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JOHN KENNETH TURNER

iQUIEN ES FRANCISCO VILLA?

Introducción de Javier Garciadiego


JOHN Kenneth Turner, el autor del documento que a continuación se publica, es
conocido como el autor de México Bárbaro. No dejó de sorprenderme el que, in-
ventariando "las fuentes" para una investigación que realizo, me encontrara en
una bibliografía la referencia a un escrito suyo sobre Villa.^
Como bien señala una estudiosa de la historiografía norteamericana sobre la
Revolución Mexicana, Turner es, aunque citado constantemente, "uno de esos
personajes muy poco estudiados".^ Más aún, don Daniel Cosío Villegas, en un
comentario que acompaña a la primera edición que en nuestro idioma se hizo de
México Bárbaro, llega a "dudar de si realmente existió el señor Turner".^ Sus ar-
gumentos no resultan convincentes; dice que en su libro Turner no brinda infor-
mación sobre su persona, sobre "quién era, en qué se ocupaba, por qué se intere-
só en los problemas de México . . ." Aunque para hacer el comentario Cosío Vi-
llegas leía por tercera vez la obra, no advirtió que el autor da, aunque en forma
breve, algunas noticias sobre las interrogantes que él supone sin respuesta. Turner
confiesa que era un periodista radicado en Los Ángeles, y que, por encargo de su
periódico, entrevistó a cuatro líderes políticos mexicanos encarcelados en Estados
Unidos; deja muy claro que a partir de entonces se sintió interesado por México,
y que realizó posteriormente un viaje para constatar sobre los hechos la realidad
que sus entrevistados le habían descrito. Cosío Villegas expresó otros motivos de
duda: algunos son tan peregrinos como afirmar que el libro carecía "de toda bi-
1 González, Luis, et al.. Fuentes de la Historia Contemporánea de México. Libros y Folle-
tos, tomo I, México, El Colegio de México, 1961. Cfr., p. 228, ficha 2926.
2 Meyer, Eugenia, Conciencia Histórica Norteamericana Sobre la Revolución de 1910, Mé-
xico, INAH, 1970, p. 32.
3 Cosío Villegas, Daniel, "Lección de la Barbarie", en Problemas Agrícolas e Industriales
de México, Vol. VII, núm. 2, 1955, p. 189.

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bliografía", conteniendo "apenas 2 o 3 citas", lo cual, además, no es exacto; asi-
mismo, afirma que "causa la impresión de que no es el inglés su lengua propia,
aun cuando lo conozca bastante para escribir tolerablemente".* Descubre en él
cierta "falta de espontaneidad y su consecuencia, la de echar mano de palabras
de extracción latina, es frecuentísima en el libro . . ., sin contar con que es fácil
ver en frases enteras, no ya en palabras sueltas, el proceso de un pensamiento ori-
ginal en español que pasa al inglés mediante una traducción literal".^
Como contrapeso a las suposiciones de Cosío Villegas, tenemos algunos datos
que nos permiten reconstruir algunos momento de la vida de Turner. La confia-
bilidad que se les pueda otorgar se debe a que provienen, principalmente, de la
que fuera su esposa, Ethel Duffy Turner.* Sabemos ahora que John Kenneth na-
ció en 1878, en Portland, Oregon, y que siendo aún niño se trasladó a Califor-
nia, realizando sus estudios en Stockton High School y en las Universidades de
Berkeley y California. Tal parece ser que desde los 16 años era miembro del Par-
tido Socialista. En 1904 conoció a Ethel, la que sería su esposa un año después.
Se dedicaba desde entonces al periodismo y vivía de él en Fresno, San Francisco
y Portland, hasta que, trabajando para un periódico de Los Ángeles, realiza una
entrevista a Ricardo y Enrique Flores Magón, Librado Rivera y Antonio L Vi-
llarreal. Los Turner y sus amistades formaron entonces un grupo pro defensa de
los exiliados políticos mexicanos; el objeto era, además de obtener su libertad,
orientar a la opinión pública norteamericana sobre la situación de México. El
grupo lo dirigía Job Harriman, abogado de los detenidos, quien reunió a varios
militantes del Partido Socialista: John Murray, James (Jimmy) Roche, P. D.
Noel y su esposa Francés; posteriormente se les uniría Elizabeth Darling Trow-
bridge. Ethel Duffy confiesa que desde que arribaron a Los Ángeles habían en-
trado en contacto con este grupo, y que, trabajando John Kenneth en Los An-
geles Record, "se las arregló para que le autorizaran una entrevista" con los me-
xicanos acusados de violar las leyes de neutralidad.'
El ocho de mayo de 1908, Murray viaja a México "para estudiar la situación
mexicana y denunciarla en la prensa norteamericana". La verdad es que ya en
México se conectó con algunos miembros del Partido Liberal, y sospechamos que
hizo más que enterarse de las condiciones del país.* Regresó a Estados Unidos y
publicó sus observaciones en The Border, revista fundada al efecto. No satisfe-
chos de los resultados, John Kenneth prepara un viaje similar.
Con deseos de alcanzar mejores resultados que los obtenidos por Murray, John
Kenneth estudiaba español con Lázaro Gutiérrez de Lara.* Es importante dejar
claro que este viaje no respondía a su profesión de periodista, o sea, que buscara
describir, imparcialmente, las condiciones de vida de algunos sectores de la po-
blación mexicana al pueblo norteamericano. Si reparamos en lo que Ethel Duffy
■• No podemos comentar al respecto, pues del México Bárbaro que conocemos la versión
publicada en el número de la revista citada en la nota anterior, es la primera en español.
í^ Cosío Villegas, op. cii., p. 190.
« Para obtener datos biográficos sobre Turner pueden consultarse: Turner Ethel Duffy,
Ricardo Flores Magón y el Partido Liberal Mexicano. Morelia, Ed. Avandi, 1960; Gilí, Mario,
"Turner, Flores Magón y los filibusteros", en Historia Mexicana, Vol. V, núm. 4, 1956; Ca-
rrillo, Alejandro: "Una historia de amistad yanqui-mexicana". Mañana, 10 de abril de 1954.
■ Turner E. D., op. cil.. p. 144.
s Cfr. ¡bid., p. 156.
9 Ibid., p. 152. Esto responde a una de las dudas de Cosío Villegas, relacionada con la
manera en que Turner se pudiera comunicar con los mexicanos.

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nos cuenta sobre los preparativos tenemos que concluir que obedecía a una mi-
sión política. Dice de él: "proyecto extraordinario", "se guardaba en el más rigu-
roso secreto".'" La estratagema era que John Kenneth pasara como inversionista
norteamericano y Gutiérrez de Lara como su intérprete y guía. Suscita reflexio-
nes el que John Kenneth no llegara a despertar sospechas, aun cuando, según él
mismo cuenta, se interpuso en una ocasión entre un capataz y un esclavo que era
golpeado, en la hacienda de Balsa Hermanos en Valle Nacional." Cosío Villegas
señala lo difícil que debió haber sido "ocultar o disfrazar la presencia de . . .
Gutiérrez de Lara, uno de los más destacados miembros del grupo floresmago-
nista cuya extradición había pedido insistentemente el gobierno de Díaz a las
autoridades norteamericanas desde 1906, es decir, 2 años antes de emprender el
viaje. Si el México de Porfirio Díaz era, como asegura Tumer, un Estado poli-
cía perfecto, ¿cómo pudo Gutiérrez de Lara ir y venir por todo el territorio na-
cional sin que su presencia fuera advertida?".'^
Como quiera que haya sido, tenemos que hacia fines de julio y principios de
agosto, "salieron de Los Ángeles en calidad de 'trampas', viajando en la plata-
forma de los carros de pasajeros, treta que John había aprendido en su mocedad.
En El Paso compraron boletos para viajar en primera clase hasta la ciudad de
México. Elizabeth Trowbridge financió el viaje". Regresaron en noviembre; John
Kenneth se quedó en Tucson, donde se encontraba el grupo para publicar The
Border; nos dice Ethel Duffy que John Kenneth regresó "amargado y con aire trá-
gico"; ". . . nunca volvió a ser el mismo después de sus experiencias en Yucatán y
en el Valle Nacional. Había penetrado tan hondo en el sufrimiento humano, que
casi había llegado al límite de su resistencia".'-
John Kenneth salió poco antes de Navidad para Nueva York, a vender los ar-
tículos que sobre sus experiencias en México había escrito, sin explicarnos por
qué no los publicó en The Border. La American Magazine, que era "una publi-
cación progresista que luchaba en contra de los grandes consorcios",'* se encar-
gó de publicar los artículos y le encomendó que siguiera investigando sobre la
situación de México bajo Díaz, poniendo atención a la maquinaria política. Nos
dice Ethel Duffy que partieron para México en enero de 1909, "donde John se
colocó en El Heraldo de México como editor deportivo, para informar sobre los
partidos de golf y de tenis, con lo que encubría perfectamente su verdadera ocu-
pación".'"'
Regresó a Estados Unidos a fines de mayo, en donde se dedicó a la prepara-
ción y publicación de su obra. Su labor se le complicó pues la American Maga-
zine había sido comprada por algún consorcio." Hasta 1910 pudo Tumer con-
cluir su libro, para el que recibió abundante información de Fernando Palomarez.

