
en el proceso de su continua creatividad, con los dones de racionalidad y
previsión propios de los seres humanos. Al contemplar la naturaleza como un
organismo vivo, aprenderemos a reconocer los aspectos impredecibles,
misteriosos, la cara caótica de la naturaleza en definitiva, sin sentirnos por ello
amenazados, sino aceptándola y abrazándola como parte del funcionamiento
de las cosas.

+ En cuarto lugar, una sociedad postmoderna ya no será presa de mito del


progreso. En contraste con una sociedad moderna, que se considera a sí misma
la vanguardia de la historia avanzando hacia grados cada vez mayores de
progreso gracias a las destrezas tecnológicas, la sociedad postmoderna estará
mejor equipada para apreciar y apropiarse de los tesoros de la antigüedad,
aprendiendo de las sociedades que antaño fueron denominadas primitivas, pero
que realmente presentan estilos de vida llenos de sabiduría y sensibilidad hacia
nuestra interconexión con la tierra. Ya no estará tentada de rendir culto al ídolo
del progreso por sí mismo, siempre a la búsqueda de un futuro mejor, sino que
podrá celebrar la vida en su presente “novedad”, esto es, en su “no-edad”.

+ Finalmente, la postmodernidad será una sociedad postpatriarcal que


pondrá el acento sobre la dimensión femenina de nuestro ser para equilibrar los
efectos indeseables del carácter predominantemente masculino de nuestras
vidas e instituciones. Esa recuperación nos permitirá avanzar hacia estructuras

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renovadas de relaciones y modos de comportamiento caracterizados por la
cooperación, el cuidado y el apoyo mutuos, en lugar de la competencia, la
explotación y la destrucción.
Sin embargo, como antes se indicaba, esta era postmoderna no irrumpirá de
una forma determinista, es decir, como un movimiento inevitable de la historia.
Si ha de venir, lo hará en la medida en que haya más personas que tomen
conciencia de la situación crítica de nuestra condición presente como
comunidad de la tierra, y en tanto estas sientan la necesidad de dar un paso
más allá de la mentalidad y estructuras de la modernidad en la sociedad que
han dado pie a esa condición, y adopten decisiones concretas al respecto.

Dicho de otro modo, se requiere por nuestra parte una participación


intencional para el alumbramiento de un mundo postmoderno. Ello exigirá
una transformación de nuestra conciencia, que consecuentemente
dejará sentir sus efectos en nuestra propia autocomprensión, en
nuestras relaciones con los demás y en las estructuras de la sociedad
que son manifestaciones visibles de esas relaciones. Esa
transformación afectará por igual a las diversas formas de nuestra
vida personal y comunitaria, a las manifestaciones culturales, a las
expresiones religiosas y a los ámbitos económico, político, educativo,
académico, etc.
Estamos llamados a jugar un papel en la construcción de una era
postmoderna si consentimos ser transformados en nuestra conciencia,
aprendiendo a superar el hechizo que la actitud moderna ejerce en nuestro
interior. Se ha repetido a menudo que es necesaria una nueva cosmología para
reemplazar a la anterior, asociada con la modernidad. Esa nueva cosmología irá
de la mano, y será el cimiento, de una nueva espiritualidad para un mundo
postmoderno.

La espiritualidad postmoderna no proporcionará una vía de escape del


mundo real, a partir de ese ideal de desapego malinterpretado que deposita las
esperanzas en una dimensión ultraterrena y se basa en una concepción dualista
de la realidad. En lugar de eso, será una espiritualidad que, a la vez que
lleva al individuo a un desprendimiento radical de la conciencia
egocéntrica y de sus deseos ilusorios, le invita a un compromiso total
con sus tareas históricas, enraizadas en una visión de conexión con

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todos los seres que sufren y de compasión por todos ellos. En otras
palabras, será una espiritualidad de compromiso que se pone al
servicio de la curación de la comunidad de la tierra.
En un contexto cultural y religiosamente plural, lo que nos hará alcanzar una
edad postmoderna no es sino una espiritualidad global. Con esa expresión
queremos dar a entender una forma de vida en contacto con lo espiritual, esa
energía dinámica y creativa que reside en lo hondo de nuestro ser, dispuesta a
recibir inspiración de diferentes tradiciones religiosas sin perder por ello su
raigambre en una u otra en particular. Tras el uso del término global subyace la
visión de la tierra como una totalidad, de la misma forma en que los
astronautas, desde el espacio, pudieron verla y después mostrárnosla en esas
sorprendentes fotografías: una visión sin marca alguna de fronteras nacionales,
políticas, religiosas, o cualesquiera otras. (Cf. E.H. Cousins, Global Spirituality:
Towards the Meeting of Mystical Paths, Radhakrishnan Institute For Advanced
Study in Philosophy, Madras 1985; R. Habito, Towards a Global Spirituality:
Buddhist and Christian Contributions, en Zen Buddhism Today: Annual Report of
the Kyoto Zen Symposium 8 (1990) 112-123. Cita de Habito R., El aliento,
op.cit., 220).

