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Los indios de servicio.

En los primeros tiempos de la conquista y la colonización de América, se


introdujo la práctica de repartir indios para distintas labores. Tal costumbre se
prohibió por primera vez en 1549, reiterándola más tarde, hasta sancionarla en
las Leyes de Indias. Sin embargo, ese trabajo sin contrato libre, fue mantenido
para mitayos y yanaconas. Los mitayos eran los encomendados obligados a
trabajar por períodos del año, mediante retribución. Los yanaconas eran los que
sin responder a cacique alguno, ni formar parte de pueblo, habían sido repartidos
como esclavos a los colonizadores. En el Libro VI, Título V, Ley VI de las Leyes
de Indias, se dice de ellos, que «no tienen ni reconocen encomenderos».
La permisión del trabajo de mitayos y yanaconas, tendía, por una parte, a
desarrollar la prosperidad de América y como lógica consecuencia el
florecimiento de España y por otro lado, acostumbrar a los indios al trabajo
metódico y productivo, al que tan refractarios se mostraban.
En Buenos Aires trataron de obligar a los indios al trabajo. Los peones
empleados en las labores campestres y\en los servicios domésticos de la ciudad,
eran los indios repartidos a los colonizadores. De los encomendados por Garay,
pocos fueron los que permanecieron sujetos; la mayoría huyó volviendo a la vida
libre. Del interior del territorio de la Provincia, comenzaron, sin embargo, a
llegar a la ciudad nuevos grupos de indios, para someterse a los misioneros. Los
colonizadores, carentes de brazos para realizar las faenas del campo, los
apresaban, obligándolos a que les prestaran servicio, y organizaban expediciones
para recogerlos de tierra adentro. Pero el duro trato que les daba el español,
provocaba frecuentes deserciones. La situación se complicó en 1604, con un
levantamiento de los
indios de servicio que terminó en una desbandada y se agravó en 1606 en que
una gran epidemia - probablemente de viruela -, diezmó casi por completo los
pocos que quedaban. El trastorno que esta crisis de brazos ocasionó a las faenas
rurales fue tan grave y tanta la demanda, que los patrones de los pocos que
quedaron, se dedicaron a alquilarlos a precios tan elevados, que el Cabildo
intervino para poner coto al abuso.
Los indios tenían un representante español, llamado Protector do Naturales,
encargado de defenderlos de los abusos que cometían con ellos los
colonizadores. A veces la designación era simplemente nominal, pero la mayoría
de los casos, estos funcionarios cumplieron con celo y energía sus obligaciones.
El primer Protector de Naturales que hemos individualizado en Buenos Aires,
fue Pedro López Maldonado, designado por el gobernador en 1605. Antes de esa
fecha parece que el cargo no fue provisto.
Puesto que los indios pampeanos no rendían gran cosa y al menor descuido
huían a sus tierras, se buscó remediar la situación trayendo indios de Tucumán,
Chile y Perú. A las ventajas que se conseguían en el rendimiento del trabajo por
ser tribus más laboriosas, se sumaba que el trasplante a suelo extraño aseguraba
su permanencia. A principios del siglo XVII se inició la introducción, pero en
1605 el Protector denunció el hecho y llamó la atención a las autoridades de que
no se les remuneraba.
No existieron en Buenos Aires encomiendas exclusivamente evangelizadoras.
Todos los repartimientos buscaban el servicio personal, aunque no se les negara
la enseñanza cristiana. Por eso los indios, que sabían que detrás de las
apariencias de una política evangélica, les esperaba una vida de servidumbre y
esclavitud, se resistían a ser catequizados.

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