10 IbUL, p. 171.
" Cfr, México Bárbaro, ed. cit., p. 59.
1= Cosío Villegas, op. cit., pp. 189-190.
1^ Turner E. D.. op. cit., p. 173.
'< Gilí Mario, op. cit., p. 645.
'■' Turner E. D., op. cit., p. 175. La referencia es a The Mexican Herald. Lo paradójico es
que Turner se muestre adverso a este periódico, criticándolo por ser una prensa que reveren-
ciaba a Díaz. Cfr. México Bárbaro, Cap. XIII, principalmente.
'" Upton Sinclair relata el caso en su libro The Brass Check, aunque no da la identidad
del comprador.

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A pesar de lo popular de sus artículos fue rechazado por los principales editores
de Nueva York, hasta que se los publicó un editor socialista de Chicago.^^
Las relaciones de Turner con la Revolución Mexicana no se limitaron a su la-
bor de escritor.'^ Participó activamente en las operaciones que los magonistas
desarrollaron en la Baja California.^' Más aún, vino al país durante la presiden-
cia de Madero, "a observar cómo se aplicaban los principios de la Revolución";
Turner se encontraba en la Ciudad de México durante la Decena Trágica."" En
su país denunció las actividades del embajador Henry Lañe Wilson y volvió a
México a raíz de la ocupación del puerto de Veracruz en 1914, contra la que
también se pronunció."' Mario Gilí asegura que estuvo presente en el Teatro de
la República durante las sesiones del Congreso Constituyente, pero que "no veía
en Carranza al hombre capaz de realizar las aspiraciones profundas del pueblo
mexicano". Así, Turner buscó entrevistarse con Zapata, pero cuando se disponía
a hacerlo sobrevinieron los acontecimientos de Chinamcca.
Asegura el mismo autor que hizo aún otro viaje a México en 1920, "al iniciar-
se el gobierno de Obregón, para visitar a su viejo amigo, el general Antonio L
Villarreal, entonces secretario de Agricultura. Todavía entonces prestó otro ser-
vicio al país denunciando las maniobras contra México del grupo de banqueros
que encabezaba Thomas W. Lamont".-"
Antes de morir, en Salinas, California, Turner siguió ejerciendo su labor pe-
riodística. Su viuda vivió después en México; se radicó primero en Uruapan y
más tarde en Cuernavaca, donde probablemente murió hace algunos años.
A pesar de las vinculaciones que Turner haya podido haber tenido con los flo-
resmagonistas, es un hecho que nunca colaboró formalmente con ellos. Supone-
mos que como miembro del Partido Socialista norteamericano, en la zona fron-
teriza resultaba conveniente actuar de cierta manera en lo referente a México. En
última instancia, la labor pro defensa de los exiliados políticos era una crítica al
sistema judicial norteamericano; todo esto no obsta para que su ideología lo haya
realmente compenetrado con la Revolución Mexicana.
Cosío Villegas sospecha que Turner era, en realidad, un mexicano expatriado,
miembro del Partido Liberal.^'' Analizando su personalidad más allá del México

'• Turner E. D., op. cii., p. 189. Las primeras ediciones en inglés son: Turner, John Ken-
neth, Barharious México, Chicago, Charles H. I. Herr & Company Co. operaturc, 1910 . . . Bar-
harious México and Indictment o/a Cruel and Currupi Syslem, London, Cassell and Company,
L.T.D., 1911.
i'' Puede verse la reacción que tuvieron en México y Estados Unidos los artículos y el li-
bro de Turner, a través de la prensa de la época. Una antología de referencias se encuentra
en las pp. 159 a 186 de México Bárbaro, ed. cií.
18 Turner E. D., op. cit., pp. 222-223.
20 Gilí Mario, op. cil., p. 646. Gilí nos dice que al acercarse a (la Ciudadela), cámara en
mano, fue detenido por las fuerzas de Félix Díaz. Dio un nombre falso, pero el embajador
Henry Lañe Wilson se encargó de revelar su identidad. Dos veces estuvo a punto de ser fu-
silado en el patio de la Ciudadela donde se hallaba preso. La oportuna intersención de sus
familiares y amigos en los Estados Unidos y, particularmente, la del poeta Richard Harding
Davis . .. , así como la campaña de prensa a su favor, hizo que el Departamento de Estado
interviniera y John Kenneth fuera puesto en libertad.
-^ Jack London, el célebre escritor, también estuvo en México para "cubrir" la informa-
ción sobre Ion sucesos de Veracruz. En lo relativo a México, London y Turner muestran
unas reveladoras "simpatías y diferencias".
=- Gilí Mario, op. cil., p. 646.
-^ Cosío Villegas, op. cit., p. 180. En base a una generalización como las que critica en

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Bárbaro, y a través de su actuación política en los años siguientes, es raro que
entre Turner y los floresmagonistas se dé la enonne diferencia existente entre un
liberalismo que deviene en anarquismo y cualquier ideología socialista. Sin em-
bargo, Cosío Villegas señala, muy acertadamente, que el México Bárbaro es un
panfleto político "con todas las características de la literatura panfletaria ... La
concepción de los problemas es infantilmente simple; la causa de todos los males
es un hombre malo [Díaz]; sólo una presentación machacosa, repetitiva, hace efi-
caz el alegato; la denuncia es negra y gruesa, sin matiz ni distingo posible o ima-
ginable".-^ En el documento que aquí se publica se pueden apreciar, aunque ya
con notables diferencias frente al floresmagonismo, las constantes de su discurso
literario.
El documento se hizo en base a "dos brillantes artículos" de Turner, y fue
publicado en El Paso, Texas, en abril de 1915. Es notorio que la edición fue
hecha con descuido y apresuradamente. Se da el título de sólo uno de ellos, y
dudamos que exista entre ambos alguna continuidad. Por la nota que antecede
al segundo artículo se deduce que Turner escribió varios artículos sobre Villa,
algunos de los cuales se debieron publicar en periódicos de la zona fronteriza.
De uno de éstos se tomaron para la confección del impreso. En el colofón se
aclara que la traducción y las notas son de Celso Trujillo y de Alberto Ruiz San-
doval, sin anotar a quién pertenece una u otra, salvo en el caso de la traducción
del primer artículo, hecha por Trujillo.
En el primer artículo, Turner sigue con sus simplistas concepciones, sólo que
ahora sostiene que es Villa la causa de los males. Afirma que su objetivo es dar
a conocer sus "cualidades", pues andaba en busca del poder; más que esto, nos
enumera sus robos y crímenes, como bandido y como revolucionario. Turner
mantenía sus técnicas periodísticas: nos presenta como totalmente confiable su
escrito, aduciendo que la información la recibió, personalmente, de amigos y
compañeros de Villa, de testigos presenciales, etc. La verdad es que dudamos que
alguien le confesara haber acompañado a Villa durante sus correrías de bandido;
si hubo alguno que le describió abusos cometidos por Villa durante la Revo-
lución, necesariamente tuvo que ser alguien que por cualquier motivo se hubiera
distanciado de él, con lo que menguaría la confiabilidad de su narración. A todas
luces parece que el verdadero origen de sus opiniones sobre Villa fueron los
libelos que entonces debieron circular, dado que era el momento de su enfren-
tamiento al constitucionalismo. Además, es muy difícil confirmar o desmentir lo
hecho por Villa durante el periodo no público de su vida. Por las notas de los
traductores queda claro que conocieron personalmente a Villa; contando con la
información necesaria pueden aclarar algunos de los hechos que Turner narra;
en todo caso, el silencio en otros no significa que estuvieran acordes, sino tan
sólo en desconocimiento.
En el segundo artículo, Turner modifica el análisis, tratando de explicar, a
través de su actuación política, su enfrentamiento con Carranza. Asegura que
Villa era un autócrata, sin deseos de hacer efectivas "reformas populares"; el
fracaso de la Convención, según Turner, se motivó por haber sufrido la hegemo-
nía villista.
Turner, afirma que su sospecha se confirma "por la ignorancia que revela de la historia de
México, y no digamos ya de la de Estados Unidos".
-*' Siguiendo los pasos de Cosío Villegas también deberíamos dudar de la existencia de los
traductores, pues no existe mexicano que confunda un palenque con la plaza de toros.

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Aunque la simpatía que manifiesta por Zapata y por el orozquismo, en donde
destaca a Salazar,^' es manifestación de sus vínculos con el magonismo, o como
prueba de su alejamiento encontramos una simpatía por Carranza y su gobierno,
en el que se encuentran viejos conocidos suyos, como Diéguez, Baca Calderón,
Cravioto y Villarreal. Así, estos escritos de Tumer son, en resumen, un alegato
procarrancista, buscando orientar a la opinión pública en el enfrentamiento en-
tre Villa y Carranza.

PANCHO VILLA, EL PERRO EN EL PESEBRE.