Una espiritualidad global, por su propia definición, no será el


monopolio de ningún grupo o tradición religiosa particulares, sino el
fruto de un proceso creativo mediante encuentros y diálogos entre
miembros de las distintas tradiciones. Se manifestará tanto en un
movimiento horizontal como vertical: el primero implica el enri quecimiento
mu- tuo procedente del encuentro de las tradiciones religiosas del orbe
planetario, tal como se indicó; el segundo supone el movimiento descendente
de la conciencia humana excavando y descubriendo sus raíces en el corazón de
la tierra.
Esa espiritualidad manifiesta una conciencia profunda de nuestra
participación en la red de vida entrelazada que llamamos tierra, y comparte por
tanto características básicas con lo que se ha dado en llamar una espiritualidad
ecológica. Esta última es una forma de vida que honra y reverencia a la tierra
como hogar (del griego oikos, la raíz del término ecología). Entre sus rasgos,
concede un merecido reconocimiento y atiende cuidadosamente al lugar en
que esa vida se sutenta, es sensible y está dispuesta a celebrar nuestra
naturaleza corporal, y está impregnada de un sentido de misterio cósmico ante

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la interdependencia de todo cuanto existe. Manifiesta una sensibilidad y una
capacidad para escuchar los sonidos de la tierra, incluyendo todo el dolor que
proviene de una condición herida, y está dispuesta a responder de modo que
conduzca a su curación.

En breve, una espiritualidad comprometida, que es a su vez global y


ecológica, habrá de tomar forma a partir de una visión común de muchas de las
personas que, quizá de modos diferentes, compartimos el malestar de la tierra
y sentimos la necesidad urgente de forjar nuevos caminos en nuestra
conciencia y estilos de vida. Las contribuciones a esa visión común pueden
proceder de quienes sean capaces de beber en las fuentes de las ricas
tradiciones espirituales que los predecesores de nuestra vida sobre la tierra nos
han dejado como herencia.

En el corazón del Zen se encuentra la experiencia del despertar a la


realidad de nuestra interconexión con todo el universo, una realidad
accesible a nosotros cuando escuchamos y nos rendimos a la fuerza
del aliento. Este despertar tiene como fruto un modo de vida que
informa las dimensiones persona, social y ecológica de nuestro ser.
Cuando escucha al aliento, la persona despierta está en condiciones de
abrir su ser y oír los sonidos de una tierra herida en sus
manifestaciones tangibles. Al hacerlo así, toma su fuerza del mismo
aliento curativo para transformarse en agente de sanación de esas
heridas, de la forma particular en que esté llamada a responder y
llevar a cabo tareas concretas, según sus propios dones, talentos y
circunstancias vitales.

En otras palabras, la espiritualidad vivida es la base para la transformación de


las actitudes e instituciones que configuran nuestra manera de estar en el
mundo.
Esto introduce a la estructura básica de la espiritualidad Zen, que, si bien
procede de la tradición budista, muestra resonancias profundas con una vida
iluminada por el mensaje cristiano. Se trata de una espiritualidad que puede
aportarnos luz y fuerza para poner los cimientos de una sociedad postmoderna
viable y verdadera, si nos entregamos a ese empeño y asumimos las enormes
tareas de curación personal y global que nos aguardan. (R. Habito, El aliento,

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op.cit, pág. 223, nota 10, nos dice: “Aquí quisiera agradecer la sugerencia para
mis exploraciones en torno a una espiritualidad global comprometida al doctor
Chandra Muzaffar, un destacado intelectual y crítico social musulmán de
Malasia. En 1987 fuimos invitados a un encuentro interreligioso de activistas
sociales en Bangkok, Tailandia, auspiciado por el Foro Cultural Asiático para el
Desarrollo, por entonces bajo la dirección de Sulak Sivaraksa. Entre los
participantes se contaba con miembros de las tradiciones budistas, hindú,
musulmana, cristiana, y también maorí (indígenas de Nueva Zelanda). En
nuestras conversaciones, el Dr. Muzaffar señaló cómo todos estamos unidos en
un lazo de espiritualidad común, caracterizada por una postura de solidaridad
con los seres de nuestras sociedades que sufren y están oprimidos, y por un
compromiso en las múltiples tareas de liberación en nuestros contextos
respectivos. Esa postura, compartida por los participantes, trasciende nuestras
diferentes tradiciones religiosas, pero encuentra su sostén y expresión en cada
una de ellas.)

(Tomado de: Habito R., El aliento curativo. –Espiritualidad Zen para una tierra
herida-. Col. Nuevos Fermentos 16. San Pablo. Madrid 1994, págs. 215-223).

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