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Richard Rorty, J. B.

Schneewind, Quentin Skinner


PAl DOS STUDIO/BASICA (compiladores)

LA FILOSOFIA EN LA HISTORIA
Ensayos de historiografía de la filosofía
Colaboraciones de:

Charles Taylor
Alasdair Maclntyre
Richard Rorty
Lorenz Krüger
lan Hacking
Bruce Kuklick
Wolf Lepenies
J. B. Schneewind
Quentin Skinner

Sk
ediciones
PAIDOS
Barcelona
Buenos Aires
México
I l i n i o <•111 •111: 1 1 rhihsophy in History
i‘<1 1.11 , .i.l.. n i inglés por Cambridge University Press, Cambridge

I I ...I....... mi .!«• liiluardo Sinnott

SUMARIO

1 i.l.H i i.i .lo Julio Vivas P r e f a c i o ........................................................................................................ 11


Colaboradores ...............................................................................................13
I n t r o d u c c ió n ...........................................................................................................15
/ ■'rJtrmn. / <M0 1. La filosofía y su h isto ria, Charles T a y l o r ....................................... 31
2. La relación de la filosofía con su pasado, Alasdair M acintyre 49
3. La histo rio g rafía de la filosofía: cu atro géneros, R ichard
R o r t y .............................................................................................................69
4. ¿P or qué estudiam os la h isto ria de la filosofía?, Lorenz
K r ü g e r ......................................................................................................99
5. Cinco parábolas, la n H a c k i n g .........................................................127
6. Siete pen sadores y cóm o crecieron: D escartes, Espinoza,
Leibniz; Locke, Berkeley, H um e; K ant, B ruce K u klick . 153
7. «Cuestiones in teresantes» en la h isto ria de la filosofía y en
o tro s ám bitos, W olf L e p e n i e s .........................................................171
8. La C orporación Divina y la h isto ria de la ética, 3. B. Schnee-
>*M..i.iii <i|'iii«isamciitc prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», w i n d t ........................................................................................................... 205
i ip-1 ' - ..Miciocio.s establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cual* 9. La idea de lib ertad negativa: perspectivas filosóficas e his­
•i"i.. iim.Ihmi procedimiento, comprendidos la reprografia y el tratamiento informático, y !a dis-
. ..........I»- ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. tóricas, Q uentin S k i n n e r ................................................................227
I ndice a n a l í t i c o ............................................................................................ 261
■ r>:; I t.y Cambridge University Press, Cambridge
■I. ludas las ediciones en castellano,
I <11, i.mos Paidós Ibérica, S. A.;
M a r ia n o t'u b i, 92 - 08021 Barcelona
v I .lililí ial Paidós, SAICF,
I >. lousa. 899 - Buenos Aires.

l'OtN- 8.L 7509-582-8


I >. p.isilo legal: B-204/1990

Inipiesii on llurope, S. A.,


. Peen redo, 2 - 08005 Barcelona

Impíos.) en lispaña - Printed in Spain


A M aurice M andelbaum
PREFACIO

Las conferencias publicadas aquí fueron dictadas com o ciclo con


el títu lo general de «La filosofía en la histo ria» en la U niversidad
Johns H opkins d u ra n te 1982 y 1983. Ese ciclo fue posible gracias
a u n a subvención de la F undación Exxon p a ra la E ducación, cuyo
presidente, d o cto r R obert Payton, hizo cuanto u n am igo generoso y
paciente podía h acer p a ra ayudarnos en cada u n a de las etap as de
n u e stra em presa. Su estím ulo y su fe en el proyecto nos alen taro n
constantem en te a lo largo de todos n u estro s cam bios de planes. E sta­
mos p ro fu n d am en te agradecidos p o r esa confianza y p o r la genero­
sidad de la Fundación.
Deseam os ex p resar n u estro agradecim iento a la U niversidad Johns
H opkins p o r hab ern o s perm itid o el uso de sus servicios de co ntabi­
lidad y p o r habernos p roporcionado los m edios p a ra celeb rar nues­
tra s reuniones. De los cuidados p ráctico s de la organización se hizo
cargo la señora N ancy Thom pson, del D ep artam en to de Filosofía de
la U niversidad Jo h n s H opkins, quien resolvió las dificultades del
otro lado del Océano y las contingencias locales con igual habilidad
y paciencia. Le expresam os n u estro m ás cálido agradecim iento. De­
seam os tam b ién ex p resar n u e stra g ra titu d al señor T. Cleveland p or
su ayuda, y n u estro p rofundo agradecim iento a Jo n ath an Sinclair-
W ilson, n u estro e d ito r en la C am bridge U niversity Press, y a E lizabeth
O’Beirne-Ranelagh, quien corrigió los m an uscritos, p o r el cuidado y
la eficiencia que p u siero n de m anifiesto en todas las etapas de la
producción de este libro.

R ichard R orty
J. B. SCHNEEWIND
Q uentin S kinner
COLABORADORES

Ian Hacking es P rofesor de H istoria de la Filosofía de la Ciencia y


la Tecnología en la U niversidad de Toronto. Sus libros com prenden
The Em ergence o f P rohabüity (1975) y R epresenting and Intervening:
In tro d u cto ry Topics in the P hilosophy o f N atural Science (1984).

Lorenz Krüger es P rofesor de Filosofía en la U niversidad L ibre de


B erlín. Sus publicaciones com prenden artícu lo s acerca de la filosofía
de la ciencia y acerca de la h isto ria de la filosofía m oderna, y dos
libros: R a tionalism us un d E n tw u r t einer universalen Logik bei Leib-
niz (1969) y Der B eg riff des E m p irism u s: E rken n tn isth eo retisch e Stu-
dien am B eispiel John L ockes (1973).

Bruce Kuklick es P rofesor de H isto ria en la U niversidad de Pennsyl-


vania. Sus libros com prenden: Josiah Royce: An In tellectu a l Biogra-
p h y (1972), The R ise o f Am erican Philosophy: C ambridge Massachus-
sets, 1860-1930 (1977) y un estudio de próxim a aparición, C hurchm en
and Philosophers: From Jonathan E d w ards t'o John Dewey, 1746-1934.

W olf Lepenies es P rofesor de Sociología en la U niversidad Libre de


B erlín y actu alm en te m iem bro de la E scuela de Ciencias Sociales del
In stitu to de E studios S uperiores de P rinceton. Sus libros incluyen
M elancholie un d G esellschaft (1969), Soziologische Anthropologie
(1971) y Das E n d e der N aturgeschichte (1976).

Alasdair M aclntyre es P rofesor de Filosofía en la U niversidad Van-


derbilt. Sus libros incluyen A S h o rt H istory o f E th ics (1966) y A fter
V irtue (1981)
Richard Rorty es P rofesor de H um anidades en la U niversidad de
Virginia. Sus libros incluyen Philosophy and the M irror o f Natu-
re (1979) y The C onsequences o f P ragm atism (1982).
J. B. Scheneewind es P ro feso r de Filosofía en la U niversidad Johns
H opkins. Sus libros incluyen B ackgrounds o f English V ictorian Lite-
rature (1970) y S id g w ick’s E thics and V ictorian Moral Philosophy
(1977).
Quentin Skinner es P rofesor de Ciencias Políticas en la U niversidad
de C am bridge y m iem bro del C h rist’s College. Sus publicaciones in­
cluyen Foundations of M odern Political T hought (1978) y Machiave-
lli (1981).

Charles Taylor es P rofesor de Filosofía en la U niversidad McGill.


Sus lib ro s com prenden The E xplanation o f Behaviour (1964), Hegel
(1975), H egel and M odern Society (1979). Dos volúm enes de sus Philo-
sophical Papers ap arecerán próxim am ente en la C am bridge Univer-
sity Press.
INTRODUCCION

Im agine el lecto r u n a o b ra en m il volúm enes titu lad a H istoria


intelectual de Europa. Im agine adem ás u na g ran asam blea de pensa­
dores redivivos en la cual a cada u n a de las p ersonas m encionadas
en las páginas de esa o b ra se le entrega u n ejem p lar y se le pide
que com ience p o r leer las secciones referen tes a él m ism o y después
lea altern ativ am en te h acia atrá s y hacia delante h asta que llegue
a dom inar los m il volúm enes. Una o b ra ideal con ese títu lo ten d ría
que llen ar las siguientes condiciones:
1. La p erso n a cuyas actividades y cuyos escritos son tra ta d o s en
ella halla ese tra ta m ie n to inteligible, salvo las observaciones inciden­
tales que dicen cosas com o: «Más tard e esto fue conocido com o ...»,
y: «Puesto que aún n o se había establecido la distinción e n tre X e Y,
el em pleo que A hace de “Z ” no puede ser in terp re tad o com o ...»,
y llega a en ten d e r aun esas observaciones cuando continúa leyendo.
2. Al co n clu ir el libro cada u na de las p ersonas tra ta d a s avala el
tra ta m ie n to que se h a hecho de él como, p o r lo m enos, razonable­
m ente preciso y benévolo, p o r m ás que, p o r supuesto, no lo en­
cu en tre lo b a sta n te detallado.
3. E n el m om ento en que h an leído el libro de cabo a rabo los
m iem bros de la asam blea se hallan en tan buenas condiciones de
in terc am b ia r opiniones, arg u m e n tar y to m ar p a rte en u n a investiga­
ción colectiva acerca de tem as de in terés com ún, com o las fuentes
secundarias p a ra las obras de sus colegas lo perm itan.
Ello parece c o n stitu ir u n ideal plausible de la h isto ria intelectual
p o rq u e esperam os que u n a h isto ria así nos p erm ita p ercib ir a E u ro p a
com o (p a ra decirlo con la frase de H ólderlin ad ap tad a p o r G adam er)
«la conversación que somos». Tenem os la esperanza de que esa h isto ­
ria intelectu al u rd irá un hilo de creencias y de deseos superpuestos
lo b a sta n te grueso p ara que podam os rem o n tarn o s en la lectu ra a
través de los siglos sin ten er que p reg u n tarn o s nunca: «¿Por qué
h om bres y m u jeres dotados de razón han pensado (o h an hecho)
eso?» P ensam os pues que u n a H istoria intelectual de Europa ideal
debiera p e rm itir que, p o r ejem plo, Paracelso se pusiese en com u­
nicación con A rquím edes p o r u n lado y con Boyle p o r el otro. Debie­
ra h a c e r que Cicerón, M arsilio de P adua y B entham pudiesen iniciar
16 INTRODU CCIÓN 17
LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA

una discusión. R enunciar a tales esperanzas, c reer que e n p u n to s trao rd in a riam en te im aginativo y productivo que ha urd id o u n relato
cruciales no h ab rá concordancia y que en algún sentido se re g istra rá desm esuradam ente extenso y divagatorio que debe ser re co n stru id o a
u na «inconm ensurabilidad» tan grande que im pida el diálogo, es p a rtir de las cartas del escrito r a sus am igos, los recuerdos de esos
re n u n ciar a la idea de progreso intelectual. Tal pesim ism o debe re­ am igos, anotaciones hechas en viejos papeles de envolver, c a rta s de
signarse a ver en «la h isto ria del pensam iento europeo» una errónea rechazo de los editores y, asim ism o, a p a rtir de los m an u scrito s con­
caracterización de lo que en realidad es una m iscelánea de trad icio ­ servados. Aquel albacea debe p e n e tra r en el m undo de los textos
nes en cerrad as cada u n a en sí m ism a. De acuerdo con ese m odo de con la decisión de p eg ar unos con otros los fragm entos y o b ten er la
ver, no debiéram os em p ren d er u n a h isto ria intelectual, porque lo versión idealm ente com pleta de esa o b ra de ficción. No debe p erm i­
que se req u iere es algo que se parece m ás a u n a serie de inform es tirse in d ag ar cuáles de sus p arte s se basan en caracteres de la vida
etnográficos. Tal pesim ism o es característico de aquellos a quienes real ni si ap ru eb a su tono m oral. No se ve a sí m ism o com o si estu ­
ha im p resionado el ca rác te r m arcad am en te extraño de algunas for­ viese escribiendo un relato de progreso o de declinación po rq u e, p a ra
m as de ex presarse y de a c tu a r del pasado europeo y el ca rác te r m a r­ los propósitos de su trab ajo , no su sten ta ninguna opinión acerca
cadam ente anacronístico (esto es, ininteligible p a ra las figuras que cóm o debe se r el desenlace.
son tra ta d a s ) de gran p a rte de la h isto ria intelectual. P ara sus lectores, en cam bio, las cosas son distin tas. Lo típico es
Se h a discutido m ucho e n tre los filósofos de la ciencia y en tre los que lean su libro com o el relato de un progreso: u n progreso en el
h isto riad o re s si ta l pesim ism o está justificado, es decir, si las dis­ cam po de su especial in terés o de cuestiones que les incum ben espe­
continuidades, las revoluciones intelectuales y las ru p tu ra s epistem o­ cialm ente. (Algunos, p o r cierto, pueden leerlo com o el relato de una
lógicas deben ser in te rp re ta d a s sim plem ente com o m om entos en los declinación, pero tam bién ellos lo ven com o poseyendo u n a dirección.
cuales la com unicación se to rn a difícil o com o m om entos en los que Se preocu p an p o r cómo h a de ser el desenlace.) Sus lectores autom á­
se to rn a v erd aderam ente im posible. C reem os que ese pesim ism o no ticam ente com entan d istin tas secciones con frases com o: « p rim er
está justificado, que siem pre hay lo que se ha llam ado «cabezas de reconocim iento del hecho de que p», « p rim era ap rehensión clara del
p u en te racionales» —no criterios de alto nivel sino trivialidades de concepto C» y «falta de reconocim iento de la irrelevancia de p p a ra r».
b ajo nivel— que h an posibilitado el diálogo p o r encim a de los abis­ Si el lecto r es un filósofo que está m od erad am en te satisfecho con el
mos. Pues no deseam os d iscu tir la cuestión de si es posible escribir estado actual de su disciplina, se so rp ren d erá diciendo cosas com o
la H istoria intelectual de Europa, sino m ás bien la cuestión siguien­ «Aquí la filosofía se disocia d e... y com ienza a ten er u na h isto ria p o r
te: en la suposición de que la h u b iera escrito, ¿cuál sería su relación sí m ism a» o «Ahora m e doy cu enta de que las figuras realm en te im­
con la h isto ria de la filosofía? p o rta n te s de la h isto ria de la filosofía fueron...». Todos los juicios
Tal cuestión se p lan tea ría igualm ente si se sustituyese «filosofía» de ese tipo son in ten to s de p o n er las opiniones propias acerca de lo
p o r «economía», «ley», «m oralidad» o «la novela». P orque en la que se tra te , en conexión con u n relato acerca del descubrim iento
H istoria intelectual de E uropa no se traz an líneas de dem arcación gradual de esos hechos y del descubrim iento, aun m ás gradual, de u n
e n tre géneros, tem as o disciplinas. E n realidad, un libro ideal con léxico en el cual se puedan fo rm u lar las p reg u n tas p a ra las cuales
ese títu lo no se p o d ría escrib ir sin h ab e r puesto en tre p arén tesis la sus prop ias opiniones son respuestas.
discusión de si d eterm in a d a cuestión e ra filosófica, científica o teo­ Cuando un filósofo se dirige a la H istoria intelectual de E uropa en
lógica, o si determ inado problem a lo e ra de m oral o de costum bres. busca de m ateriales p a ra u n a H istoria de la filosofía occidental, la
Dicho en térm inos m ás generales, en u n a h isto ria com o ésa debieran selección que él haga no dependerá únicam ente de la década y del
ponerse en tre parén tesis la m ayoría de las cuestiones concernientes país en los que escribe, sino tam bién de sus in tereses especiales en
a la referen cia y a la verdad. P ara los propósitos de su tra b a jo , el el ám bito de la filosofía. Si está in teresado fu n d am en talm en te en la
a u to r de una h isto ria así no se preocupa p o r com probar si Paracelso m etafísica, en la epistem ología y en la filosofía del lenguaje, ten d erá
estab a acertad o respecto del sulfuro o Cicerón respecto de la re ­ a p asa r p o r alto los vínculos en cuanto a convicciones y a léxico que
pública. Sólo le in teresa conocer lo que cada uno h u b iera dicho en en la H istoria intelectual de E uropa unen e n tre sí a E spinoza y a
re sp u esta a sus contem poráneos, y facilitar la com unicación entre Séneca. E s ta rá m ás in teresad o en los lazos que u n en a E spinoza con
todos ellos y sus predecesores y sus sucesores. E n sus m il volúm enes D escartes. Si se dedica fu n d am en talm en te a la filosofía de la religión,
nu n ca se p re sta ría atención a la p regunta: «¿De qué h ab lan esas p re s ta rá atención a las conexiones existentes e n tre E spinoza y Filón,
personas?», y m ucho m enos a la pregunta: «¿Cuál de ellas tenía ra ­ y se in te re sa rá m enos p o r las que vinculan en tre sí a Espinoza y
zón?» P or eso su a u to r debe escrib ir u n a crónica antes que un tr a ­ Huygens. Si se especializa en filosofía social, aten d erá m ás a la re­
tado. E s com o el albacea literario de un e sc rito r de ficciones ex- lación de E spinoza con H obbes que a su relación con Leibniz,
18 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA INTRODUCCIÓN 19

E spinoza re p resen tó u n p u n to nodal en u n tejid o de relaciones y ro com o el significado de u n a frase d ada y c o n fro n tar entonces ese
de preocupaciones p a ra el que no es fácil h a lla r u n equivalente en la significado con los hechos. Pero no es evidente que la H istoria inte­
organización de la vida intelectual del presente. A E spinoza no podría lectual de E uropa nos hable acerca de lo que las frases del pasado
h aberle sido sencillo resp o n d er a la preg u n ta de si lo que se hallaba significan. La lectu ra com pleta de la versión ideal de ese libro (actu a­
«en el ce n tro de su filosofía» era su in terés en el tem a de Dios, en lizada h a sta el año a n te rio r) colocaría al supuesto h isto riad o r de la
el del E stad o , en el de las pasiones, en el de la física m atem ática filosofía en condiciones óptim as p a ra asignar u n significado a u n a
o en el de lo que m ás tard e se conoció com o «teoría de las Ideas». frase incluida en u n texto del pasado. Pero eso es com o decir que el
Pero el a u to r de una H istoria de la filosofía occidental se ve en la p asa r años de su vida con los m iem bros de u n a trib u , ch arlando con
necesidad de fo rm u lar preg u n tas tales. El debe m ira r los escritos ellos, coloca al antropólogo en la posición ó p tim a p a ra tra d u c ir sus
de E spinoza com o organizados en to rn o de ciertos problem as defi- expresiones. Es así, p ero le puede q u ed ar aú n m uchísim o tra b a jo p o r
n id am ente filosóficos y se p a ra r la discusión de esos problem as de realizar antes de ser capaz de actu alizar esa capacidad. Una cosa es
«los in tereses tran sito rio s de la época de Espinoza». e sta r de acuerdo con el juego del lenguaje de otro, y u n a cosa dife­
E l hecho de que el a u to r de la H istoria intelectual de E uropa pueda re n te tra d u c ir ese lenguaje al propio. De igual m anera, u n a cosa es
ig n o rar tales cuestiones aligera su ta re a y, en el fondo, la hace po­ h ab e r llegado a conocer a fondo la H istoria intelectual de Europa, y
sible. E n su o b ra no se caracteriza a Espinoza com o «filósofo» —en u n a cosa d iferen te es sab e r cómo fo rm u lar u n a de las frases citadas
tan to opuesto a «científico»— ni com o «rabino renegado» ni com o en ella de m odo ta l que p erm ita co n fro n tarla con la realid ad del
«racionalista» o «pan-psiquista». Se hace m ención de esos térm inos, m undo.
pero no se los em plea. La m edida de su tino y, p o r tan to , el grado E sa laguna existe en la m edida en que el léxico em pleado en las
en que su o b ra se acerca al ideal, reside en gran m edida en su em ­ frases nos choca a nosotros, m odernos, com o u n a m an era inadecuada,
pleo de las com illas. Su libro no es de ayuda si se tra ta de co n stru ir desm añada, de d escrib ir el m undo o de p lan tea r los p roblem as p o r
u n reticu lad o en el que E spinoza halle su lugar, es decir, que m ues­ tra ta r. P o r eso estam os ten tad o s de decir cosas como: «Bien, si se
tre que era u n «gran filósofo» o que no lo era. considera que eso significa p, entonces es ciertam en te verdadero, y
C o n stru ir u n reticulado así —esto es, elab o rar los criterios que en realid ad trivial; pero si se considera que significa q, entonces...»
sirv an p a ra resp o n d er a p reguntas com o: «¿Debemos incluir a Es­ La lectu ra de la H istoria intelectual de E uropa no nos ayuda, por sí
pinoza (o, p a ra co n sid erar casos m ás problem áticos, a M ontaigne o a m ism a, a sab er cóm o debem os considerarlo. Pues si bien ese libro
E m erson) en tre los filósofos?» o «¿Debemos incluirlos en tre los gran­ puede p erm itirn o s sab er lo que el em isor original de la frase quiso
des filósofos?»— supone disponer de u n a concepción acerca de la decir con ella, lo que h ab ría respondido an te to d a u n a serie de p re­
relación en tre la h isto ria in telectual y la realid ad de las cosas. P or­ guntas form u lad as p o r sus contem poráneos a pro p ó sito del tipo de
que la idea de un «lugar propio» requiere u n m undo intelectual rela­ acto de habla que estab a llevando a cabo y a p ro p ó sito de la audien­
tivam ente cerrado, esto es, u n determ inado esquem a de la realidad cia y la incidencia que aguardaba, toda esa inform ación nos sería de
y, p or tanto, de los problem as que la realidad p lan tea a la inteligen­ de poca u tilid ad en el m om ento de o p ta r en tre la in terp retació n de
cia q u e la indaga. Exige que uno sepa b a sta n te acerca del m odo en la frase, con vistas a su confrontación con la realidad, com o p o
que el m undo (y ju stam en te no el m undo de las estrellas, los vege­ com o q. «P» y «q» son frases de nuestro lenguaje, frases adecuadas
tales y el b arro , sino el de los poem as, los dilem as m orales y p olíti­ y elegantes destin ad as a a ju sta rse a los perfiles del m undo tal como
cos tam bién) se divide en áreas y en problem as, problem as resueltos nosotros lo conocem os. Los predicados que ellas contienen reg istran
o p o r resolver. El a u to r de la H istoria intelectual de E uropa tiene las especies de cosas en las que sabem os que el m undo se divide
que h acer de cu enta que no sabe cóm o es el m undo. (p o r ejem plo: estrellas y galaxias, p ru d en cia y m oralidad). La facili­
E s te n ta d o r ex presar la diferencia existente en tre n u estro h isto ­ dad p a ra em p lear m odos de h ab lar inadecuados y desm añados que
ria d o r in telectual ideal y el au to r de u n a H istoria de la filosofía occi­ p roporciona una acabada fam iliaridad con la H istoria intelectual de
dental diciendo que el p rim ero se ocupa con los significados de ex­ E uropa nos ayuda m uy poco en el m om ento de sab er cuál de esas
presiones pasadas en tan to que el segundo se ocupa asim ism o con su elegantes altern ativ as hay que p referir.
verd ad y con su im portancia. El prim ero p re sta atención a las p au tas Es te n ta d o r p lan tea r la cuestión de si el significado o la referencia,
p a ra el em pleo de los térm inos; el segundo, a la relación e n tre ese o am bas cosas, de los térm inos em pleados en u n a frase así h an cam ­
em pleo y la realid ad de los m undos físico y m oral. P ero tal m an era biado en lo que va desde los tiem pos del a u to r a los nuestro s. Pero
de fo rm u lar la cuestión es, y h a sido, m uy errónea. P orque sugiere no es evidente que uno u o tro tipo de h isto riad o r deba fo rm u lar ne­
que el segundo de los au to res puede co n sid erar la p alab ra del prim e­ cesariam ente esa cuestión. E l reciente d ebate de tales tem as p o r p ar­
20 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA
INTRODUCCIÓN 21
te de los filósofos de la ciencia y de los filósofos del lenguaje fue
inspirado in d u d ablem ente por problem as suscitados en la histo rio ­ ta l pasado.» * M ediante la exclusión de algunas frases com o irrelev an ­
grafía de las ciencias natu rales. P ero si b ien ese d ebate h a servido tes p a ra sus p ro pósitos y p a ra los p ro pósitos que el propio a u to r se
p a ra am p liar y p a ra p ro fu n d iz ar el ám bito de consideraciones y ejem ­ h u b iera fijado en caso de conocer m ejo r las cosas, y haciendo una
plos juzgados relevantes en la sem ántica filosófica, no ha producido benévola presen tació n de lo re stan te, ayuda al filósofo m u erto a
resu ltad o s que p erm itan a los h isto riad o res com prender con m ayor a c tu a r an te u n nuevo público.
clarid ad sus tare as o sus m étodos. Tam poco parece pro b ab le que ello Ese m odo de d e p u ra r y de p a ra fra se a r da lu g ar a u n a h isto ria que
vaya a o c u rrir en el fu tu ro . Pues si bien ha sido la h isto ria de la en n ad a se asem eja a u n a selección de textos de la H istoria intelec­
tual de Europa. P ero es m en ester re c u rrir a él si se desea disponer
ciencia la que originó m uchas de las discusiones actuales ac erc a de
de u n a h isto ria «de la filosofía» o «del p ro b lem a de la relación en tre
la significación y la referencia, esas discusiones se h an ap artad o aho­
el alm a y el cuerpo» o «del em pirism o» o «de la m oral secular».
ra tan to de la p rá ctica de la in terp retació n , que re su lta dudoso que
D ecir que tales h isto rias son an acro n ísticas es d ecir u n a verdad, p ero
los h isto riad o res p u ed an e sp e ra r que su rja algo así com o una «teoría
irrelevante. Se da p o r sentado que son an acro n ísticas. El an tro p ó lo ­
de la in terpretación». Ni la controversia en tre G adam er y B etti acer­ go no lleva a cabo su ta re a si m eram en te nos propone enseñarnos
ca de la o b jetiv id ad de la in terp retació n , ni la de C harles Taylor y a c h a rla r con su trib u favorita, a iniciarnos en sus rito s, etcétera.
M ary H esse acerca de la distinción en tre G eistesw issenschaften y Na- Lo que querem os que se nos diga es si esa trib u tiene algo in tere­
tu rw issenschaften, ni la de D avidson y D um m ett respecto del holism o san te p a ra con tarn o s: in tere sa n te p a ra nuestras perspectivas, que
en sem ántica, ni la concerniente a la variabilidad de u n a teo ría causal responden a nuestras preocupaciones, que nos in fo rm a acerca de lo
de la referencia, p arecen ten er la p ro b ab ilid ad de in fo rm ar al p re te n ­ que nosotros sabem os que existe. El antropólogo que rechace esa
dido h isto ria d o r de la filosofía m ás de lo que él ya sabe acerca del ta re a aduciendo que la d ep u ración y la p aráfra sis d isto rsio n arán y
m odo de u tilizar la H istoria intelectual de E uropa p a ra h allar la m a­ traic io n a rán la in teg rid ad de la cu ltu ra de la trib u , ya no será a n tro ­
te ria p rim a que necesita. Los m il volúm enes que h a leído le inform an pólogo sino algo así com o devoto de un culto esotérico. D espués de
de cu an to se puede saber acerca de los cam bios producidos en el todo, tra b a ja p a ra nosotros, no p a ra ellos. De m odo sem ejante, el his­
em pleo de los térm inos que a él le interesan. Puede e sta r excusado to ria d o r de X , donde X es algo que nos consta que es real e im ­
de d ecir que no le in tere sa el m odo en que, sobre la base de ese em ­ p o rtan te , tra b a ja p a ra aquellos de no so tro s que com p arten ese saber,
pleo, la sem ántica procede a d istrib u ir significado y referencia. y no p a ra n u estro s desdichados antecesores que no lo hacen.
Antes que «fundam entos filosóficos de la p rá ctica de la in te rp re ta ­ P o r tanto , el que desee esc rib ir una H istoria de la filosofía occi­
ción», lo que ese h isto riad o r necesita es poder p ercib ir cuándo le dental debe, o bien n eg ar que la filosofía co n tem p o rán ea es algo real
está perm itid o excluir sim plem ente las frases en las que tales p ro ­ e im p o rtan te (en cuyo caso escrib irá u n a h isto ria de la filosofía como
blem as de in terp re tació n parecen se r insolubles, y lim itarse a aque­ quien escribe u n a h isto ria de la b ru je ría ) o bien p ro ced er a d e p u rar
llas frases en las que es posible fo rja r u n a traducción a u n a lengua las frases q u e no m erecen se r trad u cid as y tra d u c ir el re sto con la
m o d ern a que arm onice n ítidam ente con la traducción de o tras fra­ conciencia de in c u rrir en anacronism os. La m ayoría de tales escri­
ses. Lo típico es que u n a traducción así no sea literal, pero, con todo, to res hace un poco de cada u n a de las dos cosas, pues los m ás de
puede ser en teram en te correcta. El antropólogo tiene que decir a ellos no tien en la esperanza de n a r r a r u n a h isto ria coh eren te a p a r tir
m en u d o cosas com o: «Lo que dijo fue: “E l o tro dios blanco m urió de todos los textos que ésta o aquella escuela filosófica contem po­
p o rq u e riñó con el esp íritu que h ab ita el m b u r i”, pero lo que quiso rán ea llam a «filosóficos». H isto ria coherente será la que nos m u estre
decir era que Pogson Sm ith m urió porque, com o idiota, com ió algu­ que algunos de esos textos son cen trales y o tro s periféricos, algunos
n as de las bayas que crecen p o r allí.» A m enudo el h isto riad o r de la genuinam ente filosóficos y otro s m eram en te pseudoglosóficos (o sólo
filosofía tiene que decir cosas como: «Lo que K ant dijo fue: “E sta tangencial y m om en tán eam en te filosóficos). El h isto riad o r de la filo­
id en tid ad p erm an en te de la apercepción de una diversidad dada en sofía h a b rá de te n e r u n p arece r en cu an to a si, p o r ejem plo, la filoso­
la intuición contiene una síntesis de representaciones y sólo es posi­ fía m oral es cen tral y la epistem ología relativam ente p eriférica p ara
ble m ediante la conciencia de esta síntesis ...”, pero lo que quiso el tem a, o inversam ente. Tam bién te n d rá que ten er una opinión acerca
decir es que, no o b stan te lo prim itiv a y d esordenada que se supone de cuáles de las escuelas o m ovim ientos de la filosofía contem p o rán ea
que es la experiencia, si está acom pañada de autoconciencia, enton­
ces te n d rá que a d m itir al m enos el grado de organización intelectual * La frase que comienza con las palabras «Esta identidad permanente» pro­
cede de Kant, Crítica de la razón pura, B 113. Lo que viene después de «Lo que
involucrada en la capacidad de afirm ar com o propio un estado men- quiso decir es» está tomado de Jonathan Bennett, Kant's Analytic, Cambridge,
Cambridge University Press, 1966, pág. 1.19.
22 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA INTRODUCCIÓN 23

deben se r considerados filosofía «genuina» o «im portante». P recisa­ N ad a errón eo hay en la afirm ación de q ue «la h isto ria nos d a la
m ente debido a sus divergencias en to rn o de tales tem as los histo ­ verdad acerca del pasado», ap a rte de su trivialidad. Surgen, em pero,
riad o res de la filosofía desechan textos que sus rivales ponen de re­ falsos problem as cuando se in te n ta h ac er u n a d istin ció n e n tre el co­
lieve. Todo h isto ria d o r de la filosofía tra b a ja p a ra u n «nosotros» nocim iento de la relación del pasado con el p resen te y el conoci­
que está com puesto, básicam ente, p o r aquellos que ven la escena m iento acerca del p asado e n sí m ism o. E sos son casos especiales
filosófica con tem p o ránea tal com o ellos la ven. Así, cada uno tra ta rá del falso p ro b lem a m ás general que se su scita cuando se in ten ta
com o b ru je ría lo que o tro tra ta rá com o antecedente de algún ele­ d istin g u ir e n tre el conocim iento acerca de la relació n de la re alid ad
m ento real e im p o rtan te de la filosofía contem poránea. con n u e stra s m entes, n u estro s lenguajes y n u estro s intereses y p ro ­
De la caracterización que hem os hecho p o d ría deducirse que el pósitos, y el conocim iento acerca de la re alid ad ta l com o es e n sí
h isto riad o r intelectual y el h isto riad o r de la filosofía realizan tra ­ m ism a. Esos son falsos p roblem as, p o rq u e no puede establecerse
b ajo s ta n diferen tes que re su lta difícil p en sa r que producen dos ningún co n tra ste e n tre el conocim iento acerca de I y el conoci­
especies de u n m ism o género llam ado «historia». E n realidad am bos m iento acerca de las relaciones en tre X e Y, Z, etcétera. N ada puede
expresan dudas de ese tipo acerca de lo que su c o n tra p a rte está h a ­ conocerse acerca de X a p a rte del m odo en que lo describim os en u n
ciendo. Así, el h isto riad o r de la filosofía puede despreciar al histo­ lenguaje que m u estra sus relaciones con Y, Z, etcétera. La idea de
riad o r intelectu al p o r considerarlo u n m ero anticuario. A su vez, el «la verdad acerca del p asado, no co n tam in ad a p o r las persp ectiv as y
segundo puede d esp reciar al p rim ero p o r considerarlo u n m ero p ro ­ los intereses del p resente» es sem ejan te a la idea de «esencia real, no
pagandista: alguien que reescribe el pasado en favor de u n a de las contam inada p o r los preco n cep to s y los intereses co n stitu id o s en
facciones del p resente. E l h isto riad o r de la filosofía puede pen sar cualquier lenguaje hum ano». E s u n ideal ro m án tico de pureza que no
del h isto riad o r intelectual que es u n a perso n a que no se in teresa g u ard a ninguna relación con indagación real alguna que los seres
p o r la verdad filosófica, y éste puede p en sa r de aquél que es una hum anos hayan em prendido o puedan em prender.
p erso n a que no se in tere sa p o r la verdad histórica. Tales in tercam ­ La idea de «perseverar en los problem as filosóficos y ev itar la
bios de recrim inaciones h an dado lugar a intentos p o r a rre b a ta r la afición a las antigüedades» es m enos ab su rd a que la de «perseverar
h isto ria de la filosofía de las m anos de los h isto riad o res intelectua­ en el pasado y ev itar su relación con el presente», y ello sólo debido
les y a in ten to s inversos p o r re h ab ilitar la h isto ria intelectual argu­ a que es posible sim plem ente en u m erar lo que h a de co n siderarse
m en tan d o que el p rim e r deber del h isto riad o r es evitar el anacronis­ com o «los problem as filosóficos», m ien tras que no es posible señ alar
mo. Se sugiere a veces que debiéram os d esa rro llar u n te rc e r género, «el pasado». E n o tra s p alab ras: es posible d elim itar u n a cosa a la
u n ju sto m edio m ás filosófico que la H istoria intelectual de E uropa cual denom in ar «filosofía», especificando claram en te lo que h a de
e h istó ricam en te m ás preciso que cualquier H istoria de la filosofía considerarse y lo que no h a de co n siderarse com o tal, p ero no es
occidental conocida o actualm ente im aginable. posible d elim itar cosa alguna a la cual d en om inar «historia» haciendo
No es n u e stra intención sugerir que se in ten te lo uno o lo otro, u n gesto p a ra in d icar lo que está a n u estra s espaldas. E l térm ino
ni su g erir que es m en ester u n te rc e r género. Una oposición e n tre los «filosofía» es suficientem ente flexible, de m odo que nadie se sor­
h isto riad o res intelectuales y los h isto riad o res de la filosofía nos parece pren d e dem asiado cuando un filósofo pro clam a que debe desecharse
una oposición tan ficticia com o lo sería u n a oposición en tre científi­ la m ita d del canon de «grandes filósofos» ad m itid o h asta entonces,
cos e ingenieros, o en tre bibliotecarios y eruditos, o en tre desbasta­ p orque se h a descu b ierto que los problem as de la filosofía son dife­
dores y talladores. Es u n a apariencia creada p o r el intento de ser ren tes de com o se h ab ía pensado an terio rm en te. P o r lo com ún un
conceptuoso a p ro p ó sito de «la n atu raleza de la historia» o de «la filósofo así a c la ra rá que lo que se excluye debe ser asum ido com o
n atu raleza de la filosofía», o a propósito de am bas, tra ta n d o «his­ u n a cosa d istin ta de la filosofía («religión», «ciencia» o «literatura»).
toria» y «filosofía» com o designaciones de especies natu rales, disci­ P ero esa m ism a flexibilidad constituye la razón p o r la que no cabe
plinas cuyos tem as y cuyos objetivos son bien conocidos y se hallan te n e r esperanzas en la p o sibilidad de d ecir algo general y de in terés
fu era de discusión. Tales intentos provocan acalorados resoplidos acerca de la relación en tre filosofía e h isto ria.
en el sen tid o de que d eterm inado libro «no es lo que yo llam o h is­ Algo puede decirse en cam bio acerca de la relación ex isten te en­
toria» o «no cuenta com o filosofía». E n tales casos se da p o r sentado tr e lib ro s a los que es sum am ente fácil ver com o grandes fragm entos
que existe una p a rte b ien conocida del m undo —el pasado— que es de la H istoria intelectual de E uropa y libros que p reten d en ofrecer
el dom inio de la historia, y o tra p arte , igualm ente bien conocida, to d a la h isto ria de la filosofía occidental o u n g ran segm ento de ella.
concebida p o r lo com ún com o un conjunto de «problem as atem po­ Lo prim ero que debe señalarse es que n u e stra a n te rio r caracteriza­
rales», que es el dom inio de la filosofía. ción de esos dos géneros h a sido la caracterizació n de dos tip o s idea­
24 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA
INTRODUCCIÓN 25

les im posibles de realizar. N uestro h isto riad o r intelectual, al que Así com o la necesidad de seleccionar im plica que el h isto riad o r
no in teresa el desenlace de la h isto ria, y n u estro h isto ria d o r d e la intelectual no puede ig n o rar, aun cuando se lo propusiese, la filo­
filosofía, que sabe p erfectam ente bien qué es filosofía y de u n vistazo sofía de su p ro p ia época cuando escribe acerca de E spinoza del m is­
puede d istin g u ir u n problem a filosófico cen tral de uno periférico y m o m odo, la necesidad de escrib ir acerca de Espinoza (antes que
de uno no filosófico, son caricatu ras. Pero hem os p ro cu rad o conver­ acerca de lo que se d iría al fo rm u lar ah o ra u n a de las frases de
tirlas en ca ricatu ra s sim páticas p o rq u e vem os a am bos com o casos Espinoza) im plica que el h isto riad o r de la filosofía no puede ign o rar
extrem os de esfuerzos en teram en te encom iables y en igual m edida la h isto ria intelectual. Ni, p o r cierto, lo h a rá p o r m ucho tiem po. La
indispensables p a ra la p ro sp erid ad de la república de las letras. pose que tales h isto riad o re s ad o p tan —«Bien, veam os si este m u­
C ada uno d e ellos suele verse llevado a la ca ricatu ra p o r sí m ism o, chacho h a tenido razón en algo»— es sólo u n a pose, siem pre efím era.
p ero tal es la autocaricaturización a la que una ho n esta devoción N o es posib le estim a r si E spinoza tuvo razón en algo an tes de esti­
p o r u n fin valioso puede inducir. m ar de qué hablaba. P uesto que el propio E spinoza puede no h ab e r
N unca ex istirá u n libro com o la H istoria intelectual de Europa, sabido acerca de qué estaba h ablando al esc rib ir una frase d eterm i­
y ello no sólo p o rq u e el ideal que hem os estipulado no p o d ría ser n ad a (p o rq u e estab a m uy confundido en cuanto a la v erd ad era reali­
alcanzado con sólo u n m illar (o u n m illón) de volúm enes, sino tam ­ dad del m undo), no será posible p ro y ectar su frase en el m undo
bién p o rque —tal es la dim ensión de n u estro cerebro y la extensión tal com o sabem os que es sin leer m uchísim as frases de ésas de
de n u estra s vidas— nadie que haya leído o escrito algunos de esos acuerdo con el m odesto m étodo h erm enéutico y reco n stru ctiv o ca­
volúm enes p o d ría leer o escrib ir la m ayor p a rte de los restan tes. El ra cterístico de los h isto riad o res intelectuales. No im p o rta cuán filis­
hecho de que todo h isto ria d o r deba ser selectivo p ara p o d er in iciar teo el h isto ria d o r de la filosofía se pro p o n g a ser: n ec esitará tra d u c ­
su trab a jo —escogiendo algunos textos com o centrales y relegando ciones de lo que Espinoza dijo, traducciones que le p erm itan ca p ta r
o tro s a las n o tas al pie— b a sta p a ra desengañarnos del ideal que he­ el valor de verd ad de las frases de Espinoza. Ello le exigirá exam inar
m os erigido. P ensar en que el estudio del discurso político en la críticam en te las trad u ccio n es actuales p a ra ver si están influidas p o r
F ran cia del siglo x n , la m etafísica alem ana del siglo xix y la p in tu ra las filosofías de alguna de las épocas que nos sep aran de Espinoza, y
de U rbino del siglo xv puedan un día confluir p a ra fo rm a r u n tapiz eventualm en te elab o rar sus p ropias traducciones. Lo desee o no, se
único que sería n u e stra H istoria intelectual de E uropa ideal, es algo convertirá en un eru d ito en h isto ria y en u n re tra d u c to r. Se verá
alentador. Pero es la idea de u n libro no escrito p o r m ano hum ana. llevado a leer en la o b ra de los h isto riad o res intelectuales los estu ­
P uesto que todo libro referen te a tales tem as estará condicionado dios referen tes al am b ien te in telectu al de E spinoza p a ra sab er cóm o
p o r el sentido que su a u to r tiene de la relevancia, sentido determ inado debe h acer sus traducciones, de la m ism a m an era en que el h isto ­
p o r todo lo que él conoce —no sim plem ente las cosas que conoce ria d o r in telectu al derivará, consciente o inconscientem ente, de los
acerca de su p ro p ia época sino p o r todo lo que conoce acerca de m ovim ientos filosóficos co ntem poráneos su visión de lo que m erece
todo—, ninguna o b ra de esa índole se com paginará inconsútilm ente ser traducid o .
con o tra s obras acerca de períodos o de tem as adyacentes escritos Así, el re su ltad o de la elaboración de esos dos tipos ideales, y de
p o r u n a generación precedente o p o r una generación posterior. Nin­ la com probación de que son m eram ente ideales, estrib a en ad v e rtir
gún h isto riad o r in telectual p o d rá eludir esa selectividad que surge que no pued e h ab e r u n a división ta ja n te e n tre las funciones de la
au to m áticam en te del saber que posee acerca de la ciencia, la teo­ h isto ria intelectu al y las de la h isto ria de la filosofía. E n lu g ar de
logía, la filosofía y la lite ra tu ra de la actualidad. La h isto ria inte­ ello, cada uno de estos dos géneros será corregido y actualizado p er­
lectual no puede se r esc rita p o r quienes desconocen la cultura de m anentem en te p o r el o tro. Es posible ex p resar esta m o raleja con
sus p resu n to s lectores, porque u n a cosa es poner en tre p arén tesis o tro s térm in o s diciendo que b ien p o d ríam o s olvidar los cucos del
cuestiones de verdad y de referencia, y o tra cosa es desconocer cuándo «anacronism o» y de la «afición p o r las antigüedades». Si ser anacro-
surgen esas cuestiones. P oner a los lectores de la actualidad en con­ nístico consiste en en lazar el p asado X con el p resen te Y en lugar
tacto con u na figura del pasado es precisam ente ser capaz de decir de estu d iarlo aisladam ente, entonces todo h isto riad o r lo es siem pre.
cosas com o: «Más ta rd e esto se conoció com o ...» y «Puesto que E n la p rá ctica el cargo de anacro n ism o significa que se h a relacio­
aún no se h ab ía establecido u n a distinción en tre X e Y, el em pleo nado el pasado X con u n contem poráneo Y en lu g ar de h acerlo con
que A hace de “Z ” no puede ser in te rp re ta d o com o ...». P ero saber u n contem po rán eo Z, lo cual h ab ría estad o m ejor. Es siem p re cues­
cuándo deben indicarse cosas así, o saber qué es lo que debe poner­ tión de seleccionar en tre los intereses contem poráneos con los cuales
se e n tre p arén tesis y cuándo se lo debe hacer, exige sab e r q u é h a aso ciar X , y no cu estió n de a b ju ra r de tales intereses. S in alguna
o cu rrid o recien tem ente en áreas de todo tipo. form a de selección, el h isto ria d o r está reducido a re p e tir los textos
INTRODUCCIÓN 27
26 LA FILOSOFIA EN LA HISTORIA

tu d así da lu g ar a u n a h isto ria de la filosofía que elude la n arració n


que constituyen el p asado relevante. Pero, ¿ p o r qué h acer eso? Nos continua, pero que se p arece m ás bien a u n a colección de anécdotas:
dirigim os al h isto riad o r p o rq u e no entendem os el ejem p lar del texto anécdotas acerca de h o m b res que tro pezaron con las cuestiones filo­
que ya tenem os. D arnos un segundo ejem p lar no nos será de ayuda. sóficas «reales» p ero no cayeron en la cu en ta de lo que h ab ían descu­
C om prender el texto es precisam ente relacionarlo provechosam ente b ierto . E s difícil lo g rar que u n a secuencia de tales anécdotas se com ­
con o tra cosa. La ú n ica cuestión es la de cuál h a de ser esa o tra cosa. pagine con n arracio n es com o las que elaboran los h isto riad o res in­
In versam ente, si ser u n aficionado a las antigüedades consiste en telectuales. E s inevitable de ta l m odo que tales n arracio n es choquen
estu d iar X sin co n sid erar tales intereses, nadie ha logrado jam ás ser a los filósofos analíticos p o r «no d ar con la cuestión filo só fica», y
un aficionado a las antigüedades. A lo sum o se h a b rá logrado relacio­ que los h isto riad o res intelectuales percib an a los filósofos analíticos
n a r X con algún Y que to rn a a X m enos in teresan te que si se lo com o personas que «anacronísticam ente» leen las preocupaciones ac­
h u b iera relacionado con Z. Algún in terés debe d ic ta r las cuestiones tuales allá, e n el pasado.
que planteam os y los criterio s de relevancia que em pleam os, y los Como hem os dicho, «anacronism o» no es el cargo co rrecto que debe
intereses contem poráneos ap untan, al m enos, hacia u n a h isto ria inte­ form ularse. Lo deplorable sería, m ás bien, que esas h isto rias acerca
resan te. El evitarlos m eram ente h a rá que en su lugar se coloquen de hom bres q u e casi h a n dado con lo q ue ah o ra sabem os q ue es
los intereses de alguna generación precedente. Es posible hacerlo, p o r filosofía, son com o h isto rias acerca de perso n as que h ab ría n descu­
supuesto, pero, a no ser que ésos sean tam bién n u estro s intereses, no b ierto Am érica si se h u b iera n largado a navegar un poco después.
hay ninguna razón p a ra hacerlo. Una colección de tales relato s no puede se r h istoria de n ada. De acu er­
A n u estro m odo de ver, n ad a puede decirse de m an era general en do con el m odo en que los propios filósofos analíticos p re sen tan la
re sp u esta a la preg unta: «¿Cómo debe escribirse la h isto ria de la situación, no hay en realid ad n ad a a lo que co rresp o n d a llam ar «la
filosofía?», excepto: «Con la m ayor autoconsciencia posible: con el h isto ria de la filosofía», sino ú nicam ente una h isto ria de la casi-filo-
conocim iento m ás pleno que pueda alcanzarse de la variedad de los sofía, únicam en te u n a p re h isto ria de la filosofía. Si los filósofos ana­
intereses co ntem poráneos p a ra los cuales u n a figura del pasado pueda líticos estuvieran dispuestos a a c ep tar esta consecuencia, si estuvieran
ser relevante.» No o b stan te, u n a vez que se desciende del nivel de las dispuestos a conceder la elaboración de n arracio n es coherentes a los
cuestiones referen tes a «la n atu raleza de la h isto ria de la filosofía», h isto riad o re s in telectu ales y no les in q u ietara si éstos en efecto h an
re sta m ucho p o r d ecir acerca de las tendencias contem poráneas en la advertido «la cuestión filosófica», todo p o d ría e s ta r m uy bien. Pero
h isto rio g rafía de la filosofía. Podríam os sostener que en G ran B reta­ no están dispuestos a eso. E llos quisieran h ac er las dos cosas.
ñ a y en los E stad o s Unidos la histo rio g rafía de la filosofía h a sido Eso no m arch ará. Los filósofos analíticos no pueden ser los des­
en los ú ltim o s tiem pos m enos autoconsciente de lo que debiera. En cubridores de lo que D escartes y K ant realm en te estab an haciendo,
p a rtic u la r la filosofía an alítica h a obrado en c o n tra de la autocons­ y, a la vez, la culm inación de u n a g ran tradición, los acto res del epi­
ciencia de la especie deseada. Los filósofos analíticos no han experi­ sodio final del relato de u n progreso. No pu ed en elab o rar u n a n a rra ­
m en tad o necesidad alguna de situ arse d en tro de «la conversación que ción así excluyendo, p o r ejem plo, a la m ayoría de los pensadores
somos» señalada p o r G adam er, p orque se consideran los p rim ero s en que vivieron én tre Occam y D escartes o en tre K ant y Frege. Una
h a b e r co m prendido qué es la filosofía y cuáles son las cuestiones n arrac ió n llen a de lagunas com o ésa no d a rá cu en ta de «cómo m a­
au tén ticam en te filosóficas. duró la filosofía» sino que m eram en te m o stra rá cómo, en varias oca­
E l re su ltad o de te n e r ta l im agen de sí m ism o h a sido u n in ten to de siones, estuvo próxim a a m ad u rar.
en tre sa c a r los «elem entos auténticam ente filosóficos» presentes en La p referen cia p o r tales colecciones de anécdotas su scita im pa­
la o b ra de figuras del pasado, ap artan d o com o irrelevantes sus inte­ ciencia an te los in ten to s de los h isto riad o res intelectuales p o r p re­
reses «religiosos», «científicos», «literarios», «políticos» o «ideológi­ se n ta r u n a n arrac ió n co ntinuada. Los filósofos analíticos perciben
cos». Se h a to m ad o h ab itu al co n sid erar los intereses de la filosofía tales in ten to s com o u n a com binación in d eb id a de lo que es filosofía
an alítica con tem p o ránea com o el foco de la atención y h a c e r a u n con lo que no lo es, com o u n a com prensión erró n ea de las cuestio­
lado las preocupaciones religiosas, científicas, literarias, políticas o nes filosóficas en la que se las m ezcla con cuestiones religiosas, lite­
ideológicas de la actualidad, al igual que las de los filósofos de la ra ria s o de o tra n atu raleza. E sta a c titu d no es tan to re su ltad o del
actu alid ad que no pertenecen a la corriente analítica. A su vez ello trata m ien to de la filosofía com o u n a «ciencia rigurosa» recientem ente
ac a rre a com o consecuencia una división de los filósofos del pasado en desarrollada, cu an to de c o n tin u ar sosteniendo u n a concepción pre-
aquellos que an ticiparon las cuestiones plan tead as p o r los filósofos ku h n ian a de la h isto rio g rafía de las ciencias rigurosas. P ara u n a
analíticos contem poráneos y aquellos que dem o raro n la m adurez de concepción así, no v arían las p reg u n tas sino las resp u estas. E n cam ­
la filosofía d istrayendo su atención hacia o tra s cuestiones. Una acti­
28 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA
INTRODU CCIÓN 29
bio, p a ra una concepción kuhniana la prin cip al tare a de u n h isto ­
ria d o r de u na disciplina científica es la de co m p ren d er cuándo y ción en la especialidad e ra entonces m ucho m ás h istó rica. E n perío d o s
p o r qué v ariaro n las cuestiones. La principal deficiencia de la m oda­ anteriores, la re in te rp reta ció n de los filósofos del p asado en fo rm a
lidad de h isto ria de la filosofía a la que la filosofía analítica ha dado tal de m odificar la explicación del «progreso filosófico» heredada, era
lugar, es su falta de in terés p o r el surgim iento y la decadencia de las u n a m odalidad h ab itu al de expresión filosófica. Tal enfoque de la
cuestiones. P ara com p ren d er p o r qué determ inadas cuestiones, a filosofía generab a a veces el exceso de autoconsciencia h istó rica que
las que alguna vez se llam ó «filosóficas», fueron sustitu id as p o r o tras, N ietzsche caracterizó com o «un perju icio que la h isto ria p ro d u ce a
y p o r qué las antiguas cuestiones p asa ro n a ser clasificadas como la vida». P ero tuvo el beneficio de in cu lcar u n sentido de la contingen­
«religiosas», «ideológicas», «literarias», «sociológicas», etcétera, es m e­ cia h istó rica, u n a cierta sen sib ilid ad al hecho de que «filosofía» h a
n ester conocer m uchísim o acerca de los procesos religiosos, sociales designado a cosas en teram en te diversas. S ugería que la filosofía p o d ía
o literario s. R equiere que se vea a los X s pasados en térm inos Zs no no ser u n a especie n a tu ra l, u n a cosa que poseyese u n a esencia real,
filosóficos p resen tes y, asim ism o, en térm inos de los Ys que son los y que la p alab ra «filosofía» funciona com o u n d em ostrativo —que
delim ita el área de un espacio lógico que el h ab lan te ocupa— an tes
tópicos de la filosofía analítica contem poránea. que un rígido designador.
E s u n a p en a que los filósofos analíticos hayan in ten tad o conce­
b irse a sí m ism os com o culm inación del desarrollo de u n a especie No estam os sugiriendo q ue a la filosofía se la ejerza m e jo r en la
fo rm a de u n co m en tario h istórico, n i m ucho m enos que deba d e ja r
n a tu ra l de la actividad hu m an a («reflexión filosófica»), antes que
sim plem ente com o los actores de una iniciativa intelectual reciente de ser «analítica». P ero sí sugerim os q ue los filósofos analíticos p a­
y brillan te. E se in ten to h a tenido efectos negativos no sólo en las sarán p o r alto u n a fo rm a p ositiva de autoconsciencia en tan to ig­
noren los inten to s de los h isto riad o res intelectuales p o r inculcar un
relaciones en tre filósofos e h isto riad o res intelectuales (y, p o r tanto,
con m ucho Spra ch streit acerca de lo que debe considerarse como sentido de la contingencia h istó rica. P o r las razones que hem os refe­
« historia de la filosofía»), sino tam bién en la filosofía m ism a. Por­ rido en lo que precede pensam os que no es ú til p a ra la filosofía o
p a ra la h isto ria in telectu al p re te n d e r que ellas puedan o p erar de
que la m atriz d isciplinaria de la filosofía analítica h a hecho que p ara
m an era recíp ro cam en te independiente. No p resen tam o s n inguna su­
los que se hallan d en tro de ella se to rn ase cada vez m ás ard u o re ­
gerencia co n c reta resp ecto del m odo en q ue h a b ría que m odificar las
conocer que las cuestiones p lanteadas u n a vez p o r los grandes fi­
m atrices disciplinarias actu ales a fin de h a c e r m ás m anifiesta la
lósofos ya m uertos, siguen siendo aún p lanteadas p o r contem porá­
inevitable interd ep en d en cia de esos cam pos, p ero tenem os la espe­
neos... contem poráneos que no cuentan ni com o «filósofos» ni como
ranza de que los ensayos incluidos en este volum en hagan que quie­
«científicos». La filosofía analítica heredó del positivism o la idea de
nes tra b a ja n en am bos cam pos sean m ás conscientes de la posibilidad
que los únicos in terlo cu to res aptos de los filósofos eran los científi­ de tales reform as.
cos, y así la recien te h isto ria de la filosofía h a indagado relaciones
e n tre K ant y H elm holtz, pero no en tre K ant y Valéry, en tre H um e
y G. E. M oore pero no e n tre H um e y Jefferson. La m ism a idea ha
hecho que les re su lta ra difícil a los filósofos analíticos p en sa r en su
relación con la c u ltu ra en su conjunto y, en cam bio, p articu larm en te
fácil h acer a u n lado, com o distracción inútil, la cuestión de su rela­
ción con el resto de las hum anidades. Al p ro c u ra r in te rp re ta r las fi­
guras del pasado com o quienes hacían cosas que culm inaron en lo
que ah o ra hace la filosofía analítica, los filósofos cierran m uchísim os
de los cam inos a través de los cuales las o b ras de figuras del pasado
trad icio n alm en te ro tu lad a s com o «filósofos» conducen a m uchísim as
o tras cosas que prosiguen en la actualidad. Al lim itar el cam po de los
Y s contem poráneos a aquellos con los que los X s del pasado pueden
ser p u esto s en relación, lim itan tan to su capacidad p a ra leer a los
filósofos del pasado com o su pro p ia im aginación filosófica.
E ste p roblem a de falta de autoconsciencia en cuanto al lugar
que se ocupa en la h isto ria era m enos agudo antes del surgim iento
de la filosofía analítica, y ello debido sim plem ente a que la form a­
Capítulo 1

LA FILOSOFIA Y SU HISTORIA

Charles Taylor

H ay u n ideal, u n a m eta que aflora de vez en cuando en la filosofía.


Su inspiración es la de b a r re r con el pasado y ten er de las cosas una
com prensión que sea e n teram en te co n tem p o rán ea. Subyace a ello la
a tra ctiv a idea de lib era rse del peso m u erto de los e rro res y las ilu­
siones del pasado. El pen sam ien to se sacude las cadenas. Ello puede
re q u e rir c ierta a u ste ra valentía puesto que, n atu ra lm e n te , nos hem os
puesto cóm odos, hem os llegado a sen tirn o s seguros en la p risió n del
pasado. P ero es tam b ién estim ulante.
Un gran m odelo de u n a cosa así es la ru p tu ra galileana en la cien­
cia. Los sociólogos y los psicólocos anuncian p erió d icam en te algo se­
m ejante, o bien nos aseg u ran su inm inencia. P ero la ú ltim a vez que
en n u e stra c u ltu ra esos vientos em p u jaro n a la filosofía fue cuando
el surgim iento del positivism o lógico, hace casi m edio siglo. Como
doctrina, p ro n to debió p o n erse a la defensiva y desde entonces se
b ate en re tira d a. 'Pero el hábito de e n c ara r la filosofía com o u n a acti­
vidad que debe ser llevada a cabo en térm in o s en teram en te contem ­
poráneos, subsistió y se h alla aún m uy difundido. Pueden leerse au to ­
res del pasado, p ero se los debe tr a ta r com o si fu eran contem po­
ráneos. Ellos se ganan el derecho de p a rtic ip a r en el diálogo p o rq u e
es el caso que ofrecen buenas form ulaciones de tal o cual posición
que m erece se r escuchada. No se los exam ina com o orígenes, sino
com o fuentes intem porales.
La concepción de la n atu raleza de la filosofía que se opone a ésa
es la que tan vigorosam ente enunció Hegel. De acuerdo con ella, la
filosofía y la h isto ria de la filosofía son u n a sola cosa. Uno no puede
e je rc e r la p rim e ra sin eje rc e r tam b ién la segunda. Dicho de o tro
m odo, p a ra co m p ren d er ad ecu ad am en te ciertos problem as, ciertas
cuestiones, ciertas conclusiones, es esencial hacerlo genéticam ente.
Sin a d h e rir a las razones precisas de Hegel, es una visión de este
32 LA FILOSOFIA EN LA HISTORIA
■ LA FILOSOFÍA Y SU HISTORIA 33
tipo la q ue m e propongo defender aquí. Q uisiera m o stra r que este
hecho concerniente a la filosofía, el que sea intrínsecam ente h istó ri­ E n lo que se refiere, ah o ra, a los q ue ad o p tan una a c titu d crítica
ca, es m anifestación de u n a verdad m ás general concerniente a la respecto de este m odelo, p arece m anifiesto que la situación es la
vida y a la sociedad hum ana, de la cual, según pienso, se derivan cier­ siguiente: los que lo p ro p o n en son im perm eables a las objeciones
tas conclusiones acerca de la validez y de la argum entación en el que p o d rían fo rm ulárseles —p o r ejem plo, ni siq u iera en tien d en la
terren o de la filosofía. intención de quien pone en tela de ju icio el su p u esto de que n u e stra
E n p rim e r lugar, perm ítasem e p re se n ta r nuevam ente la cuestión com prensión m u tu a en la conversación p u ed a ser analizada en té r­
desde la p erspectiva de la visión histórica. La filosofía es u n a activi­ minos de teorías que cada u no sostiene resp ecto del o tro —■, p o rque
d ad que involucra esencialm ente, e n tre o tra s cosas, el exam en de lo no ven en qué pued e co n sistir u n a altern ativ a concebible de ese
que hacem os, pensam os, creem os y suponem os, en form a ta l que sa­ m odelo epistem ológico. E se es el desafío al que hace fren te el que
cam os m ás claram en te a la luz n u estra s razones, o bien tornam os form ula la objeción. P ara él, lo que re su lta m anifiesto es que tene­
m ás visibles las alternativas, o, de u n m odo u otro, nos ponem os en m os gran necesidad de un rep lan teo claro que m u estre al m odelo
m ejo res condiciones p a ra d ar debida cu en ta de n u estra acción, de epistem ológico como u n a posible in terp re tació n e n tre o tras, y no
n u estro s pensam ientos, de nu estras creencias o de n u e stra s suposi­ com o la única im agen concebible de la m ente en el m undo.
ciones. E n b u en a m edida, la filosofía involucra la explicitación de lo A hora bien: es una cuestión de hecho que los que hicieron un
que inicialm ente se h alla tácito. acertado análisis de ese tipo —p o r ejem plo, Hegel, Heidegger, Mar-
A hora bien: u n a de las form as de so sten er la tesis histórica acerca leau-Ponty— re cu rrie ro n a la h isto ria. E sto es, sus análisis involu­
de la filosofía consiste en arg u m e n tar que u n a acertad a explicitación craro n la recu p eració n de las form ulaciones que se hallab an en los
reclam a a m enudo —aunque nunca se reduce sim plem ente a ello— orígenes del m odelo epistem ológico. Y, en p artic u la r, la restitu ció n
re cu p erar las articulaciones anteriores que h an caído en el olvido. y la re in te rp reta ció n de D escartes y de K ant h an desem peñado un
E n o tra s p alab ras, el tipo de análisis que necesitam os a fin de h a­ papel de im p o rtan cia en esa crítica. P ero —p o d ría arg u m en tarse— no
llarnos en m ejores condiciones p a ra asu m ir la posición debida, exige tenía que ser así: fue p recisam en te el hecho de que los críticos eran
que recuperem os form ulaciones anteriores; exactam ente, las que ne­ profesores de filosofía, los cuales en esas cu ltu ra s (la alem ana y la
cesitam os p a ra d a r cuenta de los orígenes de nu estro s pensam ientos, francesa) padecen u n a n o to ria deform ación profesional, lo que los
de n u estra s creencias, de n u estras suposiciones y de n u estra s accio­ condujo com pulsivam ente a exponer y re in te rp re ta r los textos ca­
nes p resen tes. nónicos. La tare a p o d ría h ab e r sido llevada a cabo de o tro m odo.
Q uisiera convencer al lecto r de que es así, ante todo atendiendo a Yo no acepto ese pu n to de vista. No pienso que sea accidental
u n p a r de ejem plos. Ellos son, p o r cierto, discutibles, pero en ta l que se re c u rra a la h isto ria en ese p u n to . Ello se debe a que allí ha
caso m i tesis fu n d am ental lo es igualm ente. tenido lu g ar un olvido. E n opinión del crítico, el p artid a rio del mo­
Tom em os p rim ero u n haz de suposiciones, m uy atacado en la ac­ delo epistem ológico está, p o r así decir, ap risionado p o r su m odelo,
tu alid ad (y con razón), al que denom inaré «el m odelo epistem ológi­ pues no advierte en ab soluto qué altern ativ a p o d ría p resen tarse. Pero
co». Las nociones fundam entales que lo definen son las de que nues­ en ello está, en u n aspecto de im p o rtan cia, m enos apercibido que los
tro sab er acerca del m undo, ya sea que ese sab er asum a la form a pensadores que fu n d aro n ese m odelo. Es v erd ad que tam bién pueden
organizada, reglam entada, que llam arem os ciencia, o las form as m ás haber sostenido la opinión de que cu alq u ier o tra explicación del co­
laxas del sab e r com ún cotidiano, debe en ten d erse en térm inos de nocim iento e ra confusa e inco h eren te y que había que a d o p ta r su
rep resen tacio n es fo rm ativas —ya sean ellas ideas de la m ente, esta­ concepción. E sta p arece h a b e r sido p o r cierto la p erspectiva de Des­
dos del cerebro, afirm aciones que aceptam os, o cualquier o tra cosa— cartes. Y uno de los hechos m ás llam ativos en el p an o ram a intelec­
de la realid ad «externa». Un corolario de esta concepción es que po­ tual en el cual actuó, era el de que el m odelo aristotélico-escolástico
dem os an alizar el sab er y la com prensión que tenem os de los dem ás tic conocim iento, orig in ariam en te m uy distinto, fue siendo entendido
de acu erd o con el m ism o m odelo representacional, de m an era tal en el R enacim iento de m an era p rogresivam ente m ás erró n ea y ex­
que, p o r ejem plo, puedo a c la rar la com prensión del idiolecto em plea­ puesto cad a vez m ás com o si fu e ra u n a teo ría rep resen tacio n al.1
do p o r o tra p ersona al h ab lar, describiéndolo en los térm inos de una S ubsiste, con todo, e n tre un D escartes y un Quine u n a diferencia,
teoría que yo sostengo acerca de la p ersona en cuestión y de los a saber, que p o r dogm ática que haya sido la creencia del p rim ero en
significados de sus p alab ras. Si buscam os u n ejem plo destacado de
un filósofo de influencia asociado a este m odelo epistem ológico, el I. Léase lo señalado por Gilson acerca de Eustaquio de Saint Paul, proba­
blemente la figura de la escolástica tardía cuyas obras podrían haber influido
no m b re de Quine nos viene de m anera n a tu ra l a la m ente. en Descartes en La Fleche. E. Gilson, Etudes sur le role de la pensée mediévale
ihws la form ation du systém e cartesien, París, Vrin, 1930.
34 LA FILOSOFIA EN LA HISTORIA LA FILOSOFIA Y SU HISTORIA 35

que su explicación e ra la única coherente, de todos m odos llegó a tóteles. Pero, ¿he convencido al lecto r de que debe hacérselo re sti­
ella p o r m edio de uno de aquellos análisis creativos que, según sos­ tuyendo a D escartes? Acaso le he dado las razones p o r las cuales
tengo, constituyen la esencia de la filosofía. ése es un m odo adecuado de h a c e r las cosas, pero, ¿le he dem o strad o
Al d ecir esto no quiero en m odo alguno im pugnar o m inim izar que ése es el m odo de hacerlas? ¿Por qué no se pueden re c o n stru ir
la originalidad de Quine. El m ism o Quine h a estad o en el origen de y en u n ciar razones p u ra m e n te contem poráneas p o r las que los p a rti­
algunos no tab les análisis creativos; p o r ejem plo, los que ab ren el ca­ darios del m odelo epistem ológico se aferra n a él y, al hacerlo, seña­
m ino a u n a epistem ología «naturalizada». Pero ellos se en cuentran la r altern ativ as p u ram en te contem poráneas, sin re tro ced e r en la h is­
sólidam ente establecidos den tro del m odelo epistem ológico, en tan to toria? ¿No es en cierto m odo lo que tam bién h an hecho, p o r ejem plo,
que los de D escartes son los que fundan ese m odelo. Los análisis de H eidegger y M erleau-Ponty? E l fam oso análisis de H eidegger del
Quine nos re su lta rá n suficientes si el m odelo nos parece indiscutible. «ser-el-mundo», pongam os p o r caso, ofrece u n a explicación a lte rn a ­
Pero si se lo q u iere p o n er en cuestión, entonces tenem os que recu­ tiva de la m ente-en-el-m undo (si los heideggerianos m e p erd o n an la
r r ir a los de D escartes. expresión), que p arece h allarse exenta de h isto ria.
E n o tras p alab ras, si se quiere escap ar de la prisión epistem ológi­ La razón p o r la que la explicación genética es indispensable se
ca, si se q u iere e sta r en condiciones de no ver ya ese m odelo com o relaciona en p a rte con la n atu raleza que el olvido reviste aquí.
u n m ap a en el que se indica cóm o son obviam ente las cosas en re­ ¿E n qué form a u n m odelo com o el epistem ológico d eja de ser u n
lación con la m ente en el m undo, sino com o u n a opción e n tre otras, excitante logro del análisis creativo p a ra convertirse en la cosa m ás
entonces u n p rim e r paso es el de ver que es algo a lo que se puede obvia del m undo? ¿Cómo se m edia al olvido? Ello acontece p o rq u e
llegar a adherir a p a r tir de u n nuevo análisis creativo, algo cuyas el m odelo p asa a ser el p rin cip io o rganizador de u n am plio secto r
razones se p o d rían indicar. Y eso se logra volviendo a las form ula­ de las prácticas p o r m edio de las cuales pensam os, actuam os y m an-
ciones que lo h an fundado. lenem os tra to con el m undo. E n este caso p a rtic u la r el m odelo se
Pero, p o r supuesto, ni siquiera eso b a sta rá en este caso. Si que­ insertó en n u e stra m an era de cu ltiv ar la ciencia n atu ra l, en n u e stra
rem os ser capaces de concebir altern ativ as genuinas p a ra ese m odelo, tecnología, en al m enos algunas de las form as p red o m in an tes en que
entonces tam poco podem os to m ar la form ulación de D escartes como organizam os la vida política (las atom ísticas), tam b ién en m uchos de
definitiva. Lo que necesitam os es u n a nueva reform ulación de lo que los m odos en que curam os, reglam entam os y organizam os a los h om ­
hizo, que haga ju stic ia a las altern ativ as que él relegó a los desechos bres en la sociedad y en o tras esferas que no es posible m encionar
de la h isto ria, p rincipalm ente, en este caso, a la concepción aristo ­ por se r dem asiado num erosas. E sa es la fo rm a en que el m odelo p u d o
télica.2 Tenem os que situ a r la concepción aristotélica en el centro de alcanzar el nivel de u n in discutible p resu p u esto de fondo. Lo que
la atención m ás allá de las deform aciones del R enacim iento tardío organiza y da sentido a u n a p a rte ta n grande de n u e stra vida no
que h icieron de ella fácil p re sa de la naciente concepción epistem o­ puede sino ap arecer incuestionable a p rim e ra vista, y com o algo p a ra
lógica. Sólo de ese m odo podem os llegar a ver verdaderam ente la em ­ lo cual es difícil incluso concebir una altern ativ a.
p re sa ca rtesian a com o u n a de u n a serie de alternativas posibles: Se tiene u n a im presión irónica de cóm o h an cam biado las cosas
porque, en térm inos del m ism o D escartes, se p re sen ta com o el único cuando se lee la advertencia que D escartes dirige a sus lectores, de
m odo sensato de ver las cosas. Si uno vuelve a a b rir las salidas que estu d ia r con detenim iento las M editaciones y a u n d ed icar u n m es a
él excluyó, en p a rte restituyendo sus form ulaciones (esto es, los reflexionar acerca de la p rim era: ta n ard u o le p arecía ro m p e r con
pasos a través de los cuales las excluyó), uno tiene que re in te rp re ta r la a c titu d m ental a n te rio r y c a p ta r la v erd ad del dualism o. E n la
esos pasos. Y ello significa u n a nueva restitución, la cual nos lleva a actualidad, filósofos que co m p arten m i convicción se p asan años
re m o n ta r aún m ás la h isto ria: en este caso, h a sta A ristóteles y intentando lo g rar que los estu d ian tes (y décadas in ten tad o lo g rar
S anto Tom ás. que los colegas) vean que hay u n a altern ativ a. E n cam bio, el dualis­
Una cosa es evidente: si en el in ten to de escap ar del m odelo mo cartesiano puede ser com prendido en u n día p o r estu d ian tes que
epistem ológico uno se rem o n ta a D escartes, entonces no se puede aún no se h an graduado. La idea de que sólo puede h a b e r dos a lte r­
a c e p ta r sin m ás el juicio de éste. Uno debe re in te rp re ta r su d estru c­ nativas viables ■ —H obbes o D escartes— es ad m itid a p o r m uchos, y
ción creativ a del pasado, lo cual significa re s titu ir ese pasado. No res­ constituye u n a tesis p erfectam en te co m prensible au n p a ra aquellos
titu ir a D escartes p a ra ese com etido sin re s titu ir tam bién a Aris­ que la rechazan con fervor. S ienten su fu erza y la necesidad de refu ­
tarla. La situació n en la década de 1640 no era así.
Si se in te n ta estab lecer las razones de este cam bio en la a trib u ­
2. Aunque no sólo la aristotélica; había concepciones platónicas a las que
igualmente se debiera volver. ción de la carga de la p ru e b a en d istin tas épocas —de p o r qué
36 LA FILOSOFÍA Y SU HISTORIA 37
LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA

algunas concepciones deben lu ch ar p a ra alcanzar aceptación y cóm o P ero la restitu ció n h istó ric a no sólo es im p o rtan te cuando un o
ad q u ieren c a rá c te r de adm isibles a través de u n análisis creativo, quiere lib rarse de u n a im agen d eterm inada. Es m uy im p o rtan te p a ra
m ien tras que o tras, p o r así decir, son creíbles desde el com ienzo— mi tesis que aun en ese caso negativo, en el que se quiere escap ar
h a de h allarse la resp u esta en el trasfondo de las p rácticas —cien­ de algo, es m en ester co m p ren d er el p asado a fin de lib erarse. Pero
tíficas, tecnológicas y de acción— y en la naturaleza de los princi­ la liberación no es el único m otivo posible. Tam bién podem os ver­
pios que las organizan. C iertam ente, éstos nunca son m onolíticos; nos conducidos a form ulaciones m ás tem p ran as a fin de restitu ir
p ero en u n a sociedad y en un m om ento dados, las in terp retacio n es una im agen, o las p rácticas que se p iensan que ella inform a. E sa es
y las p rácticas dom inantes pueden e sta r vinculadas en ta l form a con la razón, p o r ejem plo, de p o r qué algunos se dirigen a las fo rm u la­
u n m odelo determ inado, que éste, p o r así decir, es constantem ente ciones paradigm áticas de la trad ició n cívica h u m an ista. O, sin p ro ­
proyectado p o r sus m iem bros com o siendo ése el m odo en que las cu rar u n franco rechazo o u n a p lena restitu ció n , podem os b u sca r
cosas m anifiestam ente son. Creo que ta l es el caso del m odelo epis­ para n u estro tiem po u n a refo rm u lació n clara de alguna d o ctrin a tr a ­
tem ológico —y ello tan to d irectam ente com o a través de su conexión dicional, y tam bién esto puede re q u e rir que retrocedam os. P ara te­
con concepciones m odernas, de gran influencia, acerca del individuo ner una visión m ás ad ecu ad a de to d a la gam a de posibilidades, qui­
y de la lib ertad y dignidad. siera decir algo en térm in o s generales acerca de las p rácticas y sus
P ero si es así, entonces no es posible lib rarse del m odelo sólo n q ¡licitaciones.
señalando u n a alternativa. Lo que se requiere es su p e ra r el p resu ­
puesto de que la im agen establecida es la única que puede conce­
birse. Pero p a ra hacerlo debem os to m a r u n a nueva posición respecto
de n u estra s prácticas. En lu g ar de vivir en ellas y to m a r la versión II
de las cosas im plícita en ellas com o el m odo en que las cosas son,
tenem os que com prender cóm o h an llegado esas prácticas a la exis­
tencia, cóm o llegaron a en c errar u n a d eterm in ad a visión de las cosas. Creo que nos ay u d ará a e n ten d e r esta fo rm a de indagación filosó-
E n o tras p alab ras, p a ra a n u la r el olvido debem os explicarnos a no­ lirn, y la m an era en que ella nos rem ite a n u estro s orígenes, si nos
so tro s m ism os cóm o ocurrió, llegar a sab er de qué m odo u n a im a­ Minamos en el co n tex to de la necesidad, que a m enudo experim en-
gen fue deslizándose desde su ca rác te r de descubrim iento al de i.u n o s, de fo rm u lar el sentido de n u estra s prácticas, necesidad que
1 1 ni frecuencia debe ser satisfech a a su vez m ediante u n a considera-
p resu p u esto tácito, a la condición de hecho dem asiado obvio p a ra que
se lo m encione. Pero ello re p resen ta u n a explicación genética, una • n >n histórica.
explicación que re stitu y a las form ulaciones a través de las cuales L1 contexto en el cual surge esa necesidad está dado p o r el hecho
tuvo lu g ar su fijación en la práctica. L ibrarnos del presu p u esto del de que u n a de las form as básicas —d esearía d e m o stra r que es la
c a rá c te r único del m odelo exige que pongam os al descubierto los lu m ia básica— en que reconocem os y señalam os las cosas que son
orígenes. E sa es la razón p o r la cual la filosofía es ineludiblem ente im portantes p a ra n o so tro s en el co n tex to hu m an o tiene lugar p o r
h istó rica. medio de lo que podem os llam ar las p rácticas sociales. Con esto
He p ro cu rad o exponer esta tesis en relación con el m odelo episte­ ni lim o quiero decir en líneas generales: form as en que reg u larm en te
m ológico, p ero p o d ría h ab e r escogido m uchos otros ejem plos. Así, nos com portam os los unos en relación con los otros, o los unos fren-
p o d ría h ab e r m encionado los p resu p u esto s atom istas o los presu p u es­ ir ;i los otros, las cuales (a) involucran cierta com prensión m u tu a y
tos acerca de los derechos individuales que constituyen el p u n to de (l>) perm iten d iscrim in ar en tre lo co rrecto y lo erróneo, e n tre lo
p a rtid a de m uchas teorías m orales y políticas contem poráneas (pién­ apropiado y lo inapropiado.
sese, p o r ejem plo, en Nozick y Rawls). V erse libre del p resupuesto Ahora bien: las p rácticas sociales pueden ser en b u en a m edida
del ca rác te r único del m odelo exige, tam b ién aquí, que retro ced a­ i.u iia s. Ello no q u iere decir que las llevem os a cabo sin el lenguaje.
m os, p o r ejem plo, a K ant y a Locke. E n cada caso se debe re tro ced e r < asi no hay p rá ctica que uno pued a im aginar que no re q u ie ra alguna
h a sta la ú ltim a form ulación claram ente expresada, u n a form ulación Io n n a de intercam b io verbal. Q uiero decir en cam bio que el bien, el
que no descansa en un trasfondo de p rácticas que otorga a la im agen valor incorporad o en u n a práctica, su sentido o p ropósito, puede
u n aspecto altru ístic o carente de toda pro blem aticidad, esto es, que no ser expresam ente form ulado. Las perso n as que intervienen en ella
no descansa en u n trasfondo que v irtu alm en te asegura que, sin un llen en que p ercib ir el bien o el p ro p ó sito en alguna form a: esto se
especial esfuerzo de recuperación, no p o d rá decirse m ucho, o m ucho m a n ifiesta , p o r ejem plo, en las recrim inaciones que se hacen las u n as
no p arecerá digno de ser dicho. a las o tra s cuando y erran (o en las aprobaciones que se from ulan
38 LA FILOSOFIA EN LA HISTORIA LA FILOSOFÍA Y SU HISTORIA 39

cuando se a c tú a bien). Pero pueden no disponer de u n a fo rm a de cación de ellas, hecha en térm in o s filosóficos, que incluye, acaso, la
decir en qué co n siste el bien. leoría que se h alla en su base.
Así pues, los que p ra ctican u n a rte —ya sea el de to c a r g u itarra A hora bien: el fin tácito de esa escala es en cierto m odo p rim ario .
flam enca o el de la filosofía— fo rm u lan ciertos juicios de excelencia. Esto es, som os in tro d u cid o s en los bienes de n u e stra sociedad y
Pueden h a b e r expresado o no en qué consiste la excelencia. E n el se­ som os iniciados en sus p ro p ó sito s m ucho m ás, y m ucho antes, p o r
gundo de los casos m encionados es probable que se lo haya hecho, medio de sus p rácticas no explicitadas que p o r m edio de fo rm u la­
p o rq u e los filósofos se h allan com pulsivam ente inclinados a h acer ciones.
explícitas las cosas, m ien tras que en el prim ero lo es m enos. E n O ntogenéticam ente hablando, ello es p erfectam en te claro. N u estro
éste puede resp o n d erse p o r m edio del aplauso o de alguna o tra fo r­ lenguaje m ism o está en tre tejid o con un vasto co n ju n to de p rácticas
m a de reconocim iento, com o la im itación, la aceptación de la pericia, .sociales: conversación, in tercam bio, el d a r y el re cib ir órdenes, etcéte­
etcétera. Pueden d isponer de térm inos p a ra designar las diferentes ra. Lo aprendem os sólo a través de esos in tercam bios. E n especial,
form as de excelencia, o ni siq u iera eso. P ero a u n en este últim o caso aprendem os los térm in o s que designan virtu d es, excelencias, cosas
hay, no obstan te, discrim inaciones no a rb itra rias. Se es inducido a dignas de adm iració n o de desprecio, etcétera, p rim era m en te a tra ­
te n e r u n a percepción de ellas m ientras se es introducido en la p rác­ vés de su aplicación a casos p artic u la res en el curso de tales in te r­
tica. Se las ap ren d e al ap ren d er el cante jondo m ism o; se las apren­ cam bios.
de de u n m aestro. La p rá ctica involucra esas discrim inaciones, y ello Ello quiere decir que, au n cuando m ás ta rd e d esarrollem os nues-
de m an era esencial; en o tro caso, no es la p rá ctica que ella es. Pero i i'o propio p u n to de vista, n u e stra p ro p ia com prensión y n u e stra p ro ­
las n o rm as pueden ser en gran m edida no explícitas. pia in terp retació n , orig in ariam en te ap reh en d em o s esos térm in o s a
Tóm ese el ejem plo del caballero; o el de su ap a ren te opuesto, el liavés de los juicios en cerrad o s en la calificación de los actos fo rm u ­
ho m b re «m achista». E n uno y o tro caso la explicitación de las norm as lada p o r los otros, y después p o r no so tro s m ism os, en los in terc am ­
que indican cóm o se debe ac tu a r y sen tir p a ra ser u n verdadero bios p o r m edio de los cuales aprendem os las prácticas. Aun el vo­
caballero o u n verdadero m achista, puede ser m uy escasa. P ero esa cabulario necesario p a ra u n a form ulación m ás p ro fu n d a es el que
explicitación te n d rá lugar en el m odo en que se actú a respecto de podem os a d q u irir en las p rácticas de form ación en las que ap ren ­
los otro s, respecto de las m ujeres, etcétera; y en buena m edida se dem os, p o r ejem plo, a reflexionar acerca de las cuestiones m orales
la llevará a cabo tam bién en el m odo en que nos m o stram o s a los v a describirlas, o ap ren d em o s el em pleo de los vocabularios cien-
o tro s, en el m odo en que nos p resen tam o s en el espacio público. El íilicos y m etafísicos, etcétera.
estilo tiene aquí m uchísim a im portancia. Es éste otro conjunto de E sto nos ayuda a a c la ra r el proceso que an terio rm en te llam é
p rácticas que hem os aprendido, com o el lenguaje, de los otros, con «olvido histórico». Cuando u n a persp ectiv a ob ten id a inicialm ente
u n m ínim o de explicitación form al. E n realidad, el verdadero rasgo por m edio de un heroico esfuerzo de sobreexplicitación pasa a cons-
de u n cab allero es el vivir según reglas no escritas. Quien necesita iilu ir la base de u n a p ráctica social am pliam ente difundida, puede
que las reglas sean explícitas, no es u n caballero. co n tin u ar inform ando la vida de u n a sociedad —el sentido com ún
Existe u n a escala de explicitación. El extrem o in ferio r corresponde puede llegar a verla incluso com o v irtu alm en te inm odificable—, aun
al caso en el que no se em plea absolutam ente ninguna p alab ra des­ cuando las form ulaciones originarias, y especialm ente el trasfo n d o
criptiva. P or así decir, vivimos n u estro m achism o en teram en te en el de razones en que se apoyaban, hayan sido acaso en teram en te ab an ­
m odo en que perm anecem os de pie, cam inam os, nos dirigim os a las
donadas y sean reco rd ad as sólo p o r especialistas. Y aun estos ú lti­
m u jeres o a otros hom bres. Se lo lleva en el estilo y en el m odo de mos, em pujado s p o r el sentido com ún de su época, no reconocerán
p re sen tarse a sí m ism o. Podem os su p o n er ahora que nos desplaza­ el significado de algunos de los argum entos originarios, fo rm ulados
m os h a sta llegar al pu n to en el que se em plean térm inos que designan
inicialm ente en u n m undo cuyos p resu p u esto s fu n d a m e n tales<eran
v irtu d es —p o r ejem plo, «m achista» y «caballero»— y acaso tam bién
muy distintos. Sostengo que u n a cosa así ocu rrió con la p erspectiva
u n vocabulario m ás variado —«galante», «valeroso», etcétera— , pero
al om ista, ce n trad a en la epistem ología, cuyo p re c u rso r fue D esear­
sin que la explicitación vaya m ás allá. O hallam os u n lenguaje en el les, e n tre otros, en el siglo xvu.
que los aciertos y las incorrecciones poseen nom bres, pero no se
P oner en tela de juicio u na persp ectiv a así equivale a a n u la r ese
fo rm u la aún qué es lo que hace que sean aciertos e incorrecciones.
proceso de olvido. De n ad a serv irá sólo p re se n ta r u n a altern ativ a en
E n el extrem o su p erio r hallam os p rácticas en las que se h a d eter­
la m edida en que sigam os siendo p risio n ero s de los térm in o s de cier-
m inado p lenam ente el sentido de la actividad —los bienes que le
lo «sentido com ún» heredado. P orque, si éste nos retien e p o r h allarse
subyacen o los propósitos insertos en ella— y u n a elaborada ju stifi­
inserto en n u e stra s prácticas, entonces, p a ra n eu tra liz ar sus efectos,
40 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA FILOSOFÍA Y SU HISTORIA 41

tenem os que h ac er explícito lo que ellas encam an. De o tro m odo nacionales y las e stru c tu ra s estatales contem poráneas. Pero com o la
seguirem os estando aprisionados, p o r así decir, en el cam po de fuer­ realidad actu al es re su ltad o de la evolución, y del hip erd esarro llo ,
zas de u n sentido com ún que fru stra todos n u estro s in ten to s p o r de u n a sociedad info rm ad a p o r el m odelo originario, es esencial volver
to m ar u n a posición crítica respecto de sus supuestos básicos. Ese a éste p a ra h allarse en condiciones de en ten d er lo que hoy existe.
cam po d isto rsio n a las alternativas, hace que parezcan extravagantes 1.a sociedad no coincide con el original. P ero es exactam ente eso.
o inconcebibles. P ara to m a r cierta d istancia respecto de él, debem os Nos las habernos con u n a sociedad que no coincide con ese original.
fo rm u lar lo que hoy se halla tácito. Ello hace que, p a ra e n ten d e r a la sociedad, lo m ás im p o rtan te sea
Ello nos ayuda a a c la rar p o r qué este proceso de reform ulación en ten d er el original.
involucra tan a m enudo u n retroceso en la historia. Con m ucha fre­ Así, el capitalism o m o d ern o no está en fase con el sistem a des­
cuencia no podem os su scitar de m anera realm ente efectiva u n a nueva crito y p ro p u esto p o r Adam Sm ith. Eso hace que sea esencial sa­
cuestión m ien tras no hayam os vuelto a hacer explícita n u estras prác­ ber con clarid ad lo que Adam S m ith dijo. Ello se debe a que (a) la
ticas reales. Pero m uchas veces éstas son deudoras de un pu n to de suya fue u n a explicitación p arad ig m ática de las p rácticas y de la
vista que fue form ulado m ejo r o m ás plenam ente o de m an era m ás autocom prensió n que co lab o raro n en la form ación del capitalism o
clara, en el pasado. L ograr u n a aclaración respecto de ellas supone m oderno en buen a p a rte del p lan eta, y (b) esa explicitación fue a su
volver a esa form ulación. Y ello puede no se r fácil. P orque aun vez realm ente recogida y colaboró en la configuración del proceso.
cuando las fó rm ulas de pensadores an terio res son rep etid as con Aun cuando Adam S m ith no hubiese publicado La riqueza de las
veneración p o r los especialistas, con frecuencia las razones en que se naciones en 1776, la lectu ra del m an u scrito seguiría siendo m uy im­
apoyaban se to rn a n opacas en u n período p osterior. p o rtan te en la actu alid ad p o r la razón (a); p ero tam b ién la conside­
P or supuesto, la recuperación de u n a fórm ula a n te rio r jam ás es ram os sum am ente im p o rtan te en v irtu d de la razón (b).
suficiente p a ra volver a h acer explícita u n a práctica. S ería u n a visión E sto no equivale en ab so lu to a d ecir que Adam S m ith nos ofrezca
in sen satam en te idealista la de en ten d e r que todas las prácticas ac­ la teo ría del capitalism o contem poráneo. Los que lo p iensan no de­
tuales son de algún m odo la concreción de teorías explícitas anterio­ ben de e sta r en sus cabales, p o r m uchos que sean los P rem ios Nobel
res. P ero el caso que planteo aquí no depende de u n a tesis tan ex­
que ganen o p o r grandes que sean los E stados que desgobiernen.
trañ a . B asta con que, p o r la razón que fuere, se hayan recogido
Pero sí equivale a d ecir que u na teo ría que d eterm in a de ese m odo
form ulaciones an terio res y se les haya concedido la condición
la form a que ad q u iere u n d esarrollo se to rn a indispensable p ara
de form ulaciones fundam entales o paradigm áticas en el desarrollo de
e n ten d e r v erd ad eram en te ese d esarrollo y lo que deriva de él, p or
u n a p ráctica. E ntonces, aunque el cam bio social, los im pulsos, la
discordante que llegue a ser el resu ltad o final. Lo que hace fa lta es
p resió n de las o tra s p rácticas, los aciertos inesperados, las m odifi­
com p ren d er claram en te las teo rías con las cuales n u e stra cam biante
caciones de la escala social y el olvido histórico hayan producido sus
realidad p re sen te no concuerda. Con ello no aludim os a teo rías re­
efectos —de m odo ta l que el resu ltad o final llegue a ser en teram en te
ferentes a ellos que no sean co rrectas, sino a las que desem peñaron,
irreconocible p a ra quienes establecieron p o r p rim era vez aquellas
y aún pueden desem peñar, un papel form ativo.
fórm u las—, no o b stan te puede que la recuperación de sus form ula­
ciones sea u n a condición esencial p a ra com prender ese resultado. Así, p a ra en ten d ern o s a n o so tro s m ism os en el p resen te nos ve­
P ara to m ar u n ejem plo conocido, la sociedad m oderna, b asad a mos llevados al p asado en b u sca de las afirm aciones p arad ig m áticas
en la noción de agentes individuales libres relacionados e n tre sí por de n u e stra s explicitaciones form ativas. Nos vem os forzados a re tro ­
co n trato s, colaboró en la form ación del trasfondo en el cual se ceder h a sta el descu b rim ien to pleno de aquello en lo que hem os es­
desarrolló el capitalism o tecnológico. Pero este desarrollo h a m odi­ tado, o en lo que n u estra s p rácticas fu ero n fo rjad as. He señalado
ficado el contexto de la práctica. Q uienes hoy p ractican la teoría que esta necesidad puede su rg ir com o re su ltad o de u n cam bio o de
o rig in aria no pueden en ten d erla de la m ism a m an era en que lo hacían un desarrollo. Pero tam b ién puede su rg ir en razón del m odo en que
sus predecesores; el intento de hacerlo desem boca en la confusión las explicitaciones pu ed en d isto rsio n ar u o cu ltar en p a rte lo que está
y en la oscuridad. H ace falta forzosam ente una reform ulación. im plícito en las p rácticas.
Pero tal reform ulación requiere que uno acierte con la form a Ese puede ser el caso de u n a explicitación fo rm ativ a en u n pe­
originaria. No se tra ta de que la form ulación originaria constituya de ríodo dado. P uede ser la explicitación do m in an te y generalm ente
algún m odo la verd ad era expresión de lo que está en la base de la aceptada y ser fo rm ativ a p o r ese m otivo; p ero puede o scu recer o
re alid ad actual. P or el contrario, ha tenido lugar u n cam bio muy negar p a rte s im p o rtan tes de la realid ad im plícita en n u e stra s p rá c ­
grande al su rg ir las gigantescas y b u ro cráticas corporaciones m ulti­ ticas. S erá disto rsiv a en cu an to esas p rácticas siguen siendo llevadas
42 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA FILOSOFÍA Y SU HISTORIA 43

a cabo; continuam os obedeciendo a o tro s bienes, pero de m an era con­ iniendo de este m odo. H ay que re p e tir que ello no se debe a que sólo
fusa y reconocida sólo a m edias. podam os leer la realid ad com o la en carnación de aquélla. P o r el
Podem os h a lla r u n buen ejem plo de ello atendiendo a las dem o­ contrario, sólo puede h a b e r hab id o u n a d isto rsió n en la p rá ctica
cracias liberales m odernas. Hay tre s grandes form ulaciones, o tipos como re su ltad o de esa ceguera y esa p arcialid ad en la form ulación.
de teoría, que h an desem peñado u n papel de im p o rtan cia en el desa­ Pero com o esa ú ltim a fo rm ulación plena nos d a rá la teo ría con la
rro llo de esas sociedades. La fuente decisiva fue la teo ría originaria cual n u e stra sociedad no concuerda, ella es u n a p a rte indispensable
del ho m b re -—u n a teo ría de base m edieval— que entiende a éste como de la h istoria.
p o rta d o r de derechos y som etido al im p eriu m y a la ley, cuyo télos Y así, de todas esas form as, el hecho de que n u estra s p rácticas
básico era la defensa y la protección de aquellos derechos. La se­ estén m odeladas p o r form ulaciones y que éstas im p rim an u n a d e te r­
gunda fue la ato m ista, la cual ve a los hom bres com o seres que bus­ m inada dirección a su desarrollo, hace que au to co m p ren sió n y re-
can la p ro sp erid ad , cada uno de acuerdo con su estrateg ia individual, l'oemulación nos re m itan al pasado: a los parad ig m as que h a dado
y que se un en p a ra vivir som etidos a la ley en razón del interés co­ form a al desarrollo o a los bienes rep rim id o s que h an estado ac tu a n ­
m ún y de las necesidades de seguridad que son sentidas igualm ente do. La rep resió n puede h ac er que el pasado se vuelva irrelev an te allí
p o r todos. La te rc era es el m odelo h u m an ista cívico, que nos ve com o ilonde realm en te logra ab o lir to talm en te las p rácticas cuyos bienes
ciudadanos de u n a república, b ajo u n a ley com ún que nos da iden­ im plícitos encubre. P ero eso o cu rre m ucho m ás ra ram en te de lo
tidad. que p o d ría pensarse. N u estras p rácticas son en realid ad m uy flexibles
Las tres h an desem peñado d iferen tes papeles en el desarrollo de y persistentes. Además, se hallan con frecuencia vinculadas en tre
la sociedad m oderna. H an tenido gravitación en épocas diferentes; sí, de m an era que es v irtu alm en te im posible su p rim ir algunas y, al
el m odelo h u m an ista cívico sufrió incluso u n eclipse p a ra re ap arece r mismo tiem po, m an ten e r o tras. Las prácticas in terrelacio n ad as de
m ás tard e. Pero todos ellos h an dejado su sedim ento en las prácticas la dem ocracia lib eral es u n ejem plo de ello. ¿Cómo elim in ar la ciuda­
de las rep úblicas m odernas. Puede o cu rrir, no ob stan te, que p a ra un danía y co n serv ar a la vez la sociedad de derechos o de acto res indi­
g rupo dado p o r u n tiem po u n a de ellas se eclipse. La herencia cívica viduales estratégicos? Tal cosa no es fácil de im aginar. P ara te n e r
h u m an ista fue poco reconocida en las dem ocracias anglosajonas de lo uno sin lo otro, es m en ester que se tra te de sociedades con una
las ú ltim as décadas, no sólo en los m edios académ icos sino tam bién Iiis loria m uy d iferente de la n u estra . Acaso algunas sociedades lati­
en m uchos sectores de la población. Como re su ltad o de ello tendió a noam ericanas sean así, o algunas o tras sociedades del T ercer M undo.
p re d o m in a r u n a concepción ato m ista del interés, una noción de la Estos ejem plos ilu stran lo que señalé al final d e la p rim era sección
vida política com o la conciliación de los intereses de los individuos y do este tra b a jo . Podem os vernos llevados a u n a recu peración h istó ­
de los grupos, la cual sin duda fue exacta h asta cierto punto, pero rica no sólo p o r la necesidad de escap ar de u n a d eterm in ad a fo rm a so­
tam b ién ciega a la inm ensa im p o rtan cia de la ciudadanía p a ra los cial, sino tam b ién p o r el deseo de re s titu ir o re s ta u ra r u n a fo rm a
h o m b res m odernos, no sólo como u n a b a rre ra in stru m en tal co n tra social que se h alla som etida a u n a p resió n y co rre el peligro de p er­
la explotación p o r p a rte del gobierno. Ello deja en la som bra todas derse. Tal es la intención con la que en n u e stra época los p artid a rio s
las p rácticas, sim bólicas y transactivas, m ediante las cuales se evoca del hum anism o cívico frecu en tem en te re c u rre n a la h isto ria. O po­
que la ciu d ad anía es p a rte de la dignidad de u n a p ersona libre, que dem os no e s ta r seguros y d esear o rien tarn o s resp ecto de la realid ad
uno no es en teram en te libre y adulto si vive b ajo tu tela. Ello se ateso­ so c ia l dom inante. Ello puede m otivar u n a recu peración h istó rica
ra en innum erables sitios: en la corrección y en la incorrección del con el objeto, p o r ejem plo, de p ro d u c ir u n a te o ría m ás adecuada del
o b ra r en n u e stra vida social y política; en n u estra s exigencias de capitalism o desarro llad o actual.
s e r oídos; en la im p o rtan cia que se ad ju d ica a la ho n estid ad con que Lo com ún a to d as esas em p resas es la necesidad de h acer explíci­
se lleve a cabo la elección de los gobernantes; en la celosa vigilancia to lo que en las p rácticas actuales es tácito. E n todos esos casos
de la resp o n sab ilidad de los servidores públicos; en el desafío de la nos vemos conducidos a lo que podem os llam ar la ú ltim a —esto es,
au to rid a d p o r los subordinados, no sólo en la esfera política sino la más reciente— form ulación clara del bien o del p ro p ó sito in serto
tam b ién en las universidades, en la fam ilia, en los lugares de tra b a ­ rn la práctica. Y ello a veces puede h acern o s re tro ced e r aun m ás,
jo, etcétera. hasta la perspectiv a c o n tra la cual fue elab o rad a aquella form ulación.
Aquí tenem os el típico caso de u n a form ulación d isto rsiv a o p ar­
cial que actú a com o pantalla. P ara e n ten d e r qué es lo que está ocu­
rrie n d o en u n caso com o éste, tenem os que ir hacia atrás. Debem os
re c u p e ra r la ú ltim a form ulación p u ra del aspecto que se está supri-
44 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA FILOSOFÍA Y SU HISTORIA 45

