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y esparce por todos los rincones la fama de su empresa.

Du-
El Hombre Los Nueve Libros
rante esa lectura (completa Suidas en la Vida de Tucídides) lloró
de noble emulación Tucídides niño, y Heródoto le felicitó proféti- De La Historia
Estudio preliminar María Rosa Lida de Malkiel camente porque su espíritu estaba ávido de ciencia.
Herodoto
Heródoto según los antiguos. La noticia más importante trans- Heródoto según sus Historias. Así, pues, los datos antiguos ape-
mitida acerca de Heródoto por la Antigüedad se encuentra en el nas hacen sino situar someramente a Heródoto en el tiempo
Diccionario del bizantino Suidas (siglo X), de quien se supone, (siglo y antes de Jesucristo, entre las Guerras Médicas y la del
Estudio preliminar de
no sin optimismo, que copió discretamente autores fidedignos. Peloponeso) y en el escenario geográfico (Grecia asiática, Ate- María Rosa Lida de
Esa noticia reza así: nas, Magna Grecia), y transmitir la reacción ingeniosa y patética Malkiel
de estudiosos tardíos, que ya estaban espiritualmente casi tan
"Heródoto, hijo de Lixes y Drío, fue natural de Halicarnaso, de lejos de él como nosotros mismos. Lo más valioso que se cono-
ilustre familia, y tuvo un hermano, Teodoro. Pasó a Samo a cau- ce acerca de Heródoto se espiga en el gran documento herodo-
sa de Lígdamis, tercer tirano de Halicarnaso después de Artemi- teo, los Nueve libros de la Historia, la obra más personal, en
sia, porque Pisindelis era hijo de Artemisia, y Lígdamis de Pi- cierto modo, que haya legado la Antigüedad.
sindelis. En Samo, pues, cultivó el dialecto jónico y escribió una
historia en nueve libros, a partir de Ciro el persa y de Ca-dau- Concepción dramática de la vida. Gracias a esta obra sabemos
les, rey de Lidia. Volvió a Halicarnaso y arrojó al tirano, pero al que este griego, que no tiene muy remota la ascendencia bár-
ver luego la mala voluntad de sus conciudadanos, fue como volun- bara, no parte de una realidad ordenada en claros esquemas.
tario a Turio, que los atenienses colonizaban; allí murió y está La filosofía no ha descubierto todavía las esencias universales,
sepultado en la plaza pública. Algunos afirman que murió en cómodamente aprisionadas en otros tantos conceptos, y falta
Pela. Sus libros llevan el nombre de las Musas." toda la evolución del pensamiento ático para llegar, con Aristó-
teles, a la clasificación científica de la naturaleza, en cuyo re-
El conocimiento actual de Heródoto, precario y todo, permite cuento individual está deleitosamente detenida la observación
señalar en esta biografía dos fallas vinculadas, precisamente, jónica. Lo que Heródoto ve y refleja como experiencia del mun-
con las Historias: el error de que Heródoto aprendiese en Samo do es una enmarañada red de sucesos particulares, de anécdo-
el dialecto jónico, que se hablaba en Halicarnaso, y de que re- tas rebosantes de vida apasionada (en las cuales se agitan los
dactase allí su libro, y la omisión de sus viajes. Otras fuentes, reyes y tiranos, árbitros de razas y comarcas -Astiages, Ciro,
ninguna directa ni segura, permiten inferir dos hechos corrobo- Cambises, Darío, Jerjes, Creso, Gelón-, los aventureros ambi-
rados por su obra: estada en Atenas y amistad con Sófocles. ciosos que corren a sus muertes desastradas -Polícrates, His-
Fuera de esto, sobre la vida de Heródoto, la Antigüedad apenas tieo, Aristágoras, Mardonio-), de duelos con la adversidad en los
si brinda media docena de anécdotas, tan apócrifas como elo- que tras mil lances reñidos sucumbe el que ya parecía vencer -
cuentes. Según tal beocio, el poco airoso papel de Tebas en las tal los marinos de Quío, que combaten denodadamente mien-
Historias se debe a rencor de Heródoto, resentido de que los tras sus aliados les traicionan, logran refugiarse en el continente
tebanos no le hubiesen permitido abrir escuela; según tal ate- y son exterminados por error en tierra amiga: VI, 15-16-, tal esas
niense, Atenas, siempre munífica, recompensó la alabanza del vidas frustradas que no pueden imponer su nueva norma a la
historiador con un donativo de diez talentos. Luciano cuenta no comunidad ni soportar la antigua -Anacarsis y Esciles: IV, 76 a
muy en serio (Heródoto o Eción) que para ganar tiempo y re- 80; Dorieo y Demarato: V, 39 y sigs.; VI, 61 y sigs. -, esos áspe-
nombre, Heródoto lee su escrito no en tal o cual ciudad sino en ros enconos femeninos -la vergüenza y la venganza de la mujer
el festival olímpico, ante Grecia entera, que le oye embelesada de Candaules: 1, 8 y sigs., el dolor implacable de Tómiris: 1, UNTREF VIRTUAL | 1
214, las dos mujeres de Anaxándridas, alternativamente esté- dia de los dioses y contra el infortunio, los hombres, palpitantes
riles y fecundas: V, 3941, la sanguinaria Amestris: VII, 114 y IX, de voluntad de evadirse, se debaten con ingenio, con bravura, Los Nueve Libros
109-112-, esas sombrías historias de familia -Creso, torturador con obstinación, con suerte -divino azar-, y a veces se evaden De La Historia
de su hermano, pierde trágicamente al hijo de quien se enorgu- de las mallas del destino.
llece y queda con el hijo defectuoso que sanará el día de su rui- Herodoto
na: 1, 34 y sigs., Periandro, enamorado y asesino de su mujer, Racionalismo. Afortunadamente, pues, están los dioses tan alto
impera por el terror hasta que, ya viejo, su voluntad se estrella que dejan libres al hombre las manos y el pensamiento. Sin
contra la del hijo menor ante quien acaba por humillarse, dema- duda la concepción herodotea de la vida, regida por una iguala-
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siado tarde: 111, 50 y sigs., V, 92. Unos apenas visibles y tenací- ción abstracta y unos dioses malévolos, limita el alcance de la María Rosa Lida de
simos hilos anudan tan turbulenta arbitrariedad, la sujetan y diri- razón como clave del universo. Pero ¿quién si no el entendi- Malkiel
gen. Heródoto se refiere a ellos unas veces resignadamente miento mismo ha descubierto su razonable límite? Motivo de
cuando anuncia la peripecia de algún personaje con las palabras: más, para que Heródoto se entregue a su ejercicio con la con-
"pero como había de acabar mal...", "pero como había de suce- fianza de lo que no se discute. Heródoto observa, compara y,
derle desgracia...", y otras veces los proyecta, vivísimos e indes- sobre todo, razona. No andaría equivocado quien tomase como
cifrables en las absurdas profecías siempre aciagamente cumpli- lema suyo y de Grecia (de quien es en este aspecto tan fiel re-
das; ellas empujan a Creso a su pérdida: 1, 53, 55, a Cambises presentante) la alternativa que propone el joven Atis: "Dime que
al inútil fratricidio: III, 64, castigan a Micerino por su importuna vir- sí o razóname por qué no" (I, 37). A lo largo de toda la obra, los
tud: 11, 133, ofrecen a la muerte a Mardonio por boca de su mismo más diversos personajes en las más diversas situaciones exa-
rey Jerjes: VIII, 114, y atormentan a tantos grandes de la tierra, sin minan, cotejan, experimentan y, sobre todo razonan. Ciro hace
intérprete para la lengua irrevocable y siniestra de los dioses. En la subir a la hoguera al piadoso Creso para ver si algún dios le
historia de Creso, el sabio Solón señala las dos coordenadas en las librará, por piadoso, de ser quemado vivo: 1, 86. Para verificar
que se proyecta la vida humana: la envidia de los dioses y el cam- la pretensión de los egipcios de ser el pueblo más antiguo de la
bio perpetuo que constituye el vivir del hombre: 1, 32. Esa vida tierra, Psamético recurre al experimento lingüístico -y la halla in-
trágicamente breve para el hombre común, apenas es para el fundada-: II, 2. Darío aparece igualmente ávido de conocimien-
avisado más que sucesión de infortunios (VII, 46), de tal suerte que to exacto (IV, 44), y Jerjes aprovecha una culpa de amor para
aquella trágica brevedad es su único bien. Y, sin embargo, la con- cumplir la circunnavegación del África (IV, 43), ya realizada por
cepción de la vida que sustenta Heródoto no es cerradamente pes- unos fenicios a las órdenes de la curiosidad del faraón Necos
imista. Por sobre la envidia de los dioses, o quizá como suma de (IV, 42).
sus malquerencias, los sabios -Solón, Artabano-, tomando las
debidas distancias, columbran unas líneas generales. Esa suma Quien más asidua y gozosamente ejerce su entendimiento es,
de azares que es la voluntad divina o divino azar equilibra en lo lógicamente, el autor mismo: el objeto de su crítica puede ser
bajo la pequeñez humana: así lo declara Heródoto por boca del una inscripción apócrifa (I, 51), la autenticidad de un texto lite-
portavoz favorito de su opinión moral, Artabano (VII, 10). Si una rario (II, 117), la etnografía de colcos y egipcios, de cuya origi-
tempestad desbarata la innumerable escuadra persa es senci- nalidad se jacta (II, 104), la osteología comparada de persas y
llamente que los dioses emparejan a los adversarios para hacer egipcios (cuya paternidad se remonta, en cambio, a estos últi-
justiciera la partida (VIII, 13), y la conciencia de que hay por so- mos: III, 12), las formas demasiado geométricas de la cartogra-
bre los hombres una fuerza compensadora aguija a la acción: fía coetánea (IV, 36). Lo desconocido fabuloso se explica razo-
VII, 203. Más que trágica, más que ciegamente ineluctable, la nablemente por lo conocido: el canal del lago Meris por el de
concepción de la vida de Heródoto es dramática, llena de peri- Asiria (II, 150), el oro de la libia Ciraunis por la pez de la griega
pecias peligrosas, pero sin desenlace prefijado. Contra la envi- Zacinto (IV, 195). Heródoto no sólo aplica su claro raciocinio a la UNTREF VIRTUAL | 2
naturaleza física y a la actividad humana; con igual científica más sólido y deja al juicio del lector la elección final (por ejem-
serenidad investiga los usos, instituciones y religiones y, lo que plo, II, 146). Para la deliberación científica, no menos que para Los Nueve Libros
es más asombroso, no sólo la religión ajena (Salmoxis, IV, 95-96) la práctica, vale el examen crítico de la razón: "Rey, cuando no De La Historia
sino muy principalmente la propia: el culto griego de Herades se dicen pareceres contrarios, no es posible escoger y tomar el
deriva del de uno de los doce dioses egipcios y no a la inversa mejor, y es preciso adoptar el expuesto, pero cuando se dicen, Herodoto
(11, 43); el culto griego de Dioniso, introducido por Melampo, a sí es posible; a la manera que no conocemos el oro puro por sí
través de los fenicios, se remonta también a Egipto (II, 49); en mismo, pero cuando lo probamos junto con otro reconocemos
cambio, el culto de Hermes itifálico es legado pelásgico, según cuál es el mejor (VII, 10).
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se infiere de cultos actuales de Samotracia (II, 51), y la clasifi- María Rosa Lida de
cación ordenada del panteón griego es obra de Hesíodo y de Goce intelectual, curiosidad griega, folclore. La agudeza crítica Malkiel
Homero, situados a tantos y tantos siglos del autor (II, 52). El de Heródoto no es más que un aspecto del vivo goce intelectual
viento Bóreas, llamado por los atenienses en su socorro, des- que toda la obra atestigua y que constituye también un rasgo
cargó en efecto sobre los persas, pero Heródoto no podría decir diferencial de la cultura griega (ausente, por ejemplo, en la Biblia
si esto fue consecuencia de aquello (VII, 189). La borrasca de y en las letras latinas). Heródoto lo evidencia de otro modo en la
Magnesia ¿amaina por los sacrificios y encantamientos persas admiración de buena ley que profesa a todo rasgo de ingenio: a
o porque de suyo se le antoja? (VII, 191). En verdad, páginas la sabiduría de Glauco de Quío, que discurrió el arte de soldar
tales como la citada investigación sobre los dioses de Grecia 01, el hierro (I, 25), a la de los lidios, que fueron los primeros en
43 y sigs.) o las dedicadas al estudio del delta del Nilo (II, 10 y acuñar moneda, vender al menudeo y jugar a los dados, a la ta-
sigs.) o al de la cuenca de Tesalia y el corredor sísmico del Pe- ba y a la pelota (I, 94); a aquella plancha de bronce en la que un
neo (VII, 129), pertenecen a las más nobles realizaciones que jonio sutil había grabado "el contorno de toda la tierra, y el mar
ha dejado Grecia; con todos sus errores de hecho, presentan todo y todos los ríos" (V, 49), a la ingeniosa obtención del oro de
una madurez de espíritu, una potencia de observación y de la India (III, 102) y de los aromas diversos de Arabia (I11, 107 y
razonamiento, merced a las cuales el hombre actual se siente sigs.), a las obras de ingeniería civil (el riego y las murallas de
mucho más cerca de Heródoto -del "milagro griego"- que de Babilonia: 1, 179 y sigs., las pirámides, los templos, los laberin-
autores que vivieron siglos y siglos después; de aquél, en esen- tos y canales de Egipto: II, las tres maravillas de Sarro, acueduc-
cia, deriva, mientras debe mirar por desvíos de curiosidad histó- to, dique y templo: III, 60) y militar (el desagüe del Gindes: 1,
rica para justificar la acumulación pueril de datos ajenos que 189 y del Éufrates: I, 191; el puente de barcas de Darío: IV, 88
atesta las historias de Vicente de Beauvais y de Alfonso el Sa- y de Jerjes: VII, 3436), a los primores de los artífices (la taza de
bio. No anduvieron descaminados, en este sentido, los huma- Creso: 1, 51; el anillo de Polícrates: 111, 41; la viña y el plátano
nistas que percibieron orgullosamente la continuidad entre el de oro de Teodoro de Sarro: VII, 27; la coraza de Amasis, de oro,
rigor crítico del Renacimiento y la ciencia helénica. Que el ra- lino y algodón con sus torzales de trescientos sesenta hilos: 111,
ciocinio peque, que Heródoto se equivoque de hipótesis para 47; el trípode de oro, soportal de la serpiente de tres cabezas
explicar las crecidas del Nilo y, por exceso de desconfianza, no consagrada por los griegos en Delfos: IX, 81).
crea que el sol haya quedado a la derecha de los fenicios que
circunnavegaron el África (como quedó a la derecha de los ma- Con ojos bien abiertos, y vibrante de esa juvenil capacidad de
rinos de Sebastián Elcano cuando atravesaron el Ecuador: Ló- admiración, de la cual, según Platón y Aristóteles, ha nacido la
pez de Gómara, Historia general de las Indias, XCVIII), todo filosofía, Heródoto recorre Egipto sin caérsele de la boca el deli-
esto es comprensible y muy poco importante. Lo importante es cioso adjetivo ?????e?t??, ("digno de contemplarse"). ¡Con qué
el fervor con que Heródoto se interesa en cuanto le rodea, y ob- objetiva curiosidad, con qué atención cortés examina ese mun-
serva, infiere, forma hipótesis, enumera argumentos, apoya el do distinto y paradójico que contradice a cada paso sus hábitos UNTREF VIRTUAL | 3
de griego! Para completar el conocimiento del Heracles egipcio la fuente de Libia que hierve a medianoche y está helada a me-
y griego con el fenicio, Heródoto navega hasta Tiro, y su diligen- diodía (IV, 181), y la fuente de Etiopía, de agua delgadísima y Los Nueve Libros
cia queda premiada no sólo con la apetecida información sino perfume de violetas (III, 23); el esparto, probablemente español, De La Historia
con ver, entre otras ofrendas, aquellas dos columnas, la una de con que los fenicios anudaron el puente de barcas que Jerjes
oro fino y la otra de jaspe verde, que relumbran en la noche (II, echó sobre el Helesponto (VII, 34) y el árbol de la lana (o sea el Herodoto
44). Gracias a esa objetividad, Heródoto admira el mérito por sí algodón) con que los naturales de la India labran sus ropas (III,
mismo, dondequiera lo encuentre, en griegos y en bárbaros -to- 106); la reseña del ejército de Jerjes; VII, 61 y sigs. y los amores
da suerte de bárbaros: desde luego en egipcios libios, babilonios del mismo Jerjes con el plátano a quien regaló una corona de
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y escitas, enemigos de sus enemigos (los persas), pero también oro y guardia perpetua (VII, 31); la lista de tributos recaudados María Rosa Lida de
entre éstos: el justo Otanes: III, 80 y 83, el noble Prexaspes: III, en el imperio persa (I11, 89 y sigs.) y el lazo de tientos en cuyo Malkiel
7475, los valientes Mascames y Boges: VII, 105-107, Hidames, nudo corredizo el jinete sagarcio aprisiona a su víctima (VII, 85);
cortés e insinuante: VII, 135, Masistio, hermoso y amado: IX, las abejas que impiden el acceso a las tierras de allende el Da-
20-25, pero también en esclavos como Sicinno, a quien Temís- nubio (V, 10: pero Heródoto duda de que las abejas enjambren en
tocles confía una arriesgada misión: VIII, 75, y aun en mujeres: tan frías comarcas); el ave fénix que cada quinientos anos trae a
Nitocris la previsora: I, 185, y Nitocris la vengativa: II, 100, la la Ciudad del Sol, en un huevo de mirra, el cadáver de su padre
esposa de Sesostris: II, 107, Gorgo, sabia de niña y de grande: (II, 73: pero Heródoto comienza por declarar que sólo le vio en
V, 51 y VII, 239 y sobre todas la incomparable Artemisia, seño- pintura); los grifos que custodian el oro sagrado de las tierras hi-
ra de Halicarnaso: VII, 99, VIII, 68-69, 87-88, 93, 101-103. perbóreas: IV, 27; las serpientes aladas que defienden los árboles
del incienso: III, 107 poéticas sabandijas que, a través de compi-
Así como Heródoto no concibe el ingenio limitado a una nación laciones y bestiarios, destellarán poesía por edades y edades.