JUAN KENNETH TURNER CUENTA LA HISTORIA
DE LA CARRERA DEL HOMBRE QUE SE OPONE
A LA PAZ EN MÉXICO*

ARTICULO NUMERO I
EL obstáculo o tropiezo que está en el camino de la paz de México, es un hom-
bre-un hombre.
Este hombre es fornido y huesoso, cabeza de tipo primitivo o primato, ancha
hacia los oídos y angosta hacia la corona, la frente inclinada suavemente hacia
la corona. La mandíbula enorme y brutal, los ojos pequeños, vidriosos y sospe-
chosos. Cuando su cuerpo está en reposo, los ojos parecen adormilados como
los de un paquidermo; y la enorme y sensual boca cuelga, ligeramente abierta,
impartiendo a la cara una vacuidad y aspecto repugnante.
Este hombre apenas escribe con dificultad su propio nombre. Es incapaz de
descifrar o entender un solo párrafo ordinario de cualquier periódico común y
corriente.
Es polígamo. Sus gustos principales lo inclinan hacia la plaza de gallos, el coso
de la plaza de toros, y la mesa de los albureros. Sobre todas las cosas, ama la
lucha —el derramamiento de la sangre humana. Su nombre verdadero es Do-
roteo Arango. El mundo lo conoce con el de Franciso Villa.
Puesto que Doroteo Arango, alias Francisco Villa, ha confesado su propó-
sito de ser el último hombre de México, sobre el caballo de la presidencia, es
conveniente revisar algunos episodios de su vida, con el propósito de medir sus
cualidades.
En mis viajes por México, he trabado amistad con un miembro de la cuadri-
lla primitiva del bandido Villa, así como con otros individuos que han estado úl-
timamente asociados con él una que otra vez. Por consiguiente, estoy en pose-
sión de numerosos detalles de su vida de bandido, así como de la de revolucio-
nario, los cuales no han sido nunca conocidos por el público en general.

La fidelidad de Villa es un mito


ALLÁ, al principio de la primavera de mil novecientos doce, la revolución oroz-
quista adquirió grandes proporciones, y Villa telegrafió a Orozco de El Paso a
-^ José I. Salazar participó en el ataque floresmagonista a Palomas en 1908. Para ver los
vínculos entre el magonismo y el orozquismo, Cfr. Cockefort James D., Precursores Intelec-
tuales de la Revolución Mexicana, México, Ed. Siglo XXI, 1971, p. 166.
* La Redacción ha respetado íntegramente la grafía del original.

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la Ciudad de Chihuahua;^ la contestación de Orozco fue pronta y decisiva: "No
queremos bandidos como Pancho Villa con nosotros."
En aquella época, Pascual Orozco no estaba aún corrompido, pues más tarde,
en una hora de necesidad, Pascual Orozco aceptó el dinero de los intereses Creel-
Terrazas, pero los peones y trabajadores lo supieron, y el orozquismo o la causa
de los "colorados" estaba perdida.
Orozco renunció a aceptar la ayuda de Villa, no porque éste era un bandido,
sino porque era un bandido de lo más repulsivo y asqueroso —uno que no sola-
mente robaba, sino que asesinaba sin provocación y tenía pésima reputación res-
pecto a mal tratamiento a las mujeres. El mayor cargo que los enemigos del ma-
derismo pudieron hacer contra Madero, cuando se peleaba contra Díaz, fue que
Madero había utilizado los servicios del bandido Villa.
Villa nació en San Juan del Río, Dgo., en mil ochocientos setenta y siete y fue
hijo de un mozo de campo. El romántico episodio que dio principio a la carrera
criminal de Villa con el asesinato de un militar, cacique o gentil-hombre que ha-
bía burlado a una hermana de éste, ha sido desechado aún por los más parciales
biógrafos del bandido, por la razón suficiente de que Villa nunca ha tenido her-
manas.
Sus primeros crímenes
SEGÚN la aceptada versión de la génesis o principio de la carrera de Villa, se cuen-
ta que estando trabajando con un rico hacendado, fue sonsacado de con su amo
por un jefe de rurales llamado Pedro Sánchez, quien lo ocupó como alcahuete en
un asunto amoroso. Pero Villa era muy listo y recibía al mismo tiempo dádivas
y dinero de un rival de Sánchez. Éste, al saber lo ocurrido, dio al pérfido y pre-
coz Villa una soberana paliza. Pocas noches después, don Pedro había sido ase-
sinado, pues una bala artera, disparada por la espalda, le arrebató la existencia.
Villa fue sentenciado a muerte por tan horrible crimen.
Que Villa había adquirido fama de felón, está demostrado por el hecho de que,
mientras estaba en la cárcel de Guanaceví, Dgo., recibió la visita de una persona
de influencia, quien le ofreció gestionar su libertad y además darle una buena
suma de dinero por el asesinato de un individuo apellidado Pantoja, guardián de
dos jóvenes ricas cuyo dinero codiciaba. El complot se llevó a cabo, a pesar de
la justicia: Villa asesinó a Pantoja y escapó a Parral, donde se hizo célebre por
los abigeatos cometidos contra las vacas de Miguel Baca Valles, un carnicero de
la localidad.
En mayo de 1902, Baca y su socio Rafael Reyes, tuvieron una disputa. Te-
miendo que Reyes le fuera a seguir algún perjuicio. Baca alquiló a Villa para que
asesinara a Reyes.
En noviembre del mismo año, acompañado por su segundo lugarteniente, To-
más Urbina R., ahora uno de sus generales, Villa robó el rancho de El Terrero,
cerca de Parral, propiedad de Inocente Chávez. Los bandidos hirieron a una hija
de Chávez, en una pierna, y a uno de los empleados, Sotero Fuente, en el pecho.
En enero de mil novecientos tres. Villa en compañía de otros tres bandidos, se
^ El dato es cierto, pero Francisco Villa no estuvo en El Paso en ese tiempo, sino que,
encontrándose en un lugar inmediato a Chihuahua y por conducto del Coronel Agustín Mo-
reno, envió una carta al jefe de la revolución antimaderista, ofreciéndole sus servicios para
combatir a su lado contra el gobierno del presidente Madero.

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pusieron en acecho entre unos algodonales cercanos a Minas Nuevas, Durango,
para robar a Ramón López, su hermano y otro compañero. Estos tres hombres,
llevaban la suma de tres mil pesos para el pago de los mineros de la región. Villa
dejó tirado a López en el camino, y se apoderó del dinero.
En mayo de mil novecientos cuatro, Villa, acompañado de José Beltrán y José
Navarro, cayó sobre el rancho de Los Charcos, propiedad de don Gabino Ama-
ya, cerca de Villa Ocampo, Durango. Después de amarrar fuertemente a dos de
los vaqueros de Amaya, los bandidos llegaron hasta la residencia de éste, situada
en las afueras de Villa Ocampo.
Al pardear la tarde, llamaron a la puerta de la casa de Amaya. La puerta fue
abierta por una jovencita, a quien los bandidos mataron con una hacha. Mientras
los ladrones estaban robando la casa, llegó un policía que los obligó a huir. Al
volver al rancho Los Charcos, cortaron la cabeza a los dos vaqueros que habían
dejado amarrados.
Tremenda sensación produjeron estos crímenes en toda la sociedad mexicana
y se recurrió a todos los medios para lograr la aprehensión de los asesinos. Una
patrulla de rurales encontró a Villa y sus compañeros cuando éstos trataban de
escapar de Parral. Villa mató al jefe de los rurales y los tres huyeron por un arro-
yo donde habían dejado sus caballos para llegar a pie a la población. Gallardo
al fin fue cogido prisionero y Beltrán muerto al hacer resistencia a la autoridad.
Villa volvió grupas a su caballo y escapó hacia Cerro Gordo.
El quince de septiembre de mil novecientos ocho. Villa y siete de sus compa-
ñeros hicieron una correría al rancho de El Saucito, propiedad de la señora viuda
de Marcelo Guerra, robándose caballos, monturas, ropas y trescientos pesos en
efectivo.
Después Villa se dedicó exclusivamente al robo y venta de ganado. En diciem-
bre de mil novecientos ocho, él y su cuadrilla, quemaron el juzgado de El Valle
del Rosario, con objeto de destruir los archivos donde estaban sus causas o acu-
saciones por algunos de sus numerosos robos y crímenes.
En la primavera de mil novecientos nueve. Villa, Tomás Urbina y seis de su
cuadrilla, atacaron a William W. Tuttle y a Mike Farrel en sus propias residen-
cias, cerca de la Pittsburg San José Reduction Company, en San José del Sitio,
Chih. Los bandidos no hicieron uso de sus armas de fuego, por temor a la alar-
ma; pero golpearon a los americanos con las culatas de sus rifles. En seguida,
amarraron a las víctimas, las despojaron de sus vestidos, y saquearon la casa como
remate.
El cinco de marzo de mil novecientos diez, Villa, escudado con el antifaz de un
comprador de ganado, fue obsequiado en compañía de seis de sus cómplices, por
un rico hacendado, Alejandro Muñoz, que vivía cerca de Minas Nuevas. En el
momento oportuno, y a una señal de Villa, los bandidos se precipitaron sobre el
ranchero, su familia y empleados, matando a uno de los hijos de Muñoz, quien
osó hacer resistencia. Después torturaron al anciano para obligarlo a que dijera
dónde estaba el dinero que ellos suponían que tenía escondido, y después lo ase-
sinaron.
Uno de los últimos asesinatos de Villa, como bandido, y quizás el de que más
se ha hablado, fue el de Claro Reza, en el verano de 1910. La historia de este
horripilante crimen, me fue relatada con todos sus vividos colores, con todos sus
detalles y pormenores, por un hombre que oyó los disparos y ayudó a la piadosa
tarea de levantar el cuerpo de la víctima, del suelo donde yacía.

