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Negros Mesoamericanos
Carlos Navarrete Cáceres
Estas dos pinturas son unos diseños de la diosa que los indios nombran
Teotenantzin que viene decir Madre de los Dioses, a quien en la gentilidad
daban cultos en el cerro de Tepeyac donde hoy lo tiene la Virgen de Gua-
dalupe (Glass 1964: 140 Lám. 1).
el bajío mexicano
Carlos Navarrete Cáceres
Esta descripción indica que, a principios del siglo XVIII, la imagen estaba ya
ennegrecida. Oficialmente la Iglesia atribuye el color a la exposición constante al
humo de miles de candelas de cebo animal y de rajitas de ocote que ofrendan los
peregrinos. Es significativo, sobre todo para el fervor popular, que la restauración
que se le hiciera a la imagen en 1995 con motivo de celebrarse los 400 años de culto,
no solo respetó el color oscuro sino lo acentuó más; desafortunadamente el informe
rendido por los técnicos que intervinieron dice poco de su color original (González
de Flores y Carías Ortega 1998).
Fuera de origen oscuro o ennegrecido por el humo, el impacto de la imagen
en la población indígena y después mestiza fue el mismo. Y si el tono se debe a una
raíz prehispánica como plantean algunos investigadores, nos encontramos entonces
frente a una sustitución inteligente de parte de las autoridades eclesiásticas, con base
en un culto antiguo imposible de erradicar y sí de encausarlo por caminos de la recién
impuesta religión cristiana.
El primero en postular el posible origen prehispánico del Cristo de Esquipulas
fue Lothrop (1924), basado en antiguas noticias sobre deidades cuyo color distintivo
era el negro, entre los que destaca Ek-chuah, dios patrón de los mercaderes. Aunque
no establece la relación directamente, Lothrop fijó su atención en cinco esculturas
el bajío mexicano - 258 -
de las deidades oscuras prehispánicas...
que adornan el puente cercano al Santuario de Esquipulas (Figura 4). Dos de ellas
representan jaguares o pumas y el autor se pregunta si no estarán asociadas con Ek-
Balam Chac, el Puma Negro de la Lluvia. Sobre el origen de estas esculturas existe un
detallado artículo de Toledo Palomo (1964: 49-59), en el que demuestra su procedencia
de las ruinas de Copán, detalle por demás sugerente (¿por qué jaguares?).
El Ek Chuah de Lothrop proviene de la definición del dios hecha por Schellhas
(1904) quién lo nombró Dios M, caracterizándolo así: la boca la lleva pintada de color
café rojizo, el labio inferior está alargado y colgante, lleva dos líneas curvas en el ex-
tremo exterior del ojo; frecuentemente se le representa en actitud belicosa, armado con
una lanza, y en una ocasión –Códice de Madrid– aparece combatiendo con el Dios F,
quien parece herirlo; esta deidad representa a la muerte violenta, en la guerra o en el
sacrificio humano. Armado de jabalinas y lanza aparece en el ámbito terrestre debajo
de Ixchel, tomando parte en la destrucción del mundo por el agua. El color oscuro es
distintivo de jerarcas o nobles relacionados con el comercio (Figura 5, a).
Morley siguió esta interpretación y abundó: “Ek Chuah es la sexta deidad más
comúnmente representada en los códices y se representa en ellos 40 veces” (1947). Hace
ver que posee doble carácter: como dios de la guerra era malévolo, pero como dios de
los mercaderes –básicamente los caminantes– era benévolo:
Los Chortis no han abandonado totalmente el antiguo culto pues con alguna
frecuencia se observan en Copán las huellas reveladoras de la práctica de ritos
de la antigua religión indígena frente a la colosal cabeza de piedra colocada
sobre la Escalinata de los Jaguares.
Gustav Stronswick lo relata en sus experiencias durante las obras de res-
tauración de las Ruinas de Copán en 1940 y el Dr. Raúl Agüero Vera refiere
que pudo ver a los oficiantes del rito que se alejaban en una madrugada del
año 1958, y que encontró sobre una pequeña loza cabos de velas derretidas
y restos de incienso copal quemado durante la extraña ceremonia. Personas
que viven en las cercanías del campo de ruinas, de cuya seriedad estoy seguro,
me afirman con aplomo que la costumbre perdura (1979).
que la sustitución se hubiese dado con una imagen de tono claro, para los
creyentes la sola representación de Cristo y su martirio es suficiente. Las
adaptaciones y el empate de simbolismos se dieron después, a medida que
se oscureció, dando paso a antiguas tradiciones que la resistencia cultural
mantuvo latentes. La identificación con el color negro se produjo en el
transcurso de cuatro siglos, pasó por dos renovaciones de color y al final se
impuso el sentir popular: el Señor de Esquipulas es negro. La propia Iglesia
católica lo validó calladamente o silenció la evidencia, al saltarse el informe
técnico de la restauración del Centenario que, con toda claridad, concluye:
“La policromía general del Cristo es de un tono más claro”. Son tres capas
pictóricas normales, pese a lo cual el encarnado final que ahora luce debido
a los mismos autores del informe, es mucho más oscuro que antes y hasta el
cendal o sabanilla que lo cubre se tornó oscuro.
El color verdadero lo imponen la tradición, las creencias que aumentan
al correr del tiempo, lo que la gente siente y quiere ver. Las dudas de acadé-
micos y teólogos no son cuestión que preocupe a los creyentes de la diáspora,
y la historia documental va cediendo ante la espontaneidad y fuerza de la
transmisión oral (Navarrete 2007: 17-18).
