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Universitat de Barcelona
B

INTRODUCCIÓN A LA GESTIÓN CULTURAL


TEMA
MARCOS INSTITUCIONALES
1 Y FUNDAMENTOS DE POLÍTICA CULTURAL

Objetivos de las políticas culturales

AnnA VillArroyA
A pArtir de un texto de eduArd GonzAlo coordinAdo por JoAn SubirAtS i Humet
y de un texto de dAvid roSSeló i cerezuelA

© de esta edición: Fundació IL3-UB, 2010


DL: B.48183-2010
M1 INTRODUCCIÓN A LA GESTIÓN CULTURAL
IL3 T1 ANÁLISIS DE LAS POLÍTICAS CULTURALES
S3 LOS DISCURSOS LEGITIMADORES

1. OBJETIVOS DE LAS POLÍTICAS CULTURALES

Las políticas culturales se orientan, básicamente, hacia la consecución de los objetivos


siguientes: la promoción de la identidad cultural, el estímulo de la diversidad cultural, el
fomento de la creatividad y de la participación (objetivos destacados en el Informe Sueños
e identidades del Consejo de Europa). A estos objetivos habría que añadir el fomento de
aquellas actividades consideradas “excelentes” o intrínsecamente meritorias, como la
protección, la difusión y el estudio del patrimonio heredado, y la política de promoción y
regulación de la industria cultural. Examinaremos aquí con detalle los cuatro primeros.

1.1. LA PROMOCIÓN DE LA IDENTIDAD CULTURAL


El término identidad cultural se vincula a modos expresivos y codificados de conducta
o comunicación, que comprenden el lenguaje, el vestido, los modelos tradicionales de
parentesco, las instituciones, la religión, el arte y la cultura. Es lo que hace sentir a los
individuos que pertenecen de una manera profunda y permanente a un grupo, a una comu-
nidad o incluso a un proyecto, a un ideal o a una aspiración común. La definición abarca
grupos lingüísticos y religiosos o culturas locales o regionales, aunque excepcionalmente
puede designar grupos sociales no consolidados territorialmente, como los movimientos
feministas, o trashumantes, y se proyecta temporalmente a través de las generaciones.
Cada individuo puede, no obstante, participar de una pluralidad de identidades, acordes
con sus lealtades, reales o potenciales, que lo integran en diferentes grupos sociales,
desde su círculo personal de familiares y amigos, hasta los referentes supranacionales,
como puede ser la condición de europeo. Precisamente, la insatisfacción de los individuos
en relación a los grupos en que se integran conlleva que se embarquen en la búsqueda
desesperada de nuevos puntos de referencia y nuevos sistemas de valores. Basta señalar
la dolorosa e inquietante transición a la democracia en Europa del Este, donde las utó-
picas consignas del comunismo han dado paso a un beligerante fervor nacionalista. En
Europa occidental, la crisis del Estado del bienestar, el desempleo y la “exclusión” están
resquebrajando sociedades que ya no pueden sustentarse en una supuesta amenaza exte-
rior para mantener un espíritu patriótico. De hecho, la globalización económica y la “revolu-
ción tecnológica” cuestionan hasta el límite la capacidad de adaptación de los individuos,
grupos y naciones, que se descubren faltos de referentes en un momento de grandes
transformaciones. Ante este problema, se manifiesta uno de los objetivos de la política
cultural: impulsar el redescubrimiento o reafirmación de las identidades. Como subraya el
Informe de la Comisión Mundial, con el fin de evitar malentendidos, las nuevas guerras fra-
tricidas de Europa no son el resultado de un sentido de identidad demasiado intenso, sino
por el contrario, demasiado superficial. Aunque la identidad es la ideología de la diferencia,
no puede ser reducida al carácter étnico o al tribalismo; el encerrarse en uno mismo, el
apartarse una comunidad de otra es prueba de pérdida de identidad o al menos de crisis.
La negativa a reconocer los derechos de los demás y la agresividad contra el otro no son
más que intentos de compensar esta pérdida, llenar el vacío que ha dejado tras de sí. Por
otro lado, el sentido de seguridad que da pertenecer a un grupo refuerza los valores y las
certidumbres que componen una comunidad; esto, a su vez, estimula la apertura al resto
del mundo, la aceptación de la diferencia y una vívida curiosidad por las culturas ajenas.
En este ámbito, cabe incluir la política lingüística, la conservación del patrimonio histórico
artístico, y el fomento de las actividades populares y de carácter folclórico.