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Claro Reza fue por algunos años miembro de la cuadrilla de Villa y conocía
al palmo sus crímenes y fechorías. Como era descuidado, fue aprendido y alo-
jado en la Penitenciaría de Chihuahua. Reza esperaba ser fusilado, pero fue te-
nido prisionero por año y medio al cabo del cual, el Gobernador Creel le ofreció
su libertad bajo la condición de que ayudara a la captura de Villa. Reza consin-
tió en ello y ocupó un puesto en el cuerpo de rurales.
Cuando Villa supo que Reza era uno de sus perseguidores, comprendió que
estaba en grave peligro de ser sorprendido y capturado. Entonces se propuso a
jugar el todo por el todo, determinándose a dar un golpe atrevido. Cuéntase que
Villa le mandó a decir a Reza que iba a la capital del Estado a matarlo. No sé
si esto es verdad o mentira; pero sí que Villa fue a la ciudad.
Reza tenía la costumbre de ir entre diez y once de la mañana, generalmente a
caballo, a charlar con cierto carnicero de la ciudad. Villa supo esto, y una ma-
ñana él y dos de sus compañeros cabalgaban por las calles de la ciudad, tratando
de no ser vistos, hacia el Santuario de Guadalupe y el Chamizal.
Cuando los tres bandidos voltearon la esquina donde estaba la carnicería del
amigo de Reza, éste estaba en la ventana, hablando con el carnicero, quien se
entretenía en tasajear la carne en el interior.
Sin decir una palabra, Villa descargó su pistola, hiriendo a Reza por la espal-
da. La víctima corrió gritando, y volteando la esquina, brincó a una zanja donde
trató de esconderse o parapetarse.
Villa y sus compañeros siguieron perforando el cuerpo de Reza con plomo.
Allí murió el infeliz. Los bandidos pusieron sus carabinas atravesadas en las mon-
turas de sus caballos que tenían de la brida y antes de que la alarma cundiera, sa-
lieron a galope fuera de la ciudad, en dirección a la Sierra Azul, camino de San
Andrés.
Los latrocinios de Villa continúan hasta el mismo día del levantamiento que
tuvo por resultado la caída de Díaz. El cinco de octubre, con cinco de sus ban-
didos, robó el rancho de Alférez, en el Estado de Durango, propiedad del señor
Ismael Zambrano. El día trece de octubre, con una cuadrilla de veintidós de los
suyos, asaltó y robó la hacienda de Talamantes.
En calidad de Coronel del ejército revolucionario. Villa fue a ver a José de la
Luz Soto, Jefe de Armas de Parral, y en aquella ocasión encontró a una joven al
entrar a la casa. La niña era sobrina de Soto y temblaba de miedo al ver a Villa,
en quien reconoció al jefe de la cuadrilla que había robado la hacienda de Ta-
lamantes, propiedad de su señor padre, don Miguel Soto Villegas.

Sus crímenes como revolucionario


UNO de los primeros asesinatos de Francisco Villa, como revolucionario, fue el
de Manuel Ramos, encargado del juzgado de Santa Rosalía, y quien tenía en su
posesión algunos documentos que comprometían a Pancho Villa, el bandido. La
primera cosa que hizo Villa, después de capturar Santa Rosalía, fue asesinar a
Ramos con su propia mano y quemar todos los archivos donde estaban las cau-
sas instruidas en su contra.
Después de la ocupación de Ciudad Juárez, por Madero, en mil novecientos
once, don José Félix Mestas trató de escapar con una suma de dinero, los ahorros

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de toda su vida. Villa lo cogió cerca del puente internacional, y lo mató para
apoderarse del dinero.^
Su insubordinación en contra del Presidente Madero
UNA vez ocupada la ciudad por las fuerzas revolucionarias, Villa fue el primero
que trató de que el defensor de la plaza. General N. Navarro, fuera sacrificado
para satisfacción de algunos. Fue Villa el que incitó a Orozco para que insistiera
en el fusilamiento de Navarro, y cuando Madero hizo escapar al viejo general a
la ciudad de El Paso, Villa trató de matar a Madero, en lugar de Navarro.
La siguiente vez que Villa entró a Juárez con sus tropas victoriosas, en los úl-
timos meses de 1913, recordando sin duda que no había saciado su apetito en la
primera ocasión, hizo que treinta prisioneros cayeran acribillados por las balas
de los ejecutantes de la orden.'
Antes que él fuera tutoreado por los satélites de la prensa y los caballeros de
la sinvergüenzada, acostumbraba decir que como bandido, tenía cincuenta y siete
mortajas en su pistola, pero que como soldado, no tenía cuenta de los asesinatos
que había cometido.
"Si me pusiera a contar de todos aquellos a quienes he matado —decía Villa
una vez a un grupo de sus oficiales en Ciudad Juárez—, tendría material para
hablar durante tres días y tres noches."
Se acostumbraba decir que Villa se afilió o entró en guerra con Huerta por-
que él amaba a su salvador Madero. Amigos íntimos que lo acompañaron cuan-
do aún no reclutaba cien hombres o miembros de lo que después vino a ser la
famosa División del Norte, aseguran que declaró que el motivo de meterse a la
guerra era su odio personal hacia Orozco, quien lo había humillado, odio que
hacía extensivo a los seguidores de Orozco: Salazar, Campa y otros "colorados"
que habían servido a Huerta.*
Un joven mexicano, decente y patriota que conoció y anduvo con Villa duran-
te los primeros días de la Revolución, nos cuenta que asombrado por la obsceni-
dad, los torturas, amenazas y mutilaciones constantes de los orozquistas que caían
en sus manos, había resuelto abandonar al bandido Villa, yéndose a unir con las
fuerzas del general Obregón a Sonora.
El hecho es que Villa no secundó inmediatamente a Carranza, como general-
mente se supone, sino que esperó hasta que el movimiento contra Huerta estaba
fuerte y hasta recibir auxilio de mil pesos por parte de Maytorena.' Después se
robó Villa algunos caballos de El Paso, y cruzó la línea internacional con siete
compañeros.
- Este hecho no ocurrió como lo cita el señor Turner, pues el señor Santiago Mestas no
trató de escapar, sino que fue aprendido en su casa, en la calle del Comercio y llevado a la
prisión donde Villa lo asesinó mientras el anciano comía tranquilamente, atropellando así
a las demás autoridades revolucionarias, que tenían a Mestas a su disposición.
'■' El señor Turner se queda corto, pero muy corto, en el número de estas víctimas.
* A nosotros nos contó Villa que iba a la guerra con el propósito de vengar la muerte de
su amigo Abraham González, y que no dejaría vivo en el Estado de Chihuahua, a ninguno
de los descendientes o ascendientes de la familia Terrazas.
5 Maytorena no le mandó espontáneamente un solo centavo. Villa fue a Tucson en com-
pañía de ocho individuos, y allá le prestó Maytorena mil pesos, más bien por temor a Villa
y por quitárselo de encima, que con el propósito de principiar el movimiento armado, según
nos lo manifestó Villa en persona.

181
Villa fue un enemigo encarnizado de los "colorados". Al principio, dio orden
de que no se hiciera prisioneros a los orozquistas, ni siquiera se les llevara al
campamento, sino que se les matara en el lugar donde fueran vistos o encontra-
dos. Esta orden bárbara, prevaleció hasta el fin.
El primero y más notable encuentro de Villa con los "colorados" ocurrió en
julio de 1913, en Nueva Casas Grandes, donde estaban trescientos hombres al
mando de Salazar ,y doscientos cincuenta más que habían sido reclutados, pero a
los cuales no se les había armado todavía.
Villa atacó con una fuerza de seiscientos hombres. Las tropas de Salazar re-
sistieron con toda fiereza y valor, haciéndose fuertes en la ferretería de Ketelsen
y Degetau. Allí se refugiaron también los doscientos cincuenta hombres inermes.
Villa asaltó la última defensa de Salazar y asesinó a todos los "colorados", ar-
mados o sin armas. Los victoriosos prendieron fuego al edificio, quemando a
los muertos y a los heridos en una pila enorme. Los huesos humanos achicha-
rrados, se ven aún en las ruinas de aquel lugar.
El mes siguiente, Villa derrotó a los orozquistas en San Andrés, donde captu-
ró a ciento noventa y seis de ellos," estos ciento noventa y seis prisioneros fueron
escoltados a Bustillos, y fusilados en hileras de a cinco en fondo para ahorrar
parque, después de lo cual Villa y Fierro, su ayudante asesino, se fijaban en las
víctimas que aún hacían ciertas contorsiones, y las remataban con sus revólveres.
Muchas historias increíbles de ejecuciones al por mayor, de verdaderas matan-
zas o carnicerías llevadas a cabo personalmente por Villa y Fierro, corren de
boca en boca en toda la frontera. Los anteriores ejemplos son, sin embargo, en-
teramente auténticos. Villa mismo se jactaba de haberlos cometido, en noviem-
bre del año pasado, y recontaba algunos de ellos en Ciudad Juárez, con gran
descaro. En aquel tiempo estaba furioso, dizque porque no había podido captu-
rar a Salazar. Enrique Portillo tuvo la mala suerte de quedar cerca del Jefe
de la División del Norte, y cuando Villa capturó Ciudad Juárez, lo fusiló al ser
reconocido.'
Los asesinatos de Guillermo S. Benton y Gustavo Bauch, cometidos en Ciudad
Juárez y cuyos detalles Villa ha tratado de ocultar con mentiras, son familiares
a todos los americanos. Centenares de otros asesinatos cometidos a sangre fría
por Villa, notorios en México, son casi enteramente desconocidos en los Esta-
dos Unidos, donde nunca se ha hablado de ellos.
Cuando Domingo Flores, un comprador de parque, fue a ver a Villa a Ciudad
Juárez, para decirle que su compañero se había robado tres mil quinientos pe-
sos que Villa le había dado, éste puso en la cárcel a Flores, diciendo que que-
daría en hbertad cuando sus parientes o amigos pagaran la suma robada por el
otro. La anciana madre del desventurado Flores se apresuró a vender una casa
que tenía en El Paso, para rescatar a su hijo, pero no ajustaba la suma nece-
saria.
Villa insistió en que se le devolviera hasta el último centavo, y finalmente,
la pobre madre consiguió la suma referida. Su hija, una hermana de Domingo,
fue a entregar el dinero a Villa. Se dio permiso a la joven para ir a visitar ha su
hermano a la cárcel. El joven Flores fue asesinado en su presencia. La infeliz
« Otros dicen que fueron cuatrocientos los prisioneros.
T Enrique Portillo figuró con el grado de Coronel a las órdenes de Salazar, y fue autori-
dad civil bajo el gobierno de Huerta en Casas Grandes.