o a una clase, tampoco halla limitación a las materias que des-
piertan su interés, y con ello marca el más enérgico contraste Su insaciable "interrogar", "inquirir", "investigar" verbos tan repe-
con los historiadores romanos y con sus imitadores de la Edad tidos en la narración herodotea la sabiduría popular le erige jus-
Moderna. Heródoto es más informativo, más "historiador de la tamente en primer folklorista. Así como Odiseo, en los infiernos,
cultura", que ningún otro historiador, y lo es por ser muy griego, en lugar de interrogar sólo a la divina cabeza de Tiresias, habla
esto es, por situarse ante el mundo en la actitud de despierta y con los ilustres varones y las bellas damas de antaño, con igual
activa atención que hace que Grecia y no otra región alguna de complacencia se detiene Heródoto a recoger de los labios de los
la tierra sea la creadora de la ciencia y de la filosofía. Nada es hombres que saben las historias de cada país explicaciones so-
inoportuno o despreciable para la infinita curiosidad de Heródo- bre el presente y semblanzas del pasado. De ellos ha obtenido,
to, y en su libro deleitoso se codean con presentación igualmen- por ejemplo, las historias de los antiguos faraones: Sesostris el
te vívida las telas pintadas y lavables de los maságetas (1, 203), conquistador: II, 102 y sigs., Ferón el soberbio, castigado con la
y el dique que aporta tan pingüe renta a las arcas del rey de ceguera y recompensado con el conocimiento de la fragilidad fe-
Persia (III, 117); las tierras boreales de la Escitia donde el aire menina: II, 111; Proteo el justo, depositario de Helena: II, 112;
está cubierto de plumón que impide la vista (IV, 7: pero Heródo- Rampsinito el opulento, que alcanzó por yerno el más fino la-
to desconfía y conjetura, IV, 31, que no es plumón sino nieve lo drón de Egipto y jugó a los dados con Deméter: II, 121-122; los
que cae por el aire), y los arenales africanos en los que el simún infames constructores de pirámides, Queops y Quefrén, que
tragó al pueblo de los psilos (IV, 173), y a las tropas de Cambi- vivieron en prosperidad y el virtuoso Micerino, a quienes los dio-
ses: 111, 26; el aceite negro y maloliente, que los persas extraían ses castigan por oponerse a sus funestos designios: II, 124 y
de los pozos con sal y asfalto, y que nosotros llamamos petróleo sigs.; el faraón ciego de Anisis: II, 137, el faraón sacerdote Se-
(VI, 119) y los aromas divinos que espira la Arabia feliz (III, 113); tos, que halló la casta militar exactamente sustituible por las UNTREF VIRTUAL | 4
ratas (II, 141: suceso confirmado por la Biblia, II Reyes, 19, 35- sus correrías: las copiosas vituallas y repostería del banquete
36), hasta llegar a los faraones del pasado inmediato. La sabidu- de cumpleanos entre los persas: I, 133; los manjares permitidos Los Nueve Libros
ría popular ha modelado los poéticos relatos sobre los orígenes y prohibidos a los sacerdotes egipcios: II, 37, y al vulgo de los De La Historia
de cada pueblo: los amores de Heracles con el vestigio mitad mu- egipcios: II, 77, 92; el cocido y la leche que da longevidad a los
jer, mitad serpiente, madre de los reyes epónimos de Escitia: IV, etíopes macrobios: III, 23; los indios padeos, que comen carne Herodoto
910; los tres hermanos servidores del rey de Macedonia, el menor cruda, y los indios que sólo comen de una hierba: III, 99 y 100;
de los cuales, misteriosamente designado para un futuro engran- la preparación del kumis de leche fermentada en Escitia: IV, 23,
decimiento, acepta el jornal irrisorio que implica la entrega formal y de la jalea de tamarindo y flor de harina en Lidia: VII, 31; los
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de la tierra: VIII, 137. nasamones y su pasta de leche y harina de langostas: IV, 172; María Rosa Lida de
los budinos, únicos entre los escitas que comen piojos: IV, 109, Malkiel
Su observación anota las extrañas instituciones de cada pueblo y las mujeres adirmáquidas, quienes no los comen, pero los
que visita, con una fidelidad que la moderna etnografía ha con- muerden en represalias: IV, 168. Heródoto ha considerado dig-
firmado, particularmente las ceremonias con que cada pueblo nas de atención y de recuerdo las grandes y las menudas for-
da valor social a los más repetidos hechos naturales: las cere- mas de actividad de los pueblos: la medicina, empírica entre los
monias funerarias, por ejemplo, de persas: 1, 140, egipcios: I1, babilonios: 1, 197; preventiva entre los egipcios: II, 77, creado-
85 y sigs., las de los etíopes macrobios, que guardan sus muer- res de las especialidades: II, 84 y entre los libios: IV, 187; la cos-
tos en ataúdes de cristal: III, 24; las de los indios que devoran a tumbre de los babilonios de llevar anillo de sello y bastón con
sus moribundos y las de los indios que los abandonan: III, 99- emblema: I, 195; el tatuaje de los tracios nobles: V, 6; el atavío
100; las de los reyes escitas, con la procesión del cadáver y el poco homérico de los maxies, descendientes del homérico Héc-
macabro cortejo de familiares y servidores embalsamados junto tor: IV, 191; la usanza de las gindanes de lucir una ajorca por
con sus caballos alrededor de la tumba regia: IV, 71 y sigs.; las cada amor: IV, 176; la singularidad de los egipcios, que al tejer
de los trausos, que se reúnen para llorar alrededor del recién empujan la trama hacia abajo y no hacia arriba y atan el corda-
nacido y para regocijarse en tomo del muerto: V, 4; las de los je de la vela en el borde interior, y no en el exterior de la nave:
reyes espartanos, "semejantes a las de los bárbaros del Asia", II, 35-36 (lo que revela a un Heródoto conocedor de quehaceres
según observa con imperturbable objetividad: VI, 58. No menor que no suelen apasionar al historiador moderno). Con igual avi-
atención le merecen las diferentes usanzas de contraer matri- dez, Heródoto echa un vistazo al interior del harén persa (III,
monio: la subasta de novias de los babilonios: I, 196; el derecho 130; IX, 109); al baño de vapor de los escitas (I;, 75); al tabú de
del rey de los adirmáquidas: IV, 168; el sencillo código amoroso las mujeres de Mileto, que ni comen con sus maridos ni pronun-
de los maságetas: 1, 216, y de los nasamones: IV, 172; la norma cian sus nombres en alta voz (1, 146); a las moradas lacustres
poco imaginativa de los indios: III, 101 y de los maclies IV, 180; de los peonios (V, 16), que a los fabulosos pueblos de la Libia:
la peculiaridad de los tracios, despreocupados de sus doncellas los maclies, tan razonables para adjudicar la paternidad: IV, 180;
y cerosos de sus esposas: V, 5; la de los lidios, que prostituyen los trogloditas, que no tienen habla sino gañido como de murcié-
a sus hijas: I, 94 y la de los babilonios, que venden sacramental- lago: IV, 183; los atarantos, que no poseen nombre y llenan de
mente a un extranjero la virginidad de las suyas: I, 199. Heródoto injuriosos improperios al sol que los abrasa. Y tanta leyenda lo-
ha registrado sagazmente huellas de instituciones matriarcales: cal de santuario, de ofrenda, de milagro, de oráculo.
matrimonio de los lidios: I, 93; filiación por línea femenina de los
licios: I, 173; deberes y derechos de las mujeres egipcias, que Mucho menos sentimental que pintoresco, Heródoto, embebeci-
trafican en el mercado mientras los hombres tejer en casa: II, 35- do en aprehender un lucho nuevo, puede parecer duro e injusto
36; las mujeres aurigas de guerra entre los zavecos: IV 193. No por no adjuntar a su noticia su reacción emotiva o su sanción
tiene a menos recordar las extrañas comidas que ha hallado en moral. Está tan atento, por ejemplo, a fijar fielmente el original UNTREF VIRTUAL | 5
método de ordeñar las vacas, que los escitas confían a esclavos fesa a todo. En contraste con la inmensa mayoría de los pue-
a quienes han quitado los ojos, que no puede distraerse para con- blos antiguos y modernos, el griego Heródoto halla tan intere- Los Nueve Libros
denar su crueldad; de igual modo, no es de Heródoto, sino de la sante la realidad que la admite entera, tal cual sea: lejos de él De La Historia
tradición que reproduce, la maligna presentación de los hijos de anexarla a la voluntad de un Dios justo negando heroicamente
los esclavos, invencibles por las armas, pero amedrentados al lo que no se avenga al mito de su justicia. Tan singular actitud Herodoto
látigo por temor heredado: IV, 3. Por eso mismo Heródoto no re- no sólo lleva a explicar sin mitología antropomórfica los fenóme-
cata su admiración ante méritos que el hombre moderno -escar- nos naturales -vale decir, a admitir su modo de ser enteramente
mentado por Aristóteles de disocial inteligencia de justicia- se distinto y regido por otras leyes que el humano, lo que denota
Estudio preliminar de
resiste a admitir: el ingenioso ladrón egipcio: II, 121; la epigra- una simpatía imaginativa con las cosas mucho más honda que María Rosa Lida de
mática lisonja de Creso: III, 34, y la adulación no menos sutil de la mera proyección sobre ellas de la analogía humana implícita Malkiel
los juristas persas: III, 31, los procederes de Artemisia, VIII, 87- en el mito- sino también, lo que es más difícil y raro todavía, lle-
88; el escondido consejo de Trasibulo: V, 92, y todas aquellas va a desechar las convenciones sociales y morales, las piado-
dúctiles figuras que, sin incurrir en el gravísimo delito de perju- sas o útiles mentiras que el hombre acumula laboriosamente
rio, saben cómo medrar con el juramento: los persas y los bar- para proteger su poquedad. Así se llega a la veracidad herodo-
ceos: IV, 201; el delincuente honrado: IV, 154; el discreto ena- tea, tan absolutamente inusitada, que impresiona unas veces
morado: VI, 62. Esa modesta absorción en los hechos es lo que como candor infantil, otras como desenganado cinismo y siem-
hace de Heródoto tan fiel relator: "cuento lo que cuentan" (el pa- pre como el polo opuesto de la habitual actitud del historiador -
réntesis que intercala en la historia de los psilos: IV, 173) es llámese Tucídides, Tácito, Mariana, Gibbon, Mommsenque, cons-
garantía de la fidelidad de su transmisión y salvaguardia de lo ciente o inconscientemente, defiende una tesis y escribe en
juicioso de su discernimiento. Doblemente valiosas son las oca- nombre de una clase o de un partido.
siones en las que, contra su explícita convicción, Heródoto nos
ha aportado a través del tiempo y la distancia el precioso rumor El ciudadano de un pequeño estado sometido al Gran Rey, que
(III, 16; IV, 7, 25 y 31; IV, 105): si alguno que otro relato -como lucha por establecer la libertad y se traslada de extremo a extre-
el de las inscripciones de la pirámide, que serían las cuentas mo de los mares griegos, va a ser, por desasido de todo localis-
pagadas por el faraón para proveer de rábanos, cebollas y ajos mo, el veraz retratista de la gran contienda por la independencia
a los operarios: II, 125- huele a broma de un avieso cicerone griega, y une a su sin par objetividad su ávida observación y su
contra el forastero preguntón, ¿qué folklorista puede jactarse de siempre alerta sentido humorístico ante la comedia humana. He-
no haber sufrido ninguna? Heródoto no sólo se aparece dotado ródoto, verdadero Ulises, que había visto tantas ciudades y co-
de vasta curiosidad y de fidelidad en la transmisión, sino tam- nocido tantos y diversos modos de pensar, no pensaba gran
bién del más delicado requisito, el ingénito, el que no se logra cosa de los hombres en general, ni de las mujeres. Así se des-
con esfuerzo ni asiduidad: su vivísimo don de simpatía. Así se prende de que señale con evidente asombro que hay gentes
nos yergue, patrono de folkloristas, embelesando al remoto lec- que cumplen su palabra y que, en efecto, vuelven si han prome-
tor como debió de embelesar a todos los griegos y bárbaros con tido volver (VI, 24) y restituyen el depósito que se les ha confia-
quienes departió. Y en estos Nueve libros, que no son unas Me- do (VI, 164), y, con no menos evidente resignación, que no
morias ni una confesión, su don de simpatía se nos impone a siempre es dable ser justo. ¿No quiso serlo Meandrio y acabó,
través de su simpatía por todo, alada calidad, tan difícil de fijar, por prender a traición a los notables de Samo (asesinados luego
y que Heródoto fijó tan bien en los retorcidos garabatos que por su hermano) y, por despecho hacia su sucesor, no fue causa
pintó en sus tiras de piel de carnero. de que los persas exterminaran a la población? (III, 142 y sigs.).
A Leotíquidas, suplantador de Demarato en el trono de Esparta,
Veracidad. Sin duda alguna la raíz de esa simpatía que -Heró- le sobrevino una fatalidad: se dejó sobornar y le cogieron in fra- UNTREF VIRTUAL | 6

doto- despierta en los demás es la simpatía que él mismo pro- ganti, sentado sobre la bota que contenía el oro: VI, 72. Los
servidores de Cambises salvan la vida de Creso contra la orden en otra civilización, da por sentado la hipocresía más elemental.
de su señor, pensando que cuando llegue la hora del arrepenti- Frente a la romana grauitas y a la mojigatería moderna, la vera- Los Nueve Libros
miento su previsión les será premiada y que si no llega, siempre cidad de Heródoto no tiene escrúpulo en presentar a los antepa- De La Historia
habrá tiempo de matarle; si, en efecto, Cambises se arrepiente, sados glonosos que rechazaron al medo, como hombres que no
pero en lugar de recompensarles los mata por desobedientes, estaban por encima del cohecho ni en descontar entre los fac- Herodoto
¿qué prueba esto sino la imprevisible variedad de la vida, que tores de la victoria la superioridad de armamento. Cabalmente
anula el cálculo más sutil? (III, 36). Si los foceos luchan por la en el untuoso género de la anécdota militar es donde campea la
libertad de Grecia es porque sus vecinos los tesalos se han en- veracidad de Heródoto: "Yo no me jacto de poder combatir con-
Estudio preliminar de
tregado a los medos, pues, de ser éstos fieles a Grecia, aqué- tra diez hombres, ni contra dos, y por mi voluntad, ni con uno María Rosa Lida de
llos se habrían pasado a los persas: VIII, 30. La educación per- solo combatiría", dice Demarato, vocero de la disciplina espar- Malkiel
sa consiste en montar a caballo, tirar el arco y decir la verdad (I, tana en la corte de Jerjes: VII, 104.