A hora bien: creo que hay un gran e rro r en esa concepción no


realista. No com prende en teram en te el sen tid o de lo que hem os
III aprendido al p o n er en tela de juicio el m odelo epistem ológico. Ello
no es sim plem ente que la noción de verdad, de fidelidad a la realidad,
no deba ser analizado de acuerdo con el m odelo basado en el con­
Me propongo ah o ra situ a r sobre ese trasfondo lo que en la p ri­ cepto de correspondencia. E s, m ás fund am en talm en te, que si se
m era sección denom iné «nuevos análisis creativos». Las reform ulacio­ opta p o r esa visión no realista, se en tiende erró n eam en te, p o r ejem ­
nes filosóficas que nos p erm iten h a lla r una posición m ás a p ta p a ra plo, la n atu raleza m ism a del discurso p o r el que escapam os de la
d a r ju stificad a cuenta de una creencia, u n supuesto o u n conjunto prisión epistem ológica.
de ideas, tienen algo de la n atu raleza de n u estras form ulaciones de La cuestión es que no se tra ta de u n d eb ate en tre dos proposicio­
las p rácticas subsistentes. E llas convierten lo que se ha sum ergido nes antagónicas en el sen tid o o rd in ario en que lo son las h ipótesis
h asta alcanzar el nivel de principio organizador de n u estras prácticas em píricas; p o r ejem plo, la cosm ológica h ip ótesis del big bang y
actuales —y p o r eso se halla m ás allá de todo exam en— en u n a con­ las que sostienen el estado uniform e. E n este últim o caso, la verd ad
cepción p a ra la cual puede h a b e r razones, en favor o en contra. Y son de la u n a es incom patible con la verdad de la o tra, p ero no con su
genéticas e h istó ricas p o r el m ism o m otivo. P ara en ten d e r acabada­ inteligibilidad. Pero en n u estro caso la oposición es m ás aguda. Toda
m ente dónde nos hallam os, tenem os que en ten d er cóm o hem os lle­
la validez del m odelo epistem ológico se apoya en la su p u esta ininte­
gado al lu g ar en que estam os. Tenem os que re g resar al últim o descu­
ligibilidad de la teo ría antagónica. Es esta suposición lo que u n a ex­
brim ien to nítido, el cual, en el caso de las cuestiones filosóficas, será
plicación m enos d isto rsio n ad a de la h isto ria d esb arata.
u n a form ulación. P or ello h acer filosofía, al m enos si ello involucra
La v erd ad está involucrada aquí en dos niveles: se lib era a la ex­
tales nuevos análisis creativos, es inseparable de h ac er h isto ria de
la filosofía. plicación de la h isto ria de ciertas distorsiones —p o r ejem plo, se re­
dim e a A ristóteles de los co m entarios de la escolástica ta rd ía — y con
El análisis tiene ram ificaciones in teresan tes en relación con la
cuestión de la verdad y de la relatividad de las cuestiones filosóficas. ello es m enos falsa; y se m u e stra que es falso el sup u esto de la
E n los últim os años la corriente de la crítica co n tra el m odelo epis­ unicidad. Ello no d eterm in a n ecesariam en te u n a nueva resp u esta
tem ológico se h a increm entado. Se h a advertido cada vez m ás am ­ única al enigm a de la mente-en-el-mundo. P ro b ab lem en te nu n ca es­
pliam en te que ese m odelo no constituye la única im agen concebible tem os en esa situación. Pero sí significa que las concepciones filosó-
de la m ente-en-el-mundo. E xisten alternativas. P ero en algunos casos licas que estab an b asad as en el supuesto de la unicidad no pueden
el d escubrim iento de esas altern ativ as h a sido considerado com o un ser ya sostenidas en su fo rm a actual. P or ejem plo, ya no se p o d rá
arg um ento en favor de u n a especie de relativism o filosófico o, al m e­ suponer que cada uno de los in terlo cu to res posee u n a teo ría resp ecto
nos, de una concepción que podría catalogarse com o no realista, de del otro, teo ría que cada un o de ellos aplica cuando sostienen un
acu erd o con la cual la razón no p o d ría a c tu a r com o á rb itro p a ra deci­ diálogo com prensible.
d ir en tre las d istin tas alternativas. El p ro feso r R orty parece defen­ P asar a tr a ta r la cuestión com o si, al h a b e r entendido a am bos
d e r u n a concepción así. Las d istin tas im ágenes de la mente-en-el- interlocutores, uno p u d iera ser au tén ticam en te agnóstico fre n te a
m undo pueden ser su sten tad as en térm inos de los m odos de vida, los ellos —com o sin d u d a o cu rre en el caso de las dos hipótesis cosm o­
m odos de sentir, etcétera, que ellas involucran. Podem os elaborar lógicas— es h ab e r olvidado cuál es la n atu ra leza de la cuestión:
u n a argum entación persuasiva en favor de una o de o tra a la luz «pie la inteligibilidad de uno im plica la falsed ad del otro.
de las preferencias de los hom bres en m ateria de form as de vida. T ra ta rlas com o hipótesis antagónicas e n tre las cuales uno no pue­
P ero no podem os sostener que una es m ás verdadera que otra, m ás de d irim ir p o r m edio de la razón equivale v erd ad eram en te a recaer
fiel a la realid ad o a cóm o son las cosas. en la perspectiv a epistem ológica. Ese es el p u n to de vista q ue con-
Se considera, incluso, que decir algo com o esto últim o equivale a linuó dando lu g ar a arg u m en to s escépticos, y que p ro p en d e a h a­
ad h e rirse a u n m odo de expresión que sólo cobra sentido den tro del cem os ver a to d a p reten sió n de conocim iento com o co n cerniente a
p u n to de vista representacional, en razón de que tiene cierto dejo del un dom inio de en tid ad es que se hallan m ás allá de n u e stra s re p re­
m odelo de la verdad com o correspondencia, que es el que de m a­ sentaciones; y que, a su vez, n o s em p u ja a las fam osas p ro p u estas: al
n e ra m ás n a tu ra l surge cuando uno se em plaza en aquel pu n to de escepticism o, a u n a distinción en tre lo trasc en d en tal y lo em pírico,
vista. Pero u n criterio que sólo co b ra sentido dentro de u n m odelo, a una reducción de la cuestión de la verd ad a la eficacia, o a la que
difícilm ente pueda a rb itra r entre distin to s modelos. Iuese. Todas esas p ro p u estas tienen sentido dentro del paradigm a
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epistem ológico. Y se hallan fu era de propósito u n a vez que aquél ha m ente sin conexiones y eq u id istan te de to d as las cu ltu ras. La im agen
sido pu esto en tela de juicio. C ontinuam os su sten tán d o las sólo sí no de u n su jeto así es, p o r su puesto, o tra de las nociones originadas
hem os llegado a com prender lo que im plica el d esb a ratam ien to del p o r la trad ició n epistem ológica. Y éste es acaso o tro de los aspectos
supuesto de la unicidad. en que los que del d erru m b e del m odelo epistem ológico concluyen
Pero de este análisis deriva u n a cuestión aun m ás im p o rtan te, con­ u n a su erte de concepción no re alista últim a, ponen de m anifiesto que
cern ien te a los lím ites de la razón filosófica. No estam os condenados aún no se h an em ancipado en teram en te de aquél.
al agnosticism o fren te a esas dos explicaciones de la mente-en-el-
m undo. E n realidad, no podem os p erm anecer indecisos después de
h a b e r com prendido qué es lo que está en juego, a ca u sa de la rela­
ción existente e n tre las dos concepciones antagónicas, la verdad de
u n a de las cuales im pugna la inteligibilidad de la otra. E sas dos con­
cepciones se h allan, em pero, en esa relación debido al m odo en que
h an llegado a in sertarse en la h isto ria y en las prácticas de n u estra
civilización. La exclusividad del m odelo epistem ológico fue u n in stru ­
m ento polém ico de im p o rtan cia al establecerse nuevas form as de
pensam iento científico y nuevas prácticas tecnológicas, políticas y
éticas. La cuestión es si podem os fo rm u lar u n a explicación m enos
d isto rsio n ad a del surgim iento y de la continuación de esas prácticas
abandonando el presu p u esto de su exclusividad. La cuestión surge
d en tro de u n a c u ltu ra y de u n a h isto ria; dentro de u n con ju n to de
prácticas, ta l com o en tre form ulaciones antagónicas de esas p rác­
ticas.
Ello q u iere decir que nos encontrarem os en u n a situación m uy
d istin ta si oponem os dos concepciones filosóficas procedentes de
cu ltu ra s y de h isto rias m uy diversas. Si se nos llam a a decidir entre
la visión b u d ista del yo y las concepciones occidentales de la p er­
sonalidad, nos hallarem os en dificultades. No estoy diciendo que
cuestiones com o ésa sean finalm ente im posibles de decidir; pero es
claro que al en cararlas no tenem os la m ás re m o ta idea acerca de
cóm o m an ejarse en la ta re a de dirim irla. Im aginem os que se pide a u n
e x tra te rre s tre que establezca cuál es la civilización que h a de llevarse
la p alm a p o r su ste n ta r la concepción m ás plausible de la naturaleza
hu m an a. In m ed iatam en te p a rtiría de regreso a Sirio. Una decisión
de ese tipo presu pone que hem os elaborado un lenguaje com ún. Y esto
q u iere decir: u n co n ju n to de p rácticas en com ún. T endríam os que
h a b e r crecido ju n to s com o civilizaciones p a ra que pudiésem os ver
cóm o juzgar.
P ero la com probación de estos lím ites de la razón filosófica m ues­
tr a o tro m odo de identificar el e rro r de la concepción filosófica no
realista. Es el de asim ilar todas las cuestiones filosóficas, inclusive
las com parables a la referen te al m odelo epistem ológico, al tipo de
cuestiones que n u estro e x tra te rre stre debería en fren tar. Pero p o d ría­
m os co n sid erar que todas las discusiones son así sólo si de hecho en
n inguna p a rte estuviéram os en casa, esto es, si no perteneciéram os
a n inguna c u ltu ra o a ningún conjunto de prácticas. Una concepción
filosófica no re alista p u ra sólo ten d ría sentido p a ra u n su jeto en tera­
Capítulo 2

LA RELACION DE LA FILOSOFIA CON SU PASADO

A lasdair M acintyre

D esdichadam ente es fácil en c errarse en el siguiente dilem a: o bien


leemos las filosofías del p asado en fo rm a tal que ellas se to rn en
i-elevantes p a ra n u estro s p roblem as y n u estra s em p resas contem po­
ráneas, tran sfo rm án d o las, en la m edida de lo posible, en lo que ellas
habrían sido en caso de fo rm a r p a rte de la filosofía actu al, y m i­
nim izando o ignorando o, incluso, p resen tan d o a veces erró n eam en te
lo que se resiste a ta l tran sfo rm ació n p o rq u e se h alla inextricable­
m ente ligado con los elem entos del p asado que lo to rn a n rad ical­
m ente d istin to de la filosofía actual; o bien, en lu g ar de ello, nos to­
m am os gran cuidado en leerlas en sus pro p io s térm inos, preservando
m eticulosam ente su c a rá c te r idiosincrásico y específico, de m odo tal
que no pu ed an ap a rec er en el p resen te sino com o u n co n ju n to de
piezas de m useo. Es posible e stim ar la fuerza de este dilem a o bser­
vando que, au n q u e su m era form ulación b a sta p a ra que am bas a lte r­
nativas nos re su lten in satisfacto rias, en la p ráctica sucum bim os, no
obstante, m uy a m enudo a la u n a o a la o tra. E l hecho de que lo
hagam os es sin du d a consecuencia ta n to de la varied ad com o de la
gravitación del m odo en que nos hallem os sep arad o s o alejados de las
lases pasad as de la h isto ria de la filosofía.
C onsidérese an te todo el efecto de los cam bios verificados en la
división académ ica del trab a jo . Es ca racterístico que en la actu alid ad
distingam os los p roblem as y las investigaciones filosóficas de los
problem as y las investigaciones científicas, h istó ricas o teológicas.
IV-ro ello no siem pre h a sido así. La am bición de H um e era la de
ser el N ew ton de las ciencias m orales; y D escartes pensó que la re­
lación de su m etafísica con su física e ra la existente e n tre el tronco
y las ram as de u n m ism o árbol. Lo que tendem os a tr a ta r com o his-
loria de la filosofía en el sentido pro p io de la expresión, involucra
bastan te a m enudo la selección de lo que nosotros ah o ra considera­
mos que son las p a rte s au tén ticam en te filosóficas de todos m ás am ­
plios. Pero al h acerlo no podem os ev itar la distorsión; las afirm acio­
nes conceptuales, p o r u n a p arte , y las afirm aciones em píricas y teóri-
50 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA
LA RELACIÓN DE LA FILOSOFÍA CON SU PASADO 51

cas, p o r o tra , son en b u en a m edida in separables: ésa es u n a lección telectual; D ante y Pope, en fo rm a poética; Espinoza, en lo que él
que puede ap ren d erse tan to de la h isto ria m ism a com o de la consi­ consideraba que era la fo rm a de la geom etría; Hegel, com o histo ria;
deración de las im plicaciones de la crítica de Quine a la distinción George E liot, D ostoeivsky y S artre , b ajo la fo rm a de novelas, y m u­
e n tre lo analítico y lo sintético. El tem a de la filosofía m o ral de los chos de nosotro s en ese género m ás tard ío , el m ás excéntrico de to­
siglos x v n y x v m p roporciona u n ejem plo elocuente. Sus herederas dos los géneros filosóficos: el artícu lo d estinado a u n a rev ista espe­
y beneficiarías intelectuales del siglo xx ab arcan no sólo la em po­ cializada.
b recid a y dism inuida disciplina en que se h a convertido la ética Los cam bios verificados en la to talid ad de la división académ ica
filosófica m oderna en las m anos de la m ayor p a rte de sus cultores, del tra b a jo , en la e stru c tu ra c ió n in tern a de la filosofía y en el género
sino tam bién la psicología y las re sta n te s ciencias sociales. Y, p o r su­ literario , se hallan p o r cierto estrech am en te relacionados con el cam ­
puesto, ello no h a dado lugar sim plem ente a un reordenam iento de bio conceptual y tam b ién e n tre sí, au n q u e no com o tres procesos
tem as y cuestiones. El proceso m ism o de reordenam iento h a sido en in teracción m u tu a y en in teracción con u n cu arto proceso, sino
tran sfo rm ad o r, y las transform aciones se han extendido, m ás allá de com o aspecto de u n a y la m ism a realidad, co m pleja pero u n itaria, que
las disciplinas académ icas, a la lengua de la vida cotidiana. Es carac­ es la h isto ria. El grado que alcanza el cam bio conceptual se co rres­
terístico que los análisis de costos y beneficios, las evaluaciones ponde con el grado de dificultad con que se tropieza cuando se in­
psicológicas de los rasgos de la p ersonalidad y los estudios del orden te n ta tra d u c ir o p a ra fra s e a r los conceptos pro p io s de u n a c u ltu ra
y del desorden político se lleven a cabo en la actualidad en u n a form a lingüística y filosófica específica p o r m edio de los conceptos de que
que supone que ésas no son actividades esencialm ente m orales. El disponen o que pueden e la b o ra r los m iem bros de u na c u ltu ra lingüís­
cam po de la m oralidad se h a reducido ju n to con el de la filosofía tica y filosófica m uy d istin ta. Pienso, p o r ejem plo, en innovaciones
m oral. lingüísticas com o las n ecesarias en la h isto ria de la filosofía griega
Una segunda dim ensión de la diferencia h istó rica es igualm ente prim itiv a de George Thom son, esc rita en irlan d és m oderno, y, asi­
obvia: la del cam bio en la estru ctu ració n in tern a de la filosofía en m ism o, en sus trad u ccio n es de P lató n a la m ism a lengua. Los p ro ­
el sentido de cuáles son las discusiones que deben considerarse cen­ blem as con que debe de h a b e r tropezado T hom son se aclaran si se
trales y cuáles m arginales, cuáles m étodos son fecundos y cuáles es­ considera el re su ltad o de la resolución de p roblem as paralelos que
tériles. Me refiero aquí a discusiones an tes que a problem as porque se p lan tea n en la trad u cció n de poesía. Tóm ese u n p asaje hom érico;
lo que suscita u n a discusión pueden ser precisam ente concepciones p o r ejem plo, las p alab ras que S arp ed ó n dirige a G lauco en Ilía-
divergentes acerca de lo que es problem ático. Y p robablem ente u n a di­ da X II, 309-328; y com párense las in terp retacio n es de C hapm an en
vergencia acerca de lo que es problem ático sea inseparable de una el siglo xvi con la de Pope en el siglo x v m y la de F itzgerald en el
divergencia acerca de los fines que la actividad filosófica debe p er­ siglo xx. Hay, p o r cierto, p u n to s en los cuales uno de ellos desfigura
seguir. De tal m odo, lo que es o parece ser la m ism a argum entación, el original griego y o tro no. P ero en m uchos aspectos no com piten
o u n a argum entación m uy parecida, form ulada en dos épocas filo­ e n tre sí: F itzgerald es p a ra su época un excelente tra d u c to r, y
sóficas distin tas, puede te n e r significados m uy distintos. El em pleo C hapm an y Pope lo son tam b ién p a ra las suyas. La noción de una
que San Agustín hace del cogito no es en absoluto el m ism o que de trad u cció n in tem p o ral p erfec ta carece de sentido. Y no veo razones
él hace D escartes. La concepción agustiniana del lugar que la defini­ p a ra suponer que ello no sea v erd ad a pro p ó sito de Platón, com o lo
ción ostensiva ocupa en el aprendizaje del lenguaje ap u n ta a la ilu­ es a p ropósito de H om ero (la veneración de Jo w ett com pite m aravi­
m inación divina de la inteligencia; la concepción, m uy sim ilar, de llosam ente con la veneración de Lang, Leaf o M yers).
W ittgenstein (el hecho de que W ittgenstein considere erróneam ente S ería com pletam ente erróneo d ed u cir de las consideraciones p re­
que su explicación está reñida con la de San Agustín da m ás fuerza sentadas h a sta aquí que algún secto r del pasado nos sea necesaria­
a m i tesis cen tral) a p u n ta al concepto de form a de vida. m ente inaccesible aq u í y ah o ra. P ero ellas sí sugieren la am p litu d
E stos dos tipos de diferencia se hallan reforzados p o r u n a tercera: y la ingeniosidad de las estratag em as que debem os em plear p a ra no
la del género literario . Platón, Berkeley, D iderot y John W isdom perm anecer p risio n ero s del p resen te, com o a m enudo o cu rre en p ro­
escribieron textos filosóficos con la form a de diálogo. Pero los diálo­ porción insospechada, al p re te n d e r volvernos h acia el pasado. Con
gos de P latón constituyen un género filosófico m uy distinto de cuanto ello acen tú an el dilem a que form ulé al com ienzo. Pues la argum en­
fuese posible en los siglos x v m o xx; y en el curso de la com posi­ tación sugiere h a s ta ah o ra que en b u en a m edida el sen tim ien to de
ción de su diálogo P latón m ism o modificó el género. T anto San Agus­ co ntinuidad que ta n ta s h isto rias clásicas de la filosofía nos p ro p o r­
tín com o San Anselmo escribieron textos filosóficos con la fo rm a de cionan, es ilusorio y depende del u so erróneo, au n q u e sin d u d a incons­
u n a plegaria; Santo Tom ás y Duns Escoto, con la de un debate in­ ciente, de un conjunto de artificios destinados a ocultar la diferencia,
52 LA FILOSOFIA EN LA HISTORIA
LA RELACIÓN DE LA FILOSOFÍA CON SU PASADO 53

a llen ar la disco ntinuidad y a d isim ular la ininteligibilidad. Pero aun


m odos específicos de p en sam ien to y de investigación filosóficos, m ien­
ese falaz sentim iento de continuidad puede ser elim inado si leem os tra s que, debido p recisam en te a su p erten en cia tan ín tim a al con­
m uchas h isto rias clásicas de la filosofía escritas en d iferentes épocas texto de aquellos m odos, jam ás h ab ría n parecido racio n alm en te ju s­
y lugares. E m p réndase el ejercicio de leer la h isto ria de la filosofía tificables —y acaso jam ás les h ab rían parecido inteligibles— a aque­
desde la época de K ant en alem án, desde la época de D ugald S tew art llos cuyo m odo de p en sam ien to y de investigación filosóficos, extraño
en inglés, y desde la época de V ictor Cousin en francés, h asta el p ara nosotros, es uno de aquellos con los cuales nos prop o n em o s en­
presente, e inm ediatam ente se a d v e rtirá u n a dim ensión com plem en­ tab lar u n a discusión racional. Pero si esto o cu rriera, entonces se pon­
ta ria de la diferencia. Cada época, a veces h a sta cada generación, dría en tela de juicio la racio n alid ad de n u estro s propios m odos de
tiene su propio canon de los grandes au to res filosóficos y h asta de pensam iento y de investigación filosóficos. P orque tom aríam os cono­
las grandes ob ras filosóficas. C onsidérese el diferen te trata m ien to cim iento de la existencia de o tro co n ju n to antagónico de conviccio­
de que en diferentes épocas y lugares son objeto G iordano B runo, nes, actitu d es y fo rm as filosóficas de investigación cuyas preten sio n es
Hum e, Port-Royal o Hegel. O considérese cuánto h a variado p o r im plícitas o explícitas a la hegem onía racional serían in com pati­
m om entos la im p o rtan cia relativa asignada a los distintos diálogos bles con las preten sio n es paralelas en carn ad as en n u e stra p ro p ia
de P latón desde el R enacim iento. E stas diferencias en p a rte reflejan actividad filosófica, sin que se pudiese d e m o stra r p o r m edio de una
y en p arte refu erzan algunas de las o tras diferencias que ya he seña­
argum entación racional —pues to d a arg u m en tació n válida y relevante
lado. Sugieren el m odo en que la h isto ria de la filosofía, com o sub­ nos h a ría p re su p o n er lo que debem os d em o strar— que se re fu ta n o
disciplina, puede ocasionalm ente co laborar en la consolidación de los se an u lan aquellas p reten sio n es en favor de las n u estras. (P o r cierto,
p rejuicios del p resen te aislándonos de los elem entos del pasado que los antropólogos h an ad v ertid o en ocasiones que cuando se in ten ta
m ás p o d rían p ertu rb arn o s. Debo re p e tir que n ad a hay en la argu­ definir n u e stra relación con el m odo de actividad filosófica ejercid a
m entación precedente que sugiera que alguna p a rte del pasado es en u n a tradició n cu ltu ra l ajen a a la n u estra , pueden p lan tearse pre­
necesariam ente inasequible. P ero la m ultiplicación de los factores cisam ente cuestiones del m ism o tipo; p ero aquí m e in tere sa n sólo
contingentes sugiere tam bién que no podem os d esc artar ninguna de los problem as específicos que se suscitan cuando nos ocupam os de
las dos posibilidades siguientes. Una es la de que puede h ab e r pe­ períodos pasados de n u e stra p ro p ia trad ició n cultural.)
ríodos de la h isto ria de la filosofía ta n ajenos el uno al o tro que el El hecho es, p o r supuesto, que en situaciones com o las que estoy
p o sterio r no pueda te n e r la esperanza de llegar a co m p ren d er ade­ considerando, razones exactam ente de la m ism a índole que las que
cuadam ente al o tro , sino que inevitablem ente lo in te rp re ta rá de m a­ nos im piden ad u cir u n a g aran tía racional p a ra afirm ar la su p erio ri­
n era errónea. E sto parece h ab e r ocurrido ya, por ejem plo, en la dad de n uestro m odo de ejercer la actividad filosófica resp ecto del
incom prensión de la Ilu stració n francesa del siglo x v m respecto del de algún perío d o de n u estro pasado que div erja de aquél, im p ed irán
pen sam ien to m edieval. Sin em bargo, podem os sen tir que esa posi­ asim ism o a d u c ir u n a g aran tía racional p a ra p re fe rir sus p reten sio ­
b ilid ad no nos am enaza a nosotros, puesto que n u e stra capacidad nes a las n u estras. P ero es m uy poco el consuelo que eso pued e p ro­
de identificar acertad am en te tales casos de in terp re tació n errónea porcionar. P orque fue, al m enos en p arte, el d escubrim iento de m o­
sugiere que podem os su p e ra r las b a rre ra s y eludir los obstáculos dalidades teológicas de investigación divergente, in se rta en form as
que n u estro s predecesores del siglo XVIII no pudieron vencer. Por divergentes de p rá ctica religiosa, e igualm ente incapaces —y p o r rao-
supuesto, ta l orgullo cu ltu ra l puede e sta r fu era de lugar. Pero aun livos sem ejan tes—, de re fu ta r la u n a las tesis fu n d am en tales de la
cuando no lo esté, se nos p re sen ta u n a segunda posibilidad, a saber, o tra p o r m edio de arg u m en to s racionales, lo que condujo, d u ra n te
la de que el bu en éxito m ism o que obtengam os al in te rp re ta r social, la Ilu strac ió n y en el p eríodo siguiente a ella, al d escrédito de la
cu ltu ral e intelectualm ente períodos de la h isto ria de la filosofía que teología com o m odo de investigación racional. Se su scita así necesa­
nos son extraños, nos p erm ita conocer m odos del pensam iento y de riam ente la p re g u n ta de p o r qué no h a de su frir la filosofía el m ism o
la investigación filosóficos cuyas form as y cuyos p resu p u esto s son descrédito.
ta n d iferentes de los nuestros, que no seam os capaces de descubrir E sta p re g u n ta tiene su fuerza a causa de dos razones d istin tas. La
en los conceptos y en las norm as u n acuerdo suficiente p a ra p ro p o r­ prim era es que ella re p resen ta u n a versión m ás artificiosa de u na
cionar las razones p a ra decidir entre las tesis divergentes e incom pa­ pregunta p lan tead a ya a m enudo p o r quienes no son filósofos. La filo­
tibles en carnadas en tales m odos sin in c u rrir en u n a petición de sofía —suele so sten erse— se diferencia de las ciencias n atu ra les p o r
principio. Porque, sea cual fuere la no rm a o el criterio al que consi­ su incapacidad de resolver desacuerdos fundam entales; si los filósofos
derem os racional apelar, h a de ser u n a n o rm a o u n crite rio cuyo se dirigen al m undo con voces variables y disonantes, ¿p o r qué h a de
em pleo presuponga ya la justificabilidad racional de n u estro s propios prestárseles atención? E n segundo lugar, consideraciones del género
54 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA RELACIÓN DE LA FILOSOFÍA CON SU PASADO 55

de las que he estado aduciendo refuerzan ese intento, b u rd o pero Lo que, en la versión platónica, S ócrates hace y dice, h a debido
com ún, de d esa cre d itar a la filosofía. Exam ínese con m ayor deteni­ s u frir dos tran sfo rm acio n es p a ra que H aré h ay a podido en c o n trar
m iento cóm o es posible lograr bu en éxito en la ta re a de co rreg ir las en S ócrates u n a víctim a p ro p iciato ria. El contexto original del Pro*■
in terp retacio n es erróneas de que es objeto algún período p a rtic u la r tágoras es de ca rác te r dialéctico, y en él el p ro p ó sito inm ediato de
del p asado filosófico, estableciendo las diferencias radicales que lo S ócrates es re fu ta r la creen cia de hoi polloí según la cual los h o m b res
sep aran de no sotros, en fo rm a ta l que parezca que no som os racio­ pueden verse ap a rtad o s de la persecución de lo que saben que es el
nalm ente capaces de resolver la cuestión de cuál de los p u n to s de bien al su cu m b ir a la atracció n del placer, en tan to que el p ro p ó sito
vista fu ndam entales es el correcto. E xtraigo nuevam ente u n ejem plo u lterio r de S ócrates se refiere al lu g ar que el conocim iento ocupa
de la filosofía m oral. en tre las virtudes. Calificar al contexto de dialéctico equivale a d ecir
E n un capítulo de Freedom and Reason titu lad o «Backsiiding» que entendem os erró n eam en te a S ócrates si consideram os que en esos
[«R eincidencia»] el p ro feso r R. M. H aré subraya lo siguiente: lugares fo rm u la afirm aciones en el curso de u n desarrollo que ap u n ­
ta a d eterm in ad as conclusiones, e rro r a m enudo alentado p o r los
Existen analogías... entre expresiones como «considero bueno» y trad u cto res. Al final del Protágoras se p re sen ta a Sócrates diciendo:
«considero que debo» por una parte y la palabra «quiero» por otra... «Me parece que ah o ra la salida de n u estro s arg u m en to s de hace
No obstante, las analogías entre el querer y el hacer juicios de valor un m om ento —he árti éxodos— es com o un h o m b re que nos acusa
no deben obsesionamos tanto que ignoremos sus diferencias. Acaso y se b u rla de n o so tro s...» (361a, 4). C. C. W. T aylor trad u c e «he árti
el haber hecho esto último condujo a Sócrates a sus famosas di­ éxodo» com o «las conclusiones que acabam os de alcanzar», tra d u c ­
ficultades acerca de la debilidad moral. Los juicios de valor difieren
de los deseos por el hecho de que pueden ser universalizados... y ción que elim ina la connotación d ram ática de esa expresión —una
casi todas las dificultades de Sócrates provienen de no haberlo éxodos es, e n tre o tra s cosas, el final de u n a pieza teatral, y el em pleo
advertido. (Haré, 1963: 71.) ile esa p a la b ra aquí se relacio n a con el em pleo de térm inos pro p io s
de la com edia en o tro s lugares del diálogo— y da lu g ar a la falsa
La n o ta al pie de la página de H aré correspondiente a este texto suposición de que S ó crates h a in ten tad o llegar a u n a conclusión y
no re m ite a la fuente platónica original, el Protágoras, sino a la discu­ reconoce ah o ra su fracaso. Pero la actividad filosófica de S ócrates, al
sión aristo télica del libro V II de la E tica nicom aquea (1145b, 25). menos según se la re p resen ta en estos lugares del Protágoras, era de
E ntien d o que las «fam osas dificultades» de S ócrates que se m encio­ naturaleza m uy d istin ta de la que los filósofos p o sterio res em p ren ­
n an son las de su afirm ación de que nadie actúa en fo rm a co n tra ria dían al afirm ar p rem isas y ex tra er de ellas conclusiones, y el p rim e­
a lo que es lo m ejor, salvo p o r ignorancia, lo cual perm ite a Aris­ ro de los filósofos p o sterio re s en en ten d erlo equivocadam ente fue
tóteles su gerir inicialm ente que lo que él considera com o la tesis Aristóteles.
de S ócrates está com pletam ente reñ id a con tá phainóm ena de akrasía; En realidad, A ristóteles no se re fería a n inguna de las dificulta­
y que la afirm ación de H aré según la cual, con sólo reconocer la dis­ des de S ócrates, fam osas o no, ni co n sid erab a que estuviese haciendo
tinción en tre deseo y form ulación de juicios de valor en que el m ism o tal cosa. P orque cuando señala que la concepción que él atrib u y e
H aré insiste, S ócrates h ab ría entendido que si yo quiero algo al ¡i S ócrates está re ñ id a con tá phainóm ena, lo que quiere d ecir no
p u n to de que lo persigo au n cuando o b ra r así es co n trario al juicio es que ella esté reñ id a con «los hechos observados» (trad u cció n de
de valor acerca del m odo en que los h o m bres deben com portarse W. D. R oss) o con «los m ero s hechos» (trad u cció n de H. R ackham ),
en ese tipo p a rtic u la r de situaciones, y al cual h asta ese m om ento sino con las opiniones recibidas (Owen, 1961), algo que el S ócrates
m e he som etido, entonces, puesto que está en mi poder no in te n ta r del Protágoras ya co m prendía m uy bien. Y lo que A ristóteles con-
satisfacer ese deseo p artic u la r, no puede ser que ahora yo real­ >luye —y, p o r cierto, él sí está fo rm u lan d o afirm aciones y extra-
m ente acepte el juicio de valor. Así, de acuerdo con el pu n to de vendo conclusiones— es, ex p lícitam ente (1147b, 15), que S ócrates
v ista de H aré, nadie actúa jam ás en form a tal que im plique el tenía razón, que quien p arece h ac er lo que es co n trario a lo que él sabe
desprecio de sus propios juicios de valor, porque «es tautológico i|iie es lo m ejo r p a ra él, no puede sab e r en realidad q ue es así.
decir que no podem os asen tir sinceram ente a u n m andato dirigido I’n r supuesto, al m an ife sta r su acuerdo con S ó crates A ristóteles se
a nosotros, y al m ism o tiem po no llevarlo a cabo si ah o ra es la li.i anticipado a sus descendientes m o dernos en ig n o rar los p asos
ocasión de llevarlo a cabo y está en n u estro poder (físico y psíquico) lu íales del Protágoras y la n atu raleza dialéctica de la actividad filo-
hacerlo» (H aré, 1952, citado en H aré, 1963: 79). Así pues, si Sócrates '.nlica de S ócrates, exponiendo, p o r tan to , erró n eam en te la d o ctrin a
h ubiese tenido el m ism o grado de p enetración que H aré, jam ás h a­ de éste. P ero esta exposición erró n ea es a su vez erró n eam en te ex­
b ría in cu rrid o en sus fam osas dificultades. puesta cuando la discusión aristo télica de la akrasía es tra ta d a p o r
56 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA RELACIÓN DE LA FILOSOFIA CON SU PASADO 57

H aré como u n a discusión acerca de los m ism os tem as que H aré dis­ ca racterística u n a rein cid en te. E s alguien cuya educación m o ral es
cute b ajo los títulos de «reincidencia» y «debilidad de la voluntad», aún incom pleta e im perfecta, cuyo m ovim iento h acia el télos que es su
de m an era que la explicación de H aré acerca de esos tem as puede verdadero bien y el b ien p o r él ya reconocido —aunque acaso reco­
ser utilizada —com o lo es p o r el propio H aré— p a ra aclararn o s lo nocido de m an era aún im plícita m ás que explícita— , es desviado p o r
que hay de verd adero y lo que hay de erróneo en la teo ría socrática su fa lta de control sobre las páthe que experim enta. P or ta n to , el
(y, p o r im plicación, en la aristotélica) acerca de la akrasía. akratés ocupa u n lu g ar m uy d istin to , en u n ord en m odal m uy dis­
Lo que en ello se ignora son las decisivas diferencias en el con­ tinto, del que tan to la te o ría m o ral n o rm ativ a com o la p rá ctica m oral
texto m oral y cultural, que hacen que el lugar que la reincidencia m o d ern a acu erd an al rein cid en te. P ero h a b e r co m prendido esto
ocupa en la m oralidad m oderna tenga que ser m uy distinto de la equivale a h ab e r corregido in terp retacio n es erró n eas a costa de ten er
akrasía en el p ensam iento y en la acción ateniense. El contexto de que e n fre n ta r u n a situ ació n que, según la he caracterizad o a n te rio r­
la teoría de A ristóteles —se ad v ertirá que en m i opinión se debe ser m ente, pone en tela de juicio la g aran tía racional de p u n to s de
m uy cauteloso al ad ju d ica r u n a teo ría a S ócrates— es u n enfoque vista filosóficos fu n dam entales.
teleológico de las virtudes en el cual es necesario d ar cuenta de cómo En el corazón de la m oral filosófica griega se halla la figura del
u n h om bre puede llevar a cabo acciones ju sta s sin ser, sin em bargo, agente m o ral educado cuyos deseos y cuyas elecciones son dirigidas
ju sto , y asim ism o de cóm o u n hom bre puede llevar a cabo acciones por las v irtu d es h acia bienes au tén tico s y, en ú ltim a instancia, hacia
in ju sta s sin ser sim plem ente u n ho m b re injusto. La explicación de el bien. E n el corazón de la filosofía m oral típ icam en te m o d ern a se
esto últim o es al m enos u n a de las funciones centrales de la expli­ halla la figura del individuo autónom o cuyas elecciones son so beranas
cación aristo télica de la akrasía (1151a, 11). La akrasía n ad a tiene y últim as, y cuyos deseos, según u n a de las versiones de tal teo ría
que ver con las condiciones p a ra ac ep tar juicios de valor. Su ap ari­ m oral, deben se r balanceados con los de to d a o tra p erso n a o, según
ción presupone u n a distinción e n tre la persona que posee las vir­ o tra de las versiones de la m ism a teoría, deben ser lim itados p o r
tu d es y la p ersona que, aunque tiene u n a opinión c o rrec ta y acaso reglas categóricas que im ponen restriccio n es n eu trales en todos los
conocim iento del fin al que las virtudes están subordinadas, carece deseos y en todos los intereses. E n la concepción c a rac te rístic a de
de ellas. Una condición p a ra que u n a p ersona m uestre akrasía es los griegos la ju stic ia es u n a cuestión de m érito: se tra ta de asignar
que sus convicciones m orales no req u ieran corrección en cuanto a su bienes en concordancia con la co n trib u ció n que uno hace a aquella
contenido. Aquello de lo que una p ersona que m anifiesta akrasía ca­ form a de com unidad política que constituye la aren a m oral. E n la
rece, es la plena epistém e o perativa en esta ocasión p a rtic u la r y la concepción típ icam en te m oderna, la ju stic ia es u n a cuestión de igual­
plena disposición del ca rác te r necesaria p a ra sostener y realizar esa dad fundam ental. E n cada uno de los cuerpos de teorías los con­
operación. E n cam bio, en un enfoque norm ativo m oderno de la ceptos nucleares están in terrelacio n ad o s de tal m odo con u n com ­
m oralidad, com o lo es el de H aré, no sólo puede no h ab er u n lugar plejo cuerpo de creencias, actitu d es y prácticas, que a b s tra e r cada
p a ra las especies de epistém e relevantes y, en realidad, ni siquiera diferencia conceptual con el o b jeto de resolver las cuestiones u na
u n a concepción de ellas, sino que puede no existir la posibilidad por una, im plica necesariam ente, en la m ayoría de los casos, u n fal­
lógica de un hiato en tre conocim iento y acción com o el que ejem pli­ seam iento y u n a d istorsión, en ta n to que ver cada cuerpo de teorías
fica la akrasía. E n u n a concepción norm ativa acep tar principios es com o u n todo es d esc u b rir que cada uno tra e consigo su p ro p ia
ac tu a r según ellos, salvo en las ocasiones en las que no está en el explicación de la justificación racional de los juicios acerca de la
p o d er de uno hacerlo. Pero la akrasía no es sólo cuestión de d eter­ práctica m oral.
m inadas ocasiones; es un rasgo de carácter. E ste ejem plo p a rtic u la r del dilem a suscitado p o r la relación de
El hecho de que la akrasía y la debilidad de la voluntad o reinci­ la filosofía del p re sen te con la del pasado, pone de m anifiesto las
dencia sean tan d istin tas en tre sí es algo que no ha de sorprendernos d islin tas dim ensiones de la diferencia que he enum erado a n te rio r­
si re p aram o s en la radical diferencia que separa a los contextos m ente. El pen sam ien to griego, lo m ism o que la p ráctica griega, en-
cu ltu rales y m orales. Una m oralidad norm ativa de principios está en I ¡ende la m oral y la política com o o bjeto u n itario de investigación; la
su elem ento en un m undo social esencialm ente poskantiano en el leoría m oral m o d ern a se distingue de la filosofía política y asim is­
que la m oralidad establecida es u n a m oralidad de reglas m orales que m o, y con m ayor claridad, de la ciencia política. De tal m odo,
el agente se p rescrib e a sí m ism o y en la cual el o b ra r en form a la división académ ica del tra b a jo nos p erm ite p ro ced er com o si nues-
d istin ta de la concordante con la p ro p ia pro testació n m oral de obe­ Iros alum nos p u d iera n en ten d er la E tica de A ristóteles sin leer la
diencia a reglas específicas, es m an ifestar lo que H aré llam a «reinci­ l’olítica e inversam ente. E l pen sam ien to m o ral griego co n sid era com o
dencia». Pero en m odo alguno es el akratés de m anera necesaria o cosas centrales p a ra su esfera de intereses cuestiones referen tes a
58 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA RELACIÓN DE LA FILOSOFÍA CON SU PASADO 59

la psicología de la n atu raleza h u m an a q u e son tan ex tra ñ as a la filo­ ción que se co n tin ú a a través de las generaciones, sino que se h an
sofía m oral típicam ente m oderna, com o algunas de las cuestiones ap artad o de la investigación filosófica activa p a ra con v ertirse en m ero
centrales p a ra e sta ú ltim a filosofía —p o r ejem plo, la distinción en­ lem a de los h isto riad o res. Quine h a dicho, en chiste, que hay dos
tre hecho y v alo r o la relación e n tre m o ralid ad y u tilid ad — lo son lipos de p erso n as que se in teresan p o r la filosofía: las que se in te re ­
p ara Platón y A ristóteles. Apenas si hace falta m encionar las dife­ san p o r la filosofía y las que se in teresan p o r la h isto ria de la filoso­
rencias que derivan del em pleo distinto de los géneros lite rario s y fía. E n la concepción que acabo de esbozar, el chiste q ue sirve de
de la canonización de determ inados cuerpos de escritos. Las dificul­ réplica al a n te rio r es el de que las p ersonas in teresad as ah o ra p o r la
tades de la p aráfra sis conceptual se h allan en el núcleo m ism o del filosofía e stá n p re d estin ad as a co n vertirse en aquellos p o r quienes
problem a. De m odo que el que vem os aq u í es un ejem plo vivido y fian de in teresarse sólo los que se in teresen p o r la h isto ria de la
elocuente de lo que es pro d u cto de n u e stra incapacidad p a ra resol­ filosofía d en tro de cien años. De ta l m odo, la anulación filosófica del
ver el dilem a inicial: la consiguiente incapacidad p a ra e n c a ra r la pasado d eb id a a esa concepción de la relación e n tre el p asado y el
filosofía m o ral del patrim onio cu ltu ra l a p a rtir del cual n u e stra presente, re su lta se r u n m odo de an u larn o s a no so tro s m ism os de
p ro p ia filosofía m oral fue posible. ¿Qué podríam os resp o n d er ante antem ano. E sta p a rtic u la r división del tra b a jo e n tre el h isto ria d o r
eso? positivo y el filósofo aseg u ra que con el tiem po todo quede lib rad o
Una estrateg ia atra ctiv a consiste en ignorar toda la situación, cosa a la positividad h istórica.
que, al fin y al cabo, la m ayoría de n o so tro s ya hace. E sto es, conti­ Parece, pues, que no es posible ig n o rar el dilem a; tam b ién la in ac­
nu arem o s tra ta n d o n u estro pasado filosófico de dos m an eras distin ­ ción te n d rá d rá stica s consecuencias negativas. Sólo una convincente
tas. P or u n a p arte, com o filósofos, definiendo n u e stra disciplina de explicación acerca del m odo en que es posible e n c a ra r filosófica­
acuerdo con lo que los m iem bros de la A m erican Philosophical As- m ente el pasado filosófico, adem ás de hacerlo histó ricam en te, nos
sociation reg u larm ente hacen, adm itirem os a los filósofos del pasado p ro p o rcio n ará lo que necesitam os. Pero u n a explicación así d eb erá
en n u estra s discusiones sólo en n u estro s propios térm inos, y si ello i lar cuenta del m odo en que u n a persp ectiv a filosófica de g ran alcance
supone u na d istorsión histórica, acaso tan to m ejor. H arem os al p a­ puede ponerse en relación con o tra en los casos en que cad a u n a de
sado el cum plido de suponer que es filosóficam ente tan agudo como e lla s involucra su p ro p ia concepción acerca de lo que es su p erio rid ad
lo som os n o sotros. P or o tra p arte, com o h isto riad o res de la filosofía racional, de m odo tal que ap a ren tem e n te no sea posible re c u rrir a
p ro cu rarem o s con verdadero escrúpulo e n ten d e r el pasado tal com o una p a u ta n e u tra l o independiente. P ero no som os ciertam en te los
realm en te fue y, si con ello el pasado se to rn a irrelev an te desde el prim eros e n n ecesitar de ta l explicación. Los p roblem as referen tes
p u n to de vista filosófico, sim plem ente desacreditarem os la relevan­ al m odo en que p u ed en reso lv erse racio n alm en te las discusiones
cia y, donde otros hab lan de afición de anticuarios, nosotros h abla­ ru an d o éstas sep aran a quienes se ad h ieren a p u n to s de vista am plios
rem os de erudición. y com prensivos cuyos desacuerdos sistem áticos ab arcan desacu er­
Podem os así felicitarnos p o r el m om ento de que lo que parecía dos acerca del m odo en que d eban caracterizarse aquellos desacuerdos
ser u n p roblem a agudo se h a convertido en realidad en u n a hábil so­ y ni qué decir acerca de resolverlos—, h an sido ya en carados p o r
lución. Pero ese placer no puede ser sino m om entáneo. P orque tal los h isto riad o res y p o r los filósofos de la ciencia n a tu ra l b a jo el títu lo
solución ac a rre a u n a clara y —espero— in aceptable consecuencia. El ipie les confirió T hom as K uhn. Son p roblem as de inco n m en su rab i­
p asado se h a b rá convertido en n ad a m ás que el reino del de facto. lidad. P o r ta n to , vale la p en a p re g u n ta rse cu ál es —o acaso cuál de-
Sólo el p resen te será el reino del de iure. Se h ab rá definido el estu ­ lucra ser— la situación del debate, p a ra v er si podem os e x tra e r de
dio del pasado en fo rm a tal que de él quede excluida toda considera­ él algo que nos ayude a resolver n u estro p ro p io problem a.
ción acerca de lo que es verdadero o bueno o está racionalm ente Las ca rac te rístic as de las ciencias n atu rales —ca rac te rístic as cuya
g arantizado, su stituyéndosela p o r la de lo que los h o m bres del pasado, identificación llevó a K uhn a sus afirm aciones iniciales acerca de la
con sus peculiares conceptos de verdad, b o n d ad y racionalidad, cre­ inconm ensurabilidad— tenían, p o r cierto, u n alcance m ucho m ás li-
yeron que era así. La indagación de lo que realm ente es bueno, ver­ ini lado que las ca racterísticas de la filosofía que dan lu g ar a n u estro
dadero y racional se reserv ará al presente. P ero debe ad v ertirse que presente problem a. E n p rim e r lugar, a u n en u n h isto ria d o r ta n am ­
p a ra to d a generación filosófica p a rtic u la r su ocupación con el p re­ plio com o K uhn, de acuerdo con la visión de ciencia n a tu ra l que
sen te sólo puede se r tem p o raria; en u n fu tu ro no m uy d istan te se nniiua al con ju n to de su argum entación, las concepciones m o d ern as
h a b rá convertido en u n a p arte m ás del pasado filosófico. Sus pregun­ de e s a ciencia pueden d eterm in a r am p liam en te cuáles son las teo rías
tas y sus resp u estas de iure se tra n sfo rm a rá n en u n m arco de refe­ y cuáles las actividades de las sociedades p rem o d ern as que deben
ren cia de facto. R esu ltará que no han contribuido a una investiga­ cuidarse com o p re cu rso ra s de la h isto ria de la ciencia n atu ra l. Y ello
60 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA RELACIÓN DB LA FILOSOFÍA CON SU PASADO 61

está, p o r cierto, en teram en te legitim ado, p orque n u estro propio con­ cual pudiésem os ev alu ar las tesis en fren tad as. Tales cu erpos de teo­
cepto de ciencia n a tu ra l es u n concepto claram ente m oderno, origi­ rías p arece n se r m u tu am en te inconm ensurables.
nado e n tre los siglos xvi y xix, en tan to que el concepto de filosofía Las reacciones de los filósofos de la ciencia a la identificación
no lo es. No obstante, la form a que adquirió inicialm ente el problem a del fenóm eno de la in co n m en su rab ilid ad h echa p o r K uhn, h a n sido
en K uhn fue p recisam ente la m ism a del nuestro: ¿cóm o es posible en su m ayoría de dos tipos. Algunos h an sostenido que en realid ad
tra ta r com o antagónicas tesis in sertas en contextos ta n d istin to s que K uhn e stá equivocado y que el concepto de in co n m en su rab ilid ad no
no es posible d isponer de ningún criterio o de ninguna n o rm a neu­ tiene aplicación e n la h isto ria de la ciencia. O tros h an aceptado la
tra l de argum entación, tal como, según Kuhn, suele o c u rrir cuando tesis de K uhn y h an defendido derivaciones ex traíd as de ella q ue
se co n fro n tan e n tre sí dos am plios cuerpos de teo rías científicas, revisten u n c a rá c te r m ás ra d ic al que las que él h u biese aceptado.
com o la cosm ología física de A ristóteles y la de Galileo? E n tales Unos y o tro s están de acu erd o en la validez de la siguiente conse­
casos no podem os re c u rrir a datos n eu tra les e independientes p ro ­ cuencia: si, y e n la m ed id a e n que, el concepto de in co n m ensurabili­
porcionados p o r la observación, pues el m odo en que caractericem os dad p u ed a aplicarse a la elección e n tre cuerpos teóricos co n tra p u es­
y au n el m odo en que percibam os los datos p ertin e n te s y, a p a rte tos, no disponem os de fu n d am en to s racionales p a ra a c ep tar uno de
de eso, cuáles datos que considerem os p ertin e n te observar, depen­ ellos m ás bien que el o tro . Q uisiera p o n er en du d a esa consecuencia.
d erán de cuál de las perspectivas teóricas en d isp u ta hayam os adop­ El argum ento que m e propongo d e sa rro llar exige que p rim eram en te
tad o prim ero: «cuando A ristóteles y Galileo observaban u n a p ied ra subrayem os dos p u n to s a los que los filósofos de la ciencia quizá
a la que se h acía oscilar, el p rim ero veía u n m ovim iento forzado y no h an p re sta d o suficiente atención.
el segundo un péndulo», escribió K uhn en su p rim era form ulación E l p rim ero es que en las ciencias n atu ra les, com o en o tro s ám bi­
de esta cuestión. Más ta rd e concluyó que debe rechazarse toda idea tos, las teo rías tien en u n a existencia esencialm ente h istó rica. No exis­
de u n a lucha « entre las entidades con las que la teo ría puebla la te u n a cosa com o la te o ría cin ética de los gases; existe sólo la te o ría
naturaleza», p o r u n lado, y «lo que realm ente existe», p o r otro: «No cinética ta l com o era en 1850, la teo ría ta l com o era en 1870, la
hay, según pienso, ninguna m an era de in te rp re ta r expresiones com o teoría tal com o es ah o ra, etcétera. Y de igual m odo no existe u n a
“realm en te existe” que sea independiente de to d a teoría» (K uhn, 1970: cosa com o la teo ría física (aristo télica) m edieval com o tal, sino sólo
esa teo ría ta l com o fue so sten id a en F arís a com ienzos del siglo xiv
121 y 206). Ello equivale a decir que todo cuerpo de teo rías de gran
0 en P adua a fines del xv. E sto es, las teorías p ro g resan o d ejan de
am plitud, com o los indicados, llega a nosotros provisto de su pro p ia
progresar, y lo h acen p o rq u e —y en la m edida en que— p o r m edio
conceptualización acerca de la re alid ad observable que ella explica.
<le sus inconsistencias y su s insuficiencias —inconsistencias e insufi­
De ahí que no sea posible re c u rrir, m ás allá del cuerpo de teorías, a ciencias juzgadas de acuerdo con las n o rm as de la p ro p ia teo ría—
u n a realid ad que pueda ser observada con independencia y n e u tra ­ proporcionan u n a definición de los pro b lem as cuya solución p ro p o r­
lidad. ciona a su vez u n a orien tació n p a ra fo rm u lar y re fo rm u lar esa m ism a
P or o tra p arte , K uhn p re sen ta tam bién argum entos destinados a 1 curia. E sto es, las inconsistencias y las insuficiencias de u n a teo ría
m o stra r que la utilización de criterios en apariencia independientes, nunca deben ser co n sideradas com o aspectos m eram en te negativos
com o el grado de confirm ación de u n cuerpo teórico en relación con de la teo ría en cuestión. C onstituyen, en efecto, los p u n to s en los
o tro p o r m edio de la observación, o com o la com paración de grado ■n a le s la teo ría se provee a sí m ism a de problem as, de aquellos p ro ­
y el tipo de anom alía que es posible identificar en cada uno de los blem as en cuyo tra ta m ie n to ella se m u estra aú n capaz de crecer, a ú n
dos cuerpos teóricos en disputa, no nos p roporciona los criterios científicam ente fé rtil o, p o r o tra p arte , incapaz de crecer y estéril.
n eu trales e independientes y racionalm ente garantizados que asp ira­ Al proveerse a sí m ism a de problem as, u n a teo ría se provee a sí m is­
m os a d escubrir. Pues tan to la elección de lo que considerem os com o ma de m etas y de u n a cierta p a u ta p a ra su pro g reso o p a ra su fa lta
casos significativos confirm atorios de u n a teo ría com o la de las ano­ ile progreso en dirección de esas m etas. La im p o rtan cia de este p u n to
m alías que considerem os de im p o rtan cia central, y no de im p o rtan cia para el p roblem a de la inco n m en su rab ilid ad se ad v e rtirá claram en te
secundaria, en u n a teo ría o en la relación de u n a teoría con la ob­ cuando añadam o s el segundo.
servación, dep enderán tam bién de m an era decisiva de cuál de las I ,as teorías p artic u la res de p equeña escala nos llegan en su m ayor
p erspectivas teóricas en disputa adoptem os. P or tanto, si nos atene­ p a rle in sertas en cu erpos de teo rías m ás am plios; esto s ú ltim o s se
m os a los argum entos de K uhn, nos vem os obligados, según parece, a bailan a su vez in serto s en un sistem a de supuestos aú n m ás com ­
co n clu ir que en opciones teóricas com o las indicadas carecem os ver­ prensivos. Son esto s sistem as los q u e p ro p o rcio n an el en tra m ad o de
d ad eram en te de todo crite rio independiente y n eu tra l p o r m edio del conlinuidad en el tiem po d en tro del cual se o p era la tran sició n de un
62 LA FILOSOFIA EN LA HISTORIA LA RELACIÓN DE LA FILOSOFÍA CON SU PASADO 63

cuerpo de teo rías a o tro cuerpo de teorías con el cual el prim ero fracaso, y la v ictoria y la d e rro ta , en térm in o s de las n o rm as del
es inconm ensurable. Tiene que ex istir u n en tram ad o así, p orque sin éxito y del fracaso, y de la v icto ria y de la d erro ta, pro p o rcio n ad as
los recu rso s conceptuales que él provee no podríam os en ten d er a p o r lo que antes he denom inado la p ro b lem ática in tern a del segundo
am bos cuerpos de teorías com o cuerpos de teorías antagónicos que cuerpo de teorías. No es el éxito y el fracaso, el progreso y la este­
p re sen tan explicaciones altern ativ as e incom patibles de un m ism o y rilidad, tal com o los identificam os al fo rm u lar n u estro s juicios desde
único o b jeto y ofrecen m edios incom patibles y divergentes p a ra la p erspectiva de la teo ría racio n alm en te su p erio r, lo que nos p ro ­
alcanzar un m ism o y único con ju n to de m etas teóricas. Una condi­ p o rcio n ará el m aterial p a ra que esa teo ría explique. Se tra ta del
ción p a ra que dos cuerpos de teorías antagónicos sean au tén ticam en te éxito y el fracaso, del p ro g reso y la esterilid ad en térm in o s tan to de
inconm ensurables es que la especificación del objeto y de las m etas los problem as com o de los fines que fu ero n o p u d iero n h ab e r sido
teóricas que co m p arten no sea tal que nos proporcione m otivos identificados p o r los ad h eren tes de la teo ría racio n alm en te inferior.
p a ra o p ta r racionalm ente en tre ellos; pero sin la com ún especificación Así, desde el p u n to de v ista de la m ecánica n ew toniana es posible
del o b jeto y de las m etas teóricas en el nivel del en tram ad o de su­ explicar p o r qué los teóricos del ím petu, al no d isp o n er del concepto
p u esto s —en el nivel de la W eltanschauung— las teorías sencillam en­ de inercia, p u d iero n avan zar sólo h a sta d eterm inado p u n to y no
te caracerán de las propiedades lógicas necesarias p a ra que con se­ m ás allá en la solución de aquellos problem as que obstacu lizab an su
g u rid ad podam os clasificarlas com o antagónicas. Así, en la teo ría m archa hacia la m eta de fo rm u lar las ecuaciones generales del m o­
física los conceptos de peso, de m asa tal com o la define N ew to n y vim iento.
de m asa tal com o es definida en la m ecánica cuántica —conceptos Lo que sostengo es, pues, que u n cu erp o in co n m en su rab le de
in sertos en cuerpos de teorías inconm ensurables— deben ser igual­ teorías científicas puede com unicarse con o tro a través del tiem po,
m ente entendidos com o conceptos de la propiedad de los cuerpos que no sólo p o rq u e p ro p o rcio n a u n co n ju n to de soluciones m ás ap tas
determ in a su m ovim ien to relativo si hem os de p o d er e n ten d e r lo p a ra sus problem as cen trales —puesto que, n atu ralm en te, es en la
que hace que am bas sean teorías antagónicas. Y es este léxico com ún, definición de lo que constituye u n p ro b lem a cen tral donde con to d a
p erten ecien te a u n nivel superior, este re p erto rio de sentidos, y de p ro babilidad dos teo rías inconm ensurables discrepen—, sino p o rq u e
referencias que se halla en el plano de la W eltanschauung, lo que proporciona u n a explicación h istó rica de p o r qué algunas de las expe­
hace que los que se adhieren a teorías antagónicas inconm ensurables riencias fundam en tales de sus adh eren tes, verificadas cuando éstos
reconozcan que se dirigen a lo que en ese nivel puede definirse com o luchaban con sus pro p io s problem as, fu ero n com o fueron. La ap li­
las m ism as m etas. Así, el físico m edieval enredado en los problem as cación de esta p ru e b a de su p erio rid ad racional es m ás sim ple en los
in tern o s de la teo ría del ím petu, los seguidores ren acen tistas de Ga- casos en que es posible com p lem en tarla con o tra p ru e b a que p o r sí
lileo y los científicos del siglo xx que contribuyeron a la m ecánica m ism a no es ni n ecesaria n i suficiente p a ra decidir e n tre las tesis
cuántica, d isp usieron o disponen de u n léxico m ás o m enos com ún de dos cuerpos de teo rías antagónicas e inco n m en su rab les. E n los
que les p erm ite reconocerse com prom etidos en el intento de alcan­ casos en que la trad ició n investigativa definida p o r u n d eterm in ad o
za r la explicación m ás general y m ás com pleta posible del m ovi­ cuerpo de teorías h a degenerado en lo que se refiere a la coherencia
m iento de los cuerpos. ¿Por qué tiene esto im portancia? o a la esterilid ad , o no pu ed e ad a p ta rse a los nuevos d escubrim ien­
La tiene p o rq u e hace falta u n a form ulación adecuada de esos tos sin caer en la incoherencia (é ste es en lo esencial el significado
dos p u n to s no sólo p a ra el planteo de los problem as a que da lugar de los intentos iniciales de Galileo de arm o n izar los nuevos descu­
la in co n m ensurabilidad de dos cuerpos de teorías antagónicos, sino brim ientos con la an tig u a física), los pro p io s p artid a rio s de ese cu er­
tam b ién p ara su solución. Y es posible fo rm u lar ah o ra esa solución po de teo rías pu ed en te n e r buenos m otivos p a ra rechazarla, sin que
b ajo la fo rm a de u n criterio p o r m edio del cual puede juzgarse la ad v iertan a ú n con clarid ad b u en as razones p a ra o p ta r p o r u n a a lte r­
su p erio rid ad racional de u n cuerpo de teo rías de gran escala respec­ nativa d eterm in ad a com o m ereced o ra de su adhesión. (Hago esta
to de o tro. Un cuerpo de teorías de ese tipo —p o r ejem plo, la m e­ observación p a ra co rreg ir lo que sostuve en m i tra b a jo de 1977, si
cánica new toniana— puede ser juzgado com o decisivam ente su p erio r bien en general veo este arg u m en to com o u n desarrollo de algunas
a o tro —p o r ejem plo, la m ecánica de la d o ctrin a m edieval del ím pe­ afirm aciones incluidas en él.) Vale la p ena n o ta r que en re alid ad no
tu — si y sólo si el p rim e r cuerpo de teorías nos p erm ite d a r una necesitam os a ñ a d ir a los criterio s fo rm ulados el req u isito com ple­
explicación adecuada y —de acuerdo con las m ejores norm as de que m entario de que el cuerpo de teo rías juzgado racio n alm en te su p erio r
dispongam os— verd ad era de p o r qué el segundo cuerpo de teorías deba ser relativ am en te co h eren te (no, p o r cierto, dem asiado cohe­
gozó de los éxitos y de las victorias que obtuvo y sufrió las d erro tas rente, pues, com o he sugerido, la incoherencia es fu en te del p ro ­
y las fru stracio n es que padeció, definiéndose en ello el éxito y el greso intelectual) y fecundo en la resolución de problem as, p o rq u e
64 LA FILOSOFIA EN LA HISTORIA LA RELACIÓN DE LA FILOSOFÍA CON SU PASADO 65

ningún cu erp o de teorías que deje de satisfacer este req u isito puede, u n a definición m ínim a y u n ita ria sem ejan te de su p u n to de p artid a.
de hecho, o frecer la explicación h istó rica cuyo proporcionam iento es No puede co n sid erarse com o filósofo a n adie q ue finalm ente no tenga
la p ru e b a de la superioridad racional. que ser juzgado según las n o rm as establecidas p o r Platón. No digo
Lo que, de m an era acaso sorpresiva, se desprende, pues, de lo que esto sólo porque, en e x tra o rd in aria m edida, P latón realm en te pro­
precede, es que la h isto ria de la ciencia n a tu ra l tiene en cierto m odo porcionó a la filosofía tan to su p u n to de p a rtid a com o la definición
la prim acía respecto de las ciencias naturales. Al m enos en lo que de su cam po y de su o b jeto. Además P latón trascien d e, en la form a
se refiere a los grandes cuerpos inconm ensurables de teo rías identi­ que he indicado, las lim itaciones de la filosofía p reso crática y, al
ficados p rim eram en te p o r K uhn, en el ám bito de la ciencia n a tu ra l hacerlo, establece una n o rm a p a ra todo in ten to u lte rio r de trascen ­
es su p erio r la te o ría que su m in istra las razones p a ra cierta especie d er a su vez sus lim itaciones. Así hizo posible a A ristóteles; en reali­
de explicación h istórica: la que confiere a la n arració n del pasado dad, así hizo posible a la filosofía. De ahí que todos los filósofos pos­
u n a inteligibilidad que de o tro m odo no tendría. E n u n a proporción teriores a P lató n deban e n fre n ta r u n a situación en la cual, si uno no
decisiva la su p erio rid ad racional de la m ecánica new toniana deriva puede tra sc e n d e r las lim itaciones de las posiciones fu ndam entales
de su a p titu d p a ra proveernos de u n a explicación de las experiencias de Platón, o lo que uno co n sid ere com o tales lim itaciones, entonces
de fru stració n intelectual de fines del período m edieval. El m odo uno no tiene suficientes razones p a ra no reconocerse a sí m ism o como
en que juzgam os la posición de la ciencia depende del m odo en que platónico, a no ser, claro está, que uno ab andone definitivam ente la
juzgam os la calidad de la h isto ria que ella ayuda a lograr. Se sigue filosofía. Coleridge se equivocó al p en sa r que todo h o m b re es o pla­
de ello que en el terren o de la ciencia n a tu ra l ninguna teo ría es tónico o aristotélico, p ero h a b ría tenido razón si h ubiese afirm ado
defendida com o tal; lo es, o deja de serlo, sólo en relación con aque­ que todo ho m b re es o platónico o u n a cosa d istin ta, lo cual co n stitu ­
llas de en tre sus predecesoras con las que h asta entonces h an con­ ye una disyunción exhaustiva no trivial, p o rq u e to d a filosofía debe
tendido. Las razones m ás poderosas que tenem os p a ra a c ep tar la co ntener esa insu p rim ib le referen cia retro sp ectiv a a los diálogos de
m ecánica cu án tica son u n a conjunción de su explicación d e la n a tu ­ Platón. R econocerlo es p ro p o rc io n a r a la filosofía u n a u n id ad m íni­
raleza y de la explicación histórica con la que aquella explicación ma en sentido ta n to prospectivo com o retro sp ectiv o , u n id ad m ínim a
de la n atu raleza puede colaborar p a ra d ar cu e n ta del d erru m b e de la que la situació n actu al de las ciencias n atu ra les p ro p o rcio n a sólo en
m ecánica new toniana. Existe, entonces, u n a insuprim ible referencia sentido retrosp ectiv o .
h istó rica re tro sp ectiv a que une a cada perspectiva científica con la E n segundo lugar, u n aspecto im p o rtan te de m i tesis acerca de
p redecesora con la que es inconm ensurable. Las ciencias naturales, las ciencias n atu ra les era la afirm ación de q ue los fenóm enos de
a p esa r de la m entalidad an tih istó rica que con ta n ta frecuencia im­ discontinuidad que re p re se n ta la in conm ensurabilidad, se reg istran
pregna su enseñanza y su transm isión, no pueden evadirse de su pa­ d en tro de u n en tram ad o de co n tin u id ad que se da en el nivel de lo
sado. Pero h ab e r reconocido eso equivale a h ab e r alcanzado u n pu n to que llam é W eltanschauung, esto es, el co n ju n to de supuestos y de
en el cual es posible volver de la h isto ria d e las ciencias n atu rales puntos de referen cia co m p artid o s p o r todos y que no son puestos
a la de la filosofía y exam inar si la relación e n tre el pasado y el p re­ cu tela de juicio au n cuando m uchas o tra s cosas lo sean. Podría
sente en el ám bito de la filosofía puede ser entendida, si no de la sugerirse que, com o las g randes co n troversias filosóficas suelen in­
m ism a m anera, al m enos de m an era m uy análoga. cluir en su esfera lo que he llam ado W eltanschauung, p o d rían faltar,
Una condición p a ra p o d er hacerlo sería la de d ar u n a resp u esta cu episodios p o r lo dem ás m uy sem ejan tes de la h isto ria de la filo­
de m an era al m enos m ínim am ente satisfac to ria a las cuestiones sus­ sofía, los elem entos de co n tin u id ad necesarios, los supuestos y los
citad as p o r tre s diferencias decisivas existentes e n tre los problem as puntos de referen cia co m p artid o s necesarios, cuya caracterización
plan tead o s p o r las ciencias natu rales y los planteados p o r la filosofía. es esencial aun p a ra las afirm aciones y m ucho m ás p a ra la solución
E n p rim e r lugar, según señalé al com ienzo, K uhn pudo apoyarse en de determ inad o s p roblem as de inconm ensurabilidad. No m e propon­
u na definición m oderna de las ciencias n atu rales a fin de d elim itar go, p o r cierto, d iscu tir la tesis según la cual las grandes controver­
en el pasado lo que puede considerarse com o su historia. P ero en sias filosóficas tien en u n alcance m ayor que las m ás radicales dispu­
filosofía, p o r razones que ah o ra son obvias, sería fatal p a ra todo nues­ las en el terren o de las ciencias n atu rales, y que a m enudo abarcan
tro proyecto d e ja r que el p resen te de la filosofía determ inase lo que lo que he llam ado W eltanschauung. P ero aun las d isp u tas filosófi­
deba co n sid erarse com o el pasado filosófico. Ello no quiere decir, cas m ás radicales tienen lu g ar en el contexto de elem entos de con-
em pero, que no contem os con ningún recurso. Porque, m ien tras que (inuidad que no son distintos. La v erd ad filosófica —y es en efecto
las ciencias n atu ra les extraen su definición m ínim a y u n ita ria del mui verdad— de que no es posible p o n e r en tela de ju icio to d as las
p u n to que h an alcanzado en la actualidad, la filosofía puede ex tra er cosas a la vez, tien e su im p o rtan cia; y cuando, p o r ejem plo, ab o rd a­
66 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA RELACIÓN DE LA FILOSOFÍA CON SU PASADO 67

mos los fenóm enos de discontinuidad que se re g istra n en la historia, cierto, los p a rtid a rio s de u n a persp ectiv a d eterm in ad a pueden no
de las páthe aristotélicas, las pasiones del siglo x v n , los sentim ientos reconocer siem pre lo que en v o lucraría la aplicación de sus p ro p ias
del siglo x v m y las em ociones del siglo xx, lo hacem os sabiendo que p au tas, y no hace falta que nos lim item os a lo que de hecho reco­
ira y tem or, o sus equivalentes, tienen que figurar en el catálogo nocen o reconocieron, a fin de afirm ar que lo que constituye la su­
de cada u n a de ellas, y que aun cuando tengam os n u e stra s reservas p erio rid ad racional de u n a p erspectiva filosófica de gran escala sobre
p a ra trad u c ir, p o r ejem plo, ira d irectam en te com o «ira» y tim a r com o o tra es su capacidad de trasc en d er las lim itaciones de ésta p ro p o r­
«tem or», n u e stra s reservas deben ser expresadas en form a ta l que cionando desde su p ropio p u n to de vista u n a explicación y u n a com ­
se ad v ierta tan to lo que esa trad u cció n logra com o lo que no logra. prensión m ás adecu ad a de las deficiencias, las fru stracio n es y las
Ello equivale a decir que las form as de discontinuidad y de diferen­ incoherencias del o tro p u n to de v ista (esto es, de lo que son defi­
cia que he enum erado al com ienzo de m i argum entación exigen com o ciencias, fru stracio n es e incoherencias de acuerdo con las p au tas in­
c o n tra p a rte u n catálogo igualm ente com prensivo de las form as de tern as de ese otro p u n to de v ista) que las que ese otro p u n to de
continuidad, de sem ejanza y de recurrencia. El p roblem a suscitado vista puede d a r de p o r sí, en fo rm a tal que nos p erm ite d a r una
p o r los hechos de discontinuidad y p o r las diferencias no h ab ría explicación h istó rica m ás acabada, u n a exposición m ás adecu ad a y
quedado en m odo alguno elim inado o atenuado si hubiésem os seña­ m ás inteligible de ese o tro p u n to de vista y de sus éxitos y de sus
lado antes ese hecho. Pero advertirlo en este m om ento u lterio r de fallas, que las que él puede p ro p o rcio n ar de p o r sí.
m i argum entación es u n a condición previa p a ra p asa r de una con­ R esulta entonces que, así com o los logros de las ciencias n a tu ­
clusión re fere n te a la h isto ria de las ciencias n atu ra les a una conclu­ rales finalm ente deben ser juzgados en térm inos de los logros de la
sión referen te a la h isto ria de la filosofía. h isto ria de esas ciencias, de igual m odo los logros de la filosofía
E n te rc e r lugar, mi explicación de la relación en tre las ciencias deben ser juzgados en térm in o s de los logros de la h isto ria de la
n atu ra les y su h isto ria da p o r sentado que en esa h isto ria casi u m ­ filosofía. De acuerdo con esta concepción, la h isto ria de la filosofía
v ersalm ente lo a n te rio r es d erro tad o p o r lo posterior. P ero si bien es la p a rte de la filosofía que señorea sobre el resto de esta disci­
de hecho ello h a sido así, no fue ni es necesariam ente así. Y en filo­ plina. E s ésta u n a conclusión que a algunos p arecerá p a rad ó jica y a
sofía veo m uchas m enos razones p a ra c reer que h a sido así, y no m uchos n ad a bienvenida. P ero tien e al m enos u n m érito: no es ori­
veo ab so lu tam ente ninguna razón p a ra p a r tir del supuesto de que ginal. Vico, Hegel y Collingwood llegaron, en m uchos p u n to s, a tesis
h a sido así. Pero, tra s h ab e r expresado esta advertencia, no encuen­ notablem ente parecidas, y ello, p o r cierto, no fue en m odo alguno
tro m ayores o bstáculos p ara re fo rm u lar la explicación an tes dada casual. P ero al cim en tar su p u n to de vista cada uno de ellos aceptó,
acerca de lo que en el terren o de las ciencias n atu ra les acred ita a lal com o yo debo hacerlo, que la p ru eb a decisiva de tesis así no tiene
un g ran cu erp o de teorías com o racionalm ente su p erio r a otro, en lugar en el nivel de argum entación en el que yo me he m an ejad o
fo rm a ta l que ella se convierte en u n a explicación de lo que acredita h asta ah o ra y en el que ellos m ism os a m enudo se m an ejaro n . La
a u n g ran cuerpo de teorías filosóficas com o racionalm ente superior pregunta decisiva es la de si realm en te es posible esc rib ir u na h isto ­
a otro. Esa reform ulación es com o sigue. ria de la especie req u erid a. Y la ú nica form a de resp o n d er a esa
Debe reconocerse que los argum entos, las controversias y los en­ pregunta es la de in te n ta r escribirla, ya sea que salga m al o se tenga
fren tam ien to s filosóficos son al m enos de dos especies distintas. éxito.
E stán , p o r cierto, los que se desenvuelven dentro de u n conjunto de
su p u esto s am pliam ente com partidos concernientes al trasfondo de
creencias, a las n o rm as de argum entación, a los m odos de caracte­ BIBLIOGRAFIA
rizar los co n traejem plos, a los m odelos de refutación, etcétera. Pero
e stán tam bién las controversias y los enfrentam ientos en tre perspec­ Haré, R. M.: The Language of Moráis, Oxford, Oxford University Press
1952.
tivas antagónicas de gran escala que he señalado an terio rm en te, en -, Freedom and Reason, Oxford, Clarendon Press, 1963.
las que el desacuerdo es sistem ático, de m an era ta l que parece eli­ K[j h n , T. S.: The Structure of Scientific Revolutions, 2.* ed., Chicago, Uni­
m in arse la posibilidad de toda p au ta com ún p a ra la resolución ra ­ versity of Chicago Press, 1970.
cional del desacuerdo. Cada u n a de las perspectivas opuestas en tales MacI ntyre, Alasdair: «Epistem ological crises, dram atic narrative and the
confrontaciones de gran escala ten d rá su pro p ia problem ática in ter­ philosophy of Science», The Monist, 60(4), 1977, págs. 453-472.
na, sus m om entos de incoherencia, sus problem as aú n no resueltos, Owen , G. E. L.: «Tithenai ta Phainomena», en S. Mansión (comp.), Ans­
juzgando todo ello p o r sus propias p au tas de lo que es problem ático, ióte et les problémes de metkode. Actas del segundo simposio aristo­
de lo que es coherente y de lo que es u n a solución satisfactoria. P or télico, Lovaina, 1961.
C apítulo 3

LA HISTORIOGRAFIA DE LA FILOSOFIA:
CUATRO GENEROS

R ichard R orty

I. R econstrucciones racionales e históricas

Los filósofos analíticos que h an em prendido «reconstrucciones


racionales» de los argum entos de grandes filósofos ya m u erto s lo han
hecho con la esperanza de tr a ta r a estos filósofos com o contem po­
ráneos, com o colegas con los cuales pueden in terc am b ia r p u n to s de
vista. H an arg u m en tad o que, a no se r que se pro ced a así, se p o d ría
poner a la h isto ria de la filosofía en m anos de los h isto riad o res, a
quienes p re sen tan com o sim ples doxógrafos an tes que com o b u sca­
dores de la verd ad filosófica. No o bstante, tales reconstrucciones han
dado lugar a rep ro ch es de anacronism o. A m enudo se acusa a los
h isto riad o res analíticos de la filosofía de a lte ra r los textos dándoles
la form a de proposiciones com o las q ue com únm ente se d iscuten
en las revistas de filosofía. Se sostiene que no h a b ría que obligar a
A ristóteles o a K ant a to m ar p artid o en las discusiones actuales de
la filosofía del lenguaje o de la m eta ética. P arece darse u n dilem a:
o bien im ponem os al filósofo m u erto n u estro s problem as y n u estro
léxico lo b a sta n te p a ra h acer de él u n in terlo cu to r, o bien lim itam os
n u estra actividad in te rp re ta tiv a a h ac er que sus e rro res parezcan
m enos ingenuos colocándolos en el contexto de los oscuros tiem pos
en que fueron escritos.
Sin em bargo, esas altern ativ as no co n stitu y en u n dilem a. D ebiéra­
mos h acer am bas cosas, pero p o r separado. D ebiéram os tr a ta r la
h isto ria de la filosofía com o trata m o s la h isto ria de la ciencia. En
este últim o terren o no nos rehusam os a decir que conocem os m ejo r
que n u estro s antep asad o s aquello de lo cual éstos hablaban. No
pensam os que se in c u rra en un anacronism o al decir que A ristóteles
sostenía un m odelo falso de los cielos, o que Galeno no en ten d ía el
m odo en que funciona el sistem a circulatorio. Damos p o r sen tad a la
perdonable ignorancia de los grandes científicos m u ertos. D ebiéram os
e star igualm ente dispuestos a decir que A ristóteles desdichadam ente
70 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA HISTORIOGRAFÍA DE LA FILOSOFÍA 71

ignoraba que no existen cosas tales com o las esencias reales, o Leib- de la co n d u cta de A ristóteles o de Locke que se aju ste a esa re stric ­
niz que Dios no existe, o D escartes que la m ente no es sino el siste­ ción, tendrem o s que lim itarn o s, no o b stan te, a u n a que, en su lími-
m a nervioso c e n tra l en u n a descripción alternativa. Vacilam os sólo le ideal, nos diga qué p o d rían h a b e r d icho en re sp u esta a todas las
p o rq u e tenem os colegas que tam b ién ignoran esos hechos, y a quie­ críticas o a las p reg u n tas q ue p o d rían h ab erles dirigido sus co n tem ­
nes cortésm en te no caracterizam os com o «ignorantes» sino com o p er­ poráneos (o, m ás precisam en te, el sector d eterm in ad o de sus con-
sonas «que su sten tan concepciones filosóficas diferentes». Los h isto ­ lernporáneos o casi co n tem p o rán eo s cuyas críticas y cuyas p reg u n tas
riad o res de la ciencia no tienen colegas que crean en las esferas cris­ ellos p o d rían h ab e r co m prendido en seguida de m an era co rrecta,
talin as o que duden de la explicación de la circulación sanguínea dada es Lo es, todos los ho m b res que, p a ra decirlo en térm in o s generales,
p o r Harvey, y se hallan p o r tan to libres de tales restricciones. «hablaban la m ism a lengua», e n tre o tra s cosas p o rq u e eran tan ig­
No hay n ad a erróneo en la a c titu d de d ejar deliberadam ente que norantes de lo que ah o ra n o so tro s sabem os com o lo era el gran fi­
n u e stra s p ro p ias opiniones filosóficas determ inen los térm inos en lósofo m ism o). Podem os d ese ar seguir adelante y fo rm u lar p reg u n tas
que se d escriban las ideas del filósofo que ha m uerto. Pero existen como: «¿Qué h a b ría dicho A ristóteles de las lu n as de J ú p ite r (o del
razones p a ra d escribirlos tam bién en o tro s térm inos, en sus propios .iiiliescncialism o de Quine)?», o: «¿Qué h ab ría dicho Locke de los
térm inos. E s provechoso re c re a r el escenario in telectual en el que sindicatos (o acerca de Rawls)?», o: «¿Qué h a b ría dicho B erkeley
los m u erto s vivieron sus vidas, en p a rtic u la r las conversaciones, re a­ ile!. in ten to de Ayer o de B en n ett de “lingüistificar” sus opiniones
les o im aginarias, que pudieron h ab e r m antenido con sus contem po­ acerca de la percepción sensible y de la m ateria?». P ero no definire­
rán eo s (o casi contem poráneos). P ara ciertos propósitos es prove­ mos las re sp u estas que nos im aginam o s que ellos d arían a tales p re ­
choso conocer cómo h ab lab an hom bres que no sabían tan to com o guntas com o descripciones de lo que « dijeron o hicieron» en el sen-
no so tro s sabem os, y conocerlo con b a sta n te detalle, de m anera que lido que S kin n er da a esta expresión.
podam os im aginarnos a no so tro s m ism os hab lan d o la m ism a lengua La p rin cip al razón p o r la que p ro cu ram o s u n conocim iento his-
anticuada. El antropólogo desea saber cómo hablan los prim itivos iúrico de lo que prim itivos no reeducados o filósofos o científicos
e n tre sí y, asim ism o, cóm o reaccionan a la educación que reciben m uertos se h a b ría n dicho los unos a los otro s, resid e en que ello nos
de los m isioneros. Con ese propósito in ten ta m eterse en sus cabezas y ayuda a reconocer que h an tenido form as de vida intelectu al dis­
p en sa r en térm inos que jam ás soñaría em plear en su país. De igual tintas de las n u estras. Como co rrectam en te dice S kinner (1969:
m odo, el h isto riad o r de la ciencia que puede im aginar lo que Aris­ S2-53), «el valor in d ispensable del estu d io de la h isto ria de las ideas»
tóteles p o d ría h a b e r dicho en un diálogo acerca del cielo con A ristar­ es ap ren d er «la distinción e n tre lo que es necesario y lo que m era­
co y Ptolom eo, conoce algo de in terés que perm anece oculto p a ra el m ente es p ro d u cto de n u e stra s p ro p ias y contingentes convenciones».
astrofísico «progresista» que sólo ve cóm o los argum entos de Ga- l.o últim o es, según co n tin ú a diciendo, «la clave de la conciencia
lileo h ab ría n anonadado a A ristóteles. H ay u n conocim iento —un misma». P ero tam bién deseam os im aginarnos conversaciones e n tre
conocim iento h istórico—, al cual puede llegarse sólo si uno pone en­ nosotros m ism os (cuyas contingentes convenciones incluyen el acu er­
tre parén tesis el conocim iento, m ás adecuado, que posee, p o r ejem ­ do general en cu an to a que, p o r ejem plo, no hay esencias reales, no
plo, acerca del m ovim iento de los cielos o la existencia de Dios. existe Dios, etc.) y los poderosos m uerto s. Lo deseam os no sólo p o r­
La búsq u eda de tal conocim iento histórico debe obedecer a la que es agradab le e sta r a la a ltu ra de n u estro s superiores, sino p o rq u e
regla fo rm u lad a p o r Q uentin Skinner: quisiéram os ser capaces de ver la h isto ria de n u estra especie com o
un prolongado diálogo. Q uerem os ser capaces de verla de esa m a­
nera a fin de aseg u rarn o s de que en el curso de la h isto ria de la
De ningún agente puede decirse finalmente que haya dicho o hecho
algo de lo que nunca se lo pueda inducir a aceptar que es una des­ que tenem os con stan cia h a hab id o u n progreso racional, y que nos
cripción correcta de lo que ha dicho o ha hecho. (Skinner, 1960: 28.) distinguim os de n u estro s an tep asad o s p o r razones que ellos p o d rían
ser llevados a acep tar. La necesidad de re sta b le cer la confianza en
S k in n er dice que esta m áxim a excluye «la posibilidad de que una este pu n to es tan grande com o la n ecesidad de conciencia. N ecesita­
explicación aceptable de la conducta de un agente pueda jam ás sub­ mos im aginar a A ristóteles estu d ian d o a Galileo o a Quine y cam ­
sistir tra s la d em ostración de que esa explicación dependía de crite­ biando de opinión, a Santo Tom ás leyendo a N ew ton o a H um e y
rio s de d escrip ción y de clasificación de los que el propio agente no cam biando la suya, etcétera. N ecesitam os p e n sa r que, en la filosofía
disponía». Hay un sentido fundam ental de «lo que el agente dijo o com o en la ciencia, los poderosos m u erto s equivocados contem plan
hizo», así com o de «explicación de la conducta del agente», p a ra el desde el cielo n u estro s recientes aciertos y se sienten dichosos al ver
cual ésta es u n a restricción ineludible. Si deseam os una explicación que sus e rro res h an sido corregidos.
72 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA HISTORIOGRAFÍA DE LA FILOSOFÍA 73