182
hermana fue ultrajada y Villa en persona le dijo que se fuera a Estados Unidos y
nunca más volviera a México.
Un hombre apellidado Andana, fue hecho prisionero en Chihuahua por los
huertistas, quienes sospechaban que fuera espía. Cuando las tropas de Huerta
huyeron hacia Ojinaga, salió con ellas, pero se devolvió del camino. Cuando Vi-
lla entró a Chihuahua y se celebraba en la referida población el triunfo obte-
nido, se cuenta que la mujer de Andana fue a llevar una corona de flores al
general Villa, obteniendo la gracia de colocársela en persona. Cuéntase que An-
dana se acercó a Villa para felicitarlo, pero murieron las palabras en sus labios,
pues Villa sacó un revólver y mató a su admirador.* Villa excusó su crimen,
diciendo que Andana era un espía huertista.
Cuéntase una curiosa y chusca historia acerca de un hacendado que fue dete-
nido en rehenes por Villa, debido a que el primero no había podido pagar una
suma de dinero que le exigía por su libertad. Villa ofreció una cena a la vícti-
ma, y en el curso de la conversación le manifestó que no debía apurarse, que él
era su amigo y que todo se arreglaría perfectamente. Cuando hubo terminado la
cena, Villa dijo a Fierro con cierta sorna y guiñándole el ojo: "Ahora lleva a
este amigo a descansar."
Fierro tomó la delantera y saliendo fuera del lugar, puso la pistola contra las
sienes del hacendado y le voló la tapa de los sesos.

Fierro, su digno y eterno acompañante


FIERRO es un terrible salvaje que agradó soberanamente a Villa, por haber para-
do un tren de carga arrojándose sobre los topes de los carros, desde cuyo lugar
perforó los tubos del aire, logrando así la detención del tren bajo una lluvia de
balas enemigas. Se dice que en cierta ocasión Fierro ejecutó la siguiente hazaña.
Después de un combate, habían sido hechos prisioneros algunos orozquistas o
"colorados", y Fierro tomó cincuenta de ellos y los asesinó uno a uno, para pro-
bar, según explicó el salvaje, una nueva pistola.
Un americano, agente del servicio secreto, que acompañó a Villa durante la
campaña de Chihuahua, me contó que aquél ordenaba fusilamientos con tanta
sangre fría y despejo como se ordena una comida. Según este hombre, la ma-
nera de proceder del leader revolucionario para juzgar a los prisioneros, es la
siguiente:
"¿Qué es?, ¿Federal? Fusílenlo.
En Torreón, Villa mandó a su amigo Ricardo Zea, editor de La Patria, al
patíbulo. Durante dos meses, se dijo que Zea estaba enfermo; después que había
muerto. Hasta que la esposa de Zea le escribió a un amigo dándole cuenta de
la muerte de su esposo, se supo cómo había terminado la vida del editor de La
Patria.
Recientemente mandó matar Villa a su amigo Carlos Jáuregui, el hombre que
le ayudó a evadirse de la prisión de Santiago Tlatelolco en México." Otro amigo
de Villa, el coronel Juan Beltrán, que por un tiempo fue agente financiero del
8 Tenemos que decir que Andana fue antiguo compañero de Villa, e intimó con él a tal
grado, que el jefe bandolero lo hizo su compadre, y en esta confianza fue a verlo la víctima.
" La ejecución del joven Carlos Jáuregui no se llevó a cabo debido a la influencia y sú-
plicas de varios amigos que intercedieron por el salvador de Villa, sin que el mismo Jáuregui
llegara a percatarse de ello.

183
Gobierno Constitucionalista en Juárez, fue asesinado por orden de Villa, sin
que se sepa la causa de este atentado.
Dos veces ha estado Villa a punto de matar al general Manuel Chao, durante
el tiempo en que éste fue gobernador del Estado de Chihuahua. La primera oca-
sión. Villa se montó en cólera y ordenó el fusilamiento de Chao porque éste
rehusó pagar cierta suma de dinero a una amiga de Villa, quien no podía decir
públicamente que lo era. La segunda ocasión que Chao estuvo a punto de morir,
me la relató un testigo presencial, de la siguiente manera:
Chao había ordenado que se enviara diariamente a Torreón cierto número de
vacas para la guarnición de aquel lugar. Ocurrió una interrupción en el tráfico
y por algunos días no hubo carne para los soldados. Villa fue en un tren espe-
cial a Chihuahua, tocando la casualidad que el señor Carranza se encontraba allí
de paso para Monterrey.
Sin contar con el Primer Jefe, Villa ordenó a algunos oficiales de éste, que
rodearan la casa de Chao con sus soldados. Villa entró en ella, cogió al gober-
nador del pescuezo, lo estrujó e insultó, amenazándolo con su pistola y termi-
nando con declararlo prisionero.
Carranza tuvo conocimiento de aquel atropello, y mandó llamar a Villa, quien
se presentó al Jefe, enteramente risueño.
—¿Qué ha pasado entre usted y Chao? —preguntó el señor Carranza.
—Que acabo de matarlo —dijo Villa riéndose.
Carranza se puso serio y Villa contestó que no había matado a Chao todavía.
El Jefe salvó la vida del gobernador.
Francisco Villa ha subido simplemente al poder, por medio del crimen. Valor
brutal, fuerza física e incansable, un innegable magnetismo personal y una in-
teligencia siempre alerta, son sus cualidades como jefe militar. Por otra parte,
él tiene todos los peores defectos que popularmente —pero también errónea-
mente— se cree que son los atributos de "el carácter mexicano".
Los verdaderos patriotas mexicanos, no han querido nunca asociarse con el
bandido. La elevación de Villa a la Jefatura de la División del Norte, no se de-
bió al nombramiento del señor Carranza, sino a elección entre los generales cu-
yos cuerpos formaron la división." Desde el principio, el señor Carranza se opo-
nía al encumbramiento de Villa, pero al mismo tiempo, no quería que se perjudi-
caran las operaciones militares contra Huerta.
Cuando Eulalio Gutiérrez que por algunas semanas fue el Presidente ficticio de
Villa, escapó de la capital, declaró que el régimen "convencionista" era una "fe-
roz dictadura miUtar".
Ya Villa ha dejado bien comprobado que si él ganara el control de México,
su gobierno sería un gobierno de asesinatos infinitamente peor que el de Díaz,
y aún más peor que el de Huerta.
Pero Villa no dominará México. México nunca estará de parte del bandido
Villa. México no quiere mandatarios que ordenen fusilamiento con la misma
10 No es cierto que haya habido tal elección por parte de los generales que después mili-
taron a las órdenes de Villa. Éste recibió el mando de las fuerzas por gestiones hechas por
los miembros de la Junta revolucionaria de la ciudad de El Paso, Texas, quienes comisiona-
ron a Miguel Baca Ronquillo, a quien Villa premió haciéndole casi dueño de "El Nuevo
Mundo" de Chihuahua, para que fuera con el primer jefe a Sonora, y le hiciera ver la con-
veniencia de nombrar a Villa jefe de las fuerzas en el Estado, a pesar que dicha jefatura
correspondía por derecho a Manuel Chao o Maclovio Herrera.

184
serenidad y el mismo apetito con que se ordena una comida. El rudo y falso
Napoleón, nunca podrá establecer la paz en México.
Pero él peleará. Parece que él no correrá. Lo más probable es que el teatral
Pancho Villa, pasará de la historia teatralmente, con sus botas puestas.