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1.2. EL ESTÍMULO DE LA DIVERSIDAD CULTURAL


La diversidad, como hecho real, aunque no siempre haya sido reconocido como tal por los
dirigentes, ha visto emerger un consenso diferente en las últimas décadas. En la actuali-
dad, la mayoría de políticos demócratas opinan que la protección, incluso la promoción de
la diversidad, en todas sus dimensiones, cumple dos objetivos significativos:

Implica reconocer y legitimar el derecho a ser diferente. Las culturas tienen su propio
patrimonio, tradiciones, lenguas y formas contemporáneas de expresión. Tienen derecho
a existir en sus propios términos, con independencia de la superficie geográfica en que
se proyectan o del número de integrantes. Ahora bien, esta defensa no ha de implicar un
completo relativismo cultural o la eliminación de críticas. Ejemplos del pasado y del pre-
sente demuestran que las culturas pueden llegar a ser una desviación o algo patológico.
El potencial de diversidad que puede inducir a conflictos sigue siendo un desafío al que la
democracia debe hacer frente.

La significación de la diversidad cultural respecto al desarrollo y la integración. Se ha


llegado al convencimiento de que la imposición de un único modelo cultural afectaría
negativamente el desarrollo. Un enfoque pluralista favorece el intercambio y la interacción
entre culturas; la aceptación de la variedad enriquecerá a los países mientras que la
represión de la diferencia los empobrecerá. En este sentido, véase Delgado, 1998, sobre
todo capítulo 3.

1.3. EL FOMENTO DE LA CREATIVIDAD


Por mucho que la cultura, y es indiscutible, se fundamente en su pasado y mantenga su
patrimonio como objeto de su identidad, sólo se renueva y vitaliza a través de su crea-
tividad contemporánea. La creatividad inspira para crear nuevas formas artísticas y de
este modo aceptar el futuro: las nuevas obras de arte modelan la estética del presente,
estimulan la renovación, y cuestionan, revisan y ponen a prueba tanto el arte como la
sociedad en general. Los artistas, como los científicos o los intelectuales, lanzan desafíos
a sus comunidades, una tarea esencial para mantener el equilibrio del sistema social, que
se beneficia de la autocrítica y anticipa la necesidad de cambios. Desde esta tesitura, la
formulación de políticas públicas orientadas a su incentivación deviene inapelable.

1.4. EL FOMENTO DE LA PARTICIPACIÓN


La cláusula 15 de la Declaración de Derechos Humanos de la ONU declara que es un
derecho humano fundamental y abarca todas aquellas actividades que pone la cultura al
alcance del mayor número de personas posible. La participación significa que el público
debería tener una oportunidad real de disfrutar de los bienes culturales, implicándose de
manera activa en el proceso creativo y en la distribución de artículos y servicios culturales;
de este modo, las críticas a la cultura como patrimonio de un segmento de la población
(élites o especialistas) perdería fundamento.

Ir al cine o al teatro, leer un libro implican un consumo cultural y constituyen manifes-


taciones de esa participación, ya que suponen un proceso de implicación emocional e
intelectual. El Estado tiene la obligación de subvencionar la distribución y conseguir que
el consumo no quede restringido a una minoría de la población. También puede regular
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o corregir el funcionamiento del mercado si se limita el acceso público. Sin embargo, los
nuevos medios de comunicación (cable, satélite y multimedia) han distorsionado las coor-
denadas de los mercados laborales; por un lado pueden ofrecer enormes posibilidades de
participación, pero también crean nuevas barreras, porque requieren unos equipamientos
determinados y la capacidad de dominar las nuevas tecnologías.

Ahora bien, la participación no sólo se refiere al consumo de arte. También significa impli-
car a la gente en el proceso artístico ya que todo el mundo tiene una potencial capacidad
creativa, que debe incentivarse, no para alcanzar la profesionalidad sino porque todo el
mundo debería tener la oportunidad de poderse expresar artísticamente, ya que así se
incentiva su compromiso con el entorno y se incrementa su autoestima (baste apuntar la
popularidad, como manifestación asociativa, de las exposiciones de arte aficionado).

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