136), pero en cierta crítica emergencia Darío declama una fer-
vorosa apología de la mentira, que las circunstancias del relato Espartanos y atenienses adoptan la retirada estratégica que les
hacen luego totalmente innecesaria y que suena a liberación del aconseja el rey de Macedonia, pero a la verdad observa Heró-
subconsciente persa, oprimido por tan rigurosa pedagogía: III, doto, "el miedo era lo que les convenció": VII, 173. Para obligar
72. Los reyes cimerios deciden morir en la patria, no sin calcu- a los griegos a combatir frente a Eubea, su mejor posición, Te-
lar antes las ventajas de tal decisión: IV, 11. Aristágoras estaba místocles soborna muníficamente al mediocre jefe espartano, al
ya a punto de lograr de Cleómenes el deseado auxilio, cuando recalcitrante corintio, a todos los demás, reservando para sí el
se equivocó y dijo la verdad: V, 50. Magníficas son las historias grueso de la suma que le habían entregado los eubeos: VIII, 45.
de Aristódico (I, 159) y Glauco (VI, 86), pecadores sólo en inten- Análogamente, Atenas salva a Grecia, y Temístocles es el cere-
ción, así como. la negativa espectacular de Atenas a pactar con bro de Atenas; pero al mismo tiempo que propone el mejor plan
el persa (VIII, 144 y sigs.) pero en ellas, contra la norma literaria contra los persas, Temístocles se reserva entre ellos abrigo para
más común, Heródoto tanto muestra el magnífico anverso como las futuras mudanzas de fortuna (VIII, 109), y esquilma bonita-
el humano, demasiado humano, reverso: pues la historia de mente a sus aliados: VIII, 112. Heródoto ha descrito la valiente
Glauco, que tanta mella hace en el ánimo del lector, no hizo nin- estrategia de Salamina como un resignarse a una operación mi-
guna en el de aquellos a quienes iba dirigida, y los atenienses, litar por mayor miedo a la otra alternativa que se ofrecía, lo cual
ante la mala voluntad de sus aliados espartanos que no resisten está tan lejos del verdadero valor como el triste cálculo hedonis-
a la tentación de un paso de comedia a costa de sus aliados ate- ta de Epicuro lo está del verdadero placer. De aquella grandiosa
nienses, amenazan efectivamente con pactar: IX, 79. coyuntura de la historia griega, Heródoto no sólo ha pintado lo
grandioso sino también los entretelones, que los historiadores
Estas dos ilustraciones de la conducta moral y política nos menos veraces no quieren ver: los reyes y ciudadanos principa-
hablan muy elocuentemente del muro ético de que el griego se les (Demarato, los Alcmeónidas, Iságoras, Nicódromo) que no
esfuerza por rodearse: no menos precario que el muro de piedra vacilan en acudir al extranjero para vengarse de sus conciudada-
que recorta del espacio hostil la ciudad griega, es la norma que nos, los estados griegos celosos y desconfiados unos de otros, an-
protege su proceder moral y su acción política, como aquél, ésta tes del conflicto y aun en el mismo campo de batalla (los tebanos
siempre le deja en peligro ante la barbarie que le ciñe y de la que en las Termópilas: VII, 205; los tegeatas en Platea: IX, 2627).
deliberada y penosamente quiere retraerse. Siempre se halla cer-
cano y accesible a la tentación, revelando a cada momento lo in- Por esa misma veracidad, Heródoto no olvida que un hombre
minente y actual del peligro: por eso, en cada conflicto, la victoria ilustre no se reduce a la función que lo ilustra, sino que es, ade-
es tan reñida como valiosa, aunque no sea sino un término que, más, hombre lleno de quehaceres y curiosidades, de impulsos UNTREF VIRTUAL | 7
grandes y pequeños. ¡Qué variadas andanzas las de Democedes como opuesto a lo tribal y provinciano. Esta amplitud -¡ah, si He-
(III, 129137), inconcebibles en un romano que hubiese merecido ródoto hubiese sido cronista de Indias! - se enlaza con ciertas Los Nueve Libros
los honores de la historia! ¿Qué iría a hacer el noble Aristeas, normas y obligaciones que descubrieron los varones de Jonia y De La Historia
poeta épico, a un lavadero: IV, 14, y el embajador de Esparta a la de Atenas, las cuales encuadran la acción del hombre, no en
forja donde el azar puso en sus manos el objeto de su embaja- tanto que ciudadano de esta ciudad, ni siquiera en tanto que Herodoto
da: I, 68? Heródoto, viajero sagaz, sin desconocer lo grande co- griego de la olimpíada tal, sino sencillamente en tanto que hom-
noce la importancia de lo pequeno. El mundo es tan complejo bre. La áurea norma está subrayada con todo énfasis en la his-
que el divino azar puede entregar, por medio de una plática tri- toria trágica de la grandeza, del dolor y de la sabiduría de Creso
Estudio preliminar de
vial en una forja, los huesos mágicos del héroe que dará la vic- que, a manera de aviso al lector, encabeza intencionadamente María Rosa Lida de
toria a Esparta; una liebre que corre entre las filas de los esci- las Historias. Allí, el vencedor que ha enviado al vencido a la ho- Malkiel
tas puede hacer desistir a Darío de su expedición: IV, 134, y de guera, detiene su ímpetu su mera animalidad y se instala huma-
las orejas del mago Esmerdis depende el sosiego del imperio namente en la consideración moral: "Ciro pensó que siendo él
persa: III, 69. Entre las causas menudas que mueven el mundo, hombre, no debía quemar vivo a otro hombre": I, 86. Por eso
las Historias recuerdan en sus primeras páginas a unas mujeres Pausanias rechaza el consejo del agorero Lampón de vengar en
livianas lo, Europa, Medea, Helena- que han encendido la que- el cadáver del persa Mardonio los agravios inferidos al cadáver
rella entre dos continentes. Porque entre -lo mucho que sabe de de Leónidas: IX, 7879. Darío da honrosa sepultura a los restos
mujeres, Heródoto sabe, como Tirso y Cervantes, que ninguna del jonio Histieo, rebelde a su corona: VI, 30, y colma de mer-
mujer ha sido raptada a su pesar; sabe también que es inicuo cedes a su prisionero, el joven Mecíoco, hijo de Milcíades (VI,
cometer un rapto y necio tomarlo a lo trágico: I, 4; que las muje- 41), que había incitado a la revuelta a los señores de Jonia. Por
res aprenden idiomas más pronto que los hombres (IV, 114) y eso mismo el propio Heródoto ve en la enfermedad repugnante
los aprenden mal (IV, 117); que son, a veces, ingeniosas y gen- de Feretima la retribución providencial de su desmedida ven-
eralmente infieles, como las egipcias que experimentó el faraón ganza: IV, 205; y sólo veladamente alude al suplicio en que pe-
ciego: II, 111. Heródoto muestra toda piedad ante la "dolorosa reció el tirano Polícrates por ser indigno esto es, demasiado horri-
espera" femenina, la de las mujeres feas que en Babilonia que- ble de su narración: III, 125. Para quien se sitúa en la comuni-
dan largos años sin cumplir el rito de Milita (I, 199), la de las dad esencial entre hombre y hombre, los pequeños círculos que
doncellas tímidas que, en Escitia, por no resolverse a un homi- recorta el individuo para exaltar el lugar, el grupo, la clase en
cidio, llegan a viejas sin casarse (IV, 117). Tamana desventura que el azar de su nacimiento le ha colocado, saben a risible
conmueve a Heródoto al punto de que, para subrayarla piedad vanidad provinciana. ¡Qué absurda la pretensión de los persas
filial de la hija del tirano Polícrates; (porque desde Polícrates de ser el mejor pueblo del mundo, y de que el mérito de los
hasta Tirano Banderas la mitificación popular exige, junto al tira- demás pueblos decrece conforme a su distancia de las fronteras
no, la figura doliente de la hija), desee ésta la seguridad del de Persia: I, 134! La necedad de los getas "inmortales", que
padre a trueque de perpetua doncellez: III, 124. envían a su dios Salmoxis macabras mensajerías, queda sella-
da en la frase última: "no creen que exista otro dios sino el de
Humanismo. Esa serena veracidad o pareja atención para el ellos": IV, 94.
derecho y el revés de la trama histórica, para lo propio y lo ex-
traño, lo admirable y lo reprensible, no son causa y efecto en la Heródoto, a quien la religión interesa más que ninguna otra insti-
conducta de Heródoto, sino otras tantas facetas de una misma tución humana, observa y recoge infatigablemente los mitos y
actitud interesada en la realidad. Idéntico sentido -otra faceta de rituales que le presentan los diversos pueblos. Sienta bien claro
su objetividad científica- es su amplia deferencia, su atención que él no opina sobre el ser de los dioses, ante el cual se detie-
cortés a todo lo humano en la acepción esencial del término, ne sabiamente su indagación racionalista, que distingue por una UNTREF VIRTUAL | 8
parte el conocimiento interior de la divinidad, y por la otra el co- to de ra locura de Cambises, Heródoto fijó para siempre la gran-
nocimiento de su teología y culto: II, 3. Pero en cuanto a estas de lección de la tolerancia griega. Si Cambises hiere de muerte Los Nueve Libros
materias que la vista puede observar y la razón alcanzar, Heró- al buey Apis que agoniza en su templo desecrado, es que ha De La Historia
doto anota, describe, compara, infiere, rastrea orígenes e influ- perdido el juicio: sólo un loco puede imponer por la fuerza una
jos, señala dependencias e imitaciones y a veces, bien que con religión ajena. Así lo demostró Darío cotejando el rito funerario Herodoto
su característica mesura, opone reparos, ya intelectuales, ya de griegos e indios. Para el viajero de Halicamaso, observador
morales, y demuestra preferencias. Por sus páginas desfilan, exacto de la diversidad, los pueblos son distintos, y la tolerancia
enfocados con un mismo deferente interés, los persas, que no no es sino la admisión práctica de esa diversidad real que su
Estudio preliminar de
atribuyen a los dioses figura humana, tienen por profanación entendimiento veraz reconoce. Una vez que el pensamiento filo- María Rosa Lida de
encerrarlos en templos y sacrifican a su divinidad suprema en sófico de Atenas llegue a descubrir el concepto lógico, la tole- Malkiel
las cumbres de las montanas: I, 131; los caunios, vacilantes en- rancia podrá fundarse no sólo en aceptar la diversidad natural,
tre dioses paternos y advenedizos: 1, 172; los babilonios y sus sino en la esencia universal de los conceptos morales, en com-
torres escalonadas, en cuya última grada un lecho y una mesa partir unas mismas ideas sobre el bien y la justicia. Pero el que
de oro aguardan al dios: I, 181; los escitas, que sacrifican al esto descubra, ya no será Heródoto, ciudadano de la pequeña
alfanje enhiesto sobre una pila de leña uno de cada cien pri- Halicarnaso, sino Josefo, sacerdote de Jerusalén (Antigüedades
sioneros de guerra: IV, 62; los tauros, que en honor de su Virgen judaicas, XVI, 6), de una Jerusalén sin muros y sin templo, de la
matan a mazazos. a todos los náufragos y extranjeros: IV, 103; que sólo queda en pie la sed de justicia que, desde un comien-
los griegos, con sus dioses primitivos e importados, con sus zo enderezó sus pasos sobre la tierra.
semidioses, con sus oráculos, siempre respetables (aunque no
lo sean, de tanto en tanto, sus sacerdotes: I, 60, 122, VIII, 27),
oráculos que Heródoto parece justificar ante una generación me- La Obra
nos crédula, y, por sobre todos los pueblos, los egipcios, empa-
pados de extraño ritual (sepultura de las vacas y la barca que De la etnografía a la historia. Las Historias de Heródoto sin ser
recorre las ciudades para llevar las osamentas al santuario de una autobiografía, reflejan la evolución de su auto hecho excep-
Atarbequis: Il, 41; el doliente sacrificio del carnero enterrado cional dentro de las obras literarias griegas, acabadas y estáticas
entre golpes de pecho: II, 42; el gran dolor por la muerte del ca- desde su posición inicial de viajero sagaz anotador de singulari-
brón sagrado: II, 46; la sepultura de los gatos en Bubastis: II, 67; dades, al modo de los etnógrafos de Jonia, hasta su actitud defi-
de los halcones y musarañas en Buto, de los ibis en Hermápolis: nitiva de narrador entusiasta de la lucha de Grecia por la indepen-
II, 67; el culto del cocodrilo sagrado, cubierto de joyas en vida, dencia, que le erige en Padre de la Historia.
embalsamado a su muerte: II, 69), trabados por infinitas prohibi-
ciones (los sacerdotes no pueden vestir sino lino ni calzar sino Viajes. El hecho primero de que hay que partir en la historia de
papiro, no pueden comer pescado ni ver habas: II, 37; el cerdo la historiografía occidental es la aventura de Heródoto, sus via-
es considerado impuro, salvo en una sola ocasión: II, 47; la ropa jes por el Asia Menor, por el Mar Negro y Escitia, por Persia y
de lana está prohibida en las ceremonias religiosas y en la tum- Babilonia, por Grecia y Magna Grecia, por Egipto. Apenas se
ba: II, 81), envueltos en complejas ceremonias (sacrificios: II, presume algo sobre la fecha absoluta de algunos viajes, muy
39, 40, 47; procesión de Bubastis: II, 60; duelo en Busiris: II, 61; poco sobre la relativa; todo lo que puede colegirse con verosi-
candelaria en Sais: II, 62, riña ritual entre sacerdotes y fieles en militud del examen minucioso de la obra es que los viajes de
Papremis: II, 63; votos y sacerdocio de animales: II, 65), cuya Heródoto concluyen con una segunda visita a Egipto y son ante-
causa mística Heródoto calla con piadoso respeto. En una pági- riores a su residencia en Atenas. Pero ¿por qué viajaba?, ¿con
na de inigualada belleza (III, 38), coronación del magnífico rela- qué fin? Lo más probable es que, como su Solón y como mu- UNTREF VIRTUAL | 9
chos otros griegos, viajara "para comerciar y para contemplar". tumbre, usanza, norma, ley, institución"). Un pueblo no es al fin
Quizá, ya, con propósito de componer una descripción de Per- más que un vóµos encarnado: el modo de ser que pone en prác- Los Nueve Libros
sia enhebrada en la sucesión cronológica de sus reyes y con- tica tal o cual grupo de hombres. El mejor vóµos es el que mejor De La Historia
quistas, como lo había hecho Hecateo. Es muy probable que asegura el funcionamiento de la justicia, y el mejor pueblo es el
Heródoto fuese redactando las notas de sus viajes no mucho des- que defiende su vóµos contra los dos peligros que le amenazan, Herodoto
pués de realizarlos. Los excursos sobre Escitia y Egipto, poco vin- el exterior y el interior, el invasor y el tirano: la lucha contra uno
culados con el tema central, estudian los puntos interesantes para y otro es, lógicamente, el tema por excelencia de la historia. Con
la etnografía jónica (cómo es la tierra, cómo son los moradores, estas ideas, surgidas al contrastar los diferentes vóµos, llega
Estudio preliminar de
qué singularidades posee), y en ellos se insinúa además a cada Heródoto a Atenas. María Rosa Lida de
momento el interés humano y cronológico, historiando dinastías, Malkiel
reyes, migraciones, narrando cómo nacen y se suceden los impe- Estada en Atenas. Lo que allí encuentra es una pequeña ciudad
rios. El contacto con el tradicionalismo egipcio fue para el viajero de callejas tortuosas y sucias que no ofrece todavía en sus mo-
griego, siempre niño, el incentivo de su tarea histórica: sus tradi- numentos nada comparable con las maravillas de Egipto y Babi-
ciones escritas, los archivos de sus templos, la pericia en glosar lonia, pero poseedora del vóµos que más se acerca a la perfec-
los relatos transmitidos ofrecieron el terreno excepcional en que ción: la democracia, régimen donde más realizable es la justicia
pudo germinar una concepción coherente y razonada de la histo- (cf. III, 142: "más justo" = "más democrático"), y al que Heródoto
ria. Pero ese contacto fue decisivo, aun en otro sentido. En su llama también ?s?????? "palabra igualmente libre para todos,:
excurso de Egipto, Heródoto cuenta (II, 143) el caso de su colega V, 78, e isonomía, 'igualdad de la ley', el más hermoso nombre:
Hecateo, que se jactaba de descender de los dioses en decimo- III, 80. Al. preferir este vóµos cuyas fallas no se le escapan ("pa-
sexto grado, y a quien los sacerdotes de Zeus en Tebas, mostra- rece que es más fácil engañar a muchos que a uno solo" obser-
ron, alineadas una junto a la otra, las estatuas de los sumos sa- va cáusticamente a propósito de Aristágoras, quien atrajo a su
cerdotes, de hijos a padres, hasta completar trescientas cuarenta alianza al pueblo de Atenas pero no al rey de Esparta: V, 97), a
y cinco generaciones cabales. Nada sabernos de cómo reaccionó los portentos arquitectónicos de otras tierras, procede como grie-
Recateo ante ésta lección, pero no parece aventurado relacionar go genuino: para los griegos, que no condescienden a dar apli-
con su experiencia en el santuario de Tebas la estridente nota críti- cación práctica a su imaginación científica, dársenas, arsenales,
ca con que comienzan sus Genealogías (fragmento 332): "Escribo fortificaciones, tributos, son fruslerías junto a cosas tan urgentes
a continuación lo que me parece ser la verdad: porque las histo- como la moderación y la justicia (Gorgias 519). Heródoto apre-
rias de los griegos son muchas y absurdas". Y sin duda, también cia más que cuantos templos y murallas, cuanta organización
reaccionó así Heródoto: renunciando a enlazar hombres y dioses material ha conocido en sus viajes, el vóµos de que Atenas ha
en un pasado continuo, y admitiendo -admisión dura para el hom- derivado su superioridad en la guerra (V, 78). Y si acaba por
bre antiguo, no menos orgulloso de la antigüedad de su pueblo identificarse con esta ciudad, con la que nada personal le une,
que de su prosapia personal- que Grecia era advenediza en el es porque no sólo observa en ella el mejor vóµos sino también
mundo mediterráneo. Si la visita a Egipto y Caldea curan al via- porque sus ciudadanos son los más valientes para defenderlo.