ARTÍCULO NUMERO II
SON los americanos de mediana inteligencia los que al principio pensaron bien
de Francisco Villa. Esto se debe a que Villa apareció como un vengador, levan-
tando el polvo para castigar a un asesino que había asestado el golpe terrible al
corazón del pueblo. Villa, de origen humilde, se elevó hasta la altura de un héroe,
porque simbolizaba las esperanzas de la nación.
Pero con la derrota y huida de Huerta el asesino, la misión de Villa como re-
volucionario militar había terminado. Quiso deslumhrar sin embargo, desempe-
ñando un papel diferente. Al retener el mando de las fuerzas, asumió, princi-
palmente, el carácter de hombre de Estado.
Viendo hacia unos cuantos meses atrás, encontramos a Villa protestando no
tener ninguna ambición política, y aun proclamando "urbi et orbi", que los mi-
htares no deberían entremeterse en cuestiones civiles. Después, el escenario cam-
bia por completo y Villa, montado en su tritón, aparece en la capital nacional,
reconocido como el jefe de una facción en una nueva aventura fratricida, dictan-
do disposiciones a su antojo y usurpando la autoridad creyendo regir los desti-
nos de quince millones de mexicanos.
Esta transformación no vino por el acaso. En pugna con la versión divulgada
por las personas interesadas en asuntos financieros que desean un dictador en
México —o en lugar de dictador, la bandera americana— hay otras razones inex-
plicables acerca de la nueva faz de la lucha en México.
Tres meses después de la huida de Huerta, México estaba aparentemente más
cerca de la restauración de la paz que en ninguna otra época durante los cuatro
años de lucha. Diez mil aristócratas de privilegio se mordían las uñas en territo-
rio extranjero. El antiguo ejército federal, vivero de efímeros complots reaccio-
narios, estaba casi aniquilado. Ciento cincuenta y cinco delegados, representantes
de las unidades civiles y militares del país, habían acudido a la Convención.
De pronto, la triunfante organización revolucionaria se hizo dos pedazos. Una
nueva guerra civil había principiado —guerra más sanguinaria y destructora que
ninguna de las anteriores.
Superficialmente, la cuestión aparece meramente personal —Villa contra Ca-
rranza—. No se encontraban diferencias respecto a las reformas fundamentales.
Durante el gobierno del señor Madero, no hubo sino un solo hombre que en el
Congreso Nacional levantara su voz, pidiendo la resolución del problema agrario
o la distribución de las tierras. Hoy ningún mexicano puede hablar abiertamen-
te contra la cuestión agraria sin ser expulsado del país. Villa ha hablado siempre
de la reforma agraria y Carranza ha explicado un decreto sobre el asunto, que
trajo una lluvia de protestas y execraciones sobre su cabeza, de parte de todos los
terratenientes o dueños de grandes predios.
En el fondo, la cuestión es mucho más personal. El secreto de ello se encon-
trará en lo que yo llamaré la política de Villa, o Villa, como estadista, que
apareció por primera vez al principio de la lucha contra Huerta, y que se fue en-

185
sanchando y profundizando con caracteres más definidos a medida que el poder
de Villa se extendía.
La cuestión era causa de más seria contensión aun cuando el señor Carranza
defendía públicamente los actos de Villa, y cuando éste protestaba lealtad al
Primer Jefe.
Por "políticas" de Villa entendemos los arreglos civiles y políticos incluyendo
promesas internacionales, y en las cuales Villa entró de lleno, aún antes de la
huida de Huerta.
Fue con el propósito de hacer válidos sus arreglos o promesas, por lo que Vi-
lla ambicionó el supremo poder.

Segunda insubordinación de Villa


EN el principio, Villa se adhirió al Plan de Guadalupe, en el que se estatuye que
el señor Carranza ejercería el Poder Ejecutivo de la Nación hasta la restaura-
ción de la paz, a cuyo término se convocaría a elecciones.
Pero Villa nunca dio al señor Carranza el dominio civil del territorio dominado
por sus fuerzas, como lo hicieron todos los demás jefes constitucionalistas. La
fricción principió por ciertos actos de Villa, tales como el asesinato del diputa-
do García de la Cadena, el de Benton, y el mal tratamiento dado a los españoles
en Torreón. De las disputas de estos asuntos, surgió una especie de juego de
ajedrez en el que Carranza trataba de ganar control sobre Villa debilitándolo,
mientras que éste, por su parte, aumentaba su influencia y popularidad. Este
juego se hizo patente en junio del año próximo pasado, cuando Villa se insubor-
dinó abiertamente, negándose a mandar refuerzos al general Natera a Zacatecas.
Villa renunció al mando de las tropas. Carranza aceptó la renuncia; pero los ge-
nerales de Villa sostuvieron a éste. Villa quedó a la cabeza de la División del
Norte, que por la primera vez confesaba su rebeldía.
El rompimiento fue restañado por un momento con las conferencias de To-
rreón, tenidas entre los delegados de la División del Norte y los de la División
del Noreste. Se convino en que Villa obedecería a Carranza, y que éste daría a
Villa toda clase de pertrechos de guerra. El señor Carranza nunca aceptó to-
dos los puntos del convenio, pero Villa simuló estar satisfecho, y, en efecto, así
lo hizo hasta que estaba bien provisto de municiones y preparado para la nueva
guerra.
En lugar de entrar a la capital con Carranza y demás jefes, como fue invitado
a hacerlo, Villa telegrafió al general huertista José Refugio Velasco, urgiéndole
que no entregara la ciudad a las fuerzas de Obregón, sino que hiciera resisten-
cia, y que en cambio de ello, se le daría una comisión.
Después de la ocupación de la capital, el general Obregón salió violentamente
hacia el norte, con el objeto de llegar a un convenio con Villa. Éste hizo a
Obregón la proposición de que traicionara o desconociera al señor Carranza, ofre-
ciendo el Jefe de la División del Norte, reconocer a Obregón como Jefe Supremo.
Obregón rehusó convertirse en traidor, y Villa ordenó al general Almanza que
asesinara a Obregón. Algunos subordinados de Villa salvaron la vida al Jefe
de la División del Noroeste.
Al mismo tiempo, y con el objeto de aplacar la ambición desmedida de Villa,
el general Carranza nombró a éste. General de División, dándole igual rango que
a los generales González y Obregón.

186
Si Villa en esta época trataba de apoderarse del poder por la fuerza, de se-
guro que debe haber pensado en el ejemplo de Huerta y por eso pretendía es-
conderse o ampararse tras cierta sombra de legalidad. La excusa dada por estos
actos hostiles fue la petición, aparentemente razonable, de que la "convención"
fijara la fecha de las elecciones y formulara el programa de reformas.
Carranza convocó a la Convención que debería reunirse en la capital. Villa,
arguyendo que la convención sería dominada por Carranza, principió un rápido
movimiento de tropas hacia el sur, que quedó frustrado porque el señor Ca-
rranza ordenó la suspensión del tráfico ferrocarrilero. Villa entonces se declaró
en abierta rebeldía contra el Primer Jefe y pidió que fuera depuesto del mando.
La situación se complicó más con la intransigencia de Zapata. El Atila del
Sur, que tenía grande admiración por el general Antonio I. Villarreal, goberna-
dor militar del Estado de Nuevo León, por su radicalismo, aceptó tener una con-
ferencia con el mencionado militar para discutir la cuestión agraria y otros asun-
tos de vital interés para los zapatistas. Debe decirse que antes de que los emisa-
rios de Carranza llegaran a la zona zapatista, ya Villa había enviado otro emi-
sario para predisponer a Zapata contra el Primer Jefe, diciéndole que éste era
un aristócrata, opuesto a la reforma agraria, y que debería ser desechado. Por
esta razón, cuando Villarreal llegó, ya no pudo hacer nada en favor de la solu-
ción de las dificultades.
En México se formó una comisión permanente de paz. Este cuerpo envió un
comité encabezado por el general Eduardo Hay para entrar en tratados con Vi-
lla. Como resultado de esto, se obtuvo el pacto de Zacatecas, por el que se pro-
ponía una convención de generales y gobernadores, la que debería celebrar sus
sesiones en territorio neutral, y se eligió Aguascalientes; conviniéndose, además,
que cesaran las hostilidades, que no se apelara a las armas, para poner en prác-
tica las decisiones de la convención, y que ningunas condiciones previas deberían
ponerse de antemano por los contendientes.
La neutralidad de Aguascalientes fue reforzada con el nombramiento de una
"junta neutral", encabezada por el general García Aragón, a quien se le dio el
mando de las fuerzas que había en la ciudad para que mantuviera el orden.
La convención que inauguró sus sesiones el día 10 de octubre, entró pronto
en un periodo de verdadera crisis. Las fuerzas americanas continuaban aún en
Veracruz. La intervención amenazaba al país como una espada de Damocles.
No hay duda de que la vasta mayoría de los delegados estaban listos para sa-
crificar todo lo más posible, con tal de conseguir la paz.
El día de la inauguración de las sesiones, los delegados viUistas violaron el
Pacto de Zacatecas, amenazando con volver al campo de batalla a menos que
de antemano se asegurara la eliminación del señor Carranza.
No fueron a la convención los delegados de Villa hasta que se les hicieron
muchas promesas sobre el particular.
Después de que la convención había estado en sesiones durante algunos días,
las tropas de Carranza y de Villa hicieron algunos movimientos hostiles, que pu-
sieron en peligro los buenos resultados de la convención. Ésta se levantó en aque-
lla ocasión, se proclamó soberana, y empezó a expedir órdenes para la cesación
de las hostilidades.
Fue en estos momentos de inseguridad cuando todos los delegados juraron
acogerse a las decisiones de la mayoría. El juramento fue impresionante, porque
los delegados fueron obligados a firmar en la bandera.

