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Pedro Hernandez
La reforma educativa a cinco años de su implementación ha resultado
un estrepitoso fracaso para el gobierno de Peña Nieto pese al uso de
toda la maquinaria del Estado para someter al magisterio. Sus objetivos
de fortalecer a la educación pública, lograr el acceso de una educación
de calidad, un desarrollo profesional de docentes y directivos y un
servicio profesional docente que respetaría los derechos laborales del
magisterio no ha pasado de la retórica gubernamental, tan llena de
spots televisivos y carente de un ejercicio autocrítico de las graves
afectaciones a la educación pública con estas políticas neoliberales.
Las principales transformaciones del sector educativo con la reforma
educativa han configurado un entramado legislativo, jurídico, normativo
y de política educativa cuya pretensión fue en todo momento el control
del magisterio, la imposición de un modelo educativo, el
desmantelamiento y la privatización de la educación pública y la
afectación de los derechos de los trabajadores de la educación.
Entre otras acciones, se impuso una llamada autonomía de gestión para
responsabilizar a los padres de familia del financiamiento a la
educación, se creó el Servicio Profesional Docente (SPD) para controlar
el ingreso, la promoción, el reconocimiento y la permanencia de los
docentes; en este periodo 200 mil docentes fueron obligados a jubilarse
y sus plazas sometidas a concurso para cambiar el perfil docente
normalista; también se apuntaló al Instituto Nacional para la Evaluación
de la Educación (INEE) como brazo ejecutor de la evaluación punitiva.
Se cambió el Fondo de Aportaciones para la Educación Básica y Normal
(FAEB) por el Fondo de Aportaciones para la Nómina Educativa (FONE)
para centralizar los recursos que los estados deberían manejar.
También se crearon el Sistema Nacional de Evaluación Educativa
(SNEE), el Servicio de Asistencia Técnica a la Escuela (SATE) y el
Sistema de Información y Gestión Escolar (SIGE); con el supuesto de
fortalecer la rectoría del estado sobre la educación.
Para desarticular este entramado político y jurídico se requiere construir
la ruta legislativa para la abrogación de la reforma educativa, no basta
enunciar que a partir del primero de diciembre de 2018 que asuma el
gobierno de Andrés Manuel López Obrador, ésta se cancelará. Una vía
es la presentación de una iniciativa preferencial y que una mayoría
calificada del Congreso (66 por ciento de diputados o senadores
presentes voten por su aprobación). Es decir, derogar en su totalidad
las modificaciones al 3º y 73 constitucional que los partidos del Pacto
por México aprobaron en 2013 y que se publicaron en el DOF el 26 de
febrero de 2013. En seguida deben abrogarse las leyes secundarias y
reglamentarias: Ley del Servicio Profesional Docente, Ley del Instituto
Nacional de Evaluación Educativa, así como los cambios a la Ley
General de Educación y a la Ley de Coordinación Fiscal. Para no dejar
cabos sueltos, también deben derogarse los decretos que dieron vida al
programa Escuelas al Cien, Escuelas de Tiempo Completo.
Como puntos mínimos para avanzar en la abrogación deben eliminarse
del tercero constitucional la definición de calidad como máximo logro de
aprendizaje. También debe quitarse el concepto de idoneidad del texto
constitucional pues suponen que esto garantiza la calidad educativa, de
igual forma se deben eliminar todas las evaluaciones estandarizadas a
estudiantes y maestros, las figuras del SPD y del INEE. En los
transitorios de la reforma constitucional se debe eliminar la autonomía
de gestión que da cobertura a los procesos de privatización de la
educación que hemos denunciado.
En lo inmediato deben suspenderse las notificaciones para la
evaluación del cuarto grupo, las amenazas y presiones que las
autoridades están realizando sobre los maestros. También debe
cancelarse el modelo educativo echado a andar en este inicio de clases
del ciclo escolar 2018-2019, en tanto no se revisa y construye uno nuevo
con la participación real de los maestros, padres de familia,
investigadores y estudiantes.
Los legisladores de Morena y sus aliados que alcanzan la mayoría
calificada en ambas cámaras deben poner manos a la obra, es decir,
legislar para abrogar la reforma educativa y todos sus componentes y
no sólo exhortar a la SEP e INEE que han respondido que continuarán
la evaluación punitiva amparados en el mandato constitucional.
Los foros y consulta educativa que ha encabezado el gobierno electo
deben transformarse en auténticos espacios de discusión y análisis del
estado actual de la educación y de la necesaria transformación del
sistema educativo, no debe simularse que se escucha a todos y
limitarse la participación a sólo algunos elegidos. La permanencia de la
educación pública está en juego, la cuarta transformación también debe
de cambiar de raíz las políticas educativas.
Nos solidarizamos con los estudiantes universitarios que hoy se
indignan y organizan para exigir el castigo a los culpables intelectuales
y materiales de la brutal agresión que sufrieron en días pasados.
LA JORNADA