jero de todo provincialismo en el tiempo, la diversidad de tanta Por él arrojaron a los Pisistrátidas, en sí no despreciables, y em-
nación recorrida logra otro tanto en cuanto al espacio, y confir- plearon todo su valor y, sus inagotables recursos de alma para
ma la objetividad con que Heródoto puede hablar de propios y rechazar la amenaza persa. Por fidelidad a la ley patria, Atenas se
extraños. Porque la esencia presa específica del griego de un pone a la cabeza de la lucha por la independencia griega, que no
pueblo no está en su número, ni en sus rasgos físicos, ni en su es guerra de fronteras ni de dominio, sino -otra vez tocando en lo
raza ni en cualquier otra circunstancia sino en su vóµos (cos- esencial guerra- para salvar la individualidad de una nación.
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De la adhesión a Atenas resulta un crucial cambio de tenia para doto le pinta en su momento de vacilación cuando la fatalidad
las Historias de Heródoto o, mejor, una ineludible evolución: fuerza al error a su más sabio consejero: VII, 18. Los Nueve Libros
desde la descripción de los diferentes vóµos bárbaros, pasa He- De La Historia
ródoto a describir no el vógos griego (que da por sabido, pues Y, lo que es más importante aún, bajo el influjo particular de
su obra está hecha para griegos) sino la guerra empeñada para Esquilo, Heródoto concibe esta segunda Guerra Médica, de que Herodoto
mantenerlo. Pero hay, además, en la pequeña y bulliciosa ciu- está lleno el pasado griego inmediato, como exteriorización de
dad muchos varones de pensamiento admirable que abren nue- un conflicto divino: Teries ha provocado la ira de los dioses, más
vos modos de ver a su propio pensamiento y le permitirán, por que nada por su ambición de sobrepasar el límite humano y la
Estudio preliminar de
ello, hacer lo que los sacerdotes de Tebas con sus tradiciones, guerra de independencia se torna, de rechazo, en guerra santa: María Rosa Lida de
con sus archivos, con la conciencia desdeñosa de su inmensa VIII, 143144; IX, 7. Heródoto, antiguo vasallo del vasallo del rey Malkiel
antigüedad, no han llegado a hacer: concebir como conflicto persa, es escéptico poco amigo de teologías: por algo nace den-
dramático el juego de causas divinas y humanas en que se re- tro de la órbita del pensamiento jónico que desde Homero y los
suelve cada hecho histórico; en otros términos: pasar de la ano- Himnos homéricos sabe reírse de los dioses del Olimpo pero, al
tación de anales o crónicas a la composición de la Historia. chocar contra ese hecho imprevisible -la derrota del subyugador
de su país-, mira a los dioses con nueva gravedad, cree en una
Con la estada en Atenas se enlaza la noticia de la amistad con Providencia no homérica, no personal, que vigila el equilibrio del
Sófocles, precioso dato externo confirmado por muchos contactos mundo y que, mediante complejo engranaje, acaba por dar la ra-
entre la obra de ambos y, más aún, por el influjo vasto y esencial zón al provocado y hundir al provocador. Por eso su relato co-
que la tragedia ática ejerció sobre la Historias. Heródoto nombra a mienza por esclarecer concienzudamente quién entre Asia y Eu-
Frínico y a Esquilo, refleja abundantemente la dicción trágica y, así ropa fue el primer agraviador. Dentro del molde trágico, Heródoto
como los trágicos transforman cuenteciIlos populares en el gran considera la grandeza y decadencia de los señoríos como otros
espectáculo dionisíaco, imprime a sus relatos pareja evolución den- tantos pecados de soberbia, seguidos por el castigo que resta-
tro de la forma narrativa: el material local y anecdótico queda esti- blece el equilibrio material y moral, y en consecuencia, su filosofía
lizado como acontecer más típica que individualmente humano implica el concepto, también esquiliano, de que la culpa es here-
(las historias de Polícrates, de Periandro, de Ciro, de Creso, con ditaria dentro de un linaje, o sea, rebasa el ámbito de una vida hu-
su moraleja esquiliana: "por el dolor a la sabiduría": I, 207), el todo mana y postula el del linaje para desplegar el juego de su Provi-
dominado por un oxymoron sofocleo: Jerjes, quien en la cumbre dencia justiciera (cf. el ejemplo explícito del piadoso Creso, que
de su poderío ríe y llora a la vez, feliz por la muchedumbre de sus expía el delito de su antepasado usurpador: 1, 91). Así las Histo-
ejércitos, acongojado por lo efímero de su grandeza humana. rias son el primero y máximo testimonio de la influencia de Atenas
Pues cabalmente la tragedia ática es el modelo que en arte y pen- sobre la cultura de Jonia, a la que, no obstante, no avasalla del
samiento da forma básica a la exposición de la segunda guerra todo. En efecto: muchos rasgos distintivos del racionalismo jónico
médica: Jerjes, el segundo invasor persa, está concebido como un se mantienen, como ya se ha visto, en su obra, pese al impacto
héroe trágico; su eje es la esencial desmesura, la arrogante con- emotivo y religioso de su experiencia ateniense. En cuanto a su
fianza en sí mismo (frente a la piadosa conciencia de pequeñez de concepción de la historia, Heródoto -como Homero y no como Es-
los vencedores VIII, 109), en la creciente grandeza persa, que le quilo- separa el drama en el Olimpo del drama en la tierra. El plan
lleva a desoír consejos y agüeros, a violar los términos de la na- providencial vasto y remoto deja los hechos concretos y sus cau-
turaleza y hasta a poner mano en los dioses. Y los dioses le empu- sas inmediatas en manos de los hombres: nada de un "Dios lo
jan a la ruina por la misma senda que él sigue de suyo: no sin cier- quiso" que ahogue la iniciativa para el pensamiento y la acción.
ta sorda simpatía la de todo trágico por su héroe-víctima, Heró- En este sentido y, aunque consciente y sentimentalmente Heró-
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doto pueda preferir el viejo ideal humano encarnado en Arís- doto hubiese adoptado como fuente primera, no la tradición oral,
tides (VIII, 79) y sentir no disimulada antipatía por el ideal más racionalmente cribada, que adoptó, sino la dependencia directa Los Nueve Libros
moderno representado por Temístocles, de hecho toda su obra y sistemática de documentos y monumentos. Y, sin embargo, ha De La Historia
presupone un desplazamiento de atención del cielo a la tierra. sido la poca ciencia la que tildó de fabuloso a Heródoto, mien-
Por ahí es por donde coincide con la sofística contemporánea: tras la moderna arqueología y antropología le han rehabilitado Herodoto
no en sus fines, no en su moral de hecho, ni en su visión mer- ampliamente, confirmando con los nuevos descubrimientos las
cenaria de la ciencia, sino en el punto de partida que reza para noticias sobre instituciones o monumentos (egipcios, asirios, es-
él como para ellos: "el hombre es la medida de todas las cosas". citas) tenidas por inverosímiles. Si su cronología parece contes-
Estudio preliminar de
table, ello se debe por lo general no a que sea errónea, sino a María Rosa Lida de
Padre de la Historia. Por todo ello es Heródoto en la definitiva que impresiona como confusa, por su hábito de narración retros- Malkiel
fórmula de Cicerón (De legibus, I, 1), "Padre de la Historia". El pectiva: Heródoto, cuando se encuentra con un hecho a una
historiador moderno reconoce la identidad fundamental de es- altura dada del relato, se remonta hasta sus orígenes y luego
píritu en ese interés por la diversidad en tiempo y en espacio, en desciende, sobrepasando muchas veces la fecha de que había
la observación exacta, el razonamiento crítico, la valoración jui- partido (cf. historia de Pisístrato: 1, 5964; de Milcíades: VI, 3441,
ciosa de los diferentes testimonios, en la aguda atención a la etc.). Más extraño es el reproche de que la topografía de las
conexión causal del acontecer -a las causas grandes, morales y operaciones militares que describe es deficiente y de que, a la par
materiales, y a los motivos pequeños que desencadenan los su- de no cuidarse gran cosa de monumentos y documentos, no ha
cesos-, sin perder de vista el gran diseño providencial en que se visitado campos de batalla. Sin duda la respuesta exacta es la de
ordena el bullir de las generaciones sobre la tierra y, por último, 1fauvette, Hérodote, historien des Guerres Médiques, París, 1894,
en el poder de expresar su compleja narración en una amplia y pág. 499 y sigs.: Heródoto entiende de guerra y de estrategia aun-
bien planeada arquitectura que agrupa sabiamente sus múlti- que no le interesan en sí; la omisión de detalles topográficos que
ples y variados episodios, subordinándolos al todo en disciplina- permitan reconstruir el plano perfecto de las batallas en todos sus
da graduación. Lo que le separa del historiador moderno del movimientos, obedece a que Heródoto se acoge a la tradición oral,
siglo XIX para acá es el mismo factor que separa todas las cien- que se preocupa más de vida y carácter que de precisiones cro-
cias griegas -matemática, física, astronomía- de las modernas: nológicas y topográficas. En rigor, la gran mayoría de los repro-
el accidente de su aparato científico. Su narración amenísima, ches formulados a Heródoto por su falta de precisión arqueoló-
no apoyada en la hueste de técnicas auxiliares que hoy escoltan gica, cronológica y topográfica, emana de un singular olvido: el
al historiador, desconcierta al lector como le desconciertan la de que Heródoto no ha escrito para universitarios alemanes de
matemática griega sin notación algebraica, la física y astrono- los siglos XIX y XX, sino para griegos del siglo v, quienes es-
mía con su instrumental infantil. Nada señala mejor la distancia tarían perfecta, aunque no técnicamente, familiarizados con mo-
técnica que nos separa del mundo griego de Heródoto, que nues- numentos, instituciones, acontecimientos, fechas y lugares a los
tros modos divergentes de referirnos al tiempo y al espacio: cuales, precisamente por tal identidad de sistema de referen-
frente a nuestras horas, nuestras millas y nuestros puntos cardi- cias, Heródoto no se veía obligado a aludir con la claridad y pre-
nales de vigencia universal, esas horas griegas, marcadas por cisión con que describe las maravillas exóticas de Egipto o Es-
el número de gente que llena la plaza de la ciudad (???????sa citia. Véanse, por ejemplo, IV, 81 y IV, 99, donde Heródoto da a
"antes de mediodía", literalmente, "cuando está llena la plaza") conocer un objeto desconocido por otro familiar a su público, pe-
esas distancias medidas en "jornadas para un hombre diligente" ro nada claro para el lector moderno.
(literalmente, "para un hombre que lleva bien ceñida la ropa"),
esa ubicación vagamente determinada por el lado de donde so- También alarman al lector criado en la ilusión cientificista los dis-
pla el Bóreas o el Noto. El estudioso moderno querría que Heró- cursos no reproducidos documentalmente, sino elaborados por UNTREF VIRTUAL | 12
el historiador para formular lo que el personaje debió decir, casi impide contentarse con la mera descripción y le lanza a averi-
siempre a base del recuerdo oral de lo que dijo, y verificado por guar las causas físicas o humanas, también le acucia aquí para Los Nueve Libros
el modo de pensar que se trasluce en sus actos. Es curioso que desentrañar los factores grandes y chicos, divinos y humanos, De La Historia
los que hoy escriben la historia de la Antigüedad, y por fuerza morales y materiales del acontecer. Heródoto es fundamental-
han de recurrir en gran medida a construcciones hipotéticas pa- mente tan hombre de ciencia que, como sus colegas griegos en Herodoto
ra llenar idealmente los huecos de la arqueología y de la histo- matemáticas o en física, desdeña la aplicación práctica del Sa-
riografía, enrostren a Heródoto el seguir accesoriamente y en ber, cara al pragmatismo moderno de Bacon a Comte. En muy
detalle el método que ellos adoptan en principio. Pues, siendo escasa medida es la obra de Heródoto magistra uitae, sólo en la
Estudio preliminar de
ajena a los griegos la idea de fijar textualmente la palabra habla- enseñanza moral que se desprenda de suyo de su concepción María Rosa Lida de
da, no quedaba al historiador otro recurso que dar la verosímil. providencialista de la historia, de las azarosas fortunas de sus Malkiel
Y más curioso aún es que estos mismos historiadores de hoy reyes y tiranos -Creso ante todos-, de unos pocos relatos inter-
también formulan un reproche de signo contrario: el de no pre- calados con miras muy particulares que dejan al lector la res-
sentar los sucesos -hechos políticos, guerras, batallasen am- ponsabilidad de discernir su alcance general (inviolabilidad del
plios cuadros generales, reduciéndose en cambio a enhebrar asilo a propósito de los cimeos y el refugiado de Lidia: I, 159;
relatos particulares, leyendas locales, anécdotas individuales, inviolabilidad del juramento a propósito de los rehenes que los
sin parar mientes en que, al proceder así -esto es, al transmitir atenienses no quieren devolver: VI, 86, inviolabilidad de los ca-
los elementos que le da la tradición y no sustituirlos por una cons- dáveres, a propósito del consejo del agorero Lampón al rev Pau-
trucción personal de apariencia más satisfactoria pero de natu- sanias en el campo de batalla de Platea: IX, 78-79; delicias de
raleza puramente conjetural-, Heródoto evidencia su realismo la libertad a propósito de los dos espartanos que se ofrecen para
histórico, su respeto de historiador genuino ante el dato. Heró- expiar el asesinato de los embajadores persas: VII, 135; la ciu-
doto renuncia a imprimir a su material un artificioso esquema- dad no se condena por un solo ciudadano: VIII, 128, a propósi-
tismo, y prefiere la abundancia de episodios, datos, anécdotas, to del general traidor cuya traición ocultan los demás generales
relatos particulares, que dan la impresión vívida de la comple- griegos para que no pese sobre su ciudad), y en la sabiduría de los
jidad y abigarramiento de la verdadera historia, y que la historia buenos consejeros como Solón Sandanis, Demarato, Artabano.