187
Villa falta a su juramento
LA visita de Villa el 17 de octubre, fue hecha durante la época en que había más
esperanzas de concordia. Cuando Villa juró y firmó sobre la bandera, la con-
vención aplaudió acaloradamente.
Pero ese mismo día vieron los delegados un incidente que perfilaba o esboza-
ba el futuro fin de la convención.
La cuestión de la eliminación de Carranza había sido el asunto principal, y
la mayoría de los delegados tenían la idea de que se reaUzaría solamente con la
eliminación de Villa y Carranza. En la lucha para salvar a su jefe, los villistas hi-
cieron repetidas amenazas. Pocas horas después de haber firmado la bandera, el
mismo Villa llamó a Villarreal, que era el presidente de la convención, a su ca-
rro particular, y le lanzó una especie de ultimátum a quemarropa en esta forma:
"Digo que si Carranza no se retira, habrá cuetazos."
Desde aquel momento, la coerción ejercida por Villa, se hizo más agresiva,
violenta e insoportable. Villa movilizó sus tropas a Rincón de Romos, y sus ofi-
ciales entraron a Aguascalientes en pequeñas partidas. En el pecho de algunos
delegados, entre ellos Gregorio Osuna, Marciano González y Murrieta, pusieron
los esbirros villistas sus revólveres, forzándolos de esta manera a que gritaran
vivas a Villa.
El delegado Manzanero, representante de los hermanos Arrieta, había disgus-
tado a Villa, porque había rehusado desconocer a Carranza; por esa causa fue
secuestrado, llevado a Zacatecas, y asesinado.
Al general Eduardo Hay se le puso en conocimiento, por algunos amigos, que
había un complot para asesinarlos a él y a Obregón. Esa misma noche, el auto-
móvil de Obregón fue clareado a balazos en un callejón oscuro; por fortuna,
el incidente pasó pocos momentos después de que el general había salido del
vehículo.
En la convención, todos los delegados protestaron contra atropellos y pidieron
garantías para sus personas. A Villa se le ordenó que retirara sus soldados de
aquellos lugares. Él no obedeció. El treinta y uno de octubre, como una protes-
ta, el general Villarreal se rehusó a seguir ocupando la presidencia de la con-
vención.
El cuatro de noviembre, las brigadas de artillería de Ángeles y Servín, entra-
ron a la ciudad. La convención suspendió sus sesiones por dos horas, hasta que
se cumplió con la orden de evacuación.
El día seis de noviembre, obligados por la coerción, se decretó la remoción
de Carranza y de Villa. El voto fue aplastante, ciento veintitrés contra veintiuno.
Se despachó un comité a Córdova a comunicarlo a Carranza. Durante el tiem-
po en que este comité desempeñaba su cometido. Villa sembró el terror.
Las tropas de Villa, pululaban por toda la ciudad. La convención había des-
aparecido prácticamente. Muchos delegados se apresuraron a salvar sus vidas.
Algunos fueron hechos prisioneros, y el resto atemorizado.
La "convención" que declaró rebelde a Carranza y nombró a Villa jefe de las
operaciones, se componía de setenta hombres, dieciocho de los cuales habían
sido desautorizados por sus poderdantes, quedando por consiguiente solamente
cuarenta y dos de los ciento cincuenta y cinco primitivos, y hay que agregar,
que aún estos cuarenta y dos individuos, no votaron unánimemente.
Villa arrojó el núcleo de sus fuerzas sobre la ciudad de México y la guarni-

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ción se vio obligada a evacuar la plaza sin combatir, porque no llegaron refuer-
zos oportunamente.
En la ciudad de México, fue asesinado García Aragón. El coronel David G.
Berlanga fue asesinado. Otros delegados fueron también asesinados. Pocos huye-
ron amparados por la sombra de la noche para ir a contar sus infortunios a la
frontera americana.
Finalmente, el "presidente" Gutiérrez también escapó, y en una memorable
ocasión reveló el hecho de que él había sido prácticamente un prisionero. Roque
González Garza, que fue "electo" sucesor de Gutiérrez, era enteramente una he-
chura de Villa. El hombre a quien éste había tenido más cerca en Aguascalientes,
el hombre que escribe elogios, apologías e historias inverosímiles de las hazañas
de Villa, y el hombre a quien Villa ha dado muchas canongías.
Para apoderarse del poder supremo. Villa dio simplemente un golpe de esta-
do, usando a Gutiérrez y a la "convención" como meros figurines para darse cier-
ta forma de legalidad —exactamente como lo hizo Huerta al hacer uso de Pedro
Lascurain y del atolondrado congreso maderista, veinte meses antes.
¿Por qué quiere Pancho Villa apoderarse del poder?
Se dice que no es, en primer lugar, para devolver las tierras a sus legítimos due-
ños, ni para realizar ningunas reformas populares, porque ningún hombre de Es-
tado, movido por el deseo de implantar la verdadera democracia, ha empleado
nunca los métodos autocráticos para llegar a aquellos fines.
Empezamos a penetrar en el asunto cuando nos ponemos a estudiar seriamen-
te la administración civil de Villa.
No se ha conocido por el público en general, el hecho de que Villa fue dicta-
dor absoluto del Estado de Durango, por un año completo, y de Chihuahua por
diecisiete meses. Puede inferirse casi con precisión lo que Villa hará en México,
teniendo presente lo que ha hecho con Chihuahua y Durango.

El lechero Hipólito Villa se convierte en "Emperador"


VILLA tiene un hermanito llamado Hipólito —hombre pesado, negro de color, la
voz gutural y los mostachos caídos como de chino. Antes de que Villa llegara
al poder, Hipólito era visto en las calles de Chihuahua en las ancas de un burro
que llevaba dos cántaros de leche. Hipólito era un vendedor ambulante de leche.
Ahora Hipólito se viste como un Duque de Venecia. Puede vérsele en las no-
ches bailar tango en las casas públicas de Ciudad Juárez. No es precisamente jo-
ven y hermoso, pero sí tierno y afeminado como una gallina.
Hipólito, por supuesto, es poderoso. A Hipólito, ridicula pero exactamente, se
le llama el Emperador de C. Juárez. Ciudad Juárez es el Montecarlo de la Amé-
rica, e Hipólito Villa su rey. Por cada vuelta de la ruleta y por cada barajada de
las cartas, el hermano Hipólito debe sacar su parte.
Las "buscas" de los kenos o loterías eléctricas, no bajan de cien dólares por
cada noche. La lotería, las carreras, los salvajes juegos de box, las peleas de ga-
llos y hasta las casas de mala nota, cada una paga su respectivo dividendo a Hi-
pólito. El juego y el vicio, son monopolios del Estado, de propiedad de Hipólito
Villa, por los que éste no paga licencia.
Hipólito Villa maneja una empacadora en Ciudad Juárez. Antes de la revolu-
ción contra Díaz, don Luis Terrazas tenía no menos de un millón de reses. Cuan-

189
do Villa arrojó el último soldado huertista de Chihuahua, quedaban en el estado
trescientas mil reses, según cálculos aproximados.
Villa confiscó todas las propiedades de Terrazas, pero el ejército que ha habi-
do en el norte, fue siempre menor de veinte mil hombres, y veinte mil soldados
no pueden comerse ni aún los productos de trescientas mil vacas.
Por eso Hipólito estableció su empacadora. Hipólito mismo blasona de que
nunca ha pagado un solo centavo por la materia prima, o sean las vacas, ni si-
quiera un dólar por fletes.
Hipólito es además un arbitro en lo relativo a importaciones y exportaciones.
Hay un decreto que prohibe la importación de casi toda clase de objetos de va-
lor. Pero téngase la seguridad de que cualquiera puede exportar lo que se le an-
toje, después de haber gratificado a Hipólito.
Allá por los días del año nuevo, se decía en los garitos del juego, que el anti-
guo lechero había logrado depositar en los bancos americanos, cuatro millones
de dólares.
La benéfica política de Francisco Villa, no cae solamente sobre Hipólito.
Félix Sommerfield, un filibustero sin nacionalidad definida, tiene el privilegio
exclusivo de importar y vender la dinamita en el Estado de Chihuahua. Tengo
en mi poder una carta de una compañía minera, en la que se queja de los pesa-
dos derechos de importación puestos por Sommerfield, y dejando enteramente
comprobado que por cada dólar que paga la compañía por esos derechos, Som-
merfield recibe la miseria de sesenta y dos centavos y medio y los villistas veinti-
siete y medio centavos.
Cuando Villa trató de exportar ganado a los Estados Unidos, se encontró allí
que ciertas autoridades se oponían a la venta de reses. Pero era mucho más fácil
vender los cueros. Alberto Madero y Juan Kraft, un pariente político de los Ma-
dero, mataban miles de reses para aprovecharse solamente de los cueros para
exportarlos, dejando que la carne se pudriera en los mataderos. Villa es un ex-
celente amigo de los Madero.
Más tarde se le dio a una compañía el privilegio de exportar las pieles en todo
el territorio controlado por Villa. En enero se dijo en la ciudad de México, que
pieles por valor de dos millones de pesos, habían sido confiscadas en favor de esa
compañía.
El viejo general Terrazas que vigilaba en El Paso, Tex., la exportación de su
ganado, dio su consentimiento para la exportación. Una compañía americana le
dio a Villa cien mil pesos por el privilegio de exportar veinticinco mil terneras y
convinieron en pagarle a Terrazas ocho pesos por cada una que pasara la línea.
Más tarde se quejó la compañía de que perdía en el negocio, porque Hipólito
Villa, ilusionado por la nueva empacadora, trataba de absorber toda la carne po-
sible y ponía obstáculos a la compañía.

