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¡Buenos días compañeros!

El día de hoy les presentaremos una fábula conocida como la rana


que quiso ser buey, una historia que nos ayudará a reflexionar y que tiene el objetivo de
aprender la lección, al final, tú deberás adivinar cuál es la moraleja. Hemos cambiado algunos
personajes pero la historia sigue siendo la misma.

En un lejano bosque, había una vez un cerdo que estaba cansado de su aspecto. Desde
pequeño él rezongaba por su tamaño pequeño, por su boca grande, por su color rosado, etc. Él
deseaba tener más tamaño, ser más fuerte y más grande.

Con esperanzas de cambiar de aspecto algún día, la rana se pasaba días enteros contemplando
a los perros que eran muy grandes; admiraba su porte, su tamaño, su fuerza…

Un buen día caminando por el bosque se encontró con un gran perro, al cual muchos animales
de la selva admiraban

—Ulala, mira ese perro, tan cuidadito y bien elegante—Dijo uno de los animales del bosque.

—Sí, es tan guapo, seguro cautiva a todas las chicas del lugar—Dijeron otros.

-Wow, como desearía ser un perro así de grande, todos los admiran y no tienen que estarse
escondiendo de ningún animal ¡Pues ellos los intimidan! Además de que los humanos los
quieren mucho.

y finalmente se decidió, cansado de ser un pequeño cerdo, reunió a todos sus compañeros del
bosque y les dijo:

¡Amigas mías, estoy cansado de ser un insulso cerdo! ¡Voy a cambiar! – les dijo

Pero ¿Cómo harás eso? No puedes dejar de ser una rana así sin más ¿Acudirás a algún
hechizo? – preguntó un perro.

Ja ja – rió el cerdo con cariño – ¡No! En absoluto haré eso. Solo voy a utilizar todas mis fuerzas,
creceré y creceré hasta convertirme en un hermoso buey.

Los animales lo miraban algo asustados pero intrigados porque todos querían ver como el
cerdo se convertiría en un gran perro.

¿Están listos para verme cambiar? – les preguntó.

¡Sí! – Gritaron felices varios animales.

Ustedes tendrán que decirme cuando empiezo a parecer un perro, pero deben ser 100 %
honestas y no quitarme los ojos de encima ¿de acuerdo?

Los animales asintieron con la cabeza sin quitarle los ojos de encima.

El cerdito protagonista se colocó en el medio de un círculo que formó con los otros animales y
empezó a inflar sus cachetes. Contuvo el aire y siguió haciendo fuerza. Ella quería que sus
entrañas se llenen de aire y que, poco a poco, su aspecto comenzara a crecer.

¿Y? ¿Ya he cambiado? ¿Ya soy más grande? – preguntó el cerdito.

Ni un poco – respondió un animal con absoluta sinceridad – aunque has cambiado algo el color
de tu piel, pues te has puesto muy pálida.
La ranita no quería rendirse y continuó inflándose conteniendo el aire en su boca. Tanto
contuvo que empezó a sentirse mal. Sin embargo, ella no se rendiría tan fácilmente y continúo
inflándose a pesar del dolor. Tanto se infló que lastimó su estómago. Ya sentía un terrible
dolor en la panza. Pero decidió seguir adelante hasta que escuchó un fuerte ¡PUM! en la boca
del estómago.

Allí tuvo que detenerse. Luego miró su estómago y observó un agujero en él. Un agujero que
era más doloroso que todos los dolores que la ranita había sentido alguna vez…

¡Oh! ¡Noooo! – gritó y lloró la ranita – ¡Que he hecho! ¡Ayúdenme por favor! ¡Me desangraré
si no se detiene la sangre de mi estómago! – suplicó el cerdito.

Entre todos los animales, se encontraba uno que era doctor.

—Wiu, wiu, wiu— sonaba la ambulancia—Venimos a ayudar a este pobre cerdito—Dijo el


animal y lo puso en una camilla.

Días después el cerdo se pudo recuperar, pero él aprendió una lección.

—¿Qué? ¿Cuál? — Dijo el cerdo

Narrador: ¿No lo sabes? Veamos si alguien del público sí.

Bien, esta es la moraleja de esta historia.

Nunca debes pretender ser aquello que no eres. Cada ser es único e irrepetible y con muchas
virtudes. Solo debes empezar a valorar más tus habilidades, como lo hizo la ranita doctora, en
vez de pretender ser aquello que nunca podrás ser y que, tal vez, te hagas daño en el intento.

¡Gracias!

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