tucididea, mucho más austeramente estructurada, así como sus
imitaciones latinas y modernas, ya no dará más. Lo único no estrictamente objetivo y científico que prevalece jun-
to a la viva ansia intelectual de representar el pasado es, en cier-
Nota esencial de Heródoto es la lozanía juvenil, la abundancia to modo, también sustancia histórica, puesto que se propone fijar
tanto de materiales como de propósitos y direcciones, frente al el pasado y no forjar el porvenir: es la valoración moral de hom-
campo más restringido que se recortan los historiadores siguien- bres y hechos, conforme a la cual Heródoto averigua piadosa-
tes. Su abundancia se pone de manifiesto al situar su obra entre mente los nombres de los Trescientos caídos en las Termópilas:
los tipos que destaca la moderna ciencia de la historia. Predo- VII, 224, o prefiere callar el nombre de los griegos plagiarios y fal-
minan claramente, en efecto, el tipo narrativo y el genético: el sarios: I, 51; II, 123; IV, 43. Así, junto al quehacer intelectual de
primeo, sobre todo, en los extensos preliminares en que Heró- fijar intelectualmente el pasado, surge el alto cometido, que Heró-
doto ordena lo observado e investigado en sus viajes sin apar- doto comparte con Píndaro, de otorgar la recompensa de gloria
tarse de la pauta de la historiografía jónica; el segundo en la para el hecho insigne. Otorgar la recompensa de gloria no es en
exposición misma de las Guerras Médicas, tal como la ha pla- Grecia un simple menester áulico, como lo será luego en manos
neado bajo el influjo de la tragedia ática. Pero, a decir verdad, de los poetas palaciegos helenísticos, romanos o modernos, inte-
este último tipo parece que es el que más se aviniera con su resados en fomentar el mecenatismo de los pudientes; es un re-
natural inquisitivo: el mismo impulso que en la primera parte le quisito respaldado en la modalidad del pueblo griego, que se UNTREF VIRTUAL | 13
transparenta en sus nombres (todos los Cleo y -cles, compues- antepuesta a la historia de Persia misma por haber sometido
tos de ????, "gloria") e instituciones, como consecuencia, al fin, previamente los estados griegos de la costa asiática, y la histo- Los Nueve Libros
de que no sólo Heródoto, sino Grecia toda, sin negar el prólogo ria de las Guerras Médicas, comenzando por la insurrección de De La Historia
en el cielo, concentra su atención sobre el drama en la tierra. No Jonia (V, 30 y sigs.) y acabando por la reconquista de Sesto: IX,
basta realizar altos hechos: lo perfecto es el destino de Cleobis 121. Estas dos directivas -la primera subordinada idealmente, Herodoto
y Bitón, quienes los hacen, y son vistos y reciben la felicitación no en extensión material, a la segunda- son bien perceptibles y
de los circunstantes, mientras las mujeres dan el parabién a la dan clara consistencia al plan, el cual, por otra parte s en raro
madre que llega al colmo de su dicha "por el hecho y por la fa- contraste con la literatura ática, no está realizado con rigor for-
Estudio preliminar de
ma": 1, 31. Y las excelencias que merecen tal reconocimiento mal. Esa libertad es deliberada en un sentido: sin duda Heródoto María Rosa Lida de
son, ya hemos visto, tan variadas como la vida misma, desde pensaba que su género literario autorizaba las abundantes di- Malkiel
los vencedores de Salamina -no sólo Temístocles, aquejado de gresiones, pues subraya un par de veces, para aclarar la unidad
avidez de aplauso, sino todos sus colegas quienes, al discernir de su narración, el carácter parentético de un relato intercalado:
el premio del valor, se votan a sí mismos en primer término: IV, 30; VII, 171. Pero además es evidente que no todo el libro
VIII,123-124-, hasta el hermoso Filipo quien, no más que por su corresponde a una misma etapa de pensamiento del autor, se-
hermosura, recibe adoración de semidiós: V, 47. Fijar los suce- gún queda ya señalado. Hay algunas referencias (a unos "rela-
sos, distribuir la medida de fama, narrar causalmente las Gue- tos asirios": 1, 106 y 184, y a la muerte del traidor Efialtes: VII,
rras Médicas, son cabalmente los tres propósitos que Heródoto 213) que no se cumplen en el texto transmitido, y es fácil percibir
enumera en su breve sumario: "Ésta es la exposición de lo que aquí y allá huellas del reajuste del plan etnográfico primitivo al
investigó Heródoto de Halicarnaso, para que no se desvanez- plan histórico definitivo. Todos estos indicios autorizan la conje-
can con el tiempo los hechos de los hombres, y para que no tura de que la obra sea póstutna y no haya recibido de su autor
queden sin gloria grandes y maravillosas obras, así de los grie- el último pulimento que, sin causar mayor alteración en el todo,
gos como de los bárbaros y, sobre todo, la causa por la que se hubiera suprimido pequeñas contradicciones y discrepancias co-
hicieron guerra". mo las indicadas. Lo que no autorizan es la cavilación quimérica
sobre cuáles fueron los estadios por los que pasó el plan en la
Los Nueve Libros de la Historia. Según la feliz fórmula de R. W. mente de Heródoto mates de llegar a la forma conocida, y cuáles
Livingstone, The Pageant of Greece, Oxford, 1935, pág. 160, hubieran sido los siguientes. Muy escasos y pobres son los argu-
dos excelencias singularizan a Heródoto: su infinita curiosidad y mentos a favor de la prioridad de redacción de tal libro sobre tal
su talento de príncipe de narradores. La primera concierne a otro, y la posición crítica desde la cual pueden formularse (la posi-
Heródoto mismo, y el documento biográfico que la revela es su ción crítica que sustituye al estudio -y al goce- de la obra dada ac-
obra; la segunda atañe particularmente a su libro: es su primor tual el luego subjetivo de formular hipótesis en vacío) emana del
atractivo, perceptible tanto en su plan general como en su abi- peculiar anhistoricismo de los románticos alemanes quienes, a
garrado contenido. pesar de su decantada instauración histórica, se singularizaron
por su incapacidad de atender a la historia y a la realidad y por
Plan. El plan general es una historia y descripción del imperio su predilección por los entes imaginarios, por la UrIlias sobre la
persa, en la cual, al contar las sucesivas conquistas persas, se Ilíada de Homero, por las "cantilenas primitivas" sobre la Chn-
traza la descripción e historia retrospectiva de los pueblos con- son de Roland.
quistados (jonios, dorios, eolios del Asia Menor: I, 141; Babi-
lonia: I, 178; maságetas: I, 201; Egipto, II y 111; Sarno: III, 120; Conclusión. Tampoco autorizan aquellos indicios ni el final de
Escitia: IV; Libia: IV, 145; estados griegos: VI, 42 y sigs.; Heles- las Historias a dar por inconclusa la obra de Heródoto: seme-
ponto y Tracia: V, 1 y sig.). La excepción es la historia de Lidía jante juicio se funda también en el examen precipitado del libro UNTREF VIRTUAL | 14
y en un sentido poco exacto de la forma literaria antigua. En La falacia histórica que da por inconcluso el libro porque acaba
efecto: el último hecho importante en la narración herodotea es con un hecho que para el punto de vista moderno no es digno Los Nueve Libros
la batalla de Mícala, última victoria conjunta de Grecia. Le sigue remate del tema central, se refuerza con una paralela falacia es- De La Historia
una sangrienta historia de harén, que remata en la sublevación tética: desde el romanticismo, el gusto general exige en la obra
del ofendido y fratricidio del ofensor, la reconquista de Sesto por literaria un final en clímax, mientras el gusto antiguo prefería el Herodoto
los atenienses (bordada con características historietas sobre el final en anticlímax. Así contrasta el final de una tragedia de Víctor
gobernador persa de Sesto) y, flojamente prendida, la anécdota Hugo con el de una tragedia griega, de tensión emotiva relajada
de Artembares y Ciro -la última anécdota-, que queda resonan- y (particularmente en Eurípides) de moraleja marcadamente inte-
Estudio preliminar de
do en el ánimo del lector como una amenaza siniestra: Ciro, el lectualista y como separada del asunto trágico, para marcar la tran- María Rosa Lida de
fundador del imperio persa, es quien ensalza la sabiduría del sición de la vida ideal que se acaba de ver, concretada en símbo- Malkiel
pueblo que se contenta con su tierra pobre, garantía de su liber- lo poético, a la vida real. Después de Mícala, los relatos sobre los
tad, condenando así la fracasada empresa que acaba de narrar- nefandos amoríos de Jerjes y sobre el suplicio de Artaíctes, gober-
se, y precaviendo contra el inminente imperialismo ateniense. nador de Sesto, equivalen a las peripecias de los personajes acce-
Ahora bien: para el estudioso moderno la reconquista de Sesto sorios (Hemón, por ejemplo, o los hijos de Medea), que subrayan
no es el hecho final ni siquiera un hecho descollante en las la tragedia ya antes consumada, mientras la última anécdota, in-
Guerras Médicas. A la distancia, el verdadero desenlace de las troducida con forzada asociación, ensena hasta qué punto urgía
Guerras Médicas es la expedición de Alejandro. Limitada la pers- a Heródoto zurcirla de un modo u otro a su libro: porque, a buen
pectiva por la vida de Heródoto, el término de la lucha sería la seguro, contiene su moraleja; no ciertamente la suma y compen-
victoria de Eurimedonte, hacia 467 o 466, que asegura la liber- dio de toda la valiosa obra -ninguna moraleja puede contenerlos
tad de la costa griega del Asia Menor. Pero los antiguos no juz- si la obra es de veras valiosa-, pero sí subraya la lección última
gaban así: aun Tucídides daba por terminadas las Guerras Mé- que Heródoto quería fijar.
dicas con "dos combates por tierra y otros tantos por mar": I, 23,
esto es, con sólo las acciones de las Termópilas y Platea, Artemi- Contenido narrativo. En este relato central, orientado en su pri-
sio y Salamina. Como es fácil de comprender, para los contem- mera parte hacia la etnografía y en la segunda hacia la historia
poráneos la increíble derrota persa asumió exageradas propor- de las Guerras Médicas, se engarza gozosamente una muche-
ciones: según Esquilo, hace vacilar el Imperio y viste de harapos dumbre de relatos interiores, diversos en extensión e intención,
al Gran Rey. Más aún: las batallas que aseguraron la indepen- que hacen vívida y atractiva la obra de Heródoto porque están
dencia de la costa griega del Asia pertenecían ya a otra edad, a animados por su simpatía imaginativa de novelista o de dra-
los comienzos de la hegemonía de Atenas. Es obvio, por lo que maturgo que se sitúa dentro de cada personaje para recrearlo
revelan -las Historias-, que, a diferencia de Tucídides, Heródoto con idéntico brío. Es esa simpatía artística y no moral, análoga
no gusta en particular de la historia política contemporánea, entre a la de Lope por el pirata hereje Richard Hawkins en la Dra-
ciudad y ciudad; su vocación es la visión histórica vasta: nacio- gontea, II, 126 o por la Judía de Toledo, en Las paces de los
nes, no ciudades; el pasado pintoresco y heroico más que el in- reyes, II y III, lo que explica el tono imperturbable con que puede
mediato o los propios tiempos; historia integral de base etnográfi- Heródoto contar los mayores horrores: la perfidia tan vieja y siem-
ca, y no enfoque político militar. De donde concluye Hauvette con pre nueva del tirano Polícrates contra sus conciudadanos (III,
gran verosimilitud (obra citada, pág. 58 y sig.) que el único docu- 4445); la astucia de Oretes, en cuyo grueso engaño cayó el mis-
mento que se posea de Heródoto las Historias no permite pre- mo Polícrates: III, 122 y sigs.; la maldad de Hipócrates, tirano de
sumir que se hubiera propuesto historiar más allá de las Guerras Gela: VI, 23; del usurpador Gelón, que le sucede, implacable con
Médicas y narrar el desarrollo ulterior de Atenas y Esparta. el pueblo: VII, 156; la embriaguez de venganza de Hermotimo: VIII,
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106; la insaciable quimera de pirámides y canales que posee a das las medidas con que se los ha querido quitar de en medio.
los faraones, detenida alguna vez por orden de un oráculo, nun- Por muchas precauciones que tome Creso para proteger al hijo Los Nueve Libros
ca por la consideración de las vidas prodigadas: II, 124, 158. que, según le fue dicho en sueños, ha de morir a hierro, la muer- De La Historia
Esa simpatía creadora es la que hace posible tal variedad de te sobreviene tal y como se ha anunciado y por mano del perso-
relato, desde el novelesco, rico en peripecias que perfilan sober- naje mismo, de nombre fatídico, a quien el padre había confiado Herodoto
biamente el individualismo griego, hasta su extremo opuesto en la custodia del heredero: I, 34 y sigs. Inútil es que Cambises ase-
la escala del contenido real, o sea, el sueño agorero, narrado con sine a su hermano Esmerdis para que no se cumpla la visión que
tal siniestra intensidad que oprime el ánimo del lector no menos se le ha mostrado sentado en su trono: otro Esmerdis usurpará
Estudio preliminar de
que el del primitivo sonador. Basten como ejemplo del primero la el trono y cumplirá la visión: III, 30, 61 y sigs. Por otra parte, lee- María Rosa Lida de
deliciosa biografía del médico Democedes: III, 29 y sigs., quien, mos el relato sobrenatural o siniestro que Heródoto maneja con Malkiel
desavenido con su áspero padre, se refugia en Egina, donde ha- sin par eficacia, hablando de lo más fantástico con la serena
ce maravillas, "aunque carecía de instrumentos y no tenía ningu- objetividad con que pudiera describir un fenómeno geográfico
no de los útiles de su profesión., y luego su talento, su cautiverio, (historia de Arión: I, 24; muerte y resurrección de Aristeas de Pro-
sus nuevos éxitos y piedad para con los colegas menos afortuna- coneso: IV, 14; los psilos que perecieron combatiendo en orden
dos, su navegación y accidentado regreso a la patria; las vidas de de batalla contra el simún: IV, 173; el soldado de Maratón que
los adivinos: el próspero Tisámeno: IX, 36, el desastrado Hege- quedó ciego al cubrirle con la sombra de su barba el fantasma
sístrato: IX, 37, y Evenio: IX, 9394, cuya historia deja entrever un que mató a su compañero de fila: VI, 117; Diceo y Demarato, que
ambiente primitivo de superstición y crueldad desde el cual con- en el Ática abandonada por sus pobladores ven una inmensa pol-
viene medir la grandeza del avance civilizador de Grecia; las vi- vareda y oyen el himno de los iniciados en los misterios de Eleu-
das siempre aciagas de los rebeldes a la ley de su pueblo, como sis, entonado por los dioses que bajan a combatir contra el inva-
Anacarsis y Esciles; las sombrías tragedias de familia -Periaridro, sor: VIII, 65; las tierras de Macedonia que limita el monte Bermio,
Dorieo, Demarato- con su desenlace de infamia, destierro y muer- inaccesible por sus nieves y en donde brotan por sí mismas rosas
te. Y como ejemplos del segundo, el sueno del faraón etíope, tan de sesenta pétalos, más olorosas que todas las del mundo: VIII,
elocuente en su contraste entre la virtuosa conciencia y el sangui- 138) o insinuando breve y tensamente un ambiente de misterio y
nario subconsciente del príncipe: II, 139; el de Hipias, primicia fatalidad (Milcíades, el vencedor de Maratón, viola en oscura com-
freudiana, y su senil y frustrado cumplimiento: VI, 107; el de Cam- plicidad con una sacerdotisa, el templo de Deméter de Paro y vuel-
bises, que asiste en sueños a la grandeza del hermano a quien ve in gloriosamente, sin haber dado cima a la prometida empre-
envidia en vigilia: III, 30; la visión enganosa que acosa noche tras sa, para morir gangrenado en la cárcel, ludibrio de sus enemigos:
noche a Jerjes y que se encarniza contra Artabano, el consejero VI, 132 y sigs.); mientras griegos y cartagineses combaten en
sabio, hasta sacarle los ojos con hierros candentes, en una esce- Sicilia, el rey Amílcar interroga los agüeros desde el alba hasta la
na en que se convive todo el horror de la pesadilla (VII, 17 y sigs.). noche arrojando víctimas enteras al fuego, hasta que, ante la
derrota de los suyos, se arroja él mismo, última víctima: VII, 167;
Entre tales dos extremos se despliega la sabrosa variedad de la el azar enriquece a Aminocles con los tesoros de los persas que
narración herodotea: por una parte, el cuento que subraya el cum- el naufragio conduce hasta sus tierras -pero el mismo azar que
plimiento ineludible del sino, anunciado y confirmado por orácu- le entregaba no sonadas riquezas le había hecho asesino de su
los y presagios que se incorporan íntimamente a la narración hijo: VII,190.