Millonarios de la noche a la mañana


CUANDO Lázaro de la Garza fue nombrado agente financiero villista en Chihua-
hua, era un hombre sin cuartilla. Recientemente compró un hermoso chalet en
El Paso, Tex. De la Garza tiene la reputación de haberse hecho dos veces millo-
nario en el término de seis meses.
Fidel Ávila y Silvestre Terrazas, gobernador villista y secretario de estado, res-
pectivamente, de Chihuahua, se han hecho rápidamente ricos también. El último

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no es pariente de la familia Terrazas; era editor de El Correo de Chihuahua, y
fue uno de los que delataron los atropellos de los Creel-Terrazas. Hoy, el anti-
guo editor, engorda por los mismos métodos que antes había combatido.
El método favorito de Ávila para hacerse de dinero, es el de obligar a las com-
pañías mineras a que compren dinero villista para pagar a sus operarios, el que
se le vende en la Tesorería del Estado, a razón de veinticinco centavos oro el
peso mexicano. Después compra otra vez los bilimbiques en El Paso, Tex., a
precio de plaza, que fluctúa entre diescicéis y cinco centavos oro por cada peso.
En el Estado de Durango don Rafael Aguirre, padre del general ex-villista
Eugenio Aguirre Benavides, tenía el monopolio del juego y del vicio sobre las
mismas bases que Hipólito lo tiene en el Estado de Chihuahua.
Villa le dio a Emilio Madero el privilegio exclusivo de exportar maíz del Es-
tado de Durango.
En la segunda toma de Torreón, Villa juntó a todos los españoles residentes
de la ciudad, y les dijo que él quería matarlos a todos, con sus mujeres y sus hi-
jos; pero que como eso podría traer complicaciones internacionales, solamente los
expulsaba del país y tomaba sus propiedades.
Una de estas propiedades valía algunos millones de pesos en algodón limpio,
empacado y listo para ser exportado. Villa regaló algunos carros de algodón a
sus generales, a Hipólito Villa, a Lázaro de la Garza y a otros.
La presión ejercida por el señor Carranza y los Estados Unidos, lo obligaron
a ceder un poco y a vender algo de algodón a los mismos propietarios. Pagando
a Villa veinte pesos por paca y cierta comisión a un americano amigo de éste,
algunas de las víctimas pudieron recobrar alguna parte de su propiedad.
Villa decretó una contribución de guerra sobre el algodón, de quince pesos por
paca a los mexicanos y veinte a los españoles; en aquel tiempo, el algodón valía
quince centavos oro la libra en los Estados Unidos. Con motivo de la contribu-
ción de guerra y la dificultad para exportarlo, el algodón se vendía en Torreón,
Coah., a cinco centavos. A su amigo Alberto Madero, lo exceptuó Villa de pagar
la contribución de guerra y la exportación. Madero trajo y embarcó más de dos-
cientos carros de algodón, conteniendo diez mil pacas. Sus ganancias fueron de
más de medio millón de pesos oro.
En una ocasión, había de quinientos a seiscientos carros de algodón en los pa-
tios de la estación del ferrocarril en Ciudad Juárez esperando la oportunidad de
ser exportado con seguridad. Prevalecía entonces una orden de Villa para fusilar
a cualquiera que se acercara a los carros, o que intentara localizar o identificar
la fibra confiscada.
Un hacendado español pagó siete mil dólares a Villa por el permiso de volver
a su hacienda, levantar su cosecha del año de 1914 y disponer de ella a su an-
tojo. Cosechó el algodón, lo empacó, y luego se lo quitaron.
Se dice que Villa ha dividido las tierras entre los peones. En una ocasión de-
cretó la distribución de algunos terrenos de Chihuahua, en lotes de sesenta y dos
acres y medio cada uno.
Pero este decreto, nunca se llevó a la práctica. Lo que aconteció fue que las
grandes haciendas cambiaron únicamente los nombres de sus propietarios.
Por ejemplo, el general Tomás Urbina R.. se hizo uno de los más grandes ha-
cendados y ricos ganaderos del Estado de Durango.

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Villa dio al general Orestes Pereyra la Hacienda de Balboa, que mide ciento
veinticinco leguas cuadradas y está valuada en un millón de dólares.
Villa dio al General José Isabel Robles la hacienda de La Flor, que tiene vein-
ticinco leguas cuadradas de extensión y es un campo algodonero de primera.
Villa dio a Santiago Winfield las grandes propiedades que pertenecían a la fa-
milia Cárdenas.
Villa dio a Rafael Malacara, una hacienda que éste vendió de nuevo a su ver-
dadero dueño por veinticinco mil pesos.
Villa dio a Lázaro de la Garza algunas haciendas, entre las que figuran la mag-
nífica propiedad del coronel Carlos González.
Villa dio al coronel Roque González Garza, después su "presidente", el rancho
del Carrizal.
El secreto del éxito como capitán de bandidos está en la generosidad para re-
partir los despojos o el producto de los latrocinios, entre los bandidos más pe-
queños. Verdaderamente, ser bandido en tiempo de Díaz no parecía ser un gran
crimen. Pero Villa ha sido bandido durante veinte años.
Cuando como jefe revolucionario. Villa se apodera de una población, no deja
nada de valor, pues todo ello se lo incauta sin el menor escrúpulo. Diamantes,
joyas, vajillas, pedrería, y en general toda clase de objetos de valor, no van a
parar al fondo general, sino que son distribuidos entre sus oficiales. El general
Tomás Urbina, segundo de Villa, muestra con gran orgullo sus vellosas manos,
casi cubiertas con anillos de diamantes, he contado trece, que debe ser lo mejor-
cito en dos años de rapiña.
Cuando los bandidos se apoderan de una hacienda, las mujeres son considera-
das como parte del botín. Cuando el general Urbina, que perteneció a la gavilla
de bandidos que mandaba Villa, tomó la ciudad de Durango, les dio a sus sol-
dados veinticuatro horas de libertad para hacer lo que quisieran. Centenares de
mujeres fueron ultrajadas en las calles públicas. Cuando alguien se quejó Urbina
se puso furioso.
"¿No tomaron ellos la ciudad?" "¿No es de ellos?" —preguntaba él—. "Uste-
des deben agradecer a mis soldados que los dejaron con vida.
Se asegura que Villa mismo busca siempre nueva consorte en cada ciudad que
visita. Como ejemplo de esto puede citarse el caso de la señorita Concepción del
Hierro, del que dieron cuenta los periódicos en enero. La señorita del Hierro es
hija de padres ricos, y después de rehusar las ofertas de Villa, fue raptada por
cincuenta soldados en Jiménez, y esto acasionó que Villa dilatara o llegara un
día después de la fecha fijada para la cita con Scott en Ciudad Juárez, pues tuvo
que detenerse a atender primero a la señorita Del Hierro.
Villa se ha casado tres veces por la Iglesia Católica. Dos de estas esposas vi-
ven en Chihuahua, en casas separadas que han sido confiscadas a ricos de aquel
lugar, que han emigrado del país.
Mi conclusión es que Francisco Villa, jefe del mal llamado Gobierno Conven-
cionista, es aún Doroteo Arango, alias Doroteo Castañeda, alias Pancho Villa -
Bandido.
Villa no ha desarrollado o expuesto ningunas ideas sociales o una conciencia
social. Su sistema es el sistema de Díaz elevado a la N potencia. Latrocinio, te-
rror —dos palabras que lo explican. La teoría de Villa es que el estado existe
para él y sus amigos.

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Algunos americanos dirán que esta es la teoría aceptada por todos los políti-
cos mexicanos. Esto no es la verdad. Conozco mexicanos que son tan sinceros,
tan valientes, tan eficientes y están tan bien ilustrados como cualquier america-
no. Y algunos de éstos, están al frente en la presente lucha.
Finalmente, al inaugurar su campaña contra Carranza, Villa recibió la simpa-
tía temporal, al menos, del Gobierno del Presidente Wilson.
Dos brillantes artículos del escritor anericano Juan Kenneth Turner, autor de
México Bárbaro, traducidos y anotados por los periodistas mexicanos Celso B.
TrujiUo y Alberto Ruiz Sandoval.
El Paso, Tex.. abril de 1915.

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