Ello q u iere decir que no estam os interesados solam ente en lo que pie aquí u n a vez m ás el deseo n atu ra l de h a b la r con h o m b res
el A ristóteles que cam inaba las calles de Atenas «pudo ser inducido cuyas ideas son en p a rte m uy sem ejantes a las n u estras, con 1a. es­
a a c ep tar com o u n a descripción co rrec ta de lo que dijo o hizo», sino peranza de inducirlos a a c e p ta r que tenem os esas ideas m ás claras, o
en lo que un A ristóteles idealm ente razonable y educable puede ser con la esperanza de ten erlas m ás claras en el curso del diálogo.1
inducido a a c e p ta r com o u n a descripción así. El aborigen ideal puede Tales in ten to s de conm ensuración son, p or cierto, anacronísticos.
eventualm ente ser inducido a a c ep tar como una descripción de él I'ero si se los lleva a cabo con pleno conocim iento de que tienen
la de quien h a cooperado en la continuación de un sistem a m o n ár­ 1. P or ta n to , no puedo e sta r de acuerdo con las severas críticas que M ichael
quico destinado a fa cilitar los in ju sto s arreglos económ icos de su Avers dirige a tales intentos, ni con su afirm ación de que es u na «ilusión» el
trib u . Un g u ard ián ideal del Gulag puede eventualm ente ser llevado a 1 ''cor que las ideas de la m etafísica, de la lógica y de la epistem ología com ­
verse a sí m ism o com o quien h a traicion ado la lealtad que debía i e d e n con las ideas m atem áticas de Euclides «una independencia respecto de
a sus co m p atriotas rusos. Un A ristóteles ideal puede ser inducido a los accidentes de la historia» (Ayers, 1978: 46). E stoy de acuerdo con la afirma-
■¡<m de B en n ett, citada p o r Ayers en la página 54 de ese ensayo, según la
describirse a sí m ism o com o quien erróneam ente h a considerado los u ial «com prendem os a K ant sólo en la m edida en que podem os decir, cla ra ­
estadios taxonóm icos p re p ara to rio s de la investigación biológica com o m ente y en térm inos contem poráneos, cuáles eran los p roblem as que tra ta b a ,
la esencia de toda investigación científica. En el m om ento en que es rnáles de ellos son aún p roblem as y cuál es la contribución de K ant a su solu-
i ióii». La réplica de Ayers es que «de acuerdo con su in terp re tació n n a tu ral,
llevada a a c ep tar u n a nueva descripción com o ésas de lo que dijo esa afirm ación [la de B ennett] im plica que no es posible u n a cosa ta l com o la
o hizo, cada u n a de esas personas im aginarias se h a tran sfo rm ad o en i oinprensión de un filósofo en sus propios térm inos en ta n to algo d istin to de
«uno de nosotros». Es n u estro contem poráneo o n u estro conciuda­ la difícil proeza de poner en relación su pensam iento con lo que n o so tro s m is­
dano o un m iem bro m ás de la m ism a m atriz disciplinaria a la que mos quisiéram os decir, y an terio r, a ella». Yo añadiría, en apoyo de B ennett,
pertenecem os. que en cierto sentido podem os en efecto com prender en sus propios térm inos
lo que u n filósofo dice antes de p o n er en relación su pensam iento con el nues-
Puede h allarse un ejem plo de un diálogo sem ejante con un m u er­ lio, p ero que se tra ta de u n a fo rm a m ínim a de com prensión com parable con
to «reeducado» en la obra de S traw son (1966) acerca de K ant. The la capacidad de in tercam b iar cortesías en u n a lengua d istin ta de la n u e stra
B ounds o f Sense está inspirado en los m ism os m otivos que In d ivi­ .¡ii ser capaz de tra d u c ir a ésta lo qu e se está diciendo. De m an era sem ejante
duáis: la convicción de que la psicología atom ista de H um e está es posible a p re n d er a d em o strar los teorem as m atem áticos de E uclides en
anego an tes de ap ren d er a trad u cirlo s a la term inología especial de las ma-
co m pletam ente erra d a y es artificial, y que los intentos de reem plazar Irniáticas contem poráneas. La trad u cció n es necesaria si «com prender» significa
la e stru c tu ra «aristotélica» de las cosas, reconocida p o r el sentido algo m ás que to m a r p a rte en ritu ales cuyo sentido se nos escapa, y si tra d u c ir
com ún, p o r «hechos» o p o r «estím ulos» (a la m anera de W hitehead una expresión equivale a ponerla en arm onía con n u e s t r a s prácticas. (Véase la
y Quine) están to talm en te desencam inados. Puesto que K ant coinci­ nula 3 m ás abajo.) Sólo puede llevarse a cabo con éxito u n a reconstrucción
liislórica si se tiene u na idea de lo que uno m ism o piensa acerca de las cues-
de con esta línea de pensam iento y gran p arte de la «Analítica tra s ­ l nmcs en discusión, aunque ello sólo sea que éstas sean falsos problem as. Los
cendental» está dedicada a la form ulación de observaciones simila- inlentos de u n a reconstrucción h istó rica que no se vincule con los intereses del
les, es n a tu ra l que alguien con los intereses de S traw son se proponga •inlor en este sentido (p o r ejem plo, la o b ra de W olfson acerca de E spinoza) no
m o stra r a K ant que puede hacer esas observaciones sin decir o tras .mi ta n to reconstrucciones h istó ricas cuanto recopilaciones de m aterial en b ru to
liara tales reconstrucciones. Así, an te la afirm ación de Ayers (pág. 61), de que
cosas, m enos plausibles, que él dice. E stas últim as son cosas que el ..cu Jugar de so stener la term inología de Locke en c o n tra de la de n u estras
progreso de la filosofía desde los días de K ant nos h a librado de la inopias teo rías, debiéram os in te n ta r com prender sus p ro p ó sito s poniendo en
ten tació n de afirm ar. S traw son puede m o stra r a K ant, p o r ejem plo, relación p en sam iento y sensación ta l com o él lo hace», yo su b ray aría qu e no
cóm o p rescin d ir de nociones com o «en la m ente» o «creado p o r la lindemos hacer m ucho de esto últim o m ien tras no hayam os hecho b a sta n te de
lo prim ero. Si uno no cree que existen facultades m entales tales como «pensa­
m ente», nociones de las cuales W ittgenstein y Ryle nos h an liberado. miento» y «sensación» (com o es el caso de m uchos de n osotros, filósofos de la
El diálogo de S traw son con K ant es com o el que uno puede m an ten er m ente p o sterio res a W ittgenstein), uno deberá dedicar cierto tiem po a im agi­
con alguien que está b rillan te y originalm ente en lo cierto acerca de narse los equivalentes aceptables de los térm in o s de Locke antes de seguir
algo que es m uy querido p a ra uno, pero que de m anera exasperante leyendo p a ra v er cóm o los em plea: lo m ism o que los ateos hacem os al leer
o bras de teología m oral. E n general creo que Ayers se excede en la oposición
m ezcla ese tem a con gran cantidad de to n terías obsoletas. O tros c u tre «nuestros térm inos» y «sus térm inos» al decir que es posible h acer p ri­
ejem plos de tales diálogos son los de Ayer (1936) y B ennett (1971) m ero u n a reco n strucción h istó rica y d e ja r la reconstrucción racional p a ra des­
con los em p iristas ingleses acerca del fenom enalism o, diálogos en pués. Ambos géneros n o ..pueden ser ta n independientes, porque no podrem os
los que se in te n ta e x tra e r la esencia p u ra del fenom enalism o sepa­ sab er m ucho acerca de lo que un filósofo m u erto ha dicho antes de figurarnos
qué sabía de cierto. E stos dos tem as deben ser vistos com o dos m om entos
rán d o la de cuestiones referentes a la fisiología de la percepción y de u n m ovim iento continuo en to rn o del círculo herm enéutico, u n círculo en el
a la existencia de Dios (tem as acerca de los cuales estam os ahora m e­ cual es necesario g ira r m uchas veces antes de em p ren d er c u a l q u i e r a d e l o s d o s
jo r inform ados y podem os p o r tan to a d v e rtir su irrelevancia). Se cum- i ¡ p o s de reconstrucción.
74 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA la h i s t o r i o g r a f í a de la f il o s o f ía 75

ese carácter, son inobjetables. Los únicos problem as que suscitan m uertos com o altern an d o e n tre la reco n stru cció n h istó rica, que de­
son el p ro b lem a verbal de si debe considerarse que las re co n stru c­ pende de la obediencia a la regla de Skinner, y la reco n stru cció n ra ­
ciones racionales «aclaran lo que los filósofos m u erto s realm ente h an cional, que depende de que se la ignora, no h a b rá n ecesariam ente
dicho», y el problem a, asim ism o verbal, de si quienes llevan a cabo las un conflicto e n tre am bas. Cuando respetem os la regla de S kinner, da­
reco n stru ccio n es racionales están «realm ente» haciendo historia. N ada remos del p ensad o r m u erto u n a explicación «en sus pro p io s térm i­
depende de la re sp u esta a una u o tra de estas preguntas. Es n a tu ­ nos», haciendo caso om iso del hecho de que p ensaríam os m al de
ral d escrib ir a Colón com o el d escubridor de Am érica y no de Catay, quien aún hoy em please esos térm inos. Cuando ignoram os la regla
no sabiendo que lo hacía. Casi ta n n a tu ra l com o eso es caracterizar de S kinner, dam os una explicación en n u estro s propios térm inos,
a A ristóteles com o quien, ignorándolo, describía los efectos de la haciendo caso om iso del hecho de que el p en sad o r m uerto, dados los
gravedad m ás bien que el m ovim iento n a tu ra l hacia abajo. Es algo hábitos lingüísticos en los que vivió, rech azaría esos térm inos com o
apenas m ás forzado —pero con ello sólo se da u n paso m ás adelante extraños a sus intereses y a sus intenciones. E m pero, el co n traste
en la m ism a línea— d escrib ir a P latón com o quien inconscientem ente en tre esas dos tareas no debe ser enten d id o com o el que existe e n tre
creía que todas las p alab ras eran nom bres (o cualquier o tra prem i­ la ta re a de d escu b rir lo que el p en sad o r del pasado pensó y la de des­
sa que los co m entadores m odernos de orientación sem ántica hallen a cu b rir si lo que dijo era verdad. D escubrir lo que u n a p erso n a dice
m ano al re c o n stru ir sus argum entos). Es m uy claro que en el sentido equivale a d escu b rir de qué m an era su expresión se acom oda a sus
que S kinner d a a «decir» P latón no dijo nada sem ejante. Cuando pautas generales de con d u cta lingüística y de o tro orden; esto es,
en fo rm a anacrónica decim os que «realm ente» sostuvo tales doc­ equivale m ás o m enos a d escu b rir lo que h a b ría dicho al resp o n d er
trin as, querem os d a r a en ten d er que, en una discusión im aginaria a p reguntas acerca de lo que dijo an terio rm en te. Así, «lo que dice»
con filósofos de la actu alid ad acerca de si él h ab ría sostenido alguna varía según quién form ule esas p reg u n tas. Dicho en térm in o s m ás
o tra concepción, se vería llevado a u n a prem isa que nunca form uló generales: «lo dicho» v aría según la am p litu d de la gam a de con­
y que se refiere a u n tem a que nunca consideró: u n a p rem isa que ductas reales o posibles que uno tiene en cuenta. Suele decirse,
acaso debe serle sugerida p o r u n benévolo re p resen ta n te de las re ­ ron m ucha razonabilidad, que uno descubre lo que dijo aten d ien d o a
construcciones racionales. lo uno, después agrega, cuan d o se escucha reaccio n ar a las consecuen­
Las reco n strucciones h istó ricas de lo que pensadores m uertos cias de su expresión original. E s p erfectam en te razonable d escrib ir
«no reeducados» h ab ría n dicho a sus contem poráneos —re co n stru c­ a Locke descubriendo lo que él realm en te decía, lo que realm en te
ciones que se atienen a la regla de S kinner— son, idealm ente, recons­ estaba estableciendo en el Segundo Tratado, sólo después de h ab e r
trucciones con las que todos los histo riad o res pueden e sta r de acuer­ conversado en el cielo sucesivam ente con Jefferson, M arx y Rawls.
do. Si la cuestión es la de lo que Locke probablem ente h ab ría dicho I am bién es p erfectam en te razonable h acer a u n lado la cuestión de
a un H obbes que hubiese vivido y conservado sus facultades algunas lo que u n Locke ideal e in m o rtal h a b ría decidido que decía. H ace­
décadas m ás, no hay razón p o r la que los h isto riad o res no lleguen a mos esto últim o si estam o s in teresad o s en las diferencias e n tre lo que
u n acuerdo, acuerdo que p o d ría ser confirm ado p o r el descubrim iento era se r p en sa d o r político en la In g la te rra de Locke y en n u e stra
de u n m an u scrito de Locke en el que éste im aginase una conversación cu ltu ra del siglo xx de este lado del Atlántico.
e n tre él y H obbes. Las reconstrucciones racionales, p o r o tra p arte, Podem os, p o r cierto, lim ita r el térm in o «significado» a lo que n o s
no tienden a coincidir, y no hay m otivo p o r el que debiesen hacerlo. proponem os h a lla r en la segunda em presa, esto es, en la skinneriana,
Una p erso n a que piensa que la cuestión de si todas las p alab ras son cu lugar de em plearlo en fo rm a tal que p erm ita que u n texto tenga
nom bres, o cu alquier o tra tesis sem ántica, es u n a de las cuestiones lautos significados cuantos contextos dialécticos haya en los que
decisivas p ara su pro p ia concepción acerca de m uchos otros tem as, pueda se r situado. Si deseam os lim itarlo de ese m odo, podém os adop-
m an ten d rá con P latón u n diálogo im aginario m uy distinto del que lar la distinción en tre «significado» (m eaning) y «significación» (sig-
so sten d ría u n a persona que piensa que la filosofía del lenguaje es uificance) establecida p o r E. D. H irsch, y re strin g ir el p rim er térm in o
u n a m oda p asajera, irrelevante p a ra las verdaderas discrepancias que a lo que está de acu erd o con las intenciones del a u to r en la época de
sep aran a P latón de sus grandes antagonistas m odernos (W hitehead, la com posición del texto, y em p lear «significación» p a ra el caso en
H eidegger o P opper, p o r ejem plo). El p artid a rio de Frege, el de Krip- el que se lo in se rta en algún o tro contexto.2 Pero nada depende de
ke, el de P opper, el de W hitehead y el de H eidegger desean, cada
uno de ellos, «reeducar» a P latón de u n a m anera en cada caso dis­
2. A propósito de esta distinción, véase Hirsch (1976: 2 y sigs.). Debo decir
tin ta an tes de em pezar a d iscu tir con él. '|iie no estoy de acuerdo con la afirmación de Hirsch, semejante a la de Ayers,
Si nos rep resentam os la discusión en tre los grandes filósofos de que no podemos descubrir la significación sin haber descubierto antes el
76 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA HISTORIOGRAFÍA DE LA FILOSOFÍA 77

eso, salvo que optem os por in sistir en que la ta re a del «historiador» hecho, caren te de in terés, de que algunos de esos distin to s contex­
es la de d escu b rir el «significado» y (en el caso de los textos filosó­ tos re p re se n ta n las diferen tes opiniones de m iem bros de la m ism a
ficos) la del «filósofo» indagar la «significación» y eventualm ente la profesión. P o r eso, acerca de cuántas verdades pueden d escu b rirse
verdad. Lo que im p o rta es a c la rar que la captación del significado de en los escrito s de A ristóteles, hallam os m ayor desacuerdo en tre los
u n a afirm ación depende de que se sitúe a ésta en un contexto, y no h isto riad o res de la filosofía que en tre los h isto riad o re s de la biología.
es cuestión de e sc arb a r en la cabeza de quien la form ula p a ra sacar La resolución de esas d iscrepancias es u n a cu estió n m ás «filosófica»
una p ep ita de sentido. Que privilegiem os el contexto constituido p o r que «histórica». Si e n tre los h isto riad o res de la biología se a rrib a ra
lo que el que la form uló pensaba al respecto en la época en que lo a u n desacuerdo sem ejante, su resolución sería u n tem a «biológico»
hizo, depende de lo que nos propongam os alcanzar pensando acerca antes que «histórico».
de la afirm ación. Si lo que nos proponem os es, com o dice S kinner,
«consciencia», entonces debem os evitar el anacronism o ta n to cuanto
sea posible. Si nos proponem os u n a autojustificación p o r m edio de II. La G eistesgeschichte com o fo rm ación del canon
un diálogo con los pensadores m u erto s acerca de n u estro s proble­
m as actuales, entonces som os libres de en treg arn o s a ello ta n to cuan­ H asta ah o ra he sugerido que la h isto ria de la filosofía difiere de
to queram os m ien tras nos dem os cu en ta de que estam os procedien­ la h isto ria de u n a ciencia n a tu ra l sólo incidentalm ente. En am bas
do así. encontram os u n co n tra ste en tre explicaciones contex tu alistas que cie­
¿Y qué, pues, en cuanto a establecer si lo que el p en sa d o r m u erto rran el paso a desarrollos u lterio res, y explicaciones «progresistas»
dice es verd ad? Así com o la determ inación del significado es cues­ que re c u rre n a n u estro m e jo r conocim iento. La ú n ica diferencia que
tión de colocar u n a afirm ación en el contexto de u n a conducta real he m encionado es la de que, com o la filosofía es u n a disciplina m ás
o posible, de igual m odo, la determ inación de la verdad es cuestión polém ica que la biología, las reco n stru ccio n es anacrónicas de los
de colocarla en el contexto de las afirm aciones que no so tro s m ism os grandes filósofos del p asado son m ás v ariadas que las de los grandes
estaríam os dispuestos a form ular. P uesto que lo que considerem os biólogos del pasado. Pero h a sta ah o ra he om itido en mi discusión
p a u ta inteligible de conducta está en función de lo que creem os que el p ro b lem a de cóm o d istin g u ir a quien cu en ta com o u n g ran filó so fo
es verdad, no es posible establecer la v erd ad y el significado com o del pasado, en tan to opuesto a u n gran h om bre del pasado que no
cosas independientes la una de la otra.*3 H ab rá ta n ta s re co n stru c­ lo sea. H e pasado p o r alto, pues, el p ro b lem a de cóm o distin g u ir la
ciones racionales que p reten d an d esc u b rir verdades significativas, historia de la filosofía de la h isto ria del «pensam iento» o de la
o fecundas e im p o rtan tes falsedades, en las obras de los grandes «cultura». En la h isto ria de la biología no se suscitan problem as de
filósofos m uertos, cuantos contextos significativam ente distintos haya, este últim o tipo p o rq u e la h isto ria de la biología es coextensiva con
en los cuales pu ed an in sertarse esas obras. P ara re p e tir m i observa­ la h isto ria de los escritos acerca de p lan tas y anim ales. El pro b lem a
ción inicial: la ap a ren te diferencia que existe e n tre la h isto ria de la surge sólo en la h isto ria de la quím ica, pero de m an era relativ a­
ciencia y la h isto ria de la filosofía es poco m ás que u n reflejo del m ente trivial, p o rq u e n adie se p reo cu p a dem asiado de si llam am os
a Paracelso «quím ico», «alquim ista» o am bas cosas. C uestiones como
la de si Plinio era biólogo en el m ism o sentido en que lo era M endel,
significado, y ello por las mismas razones, de inspiración davidsoniana, por las n si el De generatione et corrupiione de A ristóteles debe co n siderarse
que me he manifestado en desacuerdo con Ayers en la nota precedente. una o b ra de quím ica, no in sp iran p ro fu n d as pasiones. E llo se debe
3. En los artículos de Donald Davidson reunidos en su Inquines Into Inter­ a que en esas áreas claram en te podem os n a rra r la h isto ria de un
pretador! and Truth, que aparecerá próximamente, se hallarán razones en favor
de la afirmación que he consignado en las notas precedentes, de acuerdo con progreso. No tien e m ayor im p o rtan cia en qué m om ento se inicia esa
¡a cual no podemos descubrir lo que alguien dice sin descubrir antes en qué historia, esto es, en qué m om ento vem os que de u n caos de especula­
sentido sus prácticas, tanto lingüísticas como de otro carácter, se asemejan a ción surge u n a «disciplina».
las nuestras y difieren de ellas, ni podemos hacerlo tampoco al margen de la Ello es im p o rtan te, en cam bio, si pasam os a la h isto ria de la filo­
generosa suposición de que la mayoría de sus convicciones son correctas. Tanto
la suposición de Ayers, de que las reconstrucciones históricas preceden natu­ sofía. Ello se debe a que « historia de la filosofía» ab arca u n te rc e r
ralmente a las racionales, como la de Hirsch, de que el descubrimiento del genero, a p a rte de los dos que he d iscutido h a sta ahora. Al lado de
significado precede naturalmente al descubrimiento de la significación, descan­ las reconstruccio n es histó ricas de c a rá c te r skinneriano, com o la de
san, a mi modo de ver, en una teoría insuficientemente holística de la inter­ l.ocke hecha p o r John D unn o la de Sidgw ick hecha p o r J. B. Schnee-
pretación, teoría que he defendido en otro lugar (por ejemplo, en «Pragmatism,
Davidson and truth», que aparecerá en un volumen de ensayos acerca de Da­ wind, y al lado de las reco n stru ccio n es racio n ales com o la de los
vidson compilados por Em est Lepore). em piristas ingleses esc rita p o r B ennett o la de K ant, de S traw son,
78 LA HISTORIOGRAFIA DE LA FILOSOFÍA 79
LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA

se hallan las g randes y vastas n arracio n es geistesgeschichtlich, género sideren que la filosofía es lo que ellos co n sid eran que es—, an tes
cuyo p arad ig m a es Hegel. E n n u estro tiem po este género está re p re­ que el que den a los pro b lem as filosóficos las soluciones p articu lares
sentado, e n tre otros, p o r Heidegger, R eichenbach, F oucault, Blumen- que ellos dan. P ro cu ran o to rg a r p lau sib ilid ad a u n a d eterm in ad a
berg y M aclntyre.4 A punta a la autojustiñcación, lo m ism o que la imagen de la filosofía, an tes que o to rg ar p lau sib ilid ad a d eterm in ad a
reco n stru cció n racional, p ero en u n a escala diferente. Es típico de solución a u n pro b lem a filosófico destacando cóm o u n gran filósofo
las reco n stru cciones racionales que tiendan a decir que los grandes del pasado anticipó esa solución o, curiosam ente, que no lo haya
filósofos m u erto s h an tenido algunas ideas excelentes, pero que la­ hecho.
m en tab lem en te no eran correctas debido a «las lim itaciones de su La existencia de esta tercera, geistesgeschichtlich, fo rm a de his­
época». R egularm ente se lim itan a u n a sección relativam ente pequeña toria de la filosofía es u n a razón co m p lem en taria de la diferencia que
de la o b ra del filósofo; p o r ejem plo, la relación e n tre apariencia y prim a facie se re g istra e n tre la h isto ria de la ciencia y la h isto ria de
realid ad en K ant, o la m odalidad en Leibniz, o las nociones de esen­ la filosofía. Los h isto riad o re s de las ciencias no exp erim en tan la
cia, existencia y predicación en A ristóteles. Se las escribe a la iuz m enor necesidad de ju stific ar que, com o físicos, estem os in teresad o s
de algunas o b ras filosóficas recientes de las que puede decirse razo­ en las p artíc u la s elem entales o, com o biólogos, en el ADN. Si uno
nablem ente que tra ta n «acerca de las m ism as cuestiones» que el gran puede sin tetiz ar esteroides, no necesita de u n a legitim ación histórica.
filosofo m u erto discutía. E stán destinadas a m o stra r que la respues­ Pero los filósofos sí n ecesitan ju stificar su in teré s p o r la sem ántica,
ta que éste dio a esas cuestiones, au n q u e plausibles y atractivas, re­ p o r la percepción o p o r la u n id ad de su jeto y o bjeto o p o r el ensan­
quieren u n a reform ulación o u n a depuración, o, acaso, u n a precisa cham iento de la lib e rta d h u m an a o p o r aquello en lo que esté de
refu tació n como la que recientem ente o tra o b ra de la especialidad ha hecho in teresad o el filósofo que nos esté n a rra n d o la enorm e y v asta
hecho posible. E n cam bio, la G eistesgeschichte actú a en el nivel de historia. Las cuestiones a las que las h isto rias geistesgeschichtlich
las p ro blem áticas antes que en el de las soluciones de los problem as. de la filosofía están p rin cip alm en te consagradas son la de cuáles
Dedica m ayor p a rte del tiem po a p reg u n tar: «¿Por qué la cuestión problem as son «los p ro b lem as de la filosofía», la de cuáles cuestiones
de... fue u n a cuestión central p a ra el pensam iento de este filósofo?», son las cuestiones filosóficas. E n cam bio, las h isto rias de la biología
o: «¿Por qué alguien consideró seriam ente el problem a de...?», que o de la quím ica pu ed en d e sc a rta r esas cuestiones p o r ser sólo
a p re g u n ta rse en qué sentido la resp u esta o la solución pro p u esta verbales. Pueden to m a r sim plem ente los sectores generalm ente no po­
p o r un g ran filósofo del pasado concuerda con la de filósofos contem ­ lém icos de la disciplina en cuestión com o aquello a lo cual la his­
poráneos. Es típico que exponga al filósofo en térm inos de toda su to ria conduce. El term in u s ad quem de la-historia-de-la-ciencia-como-
o b ra antes que en los térm inos de sus argum entos m ás célebres historia-de-progreso, no está en disputa.
(p o r ejem plo, a K ant com o el au to r de las tres Críticas, p artid a rio He dicho an terio rm en te que u n a razón de la a p a ren te diferencia
apasionado de la R evolución F rancesa, p re c u rso r de la teología de existente en tre la h isto ria de la ciencia y la h isto ria de la filosofía
S chleierm acher, etcétera, antes que a K an t com o au to r de la «Ana­ derivaba del hecho de que los filósofos que discrep an , p o r ejem plo,
lítica trascendental»). P rocura ju stificar que el h isto riad o r y sus acerca de la existencia de Dios son, no o b stan te, colegas profesiona­
am igos tengan el tipo de intereses filosóficos que tienen —que con­ les. La segunda razón de la ap aren te d iferen cia e strib a en que quie­
nes discrepan acerca de si la existencia de Dios es u n a cuestión
4. Pienso en Heidegger (1973) y en el modo en que en sus obras posterio­ im p o rtan te, in tere sa n te o «real», son asim ism o colegas profesionales.
res concretó esos esbozos. He discutido el libro de Reichenbach The Rise of La disciplina académ ica llam ad a «filosofía» engloba no sólo resp u es­
Scientific Philosophy (la versión más amplia de la historia positivista de cómo tas d istin tas a las cuestiones filosóficas, sino tam b ién u n to tal desa­
la filosofía^ emergió gradualmente del prejuicio y la confusión) en mi trabajo cuerdo acerca de qué cuestiones son filosóficas. Desde este p u n to de
de 1982 (págs. 211 y sigs.). The Order of Things, de Foucault, es discutido como
ejemplo de Geistesgeschichte en la última sección del presente trabajo. Mis re­ vista, las reco n stru ccio n es racionales y las re in te rp reta cio n es geistes­
ferencias a Blumenberg y a Maclntyre lo son respectivamente a sus obras The geschichtlich difieren sólo en grado: en el grado de desacuerdo con
Legitimacy of the Modern Age y a A fter Virtue. Al afirmar que ésas son obras los grandes filósofos m u erto s que son o b jeto de reco n stru cció n o de
de auto justificación no quiero dar a entender, por cierto, que justifiquen el re in terp retació n . Si uno está en desacuerdo con él p rin cip alm en te en
actual estado de cosas, sino más bien que justifican la actitud del autor res­
pecto ese estado de cosas. Las melancólicas historias de Heidegger, Foucault y las soluciones de los problem as, an tes que en cuáles son los p ro b le­
Mclntyre condenan las prácticas presentes pero justifican los pareceres que m as que re q u ie ren discusión, uno p en sa rá que lo está reco n stru y en d o
sus autores adoptan respecto de esas prácticas y, con ello, justifican la selec­ (com o, p o r ejem plo. Ayer reco n stru y ó a B erkeley). Si uno piensa
ción que ellos hacen de lo que debe considerarse como una discusión filosó­ que está m o stran d o lo que no se debe p en sa r acerca de lo que él
fica apremiante. La misma función cumplen las historias optimistas de Hegel, intentó p en sa r (com o, p or ejem plo, en la re cu sato ria in terp retació n
Reichenbach y Blumenberg.
80 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA HISTORIOGRAFIA DE LA FILOSOFÍA 81

que Ayer hace de H eidegger o en la recu sato ria descripción que Hei- de las aves o de las variedades de la locura. P ara los fines de la
degger hace de K ierkegaard com o « escrito r religioso» antes que como reconstrucción racional y de la consiguiente discusión no es necesa-
«pensador»), entonces uno pen sará que está explicando p o r qué no i'io in q u ietarse p o r sab er si u n tem a es «ineludible». P ara la G eiste­
debiera considerárselo com o un colega filósofo. Uno redefinirá «fi­ sgeschichte, esto es, p a ra la h isto ria in telectu al con m oraleja, existe
losofía» en fo rm a tal de leerlo a p a rtir del canon. en cam bio ta l necesidad. P orque la m o raleja p o r ex tra er es la de
La form ación del canon no es u n problem a p a ra la h isto ria de la que hem os m antenido —o no hem os m an ten id o — el ru m b o co rrecto al
ciencia. No hay necesidad de asociar la propia actividad científica p lan tear las cuestiones filosóficas que ú ltim am en te hem os planteado,
con la de algún gran científico m u erto a fin de que parezca m ás digna y que el G eisteshistoriker está justificado al a d o p ta r d eterm in ad a p ro ­
de respeto, ni de d esacred itar a algún predecesor p re su n ta m e n te dis­ blem ática. M ientras que el que cultiva la reco n stru cció n racional sien­
tinguido p resen tándolo como pseudocientífico a fin de legitim ar los te ta n poco la necesidad de p reg u n tarse si la filosofía an d a en el
propios intereses. La form ación de u n canon es im p o rtan te en la his­ rum bo correcto, como el h isto riad o r de la ciencia la de p re g u n ta rse
to ria de la filosofía p orque «filosofía», adem ás de sus em pleos des­ si la condición de la bioquím ica con tem p o rán ea es buena.
criptivos, tiene u n im p o rtan te em pleo honorífico. E m pleada descrip­ El em pleo honorífico de «filosofía» es tam b ién irrelevante, en
tivam ente, la expresión «cuestión filosófica» puede designar a u n a teoría p a ra la reco n stru cció n histórica. Si la G eistesgeschichte lee a
cuestión com únm ente debatida p o r alguna «escuela» contem poránea, l.ocke o a K ierkegaard a p a r tir del canon filosófico, los h isto riad o res
o puede d esignar a u n a cuestión deb atid a p o r todas o p o r m uchas contextualistas pueden c o n tin u ar describiendo, im p ertu rb ab les, cóm o
de las figuras h istó ricas h abitualm ente catalogadas como «filósofos». era ser Locke o K ierkegaard. Desde el p u n to de vista de la h isto ria
E m pleada honoríficam ente, sin em bargo, designa a cuestiones que contextualista no hay necesidad de enorm es h isto rias que ab a rq u en
deben ser debatidas: que son ta n generales y ta n im p o rtan tes que varios siglos p ara in se rta r en ellas u n a explicación de lo que sig­
debieran h a b e r estado en la m ente de los pensadores de todos los nificaba ocuparse de la p o lítica en la In g la te rra del siglo x v n o de
tiem pos y de todos los lugares, ya sea que esos pensadores hayan la religión en la D inam arca del siglo xix. P ara tales h isto riad o res, la
p ro cu rad o fo rm u larlas explícitam ente o no.5 cuestión de si las figuras que ellos escogen «realm ente» eran u n filó­
E ste em pleo honorífico de la expresión «cuestión filosófica» es, en sofo fundam en tal o u n filósofo secundario, u n político, un teólogo o
teoría, irrelevante p a ra las reconstrucciones racionales. Un filósofo un literato , es ta n irrelev an te com o lo son las actividades taxonóm i­
contem poráneo que se propone d iscu tir con D escartes acerca del dua­ cas de la Sociedad O rnitológica A m ericana p a ra el n a tu ra lis ta de
lism o del alm a y el cuerpo, o con K ant acerca de la distinción en­ cam po que to m a no tas acerca de la conducta de apaream ien to de un
tre apariencia y realidad, o con A ristóteles acerca de la significación pájaro ca rp in tero que aquella sociedad acaba de reclasificar a sus
y la referencia, no necesita afirm ar ■ —y h ab itu alm en te no afirm a— espaldas. Uno p o d ría, según la p ro p ia capacidad filosófica, co m p artir
que esos tem as son ineludibles toda vez que u n ser hum ano reflexio­ la convicción anglosajona de que ningún progreso filosófico se p ro ­
n a acerca de su condición y de su destino. Lo típico es que el que dujo en lo que va de K ant a Frege, y, com o h isto riad o r, com placerse
lleva a cabo una reconstrucción racional se lim ite a decir que de todos m odos en revivir las preocupaciones de S chiller y Schelling.
ésos son tem as que h an hecho u n a in teresan te ca rre ra, y que acerca P ero esa independencia teórica, com ún a las reco n stru ccio n es his-
de ellos siguen escribiéndose obras in teresan tes, tal com o u n h isto ­ Iúricas y a las racionales, respecto de la form ación de u n canon,
ria d o r de la ciencia po d ría decir lo m ism o acerca de la taxonom ía raram ente es llevada a la p ráctica. Los que cultivan la re co n stru c­
ción racional en realid ad no se m olestan en re c o n stru ir filósofos
5. La necesidad de un empleo honorífico de «filosofía», de un canon, y de m enores y en d iscu tir con ellos. Los que cultivan la reco n stru cció n
una autojustificación, me parece que explica lo que John Dunn llama «la mis­
teriosa tendencia, que se observa especialmente en la historia del pensamiento histórica desean re c o n stru ir figuras que fueron «significativas» en el
político, a hacer que los textos consistan en la indicación de a qué propo­ desarrollo de algo: si no de la filosofía, acaso del «pensam iento
siciones de qué obra importante remite el autor de qué proposición en qué otra europeo» o del «pensam iento m oderno». E n am bos géneros recons-
obra importante» (1980: 15). Esa tendencia es la nota característica de la ma­ Iructivos se tra b a ja siem pre buscando la o b ra m ás reciente referid a
yoría de las Geistesgeschichte, y no me parece que sea misteriosa. Es la ten­
dencia a la que tanto los historiadores como los filósofos dan rienda suelta a la form ación del canon, y éste es el privilegio del G eisteshistoriker,
cuando se quitan la toga y conversan acerca de lo que han encontrado de útil porque él es quien m an eja expresiones com o «filosofía» o «cuestión
en sus grandes libros favoritos. A mi modo de ver, lo bueno de la Geistesge­ lilosófica» en su sentido honorífico. E s él p o r tan to el que decide
schichte —lo que la hace indispensable— es que satisface necesidades que ni la cuáles son los tem as (dignos de ser o b jeto del pensam iento, esto es,
historia no filosófica ni la filosofía no histórica pueden colmar. (En la última
sección del presente ensayo puede hallarse una discusión de la posibilidad de el que establece cuáles cuestiones son las que p erten ecen a las «con­
que reprimamos esas necesidades.) venciones contingentes» de la actu alid ad y cuáles las que nos vinculan
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con nu estro s predecesores). Como perso n a que decide quién «descu­ dejan escritos, éstos p asan a fo rm a r un canon, un catálogo de l e c t u ­
bría» lo que realm en te era im p o rtan te y quién m eram ente se d istraía ras que uno debe h ab e r exam inado cu idadosam ente p ara ju stificar lo
con los epifenóm enos de su época, desem peña el papel que en el que se es.
m undo antiguo desem peñaba el sabio. Una diferencia que separa Puedo re su m ir lo que he estad o diciendo acerca del te rc e r génezro
a ese m undo del n u estro estrib a en el hecho de que la elevada cu ltu ra de la h isto rio g rafía de la filosofía, señalando que es el género que s e
de los tiem pos m odernos h a llegado a to m ar consciencia de que hace responsable de identificar qué escrito res son «los grandes filo s o-
las cuestiones que los hom bres p ensaban que eran ineludibles, han los del pasado». E n ese papel se h alla en una relación p a r a s i t a r i a
cam biado en el tran sc u rso de los siglos. H em os llegado a tom ar con los o tro s dos géneros —las reconstrucciones histó ricas y l a s
consciencia •—cosa que el m undo antiguo no logró— de que podem os reconstrucciones racionales, y tam b ién a diferencia de la h isto ria «de
no sab er cuáles son las cuestiones realm en te im p o rtan tes. Tem em os la ciencia, debe precaverse de in c u rrir en anacronism os, p o rq u e ano
que acaso estem os tra b a ja n d o aú n con vocabularios filosóficos cuya puede e n c a ra r la cuestión de quién debe ser considerado com o filó s o fo
relación con «los verdaderos» problem as sea la m ism a que, p o r ejem ­ como u n a cuestión ya re su elta p o r la p rá ctica de quienes m ás tar« d e
plo, el vocabulario de A ristóteles g u ard a con «el verdadero» objeto fueron caracterizados así. No o b stan te, a diferencia de las re c o n s -
de la astrofísica. La percepción de que la elección del vocabulario es l dicciones históricas, no puede q u ed arse con el vocabulario e m p le a d o
p o r m enos ta n im p o rtan te com o las resp u estas a las p reguntas plan­ por m ía figura del pasado. Debe «situar» ese vocabulario en una s e r 'ie
tead as con un vocabulario determ inado, h a hecho que el Geisteshis- de vocabularios y estim ar su im p o rtan cia in sertán d o lo en u n a n a n r a -
to riker desplazase al filósofo (o, com o en el caso de Hegel, N ietzsche <ión que sigue el hilo de los cam bios de vocabulario. Se justifica a sí
y Heidegger, h a hecho que el térm ino «filosofía» se em plee como misma, de m an era sim ilar a com o lo hace la reco n stru cció n ra c io n a l,
designación de cierta especie, p artic u la rm en te ab stra c ta y de juego pero la em p u ja el m ism o anhelo de m ayor consciencia que lleva a
libre, de la h isto ria intelectual). los hom bres a e m p re n d er reco n stru ccio n es histó ricas. Pues la G eiste.s-
E ste últim o punto puede ser expresado de m anera m ás sim ple ¡•cschichte se pro p o n e m an ten ern o s conscientes del hecho de q u e
diciendo que en la actualidad nadie está seguro de que el sentido mín estam os en cam ino, y de que el d ram ático relato que nos o f r e c e
descriptivo de «cuestión filosófica» tenga m ucho que ver con su lia de ser continuado p o r n u estro s descendientes. Cuando es p l e n a ­
sentido honorífico. N adie está dem asiado seguro de si las cuestiones m ente consciente, se p re g u n ta si acaso todas las cuestiones d is e n t i ­
discu tid as p o r los profesores de filosofía (de u n a escuela) contem ­ das h asta ah o ra no h a n sido p a rte de «convenciones c o n tin g e n te s»
poráneos, «necesariam ente» o m eram en te fo rm an p a rte de nues­ de épocas pasadas. In siste en el hecho de que aun cuando algunas d e
tra s «convenciones contingentes». Por o tra p arte, nadie está seguro e ll a s hayan sido n ecesarias e ineludibles, no sabem os con c e r te z a
de si las cuestiones discutidas p o r todo o p o r la m ayor p a rte del i miles lo fueron.
canon de grandes filósofos m u erto s que nos ofrecen libros denom ina­
dos H istoria de la filosofía occidental —cuestiones como: los uni­
versales, el alm a y el cuerpo, el libre arb itrio , apariencia y realidad, III. Doxografía
hecho y valor, e tcé tera— son cuestiones im portantes. A veces, tan to
d en tro com o fu era de la filosofía, se escucha fo rm u lar la sospecha Los tres géneros que he d escrito h asta aquí apenas si están r e l a ­
de que algunas de ellas, o todas, son «m eram ente filosóficas»: expre­ cionados con el p rim ero que nos viene a m ientes cuando se e m p le a
sión em pleada con el m ism o sentido peyorativo con que un quím ico la expresión «histo ria de la filosofía». E ste género —el cu arto p a r a
dice «alquím ico», un m arx ista « su p erestru ctu ral» o un a ristó crata mi - es el m ás conocido y el m ás dudoso. Lo llam aré «do x o g rafía» .
«clase media». La consciencia que nos dan las reconstrucciones his­ La ejem plifican libros que p a rte n de Tales o de D escartes y v a n a
tó ricas es la consciencia de que hom bres que fueron n u estro s pares p arar a alguna figura m ás o m enos co n tem p o rán ea del au to r, e n u m e -
intelectuales y m orales, no estaban interesados en cuestiones que nos i -i iicio lo que diversas figuras trad icio n alm en te llam adas «filósofos»
p arecen inevitables y profundas. Como tales reconstrucciones h istó ri­ dijeron acerca de p roblem as trad icio n alm en te llam ados «filosóficos».
cas son u n a fu en te de duda en cuanto a si la filosofía (en cualquiera de Iv. éste el género que provoca ab u rrim ie n to y desesperación. A él
sus sentidos descriptivos) es im p o rtan te, es el G eisteshistoriker el ¡ilude G ilbert Ryle (1971: x) al señ alar ab ru p ta m en te, com o u n a ex c u -
que asigna su lu g ar al filósofo, m ás bien que a la inversa. Y lo hace ‘..i de su p ro p ia av e n tu rad a reco n stru cció n racional de P latón y d e
elaborando u n elenco de personajes históricos, y un dram ático rela­ olios filósofos, que «la existencia de n u estra s clásicas h isto rias d e la
to, que m u estra en qué form a hem os llegado a plan tearn o s preguntas Idosofía» e ra «una calam idad, y no el m ero riesgo de u na ca la m id a d » .
que hoy creem os ineludibles y profundas. Cuando esos personajes Sospecho que la m ayoría de sus lectores estab an sin ceram ente de
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acuerdo con él. Aun los m ás honestos, escrupulosos y exhaustivos li­ re ad ap tar el canon de m an era que se aju ste a los nuevos descu b ri­
b ro s titulados H istoria de la filosofía —especialm ente ésos, en reali­ m ientos.
dad— p arecen descortezar a los pensadores que discuten. Es a esta La prin cip al razón de esta re ite ra d a tibieza es la idea de que «fi­
calam idad a lo que los defensores de la reconstrucción histórica losofía» es el nom bre de u n a especie n atu ra l: el n om bre de u n a
resp o n d en insistiendo en la necesidad de estu d iar el contexto en que disciplina que, en todos los tiem pos y en todos los lugares, se h a
cada texto fue escrito, y al que los defensores de la reconstrucción propuesto ah o n d ar en las m ism as p ro fu n d as y fu ndam entales cues­
racional resp o n den insistiendo en que observam os a los grandes filó­ tiones. Así, u n a vez que de alguna m an era se h a identificado a al­
sofos del pasado a la luz «de las m ejores obras que hoy se producen guien com o u n «gran filósofo» (p o r oposición al g ran poeta, al gran
acerca de los problem as que ellos discutieron». Ambos son intentos científico, al gran teólogo, al gran teórico de la política, o lo que
de d ar nueva vida a figuras a las que sin q u erer se h a m om ificado. fuere), debe p resen társelo com o investigando aquellas cuestiones.6
La explicación de esta calam idad estriba, según pienso, en que la Puesto que cada nueva generación de filósofos p re te n d e h ab e r des­
m ayor p arte de los h isto riad o res de la filosofía que in ten tan n a rra r cubierto cuáles son en realid ad esas cuestiones p ro fu n d as y fu n d a­
«la h isto ria de la filosofía desde los presocráticos h asta nuestros m entales, cada una tiene que im aginar la m an era de ver al g ran filóso­
días» saben de antem ano cuáles h an de ser los títulos de la m ayoría fo com o habiéndose ocupado con ellas. De ese m odo obtenem os
de sus capítulos. En realidad, saben que sus editores no aceptarían nuevas doxografías anim osas que, pocas generaciones m ás tard e, se
sus m an u scrito s si se om itiera buen núm ero de los títu lo s esperados. m uestran ta n calam itosas com o sus predecesoras.
Es típico que tra b a je n con un canon que tenía sentido en el m arco P ara desem barazarnos de esa idea de que la filosofía es u n a es­
de las nociones neokantianas del siglo xix de «los problem as ce n tra­ pecie n a tu ra l hacen falta, p o r u n lado, m ás y m ejo res re co n stru c­
les de la filosofía», nociones que pocos lectores actuales tom an en ciones históricas y, p o r o tro, m ás G eistesgeschichte segura de sí.
serio. Ello h a dado lugar al desesperado intento de hacer que Leibniz Debemos darnos cu en ta de que las cuestiones que las «contingentes
y Hegel, Mili y N ietzsche, D escartes y C arnap hablen acerca de tem as convenciones» de la época p re sen te nos hace ver com o las cuestiones,
com unes, tengan el h isto riad o r o sus lectores algún in terés p o r esos son cuestiones que pueden ser m ejo res que las que n u estro s predece­
tem as o no. sores se plantearo n , p ero no n ecesitan ser las m ism as. No son cues-
E n el sentido en que em plearé aquí el térm ino, la doxografía es l iones con las que cu alq u ier ser h um ano p ensante necesariam en te
el in ten to de im poner una problem ática a u n canon elaborado al m a r­ se haya topado. Debem os vernos, no com o respondiendo a los m is­
gen de esa pro b lem ática, o, inversam ente, de im poner u n canon a una mos estím ulos a los que n u estro s p red ecesores respondieron, sino
p ro b lem ática establecida al m argen de ese canon. Diógenes Laercio como habiendo creado p a ra n o so tro s m ism os estím ulos nuevos y m ás
dio m ala fam a a la doxografía al in sistir en responder a la pregunta interesantes. D ebiéram os ju stificarn o s afirm ando que form ulam os m e­
«¿Qué pensó X que era el bien?» p ara todo X incluido en un canon jores cuestiones, no afirm ando que dam os m ejores resp u estas a las
«cuestiones pro fu n d as y fundam entales» p erm an en tes a las que nues-
p reviam ente form ulado. Los h isto riad o res del siglo xix le dieron una
l ros antepasados resp o n d iero n m al. Podem os p en sa r que las cues-
fam a aun p eo r al in sistir en resp o n d er a la pregunta: «¿Cuál pensó X
Iiones fundam entales de la filosofía son cuestiones que en realid ad
que era la n atu raleza del conocim iento?» p ara todo X incluido en
lodos los h om bres deben h ab erse form ulado, o cuestiones que todos
u n canon sim ilar. Los filósofos analíticos están bien encam inados en
lo s h om bres se h ab ría n form ulado de h a b e r podido, p ero no que las
el sentido de em peorar la situación al in sistir en o b ten er u n a respues­ cuestiones que todos los ho m b res se fo rm ularon efectivam ente, lo
ta a la p reg u n ta: «¿Cuál era la teoría del significado de X?», lo m ism o supiesen o no. Una cosa es decir que el g ran filósofo del p asado
que los heideggerianos al in sistir en o b ten er una resp u esta a la p re­ se h ab ría visto llevado a so sten er d eterm in ad a concepción acerca de
g u n ta: «¿Qué pensó X que era el Ser?» Tales desm añados intentos de cierto tem a si hu b iéram o s tenido la posibilidad de h a b la r con él y po-
h acer, no obstante, que las nuevas doxografías se iniciaron h ab itu al­
m en te com o in tentos revisionistas, novedosos y decididos, de disipar
la som nolencia de la tradición doxográfica precedente, in ten to s inspi­ 6. En Jonathan Rée se halla mucha información acerca del desarrollo de
Iíi idea de que existe un conjunto común ahistórico de cuestiones a las que
rad o s p o r la convicción de que finalm ente se había descubierto la los filósofos han de responder. En su excelente ensayo «Philosophy and the
v erd ad era p ro b lem ática de la filosofía. La dificultad de la doxografía liisiory of the philosophy» Rée habla de la convicción de Renouvier de que «la
es, pues, que ella re p resen ta un in ten to tibio de contarnos u n a nueva llamada historia de la filosofía era en realidad sólo la historia de individuos
■iue optan por diferentes posiciones filosóficas; las posiciones mismas se en-
h isto ria del p rogreso intelectual describiendo todos los textos a la ■nentran siempre allí, eternamente disponibles e invariables» (Rée, 1978: 17).
luz de d escubrim ientos recientes. Es tibio p o rq u e le falta valentía p ara I'.se es el supuesto que orienta a lo que llamo doxografía.
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nerlo en condiciones de ver cuáles son en realid ad las cuestiones originado cierto desprecio p o r la biología p rim era com o disciplina
fundam entales de la filosofía. O tra cosa es decir que sostuvo acerca autónom a.
de ese tem a u n a concepción «im plícita» que podem os e x tra er de lo Las analogías que he in ten tad o estab lecer relacionan a la «biolo­
que escribió. A m enudo lo que in teresa en él es que jam ás se le cruzó gía prim era» con la « h isto ria de la filosofía» y a la «biología segun­
p o r la m ente que debía ten er u n a concepción acerca de ese tem a. da» con la «historia intelectual». D esconectada de la h isto ria, m ás
Es precisam en te la inform ación de ese tipo la inform ación de interés am plia, de los intelectuales, la h isto ria de la filosofía co bra cierto
que obtenem os de las reconstrucciones históricas contextualistas. sentido si ab arca sólo uno o dos siglos; si es, p o r ejem plo, u n a h is­
Mi afirm ación de que la filosofía no es u n a especie n a tu ra l puede toria de los pasos que co n d u jero n de D escartes a K ant. La h isto ria
ser refo rm u lad a en relación con la noción co rrien te según la cual del desarrollo que lleva de la su b jetiv id ad cartesian a h a sta la filosofía
la filosofía se ocupa con m etaproblem as «m etodológicos» o «concep­ trascendental, elab o rad a p o r Hegel, o la h isto ria, debida a Gilson,
tuales» desechados p o r las disciplinas especiales o, m ás generalm ente, de la reductio ad a b su rd u m de las teorías rep resen tacio n alistas del
p o r o tra s áreas de la cultura. Tal afirm ación es plausible si lo que conocim iento, son ejem plos de in teresan tes n arracio n es que pueden
con ella se da a en ten d er es que en todas las épocas ha habido cues­ ser elaboradas ignorando contextos m ás am plios. E sas son p recisa­
tiones surgidas de la colisión en tre las viejas ideas y las nuevas m ente dos de las m uchas form as aceptables e in teresan tes de regis­
(en las ciencias, en las artes, en la política, etc.), y que esas cues­ tra r sim ilitudes y diferencias en u n co n ju n to de figuras n o to rias e
tiones constituyen el ám bito de com petencia de los intelectuales m ás im presionantes que ab arcan alre d ed o r de ciento seten ta y cinco años
originales, d iletantes e im aginativos del m om ento. Pero se to rn a ina­ (D escartes, H obbes, M alebranche, Locke, Condillac, Leibniz, Wolff,
ceptable si con ella se da a en ten d er que esas cuestiones se refieren Berkeley, H um e y K ant, añadiendo o quitan d o algunos n o m b res a
siem pre a los m ism os tem as, por ejem plo, la n atu raleza del conoci­ discreción del h isto riad o r de la filosofía). Pero si se in ten ta enlazar
m iento, la realidad, la verdad, la significación o alguna o tra ab stra c­ en Hegel m ism o un o de los extrem os de esa h isto ria, o en B acon y
ción lo suficientem ente oscura p a ra d ilu ir las diferencias existentes kam us el otro, entonces las cosas se to rn an m ás bien tendenciosas.
en tre las diversas épocas históricas. Puede p aro d ia rse esa noción Cuando uno se pro p o n e p o n er en relación a P latón y A ristóteles, p are­
de filosofía im aginando que en los com ienzos del estudio de los ani­ ce h a b e r ta n ta s fo rm as d istin tas de h acerlo —dependiendo ello del
m ales se hubiese establecido u n a distinción en tre u n a «biología p ri­ diálogo platónico o del tra ta d o aristotélico que uno considere «fun­
m era» y u n a «biología segunda», análoga a la distinción aristotélica dam ental»—, que las h isto rias altern ativ as com ienzan a p ro liferar
en tre u n a «filosofía prim era» y u n a «física». De acuerdo con esa desenfrenadam ente. Además, Platón y A ristóteles son tan enorm es e
concepción, los anim ales m ás grandes, m ás notorios, m ás im presio­ im presionantes, que d escrib irlo s m ediante térm in o s o rig inariam ente
n an tes y paradigm áticos, serían objeto de una disciplina especial. Se elaborados p a ra su em pleo a p ro p ó sito de h o m b res com o H obbes y
h u b iera n d esarrollado así teorías acerca de los rasgos com unes a la Berkeley com ienza a p arece r u n poco extraño. D espués está el p ro ­
pitón, al oso, al león, al águila, al avestruz y a la ballena. Tales teo­ blem a de si debe tra ta rs e a San Agustín o a S anto Tom ás y a Occam
rías, form uladas con la ayuda de abstracciones adecuadam ente oscu­ com o filósofos o com o teólogos, p a ra no m encionar los problem as
ras, serían b a sta n te ingeniosas e interesantes. Pero se h u b iera conti­ provocados por Lao Tsé, S h an k ara y especím enes exóticos parecidos.
n u ad o descubriendo cosas que podían a ju sta rse al canon de «ani­ Para em p eo rar las cosas, m ien tras los h isto riad o re s de la filosofía se
m ales prim eros». La ra ta gigante de S um atra, las m ariposas gigantes preguntan cóm o m eter a to d a esa gente b ajo los antiguos ru b ro s,
del B rasil, y (de m anera m ás polém ica) el unicornio, ten d rían que malignos intelectuales co n tin ú an u rd ien d o nuevos com puestos in te­
h a b e r sido tom ados en consideración. Los criterios de adecuación lectuales y desafiando a los h isto riad o re s de la filosofía a que se nie­
de las teorías de la biología p rim era se h u b ieran vuelto m enos claros guen a llam arlos «filosofías». Cuando se ha to rn ad o necesario id ear
a m edida que se fuese am pliando el canon. E ntonces vendrían los una h isto ria que conecte a todos los n o m b res m encionados, o a la
huesos del dínornis y del m am ut. Las cosas se h u b ieran com plicado m ayoría de ellos, con G. E. M oore, Saúl K ripke y Gilíes Deleuze,
aú n m ás. E ventualm ente, los especialistas en biología segunda h a­ los h isto riad o res de la filosofía ya están casi dispuestos a renu n ciar.
b ría n tenido tan to éxito en la producción de nuevas form as de vida Debieran ren u n ciar. D ebiéram os d e ja r de in te n ta r escrib ir libros
en tu b o s de ensayo, que se divertirían haciendo crecer sus gigantes­ con el títu lo de H istoria de la filosofía que em piecen con Tales y con­
cas nuevas creaciones y exigiendo a los atu rd id o s especialistas en bio­ cluyan, p o r ejem plo, con W ittgenstein. E n tales libros se hallan a
logía p rim era que les hiciesen u n lugar. El contem plar las contor­ cada paso excusas d esesp erad am en te artificiosas p o r no d iscu tir, p o r
siones de los especialistas en biología p rim era cuando intentasen ejem plo, a Plotino, Com te o K ierkegaard. V alerosam ente in ten tan
id ear teorías que adm itiesen esos nuevos ítem s canónicos h ab ría e n c o n trar algunas «preocupaciones» que se extienden a lo largo de
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LA ° HISTORIOGRAFÍA DE LA FILOSOFÍA

los g randes filósofos incluidos. P ero continuam ente se ven em bara­ equivale a decir que el d esacuerdo es incom patible con esa p e rte ­
zados p o r el hecho de que au n las figuras m ás pro m in en tes e insos­
nencia. P o r ejem plo, en los E stad o s Unidos la elección de la p ersona
layables no discuten algunos de esos tem as, o p o r la existencia de por quien ha de vo tarse es «una cuestión de opinión», p ero sabem os
esos prolongados lapsos estériles en los que esta o aquella preocupa­
que la p re n sa debe e sta r lib re de cen su ra oficial. Rusos bienpensan-
ción parece h ab e r desaparecido de la m ente de todos. (Tienen que in­
tes saben que tal cen su ra es necesaria, pero ven com o u n a cuestión
quietarse, p o r ejem plo, p o r la ausencia o la escasez de capítulos de opinión la de si h a de enviarse a los disidentes a cam pos de
titu lad o s «La epistem ología en el siglo xvi» o «La filosofía m oral en
trab ajo o a asilos. E sas dos com unidades no acep tan como m iem bros
en el siglo x n » o «La lógica en el siglo xvm ».) No es llam ativo que
de ellas a aquellos que no afirm an que sea conocim iento lo que ge­
los h isto riad o res intelectuales geistesgeschichtlich —los que escribie­ neralm ente es considerado com o tal. De m an era análoga, decir que la
ro n las v astas h isto rias au to ju stificato rias— a m enudo desdeñen la existencia de las esencias reales o la de Dios es, en los In s titu to s de
doxografía del tipo que es com ún a W indelband y Russell. Ni lo es
filosofía, u n a «cuestión de opinión» es decir que perso n as que disien­
tam poco el hecho de que los filósofos analíticos y los heideggerianos ten en ese pu n to pueden no o b stan te o b ten er subvenciones o em pleos
in ten ten —cada uno de los dos grupos a su m anera— d escu b rir algo
en las m ism as in stitu cio n es, o to rg ar títu lo s a los m ism os estu d ian ­
nuevo p a ra que la h isto ria de la filosofía exista. El in ten to de desna-
tes, etcétera. E n cam bio, las que su sten tan las ideas de Ptolom eo acer­
ta r la h isto ria in telectual escribiendo una h isto ria «de la filosofía» ca de los planetas o las de W illiam Jennings B ryan acerca del origen
está tan condenado de antem ano com o el intento de m is im aginarios
de las especies, son excluidos de todo In stitu to de astro n o m ía y de
especialistas en «biología prim era» de d esn atar el reino anim al. Am­ biología que se precie, p o rq u e la p erten en cia a ellos req u iere que
bos in ten to s suponen que determ inados com ponentes elem entales de
tino sepa que esas opiniones son falsas. De esa m anera, alguien puede
u n a m ateria h eteró clita que se agita en el fondo n atu ra lm e n te han
legitim ar el em pleo que hace de la expresión «conocim iento filosófico»
de em erger a la superficie.
con sólo re m itir a u n a com unidad de filósofos consciente de sí, la ad­
La a n te rio r im agen del desnatam iento supone u n co n tra ste entre misión a la cual exija un acuerdo acerca de ciertos p u n to s (p o r ejem ­
la h isto ria, m ás p u ra y elevada, de u n a cosa llam ada «filosofía» —la
plo, que existen, o que no existen, esencias reales, o derechos h u m a­
búsq u ed a de u n conocim iento acerca de tem as perm anentes y peren­
nos inalienables, o Dios). D entro de esa co m unidad h a b rá acuerdo
nes p o r p a rte de hom bres especializados en tal cosa— y la «historia
acerca de prem isas conocidas, y b ú sq u ed a de m ás conocim iento, exac­
intelectual» com o crónica de extravagantes tergiversaciones de opi­
tam ente en el sentido en que hallam os tales prem isas y tal b ú sq u ed a
nión e n tre ho m bres que eran, en el m ejo r de los casos, literatos, ac­
en los In stitu to s de biología y de astronom ía.
tivistas políticos o clérigos. Cuando se ponen en tela de juicio esa
No ob stan te, la existencia de u n a com unidad así es com pleta­
im agen y el c o n tra ste im plícito en ella, suele experim entarse como
m ente irrelevan te p a ra la cuestión de si algo la vincula con A ristóte­
un agravio la sugerencia de que la filosofía no es la búsqueda de un
les, Plotino, D escartes, K ant, M oore, K ripke o Deleuze. Tales com u­
conocim iento, sino (com o suelen decir los estudiantes de p rim er año)
nidades serían libres de estab lecer sus propios antecesores intelec­
«sólo u n a cuestión de opiniones». O bien se expresa la m ism a ofensa
tuales sin re ferirse a un canon, p reviam ente fijado, de grandes filó­
diciendo que si elim inásem os el tradicional contraste, reduciríam os
sofos del pasado. T am bién p o d rían s u s te n ta r no ten er ab so lu tam en te
la filosofía a «retórica» (com o opuesta a «lógica») o «persuasión»
ningún anteceso r. P o d rían sen tirse en lib e rta d de e x tra er del p asado
(com o o p u esta a «argum entación») o a alguna o tra cosa b a ja y lite­
lo s segm entos que a ellas les gusten y llam arlas «la h isto ria de la
ra ria an tes que elevada y científica. P uesto que la im agen que la filo­
filosofía» sin re m itirse a n ad a que alguien p reviam ente h aya deno­
sofía tien e de sí m ism a com o disciplina profesional depende aún de
m inado «filosofía», o tam b ién de ig n o rar en teram en te el pasado,
su ca rác te r cuasi científico, la crítica dirigida al supuesto que se halla
(filien esté dispuesto a re n u n ciar al in ten to de h allar in tereses co­
tra s la m etáfo ra del desnatam iento es considerada com o un cuestio-
m unes que lo u n an a la A m erican Philosophical A ssociation o a la
n am ien to dirigido a la filosofía m ism a com o actividad profesional,
Mind A ssociation o a la D eutsche P hilosophische G esellschaft (y uno
y no m eram ente a u n a ram a de ella llam ada «historia de la filosofía».
tendría que e sta r u n poco loco p a ra no e sta r d ispuesto a re n u n ciar
E s posible m itig ar la ofensa, y evitar, a la vez la m etáfo ra del des­
;i ese intento), es lib re entonces de re n u n ciar al in ten to de escrib ir
natam ien to , ad o ptando una visión sociológica de la distinción entre
una H istoria de la filosofía con los aco stu m b rad o s títu lo s de cap ítu ­
conocim iento, o saber, y opinión. De acuerdo con esa visión, decir
lo. Esa person a tien e la lib e rta d de c re a r u n nuevo canon en la m e­
que algo es cuestión de opinión equivale a decir que el hecho de ap a r­
dida en que resp ete el derecho de los o tro s p a ra c re a r cánones a lte r­
ta rse del consenso h ab itu al acerca de ese tem a es com patible con la
nativos. D ebiéram os salu d ar la ap arició n de h o m b res que, com o
p erten en cia a u na com unidad relevante. D ecir que es conocim iento
Reichenbach, desechan a Hegel. D ebiéram os ale n ta r a los que sienten
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LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA

la ten tació n de deshacerse de A ristóteles como de u n biólogo que se descripciones que, en su m ayor p arte , p o n en e n tre p arén tesis la cues­
m etió en h o n d u ras o de B erkeley com o de un obispo excéntrico, o de tión de qué actividades d esarro llab an qué intelectuales. La h isto ria
Frege como de u n lógico original con injustificadas pretensiones epis­ intelectual puede p asa r p o r alto ciertos problem as que hace fa lta
tem ológicas, o de M oore com o de u n en cantador aficionado que nun­ plantear p a ra escrib ir la h isto ria de u n a disciplina, a saber, p roblem as
ca entendió m uy bien lo que hacían los profesionales. D ebiéram os un­ como el de establecer quién es u n científico, quién u n poeta, quién u n
girlos a que lo intenten, y ver qué tipo de h isto ria pueden contarnos filósofo, etcétera. D escripciones com o las que tengo en m ente pueden
cuando se d eja afu era a aquellas figuras y se incluyen o tras m enos aparecer en obras con títu lo s com o «La vida in telectu al en la B olonia
conocidas. Sólo con la ayuda de tales alteraciones experim entales del del siglo xv», pero tam b ién en algunos ra ro s capítulos o ap a rtad o s de
canon puede eludirse la doxografía. Son precisam ente tales altera­ historias políticas, sociales, económ icas o diplom áticas, y aun en
ciones las que hacen posible la G eistesgeschichte y desalientan la algunos ra ro s capítulos o a p a rtad o s de las h isto rias de la filosofía
doxografía. (de cualquiera de los cu atro géneros distinguidos m ás arrib a). C uan­
do son leídos y ponderados p o r quien está interesad o en determ in ad o
segm ento espaciotem poral, tales obras, capítulos y ap artad o s perm i-
IV. H istoria intelectual len p ercib ir en qué consistía ser un intelectu al en ese m om ento y en
ese lugar: qué libros se leían, cuáles eran las inquietudes, cuáles eran
H asta ah o ra h e distinguido cuatro géneros y he sugerido que pode­ los vocabularios, las esperanzas, los am igos, los enem igos y las ca­
m os d e ja r que uno de ellos perezca. Los tres re sta n te s son indispen­ rreras posibles.
sables y no se excluyen en tre sí. Las reconstrucciones racionales son P ara p ercib ir lo que era ser u n a p erso n a joven e in telectu alm en te
necesarias pues colaboran a que los filósofos actuales pensem os nues­ curiosa en determ in ad o m om ento y en determ in ad o lugar hace falta
tro s p roblem as íntegram ente. Las reconstrucciones históricas son ne­ conocer m ucha h isto ria social, política y económ ica, y asim ism o m u ­
cesarias p o rq u e nos advierten que esos problem as son pro d u cto s his­ cha h isto ria de la disciplina. Un libro com o M aking o f the E nglish
tóricos, al d em o strar que no eran visibles p a ra n u estro s predecesores. W orking Class (1963), de E. P. T hom pson, nos dice m ucho acerca de
La G eistesgeschichte es necesaria p a ra legitim ar n u e stra convicción las posibilidades y los públicos a que ten ían acceso Paine y C obbett,
de que nos hallam os en m ejo r situación que esos predecesores debido v asim ism o, acerca de los salarios y de las condiciones de vida de
a que hem os llegado a re p a ra r en esos problem as. Todo libro de his­ los m ineros y de los tejed o res, y acerca de las tácticas de los políti-
to ria de la filosofía consistirá, p o r supuesto, en u n a m ezcla de esos i os. Un libro com o Moral P hilosophy at Seventeent-C entury Har-
tres géneros. Pero p o r lo com ún p red o m in ará a uno u otro m otivo, ya viird (1981), de N orm an Fiering, nos dice m ucho acerca del tipo de
que hay tres tareas distin tas p o r llevar a cabo. La distinción de esas m lelectual que uno podía ser en H arv ard d u ra n te ese período. El
tres tareas es im p o rtan te y no debe elim inársela. Es precisam ente la libro de F iering ab u n d a en secciones referen tes a las biografías de
tensión en tre el anim oso «progresism o» de los p artid a rio s de las re­ na lores de H a rv ard y de g obernadores de M assachusetts, lo cual per-
construcciones racionales y la reflexiva e irónica em patia de los mi le p ercib ir cóm o h an cam biado esas posibilidades. El de T hom pson
contextualistas —en tre la necesidad de llevarse bien con la tare a incluye m uchas secciones referen tes a las biografías de B entham y
em p ren d id a y la necesidad de ver todo, incluso esa tarea, como de M elbourne que ponen de m anifiesto cóm o h an cam biado o tras po­
u n a convención contingente— lo que da lugar a la necesidad de una sibilidades. La to talid ad de esos lib ro s y de esas secciones se reú n en
G eistesgeschichte, de la autojustificación que este terc er género p ro ­ cu la m ente de quien los lee en fo rm a tal que puede p ercib ir las dife-
porciona. No o b stan te, cada una de tales justificaciones provoca la i curias en tre las opciones que se le p re sen tan a un in telectual en dife-
eventual aparición de u n a nueva serie de com placientes doxografías, i r u l e s épocas y lugares.
el disgusto p o r las cuales in sp irará nuevas reconstrucciones racio­ b ajo el lem a « historia intelectual» yo incluiría libros acerca de
nales b ajo la égida de nuevas problem áticas filosóficas que h ab rán Un los aquellos ho m b res que ejerciero n u n a e x tra o rd in aria influencia
surgido en tre tan to. E stos tres géneros constituyen p o r tan to u n lindo v no form an p a rte del canon de los grandes filósofos del pasado, si
ejem plo de la clásica tría d a dialéctica hegeliana. bien suele llam árselos «filósofos», ya sea p o rq u e ocu p aro n cáted ras
Q uisiera em plear la expresión «historia intelectual» p a ra designar de filosofía, o sim plem ente a falta de m ejo r idea: h o m b res com o Duns
un género m ucho m ás rico y difuso: un género que cae fuera de esa I T r i t i o , B runo, R am us, M ersenne, W olff, D iderot, Cousin, Schopen-
tríad a . E n m i opinión, la h isto ria in telectual consiste en descripcio­ h.uicr, H am ilton, McCosh, B ergson y Austin. La discusión de estas
nes de aquello en lo que los intelectuales estab an em peñados en una "hi'tiras m enores» se u ne a m enudo a u n a p ro lija descripción de or-
época determ in ada, y de su interacción con el re sto de la sociedad, ili-uamientos institu cio n ales y de m odelos disciplinarios, p o rque p a rte
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del p ro b lem a h istó rico que ellas p lan tea n es la explicación de por fos», y eventualm ente esas rectificaciones originan nuevos cánones de
qué esos filósofos que no son grandes filósofos o que son cuasi filóso­ grandes filósofos del pasado. Lo m ism o que la h isto ria de cu alq u ier
fos, debieran h ab e r sido considerados con ta n ta m ayor seriedad o tra cosa, la h isto ria de la filosofía es escrita p o r los vencedores. Los
que los filósofos com probadam ente grandes de su época. Después es­ vencedores logran elegir a sus antep asad o s —en el sentido de que
tán los libros acerca del pensam iento y la influencia de h o m b res que deciden cuáles de sus dem asiado num erosos antep asad o s m encio­
h ab itu alm en te no son llam ados «filósofos», pero que son al m enos nar—, escriben sus biografías y las tran sm iten a sus descendientes.
casos lim ítro fes de la especie. Son h om bres que, en realidad, hicieron E n la m edid a en q ue el térm in o «filosofía» ten g a u n em pleo ho­
los tra b a jo s q ue vulgarm ente se supone que los filósofos hacen: p ro ­ norífico, im p o rta rá qué figuras son consideradas com o «filósofos».
m over la refo rm a social, p ro p o rcio n ar nuevos léxicos p a ra la refle­ Así, si las cosas m arch an bien, podem os esp e rar co n tinuas revisiones
xión m oral, desviar el curso de las disciplinas científicas y lite raria s del canon filosófico con el fin de arm onizarlo con las necesidades p re ­
hacia nuevos canales. Incluyen, por ejem plo, a Paracelso, M ontaigne, sentes de la c u ltu ra superior. Si m arch an mal, cabe e sp e rar la o b sti­
Grocio, Bayle, Lessíng, Paine, Coleridge, A lejandro von H um boldt, nada p erp etu ació n de u n can o n q ue p arece rá m ás arcaico y ficticio a
E m erson, T. H. Huxley, M athew Arnold, W eber, F reud, F ranz Boas, m edida que pasan las décadas. E n la im agen que de ella m e he p ro ­
W alter Lippm an, D. H. L aw rence y T. S. K uhn, p a ra no m encionar a puesto p re sen tar, la h isto ria in telectu al es el m aterial en b ru to de la
todos aquellos n om bres escasam ente conocidos (por ejem plo, los historiografía de la filosofía o, p a ra v aria r de m etáfo ra, el suelo a
au to res de influyentes tra ta d o s acerca de los fundam entos filosóficos p a rtir del cual pu ed en crecer las h isto rias de la filosofía. La tría d a
de la P olizeiw issenschaft) que aparecen en las notas al pie de página licgeliana que he esbozado se to rn a posible sólo u n a vez que, ten ien d o
de los libros de Foucault. Si uno desea com prender qué era ser un n i cuenta tan to las necesidades co n tem poráneas com o las obras re-
eru d ito en la Alem ania del siglo xvi, o un p en sad o r político en los <¡entes de los h isto riad o res intelectuales revisionistas, hem os fo rm u ­
E stad o s Unidos del siglo x v m , o u n científico en la F ran cia de fines lado u n canon filosófico. P o r o tra p arte , la doxografía, com o género
del siglo x ix o u n p erio d ista en la In g la te rra de com ienzos del si­ 'iue p retende h allar u n a vena co n tin u a de m in eral filosófico que co rre
glo XX —si un o desea conocer las disensiones, las tentaciones y los •i Iravés de todos los segm entos espaciotem porales d escrito s p o r la
dilem as con que se en fren tab a un joven que quería fo rm a r p a rte de Insloria intelectual, es relativ am en te in d ependiente de los d esarrollos
la c u ltu ra su p erio r de esos tiem pos y de esos lugares— , son hom bres ■n i nales de la h isto ria intelectual. Sus raíces se hallan en el pasado,
com o ésos los que uno tiene que conocer. Si uno sabe b astan te acerca su la olvidada com binación de necesidades cu ltu rales ya trascen d id as
de m uchos de ellos, uno puede n a r r a r una h isto ria y d etallad a his­ v de h isto ria in telectu al ob so leta que dio lugar al canon que ella
to ria acerca de la conversación de E uropa, u n a h isto ria en la cual vsiicra.
D escartes, H um e, K an t y Hegel son m encionados sólo de paso. Sin em bargo, la u tilid ad de la h isto ria intelectual no e strib a sólo
Una vez que descendem os desde el nivel del salto-de-cumbre-en- i ii su papel de in sp ira r la refo rm u lació n de cánones (filosóficos o de
cum bre de la G eistesgeschichte al áspero corazón de la h isto ria inte­ " lio carácter). E lla es ú til tam b ién p o rq u e desem peña, respecto de
lectual, las distinciones en tre los grandes filósofos y los filósofos m e­ l,i G eistesgeschichte, el m ism o p ap el dialéctico que la reco n stru cció n
nores del pasado, en tre los casos claros y los casos fronterizos de lif.lórica desem peña respecto de la reco n stru cció n racional. He se-
«filosofía», y e n tre filosofía, lite ra tu ra , política, religión, y ciencias ii.iludo que las reco n stru ccio n es histó ricas nos tra e n a la m em oria
sociales, son cada vez m enos im p o rtan tes. La cuestión de si W eber i'nl.i.s esas curiosas discusiones m enores que in q u ietaro n a lo filósofos
fue u n sociólogo o un filósofo, Arnold u n crítico lite rario o u n filóso­ <l>- gran nom bre, las que los d istra je ro n de los pro b lem as «reales»
fo, F reu d u n psicólogo o u n filósofo, L ippm an u n filósofo o u n pe­ v "persistentes» que noso tro s, los m odernos, hem os logrado p o n er
rio d ista, así com o la de si podem os incluir a Francis B acon com o bajo una luz m ás clara. Al reco rd árn o slas, inducen u n sano escepti-
filósofo cuando excluim os a R o b ert Fludd, son obviam ente cuestiones ■r.iiio acerca de si n u estro s p roblem as no son tan etéreo s y son tan
que se deben p la n te a r después de que hayam os escrito n u e stra his­ n .iles. E n form a análoga, Ong a p ro p ó sito de R am us, Y ates a pro-
to ria intelectual, y no antes. A parecerán, o no aparecerán, in teresan ­ l'" Mlo de Lull, F iering a p ro p ó sito de M ather, W artofsky a p ro p ó sito
tes filiaciones que enlacen esos casos fronterizos con casos m ás claros de heiierbach, etcétera, nos recu erd an que los g randes filósofos del
de «filosofía», y sobre la base de esas filiaciones rectificarem os nues­ pie..ido a cuya reco n stru cció n dedicam os n u estro tiem po, tuvieron a
tra taxonom ía. Además, los nuevos casos paradigm áticos de filosofía ineiiiiilo m enos influencia —ocu p aro n u n lu g ar m enos cen tral en la
dan lugar a térm inos nuevos p a ra tales filiaciones. Las nuevas ex­ versación de sus p ro p ias generaciones y en la de varias generacio­
posiciones de la h isto ria intelectual in te ra c tú a n con los desarrollos n e s siguientes— que m uchísim os h o m b res en los que jam ás hem os
contem poráneos p a ra rectificar de m an era continua la lista de «filóso­ pensado. Ellos tam bién nos hacen ver a los h o m b res que figuran en
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n u estro canon usual como m enos originales, m enos característicos im portante p a ra los alum nos en ten d e r lo que noso tro s, los filósofos
de lo que nos h ab ía parecido antes. Pasam os a verlos com o espe­ contem poráneos, estam os haciendo. E s u n a h o n esta duda acerca de
cím enes en los que se re ite ra un tipo extinguido, antes que com o •.í m ism o com o ésa la que da a los ho m b res el m otivo y el valor de
cum bres de m ontañas. Así la h isto ria intelectual hace que la Geis- escribir u n a G eistesgeschichte radicalm ente innovadora tal com o se
tesgeschichte se m antenga honesta, ta l como las reconstrucciones la halla ejem plificada en T he O rder o f Things, de F oucault, con su
h istóricas lo hacen con las reconstrucciones racionales. lam osa referencia a «la figura que llam am os Hume».
La h o n estid ad consiste aquí en ten er presente la posibilidad de Los p artid a rio s de F oucault pued en o b je ta r m i caracterización de
que n u e stra conversación au to ju stificato ria sea con c ria tu ra s de ese libro com o G eistesgeschichte, pero es im p o rtan te p a ra mi arg u ­
n u estra p ro p ia fan tasía antes que con personajes históricos, au n cuan­ m entación ag ru p arla ju n to con las h isto rias de Hegel y de Blumen-
do éstos sean perso n ajes h istóricos idealm ente reeducados. Tal posi­ lierg, p o r ejem plo. A p e sa r de la in sisten cia de F oucault en la m ate­
bilidad debe ser reconocida p o r aquellos que declaran esc rib ir Geis- rialidad y en la contingencia, y de su consciente oposición al ca rác te r
tesgeschichte, p orque deben p reocuparse por ver si los títulos de sus gi'istlich y dialéctico de la h isto ria de Hegel, hay m uchas sem e­
capítulos acaso no h an sido dem asiado influidos p o r los de las doxo- janzas en tre esta h isto ria y la suya. Ambas ayudan a resp o n d er a la
grafías. E n p artic u la r, cuando u n p ro feso r de filosofía se propone invgunta que la doxografía evade: ¿en qué sen tid o estam os en m ejo r
em p ren d er u n proyecto autojustificatorio así, h ab itu alm en te lo hace ■alnación y en qué sentido estam os en p eo r situación que este o aquel
sólo después de h ab e r dado d u ran te décadas cursos acerca de varios ii ni junto de predecesores? Ambos nos asignan u n lugar en u n a epo­
grandes filósofos del pasado: acerca de aquellos cuyos nom bres apa­ peya, en la epopeya de la E u ro p a m oderna, si bien en el caso de
recen en el p ro g ram a de exám enes de sus estudiantes, u n program a Fnucault se tr a ta de u n a epopeya que ningún G eschick preside. La
que él quizás ha heredado antes que com puesto. Es n a tu ra l p ara de Foucault, lo m ism o que la de Hegel, es u n a h isto ria con u n a m o­
él escrib ir G eistesgeschichte enhebrando unas con o tras m uchas de raleja: es v erd ad que tan to F oucault com o sus lectores hallan di-
sus anotaciones, esto es, saltando de u n a a o tra de las viejas altas lieiillades p a ra fo rm u lar esa m o raleja, p ero debem os re co rd a r que
cum bres y p asando en silencio las llanuras filosóficas de, p o r ejem ­ lu m ism o fue cierto a p ro p ó sito de Hegel y de sus lectores. F oucault
plo, los siglos x ili y xv. Cosas de este tipo han llevado a casos ex­ asocia «la figura que llam am os Hum e» con lo que los m édicos y la
trem o s com o el in ten to de H eidegger de escrib ir «la h isto ria del Ser» Imlicía hacían en esa época, tal com o Hegel vincula a varios filósofos
com entando textos m encionados en los exám enes de doctorado en ion lo que hacían los sacerd o tes y los tiran o s de su época. La su b ­
filosofía de las universidades alem anas a com ienzos de este siglo. an ición de lo m aterial en lo esp iritu al en Hegel cum ple la m ism a fun-
Cuando h a pasado la im presión que deja el dram a puesto en escena i mu que la explicación de la verd ad en térm in o s de p o d er en F oucault.
p o r Heidegger, uno puede em pezar a h allar sospechoso ese Ser tan Ambos in ten tan convencernos a nosotros, los intelectuales, de algo
estrech am en te atado al program a. i|in- urgentem ente necesitam os creer: que la c u ltu ra su p erio r de un
Los seguidores de H eidegger m odificaron el program a a fin de período d eterm in ad o no es algo in su stancial, sino, an tes bien, ex­
h ac er que todo condujese a N ietzsche y a Heidegger, tal com o los presión de algo que siem pre va a lo p rofundo.
seguidores de R ussell cam biaron el suyo p a ra h acer que todo con­ Insisto en este p u n to p orque el ejem plo de Foucault, unido a la
du jese a Frege y a Russell. La G eistesgeschichte puede cam biar los ■.iispccha que he form ulado acerca de la filosofía com o especie n a ­
cánones de u n a m an era que en la doxografía no se observa. Pero tal tural, y acerca del m odelo del d esn atam ien to p a ra la relación e n tre
revisión p arcial del canon pone de relieve que N ietzsche sólo puede la historia intelectu al y la h isto ria de la filosofía, p o d ría co nducir a
p arece r tan im p o rtan te a personas m uy im presionadas p o r la ética la sugerencia de que si la doxografía m archa, se lleva a la Geistesge-
k an tian a, así com o Frege sólo puede p arece r tan im p o rtan te a perso­ liichte consigo. M uchos ad m irad o res de F oucault están inclinados
nas im presionadas p o r la epistem ología kantiana. Con todo, nos deja a |>cnsar que ya no necesitam os explicaciones acerca de cóm o die
cavilando en la cuestión de cóm o K ant llegó a ser p rim eram en te tan i , 1 /ifel sehen einander. E n realidad, uno p o d ría se n tir la ten tación
im p o rtan te. Propendem os a explicar a n u estro s alum nos que su pen­ i Ir avanzar aún m ás y su g erir que «la h isto rio g rafía de la filosofía»
sam iento filosófico debe p e n e tra r a K ant y no g irar en torno de él. i", ella m ism a u n a noción que h a sobrevivido a su u tilidad, porque,
P ero no es claro que dem os a en ten d er o tra cosa ap a rte de que no i a jícneral, el em pleo honorífico de «filosofía» h a sobrevivido a la
h an de en ten d er n u estro s propios libros sí no han leído los de K ant. ■■uva. Si disponem os de esa especie de h isto ria in telectu al com pleja,
Cuando nos ap artam o s del canon filosófico en la form a en que lo ili n.sa, cautelosa con los cánones (filosóficos) literario s, científicos
hace posible la lectu ra de las detalladas e in trin cad a s n arracio n es que ii ni ros), ¿no tenem os b astan te ? ¿H ay m ás necesidad de la h isto ria
se hallan en la h isto ria intelectual, podem os preg u n tarn o s si es tan dr una cosa especial llam ada «filosofía» que de ejercer una disci­
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plina que o sten ta ese m ism o nom bre? Si realm ente creem os que no E n esa suposición, lo que necesitam os es ver la h isto ria de la
existe Dios ni las esencias reales ni su stitu to alguno de esas cosas, filosofía com o la h isto ria de los h o m b res que h an hecho in ten to s
si seguim os a F oucault y som os consecuentem ente m ateria listas y espléndidos pero m uy fallidos de fo rm u lar las p reg u n tas que noso­
nom inalistas, ¿no querrem os revolver las cosas al pu n to de que no tros debem os form ular. Esos serán los candidatos p a ra u n canon,
haya fo rm a de d istin g u ir la n a ta de la leche, lo conceptual y filosófi­ esto es, p a ra u n a lista de los au to res que uno d ebiera sab er m uy bien
co de lo em pírico e h istó ric o ? 7 que debe leer antes de in te n ta r im aginarse cuáles son las cuestiones
Como buen m aterialista y nom inalista, obviam ente sim patizo con filosóficas en el sentido honorífico de «filosofía». P o r supuesto, un
esa línea de pensam iento. Pero com o aficionado a la G eistesgeschich­ candidato determ in ad o puede co m p artir los intereses de éste o de
te quisiera resistirm e a ella. Soy enteram ente p artid a rio de desem ­ aquel grupo de filósofos contem poráneos, o no hacerlo. Uno no e sta rá
b arazarse de cánones que se h an vuelto m eram ente anticuados, pero en condiciones de sab er si la falla es de él o del g rupo en cuestión
no creo que podam os p asarla sin cánones. Ello se debe a que n o po­ basta que uno haya leído a todos los o tro s can d id ato s y establecido
dem os p asa rla sin héroes. N ecesitam os de las cim as de las m ontañas su propio canon, o relatad o la p ro p ia G eistesgeschichte. C uanto m a­
p a ra elevar la m irada hacia ellas. N ecesitam os contarnos a nosotros yor sea el c a rá c te r de h isto ria intelectu al de la h isto ria que o b ten ­
m ism os detalladas h isto rias acerca de los poderosos m u erto s p ara gamos, y del tipo de aquellas en las que no in q u ieta qué cuestiones
h ac er que n u estra s esperanzas de sobrepasarlos se concreten. Nece­ son filosóficas y quién debe ser considerado filósofo, tan to m ejo res
sitam os tam b ién la idea de que existe algo tal com o «filosofía» en el serán n u e stra s posibilidades de d isp o n er de u n a lista conveniente­
sentido honorífico del térm ino, la idea de que hay —si tuviéram os m ente am plia de candidatos p a ra u n canon. Cuanto m ás variados sean
el talen to de p lan tea rlas— ciertas cuestiones que todos los hom bres los cánones que adoptem os —cuanto m ás rivalicen con las Geiste-
deben de h ab erse form ulado siem pre. No podem os re n u n ciar a esa sgesckichten que tengam os a m ano— tan to m ayor será n u e stra apti-
idea sin re n u n ciar a la noción de que los intelectuales de las épocas 11id p a ra re co n stru ir, p rim ero racionalm ente y después h istó rica­
an terio res de la h isto ria europea form an una com unidad, una com u­ mente, a los pensadores de in terés. A m edida que ese certam en se
n idad de la que es bueno ser m iem bro. Si hem os de p e rsistir en vuelva m ás intenso, la tendencia a esc rib ir doxografías será m enos
esta im agen de nosotros m ism os, tenem os que sostener conversacio­ Inerte, y con ello ten d rem o s de sobra. No es p ro b ab le que el ce rta­
nes im aginarias con los m uertos, y, asim ism o, la convicción de que men concluya alguna vez, p ero m ien tras p ersista no h ab rem o s p er­
hem os visto m ás que ellos. Ello quiere decir que necesitam os de la dido ese sentido de com unidad que ú n icam en te el diálogo apasionado
G eistesgeschichte, de conversaciones autojustificatorias. La altern a­ hace posible.8
tiva es el intento que F oucault u n a vez anunció, pero al cual, espero,
ha renunciado: el in ten to de no ten er ro stro , de trasc en d er la com u­
n idad de los intelectuales europeos fingiendo u n a anonim idad sin
contexto, com o esos p ersonajes de B eckett que han renunciado a la
autojustificación, al intercam bio dialógico y a la esperanza. Si uno BIBLIOGRAFIA
en efecto desea em p ren d er ese intento, entonces, p o r supuesto, la
G eistesgeschichte —aun la variedad de u n a G eistesgeschichte m ate­
rialista, nom inalista, entzauberte, que estoy adjudicando a F oucault— Ayer, A. J.: Language, Truth and Logic, Londres, Gollancz, 1936.
es u n a de las p rim eras cosas de las cuales uno debe deshacerse. He Aylrs, Michael : «Analytical philosophy and the history of philosophy», en
escrito lo an terio r en la suposición de que no querem os llevar a cabo Jonathan Rée, Michael Ayers y Adam Westoby, Philosophy and its
ese intento, sino que, p o r el contrario, querem os hacer que nues­ Past, Brighton, Hervester Press, 1978.
tro diálogo con los m uertos sea m ás rico y pleno. Kunnett, J onathan: Loche, Berkeley, Hume: Central Themes, Oxford, Ox­
ford University Press, 1971.
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7. Una expresión de esa línea escéptica de pensamiento es la polémica de Cambridge University Press, 1980.
Jonathan Rée contra el papel de «la idea de la Historia de la Filosofía» al pre­ i iiíring, N orman: Moral Philosophy at Seventeenth-Century Harvard:
sentar a «la filosofía como un sector autónomo y eterno de la producción inte­ A Discipline in Transition, Chapel Hill, University of North Carolina
lectual» y como poseyendo «una historia de sí misma que se interna en el pa­ Press, 1981.
sado como un túnel a través de los siglos» (Rée, 1978: 32). Estoy enteramente
de acuerdo con Rée, pero pienso que es posible evitar ese mito, continuando los
tres géneros que he encomendado, simplemente por medio del uso consciente de 8. Agradezco a David Hollinger por sus útiles observaciones acerca de la
«filosofía» como término honorífico antes que descriptivo. primera versión de este trabajo, y al Center for Advanced Study in the Beha-
vtoral Sciences por proporcionarme las condiciones ideales para su redacción.
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T h o m pson , E. P.: The Making of the English Working Class, Baltimore,
Penguin Books, 1963.
Difícilm ente pu ed a d iscu tirse que en la actu alid ad la ab ru m ad o ra
m ayoría de los filósofos se dedica, al m enos en p arte, al estudio de
la h isto ria de su cam po. E n este aspecto el p ro ced er de o tras disci­
plinas es diferente, y en u na época el p ro ced er de los filósofos era
asim ism o diferente. ¿E xisten buenas razones p a ra ese cam bio? ¿Co­
nocemos esas razones? ¿D isponem os de u na concepción bien fu n d ad a
y com partida p o r todos acerca de p o r qué y con qué o b jeto la m ayoría
de los filósofos o la p rofesión en general estudiam os la h isto ria de
la filosofía? No lo creo. He obtenido esta im presión a p a rtir de m u ­
chas conversaciones que he sostenido y a p a rtir de m is lecturas, in­
cluyendo la lectu ra de lo que yo m ism o he escrito.
Mi p rim era sospecha de que hay algo de dudoso en n u estra ap a­
rente afinidad con la h isto ria filosófica surgió al leer estudios filosófi­
cos en teram en te co rrecto s e in teresan tes en sí m ism os, p ero p recedi­
dos p o r ráp id as y vagas declaraciones —de un tipo m uy conocido— en
el sentido de que esos estudios eran em prendidos desde u n a persp ec­
tiva sistem ática o teniendo p resen te u n a finalidad sistem ática. La de
decir u n a cosa así es, al p arecer, u n a a c titu d p restig io sa recien te­
m ente ad o p tad a p o r los filósofos, a c titu d que se to rn a cada vez m ás
m arcada a m edida que los intereses de la p rofesión se vuelven m ás
históricos. Debem os p reg u n tarn o s h a sta qué p u n to esa estrateg ia co­
mún de reconciliar los estudios h istó rico s con las tare as actuales es
convincente. Me p arece que a veces puede alcanzarse esa reconci­
liación de m e jo r m an era p o r m edio de una sim ple indagación de
la h isto ria tal com o pu ed an su g erirla los contingentes intereses in­
dividuales y dejando que entonces la h isto ria hable p o r sí m ism a.
En ocasiones aquella actitu d d elata una m ala consciencia, ad v ertid a
o inadvertida, que deriva de sab er que las cuestiones u rgentes que­
dan sin resp u esta, deficiencia que es posible o cu ltar o, al m enos, jus-
liíicar con éxito p o r m edio de reto rcid o s desvíos hacia el pasado.
Con frecuencia aquella ac titu d m eram ente revela, p o r cierto, el bu en
EL ESTUDIO DE LA HISTOltlA DE LA FILOSOFÍA 101
100 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA

sentido de un a u to r que h a advertido la p ro fu n d id ad del problem a que aquí en H eg el2 o en la A ufbau der geschichtlichen W elt in den
tra ta y de ese m odo se ve llevado a la conclusión de que lo m ejor G eistesw issenscahften, de D ilthey [Dilthey, 1910] o, m ás recien te­
que puede h ac er es volverse hacia sus grandes predecesores a fin m ente, en G adam er [G adam er, 1960], cuya o b ra co n sid erarem o s m ás
detalladam ente en lo que sigue.) P or tan to , m i in ten to de p o n er en
de abordarlo.
Sea com o fuese, advierto una discrepancia o un desequilibrio en­ relación la h isto ricid ad de la filosofía p rim aria m e n te con las ciencias
tre la im presionante cantidad de estudios históricos (a m enudo exce­ n atu rales parecerá e star erró n eam en te orientado. Creo, no obstan te,
lentes) p o r un lado, y el alcance de la com prensión y de la justifica­ que u n enfoque m ás trad icio n al y atendible no a c e rta rá en la dem os­
ción de tales estudios p o r otro. La im portancia de ese desequilibrio tración, a la que m e propongo llegar, de que la filosofía es esencial­
m ente de n aturaleza h istó rica.3
no sería tan grande si no fuera p o r el hecho de que los filósofos
estu d ian la h isto ria a p a rtir de u n a cierta consciencia de sus nece­ En el desarrollo y en la defensa de esta in aceptable tesis avan­
sidades y de sus obligaciones profesionales. No obstante, esa cons­ zaré dando distintos pasos: (I) d iscu tiré la concepción de la his­
toria de la filosofía m ás am pliam ente difundida y de m ás fácil acep­
ciencia está lejos de ser clara y distinta: antes bien, ella constituye
tación: la concepción que la p re sen ta fu n d am en talm en te com o u na
p o r sí u n p ro b lem a filosófico. Dicho en pocas palabras, creo que es
indispensable com prender, si no su p erar, el desequilibrio o la discre­ «historia de los problem as». E spero d em o strar su insuficiencia y,
en p artic u la r, tam bién su ca rác te r fu n d am en talm en te ahistórico.
pancia en tre la p ráctica de la investigación y las autovaloraciones
(II) A ñadiré algunas observaciones referen tes a la relación existente
teóricas.
en tre la ciencia m oderna y la filosofía que pueden ac la rar los m otivos
E n este trab ajo , m i intento de h ac er fren te a esa ú ltim a cuestión
e sta rá guiado p o r la idea de que al m enos una razón de im p o rtan ­ p o r los que se vincula a la h isto ria de la filosofía con disciplinas
distintas de las ciencias n atu rales. (III) A continuación d iscu tiré
cia, si no la m ás im p o rtan te, del hecho de que los filósofos estudien
una versión, reciente y de peso, de la afinidad en tre la filosofía en­
la h isto ria de la filosofía estrib a en que las ciencias n atu ra les y la
tendida h istó ricam en te y las G eistesw issen sch a ften : la filosofía h e r­
tecnología b asad a en las ciencias natu rales poseen u n a irred u ctib le
m enéutica de Hans-Georg G adam er, e in te n ta ré señ alar las lim itacio­
dim ensión h istó rica. E sto no equivale a la trivial observación de que
nes de esa concepción. (IV ) Me vuelvo entonces a la cuestión de si
la ciencia y la tecnología no em ergen rep en tin am en te com o Palas
las ciencias n atu rales y la tecnología no son tam b ién ellas in trín seca­
Atenea de la cabeza de Zeus. La cuestión es, m ás bien, que no se las
m ente históricas, concepción que espero p o d er p re se n ta r com o p lau ­
puede co m p ren d er adecuadam ente si no se las ve com o aconteci­
sible. (V) En la ú ltim a sección ex traeré algunas conclusiones que h a ­
m ientos históricos únicos.
blan en favor de la h isto ricid ad de la filosofía m ism a, y p o n d ré en
A p rim era vista puede p arece r en teram en te inaceptable suponer
relación esta tesis con las figuras y con los tem as fu n d am en tales de
que la filosofía recibe su irred u ctib le histo ricid ad de las ciencias
la filosofía alem ana de este siglo.
naturales. Pues estas disciplinas se caracterizan precisam ente p o r su
capacidad de d esarro llarse exitosam ente sin preocuparse por su ori­
gen o p o r su h istoria. Se las estim a ju stam en te porque sus re su lta­
dos rem iten firm em ente a los hechos n atu rales, los cuales se sitúan
I
m ás allá de la h istoria. P or ello p o d ría p arece r que si la filosofía pue­
de vincularse con esas disciplinas, o en la m edida en que ello sea
posible, deberá ser capaz de su p erar las contingencias de la histo­
La idea de escrib ir h isto rias de p roblem as filosóficos (o «historias
ria de la razón y de alcanzar finalm ente una verdad firme. (Uno
problem áticas» de la filosofía) se d esarrolló poco a poco en el curso
piensa aquí en K ant com o uno de los filósofos que se propuso re­
de la elaboración de las m ás com plicadas h isto rias de los sistem as
fo rm a r la filosofía de acuerdo con el m odelo de la ciencia n a tu ra l a
fin de «colocar a la m etafísica en el cam ino seguro de la cien cia» .)1 2. Una concisa fórmula dice: «La filosofía [es] su tiempo aprehendido en
In v ersam ente, cabría e sp e rar que sólo en la m edida en que se la el pensamiento», Hegel, 1920, Vorrede, Bubner, 1982, presenta un iluminador
disocia de la ciencia n a tu ra l y se la vincula con o tras disciplinas análisis de la conexión entre la filosofía y las ciencias sociales establecidas por
académ icas, o con el conjunto de la vida social o cultural, la filosofía Hegel, en el que se pone especial énfasis en esa sentencia hegeliana.
3. Doy por sentado que (casi) todos admitirán que en ocasiones hay razones
se vuelve esencial e irred u ctib lem en te histórica. (Podem os pensar 1 prácticas para estudiar el material histórico a fin de lograr una comprensión
filosófica transhistórica. El objetivo del presente trabajo es mostrar que esa
posición es demasiado débil: no hace justicia con nuestros compromisos his­
tóricos reales ni revela el alcance y la importancia de nuestras tareas históricas.
1. Kant, 1781 y 1787, B XXIII-XXIV.
102 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA EL ESTUDIO DE LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA 103

filosóficos. Fue form ulada p o r W indelband y difundida m ás tard e requisito previo p a ra reconocer la existencia de u n a y la m ism a dis­
p o r N icolai H a rtm a n n en Alemania.4 En la actualidad ejerce un p re­ ciplina que se d esarro lla co n tin u ad am en te a lo largo del tiem po, a
dom inio casi indiscutido, en especial en los países de h abla inglesa. saber, m étodos y teorías. Cabe c o n je tu ra r que la restricció n a los
Sim plificando un poco las cosas puede decirse que el núcleo com ún problem as y a los enfoques tien e algo que ver con la creciente opo­
de las d istin tas variedades de esta concepción reside en el supuesto sición a la m etafísica que tuvo lu g ar tra s la declinación de los g ran ­
de que la filosofía se caracteriza p o r un conjunto específico de tareas des sistem as idealistas. E n efecto, el tem a de los «problem as» re a­
que se m antiene constante a lo largo de la historia. Ese conjunto, se parece u n a y o tra vez e n tre los críticos de Hegel en to rn o del paso
sostiene, se pone de m anifiesto en la constante re cu rre n cia de ciertos al siglo presente. A los n o m b res de los h isto riad o res alem anes de p ro ­
problem as típicos y, asim ism o, en la persistencia de ciertos enfoques blem as pueden añ ad irse n o m b res ingleses: en 1910 y 1911 G. E. M oore
altern ativ o s fu n d am entales p a ra su solución. En u n nivel de sufi­ dicta u n curso con el títu lo S o m e M ain P roblem s o f Philosophy, y en
ciente generalidad es posible ilu stra r fácilm ente esa concepción m e­ 1912 B. R ussell publica The P roblem s o f P hilosophy.6 La nueva es­
diante ejem plos: desde Platón form ulam os p reguntas com o «¿Qué trateg ia del análisis filosófico (com o opuesto a la co nstrucción de
es el conocim iento?» o «¿Cuáles son los fundam entos de la conduc­ teorías y de sistem as) conduce eventualm ente a los aforism os en
ta m oral?», etcétera. Es quizá m enos claro cóm o deba indicarse la los que el ú ltim o W ittgenstein p ro p o n ía p a ra la filosofía u n papel
tipología de actitu d es alternativas que re cu rre n com o re sp u esta a m eram ente terap éu tico , en ten d ien d o que su función se lim ita a la
tales problem as. P resum iblem ente debem os p en sar en pares de con­ disolución de rom pecabezas o de problem as aislados. E stas ráp id as
ceptos com o «noologismo dogm ático» y «em pirism o escéptico» (según observaciones ap u n tan sólo a m o s tra r el precio que el h isto riad o r de
la term inología em pleada p o r K ant en su h isto ria de la razón),5 o problem as tiene que pagar: ren u n cia a la b ú sq u ed a de u n a co n tin u i­
«idealism o» y «m aterialism o», «libertad» y «determ inism o» (Renou- dad teórica p a ra salvar la contin u id ad en el nivel de los problem as.
vier, 1885-1886), etcétera. No o bstante, en el siglo xix difícilm ente podían preverse tales
Sin em bargo, no es necesario acep tar tales esquem atizaciones p ara costos. P or el co n trario : debe de h ab erse considerado que el c e n tra r
explicar la idea cen tral de la h isto ria de «problem as». M aurice Man- la atención en los problem as co n stitu ía u n p rocedim iento típ icam en ­
delbaum (1965) h a explicado esa idea distinguiendo e n tre «historias te científico y, p o r tan to , u n a estrateg ia que debía ser in tro d u cid a en
evolutivas» espacial y tem poralm ente continuas por u n a p arte, e «his­ las ciencias sociales, en las h u m anidades y, asim ism o, en la h isto ria
to rias parciales» o «especiales» discontinuas p o r o tra p arte. La histo­ y en la filosofía. Los p roblem as deben hab erse presen tad o entonces
ria cu ltu ra l es un ejem plo del p rim e r tipo; la h isto ria de la filosofía com o el tópico n a tu ra l y, en realid ad com o el tópico conductor, de
es un ejem plo del segundo. Las conexiones in tern as en las h isto rias la h istoriografía.
de la segunda especie consisten en argum entos recíprocam ente rela­ P robablem ente pu ed a h allarse u n a razón co m plem entaria de la
cionados que cub ren las lagunas espaciotem porales y proporcionan, decisión de lim itarse a los p roblem as en la falta de sistem as filosó­
al m ism o tiem po, los nexos causales. La existencia de tales conexiones ficos que hiciesen fren te a la rá p id a expansión del conocim iento cien­
da cu enta tam bién de la independencia o la autonom ía intelectual tífico en diversas disciplinas que tuvo lu g ar d u ra n te el siglo xix.
de la disciplina, la cual, p o r cierto, no tiene p o r qué desconocer las Los filósofos deben de h ab e r sentido que era cada vez m ás difícil
excepciones o ser absoluta. E sta concepción es m uy conocida y am ­ m an ten er el prestigio y la acep tab ilid ad in telectu al de su tra b a jo en
p liam ente aceptada. C uenta, adem ás, con u n a innegable base en la el m undo científico. E l m odelo historiográfico de la h isto ria de los
realidad: u n filósofo lee y critica al otro. problem as sirvió, en tre o tra s cosas, p a ra h acer lu g ar a algo sem ejan­
Puede ser m ás in teresan te preg u n tarse cóm o y p o r qué ha surgi­ te al progreso en la investigación filosófica. W indelband, p o r ejem plo,
do el creciente in terés p o r los problem as com o algo opuesto a las observa que «cada uno de los g randes sistem as filosóficos em prende
doctrin as, las teo rías o los sistem as. Por qué un conjunto de proble­ la resolución de su ta re a refo rm u lán d o la nuevam ente ab ovo com o
m as, u n co n ju n to de térm inos en los cuales pueden form ularse los si apenas hubiesen existido o tro s sistem as» (W indelband, 1889:
problem as, m ás u n conjunto de enfoques básicos de esos problem as, Einleitung, § 2.1, pág. 7), m ien tras in ten ta, sin em bargo, a través de
son datos que constituyen una base todavía m uy pobre p ara la con­ la h isto ria de los sistem as anterio res, d escu b rir la e stru c tu ra p erm a­
tin uidad, en com paración con lo que en o tro s casos se considera com o nente de la razón h u m an a (W indelband, 1889: E inleitung, § 2.6, pág. 16;
4. Esta corriente de la historiografía de la filosofía se halla pormenoriza- 6. Agradezco a lan Hacking por haberme hecho reparar en este rasgo de
damente descrita en Geldsetzer, 19682?. Otras fuentes se citan en Oehler, 1957; la reciente historia de la filosofía. Hasta donde sé, no hay hasta ahora estudios
véase especialmente su nota 29 en pág. 521. detallados y aclaratorios al respecto. Agradezco a Lorraine Daston sus ilumi­
5. Immanuel Kant, 1781 y 1787, A 852/B 880 y sigs. nadores comentarios.
104 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA EL ESTUDJO DE LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA 105

cf. págs. 11 a 14). E n su artículo «Philosophy, H istoriography of» siglo xvii. La situación de un p roblem a en u n a ciencia n a tu ra l no
del diccionario inglés de filosofía John Passm ore codifica, p o r así está d eterm in ad a p o r la pugna e n tre concepciones básicas alte rn a ti­
decir, la concepción de que la h isto ria de los problem as es progre­ vas (p o r ejem plo, e stru c tu ra continua versus e stru c tu ra ato m ísti­
siva; dice: «el h isto riad o r de la filosofía, a diferencia del h isto riad o r ca); p o r ello no perm anece invariable a lo largo del tiem po, sino que
de la cu ltu ra, se in teresa especialm ente en los períodos de progre­ es tran sfo rm ad a esencialm ente p o r la teo ría precedente. El ato m ista
so».7 La filosofía, se halla aquí caracterizada en form a análoga a m oderno no pone en relación su o b ra con la de D em ócrito, aun cuan­
o tras disciplinas, esto es, com o una investigación (relativam ente) do pueda decirse que co m p arte con este filósofo el enfoque fu n d a­
autónom a. E s eso, p o r cierto, lo que hace que la concepción de la m ental, sino, antes bien, con ciertos aspectos de la m ecánica del
h isto ria de la filosofía com o h isto ria de problem as esté ta n divulgada.8 continuum ; p o r ejem plo, con la m ecánica de las ondas. El c a rá c te r
P asaré ah o ra a estim a r críticam ente esa concepción. Estoy lejos progresivo de la investigación científica parece dep en d er de la exis­
de su sten tar que sea erróneo en todos los casos cultivar la historia tencia de u n a serie de teorías, las cuales pueden no ser m u tu am en te
de los problem as; tal h isto ria constituye una form a a m enudo útil, com patibles, pero son susceptibles de ser p u estas en relación y m e­
y a veces excelente, de filosofía. No o bstante, creo que la co rresp o n ­ jo rad a s poco a poco. E n cam bio, la p reten sió n del h isto ria d o r de p ro ­
diente posición historiográfica, considerada com o com ponente de blem as descansa en el sup u esto de que en la filosofía no se reg istra
u n a teo ría filosófica, es m uy deficiente. A causa de esa deficiencia la una continuidad teórica de ese tipo.
h isto ria de los problem as om ite en fren ta r un aspecto cen tral de la R especto de (2), esto es, resp ecto de la au to n o m ía de la filosofía,
ta re a histórica. La idea re cto ra de mi crítica es la de que la con­ uno deberá p reg u n tarse de dónde provienen los p roblem as de la filo­
cepción de la h isto ria de la filosofía com o una h isto ria de los p ro ­ sofía. P or su p ro p ia n aturaleza, la concepción de la h isto ria de la
blem as su stituye el desarrollo au tén ticam en te tem poral p o r u n espu­ filosofía com o h isto ria de p roblem as no deja lugar p a ra u n a expli­
rio presente. P ara explicar esta afirm ación discutiré tres cuestiones cación filosófica del origen y de la im p o rtan cia (relativ a) de esos
concatenadas: 1) la asim ilación de la filosofía a la investigación problem as. En los textos de los h isto riad o res de los problem as que
usu al es errónea; 2) la filosofía no es autónom a; y 3) la concepción he leído, el origen de los nuevos p roblem as ap arece siem pre com o
que asim ila la filosofía a la investigación usual, autónom a, elim ina la una suposición fáctica adicional; en realidad, com o u n a concesión
v erd ad era dim ensión histórica de la filosofía. que en buena m edida se acerca a la aceptación de objeciones c o n tra
R especto de (1) puede observarse, de paso, que la propia suposi­ la autonom ía de la filosofía. D ejaré que W indelband, uno de los m ás
ción de u n a persistencia de los problem as no arm oniza con la afir­ decididos defensores de la autonom ía, hable en favor de su posición:
m ación de que la filosofía progresa. El progreso parecería im plicar
que los problem as son resueltos, y no que recurren. P odría repli­ La filosofía recibe sus problemas, lo mismo que el m aterial para
carse que tam bién en la h isto ria de la investigación usual —p o r ejem ­ su solución, de las ideas de la consciencia general de la época y de
plo, en el ám bito de la teo ría física— los problem as recurren; tal es las necesidades de la sociedad. Las grandes realizaciones y las cues­
el caso, en tre otros, del problem a de la e stru c tu ra de la m ateria. tiones nuevas de las ciencias particulares, el movimiento de la cons­
P ara resp o n d er a esa objeción debo hacer una observación m ás ciencia religiosa, las revoluciones de la vida social y política dan
repentinamente a la filosofía nuevos impulsos y determinan las
esencial, a saber, que p lan tea r el problem a de la m ateria en la actu a­
direcciones en que ha de orientarse su interés (...) y, en medida
lidad es una cosa d istin ta de p lan tearla en la A ntigüedad o en el no inferior, los cambios de las preguntas y de las respuestas a lo
largo del tiempo.9
7. Passmore, 1967, 22. El texto citado se refiere al historiador de problemas,
tal como lo muestra el contexto.
8. Jürgen Mittelstrauss ha defendido recientemente la concepción de la his­ No sólo la autonom ía, sino tam bién la existencia o, al m enos, la
toria de la filosofía como historia de problemas sosteniendo que es la única im portancia de los p roblem as re c u rre n te s p arecen ser puesto s en tela
que nos permite interpretar a la historia de la filosofía como disciplina de la de juicio aquí. (M ás ad elan te discu tirem o s brevem ente el m odo en que
que podemos extraer una enseñanza (Mittelstrass, 1977). Este autor está de
acuerdo con John Passmore, quien había afirmado que «sólo de la historia de W indelband in ten ta escap ar de esta dificultad.) Si el contexto h istó rico
los problemas tiene el filósofo algo que aprender» (Passamore, 1965; la cita es es un contexto form ado p o r problem as, y no p o r doctrin as o p o r
de la pág. 31). Lo que debe aclararse aquí es la siguiente pregunta: ¿enseñar teorías, entonces no es posible explicar o evaluar la selección, la g ra­
acerca de qué o para qué? Passmore y Mittelstrass parecen suponer para esa vitación y la in terrelació n de esos p roblem as con la ayuda de u n a
pregunta una respuesta que es independiente del conocimiento histórico y que
determina si una historiografía dada conduce a la enseñanza o no. Lo que me teoría filosófica previa. E n lugar de ello, n ecesitarem os u n a evalua-
propongo poner en tela de juicio en este trabajo es precisamente el supuesto de
tal independencia. 9. Windelband, 1889, Einleitung, § 2.4, pág. 11.
106 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA EL ESTUDIO DE LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA 107

ción p erm an en te de la situación del problem a actual de acuerdo con autónom a, y que constituyó el vehículo de lo que él denom ina «un
las necesidades que se advierten en el presente. N ada erró n eo pa­ intento de escap ar de la histo ria» .13
rece h ab er en ello en el supuesto de que la capacidad de ad v ertir E stoy de acuerdo con R orty en dos de sus tesis fu n d a m e n tales:
las necesidades sea suficientem ente aguda. Pero en esta concepción a) que el grandioso in ten to de la filosofía m oderna p or co n stitu irse
no se indica el m otivo p o r el cual los problem as deban reaparecer, en u n a disciplina in d ependiente y fu n d am en tal era ho stil a la v er­
o sean en algún sentido específicam ente filosóficos. Además, la esen­ d adera historicidad , y b) que ese in ten to fracasó. El fracaso se debió
cial referen cia al p resen te re d u cirá el pasado (o, m ás exactam ente, en p a rte a la exitosa com petencia que con ella protagonizó la ciencia
los problem as del pasado tal com o hayan sido seleccionados p ara exitosam ente, la cual puso en tela de juicio el carác te r a priori de
su estudio) a u n p resen te espurio. la filosofía, y en p a rte y, acaso, p rin cip alm en te, a una im p o rtan te
P o r últim o, en relación con (3), esto es, a p ropósito de u n tem a inadvertencia: ex h yp o th esi los pro b lem as y los enfoques posibles
de la filosofía que sea invariable en el tiem po, debem os conside­ p ara su solución son ellos m ism os ahistóricos. Pueden su rg ir en el
ra r la posibilidad de reclam ar u n dom inio de la realidad com o espe­ curso de la h isto ria, pero sólo com o posibles nuevos tem as de u n a
cífico de la filosofía. La existencia de u n a cosa así explicaría la p er­ consideración filosófica tran sh istó rica. Som os nosotros, que vivimos
sistencia de las cuestiones aun sin que se diese u n a continuidad en en la actualidad, quienes tenem os n u estro s problem as. M odesta y
las teorías. P uesto que no hay aspecto o p a rte de la realidad que no sabiam ente decidim os am p liar el círculo de p articip an tes en la dis­
sea reclam ado tam bién al m enos p o r alguna o tra disciplina, la suge­ cusión filosófica a quienes p restam o s atención, p a ra incluir en él a
ren cia de que exista un tem a específico de la filosofía parece no tener m uchos de n u estro s notables colegas del pasado. Tal es —dicho rá p i­
m ucho sustento. Podem os considerar, de todos m odos, el tem a que dam ente— la ac titu d im plícita en la concepción de la h isto ria de la
tiene m ayores p robabilidades de co n stitu ir el tem a específico de la filosofía com o h isto ria de problem as; esa ac titu d corresponde en gran
filosofía. Si nos lim itam os al período m oderno, ese tem a es sin duda m edida a su p rá ctica historiográfica real y, a veces, tam b ién a sus
el intelecto y la consciencia hum anos, la m ente hum ana o, en térm inos autoevaluaciones teó ricas.14
m ás generales, la n atu raleza hum ana. La m ayor p a rte de los grandes P ara ev itar m alentendidos debo su b ray ar que no estoy ob jetan d o
filósofos m odernos considera que el exam en de ese tem a constituye el ocasional tra ta m ie n to de n u estro s grandes predecesores com o si
el nú m ero teórico de sus doctrinas. K ant expresó de la m ejo r m ane­ fuesen contem porán eo s; podem os, p o r cierto, ap ren d er d irectam en te
ra cuál era el objetivo que la crítica de la facultad hum ana de co­ de ellos. La suposición de que existen problem as com unes a ellos
nocim iento se p roponía alcanzar: co n v ertir a la m etafísica en una y a nosotros puede incluso d escu b rir u n a com prensión histórica. Lo
ciencia.101No tenem os que sorprendernos, p o r tanto, si hallam os ves­ que p a ra mí constituye u n in trin cad o p ro b lem a son las condiciones
tigios de esa idea en u n h isto riad o r de problem as pu n tu alm en te de posibilidad de aquel ap ren d izaje y de esta com prensión. La h isto ­
k an tian o com o W indelband, quien señala, p o r ejem plo, lo siguiente: ria de los problem as los deja com o hechos sin explicación. A esta
«C onstituyen el tem a de la h isto ria de la filosofía aquellas form acio­ lim itación corresponde otra: las razones p ara p ro d u c ir obras h is­
nes cognitivas que, consistiendo en form as de concebir o de juzgar, se tóricas siguen siendo ad hoc y m eram en te pragm áticas. La h isto ria
h an m antenido vivas perm anentem ente y por ello h an puesto de no se p re sen ta com o un com ponente esencial de la filosofía, o bien
m anifiesto claram ente la e stru c tu ra in tern a de la razón.» 11 El cono­ la p ro p ia filosofía no es concebida com o algo histórico.
cim iento que la razón tiene de sí m ism a vuelve a ap arecer en el cen­ El resu ltad o de mi crítica es, en pocas palab ras, el siguiente: la
tro m ism o de la ap a ren te h istoricidad de la h isto ria de los proble­ h isto ria de la filosofía tal com o es concebida p or el h isto riad o r de
m as.12 R ichard R orty h a sostenido recientem ente que el supuesto problem as carece del contexto teórico indispensable p a ra que se la
de u n a razón h u m ana o de u n a n atu raleza hu m an a intem poral es pueda asim ilar a la investigación científica (lo cual co n stitu ía el o b je­
esencial p a ra la pro p ia idea de la filosofía m oderna com o disciplina tivo del h isto riad o r de problem as). El contexto ausen te puede ser
13. Rorty, 1978, 8-9. Los historiadores contemporáneos de problemas pare­
10. Kant, 1781 y 1787, B XXIII-XXIV. cen estar de acuerdo: Passmore, por ejemplo, explica la recurrencia de los
11. Windelband, 1889, Einleitung, § 2.1, pág. 7. problemas desde Platón aduciendo el hecho de que todos somos seres hu­
12. Cabe notar que los historiadores de problemas posteriores que desecha­ manos (1965, pág. 13).
ron el residuo de trascendentalismo de la historiografía de Windelband, no 14. Michael Ayers expone en forma crítica un ejemplo saliente: P. F. Straw-
disponen ya de una fundamentación conceptual de la autonomía de la filosofía y son elogia a J. Bennett por tratar a Kant como «un gran contemporáneo...
de la identidad de los problemas. La posibilidad de defender esta concepción con el cual podemos discutir», tal como podemos hacerlo con Locke, Leibniz,
está mucho más íntimamente ligada a la epistemología tradicional de lo que a llerkeley y Hume no menos que con Ryle, Ayer y Quine. Así en Bennett (1968)
menudo se advierte. acerca de Kant; la exposición está tomada de Rée, Ayers y Westoby, 1978, 55.
108 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA
EL ESTUDIO DE LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA 109
suplido desde afuera, ya sea desde la ciencia o desde la h isto ria
De hom ine y De cive ilu stra n con m ucha clarid ad aquello a lo que
cu ltu ral y social en general. Pero el h isto riad o r de problem as no
aludo. P or o tra p arte, h a sido u n a cosa m uy m anifiesta desde la b ri­
puede, com o filósofo, acep tar esa suplem entación, p o rq u e viola la
llante época de la ciencia griega que las m atem áticas y las ciencias
autonom ía de la filosofía, cosa que él considera m uy valiosa. Además,
exactas pueden g u ard arse a sí m ism as. Ellas contienen en sí las
contradice su fu ndam ental convicción de que existen problem as p er­
norm as de sus p ro p ias verdades y de sus acciones. Dicho brevem ente,
m anentes. P or o tra p arte , el intento de su plir el contexto faltan te
asp iran a la autonom ía y son capaces de poseerla.
de la h isto ria de la filosofía desde el in te rio r de la filosofía y estable­
El térm ino «autonom ía» se opone aquí al térm in o «tradícíonali-
cer de ese m odo su autonom ía, reposa en una evaluación de la situa­
dad», esto es, a la p ro p ied ad de ser d eterm inado p o r la trad ició n .
ción actu al del problem a. Ello conduce así a la reducción del pasado
E sta oposición es u n aspecto conocido de la caracterización que la
a un p resen te espurio; ello involucra la pérd id a de la historia.
Ilu strac ió n hacía de sí m ism a, p ero req u iere de todos m odos u n
Una consecuencia de todo eso es que la concepción de la h isto ria
com entario. Las ciencias exactas, ¿no tienen y necesitan de sus p ro ­
de la filosofía com o h isto ria de problem as retien e la discrepancia,
pias tradiciones? Parece b astan te evidente que sí; pero entonces debe
antes m encionada, en tre una p ráctica historiográfica y su com pren­
resolverse la difícil cuestión de cóm o pueden ev itar re c u rrir a la
sión o su justificación filosófica, pace la difundida tesis de acuerdo trad ició n p a ra ju stificarse a sí m ism as. Un cam ino m uy sencillo p a ra
con la cual sólo esa concepción puede su p erar la discrepancia.15 O tra hacerlo consiste en a d u c ir la presen cia y la p erm an en te disponibili­
consecuencia, acaso m ás im p o rtan te, es que u n a justificación filo­
dad del objeto de estudio: la n aturaleza. E n realid ad p arece ex istir
sófica, aun cuando lo sea del conjunto actual de los problem as fi­ un solo ejem plo en sentido co n trario de u n a ciencia 16 que no tiene
losóficos, está condenada a fracasar. P ara que fuese exitosa la filoso­ dificultades con la trad icio n alid ad sino que hace de ella un uso esen­
fía d ebiera disponer de una estru c tu ra teórica ta n firm e com o la de cial p a ra su legitim ación: la teología. Su «objeto», Dios, es concebido
las ciencias que h an llegado a u n buen resultado. Puesto que, como com o siem pre p resen te e in m u tab le (m ás que la n aturaleza) p ero
es reconocido, no es posible disponer de nada sem ejante, cabe p re­ carente del rasgo de la disponibilidad.
g u n tarse si la b ú squeda de una analogía en tre la filosofía y la ciencia Ahora bien: la teología su m in istró un m arco de referen cia con­
no estab a quizá m al o rientada. ¿Acaso debe concebirse la relación fiable p a ra todo conocim iento y p a ra toda acción h asta el surgim ien­
en tre la ciencia y la filosofía de u n a m anera com pletam ente dis­ to de la ciencia m oderna. A los efectos de mi argum ento, d aré p o r
tin ta? sentado que la confianza que se ten ía en ese m arco tiene que h a b e r
ido pareciendo cada vez m ás discutible a m edida que se reconocía
la autonom ía de la ciencia. La filosofía, que se hallab a en trelazada con
las ciencias que afirm aban su au tonom ía y era aún casi insep arab le
II de ellas, se libró de su posición an cillar respecto de la teología y en
form a m uy n atu ra l asum ió el papel de se r la única fu ente a lte rn a ­
tiva de orientació n p a ra el conocim iento y p a ra la acción. Sin em ­
E n este pu n to pueden ser p ertin en tes algunas observaciones re­
bargo, en u n aspecto decisivo la filosofía no pudo asem ejarse a la
feren tes a la relación e n tre la filosofía y o tra s disciplinas. E spero que teología: no pudo som eterse a la trad icio n alid ad . E n ese asp ecto la
ellas pued an p re p a ra r el cam ino p a ra u n a concepción m ás acabada filosofía europea no sólo se inició com o disciplina secular, sino que
del ca rác te r histórico de la filosofía. O riginariam ente, y d u ran te tam bién se reafirm ó com o tal, al m argen de todo lo que, p o r lo
largo tiem po, fue m uy difícil, si no im posible, tra z a r u n a línea de
dem ás, pueda d istin g u irla de las ciencias co rrien tes y útiles.
separación en tre la filosofía y o tras disciplinas teóricas. E sto es ver­
A consecuencia de ello la filosofía se vio fren te al p ro b lem a de su
dad al m enos p a ra la tradición europea, p artic u la rm en te p a ra los
relación con el m undo, esto es, com o un o b jeto de estudio que posee
grandes innovadores de la filosofía m oderna. Los Principia Philoso-
la presencia y la disponibilidad necesarias p a ra h acer posible la
phiae de D escartes y la trilogía de H obbes form ada p o r De corpore,
autonom ía. El ráp id o crecim iento de las ciencias n atu ra les en trañ ó
15. Así, John Passmore identifica «la historia problemática de la filosofía»
con la «historia real de la filosofía», y afirma que sólo la historia de ese tipo 16. En este punto debo solicitar del lector permiso para emplear el término
puede ayudar al filósofo a convertirse en mejor filósofo (Passmore, 1965, 30-31). «ciencia» para designar toda disciplina con pautas profesionales y pretensiones
En Alemania Klaus Oehler ha sostenido la tesis de que «el problema es el lazo cognoscitivas reconocibles que se enseña en instituciones de altos estudios; en
verdadero y esencial entre la filosofía y su historia» (Oehler, 1957, 524). Véase una palabra, para designar todo lo que en alemán se denomina «Wissenschaft».
Para mi presente propósito este uso inflacionario del término tiene una venta­
también la nota 8 más arriba. ja: no presupone una determinada clasificación de las disciplinas académicas.
110 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA EL ESTUDIO DE LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA 111

p a ra la filosofía u n a singularización institucional y sustancial cada de algunos de los pensadores posthegelianos m ás sobresalientes, com o
vez m ayor, lo cual obligó a los filósofos a p ro c u rar u n a fundamenta-, Marx, N ietzsche, Dilthey y H eidegger. La o b ra de Hans-Georg Ga-
ción independiente y específicam ente filosófica de la autonom ía. La dam er re p resen ta u na fase recien te de ese desarrollo y u n a expre­
filosofía derivó hacia u n a filosofía trascendental, esto es, hacia un sión p artic u la rm en te explícita de sus supuestos fundam entales. P or
in ten to de ju stificar toda pretensión de objetividad m ediante la in­ ello me propongo exam inar su concepción de la inevitable h isto rici­
dagación que el sujeto cognoscente hace de sí m ism o. La filosofía dad de la filosofía a fin de esbozar con la m ay o r clarid ad posible
h alla su pro p io objeto en el intelecto hum ano y en la consciencia una altern ativ a de la concepción de la h isto ria de la filosofía com o
hum ana, o en la razón en sus dos aspectos, el teórico y el práctico, h isto ria de problem as, concepción de la que he afirm ado que es
con el objeto de conectarlos en u n a e stru c tu ra conceptual unitaria. au fond ahistórica.
Con ello pareció posible u n conocim iento filosófico que no apela a
la tradicionalidad, puesto que o tras ciencias h abían alcanzado la
autonom ía estableciendo u n a relación específica con determ inados
aspectos o p artes de la n atu raleza (no hum ana). III
No m e propongo indagar las dificultades y el eventual fracaso de
la filosofía trascen d en tal. (Creo que es posible y necesario co n tin u ar
exam inando las cuestiones y los argum entos trascendentales, pero
no disponer de u n a teo ría o u n a disciplina trascendental.) Ya hem os Puesto que m e refiero a G adam er sólo com o ejem plo de d eterm i­
dado p o r sentado ese fracaso al reconocer la inicial plausibilidad de nado tipo de filosofía de m en talid ad h istó rica, estoy exim ido de la
la concepción de la h isto ria de la filosofía com o h isto ria de p ro b le­ tare a de e stim ar su o b ra en general. Me lim itaré a algunos rasgos de
m as. El re c u rre n te conflicto de las afirm aciones filosóficas a priori su pensam iento que considero especialm ente sugerentes y útiles. El
con los descubrim ientos científicos no es la m enos im p o rtan te de las principal libro de G adam er (G adam er, 1967a) contiene u n in ten to de
razones de ese fracaso. Los principios de la ciencia n atu ra l de K ant d escu b rir la verd ad era n atu raleza de la filosofía, en p a rtic u la r su
re p resen ta n uno de los casos a los que se refiere lo an terio r. Se trata , historicidad, relacionándola con el a rte y con las G eistesw issenschaf­
no o b stante, de u n fracaso que se p ro d u jo debido a razones de m u­ ten. En b u en a m edida el c a rá c te r diferencial de estas ú ltim as es
cho peso, e n tre las cuales se destacan el entrelazam iento de la filo­ establecido p o r m edio de su c o n tra ste con las ciencias n atu rales.
sofía con o tras ciencias y su orientación hacia una autonom ía. En todo ello la intención de G adam er no es la de elab o rar u n a
Con estas breves observaciones históricas no pretendo o frecer m etodología de la G eistesw issenschaften ni u n a teo ría estética, sino
sino perspectivas conocidas; no obstante, pueden p erm itim o s ad v e rtir fundam entalm en te u n nuevo enfoque filosófico e incluso u n a nueva
con m ayor claridad las posibilidades que se ofrecen p a ra u n a cap­ ontología. T ra ta de la un iv ersalid ad de la herm en éu tica y de la on-
tación teórica de la historicidad, firm em ente establecida, de la filo­ tología del lenguaje.17
sofía del p resen te que se observa en la p ráctica académ ica actual Si, com o he sostenido, es lícito carac te rizar a la filosofía pre-
y, ocasionalm ente, en la autoevaluación consciente de los filósofos. hegeliana p o r su estrecho vínculo con las ciencias n atu rales, puede
Veo dos posibilidades de esa índole: a) ro m p er los vínculos que ser m uy aclarato rio exam inar el m odo en que G adam er señala el
un en a la filosofía con las ciencias n atu rales (p resu n tam en te) ahistó- c o n tra ste en tre las ciencias n atu ra les y las G eistesw issenschaften.
ricas y ligarla con las ciencias h istó ricas y sociales, disciplinas algo Es posible re su m ir el núcleo de su concepción en dos tesis: 1) La fo r­
m ás recientes pero en vigoroso desarrollo, o b ) m o stra r la historici­ m a típica y, asim ism o, m ás elevada de conocim iento en el ám bito
dad in trín seca de todas las ciencias, en p a rtic u la r y principalm ente hum ano o social no es el establecim iento y la explicación de los
de las ciencias n aturales. D iscutiré am bas posibilidades en ese orden. hechos, sino su com prensión. 2) La com prensión no es u n a actividad
Puede decirse que la posibilidad a) fue puesta de m anifiesto p o r que se lleve a cabo de acuerdo con determ in ad as reglas m etodológi­
p rim era vez p o r Hegel. E ste filósofo se m antuvo dentro del m arco cas, sino que consiste m ás bien en desplazarse a la situación de uno
de la filosofía trascendental, pero dio ya p o r sentada la p rio rid ad en la tradición. Una frase su b ray ad a p o r G adam er en W ahrheit und
de la com prensión histórica respecto de la de la ciencia n a tu ra l y M ethode reza: «No debe concebirse la com prensión m ism a tan to
p re p a ró con ello el terren o p a ra la p o sterio r alianza de la principal com o un acto de la su b jetividad, sino m ás bien com o u n ingreso
co rrien te de la filosofía continental con las G eistesw issenschaften
h istóricas. Si bien las tesis trascendentales de Hegel y su idealism o 17. Gadamer, 1960, Vorwort; véase también «Die Universalitát des herme-
fu ero n d u ram en te criticados, esa nueva alianza arraigó en la m ente neutischen Problems» en Gadamer, 1967a, 101-112.
EL ESTUDIO DE LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
112 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA

n er con u n a te rc era p erso n a (G adam er, 1960: 340 y sigs.). Sólo si al


en el acontecim iento de la tradición.» 18 P ara ver en qué sentido estos
principios ro m p en radicalm ente con el m odelo epistem ológico tra ­ m ism o tiem po descubro y determ in o activam ente m i situación res­
pecto de otro m e hallo en condiciones de ad q u irir conocim iento de
dicional es ú til o b servar que, de acuerdo con G adam er, u n sim ple
m í m ism o y de la o tra persona. Sólo si descubrim os y, al m ism o
cam bio de lado, esto es, de las ciencias natu rales a las ciencias so­
tiem po, determ inam os n u e stra situación respecto del pasado alcan­
ciales e histó ricas, no h ab ría sido suficiente p a ra tra n sfo rm a r la
zam os u n auténtico conocim iento histórico. La un icid ad de esta expe­
filosofía dándole su nueva configuración. E n una detenida discusión
riencia herm enéu tica se opone a la rep etib ilid ad de las experiencias
de las ideas de Dilthey, G adam er m u estra que los estudios históricos
am plios y u n a autovaloración h isto ricista no b astan de p o r sí p ara en las ciencias experim entales.19
De tal m odo, o tro rasgo de este enfoque —rasgo im plicado en las
p o n er de m anifiesto u n a verdadera dim ensión h istórica en el conoci­
tesis 1) y 2) consignadas m ás a rrib a — es el siguiente: 3) queda su­
m iento. De acuerdo con este análisis, la principal razón de esa insu­
ficiencia debe b u scarse en el hecho de que Dilthey hubiese invocado p erad a la oposición epistem ológica trad icio n al e n tre lo subjetivo y
el p aradigm a de las ciencias n aturales. Dilthey cree que sólo es lo objetivo. Ya no se tra ta de p reg u n tarse si una concepción es
posible aseg u rar el carác te r científico y cognoscitivo de la h isto ria aceptada p orqu e se a ju s ta con los llam ados hechos o p o rq u e se
alcanzando u n a objetividad. Se propone com pletar la em presa ini­ a ju sta con teorías previas. E l m odelo que p erm ite lo g rar esa descon­
ciada b ajo la égida de las ciencias naturales con una Ilustración certan te fusión no es algo en absoluto m isterioso sino u n aconte­
histórica. E n la p ráctica ello significa sencillam ente que Dilthey p er­ cim iento histórico de c a rá c te r en teram en te usual: la in terp re tació n
sigue el ideal de en ten d er los testim onios del pasado de m anera teológica y legal. Las fuentes —libros sagrados o d eterm in ad as le-
acab ad a y en to ta l coherencia con los hechos que ellos expresan.
19. G adam er, 1960, p a rte 2, II. 3.b, especialm ente págs. 330 y 340. Es ése un
Una cita aclarará lo que G adam er tiene en m ente: «El in té rp re te es rasgo decisivo de la concepción de G adam er que éste to m a de H eidegger. N in­
en teram en te contem poráneo del autor. Ese es el triu n fo del m étodo guno de los dos filósofos p ro cu ra h allar verdades antropológicas universaliza-
filológico, (...) D ilthey está en teram ente poseído p o r la idea de ese bles. Dicho m ás p recisam ente: p a ra ellos la antropología tiene u n c a rá c te r inelu­
triunfo. E n él apoya la equivalencia de las G eistesw issenschaften diblem ente histórico. David Hoy se equivoca en su fino análisis de la concep­
ción heideggeriana de la h isto ria (Hoy, 1978) cuando espera h allar en Ser y
[con las ciencias n atu rales]» (G adam er, 1960: 227). E sta in te rp re ta ­ Tiempo u n a an tropología tra n sh istó rica, esto es, «un análisis ontológico [que]
ción de D ilthey h echa p o r G adam er arm oniza con el hecho, su b ra­ produce u n a categoría característica de la existencia h u m an a en general y no
yado p o r los h isto riad o res de los problem as, de que el m étodo his­ es aplicable sólo a una c u ltu ra o a u n a tradición h istó rica específicas com o la
tórico crítico surgió al m ism o tiem po que la Nueva Ciencia. (El de E u ro p a occidental» (pág. 344). David Hoy co ntinúa diciendo: «[H eidegger]
no sugiere que la h isto ria se refiera a la unicidad de los hechos pasados. P ara
trata m ien to crítico de la B iblia hecho p o r H obbes y p o r Espinoza H eidegger el h isto riad o r debiera recu p erar p a ra su p ro p ia época las posibili­
son ejem plos de ello.) Concuerda, adem ás, con la idea de que una dades existenciales de la época pasada» (pág. 347). La recuperación de las posi­
h isto ria de problem as realistas depende esencialm ente de la posi­ bilidades del p asado es en realid ad todo el objeto de la ta re a de h acer h isto ­
bilidad de u na filología objetiva (B rehier, 1975: especialm ente pági­ ria; pero cuáles sean esas posibilidades, es u n a cuestión de la «faktische exis-
tentielle W ahh única que se origina a p a rtir del futuro: «Die Histoire... zeitigt
na 170). Lo m ism o que la h isto ria de los problem as, el historicism o sich aus der Zukunft» (H eidegger, 1926, 395). E ntiendo que esta ex trañ a frase
de Dilthey no tran sg red e los lím ites de un p resen te espurio am plia­ q uiere decir algo así com o la sim ple verdad de que escrib ir h isto ria es inevita­
do. Ni aun u n a percepción agudizada de la historia com o cam bio b lem ente tam b ién co n tin u ar la h isto ria activam ente con vistas a un fu tu ro
objetivo m u estra p o r qué tenem os que estu d iar la historia. Gada­ anticipado. Es ése el sentido en que la h isto rio g rafía carece de «validez u n i­
versal» (H eidegger, 1926, 395), afirm ación que H oy correctam en te percibe com o
m er cree que tal razón surge sólo de u n m odelo epistem ológico enigm ática (pág. 348). P or tan to , no es «subjetiva»; po rq u e cada individuo p e r­
rad icalm en te distinto: el de la com prensión (V erstehen). tenece a u n a c u ltu ra social integrada. No o bstante, es específica y única p a ra
La com prensión, entendida como desplazam iento a la situación que u n a situación h istó rica (p o r oposición a situación individual) dada. ¿Cómo pudo
se ocupa en la tradición, rom pe con la idea de un observador im pa­ h a b e r creído H eidegger, si no, h a c e r un a contribución a la filosofía ahondando
sible. La experiencia obtenida en ese desplazam iento es analizada en las p ro fu n d id ad es de u na tradición h istó rica única y llam arla «historia del
Ser»? R orty h a expresado u na idea decisiva al escribir: «Toda la fuerza del
según el m odelo de la relación personal que cada uno de nosotros p ensam iento de H eidegger reside en su concepción de la h isto ria de la filosofía»
puede m an ten er con o tra persona: la relación de ser un tú p a ra un (R orty, 1978, 257; véase tam bién 243). Todo ello es asim ism o aceptado delibe­
yo, la cual difiere de toda relación que u n tú o u n yo pueda m ante­ rad am en te p o r G adam er. P ara m í es un a cuestión im p o rtan te la de establecer
h a sta qué p u n to eso im plica un im perialism o in telectual europeo en n u e stra
18. G adam er, 1960, 275. H ay que c ita r esta afirm ación, p artic u la rm e n te im ­ situación h istó ric a presente. E sa cuestión h a ría que nos resu lte b a sta n te m o­
p o rta n te , en su original alem án: «Das Verstehen ist selber nicht so sehr ais lesta la b ú sq u ed a de conceptos alternativos de la h isto ricid ad esencial aun
eine Handlung der Subjektivitat zu denken, sondern ais Einrücken in ein Über- cuando no p odam os ag u a rd a r un reto rn o a algo sem ejan te a la antropología
lieferungsgeschehen, ...» universal.
114 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA EL ESTUDIO DE LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA 115

yes son aplicadas a situaciones nuevas, y de ese m odo se crean propongo ex p resar m i in q u ietu d an te la autosuficiencia de un cosm os
nuevos dogm as o nuevos precedentes legales. El logro filosófico de intelligibilis de aspecto idealista. Me p arece que esa tendencia idea­
G adam er consiste en h ab e r conferido a esos acontecim ientos digni­ lista, si bien puede ser sep a rad a de la actividad de la herm en éu tica,
dad ontológica, esto es, en habernos enseñado que se los puede ver no puede serlo de la tesis de la un iv ersalid ad de la herm en éu tica.22
com o fenóm enos que re p resen ta n la e stru c tu ra general de todo lo pero en tal caso el análisis, estru c tu ra lm e n te atractivo, de la h isto rici­
histórico. dad se logra a un alto precio: el confinam iento de lo histó rico en la
Un últim o rasgo debe m encionarse ahora: 4) com o sólo puede esfera del lenguaje y del significado o, dicho en térm inos algo dis­
alcanzarse la com prensión m ediante u n intento, siem pre renovado, tintos, la concepción de que la h isto ria se agota en la continuación
de redefinir las relaciones en tre la perso n a que com prende y la que de sí m ism a de la c u ltu ra consciente a la m an era de u n a lev ad u ra
es com prendida, «finalm ente —señala G adam er— toda com prensión que ap a ren tem e n te crece desde sí m ism a.
es com prensión de sí mismo».20 ¿E s ésa u n a concepción p erju d icial? R orty, nuevo defensor de la
P reguntém onos ah o ra si la reo rien tació n de la filosofía que la herm enéutica, cree que «los acontecim ientos que nos to rn an capaces
a p a rta de las ciencias n atu rales y la acerca a las ciencias históricas de decir cosas nuevas e in tere sa n tes acerca de no so tro s m ism os son
fue exitosa. En vistas de 4), parece claro que un éxito pleno reque­ ... m ás “esenciales” p a ra no so tro s (...) que los acontecim ientos que
rir á que todo lo h istó rico pueda a ju sta rse al m odelo de la auto- m odifican n u e stra s fo rm as o n u estra s n orm as de vida» (R orty, 1979:
com prensión. ¿E n qué consiste la h isto ria hum ana consciente? O, m e­ 359). Tal afirm ación sería increíblem ente fu erte e inaceptable si no
jo r, ¿cuál es el o b jeto de la com prensión? (H asta aquí m e he refe­ fu e ra p o r la restricció n señ alad a e n tre p arén tesis y o m itida en la
rido únicam ente a la e stru c tu ra form al del conocim iento histórico.) cita precedente, la cual dice: «al m enos p a ra n o sotros, in telectu a­
P robablem ente la breve resp u esta de G adam er sería: toda la he­ les relativ am en te ociosos que h ab itam o s u n a región del m undo esta­
rencia cu ltu ral en la m edida en que está incorporada en el lengua­ ble y próspera». Si elim inam os esa restricción, o con sólo d u d a r de
je, u n a h erencia que ab arca tam bién a la naturaleza, pero la n atu ­ la estab ilid ad (p a ra lo cual existen m ás razones de las que posible­
raleza ta l com o la conocem os o la n atu raleza tal com o hem os llegado m ente cualquiera desearía), se insinúan dos peligros de la concepción
a p o d er h a b la r de ella. Así dice G adam er: «El ser que puede ser h erm enéutica: 1) la subestim ación de las innovaciones m ateriales y
contendido es lenguaje» (G adam er, 1960: 450). 2) la falta de ad ap tació n al p luralism o h istórico o cultural.
E sa sentencia provoca dudas: ¿basta con com prender el lengua­ R especto de (1), podem os conceder que los cam bios m ás d ram á­
je? ¿R ealm ente n ad a com prendem os ap a rte del lenguaje? ¿Com pren­ ticos e irrevocables que se p ro d u cen en la h isto ria dependen, en tre
deríam os el lenguaje si com prendiéram os sólo lenguaje? Después o tra s cosas, de las condiciones de la com prensión y de la autocom -
de todo, el lenguaje se refiere a algo que sólo ocasionalm ente es a prensión que caracterizan a u n a c u ltu ra d eterm inada; pero no se
su vez lenguaje o la actividad inteligible de u n hablante. El lenguaje los puede com pren d er ú n icam en te en relación con esas condiciones,
se refiere tam bién a aquellas condiciones de las acciones y del habla y m ucho m enos pueden p ro d u cirse a p a rtir de ellas. El m undo
que se hallan m ás allá del alcance de la acción hum ana, esto es, a tecnológico y científico de la actu alid ad no es p o r cierto re su ltad o
la n aturaleza. ¿No com prendem os la naturaleza, p o r lim itada que de u n a tran sfo rm ació n de n u estra s consciencias, aun cuando tales
p u ed a se r n u e stra co m p ren sió n ?21 Con estas preguntas re tó ric as m e transform aciones desem peñan sin du d a u n papel en ello. Una de las

20. Gadamer, 1960, 246. Es iluminador comparar esta afirmación con la no­
ción de Gadamer de dos especies de experiencias (1960, parte 2, II.3.b). Gadamer se dirige precisamente a esa suerte de especulación poskantiana referente a
sostiene que, mientras que la experiencia repetible de las ciencias naturales ne­ la unidad del mundo, el lenguaje y la conciencia reflexiva.
cesariamente elimina toda historicidad, la experiencia hermenéutica resulta ser 22. La observación de que la idea de un mundo amplio y cerrado de la com­
la «propia» porque sólo ella transforma nuestra consciencia y crea con ello el prensión trae consigo connotaciones idealistas se halla explícitamente formulada,
carácter irreductiblemente histórico de todo conocimiento. por ejemplo, en Geldsetzer, 1968a (véanse págs. 10-11). Karl-Otto Apel ha seña­
21. Tengo conocimiento del contexto en que Gadamer presenta su tesis lado las raíces idealistas de las Geisteswissenschaften (Apel, 1967, especialmen­
de que todo lo que puede ser comprendido es lenguaje. Ampliando la expe­ te 35-53). Richard Rorty cita estos textos y sostiene que la asociación del idea­
riencia con textos y conversaciones llega a hablar de la acción de las cosas lismo con la hermenéutica está fuera de lugar (Rorty, 1979, VII.4); pero puede
mismas («das Tun der Sache selbst») que se apodera de nosotros, que podemos decir tal cosa sólo porque desea defender la necesidad de la hermenéutica, no
hablar, de manera que en este sentido las cosas acerca de las cuales puede su universalidad. Además, considera a la hermenéutica como vehículo de edi­
haber un lenguaje poseen ellas mismas la estructura de un lenguaje. Dicho ficación antes que de la verdad, en tanto que Gadamer es mucho más ambi­
aún más exactamente: «El lenguaje es el medio en el cual el yo y el mundo ... cioso al decir: «La comprensión ... es auténtica experiencia, esto es, un encuen­
se muestran como originariamente unidos (Gadamer, 1960, 449 y sig.). Mi crítica tro con algo que se afirma como verdadero» (1960, 463).
116 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA
EL ESTUDIO DE LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA 117
tareas p rin cip ales de n u e stra com prensión es no reflexiva: concierne
a la interacción m aterial en tre el hom bre y la n aturaleza y a las con­ form a im percep tib le debido a la len titu d de su cam bio, p arecería n a­
diciones naturales que gobiernan a la conducta h u m ana en esa in­ tu ral seguir viendo a la ciencia y a la tecnología com o el descu b ri­
teracción. m iento y la utilización graduales de un te rrito rio h a sta entonces des­
E n cuanto a 2), el p ro g ram a herm enéutico (el de G adam er, no el conocido. Ante este cu ad ro p arece ría posible en principio, al m enos
de R orty), p o r su p ro p ia lógica in tern a (aunque quizá co n tra su a propósito de sectores determ in ad o s de ese territo rio , tra z a r algo
propio espíritu), se refiere siem pre a una tradición p artic u la r, a sa­ así com o un m apa definitivo y p en sa r en algo así com o u n a lista
ber, la trad ició n respecto de la cual el ocupar la p ro p ia situación exhaustiva de los usos de sus productos.
constituye el acontecim iento de la com prensión. E n el enfoque de N ada hay en n u estro conocim iento científico del p resen te que
G adam er queda com o problem a sin resolver el análisis de la es­ hable en c o n tra de la concepción ontológica que subyace a esa m e­
tru c tu ra de los acontecim ientos de com unicación que unen a dos táfora. Sin em bargo, n u e stra experiencia real de la ciencia no coincide
tradiciones independientes, salvo en térm inos de subordinación de con ella. P uesto que las disciplinas que p ro sp eran y p ro g resan son
una a otra. Bien podría ser que la com prensión tra n sc u ltu ra l de la fundam entalm en te disciplinas teóricas, esto es, sus objetos son co­
n atu raleza y de la relación del hom bre con la n atu raleza resu lte ser sas o fenóm enos que nunca hem os de p ercib ir de m an era d irecta
u n elem ento esencial en el análisis de esos acontecim ientos. o de m anera sem ejante a com o se dice que u n descu b rid o r p ercibe
Como conclusión de las consideraciones precedentes deseo consig­ un nuevo país. A parte de la percepción de las cosas y de los acon­
n a r lo que sigue: acaso pueda re te n erse la e stru c tu ra de la h isto ri­ tecim ientos corrientes, identificam os los objetos únicam en te a través
cidad d escrita p o r G adam er rechazando al m ism o tiem po su exclu­ del m edio que constituyen las teorías. Además, el uso técnico de la
siva orientación hacia las G eistesw issenschaften históricas. El con­ n atu raleza m ás d esarro llad o es insep arab le de esa form a de iden­
tra s te e n tre las ciencias n atu rales y las G eistesw issenschaften en lo tificar lo invisible. E n u n a era a la que hem os llegado a d enom inar
que se refiere a la h istoricidad bien puede ser erróneo. De ello con­ «edad atóm ica» no es difícil h a lla r u n fácil ejem plo de aquello a lo
que aludo.
cluyo que vale la pena co n sid erar la posibilidad b), m encionada al
final de la sección II, esto es, la h istoricidad intrínseca de las p e n ­ Una consecuencia del c a rá c te r teórico de la ciencia que la filoso­
d a s n atu rales. fía de la ciencia ha com probado recientem ente de m an era clara, es
lo que podem os llam ar la «historicidad local» de la investigación:
nunca es posible ju zg ar u na nueva teo ría sólo en relación con los
fenóm enos em píricos p a ra cuya explicación h a sido form ulada; hace
IV falta, ap a rte de eso, una com paración con las teorías p reviam ente
adm itidas.23 Además, g eneralm ente se em plean las teorías p o sterio ­
res p a ra in te rp re ta r a las que les h an precedido y p a ra e stim ar los
D u ran te el apogeo de la filosofía trasc en d en tal y de la autonom ía lím ites de su aplicabilidad. La co n traposición de la teo ría de la gra­
de las ciencias h a b ría sido in su ltan te p o n er en tela de juicio el vedad de E instein con la de N ew ton es u n ejem plo clásico.
ca rác te r tran sh istó rico de la ciencia n atu ral. El triu n fo del pensa­ E ste ejem plo nos p erm ite p a sa r a o tra observación referen te a la
m iento evolucionista en el siglo xix no m odificó en principio esa historicidad de la ciencia, observación m ucho m enos frecu en tem en te
situación. Pero la creciente incidencia de la ciencia en la vida y en hecha y m ucho m ás discutible. Me propongo so sten er que las cien­
las instituciones sociales hizo que se dirigiera la atención a las con­ cias n atu rales no sólo tienen la pro p ied ad de p o seer u na h isto rici­
diciones de la producción social de la ciencia y de la tecnología. dad local sino tam bién u n a « h isto ricid ad global». Con ello quiero
Sólo entonces se tornó atray en te pen sar en térm inos de m odelos de decir que tan to el d escubrim iento com o la justificación de to d a nue­
desarrollo científico esencialm ente históricos, esto es, no acum ulati­ va teo ría necesita de la teo ría precedente, o, m ás bien, del encadena­
vos y no convergentes. Después de The S tru ctu re of S cien tific Revo- m iento o de la red fo rm ad a p o r las teorías precedentes. A p rim e ra
lutions de Thom as K uhn (1962), la nueva concepción h istoricista, vista, tal afirm ación, si bien acaso resu lte aceptable en lo que se
aun cuando no se hallase fuera de toda discusión, pasó a se r pro­ refiere al descubrim iento, p arecerá m anifiestam ente falsa en lo que
piedad intelectual com ún de los filósofos de la ciencia. No obstan­ atañe a la justificación. Si la justificación de una teo ría em pírica
te, en la m edida en que continuam os suponiendo que existe afuera consiste n ad a m ás que en su adecuación em pírica, las teorías prece-
u n a realid ad llam ada «naturaleza» que es invariable o que a lo
largo de la h isto ria de la ciencia y de la tecnología cam bia sólo en 23. En esta conclusión coinciden enteramente filósofos fundamentales tan
distintos entre sí como Karl Popper y Thomas Kuhn.
118 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA EL ESTUDIO DE LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA 119

dentes son irrelevantes. Ahora bien: en esa form a la objeción ni si­ raleza de la verd ad científica. Sólo las proposiciones acerca de las
q u iera es com patible con la histo ricid ad local. Más im p o rtan te es que es posible, en p rincipio, d ecid ir de m an era directa, pueden ser
ad v e rtir que la variedad de teorías em píricam ente adecuadas que verdaderas o falsas en el sentido co rrien te y no p roblem ático del
pueden concebirse, es m ucho m ás am plia. Sus lím ites son siem pre térm ino; en el caso de las teo rías científicas —en realidad, ya en el
evasivos. Es pro b able que esa variedad ni siquiera sea finita. ¿Cómo caso de las afirm aciones teóricas p articu lares que ad q u ieren signi­
las reducim os, entonces, en la investigación real, a m edidas m aneja­ ficado y verificabilidad sólo en el m arco de u n a teo ría— ello no es
bles? E n to d as las disciplinas que avanzan exitosam ente ello se logra así. Ni la teo ría de la gravitación de N ew ton n i (p ro b ab lem en te) la
con la ayuda de teorías ya existentes y (en parte) exitosas. (P or cier­ de E instein son sim plem ente v erd ad eras o falsas, si bien alguna p ro ­
to, no todas las teorías de esas características sirven a tal propósito; piedad que guard a cierta relación con la diferencia en tre «verdade­
la cuestión es que algunas sí. Sólo en el caso de disciplinas cuyo ro» y «falso» es com ún a am bas y las distingue, p o r ejem plo, de la
progreso es dudoso puede e sta r ausente la historicidad global, y ser teoría de la gravitación de D escartes (cuya refu tació n consideró
su h isto ricid ad de una especie distinta: no intrínseca sino extrínse­ N ew ton que m erecía todo u n libro de sus Principia).
ca.) P ara ilu strarlo podem os rem itirnos nuevam ente a N ew ton y a Por tanto, es im posible in te rp re ta r las teo rías científicas com o
E instein: de no h a b e r sido p o r la m ecánica y la teo ría de la gravi­ entidades que, al final de la investigación o en u n caso fáctico ideal
tación new tonianas, sería difícil en ten d e r que se haya descubierto en sentido contrario , q u ep a en ten d e r com o u n a im agen de la reali­
la relativ id ad general o se haya considerado atractiv a su estru c tu ra dad que sea verd ad era en el sentido co rrien te del térm ino. No sólo
conceptual.24 el sueño filosófico de u n a ciencia a priori fue u n a ilusión; la con­
Sólo la h isto ricid ad global nos p erm ite considerar a cada teoría cepción teleológica del conocim iento científico, tal com o es defendi­
nueva no com o u n a teo ría que com pite con las anteriores, sino com o da p o r C harles S anders Pierce o p o r K arl R aim und P opper no es
su continuación corregida. Sin ello difícilm ente p o d ría p resen tarse m enos im posible.25 Me propongo so sten er la concepción opuesta:
com o aceptable u na tesis que, p o r cierto, es com patible con el cono­ no es posible evaluar el o b jeto de la ciencia y el conocim iento que
cim iento científico actual, aunque no acreditado p o r él, a saber, la tenem os de él en relación con u n p u n to im aginario de convergencia
de que las teo rías sucesivas tra ta n de la m ism a realidad; p o r ejem ­ situado en el futu ro , sino en relación con el cam ino cognoscitivo de
plo, la gravitación. (Se adm ite, p o r supuesto, que se refieren, al me­ experiencia y de teorización re co rrid o en el pasado.
nos en p arte, a los m ism os fenóm enos observables.) Sólo la h isto ri­ Una elaboración y u n a defensa m ás d etalladas de esta tesis se
cidad global, entonces, hace posible el progreso teórico, puesto que hallan m ás allá de los pro p ó sito s de este trab a jo .26 No o bstante, pue­
la adm isión del p rogreso excluye la visión del cam bio teórico como de ser provechoso concluir esta p a rte de m i ensayo con el agregado
la sim ple su stitu ción de una teo ría p o r otra. de u n a breve lista de los p u n to s que a m i juicio m erecen u n exam en
Si consideram os asim ism o el progreso tecnológico, esto es, el cre­ u lte rio r y que pueden avalar m i tesis an te el lector. 1) La tesis arm o ­
cim iento, en alcance y en intensidad, de la interacción en tre hom bre niza con la realid ad de la investigación en el sentido de que los
y n atu raleza («progreso» no es aquí u n térm ino que exprese u n logros científicos siem pre tienen u n com ienzo p ero nu n ca tienen un
valor), tendrem os que a d m itir la com binación de dos cosas: 1) una fin. 2) Es u n lug ar com ún a trib u ir a la ciencia u n papel (auto-)crítico,
n atu raleza invariable (o cuya variación es im perceptible p o r su len­
titu d ) m ás allá del poder hum ano, y 2) u n a h isto ria única de la 25. Debe o bservarse en este contexto que esa concepción ayuda a G adam er
investigación de la n atu raleza y de su utilización. La ciencia es acce­ a estab lecer el c o n traste en tre la ciencia y las disciplinas herm enéuticas que
sible sólo como algo histórico, incluyendo en ello sus afirm aciones estoy in ten tan d o d estru ir. E scribe G adam er: «El o b jeto de las ciencias n a tu ­
rales puede ser d eterm inado i d e a l i t e r com o lo que se conocería un a vez concluida
referen tes a algo transhistórico. la investigación» (G adam er, 1960, 269).
E ste sim ple estado de cosas está íntim am ente ligado con la n a tu ­ 26. Uno de los pun to s fundam entales de esa elaboración y de esa defensa
sería la explicación de p o r qué el ca rá c te r histórico de la ciencia, que sostengo
que es esencial, no involucra, sin em bargo, la p ráctica de u na investigación
24. Es m ucho lo que p o d ría añ ad irse en este respecto; p o r ejem plo, que h istó rica en la ciencia. Parece necesario invocar aquí el ca rá c te r no reflexivo
algunos elem entos específicos de la teo ría de N ew ton, com o la equivalencia de la ciencia: ja m ás u n a disciplina científica incluye u na investigación de su
en tre la m asa inercial y la m asa gravitacional, h allan u n a explicación p o r m edio p ro p ia actividad y de su desarrollo. Si, com o he de sostener, en la división del
de la teo ría de E instein; o que no es posible d e te rm in a r la adecuación em p íri­ tra b a jo de investigación la filosofía se ha convertido (o ha de convertirse) en
ca de la teo ría de E in stein sino m ediante el em pleo de la de N ew ton (suponién­ la consciencia del m undo científico, tiene que c a rg a r con todo el peso de la
dose entonces la com patib ilid ad conceptual y n u m érica de am bas teorías), com o h isto ricid ad . La p ráctica de la filosofía o ste n ta rá ese rasgo en m ayor o m en o r
en el caso del cálculo del valo r observando del m ovim iento del perihelio de grado, según las condiciones h istó ricas (m ás abajo, en la sección V, se h allarán
M ercurio. indicaciones referen tes a lo que quiero d a r a entender).
120 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA EL ESTUDIO DE LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA 121

esto es, re s ta r credibilidad a cualquier sugerencia en el sentido de problem as p artic u la res e investigarlos separados de su contexto y,
que un logro científico pueda se r definitivo. 3) N u estra relación p rác­ en especial, separados de su desarrollo h istórico, la filosofía se v erá
tica con el m undo, en la m edida en que está d eterm in ad a por la estim ulada ■ —y h a sido estim u lad a— a llevar a cabo el m ism o in tento.
ciencia, es la de e n fre n ta r un fu tu ro abierto, antes que la de a p u n ta r Con frecuencia, tan to en el pasado com o en la actualidad, esa e stra ­
a u n a m eta preconcebida; ello es v erd ad tanto a p ropósito de la tegia h a tenido sentido y h a sido tan exitosa cuanto la filosofía puede
orientación in telectual como a propósito de la aplicación tecnológica. serlo. Pero en u n a p erspectiva ah istó rica o en la p erspectiva de la
E n este sentido la ciencia se asem eja al lenguaje n atu ral. E ste últim o h isto ria de la filosofía com o h isto ria de los problem as, se disto rsio ­
sirve p erm an en tem ente p a ra h acer fren te a situaciones nuevas, y ello n ará a algunos de éstos, y o tro s ni siq u iera serán p lanteados. La
b asta p a ra que nunca pueda convertirse en u n lenguaje com pleto o distorsión am enaza a aquellos problem as de g ran generalidad que
ideal, o nunca pueda ad m itirse la aproxim ación a u n lenguaje tal m encioné an terio rm en te, tales com o: «¿Qué es el conocim iento?» o
como m edida de su adecuación. De igual m odo, la ciencia no adm ite «¿Cuáles son los fundam entos de la m oral?» ¿Cómo podem os h a b la r
la aproxim ación a u n tipo ideal de conocim iento com o m edida de con sentido acerca del conocim iento sin co n sid erar el caso p arad ig ­
su progreso. P o r últim o, 4) la ciencia sólo es posible com o experien­ m ático del conocim iento, es decir, el conocim iento científico, con su
cia. La experiencia de u n individuo no se desarrolla en u n lapso breve, dinám ica histó rica? ¿Cómo podem os cu ltiv ar exitosam ente la ética
sino sólo en el curso de la vida. P or ser u n a especie de experiencia en la actualidad sin colocar en el lu g ar cen tral la p lu ralid ad cu ltu ral
social o colectiva, la ciencia no es, ni siquiera en principio, pro­ del planeta o el novedoso hecho de que las consecuencias de n u e stra s
ducto del p resen te (de u n m om ento afortunado, p o r así decir), sino acciones afectan a m uchas de las generaciones fu tu ras? Los p ro b le­
sólo de u na prolongada h istoria. Sólo cuando se la ve com o tal es m as que en la perspectiva de la h isto ria de la filosofía como h isto ria
posible en ten d erla y tam bién, cabe esp erar, controlarla. de los problem as ni siq u iera se p lantean, com prenden a los que po­
seen en sí m ism os un contenido histórico, an te todo la cuestión de
las fuentes y las m etas de la ciencia y de la tecnología.
E sta ú ltim a observación m e conduce al p u n to con el que deseo
V concluir este ensayo. Me parece que el radical giro histó rico de la
filosofía que he esbozado con especial referen cia a G adam er, se
originó a p a rtir de u n a fu ente que en G adam er m ism o no se to rn a
Es m om ento de volver a la filosofía y ap licar a ella la lección que suficientem ente perceptible, debido a que este filósofo ce n tra su
he in ten tad o ex tra er de la ciencia. H em os discutido ya la íntim a atención princip alm en te en las G eistesw issenschaften. E sa fu en te es
relación que existe en tre la ciencia y la filosofía, especialm ente du­ la experiencia de la ciencia y de la tecnología com o fuerzas h istó ricas
ra n te la época m oderna. Ahora podem os ex tra er de ella u n a conclu­ o, en realidad, como n u estro sino histórico. Sólo si se reconoce esa
sión: cab ría e sp e rar que la filosofía m antuviese con la h isto ria una experiencia puede ten erse la esperanza de d ar u n a explicación ade­
relación m uy sem ejante a la que las ciencias m antienen con la his­ cuada de la in tran sig en te h isto ricid ad de algunas de las tendencias
toria. E n la m edida en que las ciencias tuvieron com o m eta el des­ filosóficas m ás recientes. H eidegger y el últim o H u sserl ofrecen ejem ­
cu b rim ien to de un orden atem poral y etern o de las cosas, la filoso­ plos salientes de ello.
fía se vio llevada a concebir su ta re a en los m ism os térm inos, e La o b ra de H u sserl acerca de la crisis de las ciencias europeas
inversam ente. (No se supone con ello u n a distinción rígida en tre la (H usserl, 1934-1936) atestig u a con la m áxim a clarid ad deseable que
filosofía y la ciencia, y m ucho m enos una orientación causal.) La fi­ fue su inquietu d an te la ciencia (n a tu ral) m o d ern a lo que lo llevó
losofía investigó la e stru c tu ra , que trasciende al tiem po, de la ra ­ a estu d ia r la h isto ria del p en sam ien to m oderno. H usserl, sosten ed o r
zón o de la natu raleza hum anas. Cuando las ciencias transgredieron de u n análisis a priori de la consciencia hum ana, llegó a escrib ir, al
los esquem as ontológicos preconcebidos, pero parecieron acercarse térm ino de su c a rre ra, afirm aciones com o las siguientes: «Puesto
poco a poco a la V erdad, tam bién la filosofía pudo ten er la espe­ que no sólo tenem os u n a h erencia cu ltu ral y esp iritual, sino que,
ranza de h allar la ley de su desarrollo en suposiciones o en antici­ adem ás, no som os o tra cosa ap a rte de lo que hem os llegado a ser a
paciones de u na fase definitiva y perfecta. E ste m odelo puede ob­ través de n u e stra h isto ria cu ltu ral y esp iritu al, tenem os una tare a
servarse desde Hegel h asta la actualidad; nom bres tan diferentes que es au tén ticam en te n u estra. Podem os en c ara rla con p ro p ied ad ...
com o los de C harles S anders Pierce, K arl P opper y Jürgen H aberm as únicam ente a través de u n a com prensión crítica de la to talid a d de
o cu rren a la m ente en relación con ello. la h isto ria: de nuestra histo ria» (H u sserl, 1934-1936: 72; edición
Además, en la m edida en que en las ciencias sea posible aislar los de S tróker, pág. 77). E stas frases se hallan en m edio de un análisis de
EL ESTUDIO DE LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA 123
122 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA

o con la recusab le id io sin crasia de H eidegger. M ás bien m e refiero a


la ciencia n a tu ra l y de la filosofía m odernas desde Galileo a K ant.27
lo que considero concepciones erró n eas residuales de la ciencia y
E l oscuro y a m enudo repelente m isticism o de H eidegger se desa­
de la filosofía que se h allan en m uchos de los llam ados enfoques
rro lla a p a rtir de u n a preocupación sim ilar: la desesperada búsqueda
«trascendentales» ado p tad o s en la trad ició n alem ana, especialm ente
de u n a nueva fo rm a de lenguaje o de pensam iento («D en ken » com o
p o r H usserl, H eidegger y G adam er. Esos au to res p arecen p en sa r que
opuesto a «filosofía», a la cual él ve indisolublem ente unida a la tra ­
p a ra ver a la ciencia y a la tecnología com o algo así como n u estro
dición científica) que p u ed a d a r cuenta de la ciencia y de la tecno­
sino o n u e stra tare a h istó rica hace falta, an te todo, cierta d istancia
logía com o n u estro destino histórico. E sa es la razón p o r la cual
respecto de la ciencia; p o r así decir, u n espacio libre de ciencia p a ra
H eidegger no se vuelve a ninguna form a de sabiduría extracientífica
m an io b rar in telectu alm en te. A unque difieren m ucho e n tre sí en o tro s
como, p o r ejem plo, el budism o, sino a los presocráticos, y piensa
aspectos, H usserl, H eidegger y G adam er coinciden en su enfoque
que p a ra ca p ta r la contingencia h istó rica de la civilización europea
fundam ental de este problem a: b uscan el espacio de m an io b ras en
y, p o r tan to , m u n dial m oderna, es n ecesaria u n a «destrucción» de
la h isto ria de la m etafísica europea.28 la experiencia precientífica o extracientífica, en el «L eb en sw elt», que
incluye al a rte y a la cu ltu ra.30 In ten ta n , adem ás, a p resar esas expe­
E stos dos ejem plos ilu stran el m otivo p o r el cual consideram os
riencias en u n a disciplina filosófica autónom a: u n a teoría « trascen ­
difícil, si no im posible, m odelar a la filosofía de acuerdo con el pa­
dental» dirigida a d em o strar, en p rim e r lugar, las condiciones que
radigm a tradicional (es decir, ahistórico) de la investigación cien­
tífica: la ciencia m ism a como fenóm eno histórico se h a convertido hacen posible to d as las investigaciones m etodológicas de la n a tu ra ­
en uno de los tem as fundam entales de la filosofía.29 Debido a la inse­ leza y del hom bre.31 (Debe n o ta rse que el últim o H eidegger reem ­
p arab ilid ad de la ciencia y la tecnología, este hecho afecta a la filo­ plazó la distinción e n tre la filosofía trasc en d en tal y las disciplinas
sofía p ráctica no m enos que a la teórica. p artic u la res p o r la oposición e n tre to d as las disciplinas trad icio n a­
¿Acaso debem os entonces seguir a H eidegger y convertirnos en les, incluida la filosofía, y u na nueva fo rm a de p en sar el ser; p ero
posm etafísicos de la ciencia? no m e propongo d iscu tir aquí esa decisión. H a sta donde se m e al­
Al p o n er énfasis en la im p o rtan cia de H eidegger p a ra n u estro canza, ello no afecta al siguiente argum ento.)
Ahora bien: es in d u d ablem ente cierto que todas las disciplinas
tem a no m e propongo im plicar u n a re sp u esta afirm ativa a la p re­
g u nta precedente, si bien ello no se debe tan to a razones obvias, m etodológicas se originan en la vida com ún, y que posiblem ente no
relacionadas con las dificultades p a ra identificarm e con u n a tra d i­ pueda in tro d u cirse ningún lenguaje científico si no es con la ayuda
ción cu ltu ral d eterm in ad a de la Alem ania de en tre las dos G uerras del habla cotidiana. P ero es erró n eo to m a r este tru ism o com o p u n to
de p a rtid a de una crítica filosófica, independiente, de la ciencia y lo
es en dos aspectos. 1) El L ebensw elt precientífico, extracientífico o
27. Jonathan Rée (Rée, Ayers, Westoby, 1978, 18) agrupa a Husserl junto con exento de ciencia, es u n artificio. N u estra vida h a pasado a estar,
Wittgenstein, el Círculo de Viena y otros revolucionarios antihistóricos. Eso
es correcto en relación con el primer Husserl, y muestra lo drástico de su 30. Husserl (ya bajo la influencia de su discípulo Heidegger) toma a la
cambio en los últimos años de su carrera.
L e b e n s w e ltcomo punto de partida de su critica trascendental de la ciencia
28. El germen del enfoque de Heidegger se encuentra ya en su obra de (Husserl, 1934-1936, parte III); su propósito es el de recuperar la «L e b e n s b e d e u t -
1926; en ella contrasta la vida cotidiana con la experiencia científica. Su diag­ s a m k e i t » de la ciencia, cuya pérdida es el problema fundamental de su inves­
nóstico del pensamiento moderno (1950a) representa una fase ulterior. En 1949, tigación ( i b i d . , § 3). El famoso análisis de la experiencia cotidiana que Heideg­
1953a y 1953b se hallan tesis salientes acerca de la consecuencia fundamental ger presenta en su obra de 1926 señala el punto de partida de su posterior
de la historia del Ser: la tecnología. Hay mucho material disperso acerca de critica a la tecnología, en la cual establece el contraste entre la vida sencilla,
la ciencia y la tecnología en Heidegger; un estudio al respecto se halla en la experiencia poética, etcétera, por una parte, y la representación científica,
Franzen, 1975, 4.2.1. El de Loscerbo (1981) es un amplio estudio en el que se el dominio tecnológico, etcétera, por la otra. (Un ejemplo particularmente elo­
muestra la persistencia del tema a lo largo de gran parte del pensamiento cuente, entre muchos otros, puede hallarse en Heidegger, 1950b.) Gadamer ex­
de Heidegger.
tiende notablemente el ámbito de las experiencias relevantes; desea incluir el
29. Si Windelband no hubiese trabajado aún bajo la irresistible influencia arte y la cultura en tanto son configuradas por la tradición histórica. Tal am­
de Kant, y también bajo la de Hegel, o si hubiera vivido en una época en la pliación constituye el motivo y la justificación más profundas de su orientación
que la ambivalente dinámica de la ciencia fuese tan clara como lo es ahora, hacia las G e i s t e s w i s s e n s c h a f t e n ; su interés primario no es el de desarrollar una
podría haber extraído ya la misma conclusión. Al menos él vio ya en la ciencia metodología o una filosofía de esas disciplinas (Gadamer, 1960, E in le itu n g ,
la principal preocupación de la filosofía, según se puede ver en textos como el
siguiente: « D ie G e s c h i c h t e d e s N a m e n s P h i l o s o p h ie i s t d i e G a s c h ic h t e d e r K u l- págs. XXV-XXVI; 1967b, especialmente 119).
31. Husserl, 1934-1936, 34a, 38-42; Heidegger, 1926. También Gadamer apunta a
t u r b e d e u t u n g d e r W i s s e n s c h a f t » (Windelband, 1882, 20). El objetivo fundamental
«algo que ... precede a la ciencia moderna y la hace posible» (1960, XV; véase
del estudio de la filosofía antigua es, para él, el de permitir «comprender el también 1967b, 119). De acuerdo con ello procura establecer la universalidad
origen de la ciencia occidental en general» (Windelband, 1893, 1). Ese es ya un de la hermenéutica con la ayuda de una «ontología» del lenguaje (1960, parte III).
tema heideggeriano.
124 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA EL ESTUDIO DE LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA 125

p o r así decir, em papada de ciencia y de tecnología. No sólo los peli­ ción será válida entonces tam b ién a propósito de la filosofía. Nece­
gros y las prom esas de hoy, nu estro s tem ores y n u estras esperanzas, sitam os estu d ia r la h isto ria de la filosofía no sólo p a ra sac ar p ro ­
son m uy distin to s de lo que solían ser en siglos pasados: tam bién vecho de la presencia v irtu al de n u estro s grandes colegas del pasado,
las convicciones, los proyectos de acción y de vida h an variado fun­ y no sólo p a ra m e jo ra r n u e s tra com prensión de la génesis del es­
dam entalm ente. P or eso en la actualidad apenas si es posible sep a rar p íritu (y, en ese sentido, n u estro autoconocim iento). La h isto ria de
el L ebensw elt del m undo tal com o es visto y m odelado p o r la cien­ la filosofía es n ecesaria si la filosofía ha de o b ra r com o algo sem e­
cia. El pu n to de p a rtid a del análisis filosófico sólo puede ser u n a ja n te a la consciencia profesionalizada del m undo científico y tec­
«L ebensw elt cien tífica». 2) La separación en tre las disciplinas o las nológico, y, cabe esp erar, com o su consciencia m oral.52
ciencias p artic u la res y u n a teoría filosófica trascendental, es sum a­
m ente discutible. Hay buenas razones p a ra ad m itir cuestiones tra s­
cendentales y argum entos trascendentales; pero después de dos si­
glos de teorías trascendentales supuestam ente a priori, m as en rea­ BIBLIOGRAFIA
lidad variables, debiéram os concluir que el in ten to de estab lecer una
au to rid ad filosófica independiente h a fracasado. En caso de conflicto
en tre un científico y u n filósofo, norm alm ente este últim o p erd erá Apel, K.-O.: Analytic Philosophy Language and the Geisteswissenschaften.
Dordrecht, Reidel, 1967.
la b atalla, a no ser que el p rim ero extrapole su especialidad p a ra
Bennett, J.: «Strawson on Kant», Philosophical Review 77: 340-349, 1968.
h acer de ella u n a teo ría única y om nicom prensiva del m undo, en cuyo Br é h ie r , E.: «The foundations of our history of philosophy», en Philosophy
caso sencillam ente se convertirá en u n filósofo del a priori. and History — Essays presented to Ernst Cassirer, comps. R. Klibansky
Además, el enfoque trascendental, especialm ente en su versión y H. J. Patón, Gloucester, Mass., Smith, págs. 159-172, 1975.
h erm en éu tica (V erstehen com o existenciario —H eidegger— o una B ubner, R.: «On Hegel’s significance for the social Sciences», Gradúate
ontología del lenguaje —G adam er— ), se p resen ta com o conceptual­ Faculty Philosophy Journal 8: 1-25, 1982.
m ente inadecuado p a ra tra ta r ap ropiadam en te la novedad histórica. Dilthey , W.: «Aufbau der geschichtlichen Welt in den Geisteswissen­
La interacción y el descubrim iento m ateriales requieren u n estatu to schaften», en Gesammelte Schiften, vol. VII, Leipzig/Berlín, Teubner,
conceptual coordinado, al lado de las e stru c tu ra s reflexivas de la 1910 y 1927.
autoexperiencia. Ya he form ulado este rep aro contra G adam er al F ranzen, W.: Von der Existentialontologie zur Seinsgeschichte, Meisen-
heim am Glan, A. Hain, 1975.
referirm e a las im plicaciones idealistas de la herm enéutica universa­ Gadamer, H.-G.: Wahrbeit und Methode, Tubinga, Mohr, 1960. Todas las
lista. Parece p o d er ser aplicado en general a todos los enfoques citas son de la 2.” ed., publicada en 1965.
trascen d en tales en los que «trascendental» rem ite a u n a teoría a — Kleine Schriften I: Philosophie, Hermeneutik, Tubinga, Mohr, 1967a.
priori de la subjetividad. — «Rhetorik, Hermeneutik, un Ideologiekritik», en Gadamer 1967a: 113-
P o r tan to , u n a cosa es conceder que H eidegger y G adam er ofre­ 130, 1967b.
cen u n a p ro fu n d a percepción de la h istoricidad de la filosofía, y Geldsetzer, L.: Was heisst Philosophiegeschichte? Dusseldorf, Philoso-
o tra cosa es acep tar sus argum entos específicos. Ambos se concen­ phia-Verlag, 1968a.
tra n en la experiencia extracientífica de la vida, o en las Geisteswis- — Die Philosophie der Philosophiegeschichte im 19. Jahrhundert — Zur
senschaften, en form a tal que pasan p o r alto el irresuelto problem a Wissenschaftsheorie der Philosophiegeschichtsschreibung und -betrach-
filosófico de com prender adecuadam ente la relación en tre esos do­ tung, Meisenheim am Glan, A. Hain, 1968b.
H egel, G. W. F.: Grundlinien der Philosophie des Fechts, ed. E. Gans, 1820.
m inios: el de la experiencia científica y la acción científicam ente fun­
dada. Yo sugeriría que tal com prensión en tra ñ a ría el reconocim iento 32. Nancy Cartwirght, Ian Haking y Lorraine Daston tuvieron la amabili­
de la h isto ricid ad del conocim iento científico. dad de leer un borrador de este trabajo y me ayudaron a aclarar mis pensa­
P ara resu m ir brevem ente: he intentado sostener que en n u estra mientos; sé, empero, que no pude habérmelas debidamente con sus críticas
trad ició n la filosofía está inseparablem ente entrelazada con las cien­ y con sus preguntas. Fueron muy instructivas para mí las discusiones que
mantuve en la Universidad Johns Hopkins y en la Universidad de Tubinga, y
cias (en el sentido am plio del térm ino), y que, p o r ello, la h isto ria de es mucho lo que aprendí especialmente de Jerome Schneewind, Richard Rorty y
la filosofía es igualm ente inseparable de la h isto ria de las ciencias. Rüdiger Bubner, y asimismo de las conversaciones que sostuvo con Hans-Georg
Las ciencias, especialm ente las ciencias n atu ra les en su relación con Gadamer y con Hans-Friedrich Fulda. Norton Wise me ayudó en la traducción
la tecnología, no pueden ser entendidas —y m ucho m enos m aneja­ de las citas de autores alemanes. Por último —aunque no es lo menos im­
das— adecuadam ente, salvo sobre la base de n u e stra experiencia portante—, debo mencionar mi deuda con Richard Rorty por su meticulosa
corrección estilística, sin la cual el texto de este trabajo difícilmente habría
h istó rica (si acaso pueden ser entendidas y m anejadas). E sta afirm a­ resultado legible.
126 LA FILOSOFIA EN LA HISTORIA