(muy por encima, como arte, de los prodigios que Tito Livio re-
gistra regularmente a la manera de los anales, desafiando la Luego, la nutrida serie de tragedias (y menos frecuentemente de
verosimilitud y el sentido común): así Ciro: 1, 107 y sigs.; Cípse- comedias) de alcoba que vienen a torcer los destinos de pue-
lo: V, 92; Perdicas: VIII, 137138, llegan al poder a pesar de to- blos y dinastías: así, en primer término, la de Giges y Candau- UNTREF VIRTUAL | 16
les, una como versión primitiva y brutal del Curioso impertinen- No pocas veces el narrador se complace en exhibir la astucia
te, I, 8 y sigs., que instaura la dinastía de los Mérmnadas; la que conduce a feliz término el deseo: ante todo, el cauto Otría- Los Nueve Libros
malcasada de Pisístrato: I, 61, por la cual los Alcmeónidas se des, más amigo de certificar la victoria que de regocijarse pre- De La Historia
enemistan con el tirano, quien debe huir del Ática; la hija del maturamente: I, 83: la sutil experimentación que halló en el fri-
faraón vencido sustituida a la del vencedor en el harén del rey gio la más antigua de las lenguas: II, 2; los magistrados persas, Herodoto
de Persia (III, 1), es causa de la conquista persa de Egipto; la quienes, ante la voluntad de Cambises de casarse con su propia
primera Guerra Médica se decide en la intimidad conyugal de hermana declaran que, si bien no hay una ley que lo autorice, hay
Atosa y Darío: III, 134; los saurómatas descienden de las fero- otra que autoriza al rey de Persia a hacer todo lo que le venga en
Estudio preliminar de
ces amazonas a quienes un grupo escogido de jóvenes escitas gana: III, 31. Un caballerizo ducho puede salvar a un príncipe: V, María Rosa Lida de
enseña su lengua y su amor: IV, 110 y sigs.; Jerjes, enamorado 111-112, y aun un imperio: III, 8587. Samolxis no necesitó de treta Malkiel
de la esposa de su hermano, quien le rechaza, se enamora lue- muy ladina para acreditarse de inmortal ante los tracios: IV, 95.
go de la hija de ésta, quien le admite y atrae sobre su madre la Cambises asegura la imparcialidad de un juez haciéndole sentar
venganza oriental de la esposa del Rey: IX, 108 y sigs., que a sobre un asiento tapizado con la piel de su padre, ejecutado por
su vez lleva a la rebelión y a nuevo crimen. venal: V, 25. Un mensaje ingenioso como el de Demarato (VII,
239) o el de Histieo (V, 35) o el de Hárpago (I, 123), burla todas
La serie más variada es la del "ensiemplo", o narración inciden- las prevenciones; pero la malicia más aguda corresponde, como
tal que sirve para inculcar una lección o reprobar un delito: dos era de esperarse, al más sabio de los pueblos, y se despliega en
bellísimos relatos, evidentemente concebidos para la mayor glo- el delicioso cuento popular del ladrón egipcio: II, 121.
ria de Apolo y de sus santuarios de los Bránquidas y de Delfos,
insisten en la inviolabilidad del suplicante: I, 158, y del juramen- Aun sin asumir las proporciones de un relato, aun una breve
to: VI, 86. Representativo de lo que valía la libertad a los ojos de anécdota, una réplica, una sencilla escena, capta con vigorosa
los espartanos es la respuesta de Bulis y Espertias: VII, 135; la nitidez el ambiente y los personajes. Más sugestiva que muchas
garantía de esa libertad es la pobreza: IX, 122; la posición y no ilustraciones del arte monumental de Egipto es la anécdota de
el linaje confiere dignidad, demuestra Amasis a sus súbditos Flecateo, a quien sus guías egipcios muestran las trescientas
reacios con la parábola de la jofaina y del ídolo: II, 172, así como cuarenta y cinco estatuas colosales de los sumos sacerdotes,
la del arco, tenso sólo en el momento de usarlo, enseña la todos hombres de bien tras hombres de bien: II, 143: la gran-
necesidad de alternar trabajo y ocio: II, 173. La rara conducta diosa perspectiva de un templo egipcio se identifica magnífica-
del faraón depuesto Psamenito enseña que sólo pueden llorar- mente con el inmenso lapso de su pasado histórico. Psamético,
se las desgracias de los amigos, porque las de la familia son para quien no alcanzan las copas de oro, hace la libación con su
demasiado grandes para las lágrimas: III, 14; mientras las her- yelmo de cobre mientras los once reyes, sus colegas, con el
manas dolientes (III, 32 y 119) precian el amor fraternal como el yelmo puesto y la copa de oro en la mano, advierten que se ha
más caro y el único insustituible. Nitocris la asiria (realmente cumplido así un oráculo fatal para la libertad de Egipto: II, 151.
Nabucodonosor, cuyo nombre Heródoto interpreta como feme- Otras escenas y anécdotas ilustran la gama del humorismo he-
nino) tienta y escarnece al codicioso con su codicia: I, 187; el rodoteo: insuperable es el gracioso contraste entre la elocuen-
rey de los etíopes microbios -nobles salvajes si los hubo- pre- cia asiática de los jonios palabreros y el laconismo laconio: III,
dica una lección no menos incisiva contra la ambición y la falsía 46; la larga escena ya grave, ya chocarrera de los embajadores
del conquistador vulgar: III, 21; los dioses mismos exterminan persas en la corte macedónica: V, 1820; el ocioso Silosón, quien
con una horrible enfermedad a Feretima para mostrar su des- pasea con su manto de púrpura por la plaza de Menfis como tu-
placer por una venganza excesiva: IV, 205. rista elegante, deslumbrando a un joven guardia persa quien se
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le acerca para comprárselo; con un impulso del que en seguida anterior a Heródoto no se ha conservado en extensión tal que
se arrepiente, Silosón se lo regala, pero andando el tiempo, el permita el cotejo detallado con las Historias; en segundo lugar, Los Nueve Libros
guardia en cuestión, que no era otro que Darío, le entrega en la estructura con marco narrativo, así como muchas notas del De La Historia
cambio el señorío de Samo: III, 139 y sigs. La fidelidad persa al relato mismo, recuerdan rasgos característicos del cuento orien-
Rey, exagerada hasta lo grotesco por la imaginación griega, se tal y del cuento popular: pero los orígenes de estos últimos y su Herodoto
expresa en una anécdota totalmente falsa, según Heródoto: relación mutua es materia tan oscura y conjetural que mal pue-
VIII, 118. La caricatura de Alcmeón, deformado para llenarse de den iluminar la creación de la obra de Heródoto. Los datos con-
la mayor cantidad de oro transportable (VI, 125), inspiró quizá cretos de que se dispone son solamente éstos: 1) Cualquiera
Estudio preliminar de
de rechazo a Platón la plegaria del final del Fedro; análogamen- sea la relación entre el cuento oriental y el popular, preciso es María Rosa Lida de
te, el hijo de este Alcmeón, el cumplido Megacles, queda eterni- tener en cuenta que Heródoto entra en natural contacto con ambos; Malkiel
zado como griego frívolo que pierde unas sustanciosas bodas como miembro de la cultura griega del Asia es muy verosímil que le
por el placer de bailar sobre pies y manos: VI, 126-129. fuera familiar el tipo de relato antiguo (aunque de fijación literaria
tardía) que presenta la estructura de marco en Pancliatantra, la
La historia grave y discursiva de Tucídides, consagrada a des- Vida del sabio -Achikar, Esopo-, Las mil y una noches. Como inves-
cubrir las causas hondas del juego político y militar, deja muy tigador de costumbres y culturas recoge, con el abundante mate-
lejos el cuarto de los niños y la charla de las mujeres. Con Heró- rial folklórico arriba señalado, en los pueblos que recorre, sus tra-
doto asistimos a una visita entre damas persas: III, 3, en que la diciones, sus leyendas, sus cuentos. 2) Y por otra parte, la estruc-
visitante elogia el talle y belleza de los ninos de la visitada; ésta tura y notas características del cuento - ¿popular, oriental?- se
se queja del desvío de su marido, y el niño mayor jura vengar a hallan ya incorporadas a la literatura griega. Bien pudo Heródoto
su madre -de todo lo cual había de resultar, según una versión sentirse autorizado a insertar su riquísimo material en el plan gen-
en la que el historiador se apresura a manifestar que no cree eral de su narración tras el ejemplo de la Odisea, con sus relatos
nada menos que la conquista de Egipto. Con Heródoto com- de Alcínoo; y aun la Ilíada, con la historia de Belerofonte, pudo
padecemos a Labda la estevada, con quien ningún hombre de acicatear su talento por la biografía novelesca. Sin suponer, como
su linaje quería casar: V, 92; y a la chiquilla fea, embellecida la hipercrítica, que detrás de cada vívido relato haya existido toda
luego por el amor de su nodriza y el toque de la mano de He- una novela bien fijada que Heródoto se limitó a plagiar o compilar,
lena: VI, 61. Con Heródoto una niñita de ocho o nueve anos está puede concebirse que las obras y corrientes literarias conver-
presente en la entrevista en que el aventurero jonio quiere com- gentes en él se hallan tan empapadas del cuento tradicional, que
prar a cualquier precio la alianza de su padre, el rey de Esparta: los hábitos de la narración popuar (los cuales sin duda habían
está presente, y conoce la fragilidad paterna. Todo lector hispá- moldeado ya tanta parte de la información histórica que recogió)
nico que ha visto encarnados en la tenue voz de "una niña de muy bien pudieron moldear también su propia narración.
nueve anos" la ley y el orden civil, no puede menos de maravi-
llarse ante el arte simple y nobilísimo del auto antiguo que pone En efecto: no sólo se rastrea en Heródoto un vasto repertorio de
en boca de la niñita sabia la alarma que corta la puja tentadora los motivos del cuento popular (por ejemplo: un suceso condi-
del forastero. cionado por una condición imposible y que, sin embargo, se rea-
liza: III, 151-153; VI, 139140; etiología de un rito o de una fes-
Las Historias y el cuento popular. Aquí surge naturalmente la tividad: III, 79, 48; gestos y dones simbólicos: IV, 131-132; V, 92;
pregunta: ¿de dónde procede ese riquísimo contenido narrativo, V, 105; fugitivos protegidos por la crecida milagrosa de un río:
engarzado en el marco de la narración general, esa madurez y VIII, 138; pueblos idealmente virtuosos, como los etíopes ma-
variedad en el relato, ese arte de contar? La respuesta está limi- crobios: III, 17 y sigs.; la mala madrastra calumnia a su hijastra
tada por dos condiciones negativas: en primer lugar la narración quien, aunque a punto de perder la vida, llega a establecerse UNTREF VIRTUAL | 18
prósperamente en otro país: IV, 154-155; de tres hermanos, es menos rigurosos y generales del cuento popular. El fin de Polí-
siempre el menor quien logra la empresa: IV, 5; VIII, 137; un crates (III, 125) y de Artaícies (IX, 120), el castigo que impone a Los Nueve Libros
hombre astuto gana en el juego a un ser sobrenatural: II. 122; sus hijos tránsfugas el rey de los bisaltas (VIII, 110) no tienen De La Historia
un anillo está mágicamente enlazado con la felicidad de su due- nada de históricamente inverosímil: basta recordar (para no
ño: III, 4143, y muchísimos otros) sino también la visión del hablar de la barbarie alemana de nuestros días) los suplicios Herodoto
mundo y la construcción artística peculiares del cuento popular. persas que describen Jenofonte, Anábasis, I, 9, § 13 y Plutarco,
Así, en contraste con el racionalismo y la observación científica Artajerjes, XVI, la pena de ceguera tan frecuente en la civili-
de los excursos, muchos de los relatos recogidos y retransmiti- zación bizantina, las mutilaciones normales en el derecho ger-
Estudio preliminar de
dos presentan una visión mágica del mundo, dispuesto en torno mánico. Con todo, las atrocidades sanguinarias contadas como María Rosa Lida de
y al servicio del hombre: la naturaleza no procede por leyes reg- detalles inimportantes de sucesos pacíficos dejan oír la nota de Malkiel
ulares, la historia no está regida por una Providencia eficaz, pe- la narración popular. Así, en la versión que Heródoto repudia por
ro lejana, que traza sus líneas finales, sino que la voluntad divi- fabulosa, Psamético arranca la lengua a las nodrizas para ga-
na está alerta ante los intereses humanos, el dedo de Dios se rantizar las condiciones ideales de su experimento filológico: II,
muestra infatigablemente en los más variados presagios, y la 2; el ladrón fino rebana brazo y cabeza de cadáveres para asegu-
naturaleza abroga a cada momento sus leyes propias para orien- rar su escapada: II, 121; la reina corta las manos de las criadas
tar la conducta de reyes y régulos: las serpientes invaden a Sar- cómplices en la desgracia de su hija (II, 131: fábula evidente, se-
des como presagio de su pérdida inminente: I, 78; la concubina gún demuestra Heródoto); la conducta brutal de Cambises con su
de Meles, rey de Sardes, da a luz un león que con su paso hará esposa (III, 32) es un motivo recurrente en la novela griega y rea-
inexpugnable la ciudad: I, 84; a la sacerdotisa de Pédaso le cre- parece también en la leyenda negra de Nerón. Otras veces la
ce la barba cuando un daño amenaza a la ciudad: I, 175; VIII, imaginación popular deforma, hasta concebir como crueldad tirá-
104; el parto de una mula anuncia irrevocablemente la caída de nica, un rito desconocido, como el desfilar de un ejército entre los
Babilonia: III, 153; los pescados salados palpitan en la sartén restos palpitantes de una víctima, no precisamente humana: VII,
para simbolizar la fuerza que muerto y todo tiene el héroe Pro- 39-40. Análogo sentido y proporción tiene la inmoralidad de algu-
tesilao, para vengarse del insulto del gobernador persa: IX, 120. nos relatos: el enigma obsceno de Melisa: V, 92; el incesto de Mi-
Pero, sobre todo, son los sueños los que comparecen en el rela- cerino: II, 131 (tema popular muy frecuente: recuádrense muchos
to con perfecta regularidad, como dando la pauta subjetiva y mitos griegos, la novela de Apolonio, el romance de Delgadina);
sobrenatural de la historia: Creso, I, 34; Ciro: I, 209; Astiages: I, Rampsinito (1I, 121) y Queops (II, 126) no vacilan en traficar con
107; Sábaco: II, 139; Setos: II, 141; la hija de Polícrates: III, 124; sus hijas (sin gran congoja de las víctinias) para satisfacer un
Otanes: III, 149; Jerjes Y Artabano: VII, 1219; Hiparco: V, 55; capricho fútil.