Creo que en Tila haya habido un culto a una deidad negra o tiznada, en el cual
el sacerdote también tuviera esa representación (...) Ahora, la población es objeto
de una famosa romería anual, a causa de la extendidísima devoción a una imagen
morena de Cristo allí venerada (Navarrete 2013: 101-168).
Según este autor el origen de la imagen proviene del “culto a una deidad que
fue urgente desplazar y suplantar con la deidad cristiana”:
“Entre pues y miré, y he aquí toda forma de reptiles, y bestias abominables, y todos
los ídolos de la casa de Israel, que estaban pintados en la pared por todo alrededor”.
Por sugerente, repito la nota impresa al margen de la página donde describe los
hechos y el resultado de su prédica: …”y después fue el caso de la transmutación
prodigiosa del Santo Cristo de Tila” (SBEAL 1989: 708).
... y habiendo visto la información presedente sobre los casos, y sucesos que de algunos
años a esta parte se an atribuido a la Imagen el Santísimo Christo que llaman de Tila
por estar en la iglesia parroquial del Pueblo de Tila, y los pareceres de los Teólogos
a quién su Sria. Illma. le remitió: dixo que usando de su autoridad ordinaria, y en
aquella viá, y forma que puede, y le pertenece declarava y declaró por prodigiosa y
milagrosa la renovación de la Santa imagen de Christo Crucificado de vulto (que
se venera en la D dha. Iglesia de el pueblo de Tila), porque estando antes todo su
cuerpo ahumado y denegrido impovisádamente se manifestó, y halló blanco como
al presente se ve. Y assimesmo aprobava y aprobo por milagrossos todos los demás
casos expresados en la dha. información, que la Majestad Divina a obrado en la
mesma Santa Imagen: y da y dio licencia para que como tales milagros se pinten y
pongan en público y refieran en los púlpitos; por convenir al mayor servicio de Dios
Nro. Señor y aumento de la dha. Santa Imagen...
Recapitulación
“árbol cósmico” del mundo maya o sea la ceiba que brota de la tierra, de la oscuridad
del mundo inferior, y deviene en morada de los antepasados, a través de cuyas ramas
se comunican con el mundo exterior (Hernández Pons, en proceso). El ejemplo ar-
queológico más importante del aprovechamiento simbólico de una formación natural
es la gran estalacmita en forma de árbol en el interior de la gruta de Balankanché en
Yucatán (Figura 13) (Wyllys Andrews IV 1970).
Ya dejamos establecido que el tono original de la encarnación es claro, y que el
oscurecimiento se debe a la exposición al humo y al contacto humano, tal como suce-
dió con la imagen de Esquipulas. Por otra parte no todos los procesos de asimilación
religiosa ocurrieron inmediatamente a la Conquista ni durante el inicio de la campaña
evangelizadora que contó con pocos religiosos para un área geográfica enorme y mal
comunicada. Los curas que atendían Tila se enteraron de las ceremonias en la cueva
y de los númenes oscuros invocados, y para erradicarlos se valieron de una imagen
de Cristo de impresionante talla. De la simbiosis con el color negro y la cueva se irían
dando cuenta durante el proceso de ennegrecimiento de la imagen, que duró un siglo,
culminando en 1692 con el milagro de la autorrenovación y el acto de fe practicado
en Oxchuc por el obispo Núñez de la Vega al destruir los ídolos “tiznados” que ocul-
taban en el templo cristiano. El obispo identificó al Demonio con Poxlón, un nahual
también llamado Patzlan y Tzihuizin, “entre los indios muy temido” (Núñez de la
Vega 1988: 756).
Les doy la razón a Josseran y Hopkins cuando afirman que, al igual que con
otras deidades mesoamericanas, “los dioses de las cuevas son multívocos y aparecen
de múltiples formas”, aunque pueden interpretarse “como una sola las diversas per-
sonalidades de rasgos coincidentes que habita…”
Es preciso citar otras imágenes semejantes con un posible sustento devocional
indígena, entre ellos el Cristo de Otatitlán (Figura 14). Su santuario está asentado en la
margen del río Papaloapan, importante vía fluvial de comercio y tránsito; aquí existió
en época prehispánica un templo dedicado a Yacatecuhtli (Figura 15), deidad patrona
de los comerciantes (Aguirre Beltrán 1975; León Portilla 1958; Winfield Capitaine 1978;
Velasco Toro 1997; 1998; 2000). El nombre Otatitlán, “lugar de otales”, puede referirse
a un importante símbolo de jerarquía de los comerciantes como era el otate, especie
de cayado o bastón de mando. En Tuxtepec, población vecina a Otatilán, los aztecas
mantenían una guarnición militar atenta a vigilar el largo camino de Xicalango que
conducía al Área Maya, en el punto en que se cruzan las rutas costeras con la bajada
de la Sierra Chinanteca. A finales de los años noventa la imagen sufrió de una pésima
restauración que le aclaró el color de acuerdo a las normas de la “nueva liturgia”. En
busca de raíces antiguas es necesario tomar en cuenta no solamente la imagen sino
otras manifestaciones tradicionales, en el caso de Otatitlán están los “voladores” de
Papantla, que año con año están presentes en la fiesta titular (Figura 16).
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