La cita es de Hegel, Samtliche Vierke, ed. H. Glockner, vol. VII, Stutt-


gart, Fromann, 1928.
H eidegger, M.: Sein und Zeit, 1926. Con notas de la 11* ed., Tubinga,
Mohr, 1967.
— «Die Kehre», en Die Technik und die Kehre, págs. 37-47, 1949, Pfulligen,
Neske, 1962.
— «Die Zeit des Weltbildes», en Holzw&ge, Francfort, Klostermann, pági­
nas 69-104, 1950a.
— «Das Ding», publicado por prim era vez en 1951. Las notas son de la C a p ít u l o 5

edic. posterior en Vortrdge und Aufsatze, Pfullingen, Neske, 1954, 4.*


ed., 1978, págs. 157-179, 1950b. CINCO PARABOLAS
—■«Die Frage nach der Technik», en Vortrdge und Aufsatze, Pfullingen,
Neske, 1954, 4* ed., 1978, págs. 9-40, 1953a.
— «Wissenschaft und Besinnung», en Vortrdge und Aufsatze, Pullingen, Io n H acking
Neske, 1954, 4 “ ed., 1978, págs. 41-66, 1953b.
H oy, D.: «History, historicity, and historiography en “Being and Time”»,
en Heidegger and Modern Philosophy, ed. M. Murray, New Haven, Yale E ste libro no p re se n ta u n a d o ctrin a m onolítica, p ero sí tiene un
University Press, págs. 329-353, 1978. tono subversivo. P rom overá algunas actitu d es iconoclastas, ensan­
H usserl, E.: «Die Krisis der europáischen Wissenschaften und die trans- chará algunos horizontes y p ro c u ra rá que los filósofos conozcan m e­
zendentale Phánomenologie», en Husserliana, ed. W. Biemel, vol. VI, La jo r el ferm ento contenido en las p ro p u e sta s actu ales p ara la escritu ­
Haya, Nijhoff, 1962. Se publicó una relación de este libro por E. Stró- ra de la historia. Mis p ro p ias ideas son lo suficientem ente exóticas
ker, Hamburgo, Meiner, 1977, 1934-1936. p ara que se m e incluya en este libro, p ero en tal com pañía debiera
Kant, I.: Kritik der reinen Vernunft, 1781 y 1878.
L oscerbo, J.: Being and Technology — A Study in the Philosophy of Mar­ p rim ero confesar cierto resp eto p o r m ás lectu ras o b stin ad as y an a­
tin Heidegger, La Haya, 1981. ' crónicas del canon de los grandes filósofos. El enfoque que de la
Mandelbaum, M.: «History of ideas, and the history of philosophy», His­ h isto ria de la filosofía tienen las am istades ep isto lares puede irrita r­
tory and Theory, Beihefs 5: The Historiography of Philosophy, 33-66, me tan to com o a cualquiera. A través de los m ares del tiem po se
Í965. destacan com o co rresponsales algunos héro es cuyas p alab ras deben
Mittelstrass, J.: «Das Interesse der Philosophie an ihrer Geschichte», leerse com o la o b ra de niños, b rillan tes p ero en situación de des­
Studia Philosophica 36: 3-15, 1977. ventaja, de un cam po de refugiados, p ro fu n d am en te in stru ctiv as pero
Oe h l e r , K.: «Die Geschichtlichkeit der Philosophie», Zeitschrift für Philo- necesitadas de firm e corrección. D etesto eso, p ero m i p rim era pa­
sophische Forschung 11: 504-526, 1957. rábola, titu lad a «La fam ilia verde», expresa precisam en te un m en­
P assmore, J.: «The idea of a history of philosophy», History and Theory,
saje antihistórico así. D escartes (p o r ejem plo) vive, o yo opino que
Beiheft 5: The Historiography of Philosophy: 1-32, 1965.
—■«Philosophy, historiography of», en Encyclopedia of Philosophy, ed. es así. Mi segunda p aráb o la es u n an tíd o to instan tán eo . Se llam a
P. Edwards, vol. VI: 226-230, Nueva York/Londres, Macmillan, 1967. «La p a ra d o ja de B recht», y está elab o rad a en to rn o del hecho de que
RÉe, J.; Ayers, M. y Westoby, A.: Philosophy and its Past., Brighton, Har- B recht, al leer a D escartes, no pudo d e ja r de exclam ar que Des­
vester Press, 1978. cartes vivió en u n m undo co m p leta m en te d istin to del n u estro (o en
Renouvier , Ch .: Esquisse d’une ctassification systématique des doctrines todo caso del de B recht).
philosophiques, París, 1885-1886. Mi te rc era parábola, titu lad a «D em asiadas palabras» es u na auto-
R orty, R.: «Overcoming the tradition: Heidegger and Dewey», en Heideg- flagelación. Se refiere a u n a concepción claram en te radical acerca
ger and Modern Philosophy, ed. M. Murray, New Haven, Yaye Universi­ del m odo en que la h isto ria del conocim iento d eterm in a la n a tu ra ­
ty Press, págs. 239-258, 1978. leza de los pro b lem as filosóficos. Una vez esa concepción fue la m ía.
— Philosophy and the Mirror of Nature, Princeton University Press, 1979.
W indelband, W.: «Was ist Philosophy?», en Prdludien, vol I, 9* ed., Tubinga, La rep ito ah o ra p a ra re p u d ia r la visión id ealista y v erb alista de la
filosofía de la cual deriva.
Mohr, 1924, 1882.
— Lehrbuch der Geschichte der Philosophie, 1889. Todas las notas son de Las dos ú ltim as paráb o las, llam adas «R ehacer el m undo» y «C rear
la 9* ed. de E. Rothacker, Tubinga, Mohr, 1921. seres hum anos», son asim ism o co m plem entarias y an titéticas. E n
— Geschichte der abendldndischen Philosophie im Altertum, 1893. Notas resum en, a p esa r de cu an to he ap ren d id o de T. S. K uhn, creo que en
de la 4* ed. de A. Goedeckemeyer, Munich, Beck, 1923. un resp ecto fu n d am en tal la h isto ria no im p o rta p a ra la filosofía
__ Einleitung in die Philosophie, Tubinga, Mohr, 1914. de las ciencias natu rales, m ien tras que sí im p o rta p ara la filosofía de
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p o r lo m enos algunas de las ciencias hum anas. E stas serán, entre Conozco poco de porcelana. Consigno, sin la m en o r p reten sió n de
m is ideas, las m ás difíciles de aclarar, pero, al m enos p a ra quienes discernim iento, que en D resde m is ojos fueron cautivados especial­
prefieren las tesis a las parábolas, hay allí u n a tesis. E n cierto sen­ m ente p o r las obras hechas en el estilo llam ado «la fam ilia verde».
tido es u n a castañ a vieja pero to stad a —espero— en carbones nuevos. En una de las grandes regiones exp o rtad o ras se d esarro llaro n nue­
Las p aráb o las pueden ser evasivas, pero las cinco parábolas que vas técnicas de esm altado. Los resu ltad o s fueron m aravillosam ente
a continuación presento, al m enos, se refieren a d istin tas relaciones bellos. No destaco las piezas de Augusto der S ta rk como la culm i­
en tre la filosofía y su pasado. La p rim era es una advertencia en nación del a rte chino. Suelen ser m ás estim adas en O ccidente las
cuanto a que la lectu ra anacrónica de algunos textos canónicos pue­ obras algo posteriores, y sé m uy bien que obras m ucho m ás tem ­
de poseer de p o r sí u n valor fundam ental. La segunda recu erd a que pranas tienen u n a gracia y u n a sim plicidad que afectan al esp íritu
esos m ism os textos pueden h a b la r en favor de u n a com pleta dislo­ m ás profundam en te. R ecurro a la fam ilia verde m ás bien com o p a ­
cación de n u e stra p a rte respecto de n u estro pasado. La terc era con­ rábola de la variación de los gustos y de la p ersisten cia de los va­
cierne al uso exagerado de la h isto ria en el análisis de conceptos y lores.
de problem as filosóficos. La c u a rta se refiere a la h isto ria y a la Augusto der S ta rk pudo h a b e r am ado sus porcelanas chinas al
filosofía y de la ciencia n atu ral, m ien tras que la q u in ta versa acerca punto de h a b e r hecho co n stru ir u n palacio p a ra ellas, pero los con-
de la h isto ria y la filosofía de algunas de las ciencias sociales y naisseurs posterio res co n sid eraro n que no ten ían m ás valor que u n a
hum anas. La c u a rta recu rre m ás a T. S. K uhn; la quinta, a Michel colección de m uñecas. D u rante un siglo se ag o staro n en u n a bodega
Foucault. a b a rro ta d a en la que en días oscuros apenas si se pueden co lu m b rar
las form as salientes de algunas de las piezas de m ayor tam año. Un
hom bre en especial custodió este oscuro tesoro: el Dr. G ustav Klem m ;
I. La fa m ilia verde él canjeó duplicados de piezas con otro s polvorientos conservadores
p ara am p liar la que se co n v ertiría en la colección de este género
Hace no m ucho tiem po visité la ciudad fénix de Dresde, la cual, de obras m ás nobles de E uropa. Sólo hacia fines del siglo XIX se
ap a rte de sus colecciones de arte europed, alberga u n a notable ex­ la devolvió a la luz. E ntonces se hizo pública p a ra m aravilla y de­
posición de po rcelana china. Debem os am bas cosas al hom bre que leite no sólo de especialistas sino tam bién de p ersonas de paso com o
en S ajonia todos llam an Augusto der Stark, si bien técnicam ente yo. D urante la Segunda G uerra M undial las piezas de cerám ica china
es Augusto II (1670-1733), en algún tiem po rey de Polonia, y Federico regresaron a las bodegas y sobrevivieron a la d estrucción de Dresde.
Augusto I, elector de Sajonia. Es m enos adm irado p o r su habilidad Todas las colecciones de esta ciudad fu ero n llevadas entonces a
com o político y com o guerrero que p o r su p ro fu sa colección de Moscú p a ra su cuidado y custodia. E n 1958 reg resaro n p a ra ser a lb er­
obras de arte, p o r su prodigiosa fuerza y (en algunos lugares) por gadas en las re co n stru id as nobles habitaciones del palacio Zwinger.
h ab er pro cread o la m ás grande cantidad de niños que se registre Es posible em plear esta contingencia p a ra re la ta r dos h isto rias
en la h isto ria. Augusto com pró cu an ta porcelana de calidad llegó a opuestas. Una dice: he aquí u n a típica h isto ria h u m an a de opulencia,
sus m anos. El ám bito a que corresponden sus piezas es lim itado: la codicia, cam bios del gusto, destrucción, supervivencia. Sólo u n a se­
m ayoría de ellas proceden del período de K ’ang Hsi, 1662-1722. En cuencia de accidentes creó el com ercio chino de exportación de ob­
1717 m andó co n stru ir u n pequeño palacio p a ra sus porcelanas chi­ jetos apropiados p a ra cierta m oda europea de las cosas chinas alre­
nas, y ese m ism o año canjeó a Federico G uillerm o I de P rusia un dedor de 1700, llevó algunos ejem p lares característico s b ajo pródigo
granado regim iento de D ragones p o r 151 ja rro n e s conocidos aún como techo, vio a la p referen cia pública a p a rta rse de ellos, fue testigo de
los Dragonenvasen. Si bien es verdad que em puñó, no m uy eficaz­ u n renacim iento, de u n a tem p estad de fuego y de u n regreso. Es u n
m ente, su espada, no era ningún prusiano. Augusto der S ta rk hizo m ero hecho histó rico que Leibniz (p o r ejem plo) tu v iera g ran afición
fu n d am en talm ente el am or, no la guerra. Em pleó el dinero desti­ p o r las obras chinas, pues tal era la m oda de su tiem po. De igual
nado a la investigación y el desarrollo, no en el cañón, sino en la m odo yo, m ás insipientem ente, m e em bobo tam bién an te ellas, con­
quím ica, apoyando financieram ente el redescubrim iento del antiguo dicionado p o r las tendencias actuales. E n cam bio, p a ra Wolff, K ant
secreto chino de la m an u factu ra de porcelana, con lo que Meissen, o Hegel no eran dignas de adm iración. E n pocas p alab ras: hubo
en Sajonia, se convirtió en la principal fábrica europea de porcelana. períodos en que esas piezas fueron v aloradas y períodos en que
(E llo ten ía tan to u n interés com ercial com o estético, pues en aque­ se las despreció, se las olvidó, no se las am ó. Lo m ism o o c u rrirá
llos días la p orcelana era la principal m ercancía m an u factu rad a que nuevam ente, no sólo en E u ro p a sino tam b ién en el país en el que
se im p o rtab a a E uropa.) se las fabricó. E n pocos años se las co n d en ará com o ejem plo de
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tem p ran a subordinación a la b urguesía europea y a sus colonias en tre esos grandes libros; digo, com o los de D escartes...» A m aban
(la fam ilia v erde tuvo enorm e éxito entre las fam ilias de colonos a D escartes y sus M editaciones.
de Indonesia). Años m ás tard e se las sacará de las bodegas chinas O curre que doy te rrib le s lecciones acerca de D escartes, pues
y se las in v estirá de un au ra to ta lm en te distinta. E vid en tem en te, no siem pre refu n fu ñ o diciendo que no lo entiendo dem asiado. Pero eso
hay en esos chism es valor intrínseco alguno: ascienden y descienden no im porta. D escartes h ab la de m an era d irecta a esos jóvenes que
en la escala de la adm iración hum ana según soplen los vientos. acerca de D escartes y de su época conocen tan poco com o yo acerca
R aram en te los relativistas afirm an su posición de m an era tan de la fam ilia verde y de su época. Pero así com o la fam ilia verde se
burda, p ero eso es en líneas generales lo que piensan. N adie p retende m e m ostró a m í p o r sí m ism a, de igual m odo D escartes se les m u e stra
que la conclusión: «no hay en esos chism es valor intrínseco algu­ p o r sí m ism o a ellos. Mi lista de lectu ras cum ple la función de la
no» se siga de los hechos p resentados en m i ejem plo; p ero m e p ro ­ galería Zwinger: es la p ro p ia porcelana, o la p ro p ia lectura, y no
pongo establecer, en co n tra de esa conclusión, u n a afirm ación algo la galería o el aula, lo que pro d u ce la exhibición. El valor de Des­
m ás em pírica, apoyada, según pienso, p o r los hechos históricos. Sos­ cartes p a ra esos estu d ian tes es en teram en te anacrónico, fu e ra del
tengo que, sea cual fuere la duración de las edades oscuras, m ien­ tiem po. La m itad de ellos h a b rá com enzado con la idea de que Des­
tra s las bodegas nos preserven u n a buena colección de obras del cartes y S a rtre eran co n tem poráneos, p o r ser am bos franceses. D escar­
estilo de la fam ilia verde, h a b rá generaciones que las redescubran. tes, m ucho m ás que S artre, puede h ab larles directam en te a través
de los m ares del tiem po. E l h istoricism o, aun el de R orty, lo olvida.
Se harán ver u n a y o tra vez. No hace falta re co rd a r que esa porce­
Un p rin cip ian te n ecesita alim entos; después, espacio; después,
lana se h a rá ver sólo en determ inadas condiciones de prosperidad,
tiem po; después, u n incentivo p a ra leer, y a m enudo eso apenas si
orgullo y excentricidades hum anas (tales com o la extravagante p rác­
b asta, porque, lo m ism o que la fam ilia verde, D escartes te n d rá sus
tica de atra v e sa r desapacibles regiones p a ra d a r vueltas en u n a ex­
ascensos y sus descensos. H ace ciento cincuenta años, en L ondres,
trañ a in stitu ción que llam am os «museo»).
Espinoza causaba fu ro r y D escartes era ignorado. E n la actu alid ad
No p reten d o p a ra la fam ilia verde u n yalor intrínseco que se halle ninguno de los dos cae bien en D resde o en Cantón. Ambos serán
en los cielos, sino sólo u n valor esencialm ente hum ano, u n m inúscu­ m uy leídos allí en el fu tu ro si las condiciones físicas y h u m an as lo
lo ejem plo de un haz de valores in trín secam en te hum anos, algunos perm iten; eso es al m enos lo que creo.
de los cuales se m anifiestan m ás vigorosam ente en u n m om ento y E n lo que se refiere a n u estra s circu n stan cias m ás inm ediatas,
otros m ás vigorosam ente en otro m om ento. Las creaciones de los uno de diez m il cursos de conferencias servirá como la galería en
hom bres poseen u n a extraña p ersistencia que c o n tra sta con la m oda. la que D escartes se exhiba. Puede ser mi b alb u cean te in ten to de
La m ayor p a rte de la ho jarasca que cream os no tiene ese valor. situ a r a D escartes en la p ro b lem ática de sus días; puede se r la des­
Una experiencia suficientem ente am plia de las viejas colecciones p ri­ trucción de Rorty; o puede ser alguno de los clásicos cursos de los
vadas europeas —cuyas piezas son conservadas m ás p o r razones de am igos-epistolares-a-través-de-los-m ares-del-tiem po. No presen to nin­
piedad h istó rica que p o r razones de gusto— nos asegura que el he­ gún argum ento p a ra av alar m i convicción, sino que solam ente invito
cho de ser «m useíficado» es de valor casi irrelevante. La colección a dirigirse a la experiencia. Rem edo a G. E. M oore cuando alzaba su
de Augusto es especial, como lo atestigua su sistem ática supervi­ m ano ante u n a audiencia de ansiosos escépticos. La m ayoría de no­
vencia y renacim iento. sotros estam os tam b ién dem asiado ansiosos aún p a ra re c o rd a r el
¿Qué tiene que ver esto con la filosofía? El resurgim iento del his- m odo en que D escartes nos habló inicialm ente. Ese es el p u n to al
toricism o en la filosofía acarrea el relativism o que le es propio. que se refiere m i parábola. E xtraigo de mi p asado reciente u n pa­
R ichard R orty lo h a atra p ad o —o se piensa que lo h a hecho— en ralelo de esa p rim era expresión. In vito a los lectores a in v en tar o a
su vigoroso libro P hilosophy and the M irror of N ature. Yo era di­ re m e m o rar sus propios paralelos personales. Pero si se resisten
chosam ente inm une a ese m ensaje. Poco antes de la aparición de la a ello, perm ítasem e señalarlo u n a vez m ás; Hegel dom inó en la for­
o b ra de R orty yo dictaba a los estudiantes u n curso de introducción m ación de Dewey y acaso en la de Pierce y tam bién en la de los
a los filósofos que fueron contem poráneos de la fam ilia verde y de encum brados M oore y Russell, quienes en pocos años los arrasaro n .
Augusto der Stark. Mi héroe había sido Leibniz, y, com o de cos­ No obstante, Hegel perm aneció largo tiem po inadvertido en tre quie­
tu m b re, m i audiencia m e m irab a con pena. Pero después de la ú lti­ nes leen y escriben en inglés. Pero m e b asta con señ alar al a u to r
m a clase algunos estudiantes m e ro d earo n y com enzaron con el con­ del capítulo inicial de este libro, C harles T aylor (cuyas exposiciones
vencional «¡C aram ba, qué buen curso!». Las observaciones posterio­ tienen m ucho que ver con la nueva p rá ctica anglohablante de leer
res era n m ás instructivas: «Pero u sted no podía h acer m enos ... a Hegel) p a ra re co rd a r al lecto r que Hegel está de regreso. Poco
132 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA CINCO PARÁBOLAS 133

antes el lecto r de h ab la francesa h allab a dificultades aun m ayores al Pero sería u n poco m olesto si no existieran árboles o cosas sem e­
in te n ta r la lectu ra de Hegel, h a sta que le a n H yppolite proporcionó jan tes, p orque entonces estaríam o s m uerto s p o r falta de oxígeno.
la galería en la que Hegel se m o stra ría nuevam ente. Pero ah o ra has­ Esa verdad puede ser conocida p o r m edio de la teoría, p ero es la
ta hallam os a M ichel F oucault —p o r m ás que en sus publicaciones interacción p ráctica con los árboles lo que constituye el núcleo
pueda ap a rec er com o denegador de la sustancialidad del «texto»— de esa certeza.
dispuesto a a d m itir con júbilo en u n diálogo, al p reg u n társele p o r su Alguno sen tirá que B rech t vive en o tro m undo, u n m undo m enos
reacción a la Fenom enología del espíritu, que es un beau livre. Como fam iliar que el de D escartes. El lecto r puede d isen tir de la ideología
en efecto lo es. P ara u n esc rito r com o Hegel eso es h a b la r o tra vez ap aren tem en te ingenua de B recht, y se n tir a ú n su g rito de aso m b ro
directam ente, p rim ero a los franceses y después a nosotros, tras ante la expresión de D escartes. No estoy diciendo que el p irro n ism o
décadas de olvido. sea im pensable. Los h o m b res pasan p o r operaciones intelectuales
que los conducen a expresiones escépticas, y p asan después p o r o tra s
operaciones tales que los alivian del escepticism o. No m e opongo a
II. La paradoja de B recht eso. No estoy esgrim iendo los argum entos lingüísticos del «caso
paradigm ático» de hace un p a r de generaciones, en los que se sos­
Después de h a b e r expresado cierta sab id u ría convencional, debo tenía que no es posible em p lear co h erentem ente el inglés p a ra p lan ­
cuando m enos consignar la sab id u ría opuesta. Me cuesta m ucho ha­ te a r problem as escépticos. B rech t m e conduce a u n a zozobra de m ás
llar un sentido en D escartes, incluso después de h ab e r leído a sus peso. ¿Cómo puede u n a persona, con la seriedad m ás p rofunda, h a ­
co m en taristas, a sus predecesores y los 'm ás arcanos textos de su cer que la existencia dependa del pensam iento? ¿Cómo rem ed iar u n a
época. C uanto m ás logro entenderlo, tan to m ás m e parece h a b ita r duda real m ediante u n encadenam iento de reflexiones que culm inan
en u n universo extraño. Ello es algo singular, porque D escartes creó en: «aun cuando dudo, pienso, y si pienso, soy»? E l paso a la res
la esc ritu ra filosófica francesa y continúa siendo uno de sus m odelos cogitans parece tra n sp a re n te en com paración con ese p rim e r p en sa­
dom inantes. No d eb atiré ahora m is problem as recu rrien d o a pedan­ m iento. C uriosam ente H in tik k a da u n paso in terp re tativ o casi brech-
tescos escrúpulos. En lugar de ello, consideraré algunas n o tas es­ tiano cuando sostiene que el cogito debe ser entendido com o u n a
critas p o r B erto ld B recht en 1923, cuando, tam bién él, había leído a expresión p erfo rm ativ a en el sentido de J. L. Austin. Puede ver esto:
D escartes con consternación. un o ra d o r m oderno, cuyo tra b a jo es hab lar, puede h a b la r p a ra p ro ­
Es ú til rem itirse a B recht p orque su reacción es m uy directa. b a r que existe. Todos hem os oído a p ersonas a las que en fo rm a
«¡E ste ho m b re debe de vivir en otro tiem po, en u n m undo diferente sarcástica caracterizam os ju stam en te en esos térm inos. Pero no es
del mío!» No le in q u ietan las sutilezas. Su q ueja deriva de un po­ eso lo que D escartes está haciendo, ni hay lectores de H in tik k a a
deroso estado de p erp lejid ad ante la proposición fundam ental de los que p o r regla general la in terp re tació n «perform ativa» del cogito
D escartes. ¿Cómo es posible que el pensam iento sea la g aran tía de persuada.
m i existencia? Lo que m e asegura de m i existencia es lo que hago: No estoy llam ando la atención acerca de conceptos cartesian o s
p ero no cu alq u ier form a del hacer. Es el hacer con un propósito, en que h an sido tran sm u tad o s («sustancia») o que h an m u erto («reáli-
especial los actos que form an p arte de la o b ra que hago. B recht es tatis objetivae», expresión co rrectam en te trad u c id a p o r Anscom be
u n escrito r. Su tra b a jo es la escritura. Es bien consciente del papel y Geach com o «realidad representativa»). Podem os, con esfuerzo, re­
que se halla fren te a él. Pero no es ese sab er el que (a la m anera de co n stru ir esos conceptos. B rech t fo rm u la u n a p ro testa c o n tra el
M oore) lo hace e s ta r seguro de la existencia del papel. Desea escrib ir núcleo m ism o del pensam iento de D escartes. N ingún ser de m i tiem ­
en él, y lo hace. Dispone del papel en el que están escritas sus ano­ po —afirm a B rech t— puede pro p o n erse seriam en te la sentencia ca r­
taciones, lo cam bia. No puede ten er ninguna duda de ello. Añade, un tesiana fundam ental.
poco irónicam ente, que debe de ser m uy dificultoso saber algo de E stoy de acuerdo. H e dicho tam b ién en m i p rim e ra p aráb o la que
la existencia sin m anipularlo. cada u n a de las sucesivas generaciones am a las M editaciones y se
B rech t escribe m anifiestam ente a p a rtir de u n a ideología. Su si­ siente en ese texto com o en su elem ento. Creo que ésa es u n a p a ra ­
guiente co m en tario se titu la: «Presentación del capitalism o com o fo r­ d oja insoluble de la h isto ria y de la filosofía. «Se puede m e jo ra r la
m a de existencia que req u iere de dem asiado pensam iento y de dem a­ historia», «Los estu d ian tes son poseídos p o r el estilo de la p ro sa
siadas virtudes.» Es en la práctica, y no en la teoría, com o están cartesiana, sólo creen que la en tien d en y se relacionan con ella em ­
co n stitu id o s él y su ser. Volviendo tácitam en te a Berkeley, destaca páticam ente»: ésas son sólo expresiones de consuelo que no ca p ta n
que m uy bien se puede d u d ar de si en fren te existe o no un árbol. la seriedad de la reacción b re ch tian a, o no ca p ta n la seried ad de los
134 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA CINCO PARÁBOLAS 135

estu d ian tes a los que D escartes h ab la de m anera directa. Uno no fruslerías grandilocuentes p u siero n de m anifiesto claram en te que yo
necesita, n atu ra lm e n te , re c u rrir a B recht p ara h acer esta observa­ había estado leyendo a F oucault, p ero significativam ente yo había
ción. La creo ú til p a ra que recordem os que m ientras que nosotros, estado leyendo an te todo Les M ots et les Choses, u na o b ra que no
los filósofos, nos vam os p o r las ram as, u n profano a lerta e inquisi­ pone tan to énfasis en las m o ts a expensas de las choses, cuanto con­
tivo puede llegar in m ediatam ente al corazón de lo que en D escartes tiene una vigorosa tesis acerca del m odo en que las p alab ras im ­
es ininteligible. ponen u n orden en las cosas.
Es fácil estab lecer u n a serie de p rem isas que conducen a m i p u n to
de vista histórico lingüístico. La m ayoría de ellas p arecerán ser
III. D emasiadas palabras lugares com unes m ien tras no se las reúna. Alguna vez re p resen ta ro n
m i m etodología. Como tal las afirm é en u n a reu n ió n del Club de
B recht pone en relación el surgim iento del capitalism o con dos Ciencias M orales de la U niversidad de C am bridge en la p rim av era
vicios gem elos: dem asiadas virtudes, dem asiado pensam iento. No de 1974. V arios de los co laboradores del p re sen te volum en se h alla­
son ésos n u estro s vicios. N uestro problem a son las dem asiadas pala­ b an en tre el público, e n tre ellos uno de los com piladores, Q uentin
b ras: dem asiada confianza en las p alab ras com o lo que lo es todo, S kinner, a quien puedo ap e la r com o testigo.
la su stan cia de la filosofía. Acaso Philosophy and the M irror of Na-
ture, de R ichard R orty, con su d o ctrin a cen tral de la «conversación», 1. La filosofía se refiere a problem as. E sta no es u n a verdad
p arecerá algún día u n a filosofía de ca rác te r ta n lingüístico com o el eterna. Fue fijada en inglés p o r títu lo s com o S o m e Main P roblem s o f
análisis que hace u n a o dos generacionfes provino de Oxford. P ara Philosophy (M oore, Londres, Lecciones en el M orley College, invier­
re c o rd a r en qué consistió es m ejo r p en sa r en la ru tin a an tes que en no de 1910-1911), S om e P roblem s o f P hilosophy (Jam es, 1911), The
la ocasional in sp iración de u n m aestro com o Austin. Leem os en un P roblem s o f P hilosophy (R ussell, 1911).
libro acerca de la ética de K ant, p o r ejem plo, que «una discusión 2. Los problem as filosóficos son conceptuales. Surgen de hechos
que se m an tien e estrictam en te den tro de los lím ites de la ética no referen tes a conceptos y de la confusión conceptual.
te n d ría ningún propósito m ás allá del análisis y la clarificación de 3. Una explicación verbal de conceptos. Un concepto no es una
n u estro pensam iento m oral y de los térm inos que em pleam os p ara entidad a b stra c ta no lingüística cap tad a p o r n u e stra m ente. Se lo
ex p resar ese pensam iento». Su au to r, A. R. C. Duncan, tran scrib e debe en ten d e r en térm in o s de las p alab ras que em pleam os p a ra ex­
adem ás la definición de Sidgwick, procedente de la p rim era página p re sa r el concepto y de los contextos en que em pleam os esas pa­
de su Etica: «el estudio de lo que es correcto o de lo que debe ser labras.
en la m edida en que depende de los actos voluntarios de los indi­ 4. Las palabras en sus lugares. Un concepto no es m ás que u na
viduos». D uncan dice que él y Sidgw ick com parten la m ism a con­ palabra, o varias p alab ras, en los lugares en que son em pleadas.
cepción de la ética. ¡Ay, pobre Sidgwick, p o b re K ant, que creyeron Una vez que hem os considerado las frases en las cuales se em plea la
que estab an estu d ian d o lo que es correcto o lo que debe ser! Po­ palabra, los actos llevados a cabo al ex p resar las frases, las condicio­
dríam os h a b la r aquí de u n a obnubilación lingüística: u n a obnubi­ nes de o p o rtu n id ad o de a u to rid a d p a ra la expresión de esas frases,
lación que p erm ite que uno tran sc rib a u n a frase de la p rim era pági­ etcétera, hem os agotado cuanto hay que decir acerca del concepto.
n a de Sidgw ick sin ser capaz de leerla. G ustav B ergm ann escribió Una versión e stric ta diría que hem os agotado el concepto cuando
acerca del «giro lingüístico» de la filosofía, sugerente expresión que hem os considerado (per im p ossibile) todas las expresiones específi­
R o rty em pleó p a ra d a r títu lo a u n a antología de ese período. Como cas reales de las p alab ras co rrespondientes. Una versión m enos es­
lo m u estra la n o table com pilación de R orty, el giro lingüístico apre­ tric ta nos au to rizaría a co n sid erar las circu n stan cias en las cuales
m iante, y, visto retrospectivam ente, parece h ab e r sido dem asiado la p alab ra p o d ría ser em pleada p ero en realid ad no lo es. El rig o r
ap rem ian te. Hay, no obstante, vendas lingüísticas que cubren los m e inclina hacia la versión estricta, pero la m ás flexible es m ás
ojos y son m ás sutiles que las que nos hacen leer a K ant com o un aceptada.
filósofo del lenguaje. P ara evitar faltas de cortesía m e arran c aré 5. Los conceptos y las palabras no son cosas idénticas. Ello se
las m ías. Se publicó en u n libro com o The Em ergence of Probability debe a que, ap a rte de la am bigüedad sincrónica, las m ism as p ala­
y en u n a solem ne conferencia acerca de Leibniz, D escartes y la filo­ b ras, a través de cam bios de d istin to tipo, pueden llegar a ex p resar
sofía de las m atem áticas p ronunciada en la Academ ia B ritánica. E sta conceptos diferentes. Pero los conceptos no deben ser m ultiplicados
conferencia concluía con la afirm ación de que «es form ada p o r la m ás allá de lo necesario. La diferencia de lu g ar p ro p o rcio n a la p ru e ­
p reh isto ria, y sólo la arqueología puede m o stra r esa form a». E stas ba de la diferencia en el concepto: la p alab ra es em pleada p o r dife­
136 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA CINCO PARÁBOLAS 137

ren tes clases d e personas p a ra h ac er cosas diferentes. Aún adm iro 9. « E sta consciencia desdichada, in tern a m en te fragm entada, p o r­
una teo ría acerca de cómo h acer ta l cosa y que m uchas veces no que su n atu ra leza esencialm ente co n trad ich a es p ara ella u n a cons­
es tenida en cu en ta en este sentido: la de Sem antic Analysis, de ciencia única, debe ten er siem pre p resen te en u n a consciencia tam ­
Paul Ziff. A nálogam ente, debem os a c ep tar que en diferentes mo­ bién la o tra; y entonces es llevada, a p a rtir de cada u na, o tra vez
m entos el m ism o concepto puede se r expresado m ediante p alab ras al propio m om ento en que im agina que h a alcanzado exitosam ente
diferentes d en tro de la m ism a com unidad. Una inclinación p o r las u n a pacífica un id ad con la o tra...»
ideas de Ziff m e hace ser en este respecto m ás cauteloso de lo que El noveno pu n to no es u n a p rem isa, sino u n proyecto cuya in­
se es com únm ente. Tomo en serio el M odern E nglish Usage de fluencia h a sido am plia. M arx y F reu d son los gigantes engendrados
Fow ler y su afirm ación de que en eí inglés de G ran B retañ a existe p o r Hegel, pero los filósofos conocen tam bién ese m odelo. E n la
u n solo tip o de sinónim os exactos; p o r ejem plo, fu rze y gorse [«árgo- filosofía analítica está tan fu ertem en te vinculado con la te ra p ia com o
m a»]. Aún hoy, al a d v e rtir que la p a la b ra «determ inism o» aparece lo está en Freud. Los m ás pro b ad o s tera p eu tas fueron los an alistas
en A lem ania alred ed o r de 1788, y que su em pleo en térm inos de causas del lenguaje que p en saro n que u n a vez elim inadas las confusiones
eficientes an tes que en térm inos de m otivos p re d eterm in an tes se di­ lingüísticas los problem as filosóficos desaparecerían. V inieron en­
funde en todos los lenguajes europeos alrededor de 1860, m e veo tonces los an alistas no lingüísticos, el m ás n o table de los cuales fue
so rp ren d en tem en te inclinado a decir que con el uso de la palab ra John W isdom , y que h icieron explícitas com paraciones con la psi­
apareció u n nuevo concepto. coterapia. W ittgenstein ejerció cierta influencia sobre la fo rm ación
6. R evoluciones. En los cuerpos de conocim ientos tienen lugar de las ideas de W isdom , pero en cu en tro en la p ro p ia o b ra de W itt­
ru p tu ra s, m utaciones, fractu ra s epistem ológicas, cortes: cu an tas m e­ genstein m enos m enciones de la «terapia» que m uchos o tro s de sus
táfo ras el lecto r desee. Lo típico es que un concepto, u n a categoría o lectores. El proyecto hegeliano, sea cual fuere su procedencia, me
un m odo de clasificación pueda no sobrevivir indem ne a una revo­ lleva a mi últim a prem isa. E s la m enos p ro b ab le de todas.
lución. Aun cuando conservem os la m ism a palabra, ella p o d rá ex­ 10. Los conceptos tienen recuerdos o, en todo caso, en n u estro s
p re s a r un concepto nuevo que reem plaza a uno anterior. No debem os propios m odelos de p alab ra rem edam os inconscientem ente la filoge­
su cu m b ir a u n exceso de inconm ensuralibidad en este punto. No nos nia de n u estro s conceptos. Algunos de n u estro s problem as filosóficos
es forzoso su p o ner que u n hablante posrevolucionario tenga dificul­ acerca de los conceptos son re su ltad o de su h isto ria. N uestro des­
tades p a ra co m p ren d er a un hab lan te prerrevolucionario que p erm a­ concierto no surge de aquella p a rte d elib erad a de n u e stra h isto ria
nece adherido a las antiguas m odalidades. Pero de ello sí se sigue, que recordam os, sino de la que olvidam os. Un concepto se to rn a
si se añ ad e la p rem isa precedente, que los conceptos pueden ten er posible en un m om ento determ inado. Es hecho posible p o r u n o rd e­
un com ienzo y u n fin. nam iento diferen te de ideas an terio res que se d erru m b aro n o esta­
7. Conceptos problem áticos. P or lo m enos u n a de las especies llaron. Un prob lem a filosófico es creado p o r la falta de coherencia
fu n d am en tales de confusión conceptual surge con los conceptos que e n tre el estado a n te rio r y el nuevo. Los conceptos re cu erd an ese
p asan a la existencia en u n a ru p tu ra com parativam ente m arcada. hecho, p ero no so tro s no: nos la pasam os royendo pro b lem as ete r­
E llo puede o c u rrir de m an era trivial, sencillam ente p orque las p er­ nam ente (o d u ra n te el lapso de vida del concepto) p o rq u e no enten­
sonas no han tenido tiem po p a ra resolver las cosas. dem os que la fu en te del p ro b lem a es la falta de coherencia en tre el
8. Problem as persistentes. E stá tam bién el estereotipo m enos tri­ concepto y aquel o rd enam iento a n te rio r de las ideas que hizo posi­
vial de que algunos problem as filosóficos p ersisten a lo largo de toda ble al concepto.
la vida de u n concepto. Algunos problem as son tan viejos com o el El m odelo de la te ra p ia nos en señ aría que podem os resolver o
m undo, pero otros son específicos y están fechados, e incluso pode­ disolver n u estro s p roblem as acom etiendo su p reh isto ria. Yo m e a p a r­
m os p en sa r que algunos realm ente m u riero n hace tan to tiem po que to vehem entem ente de ese m odelo. Es extraño a la h isto ria de la
ni siq u iera todos los artificios herm enéuticos de resu rrecció n que hay consciencia desdichada. H ace m ás o m enos diez años u n ecléctico
en el m undo pueden devolverlos a la vida. Conocemos tam bién el p siq u iatra noruego subrayó en u n a conversación que m antuve con él
fenóm eno del m ism o conjunto de argum entos que son form ulados que F reud era b rillan te en la explicación de los fenóm enos psíqui­
u n a y o tra vez, de generación en generación. A hora estam os cerca cos, desde los lapsos h a sta la neurosis p asando p o r los sueños. Sus
del térm ino de n u estro viaje, y p asa a convertirse en clara especula­ explicaciones suelen se r m agníficas, lo m ejo r que hay en plaza, aun­
ción el que el p roblem a su rja debido a lo que haya hecho posible que, en lo que se refiere a la curación de las p ersonas, F reu d no es
ese concepto. Es com o si el concepto problem ático tuviera u n a cons­ especialm ente bueno n i m alo. La observación acerca de la curación
ciencia desdichada. tiene sus tediosos p a rtid a rio s en favor y en co ntra. La observación
138 CINCO PARÁBOLAS 139
LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA

acerca de la explicación m e resu ltó excitante. E n p a rte debido a una sase de ese giro em pleándolo en expresiones com o «estilo judío
form ación positivista, yo no im aginaba posible creer en explicaciones de pensam iento». Fleck sobrevivió a esas expresiones. (Su profesión
carentes de sus correspondientes predicciones. A hora po d ría ad m itir era la de san itarista. Fue u n talentoso ex p erim en tad o r m édico que
a la vez que la explicación de F reud y de los freudianos acerca del en 1942 se las arregló p a ra p u b licar un tra b a jo acerca de la diag­
sueño y de m uchas conductas ex trañ as eran sencillam ente brillantes. nosis del tifus. Lo hizo en la G azcta Z ydow ska, u n a publicación ju ­
Pero no cu en tan p a ra la curación. día clandestina de Lvov. D espués de 1945, cuando ten ía unos cin­
cuenta años y h ab ía logrado salir de los cam pos de concentración,
E sta p rem isa negativa (la de que no debe aguardarse u n a tera­ publicó m ás de u n cen ten ar de artícu lo s m édicos acerca de la in­
pia) cierra el fundam ento de m i m odelo de explicación de (algunos) vestigación experim ental h a s ta su m uerte, acaecida en 1961.)
problem as filosóficos. P ara ca p ta r la n atu raleza de los problem as Una vez que se ren u n cia a la p rim era p rem isa de 1911, según
filosóficos se debe com prender la p re h isto ria de los conceptos pro­ la cual la filosofía tra ta de problem as, ninguna de las re sta n te s se
blem áticos y lo que los hace posible. De ese m odo se explicarían los m antiene m uy firm e. E n determ in ad o sentido son terrib lem en te fir­
problem as. No es necesario que ello influya en cuanto a si los proble­ m es, p orque fo rm an p a rte del gam bito idealista que tan to se ha
m as con tin ú an inquietándonos. P ara los que buscan soluciones a los difundido en la filosofía occidental. La filosofía tra ta de p roblem as, los
problem as filosóficos su explicación no re p resen ta rá ninguna ayuda. problem as nacen de las p alab ras, las soluciones deben re ferirse a
P o r o tra p arte, u n a explicación del concepto de «problem a filo­ las palabras, y surge entonces la «conversación». Aun cuando la con­
sófico» (de acuerdo con la p rim era prem isa, un concepto fechado en versación afirm e que rechaza las prem isas, ella surge igualm ente.
el sentido de la q u in ta prem isa) podría, según espero, in crem en tar O casionalm ente alguno aúlla. Un ejem plo de ello es C. S. Peirce, el
n u estra incom odidad fren te a la idea m ism a de resolver problem as único ex p erim en tad o r idóneo de n u estro canon, quien, al ver lo que
filosóficos. los verbalistas h ab ían hecho con su p alab ra «pragm atism o», aulló
Puedo ca ricatu riz ar estas p rem isas diciendo que consisten en «ic» e inventó la p alab ra, si no el hecho, del pragm aticism o. El p rag ­
u n a pizca de esto y u n a pizca de aquello, pero h asta llegar al ver­ m atism o es nom in alista e idealista, las dos cosas; pero el p rag m a­
dadero final, eran los lugares com unes de una form ación perfecta­ ticism o de Peirce, com o él declaró p en dencieram ente, es en teram en ­
m e n te tradicional en filosofía analítica. Aun en el final, donde lo que te realista. Aunque tiene su concepción acerca del significado de las
se p ro c u rab a era u n análisis m ás historizante que filosófico, las palabras, no red u ce la filosofía a palab ras. Tam poco lo hace Fleck,
ideas adicionales eran escasam ente originales. en teram en te sensible a los estilos de razonam iento, p o rq u e un experi­
¿P or qué no m e agradan ya esas prem isas? E n p rim er lugar, no m en tad o r no puede p erm itirse el lujo del idealism o ni el de su fo rm a
p o r su énfasis en el lenguaje o en el pasado. Sino —com o m uchos actual del verbalism o. Una ta re a in stru ctiv a p a ra un a u to r m ás crí­
podían hab erm e advertido— debido a la prem isa inicial. Se estaba tico que yo, sería la de co m p ro b ar si cada revolución poscoperni-
en la tare a de «resolver» problem as filosóficos. A pesar de un gallar­ cana enaltecida p o r K uhn no h a sido en realid ad prom ovida p o r el
do in ten to de hacerlo en relación con el razonam iento probable y tra b a jo de labo rato rio : hechos, no pensam ientos; m anipulación, no
de u n coqueteo m ás breve con ese enfoque en la filosofía de las el pensar.
m atem áticas, yo no lo estaba haciendo. Pero, ¿no he tenido éxito en He desnudado una secuencia de p rem isas que conducen a u n a fo r­
la tare a de explicar la existencia y la p ersistencia de los problem as? m a de h acer filosofía histó ricam en te. Se a ju sta al tem a de esta serie
Bien, a nadie le agradan las explicaciones tan to com o a mí: ¡una de ensayos. In tern am en te, d en tro de esta secuencia de parábolas,
b u en a advertencia! tiene al m enos o tro papel. Me sugiere que u n a m etodología bien
A hora creo que yo estaba haciendo o tra cosa. E staba em barcado articu lad a puede conducirnos a un tra b a jo in teresan te p a ra el cual
en el estudio del desarrollo de diferentes estilos de razonam iento, la m etodología es en realid ad en teram en te irrelevante. Si el p resen te
lab o r h istó rica que creo que es de gran im portancia. He sido capaz volum en re su lta exitoso, p ro p o n d rá m etodologías que im p o rtan sólo
de afirm ar tal cosa sólo m ucho m ás recientem ente, gracias a las su­ en ta n to dan lugar a u n tra b a jo in tere sa n te p ara el cual las m eto­
gerencias que he hallado en un libro de A. C. Crom bie: Stiles of dologías son irrelevantes.
S cien tific T hinking in the E uropean Tradition. H ab ría llegado a sa­
b erlo m ucho antes de un libro que es aú n m ucho m ás m encionado
q ue leído: G énesis and D evelopm ent of a S cien tific Fací, de Ludwig
Fleck, en el que se dicen m uchas cosas in teresan tes acerca del Denk-
stil, au n cuando p o r esa época (1935) poco faltab a p ara que se abu­
140 LA FILOSOFIA EN LA HISTORIA
CINCO PARÁBOLAS 141

atención en épocas de «crisis». A la vez, esto no puede conducirnos


a u n verdadero nom inalism o estricto , porque, p a ra que p u ed a reco­
IV. R ehacer el m u n d o
nocerse u n logro revolucionario, es m en ester que las anom alías «real­
m ente» aparezcan, a fin de que se las p u ed a resolver en regla. La eli­
N inguno de su generación h a tenido una incidencia m ás d ram á­
m inación de la anom alía nun ca es suficiente, enseña K uhn, p o rque
tica en la filosofía de la ciencia que T. S. K uhn. Toda discusión
p a ra que u n a revolución «prenda» se re q u ie ren condiciones sociales
acerca de la relación en tre h isto ria y filosofía de la ciencia com enzará
de toda especie. P ero la re alid ad debe co n trib u ir siq u iera en p a r­
con The S tru ctu re o f Scientific R evolutions. Ello es extraño, porque
te: m ás de lo que u n nom inalism o m ás radical, m ás estricto , con­
K hun escribió sólo acerca de la ciencia n atu ral; en realidad, acerca
sentiría.
de las ciencias físicas. Hay u n a opinión, avalada por su antigüedad,
El c o n tra ste que establezco con las ciencias sociales es com o si­
según la cual la h isto ria im p o rta p a ra el contenido m ism o de las
gue. E n la ciencia n a tu ra l n u e s tra invención de categorías no m odi­
ciencias hum anas, m ien tras que no im p o rta dem asiado p a ra las cien­
fica «realm ente» el m odo en que el m undo opera. Aun cuando cree­
cias n atu rales. Si K uhn h u b iera logrado historificar n u e stra com ­
m os nuevos fenóm enos que an tes de n u estro s esfuerzos científicos no
pren sió n de la ciencia natu ral, esa hazaña h ab ría sido revoluciona­
existían, lo hacem os sólo con licencia del m undo (o así lo creem os).
ria. Me propongo d em o strar p o r qué no lo logró, y d ar o tra vuelta
P ero en los fenóm enos sociales, al id ear clasificaciones y categorías
a la vieja referen te a la diferencia existente en tre la ciencia n atu ra l
nuevas, podem os g en erar nuevas especies de h o m b res y nuevas es­
y la ciencia social. Ello no es en m odo alguno u n a crítica dirigida
pecies de acción. Lo que afirm o es que podem os « crear seres h u m a­
a K uhn. Creo que la totalid ad de la o b ra de este h isto riad o r lo
nos» en u n sentido m ás fu erte que aquel en que «cream os» el m un­
coloca e n tre los filósofos fundam entales de este siglo. P or regla ge­
do. La diferencia se conecta, com o digo, con la vieja cuestión del
neral los filósofos responden únicam ente a la o b ra m encionada. Su
nom inalism o. Se conecta tam b ién con la h isto ria, p o rq u e los objetos
lab o r acerca de la experim entación, la m edición y la segunda revo­
de las ciencias sociales —los seres hum anos y los grupos de seres
lución científica (todo ello publicado en The E ssential T ensión ) tiene
hum anos— son co n stitu id o s p o r u n proceso histórico, m ien tras que
u na im p o rtan cia com parable. Su tra b a jo histórico m ás reciente, Black
los objetos de las ciencias n atu ra les —p artic u la res in stru m en to s ex­
B o d y Theory and the Q uantum D iscontinuity, 1894-1912, corresponde
perim entales— son creados en el tiem po pero, en cierto sentido, no
a los tem as trata d o s en S tru ctu re y re p resen ta u n logro notable. Pero
son constituidos h istóricam ente.
es posible in stru irse en K uhn en la form a m ás acabada y sostener, no
Debo ser claro en cu an to a que busco, a tien tas, una com pleja
obstan te, que en cierto sentido no acertó a historificar la ciencia na­
distinción e n tre las ciencias sociales y las ciencias n atu rales. Acaso
tu ral, ni podía h ab e r acertado en ello.
debiera h acer u n a ad v erten cia c o n tra la d istinción m ás superficial
La distinción que establezco se m anifiesta en el nivel de una de
de todas. Es curioso, incluso cómico, que los físicos hayan p restad o
las disputas filosóficas m ás antiguas. Concierne al nom inalism o. La
poca atención a Kuhn. Los p erio d istas científicos pueden hoy llen ar
versión m ás extrem a del nom inalism o dice que cream os las cate­
sus artículos con la p alab ra «paradigm a», pero no es ésa u n a p alab ra
gorías que em pleam os p a ra d escrib ir el m undo. Es ésta u n a de las
que desem peñe algún papel en la reflexión acerca de la investigación
d o ctrin as m ás m isteriosas; acaso p o r ello, lo m ism o que el solipsis-
seria. O curre ju stam en te lo opuesto en las ciencias sociales y psi­
mo, casi nun ca ha sido sustentada. El problem a consiste en que no
cológicas. D ifícilm ente la S tru ctu re de K uhn hubiese aparecid o p u ­
com prendem os p o r qué el m undo re su lta ta n tra ta b le p a ra nuestros
blicada cuando en las reuniones anuales de la Asociación Psicológica
sistem as de denom inación. ¿No tiene que h ab e r en el m undo cier­
A m ericana o de la Asociación Sociológica A m ericana los discursos
tas especies n aturales p a ra que las categorías que hem os inventado
presidenciales reconocían su necesidad de paradigm as. Siem pre me
se a ju ste n a ellas? ¿No es eso u n a refutación del nom inalism o es­
h a parecido que en el uso de su fam oso térm in o K uhn fue m uchísi­
tricto ?
mo m ás claro que la m ayoría de sus lectores, incluidos los p resid en ­
Sostengo que K uhn ha hecho p ro g resar considerablem ente la cau­
tes de doctas sociedades. Si sostengo que en cierto sentido K uhn
sa n o m inalista al d ar cierta explicación del m odo en que al m enos
no h a tenido éxito en la historificación de la ciencia física, no lo
un grupo im p ortante de «nuestras» categorías pasa a la existencia en
hago p orque su term inología h ay a estad o m ás de m oda en las cien­
el curso de las revoluciones científicas. Existe una construcción de
cias sociales. Muy p o r el co n trario : puede ser que la incidencia de
nuevos sistem as de clasificación que van de la m ano con d eterm ina­
K uhn en las ciencias sociales sea señal de la falta de autocom pren-
dos intereses por describir el m undo, intereses íntim am ente conec­
sión que se re g istra en ellas.
tad o s con las «anom alías» en las que u n a com unidad concentra su
E voquem os p rim eram en te la reacción filosófica an te el libro de
142 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA
CINCO PARÁBOLAS 143

Kuhn. Su a u to r fue acusado de socavar escandalosam ente la racio­ tal p orque proveyó u n a co rrien te co n tin u a de electricidad y con
nalidad. La «ciencia norm al» parecía no ten er ninguna de las v irtu ­ ello hizo que la aguja m agnética se desviara. In au g u ró así u n a nueva
des que u n a generación a n te rio r de positivistas le había adjudicado época: la del electrom agnetism o.
a la ciencia. P eor aún: el cam bio revolucionario no era acum ulativo; La «tentación» de K uhn «de h a b la r de que se vive en un m undo
n i se p ro d u cía p o rq u e hubiese u n a b u en a razón p a ra llevarlo a cabo, diferente» sugiere que es u n p en sa d o r idealista, esto es, u n a p e r­
sólida evidencia p a ra la nueva ciencia posrevolucionaria. P a rte de sona que sostiene, en cierto m odo, que la razón y sus ideas d eter­
la com unidad filosófica defendió sus vulnerados derechos y p ro testó m inan la e stru c tu ra de n u estro m undo. P ero pienso que él no es
que la h isto ria nu n ca p o d ría enseñarnos n ad a acerca de la raciona­ idealista, y propongo que no pensem os en la dicotom ía p o sk an tian a
lidad científica. El h isto riad o r p o d ría m o stra r algunos hechos de realism o / idealism o, sino en la an tig u a distinción escolástica realis­
la h isto ria de la ciencia, pero siem pre h aría falta el filósofo p ara m o / nom inalism o. K u h n no se cu e n ta e n tre los que ponen en tela
decir si esos hechos eran racionales o no. de juicio la existencia ab so lu ta de las entidades o de los fenóm enos
La p rim era ola de reacción filosófica fue, pues, con m o tivo de la científicos, ni e n tre los que d u d an de las condiciones de verd ad de
racionalidad, y aú n se discute la contribución de K uhn —si aportó las proposiciones teóricas. Cree, en lu g ar de eso, que las clasifica­
alguna— a la m etodología de la ciencia. El m ism o K uhn estab a un ciones, las categorías y las posibles descripciones que desarrollam os,
poco preocupado p o r esa recepción, com o se lo advierte en su curso son en gran m edida de n u e s tra invención. P ero en lu g ar de d e ja r
«objetividad, ju icio de valor y elección de teoría», 1973. S uscribía
inaclarado el m isterio de cóm o p asan a la existencia las categorías
finalm ente a los valores tradicionales: las teorías deben ser escru­
hum anas, K uhn hace ah o ra de la creación y de la adaptación de los
pulosas, co n sistentes, de am plio alcancé, sim ples y fru ctífera s en esquem as de clasificación u n elem ento de s u definición de revo­
nuevos descubrim ientos. Insistió en que esos objetivos no eran en lución:
general decisivos. Además, el peso relativo atrib u id o a esas conside­
raciones v aría de u n grupo de investigación a o tro , de u n a disciplina
a o tra , y de u n a e ra de la ciencia a otra. P or últim o, el verdadero Lo que caracteriza a las revoluciones es, pues, el cambio de mu­
deso rd en de la investigación es dem asiado caótico p a ra que pueda chas de las categorías taxonómicas necesarias para la descripción y
para la generalización científicas. Además, el cambio consiste en la
h ab e r u n algoritm o sistem ático. K uhn no fue, sin em bargo, u n irra ­ adaptación no sólo de los criterios relevantes para la categoriza-
cionalista que re b ajase esos valores del sentido com ún, y, en m i opi­ ción, sino también del modo en que se distribuyen objetos y situa­
nión, el ru m o r de u n a «crisis de la racionalidad» provocado p o r K uhn ciones entre las categorías preexistentes.
fue exagerado.
O tro tem a de K uhn fue, al com ienzo, m enos discutido que el de
In te rp re to esto com o u n a fo rm a de nom inalism o, y lo denom ino
la racionalidad: u n antirrealism o; u n a poderosa tentación, al p are­
«nom inalism o revolucionario», p o rq u e la tran sició n de u n sistem a de
cer, p o r el idealism o. No sólo son las revoluciones «cam bios de la
categorías a o tra se pro d u ce d u ra n te las ru p tu ra s revolucionarias
visión del m undo» —afirm ación no dem asiado atrevida—, sino que
con el pasado cuyas e stru c tu ra s K uhn se propone describir. E s tam ­
K uhn está «tentado» de decir que después de u n a revolución se «vive
bién, p o r cierto, u n nom inalism o historificado, p o rq u e explica h istó ­
en u n m undo distinto». Hoy, unos veinte años después de la publi­
ricam ente (¿o es sólo u n a m etáfo ra h istó rica?) la génesis y la tra n s ­
cación del libro (período d u ra n te el cual K uhn com pletó su m onu­
form ación de los sistem as de denom inación. Tiene adem ás el g ran
m en tal estu d io acerca de la em bestida de la cuantización), volvió
valor de ser local an tes que global, p o rq u e si bien incluye en tre las
a aquel tem a. Los hom bres ven, en efecto, el m undo de diferente
revoluciones los g randes acontecim ientos (Lavoisier, C opém ico), K uhn
m an era: ¡no hay m e jo r p ru eb a de ello que el hecho de que lo dibu­
insiste en que la m ayoría de las revoluciones se dan sólo d en tro de
jen de m an era diferente! K uhn ilu stra esto con los prim eros dibujos
u n a reducida com unidad de, digam os, unos ceten ares de investiga­
de la p ila eléctrica de Volta. Si los exam inam os con atención de­ dores fundam entales.
bem os decir que los p ares no pueden h a b e r sido hechos así, porque
El nom inalism o revolucionario de K uhn sugiere la posibilidad de
sencillam ente no h u b iera n funcionado. El p a r voltaico, podem os aña­
una h isto ria del cam bio de las categorías. P ero bien puede p arece r
dir, no es u n a invención m enor, sino uno de los in stru m en to s funda­
que los objeto s de las ciencias, aunque d escritos m ediante cam ­
m en tales de to d a la ciencia. Se lo creó en 1800, en coincidencia con
b iantes sistem as de categorías, no se constituyen ellos m ism os h is­
el renacim iento de la teo ría o n dulatoria de la luz, de las radiaciones
tóricam ente. Pero, ¿qué son esos ob jeto s? ¿Incluyen a los p ares
in fra rro ja s y de m uchas o tras cosas que no hallan u n lugar inm e­
voltaicos, p o r ejem plo? ¿Incluyen fenóm enos tales com o la desvia­
diato en la física new toniana. La invención de V olta fue fundam en­
ción de u n a aguja m agnética p o r la co rrien te eléctrica continua, o
144 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA CINCO PARÁBOLAS 145

los m ás ingeniosos artificios de Faraday, el generador eléctrico y la no podem os d a r créd ito a sus dibujos, p o rque están hechos so b re
dínam o eléctrica? Esos no son ru b ro s eternos del inventario del la b ase de analogías erró n eas. P ero la cosa anduvo. La c o rrien te
universo, sino que pasan a la existencia en m om entos bien definidos. fluyó. U na vez hecho eso, la física n u n ca volvió atrás. De igual m o d o ,
Ni m e satisface decir que las invenciones tienen u n a fecha, m ientras el efecto fotoeléctrico fue p ro d u cid o quizá p o r p rim era vez en 1829
que los fenóm enos y las leyes de la n atu raleza en las que ellas se p o r B ecquerel. A lo largo del siglo xix se obtuvieron m uchas m a n i­
basan son etern as. H e estado sosteniendo d u ra n te cierto tiem po que festaciones fotoeléctricas. E s posible arg u m en tar a la m a n e ra de
u n a de las actividades fundam entales del experim entador en el ám bi­ K uhn diciendo que el efecto no fue pro p iam en te «descubierto» h a s ta
to de las ciencias físicas es, en sentido com pletam ente literal, crear la época d e L en ard (1902) o incluso h a s ta E instein y la teo ría d e los
fenóm enos que antes no existían. Además, la ciencia física (como fotones (1905). P o r cierto , u n a vez que disponem os de la te o ría po­
op u esta a la astronom ía) se refiere en su m ayor p a rte a fenóm enos dem os em p lear los fenóm enos q u e hem os com enzado a crear. Las
que no ex istieron h a sta que los h om bres les dieron existencia. Lo que p u erta s au to m áticas de los su p erm ercad o s y la televisión no e s ta b a n
desde la década de 1980 los físicos h an llam ado «efectos» (el efecto m uy a trá s. P ero si (com o algunos h a n sostenido) fu era n ecesario
fotoeléctrico, el efecto Zeem an, el efecto Com pton, el efecto Jo- rev isar p ro fu n d am en te la te o ría de los fotones o rechazarla re v o lu ­
sephson) son, en lo fundam ental, fenóm enos que no existían, al m e­ cionariam ente, no p o r ello las p u e rta s de los superm ercados d e ja ­
nos en estado p u ro , en ningún lugar de la p u ra naturaleza, pero de rían de funcionar. Los fenóm enos se a d a p ta n a la teoría. La física
su sten tarse que constituyen aquellos a lo cual la física se refiere elem ental puede en señ ar u n a h isto ria co m pletam ente distin ta a c e rc a
o h a llegado a referirse. E n m i reciente li,bro R epresenting and In- del m odo en que operan , p ero o p erarán . Aun cuando, p ara v o lv er a
tervening establezco de m anera m ás porm enorizada y cuidada esta citar a K uhn, haya u n a « adaptación no sólo de los criterio s rele­
idea. La form ulo aquí con m enos consideraciones p a ra su g erir que vantes p a ra la categorización, sino tam bién del m odo en que se dis­
h ay u n a razón que p erm ite decir que los objetos m ism os de la tribuyen objeto s y situaciones en tre las categorías preexistentes»,
ciencia física no son sim plem ente recategorizados y reordenados, los fenóm enos que hem os creado co n tin u arán existiendo y las in ven­
com o dice K uhn, sino que p asan a la existencia gracias al ingenio ciones co n tin u arán funcionando. El in terés que tengam os p o r ellos
hum ano. puede desaparecer. Podem os reem plazarlos p o r fenóm enos m ás ú ti­
Si llego a ese extrem o, ¿no se d erru m b a la distinción e n tre cien­ les o m ás interesan tes. P odríam os p e rd e r las habilidades necesarias
cia h u m an a y ciencia n a tu ra l que he propuesto? ¿No es el caso que p a ra p ro d u c ir un fenóm eno (nadie puede en la actualidad tra b a ja r
los objetos de la ciencia n a tu ra l se convierten en «históricam ente el latón com o lo hacía el asisten te de u n lab o rato rio en el siglo xix,
constituidos»? No lo creo. E n realid ad he vuelto a la consideración y estoy seguro de que la m ayoría de las antiguas técnicas de pu lid o
seria de la ciencia experim ental precisam ente p ara su ste n ta r varias de lentes hoy h an dejado de em plearse). Soy el últim o filósofo en
conclusiones realistas, antiidealistas, antinom inalistas. E n la sección olvidar los cam bios rad icales que se p ro d u cen en las técnicas expe­
de R epresentig and In terven in g dedicada a la «representación», afir­ rim entales. Sigo sosteniendo que los ob jeto s de la ciencia física en
m o que en principio ninguna discusión en el nivel de la teorización b u en a m edida son creados p o r los hom bres, y que una vez cread o s no
p o n d rá fin a ninguna de las controversias en tre el realism o y el a n ti­ hay m otivos, a p a rte de la ap o stasía hum ana, p o r los que no deban
realism o lib rad as en el ám bito de la filosofía de la ciencia n atu ral. En c o n tin u ar persistien d o .
la sección referen te a la «intervención», sostengo que el recono­ Afirmo, pues, que K uhn nos conduce a un «nom inalism o revolucio­
cim iento de los hechos de la vida experim ental y de la modifica­ nario» que to rn a al nom inalism o m enos m isterioso al d esc rib ir los
ción del m undo conduce vigorosam ente al realism o científico. El lec­ procesos h istó rico s p o r los cuales p asa n a la existencia nuevas ca­
to r identificará ah o ra u n a de las fuentes de m i adm iración p o r el tegorías y nuevas d istrib u cio n es de los objetos. P ero sostengo que
d irecto m aterialism o de B recht, que afirm a a la «m anipulación», an­ u n paso ap a ren tem e n te m ás rad ical —creencia literal en la crea­
tes que al «pensam iento», com o fuente del realism o. Mi «realism o ción de los fenóm enos— m u estra p o r q u é los o b jeto s de la ciencia,
experim ental» no invita al nom inalism o en m ayor m edida que lo si bien p asa n a la existencia en u n m o m en to del tiem po, no se cons­
hace el m aterialism o de B recht. Creo que los fenóm enos físicos que titu y en históricam en te. Son fenóm enos después, al m argen d e lo
son creados p o r los seres hum anos son m ás bien flexibles al cam bio que ocurra. Llam o a esto «realism o experim ental».
teórico. El ejem plo del p a r voltaico aducido p o r el propio K uhn sir­ No hay que asu starse p o r ag reg ar algunos «ismos» m ás a n u es­
ve bien a m i propósito. tro «ísm icam ente» co n tu rb ad o m undo. Yo d iría que m i p o sición es
K uhn escribe que V olta vio a su invención en analogía con la notablem ente parecid a a la que h a dado lu g ar el «racionalism o ap li­
b o tella de Leyden. La descripción que V olta hace de ella es extraña, y cado y m aterialism o técnico» de G astón B achelard. Ningún o tro fi-
146 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA
147
CINCO PARÁBOLAS

lósofo o h isto ria d o r estudió tan intensam ente las realidades de la m iento de im po rtan cia. E l hecho en cuestión o cu rrió hace tre s m e­
vida experim ental, ni hubo o tro m enos inclinado que él a suponer ses. Confirm a algunas co n jetu ras hechas p o r Ferm i algunos años
que la razón carece de im p o rtan cia (su racionalism o aplicado). Hace antes. F erm i pen sab a que debía de existir u n a p artícu la, u n a débil
cu aren ta años B achelard enseñaba que en las ciencias se producen p artíc u la elem ental o bosón W, que fuese en cierto sentido el « tran s­
ru p tu ra s epistem ológicas (p o r ejem plo: «el efecto fotoeléctrico re­ m isor» de las corrien tes n e u tra s débiles (así com o el electrón tra n s ­
p resen ta u n a discontinuidad absoluta en la h isto ria de las ciencias»). m ite las co rrien tes cargadas ord in arias). A lrededor de 1970 se in ten ­
Al m ism o tiem po creía en la acum ulación científica y en la connaisan- taba h a lla r el W, p ero entonces la com unidad de la física de alta
ce aprochée. Lo que acum ulam os son técnicas experim entales y es­ energía pasó a investigar las co rrien tes n eu trales débiles m ism as.
tilos de razonam iento. La filosofía de la ciencia de h ab la inglesa ha C onsideraron el W com o u n a m era en tidad h ipotética, com o u n a
discutido dem asiado la cuestión de si el conocim iento teórico se invención de n u e stra im aginación. La búsq u ed a no se reinició sino
acum ula. P osiblem ente no o cu rra así. ¿Y qué hay con ello? Los fe­ esta década, en niveles de energía m ucho m ás elevados q ue lo que
nóm enos y las razones se acum ulan. Ferm i h abía creído necesario. F inalm ente en enero de 1983 el Con­
T ras este pequeño gesto de cortesía hacia B achelard paso a uno sejo E uropeo de Investigaciones Científicas anunció que h ab ía loca­
de sus descendientes espirituales, a saber, M ichael F oucault. In ten ­ lizado el W en la desintegración del p ro tó n -an to p ro tó n a 540 billones
ta ré ten er p resen te u n a de las advertencias expresadas p o r Addison de electro voltios. Puede co n tarse u n com plejo relato de h isto ria de
en The Spectator: «Algunas reglas generales extraídas de los autores la ciencia a p ro p ó sito del aban d o n o y la reiniciación de la b ú sq u ed a
franceses, acom pañadas de ciertas p alab ras extravagantes, pueden de W. H ubo p o r cierto circu n stan cias forzosas, pero no u n «forza­
elevar a u n esc rito r inculto y pesado arite el crítico m ás juicioso y m iento de la verdad». No supongo que exista u n a teo ría v erd ad era de
form idable.» 1 la verdad, pero existe u n a que es in stru ctiv a, a saber, la teo ría de la
redundancia, de acuerdo con la cual «p es verdad» no dice m ás
que p. Si algo verbal forzó a los p rim ero s investigadores, fue p, no
V. Crear seres hum anos la v erd ad de p. Lo que en re alid ad forzó a los trab a jad o res de la
investigación fue la necesidad de disponer de m ayores fuentes de
Al final de u n a reciente reseña de Consequences o f Pragm atism , energía; se tuvo que esp e ra r a la siguiente generación p a ra c re a r los
de R orty, B ern ard W illiam s cita p rim ero una frase de F oucault ci­ fenóm enos buscados que involucren la desintegración del protón-
tad a p o r Rorty: «el ser del lenguaje continúa b rillando siem pre con an tip ro tó n . H ubo circu n stan cias co n strictiv as perm an en tem en te, p ero
m ás in ten sid ad en el horizonte». ninguna de ellas se relacio n ab a con la verdad, a no ser que p o r u n a
viciosa p endien te sem án tica expresem os las constricciones con el
Continúa diciendo entonces que si no tenem os presente que la em pleo de la re d u n d an te p alab ra «verdadero».
ciencia encuentra su s cam inos a partir de la celda de las palabras, La teo ría de la verd ad b asad a en la idea de red u n d an cia es ins­
y si no volvem os a tener en cuenta que la búsqueda de ciencia es tru ctiv a pero insuficiente. No m e refiero a deficiencias form ales, sino
una de nuestras experiencias esenciales del ser, forzada por la ver­ a deficiencias filosóficas. Da lu g ar a que p arezca que la expresión
dad, hallarem os que los resplandores del lenguaje en el horizonte se
convierte en los del fuego en el que el héroe soberanam ente libresco
«es verdadero» es m eram en te red u n d an te, p ero inocua. Creo que
del A u to da Fé de Cantti se inm ola en su biblioteca. invita a ascen d er p o r la p en d ien te sem án tica y nos ab re el cam ino
hacia aquella celda de p alab ras en la que los filósofos, sin excluir
Tales juegos de m eta-m eta-citas sugieren pocos ardores, pero ten­ a W illam s, se confinan. Si existe u n a teo ría in tere sa n te de la verd ad
go dos m otivos p a ra c ita r a W illam s. El m enos im portante, e inci­ p o r d iscu tir en este m om ento, se la h allará en lo que F oucault con­
dental, es que el propio W illam s puede e sta r atra p ad o en la celda signa com o «sugerencias su jetas a u lte rio r p ru eb a y evaluación»:
de las p alabras. El cam ino p ara salir de la celda de W illam s no es
el ser forzado p o r verdad sino el c rear fenóm enos. Sólo en u n a filo­ «Verdad» debe entenderse com o un sistem a de procedim ientos
sofía de la ciencia v erbalística y dom inada p o r la teoría, «la búsque­ ordenados para la producción, la regulación, la distribución, la circu­
da de ciencia es u n a de n u estras experiencias esenciales del ser for­ lación y la operación de afirm aciones.
zada p o r la verdad». Tom em os el ejem plo reciente de u n descubri- 1 La «verdad» m antiene una relación circular con sistem as de
poder que la producen y la sustentan, y con los efectos de poder
que ella induce y que la extienden.
1. Spectator, 291 (sábado 2 de septiembre), 1711-1712.
CINCO PARÁBOLAS 1 4 9

148 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA

seriam ente, pued e ser in te rp re ta d a tam b ién com o algo que nos orien­
Si la verdad en cierra p ara n o so tro s un interés filosófico, debié­ ta hacia su exacto opuesto.
ram os p re s ta r atención al m odo en que p asan a la existencia afirm a­ Sea com o fu ere la cu estió n de la frase de R oussell, considerem os
ciones con el c a rá c te r de susceptibles de ser verdaderas o falsas y de la secuencia fu n d am en tal de la o b ra de Foucault: el m anicom io, la
posibles objetos de conocim iento. P ero aun en este caso «verdadero» clínica, la prisión, la sexualidad y, en general, el en trelazam iento de
es red u n d an te, p o rq u e aquello de lo que nos ocupam os es sim ple­ «conocim iento» y «poder». H e señalado que K uhn n ada dice acerca
m ente el m odo en que las afirm aciones pasan a la existencia. de las ciencias sociales o del conocim iento de los seres hum anos,
Tal es la observación incidental que m e proponía hacer. Veam os del m ism o m odo, F oucault n ad a dice de las ciencias físicas. Sus
ah o ra qué o cu rre con la crítica que W illiam s dirige a F oulcault. No observaciones acerca de lo que, de m an era en can tad o ra, llam am os
o b stan te las opiniones acerca de T he O rder of Things que m e form é ciencias de la vida, están dirigidas p rin cip alm en te, au n q u e no ente­
después, las observaciones de W illam s m e parecen curiosam ente ram ente, al m odo en que in terferim o s en las vidas h u m an as. He
fu e ra de lugar. Los libros de F oucault tra ta n en su m ayor p a rte escuchado c ritic a r a F oucault p o r tem er a la ciencia física. Consi­
acerca de las p rácticas y del m odo en que afectan el h ab la en la derem os, en lu g ar de eso, la hipótesis de que la división del trab a jo
que las fijam os y son a su vez afectadas p o r ella. El resu ltad o de es en lo esencial co rrecta: K uhn p a ra las ciencias físicas y Foucault
ello es m enos u n a fascinación p o r las p alab ras que p o r los seres p a ra las cuestiones hum anas.
hum anos y las instituciones, p o r lo que les hacem os a los seres h u ­ Me ce n tra ré en u n a sola cosa, estableciendo u n c o n tra ste espe­
m anos o hacem os p o r ellos. F oucault está noblem ente obsesionado cífico con el nom inalism o revolucionario de K uhn. El p ro b lem a del
p o r lo que considera que es opresión: el asilo, la prisión, el hospital, nom inalism o escolástico, pienso, consiste en que deja en to tal m isterio
la salud pública y la m edicina forense. Su m isión de esas prácticas n u e stra interacción con el m undo y la descripción que hacem os de
puede ser en teram en te errónea. H ay quien dice que ya h a provocado él. Podem os en ten d e r m uy bien p o r qué la p alab ra «lápiz» se co rres­
u n daño in d escriptible a los pobres desequilibrios a los que se dejó ponde p erfectam en te con determ in ad o s objetos. F abricam os lápices:
a n d a r lib rem en te p o r las calles de las ciudades de los E stad o s Uni­ p o r eso éstos existen. E l nom inalism o referen te a los p ro d u cto s del
dos p o rq u e F oucault convenció a los m édicos de que no se debe artificio hum ano no constituye ningún problem a. Es el nom inalism o
d eten er a los desequilibrados. Pero una cosa es clara: sin p re te n d er referen te a hierbas, árboles y estrellas el que constituye u n p ro b le­
en m odo alguno ignorar el valor de las im p o rtan tes actividades po­ m a. ¿E n qué fo rm a pu ed en n u estra s p alab ras c u a d ra r a la tie rra y
líticas de C harles Taylor, F oucault h a estado m ás lejos de en c errarse a los cielos si no hay, an tes q ue n o sotros, árboles y estrellas? Un
en u n a celda de p alab ras que cualquiera de quienes h an sido invita­ nom inalism o estricto y u niversal es un ab su rd o m isterio. ¿Qué ocu­
dos a co n trib u ir al p resen te volum en. Además, es precisam ente su rre, em pero, con las categorías que se aplican a los seres hum anos?
o b ra intelectual, su o b ra filosófica, la que a p a rta n u e stra atención Los seres hum an o s están vivos o m u ertos, son grandes o peq u e­
de n u e stra h ab la p ara dirigirla a n u estra s prácticas. ños, fu ertes o débiles, creadores o trab a jad o res, d isp aratad o s o inte­
No estoy negando el verbalism o de F oucault. Pocas personas han ligentes. E stas categorías surgen de la n atu raleza de los propios
leído su p rim e r libro, acerca del su rre alista R aym ond R oussell. Rous- seres hum anos, aunque ah o ra sabem os m uy bien en qué fo rm a es
sell p arece ser u n verdadero com pendio del hom bre en cerrado en posible re to rc e r la «inteligencia» m ediante cocientes. P ero considé­
la celda de las p alab ras. Uno de sus libros se titula: «Cómo he es­ rense las categorías ta n reelab o rad as p o r F oucault, que com pren­
crito algunos de m is libros.» Dice que in te n ta ría h allar u n a frase den la locura, la crim in alid ad y o tras desviaciones. C onsidérese in­
tal que, si se cam biase la le tra de u n a de las p alab ras, se m odificaría cluso su afirm ación (en la cual no creo dem asiado) acerca de lo que
el significado de todas las p alab ras de la frase y asim ism o la gra­ era u n soldado en la época m edieval y lo que h a llegado a ser con
m ática. (E sp ero que nadie en el MIT se en tere de eso.) E ntonces las nuevas institu cio n es de la disciplina y el uniform e: los pro p io s
se escribe la p rim e ra frase al com ienzo de una novela y se sigue soldados p asan a ser especies de seres hum anos distintos. Podem os
h a sta term in ar el libro con la segunda frase. E scribió un libro, «Im ­ com enzar a ca p ta r u n a fo rm a d iferen te de nom inalism o a la que
presiones de Egipto», y después recorrió E gipto p a ra asegurarse de llam o nom inalism o dinám ico. Las categorías de seres hum anos pasan
que n ad a de lo consignado en su libro e ra verdad. Provenía de buena a la existencia al m ism o tiem po en que las especies de seres h u m a­
estirp e. Su m adre, rica y loca, fletó u n a nave p a ra h acer un viaje a nos p asan a la existencia p a ra co rresp o n d er a esas categorías, y existe
la India. Al acercarse a la costa extendió su catalejo, dijo: «Ahora e n tre esos procesos u n a in teracción en am bas direcciones.
ya h e visto la India», y em prendió el viaje de regreso. R oussell se E sto no es dem asiado sensacional, cuando la m ayoría de las cosas
suicidó. Todo ello puede in te rp re ta rse en el nivel de u n a obsesión in teresan tes en n o so tro s son lo que elegim os h ac er o in ten tam o s no
lingüística h ip erparisina. P ero u n a caricatu ra , au n cuando se la viva
150 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA CINCO PARÁBOLAS 151

hacer, cómo nos conducim os bien o nos conducim os m al. Adhiero de la perso n alid ad m últiple. H a sta 1875 no se re g istran m ás que uno
a la concepción sostenida por G. E. M. Anscombe en In ten tio n , según o dos casos de p erso n alid ad m últiple p o r generación. Después hay
la cual en todo respecto la acción intencional es acción con arreglo u n a m u ltitu d de ellos. Además, esta especie de insania desem peñó
a una descripción. Tiene que haber, pues, descripciones. Si podem os un papel político m uy claro. P ierre Jan et, el distinguido p siq u iatra,
d em o strar que las descripciones varían, que algunas llegan y o tra s se refiere que u n a ta l Félida X, que a tra jo m ucho la aleació n en 1875,
van, entonces sencillam ente h a b rá u n a variación en lo que podem os cobró la m ayor im p o rtan cia. «Su h isto ria fue el gran argum ento
(como u n a cuestión de lógica) h acer o no hacer. Es posible re in te r­ que los psicólogos p ositivistas em plearon en la época de las h ero i­
p re ta r m uchos de los libros de F oucault com o consistentes en p arte cas luchas co n tra el dogm atism o espiritu alisla de la escuela de Cou-
en h isto rias acerca de la conexión e n tre ciertas especies de descrip­ sin. Pero p a ra Félida no es seguro que existiese una cáu-dra de Psi­
ciones que pasan a la existencia y d ejan de existir, y ciertas especies cología en el Collége de France.» Jan e t ocupo precisam ente esa
de seres hum anos que pasan a la existencia y dejan de existir. Y, lo cátedra. D espués de Félida, hubo u n to rre n te de casos de personali­
que es m ás im p o rtan te, uno m ism o puede h ac er expresam ente tra ­ dad m últiple que aú n no se h a agotado. ¿O niem de» ir que v irtu al­
bajo s de ese tipo. E studio el m ás insípido de los tem as: las estadís­ m ente no hub o casos de p erso n alid ad m últiple antes d<- l'elida? ¿No
ticas del siglo xrx. R esulta ser uno de los aspectos de lo que F oucault o cu rre sólo que los m édicos sim plem ente ................. registrarlos?
llam a u n a «biopolítica de la población», la cual «da lugar a am plias Puedo e sta r en un erro r, p ero lo que q u icio dci u i . que solam ente
m ediciones, a evaluaciones estadísticas, a intervenciones dirigidas a después de que los m édicos h u b iero n hecho su iml>a|o las personas
la to talid ad del cuerpo social o a grupos considerados com o u n todo». p e rtu rb a d a s disp u siero n de ese síndrom e para adopi.ulos. Hl síndro­
¿Qué hallo al com ienzo del gran torbellino de núm eros, alrededor m e floreció en F ran cia y pasó después a los lisiados i imdos, que ah ora
de 1820? No o tra cosa que la estad ística de las desviaciones, o de la es su hogar.
locura, del suicidio, de la prostitución, de la vagancia, del crim en No tengo u n a idea de lo q ue tal nomínale.m<> dinám ico puede
co n tra las personas, del crim en c o n tra la propiedad, de la ebriedad, re p resen ta r. C onsiderem os de todos m odos .ir. impln a. iones p ara la
de les m iserables. Ese vasto conjunto de datos reciben el nom bre de h isto ria y la filosofía de las ciencias sociales l o mismo que el no­
anályse morale. E ncontram os constantes subdivisiones y reo rd en a­ m inalism o revolucionario de K uhn, el nom inalism o dm.umi o de Fou­
m iento del loco, p o r ejem plo, com o progresos válidos. H allam os cault es un nom inalism o historízado. Pero hay ui¡-.. que es funda­
clasificaciones de m ás de cuatro m il casilleros diferentes de los mo­ m entalm ente d istin to . La h isto ria desem peña un papel esencial en
tivos de asesinato. No creo que los locos de esas especies, o esos la constitución de los o b jeto s allí donde los o lq .n ., ,,n los seres
m otivos de asesinato, hayan existido en general h asta que pasó a la hum anos y las form as en que se com portan A pe sai .1, mi d o ctrin a
existencia la p ráctica de com putarlos. radical acerca de la creación experim ental de l o .....i. no ,, sostengo
C onstantem ente se inventaban nuevas form as de h acer el recuen­ la visión del sentido com ún según la cual el ele. n. i..i..rl.vii-¡co es
to de los seres hum anos. Se creaban nuevas a b e rtu ra s en las que atem p o ral al m enos h a sta este grado: si uno li e • d é lo m inadas
se podía caer y se r contado. Incluso, los censos hechos cada diez cosas, ap arecerán determ in ad o s fenóm enos. N im ia i p i m irn m has­
años en los distintos E stados revelan asom brosam ente que las ca­ ta este siglo. N osotros los produjim os. Pero lo .................. . e s t á im­
tegorías en las que se distribuyen a los seres hum anos varían cada puesto p o r «el m undo». Las categorías creadas pm i.. que Foucault
diez años. E n p a rte ello se debe a que el cam bio social genera nue­ llam a anatom o p o lítica y biopolítica, al igual que .-i ............. inter­
vas categorías de seres hum anos, pero pienso que los recuentos no m ediario de relaciones» e n tre aquellas dos polilii a < a < <om .iiiuido
eran m eros inform es. E ra n p arte de u n a creación —elaborada, hon­ en u n m arco esencialm ente histórico. No obsiani. , . . M i . i minos
rad a y, a decir verdad, inocente— de nuevas especies del m odo de de esas m ism as categorías com o las ciencias h u m a n a . . .u iicsg an
ser de los seres hum anos, y éstos inocentem ente «elegían» caer en a describirnos. Además, esas ciencias generan mu v.i . . .iq-oii.p,, las
esas nuevas categorías. cuales, en p arte , generan nuevas especies de sen -. ................ Prim ee­
F oucault habla de «dos polos de desarrollo», uno de los cuales m os el m undo, p ero cream os seres hum anos. IV . i un, un d r su
es la biopolítica y el o tro u n a «anatom opolítica del cuerpo hum ano», advertencia acerca de los escritos pesados y las p.il.ilu , h.un esas
referen te al individuo, al cuerpo y a sus acciones. E sto es u n a cosa extravagantes con que cerré m i c u a rta parábola, A.l.li ,..n . i ibió
acerca de la cual no sé tan to que pueda fo rm u lar un juicio fundado. lo siguiente: «es u n a cosa m uy cierta que u n aulm <pn m> lia apren­
P ero sigo, no obstante, u n hilo, y sostengo que se inventó al m enos dido el a rte de d istin g u ir las p alab ras y las cosas, v ,i. p<>m-r en
u n a especie de insania, y entonces los seres hum anos desequilibrados ord en sus pen sam ientos y expresarlos según su m o d o ■|. u i p o so -
h asta cierto pu n to eligieron ser locos de esa form a. El caso es el nal, sean cuales fu eren los conceptos que tengan, »■ p. id .m m la
152 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA

confusión y en la oscuridad». Creo que, en las llam adas ciencias


sociales y h u m an as, nos perderem os en la confusión y en la oscuri­
dad aún p o r un tiem po, porque en esos dom inios la distinción entre
p alab ra y cosa se to rn a p erm anentem ente borrosa. Son precisam en­
te los m étodos experim entales, a m i m odo de ver esenciales p ara
las ciencias físicas, los que —afirm o— hacen que el nom inalism o
revolucionario h istorificador de K uhn no llegue a ser un nom inalis­
mo estricto. Los m étodos experim entales de las ciencias hum anas Capítulo 6
son algo distinto. La falta de u n a n ítid a distinción e n tre p alab ra y
cosa está en la base de la fam osa observación final de W ittgenstein, S IE T E PENSADORES Y COMO CRECIERON: DESCARTES,
de que en psicología (y en disciplinas com parables) «existen m éto­ ESPINOZA, L EIB N IZ; LOCKE, BERKELEY, HUME; KANT
dos experim entales y confusión conceptual». Aquí la «arqueología»
de F oulcault puede todavía re su lta r ú til, no p a ra «enseñar a la m osca B ruce K u klick
a salir»,* sino al m enos p a ra ca p ta r las form as de la in terrelació n
en tre «poder» y «conocim iento» que literalm en te nos constituyen
com o seres hum anos. Ello re p re se n ta ría la incidencia m ás fu e rte de Los estudios literario s, filosóficos e h istó rico s descansan a m e­
la h isto ria en la filosofía. Pero m ien tras no podam os realizar m ejor nudo en u n a noción de lo que es canónico. E n la filosofía de los
esa tarea, d eb erá seguir siendo u n a paráb o la m ás, deliberadam ente E stados Unidos los eru d ito s van de Jo n ath an E dw ards a John
abierta, com o todas las parábolas, a dem asiadas interpretaciones. Dewey; en la lite ra tu ra de ese m ism o país, de Jam es F enim ore Coo-
p e r a F. S cott Fitzgerald; en teo ría política, de Platón a H obbes y a
Locke; en crítica literaria, de A ristóteles a T. S. E liot (o quizás a
H arold Bloom); en pen sam ien to económico, de Adams S m ith a Jo h n
M aynard Keynes. Los textos o los au to res que cu b ren los espacios
desde la A h a s ta la Z en ésa y en o tras tradiciones in telectuales,
constituyen el canon, y existe u n a n arrac ió n co m p lem en taria que
enlaza u n texto con o tro o un a u to r con otro: u na « historia de» la
lite ra tu ra norteam erican a, del p ensam iento económ ico y así sucesi­
vam ente. La fo rm a m ás convencional de tales h isto rias está e n c arn a­
d a en los curso s un iv ersitario s y en los textos que los acom pañan.
E n este ensayo se exam ina u n curso así: el de H isto ria de la Filoso­
fía M oderna, y los textos que h an ayudado a crearlo.
Si a u n filósofo de los E stad o s Unidos se le p re g u n ta ra p o r qué
los siete nom b res m encionados en el títu lo de ese tra b a jo c o n stitu ­
yen la filosofía m o derna, la resp u esta inicial sería: fueron los m e­
jo res, y existen e n tre ellos vínculos h istó rico s y filosóficos. E sa es
u n a re sp u esta in m ediata, p o rq u e la reflexión hace p o r lo com ún que
el filósofo se sienta levem ente incóm odo. E n In g late rra la F ilosofía
M oderna es: D escartes, Locke, Berkeley, H um e; y sólo recien tem en te
K ant. E n F ran cia se acen tú a m arcad am en te la o tra línea —en d irec­
ción del racionalism o cartesian o : D escartes, Geulincz, M alebranche— ,
a lo que sucede u n ráp id o viaje a través del siglo x v m h asta K an t.
E n A lem ania hallam os lo que p o d ría llam arse un Drang nach la
Crítica: Leibniz, W olff, K an t.1 El análisis de la m anera en q u e se
* Como es notorio, el autor alude al conocido parágrafo 309 de las Investiga­
ciones filosóficas de Ludwig Wittgenstein («¿Cuál es tu objetivo en filosofía? — 1. Mi información acerca de las ideas inglesas proviene de los Departamen­
Mostrarle a la mosca la salida de la botella cazamoscas»). [R.] tos de Exámenes de Oxford y de Cambridge. Pero Scruton, 1981, señala que la
154 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA SIETE PENSADORES 155