Hipias: VI, 107; Datis: VI, 118 y muchos otros. La dureza de los
soberanos asiáticos y de los tiranos griegos se conforma sin difi- El ritmo ternario, distintivo del arte popular, aparece profusamente
cultad al molde consabido del rey malvado del cuento popular: en la narración herodotea, como pluralidad suficiente para realzar
así, refleja la concepción de Jerjes que surgía en la mente del el último término (cf. Ilíada, XXII, 165: tres veces corren Aquileo y
pueblo, la conseja de su huida: VIII, 118; al mismo tipo parece Héctor alrededor de la ciudad, y a la tercera deciden los dioses
pertenecer el convite de Astiages: I, 119. El caso de Cambises, definitivamente el destino de Héctor; Odisea, XI, 206; tres veces
que demuestra, traspasando el corazón del hijo de su mentor se lanza Odiseo a abrazar la imagen evanescente de su madre,
con una flecha certera, lo infundado de su reputación de bebe- y al perderla por tercera vez la increpa dolorido): tres fingidos ata-
dor, sabe a una versión primitiva de la leyenda de Guillermo Tell; ques dirige Zópiro, contra un enemigo dispuesto en pulcra propor-
la quema colectiva de las esposas infieles, II, 111, recuerda el ción aritmética, hasta que al cabo los babilonios advierten la trai-
castigo general de las esclavas de Odiseo, u otros castigos no ción: III, 155-158; tres hijos tiene Targitao, antepasado de los UNTREF VIRTUAL | 19
escitas, y para el menor están destinadas las armas y enseres tuyen la culminación y como el núcleo en torno al cual surge el
de oro que caen del cielo: IV, 5; tres hermanos parten de Argos resto. Varias de las más patéticas historias parecen detenerse Los Nueve Libros
para Macedonia y es el menor el fundador de la dinastía: VIII, en una solución tranquila que distiende el ánimo del lector -Cre- De La Historia
137. Para desplegar una tensión son necesarios tres momen- so perdona a Adrasto, matador de su hijo; Cambises mismo se
tos: Solón enumera dos casos de felicidad humana, y aun del apiada del vencido Psamenito, el anciano Periandro se humilla Herodoto
tercero excluye al opulento Creso: 1, 32; simétricamente, Creso ante su hijo, quien acaba por admitir sus términos- pero al fin
invocará tres veces en la hoguera el nombre del sabio, y a la ter- estalla la tragedia que parecía milagrosamente soslayada:
cera despertará la curiosidad y la piedad de Ciro: I, 86; tres son aunque perdonado por Creso, Adrasto vuelve contra sí mismo
Estudio preliminar de
las danzas del perfecto Hipoclides y la tercera indigna al suegro su mano homicida; Cambises se apiada del hijo de su víctima, María Rosa Lida de
y frustra la boda: VI, 129; tres sueños amenazadores deciden la pero su contraorden llega demasiado tarde; inútil es que se ha- Malkiel
fatal expedición persa: VII, 1217; tres veces salta Jerjes de su yan avenido Periandro y Licofrón: el antiguo rigor del padre
trono, lleno de temor por sus tropas ante la bravura de los grie- mueve a los corcireos a matar al hijo.
gos apostados en las Termópilas: VII, 212. También suelen
disponerse en este ritmo de tres tiempos las situaciones del También puede vislumbrarse a veces cómo relatos menos trági-
coloquio: los mensajes de Otanes: III, 68; el debate sobre la cos han nacido a partir de un dicho o de una frase feliz. Heró-
constitución ideal (III, 80,82: las cartas de Bageo: III, 128; tres doto mismo aclara para el caso de Hipoclides que lo popular era
veces interroga Aristódico y a la tercera recaba por fuerza la la respuesta atribuida al pretendiente y que toda la deliciosa his-
respuesta justiciera: 1, 159), y las alternativas de la acción (Cam- torieta (cuyo paralelismo con cierta fábula india del pavo real es
bises tienta con tres pruebas a Psamenito: III, 14; los amores de ya un lugar común del estudio del cuento popular) no es sino su
escitas y amazonas se disponen en tres actos con creciente nú- explicación. En forma análoga, una epigramática respuesta es el
mero de comparsas; tres expediciones parten de Tera, con sus punto más alto de tensión en la historia prolija de los rehenes
diversas y frondosas vicisitudes, y sólo la tercera llega a poblar espartanos Bulis y Espertias: VII, 135. Cuando los espartanos,
Libia: IV, 156 y sigs.). El ritmo ternario aparece -prueba crucial- por precepto oracular, piden a Jerjes satisfacción de La muerte
en el cuento del ladrón de Egipto, ya en esencia (el héroe eje- de Leónidas, y éste responde riendo mientras señala a Mardo-
cuta tres astucias sucesivas: robo del tesoro, del cadáver y nio que prepara su ofensiva por tierra contra Grecia: "Mardonio
engaño de la hija del Rey) ya en detalle (tres veces nota el Rey dará la reparación correspondiente" (VIII, 114), la anécdota cul-
como merman sus riquezas, hasta que dispone la trampa mor- mina en la ironía trágica de las palabras pronunciadas por el
tal). Tampoco falta el eco popular de la tenaz predilección de Rey, las cuales sabe el lector que se volverán contra él. Otras
Oriente por el número siete: siete muros rodean a Ecbátana: I, historias rematan en una plástica escena, subrayada a veces,
98; dos veces siete lidios suben a la pira a la par de Creso; dos para mayor virtuosismo, por un ademán mínimo o un toque pre-
veces siete aves se ofrecen en agüero a los siete conjurados ciso que garantice su concreta vitalidad: el novelesco relato de
persas: III, 76; dos veces siete persas entierra vivos Amestris en Anión, I, 24, tiene su desenlace en la corte de Periandro, cuan-
prenda de su longevidad: VII, 114; siete embajadores persas do los alevosos marineros declaran haber dejado a Anión en Ta-
mueren por su insolencia a manos del joven Alejandro: V, 17 y rento: de repente, Anión irrumpe (con el atavío que llevaba al
sigs.; a los siete anos reaparece el muerto y desaparecido Aris- arrojarse al mar), y todos enmudecen; los babilonios, demasia-
teas: IV, 14; a los siete días de sitio cae Eretria: VI, 101. do confiados en sus muros y en la regularidad de las leyes bio-
lógicas, escarnecen con sus bufonadas a los persas, y pronun-
El relato se precipita rectilíneamente en sucesión cronológica, cian la condición fatal cuyo cumplimiento revelará a Zópiro la
avivando la tensión con e! progresivo dramatismo al final: el de- inminente caída de la plaza: III, 151.
senlace trágico, la escena vivida o la palabra ingeniosa consti- UNTREF VIRTUAL | 20
Tales toques son la traducción concreta de pensamientos que tan en las páginas de Heródoto. Aquí no hay por cierto la tipifi-
llevaban muchas y delicadas palabras para expresarse en len- cación cara por igual al arte griego y a la narración popular, sino Los Nueve Libros
guaje articulado. Que una anciana señora debe ocuparse en una actitud tan alerta a la singularidad humana como la ciencia De La Historia
labores de manos y no dirigir expediciones, todo eso expresa jónica lo estaba a la singularidad de la naturaleza. Nada de con-
Eveltón, tirano de Chipre, que hospeda con esplendidez a Fere- vencional o típico se halla, por ejemplo, en la extraordinaria figu- Herodoto
tima y la colma de obsequios, pero en lugar del ejército que ella ra de Amasis, quien utiliza cuando rey la experiencia de su ju-
reclama, le envía una rueca y huso de oro, con su copo de lana: ventud maleante (II, 174), afortunado, emprendedor y astuto (II,
IV, 162. No es de temer que Darío olvide vengarse de la inaudi- 172), no cruel (II, 169, 175), poco amigo del empaque y siempre
Estudio preliminar de
ta temeridad de los atenienses que se han entrado por sus rei- dueño de la situación (II, 173): así aparece ya desde el primer María Rosa Lida de
nos y le han quemado una villa, pero su indignación se expresa momento (II, 162) en que se deja coronar sin melindres por los Malkiel
en dos gestos soberbios: lanza una flecha al cielo para impetrar soldados a quienes debe reducir a obediencia, y presumimos
de Zeus el castigo de los culpables, y encarga a un servidor que cómo se gana la soldadesca con el gesto grosero y la respues-
le repita tres veces en cada comida: "Señor, acuérdate de los ta amenazadora con que despacha al mensajero del faraón.
atenienses": V 105. Jerjes huye desaladamente de Grecia a Tanto Otanes como Darío están resueltos a acabar con la im-
Pérsia, afirma la vanidad patriótica griega, y los abderitas agre- postura de los magos, pero mientras el primero es amigo de
gan que fue en Abdera donde aflojó por primera vez su cinturón: cautelas y percibe las dificultades de cada paso, el joven Darío
VIII, 120: ¿cómo pintar más gráficamente lo precipitado de la no halla dificultad alguna y, temeroso de delaciones y demoras,
fuga que impide todo pensamiento como no sea la huida misma, amenaza con delatar él mismo a los conjurados si no se aco-
y la sensación de alivio físico del Rey al pisar suelo asiático? mete inmediatamente la empresa (III, 7172), y esos mismos ras-
Inmensa riqueza vale a Democedes la cura del rey Darío y, así gos se perfilan ampliamente en la palabra que uno y otro pro-
como en el cuento de Alí Babá los parientes aprecian el incre-ble nuncian en el debate sobre las constituciones (III, 8083). En la
tesoro porque aquél no lo cuenta sino lo mide, Heródoto señala la resignación del padre y en la reacción violenta del hijo ante los
cuantía del oro que las esposas de Darío regalan al médico por desmanes de la embajada persa se dibuja indeleble la sabiduría
la pintoresca circunstancia de que el esclavo que recogía las mo- medrosa de la vejez y el brío de la juventud (V, 19). Sin perder
nedas que rebosaban (no un esclavo cualquiera anónimo, sino de vista las grandes líneas esquilianas de sus Historias, Heródo-
ese que le acompañaba y se llamaba Escitón), juntó una suma to, con su observación de lo particular concreto, con centra los
respetable. ¿Cómo narra Heródoto el desenlace de la rebelión procesos históricos en conflictos antagónicos entre personajes
de pobres contra ricos en Egina: VI, 91?: "Los ricos tomaron pri- individuales, y multiplica las vivaces figuras de sus dramas. Ante
sioneros a setecientos hombres del pueblo y los llevaban al su- todo, como ya se ha visto, la figura trágica de Jerjes; luego Mar-
plicio; uno de ellos se libró de sus cadenas, huyó al atrio de De- donio, nacido cerca del trono, fracasado siempre en sus ambicio-
méter Tesmófora y se asió de las aldabas de la puerta. Como no sas empresas, es depuesto por el Rey viejo, pero cobra ánimos
pudieron arrancarle tirando de él, le cortaron las manos y así le junto al sucesor, a quien induce a la conquista pintándole desde-
llevaron, mientras las manos quedaban asidas de las aldabas. ñosamente el enemigo que no conoce (VII, 9) y adulándole como
Ninguna página histórica, por honda y brillante que sea, puede cortesano ducho, que sabe leer en el alma del Rey y evitar el cas-
pintar el encono implacable de la lucha de clases en las peque- tigo merecido proponiéndole lo que el mismo desea (VIII, 100-101).
ñas ciudades griegas (et extra) como estas manos sangrientas Le tienta el poder (VII, 6), pero más todavía su pompa: no tanto
que quedan asidas de las aldabas del templo, símbolo de la de- el someter a Grecia como el hacer llegar la noticia a Sardes por
manda de justicia de los desheredados de la tierra. una línea ininternimpida de señales de fuego, y de su alarde fas-
tuoso desprende la primera lección el vencedor de Platea (XX,
Caracteres. En tales gestos, escenas y anécdotas se graban 10, 82). Aunque valiente -a sangre fría empeña la vida en su aven- UNTREF VIRTUAL | 21

con asombrosa nitidez los innumerables caracteres que se agi- tura: VIII, 100, y mientras vive, los persas no pierden terreno en
Platea: IX, 63-, Heródoto subraya más las palabras jactanciosas 170 (cf. también I, 12, 75), y del historiador Hecateo, a quien una
con que se da por satisfecho (IX, 48) que sus hechos de armas. y otra vez desoyen para su mal los jefes de la insurrección: V, Los Nueve Libros
Y la amarga profecía de su enemigo Artabano (VII, 10 final) queda 36, 125. Heródoto pudo combatir personalmente contra el tirano De La Historia
siniestramente confirmada: su cadáver desaparece del campo de de Halicarnaso, descendiente de Artemisia, pero no tiene más
batalla y su hijo recompensa piadosamente a cuantos dicen ha- que alabanza para la Reina (VII, 99), para su consejo sagaz en Herodoto
berle enterrado. Las series de los buenos y malos consejeros la gran asamblea de jerarcas que convoca Jerjes (VIII, 6869), y
(Solón, Sandanis, Demarato, Artabano; Trasibulo, Hárpago), de a solas con él, cuando le exhorta a dejar la guerra en manos de
los monarcas (Creso, Deyoces, Ciro, Cambises, Polícrates, Cíp- Nardonio para no comprometer el prestigio real. En cambio, He-
Estudio preliminar de
selo, Arcesilao, Periandro, Pisístrato y los Pisistrátidas) desplie- ródoto ha trazado con incisiva antipatía el perfil de los dos turbu- María Rosa Lida de
gan su inagotable variedad. Los destinos frustrados de Dorieo y lentos señores de Jonia que provocan la insurrección, Aristá- Malkiel
Demarato coinciden en una coyuntura esencial del relato: ambos goras e Histieo, cargando sobre todo las tintas contra el ineficaz
pierden el trono que les correspondía, por azares de nacimiento Aristágoras, hombre artero, pero de poco consejo, que no sabe
y, sin embargo, cada una de esas dos vidas tiene su fisonomía mentir a tiempo (V, 50), ni sostenerse en el tumulto que ha pro-
propia. La de Demarato, que Heródoto desarrolla más largamente vocado, ni siquiera huir a lugar oportuno (V, 124). Por contraste
por emplearlo muchas veces como portavoz de su propia opinión, con la fútil volubilidad del jonio, resalta la estolidez impenetrable
no se reduce al esquema abstracto del "buen consejero": es de- del espartano Amonfáreto (IX, 53-57), jefe de batallón, quien, re-
masiado rica, para ello, la trama individual de su biografía, que cibiendo orden de retroceder para efectuar un movimiento estra-
comienza con la historia de su madre, la más fea y la más bella tégico con el resto de las tropas griegas, se niega a obedecer,
de las espartanas, y su variada experiencia conyugal. El cálculo saca a relucir su honor espartano, que le veda retirarse ante el
desconfiado con que el rey de Esparta menea los dedos al recibir bárbaro, entorpece por un día entero la maniobra, hasta que sus
la nueva de su nacimiento ha de ensombrecer toda su vida, pero jefes, exhaustos, deciden abandonarle, con lo que, pese al ho-
el mismo Demarato azuza contra sí a un temible enemigo al quitar nor espartano, Amonfáreto corre a unirse al grueso de la tropa.
dolosamente la desposada a su rival al trono e intrigar contra el
otro rey, Cleómenes: de ahí áspera lucha, a la que Demarato po- Heródoto sabe muy bien sorprender en el individuo el carácter
ne fin huyendo a Persia, donde favorece la pretensión ele Jerjes de una colectividad pero, además, aunque reacio a encuadrar en
y se convierte en el consejero veraz sobre Grecia: pero ni las mer- juicios morales a pueblos extranjeros, sabe caracterizar magistral-
cedes recibidas ni la gravedad majestuosa de sus sesudas pala- mente a algunos pueblos que conoce bien por dentro. Ante todo,
bras borran el lazo apasionado de odio y amor que le liga a su los despreciados jonios, que Heródoto pinta rumbosos (el dele-
tierra, y desde la lejana Susa, afrontando no leve peligro, Dema- gado Pitermo se reviste de un manto de púrpura para llamar la
rato envía a Esparta aviso de la proyectada invasión: VII, 239. atención de los espartanos, y pronuncia una prolija arenga que
De igual modo, Dionisio de Focea, marino experto, se ofrece a nadie escucha: I, 152), impulsivos e inconstantes (después de
adiestrar a los jonios, pero como éstos, incapaces de prolonga- obligarse con dramáticas juras a no volver a Focea, conquista-
da disciplina, malogran la campana, Dionisio, después de com- da por los persas, se hacen a la mar pero la mitad de los nave-
batir denodadamente con sus propias naves, acaba por hacerse gantes se vuelve, enternecida por el deseo de la patria: I, 165),
pirata, pero nunca ataca a los griegos: VI, 11-17. Entre la gue- y, sobre todo, rebeldes a un esfuerzo sostenido: sin duda es sin-
rra y la intriga que estragan la Grecia asiática, Heródoto, con cero su amor a la libertad, como lo prueba su negativa a la pro-
muy distinto espíritu del de nuestros tiempos (que han creado, puesta, que ellos creen individual, de abandonar la insurrección
para consuelo de tontos, el mito del sabio tonto, inútil para la y volver a la gracia del Gran Rey: VI, 10; pero después de siete
vida ordinaria), destaca la sabiduría eficaz de los filósofos Tales días de maniobras surge la protesta: "Más vale soportar la es-
y Blas, con sus proyectos para salvar la confederación jónica: 1, clavitud de mañana, cualquiera sea, que ser presa de la de hoy"; UNTREF VIRTUAL | 22
las maniobras se interrumpen, los fatigados jonios se disponen los espartanos: IX, 46. Se perfila aquí, así como en otros pasa-
a gozar de la sombra -rasgo bien herodoteo- y comprometen jes (VII, 139, por ejemplo) en que Heródoto destaca en primer Los Nueve Libros
gravemente la insurrección: VI, 12. El polo opuesto de esa irres- plano la bravura ateniense, el paralelo que debía de formularse De La Historia
ponsable ligereza es la gravedad dórica, y su valor no espontá- entre tantos espectadores, y que halló expresión en las palabras
neo ni arbitrario sino exigido por la ley, y demostrado única- de Tucídides, II, 39: los atenienses, prosiguiendo en la paz las Herodoto
mente en homenaje a ella: VII, 104. La seguridad de quien tiene más varias actividades, no eran inferiores en la guerra a los es-
la conducta reglada, en vida y muerte, antes y por encima de su partanos, que esterilizaban su vida toda en el ejercicio militar.