estableció el grupo vigente en los E stados Unidos contribuye, al Johnson, p ro n to a se r tu to r en Yale y conocido com o m aestro de
m enos, a refin ar la resp u esta de m i filósofo a la p re g u n ta «¿Por qué Jo n ath an E dw ards, escribió su E ncyclopeáia o f Philosophy. E ste
esos filósofos?»; p ero tam bién nos dice algo acerca de la ocupación libro no en cierra un conocim iento firm e acerca del universo, p ero sí
de escrib ir la h isto ria de la filosofía.*2 la erudición filosófica recibida en A m érica del N o rte a com ienzos
Comienzo con la h isto ria de las ideas en los siglos xvi y xvii. del siglo x v iii . Antes de su ap o stasía —se convirtió al episcopalianis-
Una línea im p o rtan te e n tre los h u m an istas del R enacim iento fue su mo— el propio Johnson fue considerado com o un p en sad o r so b re­
crítica de lo que ellos veían como la añagaza aristotélica de la esco­ saliente de Nueva In g laterra. E n la E ncyclopeáia p resen ta u n breve
lástica. Los h u m an istas sostenían que la filosofía debía ser la guía esbozo de la filosofía desde Adán. E l resu m en del desarrollo desde
p a ra la vida, y que la escolástica, al co n centrarse en ciertos aspectos la edad apostólica m erece ser citado in ex te n so :
de la lógica de A ristóteles, había a p a rta d o a la filosofía de los asun­
tos de los hom bres. E n oposición a ello, algunos h u m an istas insistían Desde Grecia la filosofía fue introducida en Italia y desde allí a
en que la retó rica debía ser elevada a la m ism a a ltu ra que la lógica; Alemania, Holanda, España, Francia e Inglaterra. En esos países se
de ese m odo no sólo se sería capaz de c a p ta r la verdad, sino tam bién hallaron no pocos de los más grandes hombres; porque su doctrina
de convencer a o tro s de ella. E sta noción halló su form ulación m ás era cristiana. Entre esos innumerables hombres, las sectas princi­
extrem a en la o b ra de Pedro R am us, cuya obra titu lad a Diálecticae pales eran las de los platónicos, la de los peripatéticos y la de los
fue decisiva p a ra la controversia intelectual en la E u ro p a de su siglo eclécticos. El jefe de los eclécticos fue un gran hombre, Ramus,
tras su publicación en 1543. R am us inventó un nuevo m odo de en­ cuya huella siguió Richardson; a éste siguió después Ames, el más
ten d er el m undo —su dialéctica—, que sintetizaba lógica y retórica. grande de todos ellos; y nosotros seguimos a Ames.
E l novedoso m étodo era u n m odo de análisis que capacitaba a quien
lo ap ren d ía p a ra ca p ta r la e stru c tu ra de ciertas proposiciones —por Voilá! H e aq u í la trad ició n que constituyó el p rim e r foco de
tan to , si la proposición era verdadera, tam bién la e stru c tu ra del especulación en A m érica del N orte: Platón, A ristóteles, P edro R am us,
m undo— y, p o r últim o, la m anera convincente de expresar esas A lexander R ichardson, W illiam Ames, y Sam uel Jo h nson de Yale.3
verdades. El hum anism o de R am us fue la colum na v erteb ral filo­ E sta es u n a visión levem ente inexacta de la trad ició n de com ien­
sófica de gran p arte de la teología calvinista, y en In g late rra gravitó zos del siglo x v iii . H acia fines del siglo x v ii se conoció y se apreció
en las obras de los p u ritan o s de C am bridge de fines del siglo XVI, en Am érica del N o rte el pen sam ien to cartesiano, al que se in te rp re ­
A lexander R ichardson y W illiam Ames. Ames, en p artic u la r, fue una tab a h ab itu alm en te com o u n a extensión de las ideas de R am us.
figura saliente de com ienzos del siglo xvn. N unca llegó a e sta r en el D espués de 1690 se difundió u n a versión m arcad am en te racio n alista
Nuevo M undo, si bien proyectaba una expedición hacia ese conti­ de Locke. Es ju sto decir que a m ediados del siglo x v iii ya no se
n en te en la época de su m uerte, en el segundo cuarto de siglo. No consideraba que el grupo de p en sadores que acabo de m encionar
obstan te, las ideas y los textos de Ames fueron fundam entales p ara en cerrasen toda la sab iduría. Se divulgaron las nuevas d o ctrin as fi­
los p u ritan o s de Am érica del N orte y constituyeron el núcleo de su losóficas de Locke (y de N ew ton), si bien se tra ta b a aún de u n Locke
pensam iento en el período de setenta y cinco años que siguieron a entendido en u n m arco cartesian o : de u n Locke visto a través de la
la fundación de H arv ard en 1636. En 1714 el norteam ericano Sam uel lente del racio n alista new toniano inglés Sam uel Clarke. Se em pleó
ese Locke prin cip alm en te p a ra «m odernizar» la teología calvinista;
ése es el elem ento ca racterístico de la o b ra de Jo n ath an E d w ard s.4
E n la A m érica del N o rte de fines del siglo x v iii , la filosofía h ab ía
versión norteamericana puede ser ahora al menos anglonorteamericana. Un com enzado a em erger com o u n a em p resa independiente, p ero no h a­
buen ejemplo del tratamiento francés es Brehier, 1930 y 1938. A Descartes y el
cartesianismo se le dedican ochenta páginas, a Malebranche veintiocho, a John bía ya u n con ju n to de d o ctrin as co h erentes y aceptado p o r to d o s a
Locke y la filosofía inglesa veinticinco, a Hume diecisiete, a Condillac dieciocho, cuya form ación hubiesen con trib u id o unos pocos hom bres. P or u n a
a Rousseau quince. Algunos de los tratamientos alemanes clásicos se citan más p arte , p a ra los pensadores, p ro fu n d am en te religiosos, que tra b a ja b a n
abajo en el texto. con el nuevo sistem a establecido p o r E d w ards, la trad ició n que era
2. Los estudios acerca del modo en que comprendemos la historia de la
filosofía no son frecuentes; un excelente libro, aparecido recientemente, es, sin decisiva p a ra la visión ra m ista del m undo h ab ía p erd id o im p o rtan cia.
embargo, Loeb, 1981. El lector debe consultar también el número especial de P or o tra p arte , los filósofos que tra b a ja b a n en los colegios norteam e-
The Monist, 1969, Mandelbaum, 1976 y Walton, 1977. Un estudio en el que se
reflexiona acerca de la formación de la tradición literaria norteamericana, que 3. Esta explicación se apoya en Flower y Murphey, 1977 (la cita de Johnson
también ha sido provechoso, es Baym, 1981. Asimismo Skinner, 1987 atiende a se halla en ese trabajo, I, 20), y Murphey, 1979.
la cuestión de lo canónico. 4. La base para este sumario proviene de Flower y Murphey (1977, I, 365-373).
156 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA SIETE PENSADORES 157

ricanos h ab ían em pezado a ver a D escartes y a Locke com o «grandes y asistem ático del corpus de H am ilton —g ran p a rte de su o b ra fue
hom bres» cuyas o b ras h abía que leer; p ero no se concebía a ninguno publicada p ó stu m am en te p o r sus discípulos— y ac u sar a su a u to r
de los dos com o p arte s de un diálogo en curso. de lo que^ a m uchos p areció obvias contradicciones. Con m ag istral
El paso al nuevo siglo señaló el com ienzo de u n a trad ició n clara­ estilo polém ico. Mili destruyó el prestigio de H am ilton, no sólo en
m ente «m oderna». El pensam iento de la Ilu stració n inglesa y fra n ­ G ran B retañ a sino tam b ién en los E stados Unidos.
cesa, atractiv o p a ra hom bres como F ran k lin y Jefferson, era visto El éxito de la E xam ination de Mili es u n dato crucial p a ra com-
con h o stilid ad p o r la m ayoría de los pensadores de form ación filo­ PJe^ e r desarrollo de la concepción contem p o rán ea de la Filosofía
sófica y teológica. H um e, en p artic u la r, era visto con tem o r y des­ M oderna en los E stad o s Unidos, p ero no fue p a ra Mili u n éxito
precio. Pero teólogos y filósofos hallaron en u n a Ilu strac ió n escocesa personal. P or el lado negativo, no sólo destruyó a H am ilton, sino que
ad u lterad a u n an tídoto co n tra Hum e, con lo que com enzó u n a alianza tam bién arru in ó la credibilidad de toda la rép lica escocesa a Hum e.
en tre los pensadores estadounidenses y el realism o «natural» de los Mili dejó sólo a Locke en pie. P o r el lado positivo, Mili convirtió a
escoceses que d u ra ría m edio siglo. Los teólogos que en las escuelas lo que p o d ría caracterizarse com o la posición em p irista escéptica,
de su especialidad em pleaban la filosofía como trasfondo de sus en algo que nuevam ente debía ser conjurado. Pero no fue Mili —ni
estudios, y los filósofos que en los colegios tra ta b a n problem as cla­ su E xam ination ni su Logic— el que se to rn ó lectu ra obligada; fue
ram en te filosóficos p o r sí m ism os, ju ra ro n fidelidad a T hom as Reid m as bien H um e el que ocupó un lugar p ro m in en te en el em pirism o.
y hallaro n en su obra toda u n a serie de persuasivas resp u estas al La E xam ination de Mili se difundió en los círculos filosóficos
escepticism o de H um e. E n el curso del siglo xix surgió u n a definida estadounidenses en to rn o de 1870. Diez años m ás ta rd e se fijaron
tradición de pensam iento. Leído a la luz de los posteriores d esarro ­ las líneas fun d am en tales de la tradición del siglo xx. Pues en su
llos hechos en Escocia, Locke fue in terp re tad o de u n a m an era que búsqueda de u n a «respuesta» a H um e, los filósofos n o rteam ericanos
se relaciona con la que los m anuales p re sen tan en la actualidad: la de orientación teológica com enzaron a en fren tarse con la Crítica de
del realism o y el em pirism o del sentido com ún; el Locke racio n alista la razón p ura de m an era directa, en lugar de hacerlo m ediante sus
se to rn ó m enos im portante, y lo m ism o ocurrió con su predecesor in terp retacio n es escocesas. K ant cobró im p o rtan cia tam bién en In­
D escartes. Además, el ex trao rd in ario triu n fo de Reid y sus seguidores g laterra, pero el p ro fu n d o c a rá c te r religioso de la vida intelectual
convirtió a H um e en u n a figura secundaria. H ubo u n a transición n o rteam erican a hizo que en los E stados Unidos persistiese h asta
n a tu ra l del Locke em pirista al Reid em pirista, pero ese Locke no m ucho después de que en In g late rra la m oda h u b o pasado. E n los
era aún el n u estro. E ra alguien que, sean cuales fueren sus virtudes, E stados Unidos el apreciado K ant reem plazó al deslucido H am ilton
ejem plificaba el m ayor defecto del pensam iento del siglo x v n : la en su condición de co n q u istad o r del escepticism o religioso. Los fi­
adhesión a una teo ría representacional del conocim iento. El paso de lósofos se com placían en en señ ar y llegaron a creer que, al d esp e rtar
Locke a R eid consistió en la corrección que el segundo hacía del e rro r a K ant de su sueño dogm ático, H um e había conducido d irectam en­
del p rim ero m ediante u n a teo ría de la percepción directa. El pensa­ te a su sucesor y a su p ro p ia refutación. Tenem os, p o r tan to , el
m iento de Reid pareció h ab e r sido reforzado en sus detalles p o r su com ienzo de la Filosofía M oderna: Locke, H um e, K ant.
discípulo, Dugald S tew art. Además, ad en trad o el siglo xix los esta­ Me propongo ah o ra re se ñ a r el m odo en que se com pletó ese es­
dounidenses creyeron que con la o b ra de S ir W illiam H am ilton la bozo; pero an tes de eso es necesario decir algo acerca de la in tro ­
posición escocesa había superado la crítica de Reid hecha p o r K ant ducción del m anual de la h isto ria de la filosofía en el discurso filo­
en la Critica de la razón pura. H am ilton fue u n hom bre de inm ensa sófico estadounidense. La b iblioteca del colegio estadounidense ha
erudición; in tro d u jo el pensam iento alem án en In g late rra en la déca­ sido p o r largo tiem po el rep o sito rio de los m anuales em pleados p ara
da de 1830, y ejerció la cáted ra de Lógica y M etafísica en E dim burgo. in cu lcar filosofía. Esos textos eran de dos tipos: resúm enes, reela­
E n los E stados Unidos se lo reconoció com o quien había refinado borados, de las ideas de los p en sadores p referidos, e investigaciones
las ideas escocesas p ara recoger lo que h u b iera de valioso en Kant. sinópticas originales del ám b ito de la filosofía m oral con algunas
Tenem os, pues, aquí una segunda tradición en los E stados Unidos, soluciones ap ro p iad as p a ra p roblem as de lo que p odríam os llam ar
la cual predom inó h a sta 1870 aproxim adam ente: Locke, Reid, Ste­ la filosofía de la razón. E n 1871 y en 1873 se tra d u je ro n del alem án
w a rt y S ir W illiam H am ilton. k)s dos volúm enes de la H isto ry o f P hilosophy fro m Thales to the
E n 1865 Jo h n S tu a rt Mili publicó su E xam ination of the Philosophy Present T im e 5 de Überweg, la cual h ab ía sido p ublicada originaria­
o f S ir W illiam Hamilton-, Mili estaba en el apogeo de su ca rre ra, y m ente de 1862 a 1866. La o b ra de Ü berw eg fue m uy conocida en los
H am ilton, que h abía m u erto diez años antes, no podía responder.
Mili fue tam bién capaz de sacar provecho del ca rác te r fragm entario 5. Überweg, 1871, 1873.
158 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA SIETE PENSADORES

E stados Unidos, p ero en realid ad sólo ejem plifica el in terés entonces te testim onio del deseo de los pen sad o res n o rteam erican o s del si­
creciente p o r los sectores especulativos de «la h isto ria de la filoso­ glo xix de em peñ arse en h a lla r u n a víctim a p ro p iciato ria filosóficas
fía» ta l com o se la concibe en Alem ania. Lo que ello significó p a ra los D escartes apareció com o el prin cip al racionalista. P o r no hallarse"
estadounidenses fue que la filosofía conscientem ente pasó a ser vista, interesado en la observación científica, se lo podía co n tra p o n er aL
p rim ero, com o u n a em presa colectiva en la que la h u m an id ad había em p irista Locke. E ste desarrollo se coordinó intelectu alm en te con
«encarnado en concepción científica su s visiones del m u n d o y sus el surgim iento del idealism o alem án, el cual, en su m ás extravagante
juicios de vida», p a ra citar la trad u cció n norteam erican a de 1893 form a, puede ser visto com o la in fo rtu n a d a culm inación de u n racio ­
de la H isto ry de W indelband.6 Segundo, pasó a ser vista com o una nalism o desenfrenado. Pero esa culm inación sólo se po n d ría de m a­
dialéctica en la que h abía un im pulso intrínseco hacia la verdadera nifiesto después de la P rim era G uerra M undial. A fines del siglo xix
n atu raleza del pensam iento, p a ra p a ra fra se a r la aú n com pleja His­ se d estacaba al racionalism o cartesian o p a ra p o n er de relieve lo
tory o f P hilosophy norteam erican a de F ra n k Thilly.7 F inalm ente, pasó que h abía de sensible en el em pirism o de Locke.
a vérsela com o u n decurso que conducía inevitablem ente, a través B erkeley em ergió com o u n a figura fu n d am en tal p o r razones dife­
de los alem anes, a las superiores ideas del presente. Como dice rentes. Aquí los norteam erican o s estab an influidos p o r los id ealistas
A rth u r K enyon R ogers en su ex tra o rd in aria S tu d e n t’s H istory of ingleses que resu citaro n a B erkeley com o p re c u rso r de sus p ro p ias
Philosophy, él alcanzó los objetivos de su libro «por m edio de u n a ideas hegelianas. Los n o rteam erican o s se acercaro n a la o b ra de Ale-
m ódica reproducción de la filosofía hegeliana de la historia».8 El libro xan d er Cam pbell F rase r y Thom as Hill Green: el p rim ero red escu b rió
de R ogers se publicó p o r p rim era vez en 1901, pero hubo después a Berkeley p a ra los lectores ingleses; el segundo encabezó en G ran
m uchas ediciones y reim presiones. Es texto de p ru eb a de u n a «His­ B retaña el com bate p o r el reconocim iento de la realid ad del yo com o
to ria de la Filosofía M oderna» norteam ericana. Las obras alem anas entidad consciente.
no lo son, pero en las dos últim as décadas del siglo xix co n stitu ­ Los influyentes artícu lo s de C hales Peirce de la década de 1870
yeron p a ra los norteam ericanos el m odelo de cóm o debe ser una y la o b ra de Josiah Royce Religious A spects o f P hilosophy, publicada
au tén tica h isto ria del pensam iento m oderno y de cóm o debe estable­ en 1885, la cual fue ex trao rd in ariam en te im p o rtan te, re p resen ta n lo
cerse u n a vinculación en tre los pensadores. que o cu rría con D escartes y B erkeley en los E stad o s Unidos. N inguno
E sos m odelos, unidos a los tres filósofos aún vigentes después del de aquellos dos au to res fue un defensor del realism o rep resen tacio ­
ataq u e de Mili —Locke, H um e y K ant—, rep resen ta ro n cuanto fue nal cartesiano, pero cada uno de ellos -—Royce, b asándose en el
esencial p ara p ro d u c ir algo m ás que u n a serie de «grandes pensado­ ejem plo de Peirce— to m an a D escartes com o la p rim era m u estra
res» o incluso una tradición de discurso predom inante: el canon de de lo que h abía habido de erróneo en la filosofía m oderna y de los
la Filosofía M oderna. P ara m o stra r cóm o se lo form ó llam aré p ri­ argum entos fund am en tales de varias concepciones equivocadas: el
m ero la atención acerca de u n renacim iento local del interés p o r dualism o, la teorización a priori acerca de la ciencia y la teo ría causal
D escartes y de u n a preocupación p o r B erkeley in sp irad a p o r el res­ de la percepción. Sus resp u estas a B erkeley eran m ás com plejas:
peto de los norteam ericanos p o r los neohegelianos ingleses. Peirce se propuso s u s te n ta r el idealism o p lu ralista de B erkeley p ero
P ara los norteam ericanos K an t suscitó la cuestión de la inteligibi­ condenando su nom inalism o; Royce in te rp re tó a B erkeley com o u n
lidad del realism o representacional. Ellos h allaro n en D escartes un filósofo que llega sólo h a sta la m itad del cam ino que conduce a la
realista a quien podía reprochársele u n a serie de erro res que el co rrecta posición del idealism o absoluto. No obstan te, p a ra am bos
p ensam iento k an tiano podía corregir. Tam bién Locke era un realista el trata m ien to que hacen de Berkeley desem peñó u n papel sem e­
rep resen tacio n al, pero en los E stados Unidos no era sólo y m eram ente ja n te al de su trata m ie n to de D escartes; h u b o de este filósofo un
u n epistem ólogo: era tam bién el p ad re intelectual de la C onstitu­ renacim iento que lo colocó al comienzo del canon; B erkeley pasó a
ción. E ra el «filósofo de América», «el grande y celebrado señor fo rm a r p a rte de él sin p ro c ed er de ningún lu g ar definido. P o r cierto,
Locke», cuyas expresiones de afecto p o r A m érica del N orte databa en el caso de B erkeley es posible ver que su in terp re tació n en el
de los días de la Revolución. El lugar de D escartes en el canon es en grupo de pensadores com o u n a figura cronológicam ente situ ad a en tre
p a rte testim onio de la veneración de la c u ltu ra p o r Locke, y en p ar­ Locke y H um e, llevó u lterio rm en te a la conclusión, fu n d ad a en el
p o st hoc ergo p ro p ter hoc, de que B erkeley h ab ía acep tad o los p re ­
6. Windelband, 1893, 9 (el subrayado se halla en el original). supuesto de Locke, y que Hum e, recogiendo el m en saje de Berkeley,
7. Thilly, 1914, 1-2. También debiera leerse el prefacio de la tercera edición los continuó en todos los aspectos. Se exaltó así a D escartes, en p a rte
revisada (Thilly y Wood, 1956, v-viii). porque n adie deseaba a ta c a r a Locke; y la exaltación de B erkeley
8. Rogers, 1907, vi. Esta «Nueva edición revisada» es la más antigua que
he encontrado. reflejó, en p arte , la incidencia de la m etrópolis en la provincia.
160 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA
SIETE PENSADORES 161
Es m ás difícil ver de qué m odo los sucesores de D escartes se
u nieron a los otros cinco. Espinoza y Leibniz ingresaron tard íam en te nista. Royce era el an tag o n ista decisivo, y la discusión e n tre éste y
en el canon, y aú n hoy, sospecho, posiblem ente se los excluya del Jam es definió los lím ites del d eb ate filosófico en los E stados Unidos
curso de Filosofía M oderna si uno llega a em pantanarse en las Me­ p o r u n a generación. Jam es seg u ram en te sabía de la gran im p o rtan cia
ditaciones o si se le quiere dedicar m ucho tiem po al E nsayo sobre que Royce había concebido a Espinoza. Si bien au n u n som ero cono­
el en ten d im ien to hum ano. Tengo acerca de ellos u n a co n jetu ra ba­ cim iento de la m an era en que Jam es en tiende a Leibniz pone de
sada en los hechos. m anifiesto que no e ra p a rtid a rio del o p tim ism o sostenido p o r este
E n 1892 Royce escribió u n estudio, m uy leído, titu lad o T he S p irit filósofo, es tam b ién evidente que an h elab a h a lla r en el p asado especu­
o f M odern Philosophy. Como reco rd ab a Georg H e rb ert Mead, debie­ lativo u n con ju n to de cuestiones sem ejantes a las que h ab ían im ­
ra h ab e r «una edición especial de The Spirit of M odern Philosophy pulsado su propio pensam iento. Tengo el p resen tim ien to de el hecho
en cu ad ern ad a en m arro q u í fileteado, m árgenes ilum inados y p arág ra­ de que E spinoza y Leibniz ocupen los lugares que ocupan es ra s tro
fos inicialados, e ilu strad o con im ágenes de Rafael, p a ra sim bolizar pluralism o de com ienzos del siglo xx. Sólo si se ve de ese m odo el
lo que significó p a ra los jóvenes el que Royce com enzara a enseñar florecim iento del canon —esto es, del p a r fo rm ado p o r E spinoza y
en Cam bridge».9 E n la segunda p arte del libro se p ro c u ra d em o strar Leibniz— puede explicarse que se p resen te a Leibniz co rrien tem en ­
que el idealism o de Royce era com patible con D arw in, pero la te com o el sucesor de Espinoza (o com o su altern ativ a) m ás bien que
p rim era p a rte era u n a h isto ria de la filosofía. Si bien e ra claro que com o crítico del em pirism o de Locke, lo cual no es m enos plausible
la o b ra de Royce era en teram en te personal, su a u to r ejerció una que lo an terio r. Tenem os así: D escartes, Espinoza, Leibniz. He insi­
decisiva au to ridad. Lo que entendía p o r Filosofía M oderna era un nuado ya que en Am érica del N orte el racionalism o de la filosofía
estudio de los filósofos poskantianos (para él) m ás o m enos con­ m o d ern a fue fru to de la incidencia del idealism o absoluto a fines
tem poráneos: Fichte, Hegel, Schopenhauer. Pero su concepción de del siglo xix. Tenem os ah o ra m ás p ru eb as de ello. E n los E stad o s
lo que p a ra n o so tro s es el período de la Filosofía M oderna es cu­ Unidos Jam es hizo m ucho p o r a c re d ita r la existencia de la trad ició n
riosa. Su culm inación era K ant; antes de ello, Royce consideraba racionalista; hizo tam b ién m ucho p o r d esa cre d itar su m érito en
que el p eríodo com prendía dos épocas. P rim ero, «el p en sa d o r especu­ contraposición con el em pirism o, el p lu ralism o y el resp eto p o r la
lativo m ás profundo» del siglo x v n , Espinoza; segundo, el período ciencia.
que va «de E spinoza a K ant».10 ¿P or qué esa veneración p o r Espi­ D escartes, E spinoza, Leibniz; Locke, B erkeley, H um e; K ant. P ero
noza? Sim plem ente porque Royce vio en E spinoza el filósofo que éste no es el final de la h isto ria. La p re g u n ta que debe fo rm u larse
an tes de K ant re p resen tó m ás claram ente la verdad que Royce había ah o ra es: ¿qué pasó con H egel? Y la re sp u esta c o rrec ta es: au n q u e
alcanzado en 1892: la verdad del idealism o absoluto. pueda h ab e r sido golpeado con an terio rid ad , lo m ataro n en la P ri­
Unos quince años m ás tard e se escribió otro opúsculo p a ra esos m era G uerra M undial.
tiem pos, que es im p o rtan te p ara com prender la h isto ria de la filoso­ E n los círculos filosóficos n o rteam erican o s de fines del siglo xix
fía ta l com o se la concebía entonces. E n el p rim e r capítulo de su había m ás hegelianos de to d o género que los que un o p o d ría enu­
P ragm atism distinguió W illiam s Jam es en tre los filósofos de esp íritu m erar. Royce no era hegeliano, p ero su concepción de la h isto ria
d u ro y los filósofos de esp íritu blando, en tre los que él llam aba empi- del pensam iento conduce a Hegel y a trav és de Hegel. Aun W illiam
rista s y racionalistas. No se tra ta de d iscu tir el m odo en que Jam es Jam es, com o he señalado, p ro p en d ía a definirse en oposición a los
en tiende la h isto ria de la filosofía p er se, pero en tre o tras cosas seguidores de Hegel. George Sylvester M orris, que p o r un tiem po
Jam es llam a la atención acerca de E spinoza y Leibniz com o m entali­ presidió en el m odo alguno insignificante eje H opkins-M innesota-
dades m o n ista y p lu ralista respectivam ente, y señala a Leibniz como M ichigan de incipiente filosofía profesional, ejem plificaba m ejo r el
filósofo m o n ista no o b stan te ser racionalista: de acuerdo con la tipo de figura podero sa que alen tab a el estudio de Hegel. M orris
tipología de Jam es, los racionalistas eran m onistas y los em piristas fue, adem ás, el tra d u c to r de la H isto ry o f P hilosophy de Überweg.
eran p lu ralistas. A los fines de este exam en conviene d estac ar que No o b stan te, el m ejo r ejem plo es la o b ra del discípulo hegeliano
la o b ra de Jam es está dirigida fundam entalm ente a d ar validez al de M orris, Jo h n Dewey.
m onism o del a u to r en el contexto de la discusión de aquellos días, En 1884 Dewey escribió u n artícu lo titu lad o «K ant and philoso-
que era, a su entender, aunque erróneam ente denom inada así, m o­ phic m ethod». Lo que se en cu en tra en ese ensayo es u n a cabal con­
cepción de la h isto ria de la filosofía p ro p ia del siglo xx, concepción
9. Mead, 1916-1917, 69. que claram ente proviene de las ideas alem anas de m ediados del
10. Royce, 1892, 41, 9. siglo xxx referen tes a la h isto ria especulativa. Dewey sostenía que
hay en la h isto ria del pen sam ien to u na lógica in tern a que conducía,
SIETE PENSADORES 163
162 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA

del canon: el K an t del canon sin tetiza al racionalism o y al em p iris­


a través de los em p iristas y los racionalistas, a K an t y a su heredero mo; ya no es ta n to el p ad re de Hegel.
Hegel, quien co m pletaba al an terio r. C uatro años m ás ta rd e , en 1888,
Dewey publicó u n im p o rtan te libro acerca de Leibniz, L eibniz's N ew N ada de lo que he dicho debe en ten d erse com o u n a afirm ación
E ssays C oncerning the H um an Understanding, p a rte de u n a serie de que los siete ho m b res no fuesen los m ejo res filósofos en el lapso
ed itad a p o r M orris dedicada al análisis de los grandes tra ta d o s de que va de 1605 (A dvancem ent o f Learning, de B acon) a 1788 (E ssay
la filosofía alem ana. Pero el propósito de esa o b ra de Dewey no era on the A ctive Pcrwers, de Reid). Tam poco m e propongo p o n er en
sólo la in terp re tació n de Leibniz. Dewey se proponía tam bién reha­ tela de juicio que en tre esos pen sad o res pued an establecerse salien­
cer el canon que él había sancionado ta n poco tiem po antes. El tra ­ tes relaciones filosóficas o h istóricas, o de am bos tipos. Lo que deseo
tam iento de Leibniz era un trata m ie n to hegeliano: Dewey encontró afirm ar es que ni los m érito s in trín seco s de los siete filósofos ni las
en él resp u estas a cuestiones de peso p a ra los estudiosos n o rteam e­ conexiones existentes e n tre ellos son suficientes p ara d a r cu en ta del
ricanos de Hegel de fines del siglo xix. S ostenía que Leibniz an tici­ lugar que ocupan com o m anifestaciones de la Filosofía M oderna.
p ab a el trata m ien to de la percepción del m undo n a tu ra l que llegó De m an era com pleja el canon refleja la h isto ria del vencedor; esa
a su realización m ás plena con el idealism o; la preocupación de m anera es com pleja en dos sentidos: en p rim e r lugar, esos siete
Leibniz era la de explicar en qué fo rm a lo físico contiene en sí los filósofos canónicos no fueron a fines del siglo XIX figuras polém icas
gérm enes de lo espiritual. Más aún: Dewey estaba in teresad o en vivas con las que la filosofía de esos años p u d iera e n tra r en discu­
d em o strar que en su m ayor p a rte la trad ició n del em pirism o era sión; eran tam bién sím bolos de los problem as que in q u ietab an a los
irrelev an te p a ra com prender el desarrollo de la filosofía m oderna. principales filósofos n o rteam erican o s y, en conform idad con ello,
F o rm ab an el canon Locke (con el Ensayo), Leibniz (en su refutación a toda la com unidad filosófica del período. E n térm in o s de incidencia
de Locke), K ant y Hegel. Dewey sostiene que, si bien com únm ente en la época, la E xam ination de Mili, es, con m ucho, el libro de m ayor
se en tendía que H um e h abía despertado a K ant de su sueño dog­ im p o rtan cia acerca del cual yo haya escrito. Pero ni en la E xa m in a ­
m ático, era m ás im p o rtan te reconocer que, antes de ese hecho, ya tion ni en la Logic se convirtió Mili a sí m ism o en m iem bro del
Leibniz h ab ía p re p ara d o a K ant p a ra escrib ir lo que escribió des­ canon; lo que hizo fue señ alar p roblem as decisivos —el escepticism o
pués de aq u el sueño.11 B aste decir que Hegel fo rm ab a p arte , con y su refu tació n — sim bolizados en K ant y en H um e. De igual m odo,
m ucho, del canon a fines del siglo xix. no puede h allarse en los E stad o s Unidos ningún p a rtid a rio de la
D u rante la p rim era década del siglo xx el crédito de Hegel dis­ posición de D escartes; lo que sí puede co m p ro b arse es la convicción
m inuyó con el sugerim iento de diversas form as locales del realism o. de que D escartes había p lan tead o u n pro b lem a cardinal. La relación
No obstan te, el m ovim iento an tiid ealista h ab ría rep resen tad o p ara de la consciencia con su o b jeto era u n enigm a que h ab ía que resolver.
el lu g ar de Hegel en la Filosofía M oderna u n peligro no m uy serio P ara los filósofos n o rteam erican o s D escartes se h ab ía equivocado en
de no h ab e r sido p o r la G uerra. La h istérica g ritería académ ica con­ todo —p o r m om entos Peirce y Royce lo p re sen tan casi com o u n
tr a todo lo alem án desde 1914 h asta 1918, es u n hecho bien probado necio—, pero su o b ra esbozaba u n p ro b lem a epistem ológico fu n d a­
de la h isto ria social n o rteam ericana, y no hace falta subrayarlo m ental. Como he afirm ado, Espinoza o cupaba u n lu g ar cen tral en
aquí. Vale la p ena consignar, em pero, que en el terren o de la filo­ el canon explícito de Royce, p ero era D escartes el filósofo con quien
sofía la h isteria condujo a u n desquite c o n tra el idealism o absoluto, Royce estab a m ás co m prom etido y el p rim ero en ser canonizado.
especialm ente en la m edida en que tuvo u n a dim ensión social: esa N o es pues la h isto ria del vencedor en el sentido de que la E d ad de
fo rm a m o n stru o sa del egoísm o teutónico en la vida política era u n a Oro a p o rta ra sus h éroes personales, sino en el sentido de que la
de las causas p ro fu n d as de la guerra. D espués de la guerra, Hegel se E dad de Oro nos legó los h o m b res que encarnaban sus in q u ietudes
convirtió, p a ra los norteam ericanos, en u n a figura cándida, pom posa, m ás profundas.
derrotada, indigna de la gran tradición. E n realidad, lo llam ativo no Al p re se n ta r la p reced en te breve visión retro sp ectiv a de las tr a ­
es que Hegel se desvaneciera, sino la perm anencia de K ant. Y, en diciones y de los grandes p en sadores de los siglos x v n , x v m y de
arm o n ía con este desarrollo, el K ant que perm aneció no fue el K ant la p rim era p a rte del XIX, m i p ro p ó sito era en p a rte el de m o s tra r
lleno de elem entos de la m etafísica trascendental. E ra m ás bien el que las cosas h ab ían cam biado.
K ant que expuso C. I. Lewis: el austero epistem ólogo trascendental,
La Filosofía M oderna re p resen ta de m an era com pleja la h isto ria
no el m etafísico trascendental. P ara expresar este pu n to en térm inos 1
del vencedor tam b ién en el sentido de que con la rígida form ación
del canon coincidió el hecho de que se releg ara a la u n iv ersid ad la
enseñanza de todo m aterial filosófico. Los h isto riad o res profesionales
11. Véase: Dewey, 1969, 428-435.
164 LA FILOSOFIA EN LA HISTORIA
SIETB PENSADORES 165

han definido rígidam ente períodos históricos «naturales» —R enaci­


m iento, R eform a, H isto ria M oderna— y los filósofos profesionales han y no com prenden los aspectos crítico s de lo q ue consideram os que
aportado el curso, fijam ente establecido, que es tem a del presente es «la h isto ria de la filosofía». P o r ejem plo, reconoceríam os la u ti­
trab ajo . P uede sostenerse que la institucionalización y la b urocrati- lidad, pero tam b ién la estrech ez de m iras, de u n a h isto ria del ra ­
zación de la filosofía en las universidades puede p re serv ar el canon cionalism o co n tin en tal desde, pongam os p o r caso, 1630 a 1730 en la
presente, sean cuales fueren las conexiones que los h isto riad o res que apenas se m encionase a E spinoza y se p re sta ra g ran atención
pued an estab lecer e n tre las tradiciones de los siglos x n y x v m , y a C hristian W olff p o r co n siderárselo la figura culm inante de la
sean cuales fu eren las intenciones que, según aquéllos descubran, tradición. P o r o tra p arte , la noción de «histo ria de la filosofía» no
tuvieron los pen sadores de esas tradiciones. Y el canon puede m an­ se agota en la idea de u n a n a rra c ió n acerca de pensadores que m e­
ten erse al m argen de su relevancia p a ra los problem as filosóficos ram en te son im p o rtan tes p a ra u n a u to r contem poráneo; rechazam os
vigentes, si bien, p o r cierto, su existencia incide en el m odo en que el enfoque p resen tad o p o r B e rtra n d R ussell en A H istory o f W es­
la filosofía reconoce lo que constituye u n problem a digno de estudio. tern Philosophy. Con todo, p a ra volver a los sueños de K ant, no afir­
La Filosofía M oderna puede e sta r «ahí», en el plan de estudio, casi m am os que K ant se haya d esp ertad o p a ra adorm ecerse nuevam ente;
com o una pieza de m useo. P ara quienes lo establecieron, los siete reconocem os que es de poco v alo r a trib u ir im p o rtan cia o fa lta de
filósofos eran tan to interlocutores de la discusión com o un rep erto rio im portancia a K ant sobre la b ase de que lo que alguna a u to rid a d
de problem as; en la actualidad, si algo tiene im portancia, son los determ inada, com o Russell, accidentalm ente crea.
problem as. La razón de este desarrollo es que el sistem a de cursos- La explicación que m ejo r descubre lo que pienso que es la com ­
unidades puede h ab e r obligado a los filósofos a re n d ir hom enaje a prensión com ún de lo que es la h isto ria de la filosofía, se asem eja
an tepasados a los cuales en realidad ya no reverencian. La h isto ria a la concepción de los com prom isos p erm an en tes de u n a com unidad
es del vencedor, p o r tanto, en u n segundo sentido: el sistem a de la extendida en el tiem po, so stenida p o r C harles Peirce. De algún m odo,
educación su p erio r puede h a b e r am pliado el alcance de la victoria creo, la com unidad de los filósofos —los que están en vida, los que
ob ten id a m ucho m ás allá de lo que h a b ría ocurrido en caso de que la ya h an m u erto y los que aún h an de venir— desecha lo que en el
universidad no hubiese llegado a m onopolizar el estudio de la filo­ pensam iento del p asado hay de tran sito rio y retien e lo que en él hay
sofía y no hubiese sellado la victoria en form as que poco tienen que de duradero: es p ro b ab le que en u n m om ento d eterm inado el canon
ver con las ideas en general. Sin duda, com o el p resen te ensayo lo aceptado re su lte defectuoso p o r co n ten er filósofos o conceptos sin
m u estra, las tradiciones se m odifican. Pero u n a de las razones por m érito; pero la m ejo r guía de que puede d isp o n er p a ra estab lecer
las que he lim itado el em pleo del térm in o «canon» a los siete filóso­ qué es lo que m erece la pena, es el consenso contem poráneo de los
fos h a sido la de aprovechar sus connotaciones religiosas. Ya no com petentes; y es verosím il que la sab id u ría filosófica en cerrad a p o r
ponem os en tela de juicio cuáles libros de la B iblia son canónicos, el grupo de notab les inm ortalizados en u n m om ento dado, sea m ás
p ero ya no los usam os tam poco p ara guiarnos en la vida. ap ro p iad a p a ra revelar la au tén tica filosofía que el grupo in m o rtali­
zado en un m om ento m arcad am en te an terio r; y el criterio ú ltim o
Me propongo concluir este tra b a jo ocupándom e con u n a cues­ p a ra incluir significativam ente a u n a figura en la trad ició n es el
tió n que, en p arte , m e em pujó a h acer esta digresión histórica. La di­ im p rim a tu r de alguna h ip o tética com unidad fu tu ra que la com uni­
gresión da lugar a que se plantee la cuestión de la em presa de escri­ d ad p re sen te sólo falible e im p erfectam en te p ro c u ra alcanzar. E sto
b ir lo que se denom ina «historia de la filosofía». es, lo que he llam ado concepción com ún se asem eja m ucho a la
E sa em presa tiene m anifiestam ente u n a dim ensión valorativa in­ enunciada p o r R oger en la S tu d e n t's H isto ry de 1901, la cual depende
tern a. Los eru d itos escriben narraciones acerca de hom bres que de de «una m ódica rep ro d u cció n de la filosofía hegeliana de la historia».
u n m odo u o tro son dignos de estudio. Una h isto ria que tra te de igual Los desarrollos referidos p o r h isto rias sucesivas reflejan de algún
m odo acerca de todas las personas que consideren h ab e r tenido pen­ m odo u n orden y u n a inteligencia crecientes.
sam ientos filosóficos o que asignen un espacio a toda p ersona com o Me parece que m i relato de la evolución del canon del siglo xx
ésa sobre la b ase de la m agnitud del Corpus de sus escritos, debiera debe a r ro ja r alguna du d a acerca de esta ú ltim a afirm ación. Puede
ser desechada inm ediatam ente. ser que mi h isto ria d esarro lle la astu cia de la razón. Pero estoy m ás
Es legítim o escrib ir una h isto ria de la filosofía guiándose p o r lo persuadido de que si alguien cree que la astu cia de la razón está
que ejerció u na influencia en u n a época determ inada; esto es, un en todas p artes, ello se debe a que esa astu cia es supuesta. Lo que
estu d io de los pensadores que en su m om ento otros pensadores con­ la h isto ria exhibe es que diversos individuos poseían u n a m o derada
sid era ro n im p o rtantes. P ero tales estudios tienen un valor lim itado ca n tid ad de form as variables de talen to filosófico. El que se atrib u y a
a alguien u n a sab id u ría canónica, puede d ep en d er en p arte de algo
SIETE PENSADORES 167
166 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA

No escribim os la (o «una») h isto ria de la filosofía; lo que escrib i­


así como la «capacidad intrínseca» convalidada o atestig u ad a p o r el
m os son h isto rias de filósofos de los que pensam os, o de los que
trab a jo de la com unidad, o eq u ip arad a a él. Pero, p o r cierto, las
otros piensan, que son grandes filósofos.13 R. G. Collingwood nos en­
h isto rias de la filosofía que descansan en un criterio así p a ra d eter­
señó hace tiem po que las narracio n es h istó ricas son re sp u estas a
m in ar quién debe ser incluido, o que proponen alguna te o ría de un
preguntas. Mi análisis de la h isto ria de la filosofía m oderna sugiere
avance especulativo o de u n a e stru c tu ra subyacente, se equivocan
b astan te. entonces que inicialm ente las p reg u n tas que los h isto riad o res de la
filosofía se fo rm u laro n son: ¿cuáles filósofos del pasado son g ran ­
C onsidérense los elem entos intelectuales que p arecen ser no racio­
des filósofos y cóm o se relacio n an con lo que nos in teresa ah o ra?
nales. La ideología operó como un factor: por ejem plo, el com pro­
Los h isto riad o res de la filosofía m ás recientes h an reducido aún m ás
m iso con el idealism o absoluto o con Locke. H ubo así tam bién lo
la com plejidad de la interrogación. Ellos se p reg u n tan únicam ente:
que, a falta de m ejo r palabra, llam aría ciertos tropos; p o r ejem plo,
¿cóm o se relacionan los filósofos convencionalm ente grandes con lo
racionalism o versus em pirism o; m onism o versus pluralism o. La lu­
que nos in teresa ah o ra? S ugeriría, com o conclusión, que esas p re­
cha en tre los p ad res filosóficos y sus hijo s fue asim ism o im p o rtan te:
guntas no son p artic u la rm en te sutiles. E vitan to d a form a de in d a­
p o r ejem plo, el desagrado de Peirce p o r D escartes, la veneración de
gación de las ideas del pasado a cam bio de in fo rm arse acerca de lo
Dewey p o r Hegel. Finalm ente, están las m odas y los tem ores especu­
que u n subgrupo de profesionales de la filosofía considera que tiene
lativos: ¿cómo, si no, explicar a B erkeley y a Hum e?
im portancia d en tro del pensam iento del pasado. La em presa de la
C onsidérense las influencias sociales de ca rác te r no intelectual.
h isto ria de la filosofía en su fo rm a co rrien te no se b asa en u n erro r,
E l tono religioso de la Am érica del N orte del siglo xix ayudó a crear
pero sí descansa en u n a cu rio sid ad m uy débil p o r el pasado.14
a K ant; la posición de los E stados Unidos como provincia cu ltu ral
de In g late rra ayudó a crear a B erkeley; la reverencia p o r Locke
com o héroe intelectual del período constitucional ayudó a crear a 13. Murphey (1979) adopta esta posición, a la que llama «historicismo» y
D escartes; la P rim era G uerra M undial ayudó a d e stru ir a Hegel; y opone al presentismo. Pero me parece que este autor mezcla dos cuestiones.
la influencia académ ica de los pensadores norteam ericanos m ás im ­ La primera de ellas es: 1) ¿Podemos recuperar las intenciones de los pensa­
dores del pasado o interpretarlos en forma tal de aprender de ellos sólo lo
p o rtan te s de fines del siglo xix y de com ienzos del xx perm itió que que es importante para nosotros? Los que dicen que podemos recuperar las
prevaleciera d eterm in ad a visión de los siglos xvn y x vm . intenciones serían, creo, historicistas; los que lo niegan, o implican que podemos
La erección del canon depende tam bién del desorden, del azar, de aprender sólo lo que es importante para nosotros, son presentistas. La segunda
las transiciones cu ltu rales que, si no reflejan la casualidad, tam poco es una cuestión a la que implícitamente este trabajo procura dar respuesta;
2) ¿Podemos escribir una historia del pensamiento sin presupuestos valorativos
expresan u n pro p ósito dom inante, de los juegos de poder académ icos acerca de lo que un grupo limitado considera que es meritorio? Debo decir
y de la p u ra in ercia glacial de las instituciones de la educación su­ que la respuesta a esta pregunta es negativa, y Murphey coincide en ello. Pero
p erio r.12 Si la h isto ria nos m u estra este vulgar resultado, entonces, la respuesta que uno da a 2) no implica ninguna respuesta a 1). Murphey pa­
la concepción com ún de la h isto ria de la filosofía no se diferencia rece creer que una respuesta a 2) implica un historicismo. No es así. Me pa­
rece, en realidad, que si somos escépticos en cuanto al valor de la historia
de ninguna o tra que yo haya exam inado. La «historia de la filosofía» convencional de la filosofía, será más difícil sostener un historicismo. La recu­
no es sino la h isto ria de filósofos considerados m eritorios p o r otros peración de las intenciones depende de que seamos capaces de aislar la comu­
filósofos d u ran te cierto lapso. nidad con la cual el autor se propone comunicarse y excluir de ese modo los
significados que para él no existían. Una respuesta negativa a 2) pone en duda,
12. Puede resultar interesante aquí un ejemplo cuantitativo. La obra, en creo, nuestra capacidad para aislar esa comunidad, pero no es ése un tema
varios volúmenes, de Frederick Copleston History of Philosophy —elogiada con que pueda ser examinado en este trabajo.
mucha justicia— incluye varios volúmenes dedicados a la Filosofía Moderna 14. Cabe notar dos omisiones hechas en este ensayo. En primer lugar, cual­
que responden en gran medida a la línea norteamericana. Hay ochenta páginas quiera que conozca bien la bibliografía filosófica básica referente a este período
dedicadas a Hume y, después, un capítulo de menos de cuarenta páginas titu­ sabrá que hay lagunas históricas en la narración. Creo que una explicación más
lado «Hume, For and Against», en el que se discuten respuestas dadas a la filo­ detallada no haría variar los lincamientos fundamentales de la narración. Pero
sofía de Hume; en él se conceden a Reid cinco páginas (Copleston, 1964). ¿Cree una afirmación como ésa no convencería a nadie que no estuviese ya conven­
alguien verdaderamente que Hume es quince veces más filósofo que Reid o que cido. Más bien he de subrayar que el propósito del presente ensayo no es dar
los que estuvieron en favor de Hume, y escribieron tanto antes como después cuenta precisa de los desarrollos, sino referirse a una nueva especie de pro­
de él, eran representantes menos destacados de esa posición, al punto de que blemas que se plantean en la historia de las ideas.
se los considere como notas al pie de la obra de aquel filósofo? ¿Y cómo jus­ La segunda omisión involucra mi decisión de no ocuparme con los argumen­
tificar un breve capítulo general dedicado a esas respuestas a Hume, y un tos filosóficos que han conducido a los cambios a los que me he referido. El
pequeño libro —el siguiente de la serie— acerca de Kant, cuando se interpre­ motivo de esta omisión no es que esos argumentos carezcan de importancia, o
ta, a la manera norteamericana, la filosofía de este último como otra respuesta? que yo sea incapaz de presentarlos. Muchos de ellos son considerados ad nau-
No formulo estas preguntas con una intención m eram ente retórica. seam en Kuklick, 1977; debe llamarse la atención, además, particularmente
168 LA FILOSOFIA EN LA HISTORIA
SIETE PENSADORES 169

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T hilly , Frank: History of Philosophy, Nueva York, Henry Holt, 1914.

acerca de la crítica que Mili hace de Hamilton y acerca de la respuesta a ellos


discutidas en los capítulos 1 a 7. Acerca de Dewey el lector puede consultar
Kuklick, 1985 (de próxima aparición). Esos argumentos están ausentes del pre­
sente trabajo, no precisamente porque éste sea breve y yo no desee repetirme;
además, el propósito de este ensayo es promover otra especie de discusión en la
historia de las ideas.
í

C apítulo 7

«CUESTIONES INTERESANTES» EN LA HISTORIA


DE LA FILOSOFIA Y EN OTROS AMBITOS

W o lf Lepenies

Die E inzelw issenschaften w issen oft


g ar nich t, du rch w elche F aeden sie
von den G edanken d er grossen Philosophen
abhaengen.
J acob B urckhardt

I. Introducción : una m irada a la h istoria de la ciencia

Fue u n sistem a filosófico lo que provocó uno de los m ás vigorosos


ataques que h a s ta la fecha se h an dirigido c o n tra el p ensam iento
histórico o, al m enos, co n tra el énfasis excesivo en él. E n su tem p ran o
ensayo Uso y abuso de la historia (1873-1874) F ried rich N ietzsche es­
carnece el predom inio de la h isto ria en la c u ltu ra alem ana del si­
glo xix com o signo unívoco de la decadencia de la que sobre todo un
hom bre e ra responsable: Hegel, que reconoce a la razón en todo lo
histórico y p a ra quien el estadio m ás elevado y definitivo del proceso
de la h isto ria del m undo ev entualm ente se p roduce m ien tras él
m ism o vive en B erlín. El ataq u e de N ietzsche sigue siendo ilum ina­
d o r au n cuando lo separem os de su contexto originario. E n tan to
tra ta de la ciencia y de la erudición m odernas, am plias secciones de
ese ensayo pued en ser in te rp re ta d a s com o dirigidas al uso y al abuso
de la h isto ria de la ciencia, ám bito en el que se com binan la ilusión
del progreso científico y la ab erració n del pen sam ien to histórico:

El progreso de la ciencia ha sido asombrosamente rápido en la


últim a década; pero piénsese en los sabios, esas gallinas extenuadas.
No son por cierto naturalezas «armoniosas»; meram ente pueden
cacarear más que antes, porque ponen huevos más a menudo; pero
los huevos son cada vez más pequeños aunque los libros sean más
voluminosos (Nietzsche, 1957: 46).
172 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA «CUESTIONES INTERESANTES» 173

La h isto ria de la ciencia, con su producción, m ás que ocasional, de chám ente asociado con el que ejercía en ese dom inio, debía c e n trarse
libros m uy volum inosos, no h a gozado de una rep u tació n especial­ en las épocas m ás recien tes del desarrollo científico, m ien tras que al
m ente bu en a e n tre los científicos. Ya sea que la escribiesen h isto ria­ h isto riad o r político le estab a p erm itid o dirigirse a las épocas m ás
dores profesionales o aficionados, o científicos en ejercicio o retirados, rem otas de la h isto ria de la hum anidad.
se la h a visto siem pre —p ara p a ra fra se a r o tra vez a N ietzsche— Ni el com prom iso de R anke y su genuino in terés p o r el d esarrollo
com o ocupación de u n a raza de eunucos, «bulliciosos su jeto s que se de la h isto ria de la ciencia, ni las innúm eras h isto rias de d istin tas
com paran con los rom anos com o si fu eran sem ejantes a ellos», como disciplinas que de hecho se h an esc rito después de su p ro p u esta, h an
com pensación de los que nunca pudieron hacer ciencia ellos m is­ sido aceptadas, o se les ayudó a in co rp o rar a la profesión h istó rica
mos, ya sea p orque d ejaron de hacerla o porque nunca la hicieron el cam po recientem ente establecido. P ro bablem ente los h isto riad o res
suficientem ente bien. estaban convencidos de que el d esarrollo de la ciencia debía ser p re­
Las tres especies de h isto ria que N ietzsche pro p u so distinguir sentado en la fo rm a de m anuales de h isto ria, pero no podía indu­
—la m onum ental, la an ticu aría y la crítica— pueden h allarse asim is­ círselos a que les gustasen. El que tan to los científicos en actividad
mo en la h isto ria de las ciencias. N inguna o tra disciplina h a tom ado com o los h isto riad o res de la ciencia, co m p artan la concepción de la
con m ás seriedad que la h isto ria de la ciencia la advertencia de h isto ria de las ciencias como u n relato de esp len d o r y felicidad, con­
N ietzsche de que el pasado sólo puede ser explicado p o r lo que en cepción expresad a p o r E d w ard Gibbon al com ienzo de su E ssay on
el p resen te es m ás poderoso. P or eso el h isto riad o r de la ciencia hace th e S tu d y of L iterature (1764), no convence al h isto riad o r político
un h ábito del llegar m ucho después de la época de la cosecha, y no tradicional, que, inm erso en el m asoquism o característico de su dis­
com o huésped bienvenido sino como huésped tolerado en la com ida ciplina, prefiere escrib ir la h isto ria de los im perios y, p o r tan to , de
de acción de gracias celebrada p o r la com unidad científica, cayendo acuerdo con Gibbon, la de las m iserias de la hum anidad.
a veces «tan b ajo que se satisface con cualquier alim ento y [devora] A unque co m p artía con quienes ejercen la ciencia la creencia en
ávidam ente cu an tas m igas caen de la m esa bibliográfica». Que al u n crecim iento acum ulativo del conocim iento y en u n continuo p ro ­
científico no le im p o rte cuando suscita el interés del h isto riad o r, y greso del pensam iento científico, el h isto riad o r de la ciencia no sólo
que éste a b u rra cuando adula a aquél: ése es el dilem a que afro n ta nos n a rra u n a h isto ria de los héroes y del culto a los héroes, sino que
el h isto riad o r de la ciencia. al m ism o tiem po fo rm u la u n a condena de los villanos. E n el esce­
La suya era u n a h isto ria de m anual, com o la llam ó J'oseph Agassi: nario no aparecen ú n icam en te ingeniosos ad elantados y b rillan tes
pero incom prendidos p recu rso res: hay asim ism o heréticos y tra m ­
posos, p etard ista s y plagiarios, y, p o r p resen tarlo s, la h isto ria de la
En la prim era edición de su historia de la física, de 1899, Cajori ciencia constituyó, b a sta n te parad ó jicam en te, u n esfuerzo constante
calificó con un enorm e signo negativo a los que creían en los elec­
trones. En la segunda edición, de 1929, calificó a esa s m ism as per­
p o r re c o rd a r al científico aquellos a quienes era m ejo r que olvidara.
sonas con un enorm e signo positivo. Puede hallarse una crítica P resentando p a ra algunos el aspecto de u n p an teó n y p a ra otro s el
explicación de tal cam bio de actitud en el increíblem ente ingenuo de u n a penitenciaría, la h isto ria de la ciencia fue, com o la describió
prefacio de la segunda edición, en el que expresa su lealtad al ma­ u n a vez G astón B achelard, u n a disciplina n o rm ativ a con u n insacia­
nual de física al día. Así, toda vez que el m anual se modifica, la his­ ble interés p o r los erro res.
toria de la ciencia cam bia en el m ism o sentido (Agassi, 1963: 33). Aunque no me propongo excusarm e p o r tra z a r este b u rd o esbozo
de u n a im agen m ucho m ás sutil e in teresan te, m e g u staría d estacar
No o bstante, los h isto riad o res de la ciencia n o escriben prefacios que en la h isto ria de la ciencia h a habido m ás bien diversas o rien ta­
o h isto rias de m anuales porque deseen com placer a los científicos. ciones, y que po d ría caracterizarse a algunas de ellas com o p erten e­
Al hacerlo satisfacen, p o r lo general, tam bién las expectativas de cientes a d istin tas trad icio n es nacionales de enseñanza y de investi­
los profesionales de la h istoria. E n u n m em orando presentado ante gación. D istinguiendo en tre u n enfoque u nidisciplinario y u n enfoque
la Real Academ ia de Ciencias de M unich en septiem bre de 1858, m u ltidisciplinario y sep aran d o la m odestia idiográfica de las aspi­
Leopold von Ranke, uno de los pocos h isto riad o res algo interesados raciones nom otéticas, p o d ría afirm arse que la a c titu d anglosajona en
en el tem a, sugirió acom eter una am plia serie de libros de h isto ria la history of Science h a sido la de co n cen trarse en u n grupo de dis­
de la ciencia («Geschichte der W issenschaften»). E ra m anifiesto p ara ciplinas, a saber, las ciencias n atu rales, m ien tras que las am plias
R anke que esos libros sólo podían ser escritos de u n a m anera es­ connotaciones del térm in o Wissenschaft h a conducido a los h isto ria­
pecífica: ten d rían que c o n stitu ir una «historia de los resultados cien­ dores de la ciencia alem anes a o cu parse con cam pos diversos de la
tíficos». E ra evidente que el h isto riad o r de la ciencia, siem pre estre- investigación y a p re s ta r especial atención a las diferencias in trín se­
174 LA FILOSOFIA EN LA HISTORIA «CUESTIONES INTERESANTES» 175

cas que existen en tre ellos, esto es, a las diferencias existentes entre de h isto ria de la filosofía suenen m uy parecidos a los m anuales de
las Naturwissenschaften y las Geis tewissenschaften. Tengo la im pre­ h isto ria de la ciencia p o r ser escritos desde u n p u n to de v ista filo­
sión de que, acaso debido a la influencia de la epistem ología neokan- sóficos diferente. La influencia de la ortodoxia p ro te sta n te y la in­
tiana, la trad ició n alem ana en el terren o de la h isto ria de la ciencia fluencia de Leibniz son m anifiestas en B ru ck n er (H istoria critica
es in trín secam en te idiográfica en u n a fo rm a en que la trad ic ió n anglo­ philosophiae, 1742-1744), lo m ism o que en T iedem ann (Geist d er spe-
sajona, que estuvo tam bién in tere sa d a en m odelos de desarro llo cien­ kulativen Philosophie, 1791-1797), y la h isto ria de la filosofía de Ten-
tífico m ás generales, jam ás lo h a sido. P or o tra p arte , hay u n a tra ­ nem ann {G eschichte der Philosophie, 1798-1819) revela su origen
dición específicam ente fran cesa de orientación m ás p lu ralista, com o kantiano en no m en o r m edida en que la de H. R itter (G eschichte der
in m ediatam ente lo revela la denom inación de «histoire des Sciences», Philosophie, 1829-1853) revela su esp íritu hegeliano (Delbos, 1917).
y que no retro ced e ante la teorización. Debem os distin g u ir u n im­ No continuaré discutiendo h isto rias de la filosofía. E s u n a ta re a
p o rta n te grupo de historiadores de la ciencia franceses, tan to de sus p a ra la cual no estoy p re p ara d o ni soy lo b a sta n te com petente. A pe­
colegas anglosajones com o de sus colegas alem anes, de los cuales sar de lo que he señalado h a s ta aquí, acerca de este tem a se h an
po d rían decir, com o C ournot: «Ces savants du Nord ne ressemblent escrito valiosos estudios, com o la H istoire de l’histoire de la philo-
pas á nos tetes frangais.» S ería u n problem a in tere sa n te p a ra la soprie de Lucien B raun, p recisam en te u n discípulo de Georges Can-
p ro p ia h isto ria de la ciencia establecer p o r qué esta trad ició n france­ guilheim . Debem os reco rd ar, em pero, que lo que se analiza aquí es
sa perm aneció m ás bien p arroquial, dado el contexto internacional siem pre investigación filosófica. P ero no es del todo evidente q u e la
en que siem pre ha dom inado la history of Science anglosajona. Sería h isto ria de la filosofía haya desem peñado en la investigación y en
asim ism o in teresan te, creo, p re g u n ta rse p o r qué esa histoire des las publicaciones filosóficas el m ism o papel que desem peñó en la
Sciences epistem ológicam ente orientada, encendida e inflam ada por enseñanza de la filosofía y, p a ra u sa r u n a expresión de R o b ert Mer-
las osadas visiones de G astón B achelard y solidificada p o r la m eticu­ ton, en la tran sm isió n oral del conocim iento filosófico.
losa investigación em pírica de Georges Canguilhem , condujo a Mi- Hay u n profu n d o ánim o an tih istó rico en to d a la filosofía, u n a con­
chael F oucault y a sus seguidores a u n sendero que ah o ra resu lta fianza, continua y siem pre so rp ren d en te, del ego filosofante en sus
ser un callejón sin salida, a p esa r de que el im ponente edificio en capacidades p a ra p ro c u rarse y gozar del en canto que sólo u n conoci­
el que se h a colocado el letrero de «Sin salida» es n ad a m enos que m iento definitivo y com pleto puede p ro p o rcio n ar, u n conocim iento
el Collége de France. I. llevado, como dice K ant en los Prolegóm enos, «a tal com pletud y
fijeza, que ya no req u iere de u lte rio r m odificación ni está su jeto a
argum entación alguna p o r descu b rim ien to s nuevos» (K ant, 1950: 115).
II. La historia de la filosofía en cuatro filósofos En este sentido, la filosofía es u n a disciplina nostálgica, p ero que
sólo puede ser colm ada en el presen te, nunca en el pasado. La his­
No sólo hay m uchas h isto rias de la filosofía: tam bién hay filosofías to ria de la filosofía p arece ta n superficial p a ra los filósofos dogm á­
de la h isto ria de la filosofía, h isto rias de la filosofía de la historia, e ticos como fú til a los escépticos. Se convierte en u n a in q u ietu d de
h isto rias de la h isto ria de la filosofía. La m ayor p arte de ellas con­ la m ente (N ietzsche) y, p o r últim o, el certificado de defunción que
firm a la creencia de que la dem asiada reflexión sólo conduce hacia la filosofía llena p a ra sí m ism a cuando al final se la red u ce al p u n to
atrá s, y que el erudito caviloso siem pre corre el peligro de conver­ de que sólo es posible esc rib ir su h isto ria (T roeltsch).
tirse en lo que D iderot llam ó a su vez «un systém e agissant d re- / E l pasado de la filosofía no es igual que, p o r ejem plo, el pasado
boursy>. La p ro fusión de libros de h isto ria de la filosofía no señala la dé la quím ica. Un quím ico puede h a b e r escuchado h a b la r de La-
legitim idad del género, sino m ás bien la dificultad de lograrla. Con- voisier, o h ab er leído acerca de él, p ero p a ra él sería u n derro ch e
d orcet debe de h ab e r estado de h u m o r irónico al afirm ar que no hay de tiem po, y no ten d ría m ucho sentido, re p e tir en su lab o rato rio los
m e jo r indicio del avance de u n cam po que la facilidad con que experim entos del T raité élém entaire./Los filósofos, en cam bio, aunque
es posible escrib ir libros m ediocres acerca de él. se les consiente desconfiar de la du d a rad ical de D escartes, rech azar
H éroes y villanos aparecen u n a vez m ás en la h isto ria de la filoso­ la m onadología de Leibniz o d e te sta r la concepción del E stad o de
fía. P ara algunos —com o B rucker— es u n a señal de erro res y de Hegel, difícilm ente p u ed an d esd eñ ar a D escartes, Leibniz y Hegel p o r
infinitos ejem plos de pensam iento equivocado y que induce a equi­ ser sim plem ente anticuados. E l p asado de la filosofía está vivo p o rq u e
vocación. A m enudo es una h isto ria de dilem as (R enouvier), pero a posee una inextinguible capacidad de g en erar polém ica (G ueroult).
la vez —al m enos p a ra la m irada retrospectiva de Hegel— «una su­ Sólo es posible p re serv ar esa capacidad, sostienen los filósofos, en la
cesión de m entes nobles». Difícilm ente so rp ren d a que los m anuales m edida en que el p asado filosófico sea despojado de su contexto his­
176 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA «CUESTIONES INTERESANTES» 177

tórico. El térm ino «presentism o» n u n ca suena a los filósofos com o La b ú squeda ca rtesian a de u n a v erd ad en las ciencias es u n a
un reproche; no, al m enos, a aquellos que, como Hegel, declaran que h isto ria de desengaño p o r la lectu ra de libros y de desilusión an te
no hay pasado en la filosofía, sino sólo u n presente. P o r tanto, la la experiencia m u ndana. Las falacias de los que a ju sta n su co n d u cta
m ayoría de las h isto rias de la filosofía son o m eras clasificaciones y a los ejem plos h allados en los libros, son obvias:
cronologías, o u n a crítica de los dogm as y de las doctrinas. Sólo
raram en te in ten tan in te rp re ta r el pasado filosófico en su contexto
Pero yo creía que ya había dedicado bastante tiempo a las len­
cultural. guas y a la lectura de los libros de los antiguos, tanto a sus histo­
P erm ítasem e ah o ra dirigirm e a cu atro filósofos y decir algo acerca rias como a sus mitos. Pues conversar con hombres de edades
de sus concepciones de la h isto ria de la filosofía. E n tre ellos, Des­ pasadas es como viajar. Es bueno saber algo de las costumbres
cartes ejem plifica el hum or an tih istó rico característico no sólo de la de los distintos pueblos, a fin de juzgar las nuestras correctamente,
filosofía, sino tam bién de m uchas h isto rias de la filosofía. Hegel ... Pero cuando se pasa mucho tiempo viajando, uno puede conver­
reem plaza la h isto ria p o r la teleología. D ilthey in te rp re ta a la filoso­ tirse en extranjero en el propio país, y cuando uno siente vivo in­
fía como u n sistem a cu ltu ral específico. H usserl in ten ta su p erar los terés por las cosas del pasado, comúnmente permanece ignorante
peligros del relativism o histórico in ten tan d o (re-)establecer a la filoso­ de las del presente (Descartes, 1965: 7).
fía com o ciencia estricta. Al hablar, siquiera brevem ente, de esos cua­
tro filósofos, m e propongo indicar que la h isto ria de la filosofía está Ahora, a m ás ta rd a r, puede p arece r escasam ente original llam ar
indisolublem ente entrelazada con la filosofía de la h isto ria y, en al D iscourse de D escartes pieza de lite ra tu ra de viajes: ésa es la
principio, red u cida a ella. m etáfo ra del au to r, no la del lector. Al re c u rrir a ella D escartes p re ­
senta lo que p o d ría denom inarse el dilem a del filósofo. No estoy se­
guro de la influencia de D escartes en este sentido, p ero m e so rp ren d e
V iajes cartesianos que el dilem a del etnógrafo, u n leitm o tiv desde R ousseau h asta Lévi-
S trau ss, suene com o u n a variación del tem a cartesiano, la cual ex­
René D escartes estuvo en F rancia y en B aviera, en Polonia y en presa, p o r así decir, los p roblem as del viaje al ex tran jero , en tan to
Prusia, en Suiza, Italia, H olanda y Suecia: fue, pues, un filósofo que que D escartes se h ab ía referid o a los p roblem as de v iajar de regreso
viajó m ucho, y probablem ente se sitúa, en térm inos de kilóm etros al pasado.
reco rrid o s, en el extrem o su p erio r de u n a escala cuyo extrem o infe­ P or supuesto. D escartes no v iaja sólo de regreso al pasado, sino
rio r debe ocu p ar sin duda Im m anuel K ant. Salvo un corto viaje por tam bién a otros países. E ventualm ente, las experiencias del etn ó ­
m a r que dio lu gar a una extensa n o ta al pie acerca de los m areos grafo acrecientan el escepticism o del h isto riad o r: costu m b res dis­
provocados p o r la navegación en su Antropología desde el punto tin ta s n o son m ás satisfacto rias que libros antiguos, y la creencia del
de vista pragm ático, K ant nunca abandonó su nativa K oenigsberg filósofo «en algo que m e haya sido enseñado sólo p o r el ejem plo y la
en la P rusia o riental. D escartes y, con él, u n a nueva época de la costum bre» desaparece com pletam ente.
filosofía, com ienza con u n a pieza de lite ra tu ra de viajes. Tal es, según P o r tan to , u n desencanto y u n a ru p tu ra con el pro p io pasado se­
sugiero, el m odo en que debem os ver p o r un m om ento el Discours ñalan el com ienzo de la filosofía m oderna. La h isto ria de la filosofía
de la M éthode (1637). puede satisfacer, en el m e jo r de los casos, un deseo exótico, p o rq u e
Es tan to u n a n arrac ió n como u n trata d o , y desde su inicio llam a no nos es posible im aginar algo ta n extraño e increíble que no haya
la atención u n a nota m ás bien íntim a: sido dicho p o r algún filósofo. Sin em bargo, esta ac titu d an tih istó rica
se sitú a m uy cuidadosam ente en un contexto histó rico preciso. Des­
Estuve entonces en Alemania, adonde había marchado con moti­ cartes sigue el consejo de Guez de Balzac de su m in istra r u n a h isto ria
vo de las guerras que aún no han terminado; y cuando regresaba de su e sp íritu y de su heroico com bate c o n tra los géants de l’école
a mi ejército tras la coronación del Emperador, el comienzo del (c a rta del 30 de m arzo de 1628). Al hacerlo, se satisfacía u n deseo
invierno hizo que me detuviera en un lugar en el que, por no hallar m ás bien com ún de contin u id ad y de coherencia biográfica. Los argu­
un compañero de conversación que me entretuviera y, además, por m entos de quienes p ro c u ran m o s tra r dónde y con qué frecuencia
no tener, afortunadamente, preocupaciones o pasiones que me D escartes in cu rre en u n e rro r cronológico en su explicación, están
turbaran, permanecí todo el tiempo solo en una abrigada habita­
ción en la que dispuse de total libertad para revisar mis pensamien­ en teram en te fu e ra de lugar. D ifícilm ente sea u n a cuestión esencial
tos (Descartes, 1965: 11). la de si las fechas que indica son co rrectas o incorrectas, p ero es
im p o rtan te a d v e rtir que D escartes necesitó que n o sotros, sus lecto-
178 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA
«.cuestiones interesantes » 179
res, supiéram os que hubo u n m om ento de ilum inación que, en sus
m editaciones, lo condujo a la conclusión de que, en lugar de d ejarse filosofía, ese «cam po de b a ta lla cu b ierto p o r los huesos de los m u er­
guiar p o r los filósofos del pasado, debía guiarse en ad elan te p o r sí tos», Hegel expresab a que n ad a hay de a rb itra rio en la actividad del
mismo: de acuerdo con las Cogitationes privatae, ello ocurrió el esp íritu pensante, y que cu an to o cu rre debe ser racional. El estu d io
10 de noviem bre de 1619. de la h isto ria de la filosofía es, p o r tan to , u n a intro d u cció n a la filo­
Los viajes de D escartes en el espacio y en el tiem po lo rem o n taro n sofía m ism a. La filosofía, sistem a en desarrollo, no es o tra cosa que
al ego filosofante. Ni los viajes im aginarios en el m undo de los libros su p ro p ia h isto ria. A cam bio de ese m odo de e s tru c tu ra r la h isto ria
ni los viajes reales en el libro del m undo pueden p ro p o rcio n ar el debe pagarse el precio h ab itu al: la teleología. E sa h isto ria de la fi­
conocim iento sólido y firme que es necesario p a ra la fundam enta- losofía, a la que el propio Hegel llam a teodicea, se convierte en u n a
revelación «de lo que h a co n stitu id o la m eta del esp íritu a lo largo
ción de la filosofía. El filósofo puede h allar ese conocim iento sólo
en sí m ism o, solitario pero seguro, en una hab itació n ab rig ad a un de la historia», u n prolongado y com plejo ensayo, que al com ienzo
frío día de invierno. sonó desigual e inseguro, p ero que después fue m ejo ran d o co n stan ­
tem ente p a ra cu lm in ar en u na gran d io sa arm onía, no exactam ente u n
p o tp o u rrí, com o suponía el oído poco ejercitad o , sino u n a pieza
E l ensayo de H egel larga y coherente que Hegel, según se supo al final, no sólo dirigió,
sino que tam bién arregló, corrigió y, quién sabe, acaso h asta com puso.
A fin de d esa rro llar su ideal de u n a h isto ria de la filosofía v erd a­
E n sus Lecciones de historia de la filosofía (segunda edición, 1980),
deram ente filosófica, Hegel solía co m p ararla con la h isto ria de la
Hegel d eclarab a que la influencia de D escartes estribó ante todo en
ciencia. Sin em bargo, u n a com paración con la h isto ria del a rte es
«su ac titu d de h acer a u n lado todos los presupuestos precedentes
igualm ente aprop iad a, si no lo es m ás. Quizá no hay o b ra m ás cer­
e in iciar [el pensam iento filosófico] en form a libre, sim ple y, asi­
cana a la H istoria de la filosofía de Hegel que la H istoria del arte
m ism o, com ún» (Hegel, 1974: II I, 221). D escartes h ab ía dicho que el
antiguo de Jo h an n Joachim W inckelm ann, a quien Hegel no pudo
pensam iento debe iniciarse necesariam ente a p a rtir de sí m ism o, de
m enos que elogiar com o a quien h ab ía sugerido una nueva visión y
m odo que las filosofías precedentes eran hechas inm ediatam ente a
ab ierto perspectivas novedosas en el m undo del arte. P ara W inckel­
un lado. Fue su rechazo de las filosofías del pasado lo que aseguró
m ann, la belleza p erfecta debía ser b u scad a en el pasado rem o to , en
a D escartes su lugar en la h isto ria de la filosofía. D escartes, em pero,
los orígenes del a rte griego; p a ra Hegel la verdad ú ltim a se h ab ía
no p o día ser elogiado. Con él com enzó u n a nueva época de la filosofía,
revelado finalm ente en el p resen te real de su p ro p ia filosofía. P ara
p ero puso m anos a la obra «de m anera m uy sim ple e ingenua, con una
W inckelm ann la estética prevalecía sobre la h isto ria del arte, tal
n arració n de sus reflexiones [ta l] como se le habían ocurrido». Aun­
com o una filosofía de la h isto ria p a rtic u la r prevalecía sobre la h is­
que pu ed an so n ar a reproche, Hegel form ula esas observaciones, no
to ria de la filosofía de Hegel.
obstan te, con u n ánim o m ás bien distante: h abía que critica r a Des­
cartes, pero no se lo podía censurar. La aparición de su filosofía, lo
m ism o que la de cualquier o tra filosofía, respondía, de acuerdo con
Hegel, a una necesidad. Los a r c h iv o s de D il t h e y
P ara Hegel la h isto ria de la filosofía puede ser fácilm ente distin ­
E n tre las ú ltim as ob ras que W ilhelm Dilthey fue capaz de con­
guida de la h isto ria de la ciencia en razón de su m anifiesta desven­
clu ir se co ntaba u na h isto ria de la ju v en tu d de Hegel: uno de sus
taja: no h abía una concepción clara del objeto de la filosofía ni, p o r
m uchos intentos, com o él m ism o lo describió, de revivir la vida de
tan to , consenso alguno acerca de su pasado y de sus posibles reali­
u n filósofo y p o r re c o n stru ir u n sistem a filosófico a p a rtir de m a­
zaciones fu tu ras. Se h abían escrito h isto rias de la filosofía volum i­ n u scrito s («aus den Papieren zu schreiben»). D irigidas a co m p ren d er
nosas y h asta sabias, pero estaban dedicadas a lo que Hegel llam a­
la evolución del p ensam iento filosófico, las p ro p ias contribuciones
ba «la existencia externa y la h isto ria externa de la filosofía», de lo
de D ilthey a la h isto ria de la filosofía están esc rita s incuestionable­
cual estab a visiblem ente ausente toda au tén tica inteligencia filosó­ m ente en co n tra de Hegel y con u n esp íritu hegeliano. P or ejem plo, en
fica. Los au to res de todas las historias de la filosofía precedentes eran
deliberado c o n tra ste con Hegel, Dilthey explica el d esarrollo de la
com o anim ales que percibían las notas sin que sus sentidos pudie­
filosofía, no com o u n cam bio progresivo del pensam iento ab stracto ,
ra n p e n e tra r la arm onía de u n a pieza m usical.
sino com o p a rte in teg ra n te de u n a h isto ria cu ltu ral m ás am plia. P or
T ras h ab e r desdeñado a su m agistral m odo, p o r com unes y su­
largo tiem po la h isto ria de la filosofía se lim itó o bien a la b iografía
perficiales, todas las ideas precedentes acerca de la h isto ria de la
de filósofos fam osos o b ien a la h isto ria de disciplinas y especiali­
180 LA FILOSOFIA EN LA HISTORIA o«CUESTIONES INTERESANTES» 181

dades filosóficas de peso. Una h isto ria de la filosofía v erdaderam ente


«científica» re q u eriría tan to la adopción del m étodo filológico como
u n a ru p tu ra que dejase a trá s el pensam iento histórico, esto es, un LOS COMIENZOS DE HUSSERL
pensam iento evolutivo (E ntw icklungsdenken). Esos dos presu p u esto s
existían an te todo en el pensam iento filosófico alem án, y Hegel se La concepción hegeliana de la h isto ria de la filosofía no sólo
h ab ía servido m uchísim o de ellos al d a r unidad a la h isto ria de la condujo al d e sp e rta r de los enfoques científicos en el terren o de la
filosofía revelando la e stru c tu ra de su desarrollo. filosofía, sino tam b ién a la erró n ea com prensión h isto ricista y es­
Pero Hegel no fue capaz de escrib ir la h isto ria de la filosofía en céptica de ella y, finalm ente, a u n a fo rm a decadente de filosofía:
un contexto cu ltu ra l m ás am plio. Los prim eros atisbos de una his­ u n a taxonom ía de W eltanschauungen ab so lu tam en te sin com prom i­
to ria cu ltu ral de la filosofía com o ésa podían hallarse en Port-Royál sos. E dm u n d H usserl trazó esa im agen en su p ersisten te p ro p ó sito
de Saint-Beuve, en la H istory of Civilization in E ngland de B uckle y de h acer de la filosofía u n a ciencia rigurosa. Su crítica no era en
en la H istoire de la littérature anglaise de H ipólito Taine. m odo alguno u n a cosa sim plem ente personal. A com ienzos del si­
La cu ltu ra de u n a nación y de u n a época está re p resen ta d a por glo xx p redom in ab a en la filosofía u n generalizado sentim iento de
su teología y p o r su lite ratu ra , p o r sus ciencias y p o r su filosofía. m alestar. Ni del enfoque, ex trem ad am en te sistem ático, de su h isto ­
D ilthey piensa que no es posible escrib ir la h isto ria de uno de esos ria, p ro p u esto p o r Hegel, ni del ap u n talam ien to «antropológico»
estra to s de la cu ltu ra sin to m ar en consideración los re sta n te s. No hecho p o r Dilthey, h ab ía derivado orien tació n válida alguna. Final­
o bstante, la filosofía ocupaba en tre ellos u n decisivo lu g ar privile­ m ente, Jasp ers pareció reem p lazar la filosofía p o r la psicología al
giado. La poesía y la religión proporcionaban a la h u m anidad una re ferirse a las d iferentes visiones del m undo que hallaba en la h is­
guía, pero les faltab a la sólida b ase de las ciencias positivas. En to ria de la filosofía, a la m an era del p siq u iatra que, incapaz de o fre­
cam bio, éstas podían ayudar al hom bre a explicar la naturaleza, pero cer a sus pacientes u n a curación, se alegra de ser capaz al m enos de
no podían in dicarle ya el m odo de o rie n ta r su vida o ayudarle a com ­ clasificar sus enferm edades (R ick ert, 1920-1921).
p re n d e r el m undo. Sólo la filosofía podía h acer am bas cosas. Consis­ No obstante, H usserl lam en tab a la decadencia del p ensam iento
tía en una com binación de ciencia y W eltanschauung, y la h isto ria filosófico y la fragm entación de los sistem as filosóficos desde m edia­
de la filosofía siem pre debía re co n stru ir y exhibir esa im agen doble. dos del siglo XIX. Sencillam ente h ab ía dem asiadas escuelas, ram as y
Dilthey h ab ía caracterizado a las biografías filosóficas com o in­ especialidades. Cada tan to se h alla aún filósofos, p ero nunca sus filo­
ten to s iniciales e inm aduros de escrib ir la h isto ria de la filosofía. sofías. E sta crisis, si bien no era la p rim era de la h isto ria de la
N ada so rp ren d en te hay en el hecho de que él m ism o hubiese escrito filosofía, condujo a u n estado de an a rq u ía sin precedentes, p uesto
las «vidas» de S chleierm acher y de Hegel y hubiese defendido vehe­ que tam poco las ciencias positivas se m o strab an seguras en sus
m en tem en te la investigación biográfica. P ara D ilthey la naturaleza procedim ientos y en sus resu ltad o s. Ello favoreció la d ifundida sen­
h istó rica del ho m bre era su n aturaleza m ás elevada, y las biografías sación de que los valores trad icio n ales de E u ro p a se h ab ían vuelto
co n stitu ían el m ejo r cam ino p ara d em o strar esa concepción an tro ­ obsoletos. La causa de esta deplorable situación residía, an te todo,
pológica. La h isto ria de la filosofía no era un sistem a, com o Hegel en el hecho de que el p re m a tu ro in ten to de la filosofía m o d ern a p o r
la h ab ía concebido, sino que e ra un in stru m en to : con su ayuda volverse m ás científica h ab ía provocado la au to n o m ía de la filosofía y
pueden identificarse, localizarse y m edirse transform aciones que an­ su separación tan to de las ciencias n atu ra les com o de las hum anas,
tropológicam ente arraig an en visiones del m undo. Al escuchar a Dil­ sin a d e la n ta r con ello su e sta tu to com o disciplina. No sólo no logró
they h a b la r acerca de la necesidad de re co n stru ir el contexto de un volverse m ás «científica», sino que adem ás se vio en fren tad a al
sistem a filosófico y de reestablecer su desarrollo, no a p a rtir de ard u o p roblem a de d eterm in a r sus relaciones con esos nuevos y
libros publicados sino a p a rtir de los m anuscritos originales del pro m eted o res cam pos del conocim iento. E l in ten to de H u sserl p o r
filósofo, se tiene la im presión de que se asem eja a un investigador d e sa rro llar la filosofía com o u n a ciencia en el sentido estricto del
de cam po m ás que a un catedrático y filólogo. La h isto ria de la filo­ térm ino, n ad a tiene que ver con la im itación de «las m atem áticas
sofía de Dilthey es una antropología llevada a cabo en el archivo. p u ra s y de las ciencias n atu ra les exactas, a las que n u n ca dejam os de
a d m ira r com o m odelos de disciplinas científicas rig u ro sas y alta­
m ente exitosas» (H usserl, 1970): 3-4). H abía que rech azar la idea
de u n a filosofía n a tu ra lis ta defendida p o r «fanáticos experim enta-
listas» y, ju n to con ella, la introspección de los h isto ricistas. H usserl
in ten tó filosofar sin supuestos; el suyo fue el ideal de u n a filosofía
182 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA «CUESTIONES INTERESANTES» 183

sin presupuestos. La filosofía sólo puede re cu p erar su créd ito cons­ personal, y si bien las M editaciones no eran sólo docum ento del filo­
tituyéndose com o «ciencia de los verdaderos com ienzos, de los orí­ sofar de D escartes, eran aún u n m odelo p a ra to d o nuevo com ienzo
genes». de la filosofía. Sólo en su p erju icio las ciencias positivas n o to m a­
La filosofía com o ciencia rigurosa sólo puede d esarro llarse com o ron dem asiado conocim iento de las M editaciones, y H usserl em p ren ­
una fenom enología trascendental, m ediante un enérgico m ovim iento dió incluso u n a especie de reco n stru cció n co n trafáctica de la h isto ria
de separación respecto de la opinión de filósofos del pasado y del de la filosofía euro p ea p reg u n tán d o se qué p o d ría h ab e r o cu rrid o si
presente, y o rien tado hacia las cosas m ism as. Pero si b ien la oposi­ no se h u b iera inhibido el crecim ien to y el desarro llo del germ en de
ción de la fenom enología trascen d en tal a las consideraciones histó ­ la filosofía de D escartes.
ricas (R icoeur) se puso de m anifiesto desde el com ienzo m ism o, Hus- P or supuesto, H u sserl no continuó a p a r tir del p u n to en que Des­
serl no descuidó en teram en te la h isto ria de la filosofía. Las refle­ cartes h ab ía dejado. D escartes perten ecía a aquellos que h acen un
xiones histó ricas de Crisis, p o r ejem plo, no fueron decididas sim ple­ descubrim iento —el del ego cogito en su caso— pero desconocen lo
m ente «a los efectos de una p resentación que im presionase (Hus- que h an descubierto. Las M editaciones cartesianas de H u sserl se
serl, 1970: xxix, Intro d u cció n del T raductor); no eran u n aspecto dirigen a las deficiencias de D escartes tan to com o a las fallas de las
accidental de su m étodo. P or o tra p arte, es obvio que H usserl en ciencias positivas. La fenom enología es el grandioso —quizá dem a­
m uchos lugares —en secciones históricas de su tra b a jo tem p ran o y siado grandioso— in ten to de cu m p lir u n a p ro m esa y co rreg ir un
program ático «La filosofía como ciencia estricta» (1910-1911), en la erro r.
extensa sección in tro d u cto ria titu lad a «H istoria crítica de las ideas» La epokhé fenom enológica es tam bién u n a epokhé histó rica, aun
con que ab ría sus lecciones de filosofía p rim era (1923-1924) y en la cuando H usserl llegue a evocar las circu n stan cias h istó ricas en las
p ro p ia Crisis (1938), y tam bién en los desarrollos históricos de m u­ que D escartes escribió sus obras, a fin de ju stificar su propio in ten to
chas de sus lecciones— intentó ante todo m o stra r que «los prim eros de su scitar u n renacim iento de las M editaciones, p reg u n tán d o se si el
filósofos no eran capaces de resolver los problem as que él h u b iera in fo rtu n ad o p re sen te que él vive no co rresp o n d e acaso al m iserab le
procedido a reso lver m ediante la fenom enología» (1970: xxviii). H us­ pasado que provocó la filosofía de D escartes. S in em barggo, al refe­
serl echa u n a m irad a retrospectiva a las filosofías del pasado sólo p ara rirse a D escartes, H u sserl no se propone volver a u n sistem a filosófi­
asegurarse de esas deficiencias; p asa las páginas de u n vasto errorum co del pasado. E stá in teresad o en la reco n stitu ció n de la idea m ism a
Índex que constituye la h isto ria de la filosofía p a ra p re p a ra r un de filosofía, no en la reco n stru cció n del contexto cu ltu ra l o del desa­
lib ro m ejo r, dirigiendo su m irada a la h isto ria de la filosofía com o rro llo h istó rico d e u n a filosofía determ in ad a. E n la h isto ria de la
p rep aració n m ental, com o u n a m otivación esp iritu al p a ra h allar la filosofía se alm acenan ideas y proposiciones, y no so tro s podem os
única y sola v erd ad era filosofía: la fenom enología. em plearlas p a ra n u estro s p ro p ósitos, sin p reo cu p arn o s dem asiado p o r
Cuando E d m und H usserl fue invitado p o r el In stitu í d ’E tudes si proceden de K ant o de S anto Tom ás, de D arw in o de A ristóteles,
germ aniques y p o r la Société Franqaise de Philosophie p a ra d ar de H elm holtz o de P aracelso. D ebiéram os e s ta r m enos in teresad o s
cu a tro lecciones con el carác te r de u n a «Introducción a la fenom e­ en D escartes que en los m otivos filosóficos de sus M editaciones, las
nología trascendental», en febrero de 1929, habló en el A nphithéátre cuales son etern am en te válidas (E w ig keitsb ed eu tu n g ). Cuando, al
D escartes de la Sorbona. D ifícilm ente podía h ab erse hallado u n lu­ final de sus com ienzos, H u sserl cita a San A gustín —«Noli joras iré,
g ar m ás apto p a ra la p rim era presentación de lo que m ás tarde, en in te redi, in interiore h o m in e habitat veritas»— el lecto r no puede
la versión publicada, llam ó M editaciones Cartesianas. Cuando, al final m enos que re co rd a r a D escartes, quien ya trescien to s años an tes
de esa obra, H usserl había desarrollado su idea central de una h ab ía reclam ado al filósofo que perm an eciera en casa, que m ira ra
epokhé fenom enológica, se pudo ad v e rtir con claridad h a sta qué d en tro de sí m ism o y nun ca m ás v iajara de regreso a la h isto ria de
p u n to h ab ía rep etido y variado el tem a cartesiano, y que, lo m ism o la filosofía.
que D escartes, h abía in ten tad o igualm ente zafarse de todas las opi­ p
niones precedentes y em p ren d er u n nuevo com ienzo, «com m encer
to u t de nouveau dans les fo n d e m e n ts». III. Una historia de orden m edio
H usserl vio a D escartes y se vio a sí m ism o com o «filósofos inci­
pientes» (anfangende P hilosophen). Al escrib ir acerca de D escartes Deseo ah o ra p re se n ta r u n a altern ativ a a la noción de la h isto ria de
m anifestó u n a afinidad selectiva p o r las o b ras de ese filósofo, acaso la filosofía p re sen tad a h a sta aquí. A fortunadam ente, esa altern ativ a
la ú n ica afinidad de esa índole que puede h allarse en sus reflexio­ puede ser h allad a en los escrito s de los m edios filósofos que ya he
nes. La filosofía, decía H usserl, fue siem pre u n a cuestión m ás bien m encionado. H e de ce n trarm e en la con trib u ció n de Hegel.
184 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA „ «CUESTIONES INTERESANTES» 185

Antes de h a b la r de la h isto ria de la filosofía com o u n sistem a utilidades de ellas; así ocurre con sus intentos y sus logros en el
de desarrollo en la Idea, cuya revelación h a constituido la m eta del arte y en la ciencia, con sus religiones, sus guerras y sus relaciones
esp íritu a lo largo de la historia, y, finalm ente, com o v erd ad era teodi­ exteriores; tam bién con la decadencia de los E stados en los que
ese principio y esa form a particular han m antenido su suprem acía,
cea, Hegel desecha «las ideas corrientes» acerca de la h isto ria de la
y con la originación y el desarrollo de nuevos Estados en los que
filosofía. Al leer con diligencia los Anuales y b u rlarn o s de las inge­ encuentra su m anifestación y su desarrollo un principio m ás ele­
n u as h isto riografías de antaño, no podem os sino h acer u n a señal de vado (H egel, 1974: I, 53).
asentim iento cuando Hegel declara que u n a m era colección de hechos
no constituye ciencia, y que «la n arrac ió n de algunas opiniones filo­ Una vez dirigida n u e stra atención a esas «cuestiones in tere sa n ­
sóficas tal com o surgieron y se m an ifestaro n en el tiem po es árid a y tes», las hallam os en m om entos y en lugares en los que difícilm ente
desprovista de interés». hubiésem os esp erado h allarlo s alguna vez. Así, p a ra d ar u n solo
E n el repaso de diferentes géneros de la h isto ria de la filosofía, ejem plo, E dm u n d H usserl, al lanzarse tra s la h isto ria de la idea
em pero, el rechazo y el elogio no son las únicas form as de la valo­ m ism a de filosofía, y sosteniendo su coherencia en v irtu d de u n a
ración de Hegel. E stá asim ism o la indiferencia. Lo que sugiero, pues, «oculta unidad de in terio rid ad intencional» («verborgene E in h eit
es m odificar la tría d a hegeliana: d a r p o r sentado lo que él rechaza, intentionaler In n erlich keit» j, de rep en te se detiene y com ienza a p re ­
rechazar lo que él elogia, elogiar lo que le es indiferente: gu n tarse si la concepción —en teram en te erró n ea en su opinión— de
que la psicología experim ental deba con v ertirse en la base de la filoso­
La filosofía tiene una historia de su s orígenes, su difusión, su fía, no tiene acaso m ucho que v er con el deplorable hecho de que las
madurez, su decadencia, su resurrección; una historia de quienes ciencias n atu ra les de su tiem po están alojadas en los d ep artam en to s
la enseñaron, la prom ovieron y de quienes se opusieron a ella; de filosofía y que en ellos la m ayoría de los científicos reg u larm en te
a menudo, tam bién de su relación externa con la religión y, ocasio­ no m b ran a psicólogos en las cáted ras de filosofía (H usserl, 1910-
nalm ente, con el Estado. Este aspecto de su historia da lugar, ade­ 1911: 321).
más, a cuestiones interesantes (H egel, 1974: I, 9).
No sé qué contribuciones a la h isto ria de la filosofía que se con­
ce n tra en las «cuestiones in teresantes» de Hegel existen ya. Lo que
D eslindados de la h isto ria de su «contenido interno», estos as­
sé, em pero, es que pueden h allarse im p o rtan tes fragm entos de ella
pectos perten ecen a la «historia externa» de la filosofía. Aunque
en las filosofías del pasado, pocas veces en lugares pro m in en tes, la
Hegel dijo m ás cosas acerca de esta especie de historia, y da la im ­
m ayoría de las veces ocultas p o r ahí, en n o tas al pie y en epílogos,
presión de que p o d ría volver a ella una vez escrita la h isto ria in tern a
en obras m enores y en piezas ocasionales, ap aren tem en te espúrias,
de la filosofía, es indudable que esas «cuestiones interesantes» tu ­
pero in q u ietan tem en te presen tes. Com ienza a em erger u n a nueva his­
vieron p a ra él sólo im p o rtan cia secundaria.
to ria de la filosofía cuando —p a ra no m encionar sino dos de las
Si tenem os p resen te que Hegel concedió a la h isto ria externa
«viejas» m etáfo ras— raíces y nacim ientos son m enos im p o rtan tes que
de la filosofía u n a cierta im portancia, aunque m enor, se hace po­
ram as y bautism os. No hallándose aún en posesión de resp u estas
sible leer sus afirm aciones program áticas en dos niveles diferentes.
com pletas y en busca todavía de «cuestiones in teresantes», ésa será
El que la filosofía pertenezca a su propio tiem po y esté restrin g id a
u n a h isto ria de o rd en m edio, p a ra to m a r en p réstam o u n a noción
sólo p o r sus p ro p ias lim itaciones, puede ser in terp retad o , com o hace
de R obert M erton. Se situ a rá en algún p u n to en tre los sistem as a n tro ­
Hegel regularm ente, en la perspectiva de su filosofía de la historia:
pológicos de D ilthey y sus pro ced im ien to s filológicos. No será ta n
cada filosofía es v ista entonces como la m anifestación de u n estadio
sagrada com o la teodicea de Hegel ni ta n superficial com o sus «ideas
p a rtic u la r de la h istoria, com o u n eslabón en la cadena global del
corrientes», sino m ás bien ta n realista y secu lar com o su h isto ria
d esarrollo espiritual. P ero cuando Hegel advierte, p o r ejem plo, que
externa.
«no debiéram os... convertir una antigua filosofía en algo m uy distin­
to de lo que fue originariam ente» y previene acerca de «no in tro ­
d u cir m aterial extraño» en la presentación de ideas filosóficas, in­
IV. La historia de la filosofía en co n texto disciplinario
ten tab a an te todo p re serv ar el contexto de u n a filosofía específica:

La form a particular de una filosofía es, pues, contem poránea


No todos los filósofos viajan, pero casi todos ellos son arq u ite c­
de una constitución particular de los hom bres entre los cuales hace tos, com o D escartes, que co m p arab a la evolución de la filosofía con
su aparición, con sus instituciones y form as de gobierno, con su el desarrollo de u n poblado antiguo. Pequeño villorrio al com ienzo,
m oralidad, su vida social y las capacidades, las costum bres y las se convirtió en u n a g ran ciu d ad al final, au n q u e m al planificada, con
186 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA «CUESTIONES INTERESANTES» 187

«un g ran edificio aquí, uno pequeño allá» y con calles que eran to r­ pura, B 861), sino m ed ian te ejem plos de una arq u ite c tu ra h istó ric a
cidas y desp arejas. D escartes, proyectando sobre esa ciu d ad u n a que nos diga de qué m odo algo puede llegar a contem p larse com o
m irad a estética, decidió co n stru ir u n a m ejor, «concebida y realizada científico.
p o r u n solo arquitecto», ordenada p o r él, ingeniero filosófico, «en P ara em plear fó rm u las de Q uentin Skinner: la h isto ria de disci­
com pleto acuerdo con su im aginación». P redom ina en la h isto ria plinas p ro c u ra re c u p e ra r intenciones, re co n stru ir convenciones y res­
de la filosofía u n deseo de pureza arquitectónica y el gozo de la pla­ titu ir contextos. Se inicia con la observación, m ás bien trivial, de
nificación. Así, sugiere D escartes —puesto que no es posible recons­ que los am bientes cognoscitivos, h istó rico s e in stitucionales de las
tru ir enteram en te toda la ciudad— «considerar cada uno de [su s] disciplinas están constitu id o s an te todo p o r o tras disciplinas, y que
edificios p o r sí m ismo». K ant, casi con las m ism as p alab ras, define debido a u n a «econom ía de recursos» (A bram s) cad a disciplina que
la ciencia com o u n sistem a p o r sí m ism o que «arquitectónicam ente» se propone artic u la r, sistem atizar o institu cio n alizar o p rofesiona­
debe ser tra ta d o com o «un todo que existe de p o r sí... un edificio lizar u n co n ju n to de ideas y de p rácticas, p ro c u ra tam b ién d istin g u ir­
separado e independiente, ... y no com o u n a dependencia o com o se de o tra s disciplinas existentes. P o r lo com ún, im itará a algunas
una p arte de otro» (Crítica del Juicio, § 68). Finalm ente, Hegel, con pocas y c ritica rá a m uchas. E ste es uno de los p resu p u esto s elem en­
el fin de no co n fu n dir el tratam ien to de la h isto ria de la filosofía, se tales p a ra lo g rar el reconocim iento de los p ares académ icos y el
expresa en favor de su separación de o tro s dep artam en to s del co­ apoyo del público m ás am plio.
nocim iento relacionados con ella. No es posible a trib u ir id en tid ad d iscip lin aria de una vez y p a ra
Una pureza de esa índole —aunque tam poco en este pu n to estoy siem pre apelando al «significado últim o» de u n a ciencia. Se la ad ­
seguro— puede ser ú til p a ra la epistem ología, pero tiene ciertam en ­ quiere, se la pone en tela de juicio, se la m antiene y se la m odifica,
te sus peligros p a ra la investigación h istó rica en general y en especial en circunstancias h istó ricas y cu ltu ra le s específicas. Una disciplina
p a ra lo que a p a rtir de ah o ra denom inaré «la h isto ria de las disci­ afirm a u n a identidad cognoscitiva, la un icid ad y la coherencia de
plinas». «sus orientaciones intelectuales, sus esquem as conceptuales, sus p a­
P ara m o stra r lo que entiendo p o r ese género debo volver a los radigm as, sus pro b lem áticas y sus h erram ien tas de investigación».
escritos de m is filósofos y ser ¡ay! o tra vez rebelde a sus preceptos. A la vez, debe h a lla r u na identidad social «bajo la fo rm a de sus
E n realid ad pro p en do a p en sa r que p a ra u n h isto riad o r las ciudades ordenam ientos in stitucionales superiores» (M erton, 1979). F inalm ente
viejas y m ad u ras que a D escartes no le agradan, son un lugar m u­ debe ad q u irirse u n a identidad histórica, la reco n stitu ció n de un p a­
cho m ás apto p a ra vivir que los «distritos regulares» que él p rom ete sado disciplinario al cual en p rin cip io todos los m iem bros de u n a
traz ar, y que u n a m irad a a « [la] h isto ria de las o tras ciencias, de la com unidad científica e starán de acuerdo en p erten ecer. La p ru eb a de
cu ltu ra y, an te todo, a la h isto ria del arte y de la religión» podría id en tid ad cognoscitiva cum ple el papel de u n p ro g ram a teórico p ri­
— pace Hegel— en riquecer la h isto ria de la filosofía. En su «Ana­ m ariam en te distinguiéndola de disciplinas establecidas o rivales. Al­
lítica del juicio teleológico» K ant distingue en tre los principia do­ canza la id en tid ad social p o r m edio de la estab ilid ad institucional, la
m estica —los principios de u n a ciencia inherente a ella m ism a— y los cual la to rn a m ás a p ta p a ra sobrevivir a la p erm an en te lucha aca­
principios extraños, principia peregrina, que descansan en «concep­ dém ica. La afirm ación de u n a id en tid ad h istó rica la distingue de sus
ciones que sólo pueden ser confirm adas fu e ra de esa ciencia». K ant com petidoras, pero al m ism o tiem po im pide la diferenciación p re ­
dice que esas ciencias se basan en lem m ata, proposiciones auxiliares m a tu ra de la disciplina. Yo su b ray aría especialm ente que el proceso
que ellas «tom an en p réstam o de o tra ciencia». N uevam ente, ésta po­ de institucionalización im plica actos de rechazo: las disciplinas ad­
d ría ser u n a distinción ú til a los fines de la epistem ología o, en su quieren su id en tid ad no sólo m ediante afirm aciones sino tam b ién
caso, p a ra los de la m etafísica, pero tales distinciones no encierran m ediante negaciones. No sólo deben d ec la rar a quién desean seguir
ninguna u tilid ad a los fines históricos, a no ser que los pongam os sino tam b ién a quién desean ab an d o n ar. P ara esas estrateg ias de in­
en m ovim iento. Si atendem os a sus com ienzos y a sus desarrollos, serción y de elusión, la rep u tació n de la disciplina es de sum a im ­
h allarem os que no hay ciencias de principios extraños y dom ésticos, po rtan cia: h ab itu alm en te la id en tid ad cognoscitiva, la id en tid ad so­
que no se tra ta de principia dom estica o peregrina, sino siem pre de cial y la id en tid ad h istó rica se fo rm an según el m odelo de alguna
procesos de dom esticación y de peregrinación que constantem ente disciplina de m ucho prestigio, m ien tras que las afirm aciones de u n i­
cam bian de dirección y de m archa. La h isto ria de disciplinas es un cidad o de im itación de los rangos m ás b ajo s queda com o la excep­
in ten to p o r describir y p o r com prender ese m ovim iento: no a tra ­ ción de la regla. E n los tres niveles de form ación de id en tid ad pue­
vés de u n a búsq u eda de lo arquitectónico de la razón pura, «la doc­ den observarse procesos de selección, rechazo, alm acenam iento y
trin a de lo científico de n u estro conocim iento» (Crítica de la razón de recuperación de o rientaciones altern ativ as.
188 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA <íCUESTIONES INTERESANTES» 189

E sta persp ectiva cobró im p o rtan cia en los últim os años, no sólo m ás im p o rtan te que el que h a desem peñado h a s ta ahora. La sucesión
en la h isto ria de las ciencias hu m an as y de las ciencias sociales, sino de las ideas, las opiniones, los sistem as y las d o ctrin as filosóficas con­
asim ism o en la h isto ria de las ciencias natu rales {G raham , Lepenies tin u arían teniendo el prin cip al in terés, p ero ni se la expondría inge­
y W eingart, 1983). E n ese ám bito se increm enta la opinión de que nuam ente com o u n a sim ple n arració n , ni se la juzgaría de u n a vez
en el lab o rato rio puede h ab e r m enos racionalidad, y en el inform e p a ra siem pre desde u n pu n to de vista filosófico superior. Se la re ­
de investigación m ás razonam iento, de lo que h a sta ah o ra se había flejaría, en cam bio, en la ram ificación de las especialidades filosófi­
supuesto. E n o tro lugar he re cu rrid o a esta perspectiva p a ra anali­ cas, en el traslad o y en los intercam b io s de los cen tro s y las p eriferias
zar las relaciones, tan to históricas com o actuales, que existen entre filosóficas, en la form ación de d iferentes actitu d es nacionales en
las disciplinas académ icas, y he in ten tad o explicar p o r qué esta la filosofía y fren te a ella, y, p o r últim o —p ero no p o r ello m enos
perspectiva, en m i opinión, h a com enzado a p o n er en tela de juicio im p o rtan te— en la m igración del pen sam ien to filosófico a o tro s cam ­
algunas de las concepciones m ás tradicionales de la h isto ria de la pos del conocim iento y a o tra s disciplinas académ icas, y en el alm a­
ciencia que he m encionado al com ienzo del p resen te tra b a jo . E n una cenam iento y la tran sfo rm ació n que allí experim entan.
o b ra algo volum inosa acerca de h isto ria de la sociología (Lepenies, El m otivo del lam ento de Hegel —de que «no se le deja lím i­
1981) he p ro cu rad o re u n ir contribuciones que 1) discuten las rela­ te... a la filosofía»— d eb iera co n vertirse en u n a razón de peso
ciones e n tre la construcción de teorías en sociología y la h isto rio ­ p a ra que se renovase el in terés p o r su h isto ria. La h isto ria de u n a
g rafía del cam po, 2) sientan la im p o rtan cia de narraciones, biografías disciplina cualqu iera debe escrib irse forzosam ente en relación con
y autobiografías p a ra la adquisición de la identidad h istó rica de la otras; p o r ejem plo, en relación con las disciplinas que aquella de la
sociología, 3) ponen en relación grupos de teorías, escuelas y proce­ cual se tra ta , id o latra, im ita com o m odelos, acep ta com o aliadas,
sos de institucionalización, 4) form ulan la distinción en tre la h isto ria tolera com o vecinas, rechaza com o rivales o desdeña com o in ferio ­
de la sociología p ropiam ente dicha y la h isto ria de la investigación res. Ello es igualm ente cierto a p ro p ó sito de la filosofía. Después de
social em pírica com o diferencia en tre u n a h isto ria de discontinuida­ todo, ¿no es la h isto ria de la filosofía occidental al relato de su des­
des y u n a h isto ria de continuidad, 5) buscan el origen de las rela­ falleciente dom inación de disciplinas, p rim ero de las ciencias n a tu ­
ciones y los conflictos interdisciplinarios, 6) identifican las tradicio­ rales y, después, poco tiem po m ás tard e , de las ciencias h u m an as y
nes sociológicas nacionales, y 7) persiguen los cam biantes contactos sociales? ¿N o es u na h isto ria de segregaciones vacilantes y exitosas
en tre algunas de ellas. y de fallidos acercam ientos, de tard ío s in ten to s p o r re s ta u ra r la u n i­
Si se m e p id iera un ejem plo de esa h isto ria de las ciencias, m en­ dad e n tre la filosofía y su infiel descendencia, de los cuales la Crisis
cionaría la o b ra de Georges Canguilhem , cuyo estudio de la com pli­ de H usserl, su defensa de u n a filosofía com o ciencia estricta, es aca­
cada relación e n tre las disciplinas y las ciencias de la vida en el si­ so el ejem plo m ás grandioso? Antes que p ro p u g n a r la p resen tació n de
glo x v i ii q u ed ará com o un m odelo de precisión y com prensión (Can­ panoram as ta n vastos, sin em bargo, q u isiera vqr esbozos que p re ­
guilhem , 1950). senten a la filosofía en u n contexto d isciplinario m ás pequeño, u n a
H u sserl sugirió o rd e n ar el m undo social y sus alter egos «en aso­ serie de im ágenes estáticas que, p resen tad as u n a tra s o tra, ad q u ieran
ciados (U m w e lt), contem poráneos (M itw elt), predecesores (Vor- el c a rá c te r de u n filme y revelen, no exactam ente objetos, sino sus
w e lt) y sucesores (Folgew elt)». A tendiendo al m undo social de las cam biantes relaciones, su ap arició n y su desaparición en u n m arco
disciplinas, se puede distin g u ir la h isto ria tradicional de la ciencia, de referencia estable.
com o h isto ria de los predecesores y los sucesores, de la h isto ria de S olam ente puedo o frecer unos pocos ejem plos, de c a rá c te r m ás
disciplinas aquí p ropuesta, com o h isto ria de asociados y contem po­ bien lim itado, de la h isto ria de la filosofía en u n contexto discipli­
ráneos. Son ah o ra m enos im p o rtan tes las secuencias de influencia nario. E n su m ayoría son ejem plos de lo que d eb ería o p o d ría h a­
que u n a re d de relaciones interdisciplinarias, y la p re h isto ria del cerse, no de lo que ya se h a hecho. Casi todos ellos se restrin g en
p resen te no llam a tan to la atención com o los géneros em ergentes a las ciencias hum an as y a las ciencias sociales.
y las etnografías disciplinarias del pasado (Geertz, 1983).V . Una h isto ria de la filosofía en u n contexto disciplinario d eb iera
cen trarse, p o r cierto, en dos procesos: en la diferenciación de enfo­
ques, ram as y especialidades en la filosofía, y, asim ism o, en la sepa­
V. Un p rim er ejem plo: W u n t y sus revistas ración de cam pos de conocim iento de la filosofía. Tengo la im presión
de que am bos procesos h an sido en realid ad m inuciosam ente des­
Me p regunto si tal perspectiva de u n a h isto ria de las disciplinas crito s y aun in terp re tad o s, si bien a m enudo en fo rm a discutible.
no p o d ría desem peñar en la h isto ria de la filosofía u n papel u n poco No se h a probado , em pero, p o n er esos procesos en relación e n tre sí.
190 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA «CUESTIONES INTERESANTES» 191

La separación de la psicología resp ecto de la filosofía —si ello en considerado com o verd ad ero p ro b lem a filosófico estab a lejos de es­
efecto alguna vez se produjo— es quizás el caso m ejo r docum entado ta r decidida. La psicología experim ental se asem ejab a a u n eclecti­
h asta ah o ra (W oodw ard y Ash, 1982). E sa separación alcanzó su clí­ cism o filosófico in vivo.
m ax con el ataq u e de H usserl al psicologism o com o in ten to m ás Veinte años m ás tard e apareció el ú ltim o n ú m ero de los Philoso­
osado p o r «co n siderar a la razón com o dependiente... de algo de phische Studien. Con los dos volúm enes del F estsch rift dedicado a
carácter no racional» (Wild, 1940: 20), ataque que al m ism o tiem po W undt se habían publicado en to ta l veinte volúm enes. W undt ap o r­
alim entó la esperanza de los fenom enólogos de que eventualm ente la tab a un epílogo (S chlussw ort) en el que nostálgicam ente volvía la
psicología p u d iera convertirse en el fundam ento de todas las o tras m irad a a los heroicos com ienzos de la psicología experim ental, cu an ­
disciplinas u n a vez que se la hubiese radicalizado lo suficiente p ara do el In stitu to de Leipzig no era n ad a m ás que u n a m o d esta em ­
alcanzar dim ensión filosófica (G urw itsch, 1966: 68). p re sa privada. Al co n sid erar u n a vez m ás el p ro b lem a del títu lo de
A fin de m o s tra r h asta qué pu n to esos procesos de separación y la revista, W undt d eclarab a entonces ab iertam en te que h ab ía sido
de reconciliación pueden ser com plejos y so rp ren d en tes en sus deta­ u n títu lo deliberad am en te polém ico, «ein K am pfestitel». Sin em bargo
lles, he de p re se n ta r u n solo ejem plo. Se refiere al «origen» de la —y esto W undt no lo h ab ía dicho an tes— el títu lo estab a dirigido
psicología experim ental, norm alm ente asociado con la «fundación», no sólo a los filósofos que se h ab ían reh u sad o a realizar los necesa­
en 1875, del lab o rato rio de W undt en Leipzig. E n 1883 W undt lanzó rios cursos in tro d u cto rio s a la psicología, sino tam bién c o n tra los
una nueva rev ista p a ra prom over sus ideas en m ateria de psicolo­ científicos natu rales, especialm ente los fisiólogos que d esp reciab an
gía. E l p rim e r nú m ero incluía artículos acerca de inducción y apercep­ com o acientífico cu an to se relacionaba, siq u iera rem o tam en te, con la
ción, ca rtas de colores, la lógica de la quím ica, el libre arb itrio , la filosofía.
noción de sustancia en Locke y en H um e y la m edición de olores A com ienzos del siglo xx W undt se veía a sí m ism o y a su psi­
y de sonidos. E ra u n a revista que prom ovía la psicología experi­ cología en u n a posición m ás bien incóm oda. E n las ciencias n atu ra les
m ental, y sólo podía llevar u n título: Philosophische Studien. Un la N aturphilosophie especulativa, la filosofía n a tu ra l del siglo x ix
año m ás tard e, al final del p rim e r volum en, W undt declaraba que que veinte años an tes p arecía co m pletam ente obsoleta, surgía nueva­
con to d a deliberación había om itido cualquier afirm ación progra­ m ente y hacía que la concepción epistem ológica, cautelosa y m ás
m ática en el p rim e r núm ero de la revista. Los propios artículos de­ bien m oderada, de W undt y sus seguidores, ap areciera com o u n a
b ían d em o strar lo que el lecto r podía e sp e rar h a lla r en la nueva filosofía reaccionaria. P o r el o tro lado, los llam ados «filósofos p u ­
revista. De todos m odos, señalaba W undt con bu rla, h an form ulado ros», que rechazaban todo m étodo científico, y en especial el de la
objeciones c o n tra el título de la revista aquellos filósofos que, ansio­ psicología experim ental, h ab ían arrib ad o a la conclusión de que era
sos p o r leer artículos acerca de «problem as trascen d en tes e inm a­ m ás o m enos tiem po de ex p ulsar definitivam ente a la psicología de
nentes», la «noción de Ser» y los « E rro res tipográficos en las obras la filosofía. W undt, sin em bargo, reafirm aba su convicción de que
de K ant» hallados m ás recientem ente —todos los títulos de artículos las ciencias finalm ente ren u n ciarían a todos los sueños especulativos,
im aginarios son de W undt, no m íos— se h an visto defraudados y y que los filósofos caerían en la cu en ta de la fu tilid ad de sus in ten ­
desalentados. Los filósofos especulativos y los literato s filósofos se tos p o r prom over u n a psicología que era ta n acientífica com o podía
aterro riza b an al ad v e rtir quién estab a p o r integrarse en su alta serlo. W undt se a p resu rab a a añ a d ir que no debía co n sid erarse el
sociedad («Seit w ann hat m an gehórt, dass diese und ahnliche Dinge hecho de concluir con los P hilosophische S tu d ien en ese m om ento
es wagen, die guíe G esellschaft der P hilosophie ungem ütlich zu ma­ com o u n a expresión de resignación. A p esa r de su títu lo , la rev ista
chen?»), y declaraban que no eran capaces de com prender lo que había sido de alcances m arcad am en te locales en m uchos aspectos,
o cu rría en la psicología, pero de todos m odos les desagradaba. De siendo principalm en te u n órgano del propio in stitu to de W u n d t en
h ab e r sabido de antem ano de esas quejas, concluía W undt con cierta Leipzig y de su psicología. A hora se h ab ía fu ndado u n a publicación
terq u ed ad , h ab ría cam biado el títu lo p o r el de Philosophische Studien, con u n a orientació n m ás universal, el Arcfíiv fü r die gesam te Psy-
aun cuando o rig inariam ente hubiese pensado en otro. chologie —cuyo d irec to r era E. M eum ann, de Z urich—, la cual con­
Sólo p ara una visión retrospectiva, al parecer, el títu lo de la tin u aría con lo que W undt y su rev ista h ab ían iniciado veinte años
nueva rev ista de W undt suena polém ico, algo así com o u n nom de antes.
guerre, m ediante el cual la reciente establecida psicología experi­ E n esas p alab ras finales, escritas en feb rero de 1903, W u n d t decía
m en tal p reten d ía ser p a rte legítim a de la filosofía, capaz de influir haberse p reguntad o ya si finalm ente h ab ía llegado el m om ento de
en o tro s cam pos filosóficos com o la epistem ología, y de d em o strar re n u n ciar al viejo no m b re de la rev ista y elegir o tro, que elu d iera
de m an era bien visible que la cuestión de qué era lo que debía ser tan to la E scila científica del reduccionism o psicológico com o la
192 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA “ «CUESTIONES INTERESANTES» 193

C aribdis filosófica de la N aturphilosophie especulativa, a saber: Psy-


chologische S tu d ien . Parecía, no o b stan te, que e sta reflexión, después
de h ab e r fu ndado el Archiv, e ra sólo u n a cura posterior. VI. O tros ejem plos: sociólogos en su país y en el extranjero
Tres años m ás ta rd e aparecía u n a nueva revista de psicología. El
d irec to r e ra W ilhelm W undt. S u títu lo e ra Psychologische Studien. V aldría la p en a re in te rp re ta r el papel de la filosofía en el con­
E n sus p alab ras de ap e rtu ra , escritas en diciem bre de 1904, W undt no texto de nuevas disciplinas en tra n c e d e aparición, en p a rtic u la r en
pudo m enos que referirse a la despedida que había escrito cuando el siglo xix, com o el de disciplina de referencia que incide en la
la in terru p c ió n de los P hilosophische Studien. No e ra necesario ju s­ selección de p ro g ram as teóricos, m étodos, o rd enam ientos in s titu ­
tificar nuevam ente el cam bio de nom bre, pues las razones que p a ra cionales y orientaciones h istó ricas de o tro s cam pos del conocim iento
ello h ab ía dado dos años antes subsistían y eran aún válidas. Lo que y d e o tra s especialidades. (M i p ro p io p u n to de referen cia es aq u í la
e ra necesario ju stific ar e ra la p ro p ia aparición de la revista. Los form ulación hecha p o r R o b ert K. M erton del grupo de teo rías de
m otivos fu ero n rep entinam ente obvios, au n cuando W undt no hu­ referencia.)
b iera sido capaz de anticiparlos poco tiem po antes. El A rchiv había E n nin g u n a p a rte , m e p arece, cum plió la filosofía o, al m enos,
sido fu n d ad o p a r a re alzar la diversidad de los enfoques psicológicos u n a p a rte sustan cial de ella, su función de referen cia con m ayor
y pro p o rcio n arles u n lugar «neutral» de publicación. No obstante, p o r facilidad que en la vida in telectu al alem ana del siglo xix. E n u n a
entonces se h ab ían desarrollado tan ta s psicologías diferentes y di­ época de creciente desdén p o r la filosofía en general, el neo k an tism o
v ersas que se volvía cada vez m ás ard u o identificar en tre ellas el se tran sfo rm ó en á rb itro ad m itid o de la violenta com petencia de las
enfoque pecu liar de W undt. Los Philosophische S tu d ien h ab ían con­ disciplinas académ icas. No sólo se clasificaba a éstas y se definían
sistido fu n d am entalm ente en tra b a jo s realizados en el In stitu to de sus relaciones m u tu as en u n nivel ín íerd iscip lin ario , sino que se
Leipzig. Los Psychologische S tu d ien estaría n reservados estrictam en ­ in te rp re ta b a n en el nivel ¿ntradisciplinario los m arco s epistem ológi­
te a ellos. O tra razón —acaso m ás im p o rtan te— de la publicación cos de las actividades de investigación, y se evaluaban ta n to las
de la an tig u a revista b ajo un nuevo título, era que en el A rchiv los altern ativ as teóricas com o las m etodológicas. P or largo tiem po la
pro b lem as de psicología aplicada se h abían vuelto tan im p o rtan tes im agen pública de las ciencias n atu ra les y d e las G eistesw issenschaf-
com o los p roblem as de psicología teórica. ten no fue m od elad a tan to p o r las experiencias de la vida de labo­
W undt p ro c u rab a p re serv ar un lu g ar en el que se p u d iera e jercer ra to rio o p o r la co m plejidad de la in terp re tació n de u n texto, cuanto
«el in terés p u ram en te teórico» de la psicología. M ientras que antes p o r afirm aciones de filósofos que sostenían h ab e r resuelto lo que los
el títu lo «P hilosophische S tu d ie n » d eclarab a que la psicología e ra idiógrafos o los n o m o tetas d eb ían h acer. C uando, con el p aso al nuevo
u n a p a rte legítim a de la filosofía, el títu lo «Psychologische S tu d ie n » siglo, K arl L am precht y K u rt Breysig p u siero n en tela de juicio la
expresaba ah o ra la esperanza de que las orientaciones filosóficas no orientación trad icio n al de la h isto rio g rafía alem ana difundiendo su
d esap arecieran definitivam ente de la psicología. m étodo, p reten d id am en te científico, de la h isto ria cu ltu ral, fra c a sa ­
H e esbozado esta h isto ria —la del propio W undt— con el objeto ro n debido a m uchas y com plejas razones, p ero an te todo p o rq u e
de m o s tra r cuán com plicada ha sido la h isto ria de la llam ada sepa­ no ad v irtiero n cuán segura se sentía su disciplina con su p arad ig m a
ració n de la psicología de la filosofía. E sa h isto ria tien e m uchas idiográfico, y cuán poco d isp u esta estab a a a rriesg ar u n a com odidad
facetas que no puedo d iscu tir aquí. Dos aspectos debieran em pero epistem ológica de la q ue se les h ab ía p ro v isto desde afuera. E l deba­
m encionarse. E n p rim er lugar, los procesos de especialización no in­ te acerca de las dos cu ltu ras revela h a sta qué p u n to las distinciones
volu cran necesariam ente el estrecham iento de los enfoques y de las difundidas p o r los neo k an tian o s estab an aún vivas. No puede d e ja r
perspectivas. Vistos en un contexto m ás am plio, interdisciplinario, de p ensarse, en este sentido, en la filosofía no sólo com o á rb itro e
pueden, com o o cu rre en el caso de W undt y sus revistas, expresar el in té rp re te , sino al m ism o tiem po com o u n tertius gaudens, capaz de
deseo co n trario . P ueden p re serv ar la universalidad de u n p ro g ram a p rolongar el conflicto y aun de intensificarlo y sacar provecho de él
teó rico tem prano. En segundo lugar, advertim os nuevam ente lo im ­ p retendiendo resolverlo de u n a vez y p a ra siem pre.
p o rta n te que sigue siendo p a ra la h isto ria de las disciplinas la cues­
tió n «¿Qué hay en u n nom bre?» (Stocking, 1971). No encierran m u­
cho significado los nom bres de los dogm as y de las especialidades Antropología filosófica y la s o c io l o g ía d el conocim iento
—o los nom bres de las revistas en este caso— y, com o ya lo supo
Lam ennais, to d a vez que las doctrinas se hallan en peligro, siem pre La visión estática de las especialidades com o sim ples piezas de
se dispone de p alab ras que puedan reem plazarlos rápidam ente. disciplinas estab lecid as se m odifica en cierto m odo si se re c u rre
.«CUESTIONES INTERESANTES» 195
194 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA

al m arco de referencia que h e p resen tad o h asta aquí. Antes que


considerarlas com o p artes, se las p o d ría ver como p artíc u la s que se
L a SOCIOLOGÍA COMO FILOSOFÍA POSITIVA
m ueven de u n lado a o tro pasando de u n a a o tra disciplina y que
v arían co n stan tem ente al m overse. C onsidérense la antropología filo­
T ras h ab e r arrib ad o finalm ente —al cabo de m uchas y, a veces,
sófica y la sociología del conocim iento, p o r ejem plo. Ambas se ori­
peligrosas incursiones en regiones poco conocidas— al te rrito rio
ginaron en u n contexto filosófico; lim itando el análisis al caso de
un poco m ás seguro de mi p ro p ia disciplina, no volveré a ab an d o ­
Alemania, se pued e decir, incluso, que las dos fueron «creadas» por
n arlo en lo que re sta de este ensayo. Lo que m e propongo h acer
un filósofo, Max Scheler. Se las puede v er a am bas com o resultado
p a ra concluir es m o s tra r en qué fo rm a es posible investigar la com ­
de u n cierto agotam iento que sufrió la filosofía a fines de siglo:
pleja relación existente en tre la filosofía y la sociología en el con­
cuando su m odo tradicional de pensam iento alcanzó u n a im passe,
texto de u n a h isto ria de disciplina. Puedo a lu d ir al caso francés
desplazó algunas ideas hacia su p ro p ia p eriferia y p o r ú ltim o las
sólo brevem ente; en cam bio, d iscu tiré con m ás detalle la h isto ria
som etió a p ru e b a en un te rrito rio extraño.
de la sociología alem ana.
Como sus nom bres lo sugieren, norm alm ente consideram os a la
Al im p u lsar a la nueva disciplina que era la sociología, Auguste
antropología filosófica com o u n cam po de orientación m ás filosófica
Com te in ten tó em an cip arla de la filosofía reten ien d o a la vez la bien
que la sociología del conocim iento. Scheler deseaba d esa rro llar una
establecida repu tació n académ ica de esta últim a. Atacó a dos filoso­
disciplina com o p rep aració n p a ra su fu tu ra m etafísica, pero esa dis­
fías precedentes, la teológica y la m etafísica, sólo p a ra c rear una
ciplina era la sociología del conocim iento, no la antropología filosófi­
terc era y m ejor: la filosofía positiva. El in te rp re ta b a la fundam enta-
ca. La distinción decisiva en tre ellas no es una distinción estática,
ción de la sociología no com o u n acto de alzam iento, sino com o el
en térm in o s de las propiedades intrínsecas de u n cam po en p a rtic u ­
leal intento de crear u n a filosofía m ejor, u n a filosofía que no de­
lar, sino u n a distinción dinám ica, en térm inos de las relaciones va­
pen d iera ya de la R evelación o del p ensam iento especulativo, sino
riables existentes en tre varias áreas del conocim iento. La antropología
que estuviese firm em ente b asad a en la observación y en la experi­
filosófica alcanzó siem pre lo m ejor de dos m undos, definiéndose como
m entación. Cuando, en 1867, apareció el p rim e r volum en de La Phi-
la p a rte em pírica de u n a filosofía que se desarrolló avergonzándose
losphie positive, rev ista de la escuela com teiana, se lo iniciaba con
cada vez m ás de su pasado especulativo, y com o p a rte filosófica de
un artículo prog ram ático de L ittré acerca de las tre s filosofías. Había,
u n a ciencia social que aún se hallaba a la busca de u n a fundam en-
com o afirm aba L ittré, tan to u n a clasificación lógica com o u n a evo­
tación trascen d en tal. Del otro lado, la sociología del conocim iento
lución teleológica de las disciplinas, y am bas culm inaban en el nuevo
fue despreciada com o sociologismo p o r u n a p arte , y com o especula- •
cam po de la sociología. De u n a vez y p a ra siem pre, el d escubrim iento
ción filosófica p o r la o tra. La razón de este desigual trata m ien to es,
de la je ra rq u ía n a tu ra l y d idáctica de las disciplinas quedó com o
u n a vez m ás, u n a distinción concerniente al contexto antes que al
logro de Auguste Comte. La legitim idad de la sociología quedaba
contenido. Se consideró a la antropología filosófica com o u n a espe­
asegurada desde el m om ento en que en su d esarrollo se h ab ía alcan­
cialidad casera que se origina y subsiste sólo en la filosofía alem ana
zado u n p u n to decisivo de no re to rn o : n u n ca m ás la teología y la
y en el pensam iento social alem án, en tan to que la sociología del co­
m etafísica serían capaces de co n q u istar el m ás pequeño espacio en
nocim iento fue u n a em presa de ca rác te r m ucho m ás internacional.
el que la filosofía positiva h ubiese logrado éxito. Dado su carác te r
D espués de 1945 los filósofos H elm ut Plessner y Arnold Gehlen, pro-
casi religioso, y dado el in ten to del p o sitivista p o r crear algo sem e­
líficos estudiosos que h abían continuado desarrollando la antropología
ja n te a u n a fo rm a no teológica de culto, ello re su lta b a u n poco exce­
filosófica de Max Scheler, p asaron a e sta r a cargo de departam entos
sivo p a ra m uchos de los lectores de Comte, en tre ellos los herm an o s
de sociología, d em ostrando así la flexibilidad de su disciplina. Fue
G oncourt, quienes, tra s h ab e r leído su lib ro La P hilosophie positive,
ú n icam en te en el contexto alem án donde la W issenssoziologie de K arl
hicieron esta sarcástica observación: «Tres bon livre, s ’il y avait un
M annheim , la versión m ás desarrollada de la sociología del conoci­
m iento, se difundió com o u n ataque a la filosofía y fue rechazado peu p lu s de positivism e!»
D urkheim , seguidor y crítico de Comte, in virtió su estrategia.
com o tal. E n el contexto anglosajón, em pero, se la descartó com o
M ientras que Com te —p ro b ab lem en te el fu n d ad o r de la sociología
m era filosofía, llam ándola K arl Popper, el anglosajón de Viena, no
y, p o r cierto, su m ás in fo rtu n ad o fu n d ad o r de instituciones-— intentó
«sociología» sino sim plem ente «versión hegeliana de la epistem o­
logía kantiana». an te todo gan ar el necesario reconocim iento académ ico p a ra la so­
ciología haciendo suya la legitim idad intelectu al del filósofo, D ur­
kheim se concentró en la ta re a de ase g u rar una id en tid ad cognos-
196 LA FILOSOFÍA £N LA HISTORIA «CUESTIONES INTERESANTES» 197

citiva específica «independiente de to d a filosofía» com o dice en las sch a ft), desconocía su derecho a establecerse com o nuevo cam po de
R ules o f Sociological M ethod. Sin em bargo, astu tam en te apoyó la investigación. H abía en o tra s disciplinas p u n to s de vista sociológicos
hegem onía de la filosofía en las universidades, y h a sta aceptó que, p o r cierto, debían ser p reservados, p ero no h ab ía necesidad de la
p o r b astan te tiem po el papel auxiliar de la sociología com o p a rte sociología com o ciencia autónom a. Como ta l era incluso peligrosa,
del plan de estudios de filosofía (K arady, 1979). La h isto ria de la puesto que aceptaba —a fin de alcanzar su independencia cognosciti­
sociología fran cesa en el siglo xx no es m enos u n a h isto ria de su va respecto de la h isto ria y de las ciencias políticas trad icio n ales
h erencia filosófica, la cual fue continuam ente negada y atacada, pero (Staatsw issensch a ften )— la separación de la sociedad resp ecto del
que siem pre siguió ejerciendo u n a influencia. La p rofecía de Lévi- E stado. Pero el ataq u e de T reitsch k e c o n tra la sociología e ra u n a
S trauss, según la cual la ascendencia filosófica de la sociología fran ­ polém ica de m ala consciencia, al p arecer. E n m uchas cartas escritas
cesa, que en el pasado le había hecho algunas ju g arretas, p o d ría antes y después de su publicación, m an ifestab a su disgusto p o r su
«acreditarse finalm ente como su m ejo r capital» (Lévi-Strauss, 1945: propio ensayo y p o r el in fo rtu n ad o tem a que h ab ía elegido p a ra él,
536), fue confirm ada sólo veinte años m ás tarde: en todo respecto pues e ra dem asiado joven p a ra tra ta rlo , de cualquier m an era (c a rta s
la sociología francesa, debido a su orientación filosófica, no sólo del 11 de noviem bre de 1858, 26 de diciem bre de 1858, 19 de enero
h a resistido al rig o r em pírico de la sociología norteam ericana; se h a de 1859 y del 25 de enero de 1859). E l lecto r siente la im p resió n de
convertido finalm ente —al m enos en opinión de los sociólogos fran ­ que el a u to r lleva a cabo su ataq u e con indiferencia, que está invo­
ceses— incluso en su m ala consciencia filosófica (B ourdieu y Passe- lucrado en una b atalla que no está dem asiado ansioso p o r g an ar
ron, 1967). y que h ab ría sido m ejo r si en p rim e r lu g ar no la h u b iera planeado.
Una razón de esta a c titu d es, p o r cierto, el hecho de que R o b ert
von Mohl, co n tra quien T reitschke escribió su librito, había sido,
La oculta unidad de la sociología alemana y seguiría siendo, uno de sus m ás influyentes p atro n o s y p ro te c to ­
res. Un acuerdo im plícito o, al m enos, un in ten to de llegar a él, p re ­
E n Alem ania la sociología obtuvo d u ra n te m ucho tiem po sólo una dom ina en la polém ica de T reitschke. E n co n tré u n indicio, pequeño
débil id en tid ad in stitucional. El que A lem ania fuera u n país con so­ pero revelador, de ta l en ten d im ien to m ien tras red actab a este artíc u ­
ciólogos p ero no con u n a sociología, era un hecho no sólo lam entado lo. El ejem p lar del libro de T reitschke Die G esellschaftsw issenschaft
en la R epública de W eim ar, sino ya señalado en el siglo xix, y se que yo necesitaba debió ser solicitado p o r m edio del sistem a de p ré s­
re ite ra ría después de la Segunda G uerra M undial. El convencional tam os en tre bibliotecas. F inalm ente llegó u n ejem p lar de la p rim era
apotegm a de la desigualdad casi n a tu ra l de la ciencia social alem ana edición perteneciente a la vieja «College Library» de Yale, y que era
d eja de te n e r fu ndam ento, em pero, cuando se considera a la filosofía m anifiestam ente el ejem p lar p erso n al del an tag o n ista de T reitschke.
y a la sociología en u n contexto com ún. La dedicatoria m an u scrita en la p o rtad a decía: «H errn Geh. R ath
Ya Hegel en la introducción a sus Lecciones de H istoria de la R obert von Mohl in b eso n d erer V erehrung, d er V erfasser.»
Filosofía h ab ía in ten tad o distinguir u n peculiar m odelo alem án del E n 1935, H ans Freyer, a u to r del influyente panfleto R evo lu tio n
desarrollo de la filosofía y de las ciencias respecto del de los otros fro m the R ight (1932), y sin du d a uno de los com pañeros de ru ta
países europeos. M ientras que fu era de Alem ania «se habían prose­ conservadores de nazism o, au n q u e nu n ca se in co rp o ró al p a rtid o
guido con celo y con respeto las ciencias y el cultivo del entendi­ ni a alguna de sus organizaciones, publicó u n artícu lo acerca de las
m iento», ya no se reco rd ab a a la filosofía. Sólo en Alem ania siguió ta re a s presentes de la sociología alem ana («G egenw artsaufgaben der
siendo im p o rtan te. «Hemos recibido —declaraba solem nem ente H e­ deutschen Soziologie»). E l títu lo era u n poco am biguo, p o rq u e se lo
gel— el alto llam ado de la N aturaleza de ser los conservadores de podía in te rp re ta r com o el de u n a pieza de sociología «alem ana», esto
esta llam a sagrada...» es, u n a sociología b asad a en la ideología ra cista y en la eugenesia.
N adie en Alem ania se som etió al llam ado de Hegel con m ás pun­ El artículo era un in ten to p o r convencer a los jefes nazis p a ra que
tu alid ad que el h isto riad o r H einrich von Treitschke, quien creía que no abolieran las ciencias sociales, p o rq u e p o d rían servir m uy b ien a
todo alem án h abía nacido con un instin to m etafísico: echado en los propósitos ideológicos. Freyer, sean cuales fu eren las m otivaciones
bosques, la sangre le dictaba que yacía, estética y filosóficamente, políticas que tenía, in ten tab a estab lecer u n origen específico y u n a
so b re su espalda, m ien tras que los otros, y especialm ente los identidad cognoscitiva p ecu liar de la sociología alem ana, que la dis­
latinos, yacían to scam ente sobre sus estóm agos (Trilling, 1963: 235). tinguiese tan to de las ciencias sociales b ritán icas com o de las fra n ­
Cuando, en 1859, T reitschke atacab a a la nueva ciencia social en su cesas. La característica m ás im p o rtan te de la sociología alem ana era
influyente tesis de doctorado en filosofía (Die Gesellschaftsw issen- su estrecha alianza con la filosofía.
198 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA « CUESTIONES INTERESANTES» 199

H abía, según Freyer, algo p arad ó jico , después de todo, en el a ta ­ logia, la decadencia de esa disciplina no se expresaba m enos en su
que de T reitschke. La oposición e n tre la sociedad civil y el E stado debilitam iento del in terés filosófico. P o r supuesto, ello no e ra u n
como dos esferas diferentes ten ía su origen en el propio Hegel, y la renacim iento del hegelianism o, sino m ás bien u n a reacción c o n tra
nueva disciplina de la sociología podía señalarlo com o uno de sus él. Es im p o rtan te en este contexto que tan to cierta trad ic ió n con­
fundadores ju n to con H erder, K ant, Fichte y S chleierm acher. La servadora de la sociología alem ana com o una versión específicam ente
sociología alem ana se distinguía igualm ente de sus equivalentes anglo­ alem ana del pensam iento antisociológico en filosofía, ú n icam en te p u e­
sajones y franceses p o r el hecho de que no expresaba convicción algu­ den ser in te rp re ta d a s com o u n in ten to p o r revivir la estrech a re­
n a en u n p rogreso social evolutivo. E l desarrollo de O ccidente hacia lación en tre sociología y filosofía o d ep lo rar su pérdida.
u n a sociedad de clases in d u strial era descrito con indiferencia, ni se lo La diversidad y la incoherencia de la sociología alem ana h a sido
acep tab a n i se lo rechazaba, viéndoselo com o u n estadio tran sito rio , siem pre lam en tad a p o r quienes la p ractican y m aliciosam ente ex­
com o u na situación de caos que h ab ía que to lera r h a sta que p u d iera p u esta p o r sus adversarios. No o b stan te, u n a vez que se sitú a a la
su rg ir u n nuevo orden social. La sociedad civil no era en m odo alguno filosofía y a la sociología en u n contexto com ún, com ienza a ap a rec er
expresión de u n a ley n a tu ra l de la sociedad, como los m iopes teóri­ una im agen sorp rendente. Se to rn a m anifiesto que hay u n a p ersp ec­
cos ingleses de la econom ía pensaban; era u n fenóm eno histórico, y la tiva epistem ológica específica que da al pen sam ien to sociológico
sociología co n stituía el intento p o r com prenderlo com o tal. E n este alem án u n a un id ad y u n a coherencia ocultas. E n el paso a este siglo
sentido, la sociología alem ana era, en m edida m ucho m ayor que la esa u n id ad se expresó an te todo en u n in terés generalizado p o r la
ciencia social fran cesa e inglesa, a la vez h istó rica y em pírica, pero filosofía kantiana, la cual, según sugerían m uchos, p ro p o rcio n aría
siem pre capaz, debido a su orientación filosófica, de reflejar el sig­
u n a b ase sólida p a ra las ciencias sociales. E n este respecto, K ant, y
nificado y la estru ctu ra de la sociedad y del E stad o en general. El
no Hegel, aparece com o «padre fundador» de la sociología alem ana.
hecho de que estuviese exenta de confundir la sociedad civil con el
(O tra cuestión es, em pero, la de si K ant, al e jercer u n a influencia en
sistem a n a tu ra l de la sociedad, explicaba el realism o de la sociología
D urkheim a través de R enouvier y de B runschw icg, p o r ejem plo, no
alem ana. E ste realism o no provenía ni de una m etodología positiva
ha sido el p ad re fu n d ad o r de la sociología eu ro p ea en general. Su
ni de u n a orientación avalorativa, sino de su legado filosófico, una
tran sfo rm ació n de la filosofía hegeliana del derecho que se verifica­ influencia, p ro fu n d a y p ersisten te, puede d istin g u ir a la trad ició n
b a en u n verdadero esp íritu hegeliano. europea en el ám bito de las ciencias sociales, de la trad ició n n o r­
team ericana.)
E n este sentido —continuaba F reyer— T reitschke y sus oponentes
no se hallab an en bandos diferentes; puesto que estaban de acuer­ No puedo e n tra r aquí en detalles. O bservaré únicam en te u n de­
do en re ch az ar la situación h istó rica que había creado a la socio­ talle m enor, a fin de a c la ra r en qué estoy pensando. E n la edición
logía, esa coincidencia era m ucho m ás im p o rtan te que la disidencia inglesa de W irtsch a ft un d Gesellschaft, p re p a ra d a p o r G ü n th er R oth
acerca de la fo rm a y la orientación concretas de la nueva disciplina. y Claus W ilttich —la cual ha sido m uy elogiada, y con ju stic ia—, el
La ta rd ía y, p o r tanto, p recip itad a industrialización de Alem ania títu lo del p rim e r cap ítu lo de W eber es trad u c id o com o «Basic
halló a los sociólogos alem anes en guardia. P uesto que conocían el sociological term s» [«T érm inos sociológicos básicos»], con lo que
m odelo inglés, contem plaban ese proceso con los ojos abiertos y se p ierde u n im p o rtan te, si no el m ás im p o rtan te, aspecto del ca­
sin reservas in teriores, com o lo hacían los franceses. E n la filosofía pítulo. P orque en el original alem án el títu lo «Soziologische Kate-
alem ana h ab ía hallado expresión p o r p rim e ra vez u n anhelo de su­ gorienlehre» [T eoría sociológica de las categorías»] tiene u n a con­
p e ra r a la sociedad civil m oderna; ese anhelo se continuaba y se notación k an tian a que pued e h allarse en los m ás diversos sistem as
conservaba en la sociología alem ana. La sociología e ra tan to la ex­ de la sociología alem ana. Refleja la convicción de que la sociología,
p resió n como la condena de la sociedad industrial. a p esa r de todos sus legítim os in ten to s de d istin g u irse de la filo­
N o puedo d iscu tir en este tra b a jo el artícu lo de F reyer en su con­ sofía, no h a perd id o su o rien tació n trasc en d en tal en el exacto sen­
texto histórico. Es im p o rtan te p orque re p resen ta u n a trad ició n de tido k antiano del térm ino. «T rascendental» no significa u n a cosa que
la sociología alem ana que in ten ta establecer y conservar su cohe­ va m ás allá de la experiencia, sino «lo que le precede a p rior i, p ero
ren cia com o disciplina filosófica. No hay ninguna p a ra d o ja en la que sim plem ente está encam inado a h ac er posible el conocim iento
afirm ación de que u n a cierta a c titu d antisociológica que caracteriza em pírico», com o dice K an t en los Prolegóm enos (K ant, 1950: 122-123).
a la filosofía alem ana tiene su origen en el m ism o contexto histórico E n este sentido, u n enfoque trascen d en tal caracteriza a la inci­
que u n a trad ición específicam ente «alem ana» de la sociología. P ara pien te sociología alem ana. Las categorías de W eber son expresión
Ñietzsche, que fue el prim ero y m ás persuasivo o p o sito r a la socio- de ella, tal com o lo es la b ú sq u ed a de Sim m el de u n a priori social
200 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA «CUESTIONES INTERESANTES» 201

y su ensayo de in iciar la sociología con una p re g u n ta kantiana: general. No m e propongo lib ra r u n a discusión algo escolástica refle­
¿Cómo es posible la sociedad? xionando acerca de cuánto, p o r qué y con qué derecho la filosofía
De la sociología alem ana no sólo se h a deplorado la diversidad. fue o debiera h a b e r sido ancilla o dom ina de la teología o de cual­
Su desarrollo se h a caracterizado tam bién p o r la discontinuidad. quier o tra disciplina. Antes bien, com o estoy m ás interesad o en g ra­
Después de la Segunda G uerra M undial parecía com o si los sociólo­ dos y en p au tas de visibilidad que en p roblem as de jera rq u ía, con­
gos alem anes, reeducándose diligentem ente, sucum biesen a u n em pi­ fesaré m i elevada estim a p o r ese p re p ara d o jesu íta que es Alfred
rism o aun m ás obtuso que el de sus colegas norteam ericanos, a los H itchcock y sugeriré que la h isto ria de la filosofía se investigue en
que ellos im itaban. E sta im agen no es com pletam ente falsa, dada la un contexto disciplinario com o u n a h isto ria llam ad a The Lady Va-
diferenciación de las especialidades sociológicas y el lu g ar y la rep u ­ nishes.
tación que ellas poseen en el cam po sociológico. P ero es en tera­ Una p erso n a m ás b ien m ayor con la que acabam os de fam iliarizar­
m ente erró n ea si se atiende a la sociología en su co njunto y se la nos —de m aneras y aspecto m anifiestam ente pasados de m oda, p ero
sitúa, una vez m ás, en el m ism o contexto que la filosofía. Inm edia­ a veces m uy aguda, y que m uy a m enudo silba u n a to n ad a ex tra ñ a—
tam en te uno advierte que, de diversas m aneras, los sociólogos ale­ es am enazada, atac ad a y finalm ente desaparece. M ientras lam en ta­
m anes m ás im p o rtan tes habían preservado sus intereses y sus orien­ mos su destino (p ero no dem asiado, p o rque e ra en realid ad dem a­
taciones filosóficas. T anto el em igante Plessner com o Gehlen, que no siado anticuada), podem os escuchar de p ro n to su tonada, ah o ra fa­
era em igrante, desarro llaro n sus concepciones sociológicas sobre la m iliar, pues no pudim os m enos que silb ar así n o so tro s m ism os de
base de u n a antropología filosófica. T anto el em igrante René Koenig tan to en tanto. E stá allí, en u n lu g ar en el que n u n ca h u b iéram o s
com o H elm ut Schelsky, que no em igró, favorablem ente inclinados esperado e n c o n trarla y, chispeante, nos cu en ta lo que realm en te
al kantism o, coincidían en que la sociología debía ten er u n a orienta­ o cu rría cuando creíam os que se h ab ía m arch ad o p a ra siem pre.*
ción trascen d en tal, que necesitaba de u n sistem a conceptual que
fuese a n te rio r a todo tra b a jo em pírico. T heodor W. Adorno y K arl R.
Popper, am bos inm igrantes, que sostuvieron u n a prolongada y agria
confrontación en la h isto ria de la sociología alem ana de la pos­
g u erra («P ositivism usstreit»), coincidían al m enos en oponerse los
dos a to d a separación e stric ta en tre la sociología y la filosofía. BIBLIOGRAFIA
R esulta, pues, finalm ente, que la sociología alem ana, vista en un
vasto contexto am biental e histórico, estab a m ucho m enos d ispersa
Agassi, J o s e p h : Towards an Historiography of Science (History and Theo-
y ofrecía una discontinuidad m ucho m en o r de lo que a m enudo se ry Supplement 2), La Haya, M outon, 1963.
h a afirm ado. Siem pre fue arduo identificar un sentido de perten en ­ As h , M itchell G.: «Academic politics in the history of Science: experi­
cia y de so lidaridad e n tre los sociólogos alem anes. No ob stan te, ese m ental psychology in Germany, 1879-1941», Central European Histo­
sentido se m anifiesta en seguida cuando esos sociólogos van m ás ry 14: 255-286, 1981.
allá de los lím ites de su profesión e ingresan en la arena filosófica. B ouglé, Célestin : «Die philosophischen Tendenzen der Soziologie Em ile
P o r supuesto, aún están en desacuerdo. P ero parecen h a b e r dejado Durkheims», en Jahrbuch fiir Soziologie. Eine Internationale Sammlung,
a trá s las d isputas m enores (aunque verdaderam ente p ertu rb ad o ras), bajo la dirección de G. Salom ón, 1: 47-52. Karlsruhe, G. Braun, 1926.
a fin de ponerse de acuerdo acerca de las cuestiones m ayores (aun­ B ourdieu, P ierre , y J ean-Claude Passeron: «Sociology and philosophy in
que m ás rem otas), lo m ism o que conciudadanos que diariam ente en­ France since 1945: death and resurrection of a philosophy w ithout sub-
ject», Social Research 34(1): 162-212, 1967.
cu e n tran nuevas razones p a ra ignorarse y aun odiarse e n tre sí, pero B outroux, E mile : «W issenschaft und Philosophie», Lagos, 1: 35-56,
se reú n en alegrem ente cuando p o r casualidad se en cuentran en el 1910-1911.
ex tran jero . V
I. B raun, Lucien : Histoire de l’Histoire de la Philosophie, París, Editions
Ophrys, 1973.
Canguilhem , Georges: Essai sur quelques problémes concernant le nor­
V II. Conclusión: la dam a desaparece mal et le pathologique, 2.a ed., París, Les B elles Lettres, 1950.

Me p reg u n to si esta curiosa relación e n tre la sociología y la filo­


* Redacté este ensayo mientras era miembro de la Escuela de Ciencias So­
sofía —ejem plificado m ediante el caso alem án, pero no restringida ciales del Instituto de Estudios Superiores, Princeton, Nueva Jersey, durante
sólo a él— no nos dice algo acerca de la h isto ria de la filosofía en el año académico 1982-1983.
202 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA « c u e s t io n e s in t e r e s a n t e s » 203

Castelli, E nrico : «La Philosophie de l’histoire de la philosophie», Philo- Kant, I mmanuel: Critique of Puré Reason [1781], 2.a ed. rev., Nueva York,
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I

Al e stu d iar la h isto ria de la filosofía nos sentim os m uchas veces


tentados de p ro y ectar hacia el p asado n u e stra preocupación actu al
por problem as y m étodos. Una de las razones p o r las que nos está
perm itido hacerlo es que no nos es posible leer in teligentem ente un
texto sin disponer de algún enfoque in terp re tativ o que es n u estro ,
p o r incipiente que sea. E n la filosofía inglesa y n o rteam erican a con­
tem poránea ta n to la enseñanza com o el apren d izaje han sido en
gran m edida ahistóricos. C onsecuentem ente, al co n sid erar textos
anteriores, el m arco al que recu rrim o s p a ra in te n ta r com prenderlos
tiende a ser el que em pleam os en n u e s tra ta re a filosófica cotidiana.
Es probable que ese m arco p arezca a uno com o in d u d ab lem en te ade­
cuado, y acaso no dispongam os de ningún otro.
Tal enfoque tropieza con u n inconveniente especial cuando se es­
tudia la h isto ria de la ética. Se sostiene g eneralm ente que la filosofía
m oderna se inicia con D escartes, y se la define esencialm ente p o r
sus preocupaciones epistem ológicas. Se co n sidera que éstas están
a su vez m otivadas p o r la nueva ciencia y p o r el desafío cognoscitivo
que ella involucraba p a ra la d o ctrin a religiosa. P or supuesto, se ad ­
m ite que la m oralid ad estab a involucrada en la religión. Pero Bacon,
D escartes y Locke no colocaron a las cuestiones éticas en el cen tro
de sus filosofías, y p areciera ser el C ristianism o com o teo ría del
m undo, antes que com o m odo de vida, lo que en ú ltim a in stan cia
está en discusión en sus obras. De tal m odo, cuando dictam os u n
curso titu lad o «H istoria de la Filosofía M oderna», h ab itu alm en te en­
señam os la h isto ria de la epistem ología y de la m etafísica, y com ún­
m ente no ofrecem os u n curso com parable, al que se considere de
igual im portancia, acerca de la h isto ria de la ética m oderna. La h is­
to ria de la ética es vista, si en realidad se la ve, com o u n a variable
206 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA CORPORACIÓN DIVINA 207

dependiente. Ello arm oniza m uy bien con aquella línea de la ética un p en sad o r p o sterio r, seguirá siendo en g ran m edida u n a explica­
contem poránea que ve a la filosofía m oral como c e n trad a en esos ción in te rn a si pone de relieve que se com prende m ejo r la con­
parien tes cercanos de la epistem ología, los tem as de m etaética. En cepción consideran d o que resuelve las consecuencias del hecho de
este sentido es in teresan te ad v e rtir que existe un m odelo am plia­ ab an d o n ar u n a de las creencias sostenidas p o r los pensadores a n te­
m ente aceptado p a ra la enseñanza de la historia de la epistem ología riores, p ero no to d as ellas. Al d a r p rio rid ad a la búsq u ed a de u n a
y de la m etafísica m odernas desde D escartes h asta K ant (m odelo explicación intern a, no m e propongo su gerir que las consideraciones
cuya h isto ria es exam inada por el p ro feso r K uklick en este m ism o externas carezcan de im p o rtan cia o no sean asequibles. E stoy lejos
volum en), p ero ningún m odelo sim ilar am pliam ente aceptado p ara de eso. P ero creo que p a ra e s ta r en condiciones adecuadas p a ra b u s­
la enseñanza de la h isto ria de la ética m oderna. Por supuesto, es ca r la explicación ex tern a de u n d esarrollo h istórico en el ám bito
posible que no haya en realidad u n a vida independiente p a ra la his­ de la filosofía, debem os d isp o n er p rim ero de la m ejo r explicación
to ria del pensam iento acerca de la m oralidad, que la ética m oderna in tern a posible.
sim plem ente em ane de los cam bios de las m ejores perspectivas exis­ Una de las razones de ello e strib a en que quisiéram os co m p ren ­
tentes acerca del conocim iento y de la constitución ú ltim a del univer­ d er la o b ra de los p en sadores an terio res com o filósofos. De acu erd o
so. No obstan te, creo que no es así. Y si no lo es, entonces se plantea con el concepto que tenem os de la filosofía, ésta involucra la arg u ­
la in tere sa n te p re g u n ta de p o r qué se h a supuesto h a sta ah o ra que m entación y la elaboración de las im plicaciones en teram en te lógicas
es así. En lugar de especular aquí acerca de esa cuestión, m e cen­ de u n principio o de u n a posición. Q uerem os así que el h isto riad o r de
tra ré en el esbozo de una form a altern ativ a de considerar la h isto ria la filosofía nos explique a los p en sadores an terio res, y sus conversa­
de la ética m oderna. ciones, en fo rm a tal que exprese sus aspectos filosóficos. No estam os
El período que h a de in teresarn o s se inicia a fines del siglo xvi satisfechos si sim plem ente se nos dice que llegaron a so sten er d e te r­
con la ob ra de M ontaigne, que inaugura la época m oderna en el m inadas concepciones —descuidándose p o r qué lo hicieron—, y que
terren o del pensam iento m oral, y con la de H ooker, que p resen ta esas concepciones influyeron en au to res p o sterio res —descuidando en
la ú ltim a g ran form ulación en lengua inglesa de la antigua concep­ qué fo rm a lo hicieron—. Un im p o rtan te h isto riad o r in telectu al nos
ción. Se extiende a lo largo de la época de K ant, B entham y Reid, dos dice, p o r ejem plo, que la Ilu stració n «se desplazó siem pre desde un
siglos m ás tard e. M ostraré que podem os ver el decurso del pensa­ sistem a del universo en que to d as las decisiones de im p o rtan cia eran
m iento filosófico en m ateria de m oralidad d u ran te ese período como tom adas fuera del ho m b re, a u n sistem a en el que se convirtió en
cen trad o en d eterm inadas cuestiones éticas específicas, referen tes a responsabilidad del h o m b re el o cu p arse él m ism o de ellas».1 Eso
la cooperación, la ju sticia y la responsabilidad. No m e propongo ne­ puede se r cierto. E n verdad, creo que lo es. Pero no lo com prendo
g ar que los cam bios producidos en el ám bito de la m etafísica y de filosóficam ente h asta que logro ver cuáles fueron los pasos racio n a­
la epistem ología, y, asim ism o, en el de la creencia religiosa, fueron les que co n d u jero n a varios p en sadores desde el «sistem a» a n te rio r
de vital im p o rtancia p a ra el pensam iento en m ateria de m oralidad. al p o sterio r. Y verlo es d isp o n er de u n a explicación in tern a del
Pero u na teo ría adecuada en esa m ateria encierra sus propias exi­ cam bio.
gencias, y las m odificaciones producidas en aquellas áreas adquieren E n form a m ás general, creo que la explicación m ás satisfacto ria
im p o rtan cia p a ra la m oralidad a través de u n a dinám ica que em ana posible de p o r q ué u n a p erso n a cree u n a cosa, es la que m u estra
de aquellas exigencias. Es esa dinám ica la que confiere a la ética que lo creído es verdad, o es re su ltad o exacto de u n arg u m en to cons­
m o d ern a su p roblem a cen tral y, con ello, su independencia. trictivo que p a rte de p rem isas que la p erso n a en cuestión acepta,
Antes de p a sa r a lo que constituye mi tem a principal, deseo hacer y que esa perso n a estab a en condiciones ap tas p a ra advertirlo. Po­
una observación acerca de la utilid ad que este trab a jo puede ofrecer. dem os te n e r necesidad de re c u rrir a facto res externos p a ra explicar
P ara em plear térm inos hoy usuales, m e propongo p re se n ta r una p o r qué u n p en sad o r estab a en condiciones de a d v e rtir u n a verd ad
explicación pred om inantem ente interna, antes que externa, de la his­ o de ver im plicaciones, h a sta entonces in ad vertidas, de algunas de
to ria de la ética en el período que se extiende aproxim adam ente des­ sus convicciones. P ero sentim os —sin duda con razón— que el he­
de la época de M ontaigne h asta la de K ant. P ara una explicación cho de que u n a p erso n a ad v irtiese la verdad de alguna proposición
in tern a, una sucesión de posiciones filosóficas se desarrolla a p a rtir o viese la solidez de u n arg u m en to que, a p a r tir de sus p ro p ias con­
de consideraciones argum entativas o racionales en las que se em plean vicciones, condujese a una nueva conclusión, tiene que ser u n a ex­
fund am en talm en te los m ism os térm inos, y que se apoyan —cons­ plicación firm e de p o r qué esa p erso n a llegó a creer lo que creyó. Si
cien tem en te o no— en supuestos com unes. Una explicación que con­
tenga la afirm ación de que un supuesto com ún fue abandonado por 1. Véase Wade, 1971, 21, donde se atribuye esta concepción a Cassirer.
208 LA FILOSOIÍA EN LA HISTORIA LA CORPORACIÓN DIVINA 209

u n a explicación así es asequible y co rrec ta , se to rn a entonces inne­ tian a de la m o ralidad. Pero u n a com prensión inad ecu ad a de la lógica
cesaria la b ú sq u ed a de u n a explicación u lterio r, no racional, de por de esa posición h a obstaculizado n u e stra capacidad de p ercib ir su
qué esa p ersona sostuvo esa creencia. P areciera pues que sólo cuando papel en desarro llo s fu tu ro s. Se supone a m enudo que u n a de las
no podem os h a lla r explicaciones in tern as de la h isto ria del pensa­ cuestiones esenciales en to rn o de u n a m o ralid ad religiosa es la de
m iento debem os volvernos a las explicaciones externas; y si es así, si es, o no es, v o lu n tarista o in telectu alista: si los actos m o ralm en te
entonces es clara la razón de p o r qué tenem os que in iciar nuestro correctos son co rrectos p o rq u e Dios nos m an d a llevarlos a cabo o,
trab a jo con la b ú squeda de explicaciones internas. inversam ente, si Dios nos m an d a llevarlos a cabo p o rque son co­
Ahora bien: esta concepción conduce —como lo lam enta, con ra ­ rrecto s en sí m ism os. E ste p roblem a, de significativa im p o rtan cia
zón, un h isto riad o r del pensam iento político— «a u n a form a de his­ p a ra los teólogos, tiene relevancia m ucho m en o r p a ra la m o ralid ad
to ria que siem pre tiende esencialm ente a rem o n tarse a los orígenes como tal. El in terés p o r él, reavivado a veces p or el in terés p o r la
de las cosas, a los com ienzos p rim ero s de las ideas que ella ve ope­ llam ada falacia n a tu ra lista , sirve sólo p a ra a p a rta r la atención de lo
ra n te ... Los filósofos sienten la tentación de rem o n tarse aguas a rri­ que constituye u n aspecto m ucho m ás im p o rtan te de la m o ralid ad
b a h asta llegar a la fuente. El h isto riad o r tiene que decirnos de qué cuando se la considera b ajo la égida de u n a D ivinidad com o la que
m odo el río hace su curso, p o r en m edio de qué obstáculos y de el C ristianism o enseña. Mi in ten to de p re se n ta r una h eu rística de la
qué dificultades».2 El peligro de suponer que debe d em o strarse que h isto ria de la ética debe com enzar, p o r tan to , con el esbozo de un
las concepciones filosóficas son sim plem ente desarrollos de u n punto m odelo de la concepción religiosa en el que se pongan de m anifiesto
originario absoluto, es real. Cabe tem er entonces que se ignoren los los rasgos que considero m ás im p o rtan tes. Digo «modelo» p o rque, si
contextos en los que se desenvuelven las posiciones filosóficas. Si bien creo que m i bosq u ejo incluye los rasgos relevantes de u n a am ­
v erd ad eram en te nos proponem os ser historiadores, aun cuando nues­ plia variedad de concepciones realm en te existentes, deja tam bién
tro o bjeto sea la filosofía, debem os ser conscientes de esos peligros. ab iertas varias opciones acerca del m odo en que deban com pletarse
Debem os e sta r dispuestos a b u sca r y a reconocer puntos en los que los detalles. El esbozo que p re sen taré concluye con un cu ad ro de
hay, d en tro de la h isto ria de la filosofía, discontinuidades radicales. lo que llam aré «la C orporación Divina», pero se inicia sim plem ente
Pero u n m odo de localizar esos puntos consiste en llevar adelante la con algunas observaciones acerca de la división del tra b a jo y la coo­
b ú sq u ed a de explicaciones internas h asta que dejem os de e n c o n tra r­ peración. Lo que digo puede ser obvio —acaso lam en tab lem en te ob­
las. Nos h allarem os entonces en u n a situación en la que deberem os vio— p ero no en m en o r m edida cierto p a ra todo ello.
b u sca r explicaciones externas. P or cierto, m uchas de las conside­ C onsidérese, pues, la idea de u n a em presa cooperativa en la que
raciones que nos ayudan a com prender de qué m odo llegó un pen­ los agentes se reú n en p a ra p ro d u c ir u n bien que ninguno de ellos
sador a u n a posición en la que pudo ca p ta r u n a nueva verdad o un po d ría p ro d u c ir solo. Cada uno de los p artic ip a n te s tiene u n a tare a
nuevo argum ento, son externas. Cuestiones referentes a los m otivos o u n conjunto de tareas. Las tareas de cada uno pueden ser indica­
p o r los que determ inadas discusiones ad q u iriero n relevancia en un das b ajo la fo rm a de reglas en las que se expresan los deberes
m om ento determ inado, o p o r los que se abandonaron en general su­ de cada puesto. Es la realización, co n ju n ta o sucesiva, p o r p a rte de
puestos que u n a vez h abían sido com unes, m ientras que otros no fue­ cada uno, de los deberes de su p uesto lo que p roduce el bien. Puede
ro n abandonados, o p o r los que u n a línea de pensam iento tom ó de­ h ab e r o no u n p uesto distinto, de rango m ás elevado, o u n con ju n to
term in ad o cam ino e ignoró o tro s que eran igualm ente asequibles, de puestos, p a ra las funciones de supervisión o de dirección. Pero
pueden exigir a m enudo respuestas con u n a b ase externa. Pero no hay ni un in sp ecto r ni un tra b a ja d o r de p rim e r rango es p ersonalm ente
fo rm a de decir a priori qué tipo de explicación re su ltará accesible. responsable de la p roducción del bien. No o b stan te, en m uchos casos
Sólo el detallado estudio de desarrollos p articu lares puede decír­ no sería razonable p a ra los agentes re strin g irse estricta m e n te a las
noslo. responsabilidades fo rm alm en te establecidas y reh u sarse a ir m ás allá
de ellas. Suponem os h ab itu alm en te que cada agente tiene —p o r enci­
m a de las resp o n sabilidades indicadas com o deberes de su p u esto —
II la responsabilid ad general de p re s ta r atención al m odo com o m ar­
chan las cosas, y de in terv en ir a fin de com pensar la acción defi­
Es indiscutible que, a com ienzos del período que consideraré, el ciente de o tro s agentes o los efectos de contingencias im previstas. De
p ensam iento estuvo dom inado p o r u n a persisten te concepción cris­ tal m odo, aun cuando a ningún tra b a ja d o r se le h a asignado indivi­
dualm ente u n a resp o n sab ilid ad definida com o «responsabilidad de
2. Venturi, 1971, 2-3. orig in ar el bien que el grupo se pro p o n e pro d u cir» cada uno de ellos
210 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA
LA CORPORACIÓN DIVINA 211

tiene u n a cierta vaga responsabilidad de ten er p resen te aquel bien expuesto a re cib ir graves rep ro ch es desde o tro pu n to de vista. P ara
y de o rd en ar sus actividades de acuerdo con ello. Y cada uno de los ten er u n a organización en la que n u e stra s responsabilidades im pon­
que p articip an en la em presa e sta ría sujeto a censura o, acaso, a gan un lím ite absoluto a las posibilidades de que se nos im p u te algo
castigo en caso de ignorar esa responsabilidad general. —u n a organización en la que debiéram os cu m p lir con n u estro s de­
El que cada agente deba ten er esa vaga responsabilidad general beres sin preo cu p arn o s p o r las consecuencias— debem os avanzar aún
no es un rasgo necesario de los tra b a jo s hechos en cooperación. Por u n poco m ás. E l bien a cuya consecución colaboram os debe po seer
el contrario, sólo es razonable atrib u írse la en determ inadas condicio­ u n a im p o rtan cia su p rem a y ser dem asiado com plejo p a ra que lo
nes. Esas condiciones pueden e sta r p resen tes o ausentes en grados podam os com prender. E l encargado de la inspección debe ser absolu­
variables. Parece n a tu ra l, p o r ejem plo, que, en la m edida en que la tam en te eficiente. N unca debe co m eter e rro re s en cu an to a la m an era
com prensión que los particip an tes tienen del bien que debe p ro d u ­ de dividir el trab a jo . Debe an ticip arse a to d as las contingencias y
cirse es m enor, m enos se los puede critic a r si se lim itan a cum plir disponer de p o d er suficiente p a ra h ac er fren te a cu alq u ier im p re­
con sus deberes específicos. C uanto m enos sabe cada uno acerca del visto. Debe ser tan leal que no haya dudas en cuanto al m odo en
m odo en que los o tro s deben llevar a cabo su aporte, m enos sujeto que dispone de los puestos. Debe, pues, d a r a cada uno de los agentes
está cada uno a la crítica p o r aten d e r sólo a sus propias ocupacio­ instrucciones ad ecuadas acerca de sus tareas; debe asignarles tra ­
nes. E n la m edida en que haya, y se sepa que hay, un g ra n sistem a bajos que estén d en tro de sus capacidades y recom pensarlos sobre
de apoyo, de m odo tal que los erro res o las fallas de los otros sean la base de sus m éritos. P or últim o —aunque no es lo m enos im por­
rem ediadas, d ecrecerá la vaga responsabilidad general que uno tiene ta n te — debe ser ta n bueno que nun ca asigne tareas que desde algún
de o rd en ar las p ropias acciones atendiendo a los resultados. Si quien pu n to de vista sean im propias. E sa em presa cooperativa es la Cor­
está a cargo de inspeccionar el trab a jo que uno tiene, h a aclarado que poración Divina, y su a d m in istra d o r es m anifiestam ente poco com ún.
a uno se lo recom pensa p o r llevar a cabo sus propias obligaciones E n realidad, en el m undo occidental se h a pensado g eneralm ente que
estrictam en te, sin m ira r ni a lo que se hace a la izquierda o a la es único.
derecha, entonces nuevam ente se reduce la posibilidad de ser cri­
ticado p o r hacerlo.
Im agine, pues, el lecto r que él tiene u n a tare a con responsabili­ II I
dades bien definidas dentro de una v asta em presa cooperativa. Su
insp ecto r debe co ordinar los esfuerzos de m uchos otros trab a jad o res
que el lecto r no conoce. A su vez, el in sp ecto r rinde cuentas ante La visión del universo com o u n a C orporación Divina conlleva un
un d irecto r que ocupa un puesto aún m ás elevado, un d irecto r en tre cierto m odo de e n te n d e r las leyes m orales, que tiene, a su vez, im ­
m uchos, vigilado a su vez p o r un genial ad m in istrad o r que se sabe p o rta n te s consecuencias p a ra la ta re a del filósofo m oral.
que atiende las vastas ram ificaciones de la com pleja, m ultifacética Las leyes m ediante las cuales Dios estru c tu ró las p arte s inanim a­
y oculta operación. El lector, creo, com etería un gran e rro r si in ter­ das y subhum an as del cosm os y las leyes m ediante las cuales se orga­
firiese en la tare a de los otros. Sería inexcusable p ara él su p o n er que nizaron las p a rte s h u m an as y superiores, no son fu n d am en talm en te
p o d ría co m p ren d er suficientem ente bien qué se p reten d ía que resu l­ d istin tas en especie. Son los m an d ato s que Dios dirige a sus cria tu ­
tase de la intervención del tra b a jo de otro: pen sar que el adm inis­ ras, y to d as deben obedecerlos. Pero hay u n a diferencia en el m odo
tra d o r prin cip al h a dejado de prever todas las contingencias, o ad ju ­ en que lo hacen. Las p arte s in anim adas y no racionales del universo
dicarse a sí m ism o responsabilidades directivas. E n ta l caso, las se a ju sta n a sus leyes (en la m edida en que lo hacen: no se puede
responsabilidades que uno tiene fijan lím ites estricto s a las posibi­ e sp e ra r u n a ju ste p erfecto en seres m enos que p erfecto s) au to m áti­
lidades de crítica o de castigo. O al m enos ello es así en la esfera cam ente, sin que haga falta ninguna especie de sab e r consciente de
de acción de la corporación. Un sargento que, ejecutando órdenes di­ esas leyes. Las cria tu ra s racionales —los h o m b res y, p resum iblem en­
rectas del com andante de su com pañía, asigna a un ingobernable gru­ te, los ángeles— se a ju sta n a ellas p o r m edio de elecciones cons­
po de soldados la tare a de lavar cubos de b asu ra d u ran te toda la cientes, guiadas p o r cierto grado o p o r cierta especie de sab e r acerca
noche a u n a te m p e ra tu ra bajo cero, no es susceptible de crítica m i­ de aquellas leyes. La diferencia en el papel que la consciencia desem ­
lita r si uno o dos hom bres enferm an de neum onía y m ueren. Pero peña p a ra aseg u rar que los agentes n atu ra les y m orales actú en de
puede arg u m en tarse que se le pueden im p u ta r o tra s cosas. Un agen­ m an era apropiad a, da lugar a u n a diferencia significativa en tre am ­
te secreto puede cum plir con sus deberes inobjetablem ente y re cib ir bos dom inios. Las leyes de los dos tipos deben ser universales. Deben
de sus sup erio res n ad a m ás que elogios, p ero a p esa r de ello está d eterm in a r el m odo en que debe co m p o rtarse to d a en tid ad de la
212 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA CORPORACIÓN DIVINA 213

especie que ellas gobiernan. De ta l m odo, las leyes que gobiernan a y de subordinación a los designios de Dios. No hay u n a ta ja n te discon­
los seres hum anos, lo m ism o que las que gobiernan a las re sta n te s tinuidad en tre la filosofía n a tu ra l y la filosofía m oral, pero sí algunas
especies n atu rales, deben aplicarse a todos los seres hum anos en diferencias. El filósofo m oral nos h ab la de la sustan cia de las leyes
tan to son hum anos, m ientras que puede h ab e r leyes especiales p a ra del m undo m oral, así com o el filósofo n a tu ra l nos h abla de la su stan ­
los subgrupos incluidos en la especie. (L a C orporación Divina no re ­ cia de las leyes del m undo n atu ral. Además de ello, el filósofo m o ral
quiere, como tal, u n a e stru c tu ra je rá rq u ic a o de clases en las socie­ debe p roporcio n arn o s una explicación de la universalidad, la su p re­
dades hum anas.) Además, las leyes de los dos tipos deben ser las m acía y la ejecu tab ilid ad de las leyes m orales; esto es, debe explicar­
determ in an tes sup rem as de la co n d u cta de los seres que ellas go­ nos que puede h ab er u n m undo específicam ente m oral. Pero en cierto
biernan. Después de todo, los designios de Dios no pueden fru stra rse . sentido, que tiene su im p o rtan cia, el filósofo m oral, a diferencia del
Pero, ap a rte de ser universales y suprem as, las leyes que gobiernan filósofo n atu ra l, no nos dice n ad a nuevo. E l filósofo n a tu ra l des­
a los seres hum anos deben ten er u n rasgo que en las leyes que go­ cu b rirá aspectos h a sta entonces desconocidos del trab a jo del m undo
b iern an a las c ria tu ra s no racionales no es necesario. Deben ser n atu ra l, y lo que nos in fo rm e acerca de ellos nos en señ ará nuevos
tales que los seres hum anos puedan llevar a cabo con conocim iento m odos de la p a rte de la creación que Dios hizo p a ra que nos sirv iéra­
de causa y de m anera deliberada lo que la ley exige. P orque si los m os de ella. E n cam bio, la filosofía m oral es correctiva an tes que
hom bres no pueden a c tu a r en conform idad con las leyes m orales, inform ativa. Su u tilid ad no e strib a en el d escubrim iento de cosas
esas leyes no pueden e stru c tu ra r en m odo alguno la contribución nuevas, sino en elim in ar los e rro re s en los que p erm an en tem en te
h u m an a al bien cósm ico; y si no pudiéram os ac tu a r con plena cons­ estam os ten tad o s de in cu rrir. P o r tan to , ella nos despeja el cam ino
ciencia de que ob ram os tal como ellas lo ordenan, la diferencia en­ p a ra que podam os vivir con la guía no teórica que debe e s ta r a
tre las cria tu ra s racionales y las no racionales desaparecería. De­ disposición de todos nosotros.
signaré este te rc e r rasgo con el b á rb a ro tém ino de «ejecutabilidad» No todos, d u ra n te el período que nos ocupa o antes o después
[« perform ability»}. de él, h a b ría n estad o de acuerdo en cu an to a que hay u n m undo
Es posible ver esos tres rasgos de las leyes del m undo m oral m oral. P ero la concepción cristian a de la m o ralid ad conduce n a tu ­
tam bién como consecuencias n atu rales de u n a concepción de la m o­ ralm ente, com o hem os indicado, a la convicción de que lo hay, y
ralid ad del tipo de la C orporación Divina. Como he dicho, es exi­ ofrece u n a podero sa explicación tan to de su e s tru c tu ra in tern a com o
gencia de tal concepción que la cabeza de la em presa sea com pleta­ de su ap a ren te desorden. Cuando las creencias cristian as fueron a ta ­
m ente ju sta. P ara aseg u rar n u e stra m otivación, las tareas que nos cadas y se debilitaron, o se las abandonó p o r entero, las explicacio­
im pone revisten suprem a im portancia p a ra cada uno de nosotros. nes que podían darse de la e stru c tu ra y de la posibilidad del m undo
P or tan to , está bien que sepam os en qué consisten y que podem os m oral fueron tam bién obligadas a cam biar. Lo que an te todo me
hacerlas. Si la ejecución es la condición p a ra que obtengam os nues­ propongo su g erir es que explicarem os m e jo r el d esarrollo de la ética
tro s prem ios, no sería ju sto que unos tuvieran tareas m ás pesadas y m oderna si la consideram os com o re su ltad o de los in ten to s p o r de­
o tro s tareas m ás llevaderas, o que alguno estuviera m ejo r equipado fender la creencia en la realid ad del m undo m oral en tendido com o
p a ra h acer sus tra b a jo s y le resu ltasen p o r tan to m enos pesados. u n a em presa cooperativa ju sta , aunque acom odándose a los cam bios
P orque la recom pensa es esencialm ente la m ism a p a ra cada tra b a ­ del b asam ento religioso de esa creencia o a las desviaciones resp ec­
jad o r. De tal m odo, el tra b a jo que debem os realizar p a ra m erecerla to de él.
debe ser en algún aspecto fundam ental la m ism a p a ra todos, y to­
dos deben ser igualm ente capaces de realizarlo. De acuerdo con ello,
el m undo m oral es un m undo ju sto , y, com o m iem bros de ese m un­
do, p articip am o s en una em presa cooperativa justa. IV
El filósofo n a tu ra l tiene, pues, la ta re a de explicar el m undo no
racional. E n él puede p ercib irse desorden e irregularidad, pero deben
po d er com prendérselos de algún m odo a la luz del orden y del p ro ­ H e in ten tad o m o s tra r que en la dinám ica de to d a em p resa en
pósito fundam entales. La filosofía m oral tiene una tare a análoga en la que los hom b res tra b a ja n p a ra p ro d u c ir u n b ien que ninguno de
relación con el m undo m oral, esto es, el m undo de agentes goberna­ ellos p o d ría p ro d u c ir solo, se contiene u n im p o rtan te principio. E ste
dos p o r la consciencia que ellos tienen de leyes universales, supre­ principio es el de que la resp o n sab ilid ad individual p o r el resu ltad o
m as y ejecutables. Tam bién allí debe d em o strarse que es posible ex­ exitoso de u n esfuerzo en com ún, varía en relación inversa con la
plicar el desorden y la irreg u larid ad ap arentes en térm inos de orden com plejidad de la em p resa y con la perfección del directo r. La Cor­
214 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA CORPORACIÓN DIVINA 215