voluntad individual, se graba no discursiva sino gráficamente, Otros pueblos se perfilan también agudamente caracteriza dos
Estudio preliminar de
gracias al testimonio del espía persa, maravillado de ver a los en las Historias: los tebanos -la cobardía humana en toda su María Rosa Lida de
espartanos, ya decididos a morir, haciendo gimnasia y peinan- miseria: VII, 233; los argivos, amados de los dioses, pero abor- Malkiel
do su cabellera, insignia de su preeminencia social: VII, 208. recidos de su prójimo, que se entregan muy explicablemente al
Pero, a diferencia de Plutarco, Heródoto no esquematiza a lo enemigo del enemigo que los ha diezmado: VII, 148-152, así co-
heroico el carácter espartano y, aun siendo él de estirpe dórica, mo los foceos abrazan la causa griega sólo porque sus odiados
traza imparcialmente su feo perfil: ante todo, su conocida avari- vecinos, los tésalos, la traicionan: VIII, 30, los escitas son el pue-
cia y venalidad: la niñita Gorgo sabe muy bien que su padre blo más rudo de la tierra, aunque el único inexpugnable, pues
sucumbirá al oro que le promete Aristágoras: V, 51; Glauco, el aniquila a sus invasores induciéndoles a internarse en sus in-
justo de Esparta, peca por lo menos en intención: VI, 86, y el rey mensas llanuras: IV, 46; los getas, necios y fáciles de engañar,
Leotíquidas que cuenta con intención ejemplar el caso de Glau- llevan su necedad al colmo de creer que no hay más dios que el
co, será sorprendido mientras esconde innoblemente el oro de de ellos: IV, 95; los tracios, bravos y numerosos, están debilita-
su cohecho: VI, 72. No son casos individuales: si no se conocie- dos por su división tribal: V, 3.
se por otras fuentes su reputación de codiciosos, bastaría un
par de anécdotas herodoteas: los espartanos resuelven regalar Pero el contraste esencial es el que opone los dos beligerantes
a Creso una espléndida taza de bronce, pero al enterarse de su griegos y bárbaros. Ya frente a un griego colonial, como Gelón
caída, venden la taza a unos samios: I, 70. Después de un sitio de Siracusa, se yerguen espartanos y atenienses (VII, 157 y
de cuarenta días, los lacedemonios parten de Samo sin hacer sigs.) arrogantes, seguros de su valor, orgullosos de su ejecuto-
cosa de provecho, porque, según rezaba un rumor, Polícrates ria la mitología y la poesía homérica: vienen a solicitar la alian-
los sobornó y con moneda falsa, por añadidura: III, 56. Otro ras- za del poderoso señor de Siracusa, pero prefieren privarse de
go genérico es su disimulo: en Platea se ha decidido retroce- su auxilio antes que cederle el mando por mar ni por tierra. No
der, pero durante buen tiempo los atenienses no se mueven, es ésa sino otra faz del afán desinteresado de la gloria que tan
"conociendo el modo de ser de los lacedemonios, que piensan bien capta la pequeña anécdota situada en la víspera de Sala-
unas cosas y dicen otras" IX, 54, y su conducta con los plateen- mina (VIII, 26): Jerjes pregunta a tinos desertores qué hacen los
ses (VI, 108) abona tal juicio. Con su elocuente franqueza, He- griegos y, al oír que están ocupados en sus juegos olímpicos,
ródoto exhibe el otro lado de la estrategia espartana: al ver alin- interroga por el premio disputado. Cuando los desertores con-
earse contra sí la formidable caballería persa, su rey Pausanias testan que el premio es una corona de olivo, el persa Tritantec-
se "llenó de temor" e invitó a los atenienses a cambiar posición mes, hijo de Artabano -sabio hijo de sabio padre-, no puede ca-
con ellos, so pretexto de que los atenienses estaban ya aveza- llar, y señala a voces el terrible riesgo de una lucha contra hom-
dos a combatir con los persas, y los atenienses, no sólo acep- bres que no combaten por el provecho sino por la honra. Frente
tan gustosos la oferta, sino que, con su tradicional cortesía -no a esta honra, frente a la calidad del valor griego, que ni comparte
exenta aquí de punta irónica-, agregan que ellos deseaban pedir ni admira la bravura irracional, el Oriente opone, predestinado a
el puesto de peligro, pero no lo habían hecho para no ofender a la derrota, su enorme número de esclavos, que trabajan (VII, 22) UNTREF VIRTUAL | 23
y combaten (VII, 56, 103, 223) al látigo. La victoria increíble Jer- pa discursos y réplicas en meditada arquitectura, en cuidadas
jes estalla en carcajadas, no a la idea de que le venzan los grie- alternancias con la narración activa. Los Nueve Libros
gos, sino a la de que osen oponérsele, dada su ventaja numéri- De La Historia
ca-, queda decidida justamente desde este coloquio, que acaba La historiografía moderna, reciente poseedora de saber arqueo-
con nuevas risas de -Jerjes, cuando el desterrado griego revela ógico y documental, ha reprochado a tales diálogos y discursos Herodoto
al soberano persa el don magnífico de Grecia: la pobreza, nutri- su falta de autenticidad: a decir verdad, son tanto y tan poco au-
dora de su excelencia, de su libertad, de su ordenada disciplina, ténticos como los móviles y pensamientos que cada historiador
de su sumisión al mandato espiritual de la ley, mucho más impe- atribuye según su entender a las figuras que estudia, pues, de
Estudio preliminar de
rioso para el hombre libre de Grecia que el látigo con que el no atribuírselos, no sería historiador -reconstructor del pasado- María Rosa Lida de
invasor arrea a la batalla su hueste de esclavos. sino recopilador de documentos. Es una de las verosimilitudes, Malkiel
no verdades, con las que el historiador cuenta a sabiendas, y
Diálogos y discursos. En la predilección por el discurso directo, Heródoto mismo lo insinúa al insertar en discurso directo lo que
patente en las Historias, convergen muchas tendencias típica- debieron de decir los partidarios de Deyoces para que el pueblo
mente griegas, visibles algunas de ellas desde Homero. Para el se sometiese a su mando: I, 97; al hacer hablar directamente a
griego, la palabra vale, en cierto modo, tanto como la acción; grupos de personas (III, 137; IV, 133; V, 109; VI, 9), o a pueblos
una y otra están equiparadas en el ideal homérico del varón enteros (IV, 114, 136; V, 91; VI, 108, 139), al intercalar discursos
cumplido: "decidor de palabras y hacedor de hechos" (Ilíada, IX, que tanto pueden representar un hablar como un pensar (V, 1;
443). Por eso el poeta puede contar las andanzas de Odiseo y VI, 12), conforme a la vieja psicología homérica, según la cual
los suyos, o las puede detener, y dejarle al héroe la palabra por pensar es hablar dentro de la propia alma, sin más interlocutor
cuatro cantos. De igual modo, Heródoto, que narra directamente que la propia conciencia. Las más variadas figuras hacen oír en
la historia de Atenas, Esparta y tantas otras ciudades griegas las páginas de Heródoto su palabra viva -griegos y bárbaros, re-
hasta los tiempos de la agresión persa, trata episódicamente la yes y esclavos, niños y mujeres-, y se retratan eficaz mente en
historia de Corinto en el largo discurso con que Sosicles dis- ella, con toda diversidad de extensión, técnica y tono.
uade a los confederados de Esparta de restablecer en Atenas la
tiranía: V, 92. Además, el objetivismo griego -la atención desin- Característico de la plástica vivacidad de la narración herodotea
teresada a las cosas mismas-, permite que el autor renuncie a es comenzar el discurso con una fuerte nota afectiva, en la que
su personalidad -maravillosa impersonalidad griega, que permi- se percibe unas veces el eco de la recitación homérica (Dionisio
te a Tucídides y a Jenofonte referir en tercera persona su propia de bocea repite un giro frecuente en la Ilíada: VI, 11; Jerjes, un
biografía- para vaciarse íntegramente en los personajes que es- giro sarcástico de la Odisea: VII,103; el embajador espartano
tudia y proyectarse con total entrega en sus más diversas criatu- expresa su indignación en una estructura sintáctica que recuer-
ras. Ni era de esperar que el observador comprensivo y respe- da la de las palabras con las que Néstor quiere poner paz entre
tuoso de la diversidad de ritos y costumbres, careciese de esa Agamenón y Aquileo: VII, 159); otras, el celo del narrador de traer
comprensión viva de la diversidad de los individuos, a la que las palabras mismas tal como fueron pronunciadas, a oídos de
sólo los griegos dieron expresión literaria creando el drama. Así, su auditorio, pero uno y otro influjo coinciden con el amor esen-
dentro del molde impuesto por la lógica interior de cada perso- cial a lo concreto, con la fiel observación de la realidad, con el
naje, habla Heródoto con igual propiedad por boca de Giges y espíritu que ha creado las Historias a la vez que la Historia.
Candaules, de Creso y Solón, de Creso y Ciro, de Otanes, Me-
gabizo y Darío, de Aristágoras y Cleómenes, de Jerjes y Artaba- Lengua y estilo. Precisamente porque la traducción de una len-
no, de Jerjes y Demarato, de Alejandro y los atenienses; y agru- gua antigua a tina moderna borra poco menos que del todo la
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peculiaridad de estilo y lengua, conviene tener en cuenta, si- que el cuento popular y, además, la narración en verso -la epo-
quiera sea en forma indirecta, la singularidad de Heródoto, que peya- estaba constituida por poemas semitradicionales, com- Los Nueve Libros
contribuye no poco al encanto de su lectura. Su lengua, como puestos, como todo libro antiguo, para ser dados a conocer por De La Historia
su cultura, es la de los desdeñados junios, la primera lengua el recitado en público antes que por la lectura individual: más de
que se alza por sobre el localismo dialectal con expansión pan- una construcción poco lógica, más de un párrafo intrincado que- Herodoto
helénica, la lengua intelectual entre todas, en la que se han ex- daría, a buen seguro, suficientemente claro al ser leído de viva
presado por primera vez las más importantes formas del pensa- voz, señalándose con la entonación y el ademán lo principal y lo
miento: filosofía, ciencia, historia y la poesía satírica del yambo; accesorio, los términos asociados y los contrapuestos.
Estudio preliminar de
no es la lengua del canto ni de la acción: ni lírica, ni epopeya, ni María Rosa Lida de
drama ni oratoria. El vehículo del brioso intelectualismo jónico El estilo oral ha dejado en la prosa de Heródoto su marca indele- Malkiel
es más evolucionado (en el sentido de la abstracción y claridad ble: a él se remontan las frecuentes referencias a lo que sigue y
crecientes), más regular en su morfología y más sonoro en su fo- precede, los apartes personales, las recapitulaciones y repeti-
nética que el griego hablado en el continente, el ático, por ejem- ciones (la graciosa "figura herodotea", I, 14-16: "los minias de
plo. Verdad que la lengua de las Historias no es precisamente la Orcómeno se hallan mezclados con ellos, los cadmeos, dríopes,
hablada, la que usa Halicarraso en sus inscripciones oficiales, si- los colonos focenses, los molosos, los árcades pelasgos, los
no su estilización artística, lograda por medio de muchos arcaís- dorios epidaurios y otros muchos pueblos se hallan mezclados",
mos, de muchos vocablos, sintagmas y giros tomados en primer IV, 53: "El río Borístenes... a nuestro juicio el más productivo, no
término de la epopeya y en el segundo de la tragedia. En la obra sólo entre los de Escitia sino entre todos los demás, salvo el Nilo
de Heródoto viene a articularse con el racionalismo científico la de Egipto: con éste ningún otro río puede compararse, pero de
concepción de una providencia justiciera, tomada del teatro ático, los restantes el Borístenes es el más productivo"), el enlace de
y esta concepción necesariamente impone colorido poético a la las breves oraciones con demostrativos (I, 78: "... hasta Can-
simple narración. daules, hijo de Mirso. Este Candaules..." "Giges era muy su pri-
vado... este Giges") y participios (I, 8: "Este Candaules, pues, se
El tema amplísimo, marco acogedor de toda suerte de relatos y había enamorado de su propia mujer, y habiéndose enamorado,
noticias, se expresa en estilo amplio y abierto, no jerarquizado pensaba...", II, 25: "atrae el agua hacia sí, y habiéndola atraído,
unitariamente con el rigor estricto con que Tucídides dispuso su la rechaza...", IV, 95: "allegó grandes tesoros y habiéndolos alle-
tema, mucho más reducido: la crítica antigua oponía en feliz ima- gado se marchó..."). En ese estilo a la vez pueril y grandioso (no
gen, el estilo trenzado" del último al estilo "enhebrado" del prime- inconsciente, sino intencional, y subrayado aquí y allá por algún
ro. Así como Heródoto prefiere alinear los diversos argumentos discreto artificio antítesis, paralelismo que denota la proximidad
más bien que dar soluciones únicas, de igual modo prefiere la coor- de los sofistas) de libro tradicional, sea la Biblia o la Ilíada, pue-
dinación sintáctica y, a lo sumo, las formas más flexibles y senci- de verterse el espectáculo abigarrado de la vida entera de los
llas de subordinación, no siempre lógicamente regulares, pero pueblos, de sus individuos grandes y pequeños, y puede expre-
siempre fácilmente inteligibles. Los intentos de estructura periódi- sarse a sus anchas el don antiguo de decir, no sutilezas, sino
ca no son afortunados, ya que no están motivados íntimamente verdades hondas y simples. La guerra de Troya enseña (II, 120)
por el relato, que fluye en sosegada secuencia, más inclinado a "que por los grandes crímenes infligen los dioses grandes casti-
acoger el dato concreto que a generalizar y sistematizar: de ahí gos". La muerte de Feretima (IV, 205) demuestra que "los dio-
su aversión a las sentencias y a toda manifestación de didacticis- ses miran con malos ojos las venganzas demasiado violentas
mo dogmático. Evidentemente la prosa herodotea se ha formado de los hombres". Cambises confiesa demasiado tarde (III, 65)
a imagen y semejanza del estilo oral, como que, probablemente, "que no está en la naturaleza humana impedir lo que debe su-
no había más modelo importante de narración extensa en prosa ceder", y reconoce Creso (1, 87): "Nadie es tan necio que pre- UNTREF VIRTUAL | 25
fiera la guerra a la paz, pues en ésta los hijos entierran a los alcanzó, debió de considerar su obra anticuada, poco rigurosa,
padres y en aquélla los padres a los hijos". Directamente apun- alejada en estilo y dialecto. El atractivo de su narración y la va- Los Nueve Libros
ta Heródoto a las ventajas de la libertad (V, 78): "No en una sino riedad insustituible de sus noticias hacen que se le eche mano De La Historia
en todas las cosas se muestra cuán importante sea la igualdad, de continuo sin rendírsele por eso acata [...]
ya que los atenienses, cuando vivían bajo un señor, no eran Herodoto
superiores en las armas a ninguno de sus vecinos, y librados de
sus señores, fueron con mucho los primeros". Ciro recuerda a
sus persas, ansiosos de vida más regalada (IX, 122), que no es
Estudio preliminar de
propio de una misma tierra producir fruto admirable y hombres María Rosa Lida de
aguerridos". Los griegos tranquilizan a sus aliados advirtién- Malkiel
doles (Vil, 203) que "no era un dios quien invadía a Grecia, sino
un hombre, y no había ni habría ningún mortal a quien desde el
comienzo de su vida los dioses no entremezclaran algún mal, y
aun los más grandes cuanto más grande fuese su condición".

La Fama

Antigüedad. Hasta en nuestro fragmentario panorama de la lite-


ratura antigua puede percibirse, a través de rastros dispersos, la
difusión que halló en seguida la obra de Heródoto: Aristófanes
no hubiera parodiado la descripción de los muros de Babilonia
(Aves, 125 y sigs.), el relato de las causas sentimentales del con-
flicto entre Europa y Asia (Acanrerrses, 523 y sigs.), las exóticas
instituciones persas (Acanrerrses, 8092), si el público no podía
saborear la referencia humorística al original. El mejor testimo-
nio de que el original era conocido y gustado es el famoso con-
traste con que Tucídides, en la Introducción de su Historia, opo-
ne veladamente la verdad austera de su obra, menos grata por
menos fabulosa, pero "un tesoro para siempre", a la de su ante-
cesor "una pieza de concurso, para oír en el momento". En efec-
to: toca a Heródoto la amargura de vivir entre unos hombres y
ser juzgado por otros. Su obra sale a luz entre la decadencia de
la cultura jónica y el surgimiento de Atenas, póstuma, por lo
tanto, a la generación que la condicionó. Tucídides, por su con-
cepción de la historia, no es el único opositor: el juicio benévo-
lo de Heródoto sobre el papel de Atenas en las Guerras Médicas
le enajena la simpatía de todos los enemigos de Atenas durante
la guerra del Peloponeso, mientras Atenas misma, creadora de
otro estilo y llegada a una madurez conceptual que Heródoto no UNTREF VIRTUAL | 26

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