poración Divina en carna ese principio en m edida no m en o r que que el papel que ellos definen p a ra n o so tro s contribuye al bien cósm i­
o tra s em presas sem ejantes. Pero la idea de la C orporación Divina tal co. P or o tra p arte , si suponem os que el sentido de la em presa co o p era­
com o la he esbozado h asta aquí, es am bigua e im precisa en m uchos tiva es h ac er que todos sean dichosos, entonces es n a tu ra l p en sar que
aspectos de im portancia. La C orporación exige varios elem entos, cada las leyes m orales son, m enos desde el p u n to de vista de Dios, reglas
uno de los cuales pu ede ser in terp re tad o de distintas m aneras. Cada generales de utilid ad . Desde la p erspectiva h u m an a tales reglas siem ­
m odo de concebir un elem ento reclam ará u n modo distinto de com ­ p re tienen excepciones. Así, p a ra p re serv ar su un iv ersalid ad p o d ría­
p ren d er a los re sta n te s elem entos o las relaciones en tre los elem en­ m os sostener que Dios siem p re exige que su creación obre según leyes
tos, si h a de co n servarse la e stru c tu ra de la C orporación. E s esta generales. O pod ríam o s so sten er que las leyes son ab solutas p a ra
am bigüedad o a p e rtu ra a m uchas in terp retacio n es lo que hace posible nosotros sim plem ente debido a n u e stra posición su b o rd in ad a d en tro
u tilizar el m odelo p a ra com prender u n a am plia gam a de posiciones. de la C orporación.
D aré algunos ejem plos. E stas opciones acerca de la n atu raleza o el estatu to de las leyes
Perm ítasem e com enzar p o r el bien que .los agentes que tra b a ja n del m undo m oral están, p o r cierto, estrech am en te vinculadas con
en la C orporación deben producir. H asta ah o ra h e hablado com o si las opciones re fere n tes al m odo en que los agentes pueden lleg ar a
su trab a jo d eb iera culm inar en u n p ro d u cto distin to del tra b a jo ten er consciencia de lo que h a n de ser. La necesidad de d a r cu e n ta
m ism o. Ese es el m odo en que lo entienden m uchos teóricos de la de la ejecu tab ilid ad im pone aquí las p rincipales lim itaciones. Si se
C orporación Divina que consideran que el pro d u cto es la felicidad considera, p o r ejem plo, que las leyes m o rales pueden ser d escu b iertas
de la hum anidad. P ero tam bién o tras posiciones son posibles. P odría p o r la razón, el filósofo debe explicar que en efecto todas las perso n as
co n siderarse a la C orporación Divina sobre la base de u n a analogía tienen esencialm ente la m ism a capacidad de conocer las verdades
con u n a com pañía de b allet o con u n a orquesta, casos en los cuales m orales. Los teóricos del conocim iento p ro b ab lem en te se desplacen
el p ro d u cto no puede ser separado igualm ente de las actividades a u n a posición in tu icio n ista, al m enos a p ro p ó sito de la m oralidad,
de los ejecu tan tes. Se podría sostener entonces que n u e stra co n tri­ puesto que parece m anifiesto que las perso n as no tienen la m ism a
bución al orden cósm ico, o a que se ponga de m anifiesto plenam ente capacidad p a ra razo n ar acerca de cuestiones com plejas; y se h a sos­
la gloria de Dios, es sim plem ente el conducirnos en la form a en que tenido co rrien tem en te que las perso n as sí tien en la m ism a capacidad
Dios nos h a m o strado que es la adecuada. E sta concepción del sen­ p a ra co m p ren d er las verdades in tu itiv as. P ara elu d ir el intuicionis-
tido de la em presa cooperativa cobija o tra que, com o ella, no da mo, y, con él, sus vínculos con teo rías que involucran la aceptación
m ucha im p o rtan cia a las consecuencias. Dios, cabe observar, puede de ideas innatas, o bien com o m an era de a ju sta rse al v o lu n tarism o
o rig in ar cu alq u ier estado de cosas que podem os concebir, salvo uno, teológico, el teórico p o d ría p re se n ta r u n a explicación no cognitiva
al m argen de n u e stra cooperación. Lo único que no puede p ro d u cir del sab er m oral. Ello p o d ría p e rm itir d a r cu en ta fácilm ente de la
p o r sí m ism o es n u e stra libre decisión de cooperar, n u estra elección ejecutabilidad, pu esto que puede ay u d ar con la cuestión m otivacio-
v o lu n taria de o b ra r com o Dios lo ordena. Acaso la única co n trib u ­ nal y, asim ism o, con la disponibilidad de u n a guía. P ero entonces
ción que hacen los seres hum anos a la m anifestación cósm ica de el req u isito de la un iv ersalid ad exige explicar p o r qué las em ociones
la gloria de Dios es el debido ordenam iento de sus alm as o de sus m orales o el sentido m o ral deban ser los m ism os en todos los hom ­
voluntades. bres. Un teórico de la C orporación Divina ten d erá en todo caso a sos­
D espués está, p o r cierto, la cuestión de la n atu raleza y del esta­ te n e r que existe un consensus gen tiu m en m ateria m oral, y nece­
tu to de las leyes que gobiernan el m undo m oral, lo cual constituye un sita rá explicar lo que se p re sen te com o u n a excepción seria a ese
elem ento, si no el único, de im portancia. P uede sostenerse, quizá acuerdo.
sobre la base de fu ndam entos teológicos, que los principios m orales Acaso el rasgo m ás in tere sa n te de la epistem ología de las teorías
son leyes que los decretos de Dios hacen necesarios y nos son tra n s­ de la C orporación Divina sea el de que su ta re a fu n d am en tal es la
m itidos com o señales de n u estro s papeles en la m anifestación de su de co lab o rar en la explicación. No se tr a ta de ju stificar los p rin ci­
gloria. No ten d ríam os entonces ni una com prensión racional de las pios m orales com o tales. Se supone que todos n o sotros, o la m ayoría
leyes m ism as ni en tenderíam os dem asiado de qué m odo lo que se de nosotros, sabem os lo que debem os h ac er y estam os de acuerdo
nos encarga contribuye al bien cósm ico. P odría argüirse, si no, que acerca de los p u n to s principales. Se apela a la epistem ología p a ra
cada principio tom ado p o r sí m ism o debe ser intrínsecam ente razo­ d e m o stra r p o r qué es así. No se re c u rre a ella p a ra su scitar o p a ra
nable, y que Dios pone en vigor los principios porque son así. E n­ elim in ar p ro fu n d as d udas escépticas acerca de la m o ralid ad en su
tonces su racio n alid ad debiera ser p a ra nosotros evidente p o r sí m is­ conjunto. Se p re sen tan argum entos —epistem ológicos o de o tra índo­
ma, au n cuando pudiéram os no com prender plenam ente el m odo en le— referen tes a los principios específicos que m ejo r ponen de m a­
216 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA CORPORACIÓN DIVINA 217

nifiesto la su stan cia del m undo m oral. Y un filósofo bien puede lím ite de la C orporación Divina no ten d ría razones p a ra p en sa r que
h allar un arg u m ento p a ra m o stra r que los principios m orales son ra ­ puede in cre m en tar sus rem u neraciones p o r esa vía. Los deberes del
cionales o que son p u ram en te em ocionales. Pero en cu alq u ier caso em pleado serían p a ra éste absolutos, a p esa r del hecho de que Dios
la cuestión es cim en tar un desarrollo explicativo de la ju s ta em presa ve su tra b a jo com o dirigido a u n propósito. La C orporación Divina
cooperativa de la que todos som os p arte . puede entonces m o d elar algunos rasgos de m oralidad, ya sea que
P or últim o, está la in terp re tació n de los m otivos de los agentes considerem os que la corporación involucre coordinación o plena coo­
p a ra llevar a cabo lo que les es asignado. Se tra ta de la vieja cues­ peración.
tión de la n atu ra leza hum ana. P ara p re c isa r el am plio m argen de am ­ C onsiderem os ah o ra las cuestiones que se su scitan si lo que in­
bigüedad en ju ego aquí, debo o bservar que la C orporación, tal como volucra es cooperación. E n ta l caso, al m enos p a rte de la m otivación
se la h a esbozado h a sta aquí, p o d ría involucrar sólo la coordinación p a ra p a rtic ip a r en la em p resa está co n stitu id a p o r el deseo de ayu­
del trab a jo de diversos agentes, y no necesariam ente su plena coo­ d ar en la originación del bien. Ello no necesariam en te equivale al
peración. Si u n a persona em pleara tra b a ja d o re s p a ra p ro d u c ir un deseo de ese bien m ism o, sea cual fuere. Si el bien que debe p ro ­
bien que sólo u n esfuerzo conjunto puede p ro cu rar, pero los em ­ ducirse en con ju n to es v erd ad eram en te u n bien com ún —esto es, un
pleados no saben que están tra b a ja n d o ju n to con otros en u n p ro ­ bien que es u n b ien p a ra cada uno de los agentes, ap a rte de ser el
yecto así, no p odríam os decir que están cooperando los unos con bien p o r el cual Dios creó to d a la em p resa—, entonces puede o fre­
los otros. Si p erm itiéram o s que los em pleados supiesen que hay otros cerse alguna de las varias explicaciones acerca del m odo en que cada
agentes al lado de ellos y, aun, que tuviesen cierto conocim iento del uno h alla su p ro p ia dicha en ese bien. Si no se tra ta de u n bien
objetivo o del sentido de la em presa com ún, ello no nos au to rizaría com ún en ese sentido, entonces debe p re sen tarse u n a explicación
todavía a decir que su tra b a jo es cooperativo. Será, a lo sum o, un d istin ta del m otivo p o r el que p articipam os. Podem os ver eso tam ­
tra b a jo coordinado. P odrá decirse que los agentes cooperan sólo si, bién com o la cuestión de si las perso n as que p artic ip a n com o agen­
adem ás de las condiciones indicadas h a sta aquí, es verdad tam bién tes en la C orporación Divina tien en d en tro de sí u n a fu en te de orden,
que p o r lo m enos u n a de las razones que cada agente tiene p ara esencial a su n aturaleza, que los conduce a a c tu a r com o m iem bros
realizar su tra b a jo es el deseo de ay u d ar a generar el bien a cuya de u n a em presa cooperativa ju sta , o si, com o o cu rre en u n a em p resa
producción está d estinada la em presa. coordinada, deben ser inducidos o em pujados, m ediante sanciones
C onsiderem os p rim ero a los tra b a ja d o re s que intervienen en una y recom pensas externas, a a c tu a r de m an era ap ropiada. E n cu alq u ier
em presa m eram en te coordinada. Es probable que tra b a je n sólo con teo ría de la m otivación, la necesidad de explicar la sup rem acía de
vistas a sus propios fines: cada uno de ellos ha aceptado el tra b a jo las leyes m orales es tan im p o rtan te com o la necesidad de d a r cuenta
p o r su rem uneración, y, en esa m edida, ninguno de ellos tiene fun­ de la ejecutabilidad; y el filósofo debe tam b ién d ejar espacio p a ra
dam entos p a ra p o n er en tela de juicio la tare a que le es asignada. una explicación de p o r qué no siem pre actuam os en concordancia
Si cada uno sabe que hay otros em pleados, y sabe algo acerca del con las leyes del m undo m oral.
sentido de la em presa en com ún, pero tra b a ja aún con la rem une­
ración, re su lta entonces que hay u n principio análogo al que, según
he señalado, actú a en u n a em presa v erdaderam ente cooperativa. Po­
drem os ad v ertirlo im aginando a u n tra b a ja d o r de u n a em presa V
co o rd in ad a que desea in crem en tar sus rem uneraciones. Sabe que
tam bién otro s p articip an , y sabe del sentido de la em presa. Si el
p a tró n es leal, el tra b a ja d o r puede suponer razonablem ente que se H a sta ah o ra h e m an ten id o m i discusión acerca de la C orporación
lo reco m p en sará en proporción con su a p o rte al bien que, p o r las Divina al m argen de las realid ad es h istóricas. U nicam ente he in ten ­
razones que fuere, el d irec to r desea producir. El tra b a ja d o r puede, tado m o stra r que la idea puede en carn arse en una am plia variedad
pues, p en sa r razonablem ente que puede in crem en tar su contribución de posiciones que tienen en com ún el rasgo esencial de b asarse en
com pensando la deficiencia de la actuación de los otros, o haciendo la lógica de la coordinación o la cooperación b ajo u n in sp ecto r p er­
cosas que son im p o rtan tes pero se las deja sin hacer. Pero cuanto fecto. No m e propongo su g erir que se h an ejem plificado realm en te
m ás com pleja es la em presa y m ás perfecto el director, tan to m enos todas las v arian tes posibles. Tam poco quiero decir que a com ienzos
razonable es p a ra el em pleado suponer que realm ente puede incre­ del período que aquí consideram os la ética de la C orporación Di­
m e n ta r su contribución al bien y p asa r a m erecer p o r ello rem u n era­ vina haya predo m in ad o b ajo la fo rm a genérica y sim ple en que la he
ciones m ás altas yendo m ás allá de sus responsabilidades. En el caso presentado. P or el co n trario : las d o ctrin as religiosas referen tes a la
218 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA CORPORACIÓN DIVINA 219

necesidad de la gracia divina, ya fuese en su form a m ás recia, anti- rram ie n ta m ás im p o rtan te que nos p ro p o rcio n a la idea de la Cor­
pelagiana, o en fo rm a m ás débil, sem ipelagiana, siem pre h an plan­ poración Divina p a ra co m p ren d er la h isto ria de la ética en el pe­
teado dificultades en relación con la ejecutabilidad, en ta n to que los ríodo al que nos referim os.
escepticism os de variadas especies dieron lugar o a dudas acerca de En lo que sigue p ro c u ra ré ilu strarlo exam inando m uy ráp id am en te
la universalidad, y el estoicism o y el m aquiavelism o p lan tea ro n di­ los cam bios que co n d u jero n a las posiciones de Reid, B en th am y
ficultades en relación con la suprem acía. P ero sí me propongo afir­ K ant. Con la o b ra de estas figuras llegam os, creo, a la culm inación
m ar que la C orporación Divina re p resen ta lo que se to m ó cada vez del período clásico de la ética m o d ern a y a la tran sició n a u n nuevo
m ás im p o rtan te p a ra la enseñanza m oral del cristianism o. P o r ello el período. La idea de la C orporación Divina h a b rá servido p a ra su
m odelo puede ser ú til p ara los propósitos del historiador. propósito si nos p erm ite explicar el m odo en que sus concepciones
En p rim er lugar, nos ayuda a co m p ren d er los rasgos estru c tu rales surgieron razonablem ente de concepciones anterio res.
y dinám icos de u n a serie im p o rtan te de posiciones que realm ente
se h an dado y ejerciero n una influencia. Santo Tom ás de Aquino y
sus m uchos seguidores de la tradición de la ley n atu ral, tan to en el
lado católico com o en el p ro testan te , a través de Suárez y de H ooker, VI
sostienen concepciones que se a ju sta n al m odelo de la C orporación
Divina. Lo m ism o hacen los pensadores de la ley n atu ra l «m oderna»
que dependen de Grocio. No hallam os pensadores com o P ufendorf, El cam bio fu n d am en tal reg istrad o en el pensam iento religioso
B urlam aqui y V attel, que suscitan en la actualidad gran interés fi­ d u ra n te el período que nos ocupa fue el rechazo, h asta donde fuese
losófico, p o rque el aspecto filosófico de sus obras, deslindado de sus posible, de la apelación al m isterio y a la in co m prensibilidad com o
preocupaciones p o r la política y p o r la ley internacional, con fre­ elem ento cen tral de toda elaboración conceptual adecuada de la fe
cuencia m eram ente re p ite n lo que se h abía elaborado an terio rm en te. cristiana. E se cam bio llevó a resu ltad o s dram ático s p ara la explica­
P ero rep resen tan lo que creo que constituyó el m arco de pensa­ ción de la m o ralid ad d en tro de la C orporación Divina. Cuando no
m iento com ún de los sectores cultos del m undo d u ra n te los si­ podem os en ten d e r ni el bien colectivo al que contribuim os ni nu es­
glos xvix y x v iii . Los filósofos de ese período a los que consideram os tro propio papel en su producción, y cuando creem os en u n a vigi­
en n u estro estudio, llam an n u estra atención en p arte porque m odi­ lancia providencial co n stan te de la vida, sólo es racional —tal lo he
ficaron ese m arco, se a p a rta ro n de él y, eventualm ente, lo abando­ sostenido— co n sid erar n u estro s deberes com o absolutos. E llo es así,
naron. P ara com prenderlos es decisivo sab er de qué se apartab an , tan to si cada uno de n o sotros está m otivado ú n icam en te p o r el
ver p o r qué lo h acían y com probar h asta dónde llegaron. P or tanto, propio interés, com o si no lo está. P or consiguiente, el filósofo que
la C orporación Divina es ú til no sólo com o pu n to de p a rtid a sino da cuenta del m undo m oral debe d ar de esos deberes una explicación
tam bién com o pu n to de referencia. En la m edida en que u n filósofo que dé lu g ar a esa fo rm a de verlos, A m edida que los pro p ó sito s de
se m antiene cercano a él, podem os considerarlo conservador; en la Dios se to rn a n m ás com prensibles y a m edida que se to rn a m ás
m edida en que se a p a rta de él, como innovador. Ello nos proporciona clara la p a rte que nos toca p a ra co lab o rar en ellos, hay cada vez
u n a cierta p au ta general del cam bio en el te rre n o de la filosofía m o­ m enos razones p a ra concebir los deberes de esa m anera. E sto es
ral en térm inos que po d rían h ab e r utilizado los pensadores del pe­ p artic u la rm en te cierto cuando se deja de v er a Dios p rim ariam en te
ríodo que in ten tam os com prender, y no sólo en n u estro s propios com o juez ju sto , y com ienza a concebírselo m ás b ien com o A utor
térm inos. B enevolente de la N aturaleza. Entonces su finalidad será n u e stra di­
E n segundo lugar, la idea de la C orporación Divina nos ayuda cha, ya no la incom prensible m anifestación de u n a gloria infinita;
a ver la h isto ria de la ética com o regulada p o r u n interés en el m un­ y si el objetivo es la dicha, la p arte que nos toca en su originación
do m oral como em presa cooperativa justa. Al colocar ante nosotros es entendida m ás fácilm ente. E sta tendencia cobra m ás fuerza cuan­
el com plejo con ju nto en el que deben aco rd arse los elem entos de do, com o lo hacen los teístas y los deístas, se in sista en que después
la vida m oral, sea cual fuere la in terp retació n filosófica que deba de la C reación Dios hizo que el m undo o b ra ra sin u n a providencia
dárseles, nos advierte que no debem os a trib u ir indebida im portancia especial im predecible, esto es, que puso en m ovim iento la m áquina
explicativa a discusiones filosóficas acerca de uno solo de esos ele­ del m undo y la dejó sola. Porque entonces ya no podem os p en sa r
m entos. Un cam bio en la in terp re tació n de u n elem ento reclam ará que u n p o d er inteligente corrige n u estro s erro res y n u e stra s om isio­
otro s cam bios en la explicación filosófica del m undo m oral. La in te­ nes, y com pensa los accidentes. Lo razonable es p en sa r que la p a rte
ligencia de la dinám ica que vincula a esos cam bios es quizá la he­ m ayor de la resp o n sab ilid ad de o b ra r así es n u estra. E xisten, pues,
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cada vez m ejores razones p a ra en ten d e r la m oralidad en térm inos de se lo deba co n sid erar en general com o teórico de la Divina C orpo­
n u e stra resp o n sab ilidad de aten d e r al objetivo de n u estro s deberes ración. Reid sostiene que los principios m orales son evidentes p o r
—al bien que h an de p ro d u c ir n u estro s esfuerzos cooperativos— como sí m ism os y que todo ho m b re tiene de esos principios u n a com pren­
guía d irecta de la acción. sión in tu itiv a suficiente p a ra g u iar la acción de acuerdo con ellos.
E xisten a la vez razones p ara re sistir esa tendencia u tilita rista . Su análisis de la intuición concede a ésta en la aclaración de n u estro
Como cabría esp erar, se la puede p o n er en tela de juicio en razón conocim iento de la n atu ra leza el m ism o papel que ten ía en nues­
de que al u tilitarism o le es difícil explicar cómo sabe cada uno de tro conocim iento de la m oralidad. P uesto que con ello dispone de fun­
no so tro s qué es lo que h a de hacer. H allam os tam bién o tra form a dam entos m uy generales p a ra a c e p ta r que las convicciones m orales
de razonar. N u e stra experiencia m oral —p a ra no ap elar a la doc­ corrientes tien en peso racional, p areciera no ten er necesid ad de
trin a religiosa— es em pleada com o fuente de argum entaciones con­ apoyarse en la creencia b u tle ria n a de que la facu ltad m o ral nos ha
tra las concepciones u tilitaristas. N u e stra experiencia m oral tiene sido dada p o r Dios. P areciera tam b ién que R eid no piensa q ue el
u n peso racional porque, de acuerdo con u n a teo ría de la C orpora­ o b ra r de acuerdo con los principios, evidentes p o r sí m ism os, de la
ción Divina, Dios tiene que habernos proporcionado el m odo de lle­ m oralidad, esté d estinado a serv ir a o tro fin cu alq u iera m ás allá
g ar a sab er qué es lo que se req u iere de nosotros. De ahí que la de la conform idad m ism a. Parece, pues, d efender u n a concepción
experiencia p o r la cual cada uno de n o so tro s aprende a a c tu a r de­ deontológica com o la que m ás tard e d ifu n d iero n P rich ard y Ross.
bidam ente, tiene que reflejar las realidades del m undo m oral. Y como Pero si en este sentido se h alla fu e ra del dom inio de la C orporación
esa experiencia está igualm ente a disposición de todos nosotros, ella Divina, existe o tro aspecto de su posición que no lo está. R eid sos­
nos pro p o rcio n a datos com unes a p a rtir de los cuales arg ü ir razo­ tiene que n u estra s convicciones m orales o rd in arias co n stitu y en el
nablem ente. B u tler es el locus classicus. T ras a c ep tar que el único criterio que debem os em p lear p a ra analizar teorías referen tes a las
ca rác te r m oral positivo que podem os a d ju d ica r a Dios es la bondad, leyes generales de la m oralidad. Y, teniendo p resen te ese citerio,
ad m ite que Dios contem pla el m undo com o u n u tilita rista . Pero concluye, c o n tra H um e, que ninguna ley básica sim ple es adecuada.
no so tro s no nos hallam os en la situación de Dios. N osotros no sa­ E xisten unos diecisiete axiom as in tu itiv am en te evidentes de la mo­
bem os lo suficiente p a ra ser u tilitaristas, y la experiencia m oral nos ralidad. No es posible red u cirlo s a u n principio único. E n este p u n to
m u estra que tenem os deberes p artic u la res de o tras especies: concluye la independencia de Reid resp ecto de la confianza en la
Divinidad. Debe d isp o n er de u n Dios que garan tice que n u e stra s in­
Como no som os jueces com petentes de lo que está en general para tuiciones revelan un m undo m oral, y no u n caos. Se n ecesita a Dios
el bien del m undo, puede haber otros fines inm ediatos a los que p a ra e sta r seguro de que la lista, ap aren tem en te a rb itra ria , de axio­
estam os destinados a perseguir, aparte del de hacer el bien o pro­ m as es com pleta, y de que los axiom as no se hallan en conflicto en tre
ducir dicha. Aunque el bien de la creación sea el único fin de su sí. E n especial, Reid re c u rre a Dios p a ra m o s tra r que la prudencia,
Autor, no obstante, él puede habernos im puesto obligaciones par­
im puesta p o r la evidencia, no e n tra en conflicto con las exigencias
ticulares que podem os discernir o sentir, m uy distintas de la per­
cepción de que la observancia o la violación de ellas es para dicha de benevolencia, ju stic ia y con los re sta n te s principios, tam b ién evi­
o desdicha de las dem ás criaturas. Y ése es en realidad el caso dentes p o r sí m ism os, de la m o ralidad. C ontra el u tilitarism o m o­
{The W orks o f B ish o p B utler, 1, 166n). n ista de quien, com o B entham , no ad m itía n inguna apelación a Dios
com o en tid ad explicativa. R eid podía d isp o n er sólo de dos líneas
E n o tro s lugares B u tle r p re sen ta m uchos detalles en favor de esta argum entativas. Una es la de afirm ar que la m e jo r explicación del
ú ltim a tesis. E n p a rte ataca aquí a H utcheson, quien sostiene que, hecho de que todos co m p artim o s las m ism as convicciones m orales,
m ien tras que disponem os de un sentido m oral que nos sirve de es la de que ellas re su ltan de la percepción exacta de la realidad
guía —evitándose con ello quebraderos de cabeza en relación con la m oral fundam en tal. La o tra es el recu rso a lo evidente en sí m ism o.
ejecu tab ilid ad —, sus dictados se re g istra n del m ejor m odo en una P ero B entham sostiene que la m ejo r explicación de esas conviccio­
ley u tilitarista. M ientras que B u tler considera inaceptable esta ú lti­ nes co m p artid as es que surgen del condicionam iento social y psi­
m a conclusión, otros critican la concepción no cognitiva señalando cológico. A R eid le queda, p o r tan to , la epistem ología de u n intui-
que es incapaz de d ar cuenta de la universalidad. El previsible re­ cionism o general com o línea b ásica de defensa de u n p lu ralism o de
sultado de estos lances es la reafirm ación de la concepción intuiti- los principios m orales c o n tra el m onism o u tilita rista . E n este p u n to
v ista en Price y, en ú ltim a instancia, en Reid. em pezam os a vérnoslas con las cuestiones que p asa ro n a ser cen­
E n R eid hallam os la ú ltim a y la m ás red u cid a de las teorías de trale s en la siguiente fase de la h isto ria de la ética.
la C orporación Divina del siglo xv m . En realidad es discutible que
222 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA CORPORACIÓN DIVINA 223

del m undo m oral, p ero no es el uso deliberado de la teo ría lo que


da al m undo m oral su ord en fu n dam ental.
V II El rechazo de esa concepción de los lím ites de la filosofía m oral
y su sustitu ció n p o r la creencia en que cad a agente puede c o n trib u ir
deliberadam ente al o rd en m o ral debido m ed ian te el em pleo de u n
La tarea de las teorías de la m oral secular en el período que va principio de acción descubierto p o r u n filósofo, es o b ra de B en th am y
de M ontaigne a K ant fue im puesta p o r la ap titu d de las teorías de de K ant.
la C orporación Divina p a ra d a r cu en ta de la m oralidad ta l com o se Con B entham el cam bio no proviene tan to de u n a m otivación
h alla p resen te en la sociedad de los tiem pos; adem ás, esa m oralidad filosófica in tern a, cu an to de la p ro fu n d a convicción de que el m un­
h ab ía sido m odelada en gran m edida p o r doctrinas anim adas p o r los do social debe ser reform ado. Al no a c ep tar u n principio cósm ico de
presu p u esto s de la C orporación Divina. De tal m odo, los m oralistas orden, B entham ab an d o n a en teram en te el p u n to de vista de la Cor­
seculares se vieron llevados a re ite ra r en sus teorías m uchos de los poración Divina, pues no ve razones p a ra su p o n er que las creencias
rasgos de las concepciones de la C orporación Divina. Ello es noto­ m orales existentes h asta ese m om ento tengan algún v alor com o guías
riam en te claro en la o b ra de H obbes, y constituye tam bién u n a ca­ en esa em presa. Antes de que podam os sab er de su valor, debem os
racterística de la concepción de Hum e. Un breve com entario acerca disponer de u n criterio racional que podam os em plear delib erad a­
de ellos nos p e rm itirá p o n er m ejo r de m anifiesto la originalidad de m ente p a ra estim arlos. E se criterio no sólo puede ser u sado p o r los
B entham y de K ant, y m o stra r las razones p o r las que considero que gobernantes p a ra rem o d elar sus sociedades; tam bién puede ser u sa ­
estos dos últim os pensadores señalan el fin de u n m odo de com ­ do p o r los individuos al to m ar sus decisiones. P or tanto, B en th am no
p re n d e r el p roblem a de la filosofía m oral y el com ienzo de otro. ofrece el princip io u tilita rio com o explicación de u n m undo m oral
Pienso que es obvio que tan to H obbes com o H um e hallan m odos de en el que podem os e s ta r seguros de que ya, de algún m odo, h a b ita ­
re p e tir esa relación e n tre leyes m orales absolutas y el bien p ro d u ­ m os. Es m ás bien p a ra que nos guiem os al h ac er p o r no so tro s mis-
cido m ediante la coordinación o la cooperación, que es esencial en m os y p a ra noso tro s m ism os u n a com unidad que será m oral. No hay
las concepciones de la C orporación Divina. Es asim ism o claro que nadie m ás que pued a a su m ir la resp o n sab ilid ad de hacerlo.
cad a uno de ellos en cu en tra un su stitu to que asum e al m enos al­ B entham nos m u estra la rad icalizad del cam bio que experim enta
gunas de las funciones de Dios en aquellas concepciones. Lo que la ta re a de la filosofía m oral si no suponem os que hay algo así
deseo su b ray ar aquí está relacionado m ás bien con la concepción com o el in sp ecto r general de u n a C orporación Divina, ni siq u iera la
que su sten ta en cuanto a la ta re a de la filosofía m oral. Al lado de N aturaleza. Ahora el filósofo debe o frecer los fu n dam entos racio n a­
las m uchas diferencias que separan a esos dos filósofos, éste es un les de su principio, los cuales deben ser lo suficientem ente fu er­
p u n to en que están de acuerdo. tes p a ra convencer a perso n as que m uy bien pueden h a b e r sostenido
Lo están en cuanto a que el m undo m oral no se sostiene sólo convicciones opu estas a él. Las cuestiones referen tes al m odo en
p o rq u e cada un o de los individuos que p ertenecen a él com prenda que cada agente pu ed e figurarse o llegar a sab e r qué debe h ac er
la explicación en tera de la m oralidad; m ucho m enos p orque cada en casos p articu lares, ad q u ieren u na im p o rtan cia que no ten ían en
uno utilice d eliberadam ente la explicación filosófica de la m oralidad la teo ría de la Divina C orporación y en sus equivalentes seculares.
al to m a r decisiones m orales. E n realidad, H obbes y H um e estaría n Y las cuestiones referen tes a si es posible p ro b a r un p rim er p rin ci­
de acuerdo en que sería sum am ente peligroso p a ra el m undo m oral pio m oral de ese tipo, y de qué m odo ello es posible, pasan a ten er
que o c u rrie ra u n a cosa así. P ara H obbes, los ciudadanos h an de u n a im p o rtan cia nueva y m ucho m ayor. Una vez m ás nos hallam os
co m p ren d er la m o ralidad com o cosa de la regla de oro, com plem en­ en un nuevo período de la filosofía m oral.
tad a con u n a p rédica de las leyes, cuidadosam ente regulada, desde
el pulpito. Sus obras m ism as están dirigidas al gobernante, no a las
m asas p a ra su u lte rio r debate. Hum e, sin p en sa r que se necesite
tan to de u n control central, concibe al m undo m oral com o sostenido V III
p or n u estro s propios sentim ientos. Explica cóm o se hallan n a tu ra l­
m ente coordinados p ara h acer su trab a jo , pero no sugiere que cada
uno de no so tro s deba h ac er de su explicación u n principio que des­ Mi h isto ria debe te rm in a r con K ant; y a la luz de esa h isto ria, su
pués apliquem os al to m ar n u estras decisiones. P osiblem ente haya posición se p re sen ta ex trao rd in ariam en te com pleja y, creo, p ro fu n ­
cierto lu g ar p ara «corregir nu estro s sentim ientos» en los m árgenes dam ente am bivalente. Sólo la necesidad m e conduce a la insensatez
224 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA
» LA CORPORACIÓN DIVINA 225
de in te n ta r p re se n ta r un análisis de su lugar en la h isto ria de la
«Mica al final de un ensayo. vida. De tal m odo, al d a r sim plem ente p or sentado que la v irtu d
Si K ant fu era el deontologista p u ro y sim ple p o r el que a m enudo puede ser definida en térm in o s de m erecer la dicha, K ant pone de
se lo ha tom ado, h a b ría ido aun m ás lejos que Reid en el abandono m anifiesto que ad m ite en teram en te u n p u n to de vista que arm oniza
de las concepciones de la m oralidad in scritas en la idea de la Cor­ en form a p erfec ta con u n m undo ju sto , respecto del cual es co rrec ta
poración Divina. H ab ría extraído de tales concepciones el elem ento la concepción de la C orporación Divina, pero no tiene sentido si
que subraya el ca rác te r absoluto de los deberes propios y lo h abría vivimos en un universo neu tral.
incorporado en el todo de lo que es distintivam ente m oral. De ese Por cierto, en u n aspecto de im p o rtan cia K ant no da sim plem ente
m odo h ab ría denegado el significado teleológico de los deberes ab ­ p o r sentado que vivam os en un m undo ju sto . Más bien sostiene que
solutos que es fu n d am en tal en las concepciones de la C orporación la m oralidad nos exige que cream os que vivim os en un m undo así.
Divina. H ab ría m o strad o que se puede d a r cuenta de la universa­ N uestras acciones m orales no deben ser llevadas a cabo, señala, en
lidad de las exigencias m orales señalando su tra n sp a re n te racionali­ razón de sus consecuencias. Deben ser llevadas a cabo sim plem ente
dad. H ab ría eludido la necesidad que R eid tenía de re c u rrir a Dios p orque la ley m o ral las exige. No o b stan te, todos los actos racionales
com o g aran tía de coherencia de la m oralidad, m ostrando que hay tienen u n propósito, y tam b ién deben tenerlo los actos exigidos p o r
un solo principio m oral. H ab ría m o strad o que puede asegurarse la la m oralidad. K ant cree p o d er d em o strar que el m undo req u erid o
ejecutabilidad p o rque es fácil aplicar ese principio único, y porque p o r la m oralidad com o su resu ltad o , es u n m undo en el que la dicha
siem pre som os libres de o b ra r com o la m oralidad lo exige. Y h abría es d istrib u id a de acuerdo con el m érito. Ahora bien: si no es razo­
garantizado la su p rem acía de la m o ralid ad m ediante su insistencia nable ac tu a r sin p ro p ó sito y si no podem os to m a r como pro p ó sito
en el carác te r exclusivam ente categórico de aquélla. Es, p o r cierto, u n a cosa que sabem os o creem os que es im posible, entonces debe­
esta ú ltim a afirm ación la que conduce a los lectores de K ant a pen­ m os creer que ta l m undo es posible. Y p a ra creer que ta l m undo es
sar que este filósofo ve a la m oralidad com o en teram en te separada posible, debem os c reer tam b ién —concluye K ant n o to riam en te— que
de toda preocupación p o r la cuestión teleológica de la ejecución del existe u n Dios que pu ed e hacerlo, p o rq u e los seres hum anos solos
deber. Pero ta l lectu ra de K ant no es apropiada. M uchos com entado­ no pueden co n tro lar aquellos aspectos de la N aturaleza que deben
res han m o strad o p o r qué es así, y acaso la cuestión no esté ya en ord en arse si h a de originarse u n m undo m oral. Dicho en pocas pala­
duda. Me propongo aquí sólo señalar u n m odo de ponerlo de m a­ bras, K ant no puede concebir la m o ralid ad si no es en un m undo
nifiesto que revela a la vez u n aspecto de im p o rtan cia en el que K ant e stru c tu ra d o tal com o la C orporación Divina lo estru c tu ra. E n lugar
se m antiene aú n p ro fu n d am en te in serto en la tradición de la Cor­ de v er el c a rá c te r ab soluto de las exigencias del d eber com o resu l­
poración Divina. tan te del previo conocim iento de que vivimos en u n m undo así, ve
Podrem os verlo si consideram os la concepción de K ant, reite rad a esas exigencias com o lo que nos pro p o rcio n a la única justificación
por él con frecuencia, de que la v irtu d o la bondad m oral debe ser p a ra c reer que lo hacem os.
enten d id a com o lo que nos hace dignos de ser dichosos. Es im por­ Es bien sabido que este aspecto de la p o stu ra general de K ant
tante a d v e rtir que esa explicación involucra una grave petición de le acarreó dificultades m uy grandes. No m e refiero a sus argum en­
principio p a ra que K an t la em plee. Uno de sus propósitos explícitos tos m orales en favor de la existencia de Dios y de la in m o rtalid ad
e s m o strar que la m oralidad nos constriñe con independencia de si del alm a, los cuales nos incom odan a no so tro s m ás de lo que lo
(ricem o s que) Dios existe y nos recom pensa y nos castiga. Pero la in q u ietaro n a él. Me refiero m ás bien a la dificultad que h alla p a ra
unción de m erecer algo —el bien o el mal, recom pensa o castigo— explicar convincentem ente que la m o ralid ad puede ser p erfectam en ­
•■olo co bra sentido en u n contexto en el cual rige un sistem a de dis­ te independiente de u n a creencia religiosa, y su confianza en las re ­
tribución de bienes y de m ales de acuerdo con reglas o criterios com pensas de la v irtu d , m ien tras sostiene, al m ism o tiem po, que la
preestablecidos. Dado ese m étodo, es entonces ciertam ente obvio m oralidad nos exige que tracem o s u n a visión religiosa del m undo en
ipic- los que se atienen a las reglas y satisfacen los criterios (o lo que actuam os. Si la negativa de K ant a re n u n ciar a esta ú ltim a p a rte
l i a r e n «m ejor», si ello es pertin en te), m erecen las recom pensas es- de ta l com pleja creencia atestig u a la ten acid ad de su com prom iso
t a b l e e i d a s , y que los que q u eb ran tan las reglas m erecen los castigos. con u n a concepción de la m o ralid ad en la línea de la C orporación
Al ta lla r tal contexto, no puede hallarse un sentido a la noción de Divina, existe o tro aspecto de su p ensam iento que m u estra clara­
m é r i t o . La afirm ación de que alguien m erece m ejo r su erte que la que m ente su renuen cia a p erm an ecer d en tro de esos lím ites. K ant siem ­
la vida le ha d ep arado no es sino el em pleo de u n a m etáfo ra p ara p re creyó que la capacidad que las p arte s del m undo de Dios tienen
e x p r e s a r el sentido de que esa persona debería hab er tenido m ejor de co m p o rtarse com o p a rte s de un todo ordenado, daba u n a p ru eb a
m ás sublim e de la gloria de Dios que la que d aría la necesidad de
226 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA

su intervención y dirección constantes. El resultado final de ello en


el pensam iento m ad u ro de K ant no es sólo la convicción roussoneana
de que la com prensión m oral es igualm ente accesible a todo ser h u ­
m ano norm al. Lo es tam bién la creencia de que el em pleo conscien­
te del conocim iento explícito de la ley m o ral no d esb a rataría el orden
m oral, sino que, p o r el contrario, lo consolidaría. Por tanto, entiende
a este principio com o principio explicativo de n u estra s conviccio­ C apítulo 9
nes m orales m ás p ro fu n d as —al igual que en la teo ría de la C orpora­
ción Divina— y, asim ism o, com o principio regulador de n u estra s LA IDEA DE LIBERTAD NEGATIVA: PERSPECTIVAS
decisiones —al igual que en la concepción de B entham — . P ero en sus FILOSOFICAS E HISTORICAS
escritos h istó rico s y políticos la función directiva llega a te n e r un
papel cada vez m ayor. Debemos p en sa r que en u n respecto som os Q uentin S kin n er
sem ejantes a Dios. Se nos exige que transform em os el m undo en u n a
com unidad m oral ju sta. La ley m oral nos m u estra las condiciones
que debem os cu m plir p a ra que sea u n a com unidad en la que poda­
m os p a rtic ip a r vo luntariam ente com o agentes racionales. K ant pa­ I
rece, pues, tr a ta r cada vez en m ayor m edida el m undo m oral com o
u na ta re a h istó rica antes que corno u n a certeza m etafísica o religio­
sa. E ste giro de su pensam iento confirm a que su concepción es, en El p ropósito de este tra b a jo es exam inar un m edio posible p ara
realidad, descendiente de la C orporación Divina. Como he señalado, en san ch ar n u e stra com prensión de los conceptos que em pleam os en
u n a consecuencia de la dinám ica de la C orporación Divina es el la discusión social y política.1 La ortodoxia dom inante nos invita a
que, en la m edida en que la actividad y la supervisión de Dios se re­ p ro ced er consultando n u estra s intuiciones acerca de lo que es po­
duce, la responsabilidad del hom bre se increm enta. Lo m ism o que sible o no es posible d ecir o h acer coherentem ente m ediante los
B entham , aunque de m an era m ucho m ás com pleja, K ant realm ente térm inos que generalm ente utilizam os p a ra expresar los conceptos
no creyó que p udiéram os hacerla depender de Dios.3 en cuestión. S o stendré que es posible co m plem entar provechosa­
m ente ese enfoque co n fro n tan d o esas intuiciones con u n exam en m ás
sistem ático de las teorías poco conocidas d en tro de las cuales a veces
aun n u estro s conceptos m ás conocidos han sido puestos en acción
en diferentes períodos históricos.2
BIBLIOGRAFIA
1. Estoy muy agradecido a Thomas Baldwin, John Dunn, Richard Flathman,
Raymond Geuss, Susan James, J. G. A. Pocock, Russell Price, James Tully,
Venturi, F ranco: U topia and R e fo rm in th e E n lig h te n m e n t, Cambridge, y a quienes junto conmigo son responsables de esta compilación, por la lectura
Cambridge U niversity Press, 1971. y el comentario de los primeros borradores de este artículo. Estoy especial­
Wade, I ra O.: T he In te lle c tu a l O rigins o f th e F rench R evo lu tio n , Prince- mente en deuda con Thomas Baldwin y con Susan James por las muchas discu­
ton, Princeton U niversity Press, 1971. siones que pude sostener con ellos, y porque me brindaron una ayuda esencial.
T h e W o rk s o f B ish o p B utler, b ajo la dirección de J. H. Bernard, Londres, Una versión anterior del presente ensayo constituyó la base de las lecciones
M acmillan, 1900. Messenger que dicté en la Universidad Cornell en octubre de 1983. Posterior­
mente hice algunas revisiones a la luz de la valiosa crítica que recogí en ese
entonces, en especial de parte de Terry Irwin, John Lyons y John Najemy.
2. Desarrollo, pues, una línea de pensamiento originariamente esbozada al
final de Skinner, 1969, 52-53. Esa argumentación mantiene a su vez una mani­
fiesta deuda con las formulaciones contenidas en la Introducción a Maclntyre,
1966 y en Dunn, 1968, dos estudios que han influido mucho en mí. Debo añadir
que si al principio tengo presente que la tesis de la inconmensurabilidad, tal
como es defendida especialmente por Feyerabend, 1981, sirve para poner en
3. Estoy sumamente agradecido a J. J. Katz, Thomas Nagel, Quentin Skinner, tela de juicio la idea misma de seguir la línea de pensamiento que tengo en
David Sachs, Richard Rorty y John Raws por sus comentarios acerca de una cuenta, sólo puedo responder que una de las expectativas que tengo a propó-
redacción anterior de este trabajo.
228 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA
LA IDEA DE LIBERTAD NEGATIVA 229
Una de las form as de avanzar en esta línea de p en sam iento con­ No sería exagerado decir que esa suposición —la de que la ú nica
sistiría en p re se n ta r u n a defensa general de esta concepción de la idea coherente de lib ertad es la idea negativa de no e sta r im pedido—
«relevancia» de la h isto ria de la filosofía p ara la com prensión de las h a constituido el basam en to de todo el d esarrollo del p en sam ien to
discusiones filosóficas contem poráneas. E n lugar de eso in ten taré, político co n tra ctu alista m oderno. H allam os que ya T hom as H obbes
em pero, a p o rta r u n a contribución m ás directa, aun cuando acaso sea lo expresa en la conclusión del capítulo titu lad o «Acerca de la li­
tam bién m ás m odesta, al tem a de este libro, centrándom e en un b e rta d de los sujetos» del Leviatán, en el cual p re sen ta u n a fo rm u ­
concepto en p a rtic u la r que es, al m ism o tiem po, fu n d am en tal en las lación, llam ad a a ejercer una influencia m uy grande, de la tesis de
discusiones actuales acerca de teo ría social y política y, a la vez, a que «la lib e rta d [ liberty or fre e d o m ] significa (p ro p iam en te) la au sen ­
mi juicio, po stergado p o r este tipo d e tra ta m ie n to histórico. cia de oposición», y no significa ninguna o tra cosa (H obbes, 1969:
El concepto en el que pienso es el de lib ertad política, el grado 261). E l m ism o sup u esto , expresado a m enudo específicam ente en los
de lib ertad [freed o m o lib erty] p a ra la acción de que los agentes térm inos del análisis triád ico de M acCallum, co n tin ú a circu lan d o a
individuales disponen d en tro de los lím ites que les im pone su p er­ lo largo de la bibliografía actual. B enn y W einstein, p o r ejem plo,
tenencia a una sociedad política.*3 Lo p rim ero que debe observarse es ad o p tan im plícitam en te el esquem a de M acCallum en su im p o rtan te
que, en tre los filósofos de habla inglesa de la actualidad, la discu­ ensayo acerca de la lib ertad com o no restricció n de opciones, y
sión de este tem a h a dado lu g ar a u n a conclusión que dispone de un lo m ism o hace O ppenheim en su recien te discusión de la lib e rta d
grado de aceptación notablem ente am plio. Es la de que —p a ra c ita r social com o capacidad de escoger altern ativ as.6 E n Theory of Justice,
una fó rm u la debida originariam ente a B entham y difundida recien­ de Rawls, en Social Philosophy, de Feinberg, y en m uchas o tra s
tem ente p o r Isaiah B erlín— el concepto de lib ertad es esencialm ente teorizaciones co n tem poráneas se invoca explícitam ente el m ism o
un concepto «negativo». E sto es, se dice que su presencia está seña­ análisis, con u n a referen cia d irecta al clásico artícu lo de M acCallum .7
lada p o r la ausencia de alguna o tra cosa; específicam ente, p o r la Es cierto, sin duda, que, a p esa r de esta coincidencia fu n d am en tal
ausencia de algún elem ento constrictivo que inhiba al agente de poder y p ersisten te, siem pre h a hab id o discusiones e n tre los p artid a rio s
ac tu a r de m an era independiente en la prosecución de los fines que de la tesis «negativa» acerca de la n atu raleza de las circu n stan cias
é l 4 h a elegido. Tal com o lo expresa G erald MacCallum, en térm inos e n las cuales es p ro p io d ecir que se h a infringido, o no se h a in frin ­
q u e se han vuelto clásicos en la bibliografía actual, «cada vez que gido, la lib ertad de algún agente individual. P orque siem pre ha h a ­
está en tela de juicio la lib ertad de u n agente, se tra ta siem pre de bido convicciones divergentes resp ecto de lo q u e d eb a ser consid erad o
la lib ertad respecto de alguna im posición o de alguna restricción com o oposición y, p o r tan to , resp ecto de la especie de im posición
p ara h acer o no hacer algo, o p a ra llegar a ser o no llegar a ser una que lim ita a la lib ertad , com o op u esta a la m era lim itación de la
cosa, o de u n a in terferen cia o una b a rre ra p ara ello» (MacCallum, capacidad de los agentes de llevar a cabo acciones. M ucho m ás im ­
1972: 176).5 p o rta n te que ello, em pero, p a ra los fines de esta argum entación es
la generalizada adhesión de que es o bjeto la conclusión de que
sito de las argumentaciones que presento en este artículo —no la expectativa
central, si bien está lejos de ser modesta— es la de que pueda hacer algo (al
menos en relación con las teorías acerca del mundo social) para poner en tela concepto diádico, y no como un concepto triádico», afirmación que él sostiene
de juicio la tesis misma de la inconmensurabilidad. recurriendo a la crítica que Isaiah Berlín formula contra MacCallum en razón
3. Al discutir este concepto algunos filósofos (por ejemplo, Oppenheim, 1981) de que éste supuestamente no advierte que «un hombre que lucha contra sus
prefieren hablar de libertad [freedom ] social, en tanto que otros (por ejemplo, cadenas o un pueblo que lucha contra la esclavitud no se propone necesaria­
Rawls, 1971) hablan siempre de libertad [libertyl. Hasta donde puedo ver, esta mente como objetivo un estado ulterior definido» (Berlin, 1969, xliii, nota).
diferencia en la terminología nada implica. Por consiguiente, a lo largo de la Pero es sin duda evidente que el hombre en lucha del ejemplo de Berlin es
siguiente argumentación me consideraré en libertad para tratar esos dos tér­ una persona que desea verse libre de un elemento de interferencia y,»al mismo
minos como sinónimos exactos y para emplear indistintamente uno u otro. tiempo, ser (libremente, independientemente) capaz de hacer, de ser o de con­
4. O «ella», naturalmente. En el curso de este articulo me permitiré, no vertirse en algo —en última instancia, para convertirse en un hombre liberado
obstante, emplear «él» como abreviatura de «él o ella». de la coacción que le imponen sus cadenas y, en consecuencia (e ipso facto),
5. Nótese que ello implica que si un análisis negativo de la libertad torna líbre para obrar, debe optar por obrar así. Parece claro, para decirlo breve­
siempre una forma triádica (como en este punto sugiere MacCallum), inclui­ mente, que el ejemplo mencionado pasa por alto la cuestión planteada por Mac­
rá siempre al menos una referencia implícita a la posesión, por parte del agente, Callum, esto es, que cuando decimos de un agente que no es objeto de cons­
de una voluntad independiente, no forzada, a consecuencia de la cual es capaz tricción, ello equivale a decir que es capaz de obrar según su voluntad; o de
de obrar libremente en la prosecución de los fines que ha elegido. Es verdad optar por permanecer inactivo, por supuesto.
que en ocasiones eso ha sido puesto en tela de juicio. John Gray, por ejemplo 6. Véase Benn y Weinstein, 1971, 201; Oppenheim, 1981, 66.
(1980, 511), sostiene que «la libertad debe ser considerada básicamente como un 7. Véase Rawls, 1971, 202; Feinberg, 1973, 11, 16.
230 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA, IDEA DE LIBERTAD NEGATIVA 231

—como lo señala C harles Taylor en su arrem etid a co n tra este con­ cedente de su ensayo, en la cual ad m ite que podríam os co n sid erar
senso— la idea de lib ertad debe ser analizada como un m ero «con­ una versión secularizada de la creencia de que el servicio a Dios es
cepto de oportunidades», com o consistiendo sólo en la ausencia de la lib ertad p erfec ta «sin h a c e r con ello que la p alab ra “lib e rta d ”
constricciones, y, p o r ello, como desvinculada de la prosecución de p ierd a en teram en te su significado», si bien añade que el significado"
Lodo lin o todo p ropósito determ inado (Taylor, 1979: 177). que en tal caso debiéram os a trib u ir al térm in o pro b ab lem en te no
Es típico de los teóricos que sostienen u n a idea negativa de la sería el exigido p o r u n a concepción negativa de la lib ertad (B er­
lib ertad — H obbes es una vez m ás el ejem plo clásico— que indiquen lin, 1969: 160-162).
las im plicaciones de esa tesis cen tral en térm inos polém icos. La fina­ A p esa r de esas lim itaciones, los defensores m ás im parciales de
lidad de ese m odo de proceder h a sido p o r lo general el de rechazar la lib ertad negativa h an aceptado a veces la posibilidad de elab o rar
tíos postulados referen tes a la lib ertad social —ocasionalm ente de­ u n a teoría coheren te —au n q u e in h ab itu al— de la lib ertad social, en
fendidos los dos en la histo ria de la teo ría política m o d ern a— en la que la lib e rta d de los individuos p u d iera co nectarse con los idea­
razón de que son incom patibles con la idea fundam ental de que gozar les de v irtu d y de servicio público.8 Como B erlin, en p artic u la r, ha
de lib ertad social es sim plem ente cuestión de no ser obstaculizado, subrayado, todo lo que hace falta añ ad ir p a ra que tales afirm acio­
lino de ellos h a sido la sugerencia de que sólo es posible ase g u rar la nes com iencen a a d q u irir sentido es la sugerencia —en ú ltim a ins­
libertad individual d en tro de una fo rm a p a rtic u la r de com unidad tancia aristo télica— de que som os seres m orales que poseen d eter­
autónom a. Dicho m ás claram ente: lo que se afirm a es que (como m inados fines verdad ero s y pro p ó sito s racionales, y que nos hallam os
dice R ousseau en Du C ontrat Social) la conservación de la lib ertad en posesión de n u e stra lib ertad en el sentido m ás pleno cuando vivi­
personal depende de la ejecución de los servicios públicos. La o tra m os en u n a com unidad tal, y actuam os en fo rm a tal, que aquellos
propuesta, relacionada con la precedente, que es objeto del ataque fines y aquellos pro p ó sito s se logran tan to cu an to es posible (B er­
de los teóricos del concepto negativo de la libertad, es la de que las lin, 1969: 145-154).
cualidades re q u erid as en cada ciudadano individualm ente a fin de Algunos au to re s co ntem poráneos h an añadido, adem ás, que de­
aseg u rar la realización efectiva de esos deberes cívicos, deben ser las bem os agregar esta p rem isa co m plem entaria y reconocer que (dicho
virtudes cívicas. P ara decirlo, o tra vez, m ás claram ente (com o lo hace con p alab ras de C harles Taylor) la lib ertad no es un concepto de
Espinoza en el T ractatus Politicus), lo que se sostiene es que la lib er­ «oportunidad» sino de «ejercicio», que som os libres sólo «en el eje r­
tad supone la v irtud, que únicam ente los virtuosos son v erd ad era­ cicio de ciertas capacidades» y, p o r tan to , que «no som os libres, o
m ente o plenam ente capaces de aseg u rar su propia lib ertad indi­ m enos libres, cuando esas capacidades están obstaculizadas o no se
vidual. realizan» (Taylor, 1979: 179). Lo característico es que tales teóricos,
A m an era de resp u esta a esas p arad o jas, algunos teóricos con­ tra s h ab e r dado ese paso, p ro ced an a observ ar que ello nos lleva al
tem poráneos de la lib ertad negativa sim plem ente han seguido a H ob­ m enos a co n sid erar la reh abilitación de las dos tesis acerca de la li­
bes en su insistencia en que, puesto que la lib ertad de los sujetos b e rta d social tan vigorosam ente rechazadas p o r H obbes y sus dis­
debe involucrar «inm unidad respecto del servicio del Estado», toda cípulos m odernos. E n p rim e r lugar, com o señala Taylor, si la n a tu ­
afirm ación en el sentido de que la lib ertad involucra la ejecución raleza h u m an a no tiene en realid ad una esencia, no deja de ser
de tales servicios, y de que p a ra ejecu tarlo s es necesario el cultivo plausible la suposición —so sten id a de hecho p o r m uchos filósofos de
de las virtudes, tiene que e sta r com pletam ente desencam inada (H ob­ la A ntigüedad— de que su plena realización sólo es posible «en
bes, 1968: 266). Isaiah B erlin subraya, por ejem plo, al final de su d eterm in ad a form a de sociedad» a la que es m en ester que sirvam os y
celebrado ensayo «Two concepts of liberty», que h ab lar de que uno defendam os, si tan to n u e stra v erd ad era n atu raleza como, p o r consi­
se to rn a libre llevando a cabo virtuosam ente sus deberes sociales y, guiente, n u e stra p ro p ia lib e rta d individual h an de alcanzar su desa­
p or tanto, equiparando v irtu d con interés, es sim plem ente «echar rro llo m ás pleno (Taylor, 1979: 193). Y, en segundo lugar, com o Ben­
un m anto m etafísico sobre u n a hipocresía que o se engaña a sí m is­ jam ín Gibbs, p o r ejem plo, sostiene en su ob ra F reedom and Libera-
m a o es deliberada» (B erlin, 1967: 171). La reacción m ás m oderada
y habitual, em pero, h a sido la de sugerir que, sean cuales fueren 8. Pero en modo alguno ocurre que todos hayan sido tan imparciales. Los
los m éritos de las dos afirm aciones heterodoxas que he puesto de seguidores estrictos de Hobbes (como Steiner, 1974-1975; Day, 1983 y Flew, 1983)
relieve, no concuerdan p o r cierto con un análisis negativo de la li­ insisten en que el único modo de dar cuenta del concepto de libertad es el ne­
b erta d , y deben de a p u n ta r en cam bio a u n a concepción d iferente gativo. Y, en la medida en que el análisis de MacCallum sugiere una com­
prensión negativa de la libertad como ausencia de constricciones sobre las op­
—acaso, incluso, a un concepto diferente— de la lib ertad política. ciones del agente (las que él hace), aquello es también una implicación de su
Tal p arece ser la concepción del propio B erlin en u n a sección pre­ concepción y de las que dependen de ella.
>32 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA IDEA DE LIBERTAD NEGATIVA 233

t¡mi, una vez que hem os reconocido que n u e stra lib ertad depende
..de la obtención y el goce de los bienes cardinales apropiados a
niicsLra naturaleza», difícilm ente podríam os ev itar la u lte rio r con­
clusión de que la p rá ctica de las virtudes puede ser indispensable II
para la ejecución de las acciones m o ralm en te im p o rtan tes que sir­
ven para señalarnos com o «acabadam ente libres» (Gibbs, 1976: 22,
I .M) 131). No obstante, antes de em p re n d er esa ta re a es m en ester resp o n ­
Puede decirse, pues, que b u en a p a rte de la discusión e n tre los d er p rim eram en te a u n a obvia p re g u n ta acerca de tal m odo de p ro ­
([iie conciben la lib ertad social como una noción negativa de o p o rtu ­ ceder. Pues p o d ría m uy bien p lan tea rse la cuestión de p o r qué p ro ­
nidad y los que la conciben com o u n a noción positiva de ejercicio, pongo exam inar en este contexto el reg istro h istó rico en lu g ar de
dei iva de u n a co n troversia m ás p ro fu n d a acerca de la n atu raleza in te n ta r d irectam en te d esa rro llar u n análisis filosófico m ás co m p ren ­
Ini ni a i ia . Lo que au fo n d está en cuestión es si podem os te n e r la sivo de la lib e rta d negativa. Mi re sp u esta no es que yo suponga que
e s p e r a n z a de distin g uir u n a noción objetiva de eudaim onía, o ple­ no haya que p e n sa r en tales ejercicios p u ra m e n te conceptuales; p o r
nitud hum ana.9 Los que desdeñan esa esperanza p o r considerarla el co n trario : ellos constituyen la c a rac te rístic a de las co n trib u cio ­
ilusoria —tal com o hacen B erlín y sus m uchos seguidores— conclu­ nes m ás h o ndas y m ás originales al d ebate co n tem poráneo.10 Se tr a ta
yen (|ue p o r ello es u n peligroso e rro r conectar la lib ertad individual m ás bien de que, a causa de algunas suposiciones m uy d ifundidas
c o n los ideales de v irtu d y de servicio público. Los que creen en acerca de los m étodos m ás adecuados p a ra el estudio de los con­
m lereses hum anos reales o identificadles —Taylor, Gibbs y o tro s— ceptos sociales y políticos, su g erir que podría utilizarse un concepto
r e s p o n d e n insistiendo que p o r ello puede al m enos su sten tarse que coherentem ente de m an era no hab itu al, p ro b ab lem en te llegaría a
s o l o el ciudadano virtuoso, anim ado p o r los intereses públicos y que p arece r m ucho m enos convincente que m o s tra r que se lo ha u tili­
.u ve al E stado, se halla en plena posesión de su libertad. zado de m an era in h ab itu al p ero coherente.
E l l o a su vez im plica, no obstante, que hay un presu p u esto fun­ Es posible ilu s tra r fácilm ente la n atu raleza de las suposiciones en
d a m e n t a l co m partido p rácticam ente p o r todos los que p artic ip a n en las que estoy pensando a p a r tir de la b ibliografía actual acerca del
la dise nsión actual acerca de la lib ertad social. Incluso C harles Tay- concepto de lib ertad . El po stu lad o básico de todos los au to res que
lin e Isaiah B erlín pueden e star de acuerdo en lo siguiente: sólo si he m encionado h asta ah o ra es que explicar un concepto com o el de
p o d e m o s d a r u n contenido a la idea de plenitud hum ana objetiva lib ertad social, consiste en d a r cu en ta de los significados de los té r­
( al i e esp e rar que ad q u iera sentido u n a teo ría que asp ire a p o n er en m inos que em pleam os p a ra expresarlo. Se está de acuerdo, adem ás,
(in s l i ó n el concepto de lib ertad individual con actos virtuosos de en que la com prensión de los significados de tales térm inos es u n a
m i v i r i o público. cuestión concerniente a la com prensión de su uso co rrecto , a la
I a tesis que me propongo defender es la de que ese presupuesto captación de lo que se puede y lo que no se puede decir y h acer
com ún fundam ental es un erro r. Y a fin de defenderla m e volveré con ellos.11
.i lo (pie considero que son las lecciones de la historia. In te n ta ré H asta ahí todo va bien; o, m ejor, h a sta ahí todo va w ittgenstei-
...... si r a í que en u n a trad ició n de pensam iento m ás tem p ra n a y ahora nianam ente, lo cual estoy d isp u esto a su p o n er que, en estos tem as,
d e s e c h a d a la idea negativa de la lib ertad com o m era ausencia de obs- significa lo m ism o. A parte de eso, se tiende a e q u ip arar esos p roce­
i i i K c i ó n p a ra el o b ra r de los agentes individuales en la prosecución dim ientos con u n a explicación del m odo en que nosotros p o r lo
d e los lines elegidos p o r ellos, se com bina con las ideas de v irtu d y general em pleam os los térm in o s del caso. Lo que se nos p rescrib e
d e s e r v i c i o público precisam ente en la form a en que en la actualidad exam inar es, pues, «lo que n o rm alm en te diríam os» acerca de la li­
i o d o s l a s p artes en disp u ta consideran im posible h acer sin in c u rrir b erta d , y lo que ad vertim os que «no querem os decir» cuando reflexio­
en una incoherencia. In ten ta ré, pues, com pletar y corregir el sen tir nam os en form a d ebidam ente consciente acerca de los usos del
.......m aulé y erróneam ente estrecho de lo que se puede y no se puede térm ino.12 Se nos dice que perm anezcam os «lo m ás cerca posible
hacer y decir con el concepto de lib ertad negativa, exam inando el his-
lonal de las cosas, m uy distintas, que se h an hecho con ese con- 10. Tengo presente especialmente MacCallum, 1972 y Baldwin, 1984.
. epio en fases an terio res de la h isto ria de n u e stra cultura. 11. Para una presentación explícita de esos postulados, aplicados al «de­
sarrollo» del concepto de libertad, véase por ejemplo Parent, 1974a, 149-151 y
•i I'.sloy en deuda con Baldwin, 1984 por haber subrayado y señalado que Oppenheim, 1981, 148-150, 179-182.
, ii i-i mu leo de las concepciones más «positivas» de la libertad estriba una 12. Parent, 1974b, 432-433. Véase también Benn y Weinstein, 1971, 194 en re­
• mil rju ion así. lación con la necesidad de examinar «lo que generalmente se puede decir» acerca
LA IDEA DE LIBERTAD NEGATIVA 235
234 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA

Pero la re sp u esta m ás usu al consiste en so sten er —como hace, p o r


del lenguaje ordinario» en razón de que el cam ino m ás seguro p ara ejem plo, P are n t— que sim plem ente se debe de ser víctim a de u n a
co m p ren d er un concepto com o el de lib ertad consiste en c a p ta r «lo confusión. El p o n er en conexión la idea de lib e rta d con principios
que n o rm alm en te dam os a entender» m ediante el térm ino «libertad».*13 tales como la v irtu d o el dom inio racional de sí m ism o, según nos lo
Ello no equivale a decir que el «lenguaje ordinario» tenga la advierte P a re n t afablem ente, d eja de ex p resar «lo que o rd in aria­
ú ltim a p alabra, y la m ayoría de los au to re s que he estad o discutien­ m ente dam os a entender» m ediante el térm in o «libertad» o, aun,
do se esfuerzan p o r distanciarse de u n a suposición tan desacred ita­ no se relaciona con ello. De lo cual concluye que cu alq u ier inten to
da. Por el co n trario: se da p o r supuesto que cuando nos desplazam os de frag u ar tal vínculo sólo puede co nducir a u n a com prensión e rró ­
hacia u na posición de equilibrio en tre n u estra s intuiciones re feren ­ nea del concepto en cuestión.16
tes a u n concepto y las exigencias del uso corriente, bien puede re­ Con la esperanza de ev itar de an tem an o ser excluido de esa m a­
su ltar necesario regular lo que estam os dispuestos a decir acerca n era antes de in iciarse la discusión, m e propongo elu d ir el análisis
de u n concepto com o el de libertad, a la luz de lo que advertim os que conceptual y volverm e, en cam bio, a la h isto ria. Antes de hacerlo,
decim os acerca de otros conceptos estrech am en te relacionados con es m enester, em pero, in tro d u cir aun o tra n o ta p relim in ar de adver­
aquél, tales com o los de derecho, responsabilidad, coerción, etcétera. tencia. P ara que exista alguna p erspectiva de ap elar al pasado en la
El verdadero objetivo del análisis conceptual —ta l com o, p o r ejem ­ form a que he esbozado —com o u n m edio p a ra poner en tela de
plo, lo form ula F einberg— es, pues, a rrib a r, m ediante la reflexión juicio n u estra s opiniones actuales an tes que p a ra ap u n tala rlas— ,
acerca de «lo que norm alm ente dam os a en ten d er cuando em plea­ tendrem os que reexam inar, y h a s ta rechazar, las razones que h ab i­
m os ciertas palabras», a un delineam iento m ás acabado de «lo que tualm ente aducen p a ra o cu parse con el estudio de la h isto ria de la
sería m ejo r que significáram os si hem os de com unicarnos eficaz­ filosofía los principales cu lto res de ese tem a en la actualidad.
m ente, evitar las p arad o jas y lograr coherencia general».14 Puede h allarse u n a discusión típica de esas razones, debida a u n
No obstan te, com o lo ponen de m anifiesto las citas precedentes, especialista destacado, en la «Introducción» al libro de J. L. M ackie
la cuestión co n tinúa refiriéndose a lo que nosotros som os capaces que lleva el revelad o r títu lo de P roblem s fro m Loche. Ella se inicia
de d ecir y de significar sin incoherencia. Dado tal enfoque, es fácil con la enunciación de los p resu p u esto s básicos de gran p a rte de la
ver de qué m odo todo intento p u ram en te analítico de p o n er en co­ producción contem p o rán ea en el ám bito de la h isto ria de la filosofía:
nexión la idea de lib ertad negativa con los ideales de v irtu d y de el de que existe cierta esfera d eterm in ad a de problem as que cons­
servicio, p ro p en d a a ap a rec er com o n ad a convincente y com o sus­ tituyen la disciplina que es la filosofía, y que, p o r consiguiente, po­
ceptible de ser inm ediatam ente desechado. Porque es obvio que dem os a g u a rd ar que h allarem os la esfera correlativ a de los tra ta ­
nosotros no podem os ten er la esperanza de poner en conexión la m ientos histórico s de esos problem as, algunos de los cuales pueden
idea de lib ertad con la obligación de llevar a cabo actos virtuosos de re su lta r ser «de p erm an en te in terés filosófico».17 De ello se sigue que,
servicio público, salvo en el inconcebible caso de hacerlo a expensas si nos proponem os u n a h isto ria provechosa, debem os a ju sta rn o s a
de ren u n ciar a n u estra s intuiciones acerca de los derechos indivi­ dos pautas. La p rim era es la de co n cen trarse exactam ente en los tex­
duales, o de h acer que ellas p ierdan su sentido. Pero ello a su vez tos históricos, y ex actam ente en las secciones de esos textos, en
quiere decir que —en el caso de los au to res que he estado conside­ los que se pone de m anifiesto in m ed iatam en te que en verd ad se desa­
ran d o — a quien insiste en in te n ta r explicar el concepto de esa m a­ rro lla n conceptos p a ra elab o rar arg u m en to s conocidos con los que
nera, op u esta a lo que indican las intuiciones, sólo le son ofrecidas podem os e n tra r d irectam en te en discusión. M ackie expresa clara­
dos respuestas. La m ás benévola es la de sugerir —com o B erlin, p o r m ente esa regla al d estac ar en su «Introducción» que «no in ten ta
ejem plo, tiende a decir— que en realidad debe de e star hablándose exponer o estu d ia r la filosofía de Locke com o u n todo, ni la p arte
de o tra cosa; que debe de «tenerse u n concepto distinto» de lib ertad .15 de esa filosofía que se puede h allar en el Ensayo-», pu esto que su
objetivo es exclusivam ente d iscu tir «un co n ju n to lim itado de pro-
del término «libertad» a fin de comprender el concepto, y su ataque a la
explicación de Parent en 1974, 435 en razón de que «evidentemente (es) con­ 16. Parent, 1974a, 152, 166 y 1974b, 434. Véase también Gray, 1980, 511, quien
trario al uso normal» el que «se esté obligado a desconfiar de la caracterización insiste en que con una reflexión acerca de «las expresiones inteligibles que
de la libertad que incluso la hace posible». tienen que ver con la libertad» podemos desechar la afirmación de MacCallum de
13. A propósito de esta indicación, véase Oppenheim, 1981, 179. que el término siempre implica una relación triádica.
14. Véase Feinberg, 1973. Un punto de vista similar se halla en Parent, 1974a, 17. Mackie, 1976, 1. De acuerdo con las formulaciones más optimistas, tales
166; Raz, 1970, 303-304 y Oppenheim, 1981, 179-180, quien cita tanto a Feinberg tratamientos históricos pueden ser en ocasiones de interés filosófico perma­
como a Raz con aprobación. nente. Véase, por ejemplo, O’Connor, 1964, ix.
15. Véase Berlin, 1969, especialmente 154-162; véase Ryan, 1980, 497.
236 LA FILO SO FÍA EN LA H IST O R IA
LA IDEA DE LIBERTAD NEGATIVA 237
blem as de p erm a n en te interés filosófico» planteados y considerados
en diferentes lugares de la o b ra de Locke (Mackie, 1976: 1). en la actu alid ad posee im p o rtan cia, y lo hace con u n estilo e n tera­
La segunda p a u ta es la de que, pu esto que la razón p a ra exhum ar m ente contem poráneo, difícilm ente podam os afirm ar que hem os en­
a los grandes filósofos del pasado es la de que nos ayudan a h allar tendido al filósofo en cuestión o arrib ad o a u n a in terp re tació n de su
m ejores resp u estas a nu estras propias preguntas, debem os e sta r pensam iento, m ien tras nos lim item os sim plem ente a explicar y co­
suficientem ente p rep arad o s p a ra re fo rm u lar sus pensam ientos en m en tar la e stru c tu ra de sus argum entos. No proseguiré aquí con esta
n u estro p ropio lenguaje, buscando u n a reconstrucción racional de objeción, p ero considero que em p re n d er u n a discusión es siem pre
lo que ellos creían, antes que u n a im agen, en teram en te auténtica discutir con alguien, razo n ar en favor o en co n tra de d eterm in ad a
desde el p u n to de vista histórico, en la que esos dos proyectos conclusión o de determ in ad o curso de acción. Al ser ello así, la ta re a
com ienzan a e n tra r en conflicto. M ackie ofrece nuevam ente u n a afir­ de in te rp re ta r u n texto que contenga tales form as de razonam iento
m ación p artic u la rm en te clara de su com etido al observar que el p ro ­ exigirá de noso tro s (p a ra h a b la r hip eresq u em áticam en te) que si­
pósito p rincipal de su obra «no es exponer las concepciones de gam os en el enfoque dos líneas que m e p arecen en ú ltim a in stancia
Locke, o e stu d iar sus relaciones con sus contem poráneos o cuasi inseparables, si bien a m enudo se las sep ara en fo rm a tal que la
contem poráneos, sino tra b a ja r con vistas a las soluciones de los p ro ­ segunda es om itida. La ta re a inicial es obviam ente re cu p erar la sus­
blem as m ism os» (M ackie, 1976: 2). tancia del argum ento m ism o. Si deseam os, em pero, llegar a u n a in­
El valor de la observancia de esas reglas, se nos asegura final­ terp retació n del texto, a u n a com prensión de p o r qué sus contenidos
m ente, reside en su capacidad de proporcio narnos un m odo fácil y son com o son y no de o tra m anera, nos ag u ard a aún la u lte rio r ta re a
rápido de re p a rtir n u e stra herencia intelectual. Si dam os con un de re co b ra r lo que el a u to r p u ed a h a b e r q uerido decir al arg u m e n tar
texto filosófico, o con u n a sección de u n texto in teresan te p o r o tras en la p recisa fo rm a en que lo hizo. Debem os, pues, e s ta r en con-
razones, en el que el au to r com ienza a d iscu tir un tem a que (como dicion'es de d ar cu en ta de lo que él hacía al p re se n ta r su arg u m en ta­
dice M ackie) «no es p a ra nosotros u n a cuestión viva», lo procedente ción, esto es, qué serie de conclusiones, qué curso de acción estab a
es cam biarlo de sitio p a ra p asa r a estu d iarlo b ajo u n títu lo aparte, apoyando o defendiendo, atacan d o o rechazando, ridiculizando con
el de «la h isto ria general de las ideas» (M ackie, 1976: 4). Se consi­ ironía, desdeñando con polém ico silencio, etcétera, etcétera, a lo lar­
d era que ése es el nom bre de u n a disciplina distinta, que se ocupa go de toda la gam a de actos de h ab la en carn ad o s en el acto, v asta­
con cuestiones de significado «puram ente histórico», com o opuestas m ente com plejo, de com unicación intencional que puede decirse
a las de significación «intrínsecam ente filosófica».18 E n ocasiones se que toda o b ra de razonam iento discursivo com prende.
da a en ten d er firm em ente que es difícil en ten d er cóm o tales cues­ Una de m is d udas acerca del enfoque dom inante de que es objeto
tiones (no siendo «vivas») puedan ten er en general alguna signifi­ la h isto ria de la filosofía, es que sistem áticam en te ignora este ú ltim o
cación. Pero se adm ite h abitualm ente que bien pueden en c e rra r un aspecto de la ta re a in terp re tativ a . Paso ah ora a mi o tra crítica, a la
in terés p a ra quienes están interesados en tales cosas. Ellos serán cual me propongo d ar un tra ta m ie n to m ucho m ás extenso. E sta
precisam ente los h isto riad o res de las ideas, los cuales no se en tre­ crítica afirm a que la noción de «relevancia» contenida en el enfoque
g arán a investigaciones que revistan im p o rtan cia alguna p a ra la fi­ ortodoxo es in n ecesariam en te re stric tiv a y, en realidad, filistea. De
losofía. acuerdo con la concepción que he resum ido, la h isto ria de la filo­
No deseo, p o r cierto, poner en tela de juicio la obvia verdad de sofía es «relevante» sólo si podem os u tilizarla com o u n espejo que
que en m uchos aspectos de la h isto ria de la filosofía m oderna se nos devuelva reflejadas n u estra s p ro p ias creencias y supuestos. Si
reg istra u n a am plia continuidad, de m odo tal que en ocasiones po­ podem os hacerlo, ello asum e «significación in trín secam en te filosófi­
dem os aguzar n u estro ingenio discutiendo directam ente con quienes ca»; si no lo logram os, su b siste com o u n a cosa «de in terés p u ram en te
son n u estro s predecesores y n u estro s superiores. No obstante, deseo histórico». E n pocas p alab ras: el único m odo de ap ren d er del pa­
su gerir que existen al m enos dos razones p a ra poner en tela de ju i­ sado es ap ro p iarse de él. E n lugar de eso, m e propongo su gerir que
cio la suposición de que debiera escribirse la h isto ria de la filosofía pueden ser p recisam en te los aspectos del p asado que a p rim era
com o si no fuera realm ente historia. Una es que, aun cuando nos vista p arecen carecer de relevancia co n tem p o rán eam en te los que,
sentim os seguros al decir de alguno de los filósofos del pasado que exam inados m ás de cerca, re su lten poseer u n a significación filosófica
h ab ita en un continuo atem poral, y que debate una cuestión que m ás inm ediata. Pues su relevancia puede e strib a r en el hecho de
que, en lugar de p ro p o rcio n arn o s el placer h ab itu al y cuidadosa­
18. Una afirmación representativa de la cuestión formulada recientemente m ente am añado del reconocim iento, nos ponen en condiciones de
en esos exactos términos, puede hallarse por ejemplo en Scruton, 1981, 10-11. re tro c e d e r en n u estra s creencias y en los conceptos que em pleam os
p a ra expresarlas, obligándonos quizás a reco n sid erar, a refo rm u lar
238 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA , LA IDEA DE LIBERTAD NEGATIVA 239

o aun (com o a continuación p ro c u ra ré indicar) a a b a n d o n ar algunas se convirtió en u n tru ism o la afirm ación de que —com o h ab ía soste­
de n u estras convicciones actuales a la luz de esas perspectivas m ás nido H obbes— to d a teo ría de la lib e rta d negativa debe ser en efecto
am plias. u n a teo ría d e los derechos individuales.19 Al llegar a las discusiones
P ara a b rir la senda hacia esa noción m ás com prensiva de «rele­ actuales hallam os que ese sup u esto se h alla ta n p ro fu n d am en te a rra i­
vancia», abogo, pues, p o r una h isto ria de la filosofía que, en lugar de gado, que en u n a o b ra com o Anarchy, S ta te and Utopia, de R o b ert
su m in istra r reconstrucciones racionales a la luz de los prejuicios Nozick, se la sien ta al com ienzo com o el único axiom a in d iscu tib le
actuales, p ro cu re evitar a estos últim os tan to cuanto sea posible. sobre el que después se erige la to talid a d del sistem a conceptual.20
Es indudable que no se los puede ev itar en teram ente. Es, con razón, P ero no siem pre se h a visto la cuestión b ajo esa luz. Como los críti­
un lugar com ún de las teorías herm enéuticas que, com o especial­ cos republicanos de H obbes van am en te in ten tab an señ alar o p o rtu n a­
m ente G adam er lo h a destacado, en n u e stra aprehensión im aginativa m ente, jam ás hubo razones p a ra ac e p ta r la falaz tesis de H obbes de
de textos h istó ricos es fácil que nos hallem os condicionados en u n a acuerdo con la cual, al an alizar la lib e rta d com o u n derecho, m era­
form a de la que ni siquiera podem os e sta r seguros de p o d er llegar m ente fo rm u lab a definiciones n eu trales de térm inos. P or el co n trario ,
a ser conscientes. Cuanto propongo es que, en vez de inclinarnos com o en especial Jam es H arrin g to n p ro c u rab a so sten er en su Ocea-
an te esa lim itación y erigirla en principio, debem os lu c h a r co n tra na, de 1656, cabía ver esa concepción de la lib ertad no sólo como
ella con to d as las arm as que los h isto riad o res ya com enzaron a ela­ polém ica sino com o sum am ente p o b re.21 A dherirse a ella su ponía vol­
b o ra r en sus esfuerzos por re co n stru ir sin anacronism o las mentáli- ver las espaldas a las trad icio n es políticas de «los antiguos», especial­
tés extrañas a no sotros de períodos anteriores. m ente el ideal del estoicism o rom ano de la lib ertad b ajo la ley. Tam ­
bién suponía —lo cual acarreab a u n em pobrecim iento aún m ayor—
ig n o rar las lecciones im p artid as m ás recien tem en te p o r el discípulo
m ás versado de los m o ralistas rom anos, Nicolás M aquiavelo, a quien
II I H a rrin g to n exaltaba com o «el único político de los tiem pos poste­
riores», y de cuyos D iscursos sobre T ito Livio decía que co n stitu ían
el in ten to m ás im p o rtan te de re cu p erar y de ap licar u n a co m p ren ­
Las observaciones precedentes son excesivam ente program áticas sión esencialm ente clásica de la lib ertad política a las condiciones
y pueden so n ar algo estridentes. P ro cu raré ahora darles consistencia de la E u ro p a p o sterio r a la E d ad M edia (H arrin g to n , 1977: 161-162).
refiriéndolas al caso específico que he planteado, esto es, la cuestión Me hallo p len am en te de acuerdo con estos juicios de H a rrin g to n
de lo que es posible y no es posible h ac er y decir coherentem ente —los cuales p ro n to serían rep etid o s p o r Espinoza—, y en lo que
con n u estro concepto de lib ertad negativa. Como ya lo he insinuado, sigue m i objetivo p rin cip al será sim plem ente el de am pliarlos.22
mi tesis es la siguiente: es m enester que m irem os m ás allá de los E sto es, in te n ta ré m o s tra r que es la del estilo de pen sam ien to del
confines de las discusiones actuales acerca de la lib ertad positiva estoicism o rom ano acerca de la lib ertad política la trad ició n que en
versus la lib ertad negativa, a fin de investigar la to talid ad de los
argum entos referen tes a la lib ertad social elaborados en el curso 19. Acerca del trasfondo de este desarrollo, véase Tuck, 1979, donde se ha­
de la filosofía política de la E uropa m oderna; y que esa indagación llará también una importante discusión acerca de la concepción de Hobbes
nos conducirá a u n a línea de argum entaciones acerca de la lib ertad acerca de los derechos individuales. En relación con los mismos supuestos como
negativa que en el curso de la discusión actu al h a sido am pliam ente trasfondo del pensamiento de Locke, véase Tully, 1980.
20. Así, la frase inicial de Nozick, 1974 reza: «Los individuos tienen dere­
om itida, pero que sirve p a ra a rro ja r algunas dudas acerca de los chos, y hay cosas que ninguna persona ni ningún grupo pueden hacerles (sin
térm in o s de esa p ro p ia discusión. violar sus derechos).» Véase Nozick, 1974, ix.
La p erd id a línea de argum entación que d esearía re h a b ilita r es la 21. En relación con el trasfondo de esta afirmación, véase Pocock, 1981.
que se halla in serta en la teo ría republicana clásica y, especialm ente, Pocock se ha esforzado más que nadie por revivir esta perspectiva harringto-
niana y por aclarar sus fuentes en Maquiavelo. Véase Pocock, 1975, a quien
rom ana, de la ciudadanía, teo ría que gozó de un resurgim iento b ri­ mucho adeudo. En relación con la indicación general que aquí formulo, en el
llante, aunque efím ero, en la E u ro p a re n ace n tista antes de ser contra­ sentido de que a fin de obtener una perspectiva más crítica acerca de los
dicha y eventualm ente eclipsada p o r los estilos m ás individualistas supuestos y las creencias actuales debemos volvernos a los momentos históricos
(y, en especial, c o n tra ctu alista s) de razonam iento político que triu n ­ en los que las ortodoxias del presente eran aún heterodoxias, véase también el
trabajo de Charles Taylor incluido en este mismo volumen.
fa ro n en el curso del siglo xvn. El éxito de la teo ría opositora, sobre 22. También intento hacerlo, a propósito de otro aspecto de las opiniones
todo en la form ulación hecha p o r enem igos confesos del republica­ de Maquiavelo acerca de la libertad social, en Skinner, 1893, artículo que
nism o clásico com o Thom as H obbes, fue ta n com pleto que p ro n to puede ser leído como una continuación del presente.
LA IDEA DE LIBERTAD NEGATIVA 241
240 LA FILOSOFIA EN LA HISTORIA
secuencia de capítulos, en los cuales considera los fines y los p ro ­
realidad debem os an te todo re cu p erar si deseam os h a lla r u n correc­ pósitos que los h o m b res co m ú n m en te persiguen en la sociedad p o líti­
tivo del dogm atism o referen te al tem a de la lib ertad social que ca­ ca y, en consecuencia, sus fu n dam entos p a ra v alo rar su lib ertad . No
racterizan tan to al Leviatán de H obbes como a los escrito s de los obstante, con el c a rá c te r de u n p relim in ar a esa discusión señala
teóricos m ás recientes de los derechos n atu ra les o hum anos. Y me an te todo que en to d as las organizaciones políticas re co rd ad as p or
co n cen traré en los D iscursos de M aquiavelo acerca de Tito Livio p o r la h isto ria h an existido siem pre dos grupos de ciudadanos, diferen-
ser —p ara cita r el juicio de Espinoza— la reelaboración m ás ú til y ciables en líneas generales, que siem pre h an tenido disposiciones
aguda de la teo ría clásica en los anales del pensam iento político mo­ (um ori) co n tra p u estas y, p o r consiguiente, razones diversas p a ra va­
derno (Espinoza, 1958: 313). Me dedicaré, pues, a d e sa rro llar una lo ra r su lib e rta d de p erseg u ir los fines que h an elegido (137). Por
tesis h istó rica acerca de las intenciones de M aquiavelo en sus Discur­ u n lado están los grandi, el rico y el poderoso, a quienes en ocasiones
sos y, asim ism o, u n a discusión m ás general acerca del valor de la M aquiavelo identifica con la nobleza (139). Lo característico es que sus
recuperación de lo que considero que fue la línea de pensam iento principales deseos sean los de alcanzar el p o d er y la gloria p a ra sí
de M aquiavelo. Mi tesis histórica —a la que p o r el m om ento lam en­ m ism os y ev itar la ignom inia a todo precio (150, 203). Además, a m e­
tablem ente sólo puedo a sp ira r a p re se n ta r d e m anera escueta y nudo desean esos fines con ta n ta pasión, que los persiguen con in­
p rogram ática— 23 es que, si bien puede afirm arse que son p o r cierto tem perancia,25 tom ando su in tem p eran cia la fo rm a de lo que Ma­
m uchas las cosas que M aquiavelo lleva a cabo en sus D iscursos, quiavelo llam a am bizione, u n a ten d en cia a alcan zar la p reem inencia
acaso lo que ce n tralm en te le in tere sa es expresar —en p a rte p ara a expensas de cu alq u ier o tro (139, 414).26 E stas actitu d es p erm iten
p o n erla en tela de juicio, pero prin cip alm en te p a ra re ite ra rla — aque­ explicar p o r qué los grandi oto rg an u n v alor tan alto a su lib ertad
lla concepción de la libertas que h ab ía sido fundam ental objeto de personal. Pues su prin cip al objetivo es n a tu ra lm e n te m an ten erse
preocupación del pensam iento político republicano de los rom anos, cuanto es posible libres de to d a o b strucción ( senza ostaculo) a fin
p ero que p o sterio rm en te había sido obliterado p o r la com prensión, de o b ra r de m odo de alcanzar la gloria p a ra sí m ism os m ediante
m uy distin ta, de ese concepto que caracteriza a la E dad Media.24 la dom inación de los otro s (176, 236). Como concluye M aquiavelo, u na
Ya he sentado mi tesis m ás general, a saber, la de que la recuperación m inoría así «desidera di essere libera p er com andare» (176).
de la e stru c tu ra de esa teoría, h asta donde es posible en sus propios Así com o siem pre h a b rá grandi, siem pre e sta rá la m asa de los
térm inos, puede ayudarnos a su vez a am pliar n u e stra com prensión ciudadanos ord in ario s, la plebe o popolo (130). Su prin cip al preo cu ­
de la lib ertad negativa. pación será h ab itu alm en te sólo la de vivir u n a vida segura «sin in­
quietudes acerca del libre gozo de su propiedad, sin dudas acerca
del h o n o r de las m u jeres y los niños de su fam ilia, sin tem o r alguno
p o r ellos m ism os» (174). P ero tam bién ellos son proclives a experi­
IV m e n ta r esos deseos apasio n ad am en te y, en consecuencia, a perse­
guirlos con intem p eran cia. E n este caso la tendencia a la in tem p eran ­
cia tom a la fo rm a de lo que M aquiavelo llam a licenza, «un deseo
E n los dos capítulos iniciales del libro p rim ero de sus Discursos excesivo de libertad», u n afán p o r ev itar to d a intervención en sus
M aquiavelo define lo que significa ser u n hom bre libre. Pero em ­ asuntos, au n de p a rte del gobierno legítim o (134, 139, 227). A con­
pren d e la discusión fundam ental de la lib ertad social en la u lterio r secuencia de ello, tam b ién el popolo m u estra u n a elevada conside­
ración —dem asiado elevada en realid ad — p o r su lib e rta d perso­
nal (139). P orque su objetivo fu n d am en tal es n atu ra lm e n te el de
23. Aguardo publicar en breve una monografía acerca de la idea republica­
na de libertad, en la que presentaré y documentaré más acabadamente las dis­ m an ten erse libre, h a sta donde es posible, de to d a fo rm a de interfe-
tintas afirmaciones que aquí debo formular de manera inevitablemente concisa.
Nótese que, en lo que sigue, todas las referencias lo son a Maquiavelo, 1980, y
que todas las traducciones han sido hechas por mí, si bien debo expresar mi 25. Esto es, por lo que Maquiavelo llama métodos straordinari. Nótese que
agradecimiento a Russell Price por su correspondencia acerca de los problemas esos son métodos, como dirían Cicerón o Tito Livio, extra ordinem. Pero obrar
de traducción que plantea el texto de Maquiavelo, correspondencia que ha sido re d e et ordine (otra frase favorita de Tito Livio), es satisfacer uno de los dos
para mí un valioso auxilio. Adviértase también que, debido a que el contexto escritos del obrar temperantia, con templanza. (Véase la nota 32 más abajo.)
indica claramente todas las veces que cito de los Discursos, me ha parecido De ahí que podamos decir que los métodos straordinari son, para Maquiavelo
suficiente consignar la referencia a las páginas de esta fuente dentro de mi lo mismo que para sus fuentes clásicas, casos de intemperancia.
propio texto sin añadir en cada caso «Maquiavelo, 1960». 26. El mejor examen del papel de la ambizione en el conjunto del pensa­
24. Para esta concepción de la libertad política, véase Harding, 1980 y las re­ miento político de Maquiavelo se lo hallará en Price, 1982.
ferencias indicadas allí.
242 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA

LA IDEA DE LIBERTAD NEGATIVA 243


rencia a fin de p a sa r sus vidas sin perturbaciones. Según resum e,
nuevam ente, M aquiavelo, «desidera.no la liberta p er vivere sica­
rio (176). asegure la lib e rta d de perseg u irlas, ya sea que los objetivos en que
pensam os sean el p o d er y la gloria p a ra noso tro s m ism os, o sim ple­
R esu ltará m anifiesto ah o ra que ta l explicación de p o r qué todos
m ente los de ase g u rar el goce de n u e stra p ro p ied ad y de n u e stra
los ciudadanos valoran su lib e rta d es al m ism o tiem po u n a expli­
vida fam iliar. La p reg u n ta que entonces se p lan tea es claram en te
cación de lo que M aquiavelo da a e n ten d e r al h a b la r de la lib ertad
ésta: ¿en qué fo rm a de organización política podem os esp erar con
de los agentes individuales en la sociedad política. Es claro que
m ayor confianza que n u e stra lib e rta d de p erseg u ir los fines que h e ­
piensa que son libres en el sentido de no h allar obstáculos en la
m os elegido sea la m ás grande?
prosecución de todo fin que ellos hayan decidido fijarse p a ra sí m is­
A títu lo de re sp u esta a esa p reg u n ta, M aquiavelo in tro d u ce —a
mos. Tal com o lo señala en el capítulo inicial del libro p rim ero, ser
com ienzos del lib ro segundo— en su discusión de la lib e rta d social,
un h om bre libre es h allarse en condiciones de ac tu a r «sin depender
u n a afirm ación inu su al p ero fu n d am ental. La ú nica form a de o rg a­
de otros». E s decir, es lib re en el sentido «negativo» o rd in ario de
nización política en la que los ciudadanos pueden te n e r la esperanza
ser independiente de toda lim itación im puesta p o r los dem ás agentes
de co n serv ar to d a lib e rta d de p erseg u ir sus p ro p io s fines, sostiene,
sociales y, en consecuencia, libre —com o añade M aquiavelo en el
será la organización política en la que tenga sentido decir que la
m ism o lu g ar con referencia a los agentes colectivos— p a ra ac tu a r de
com unidad m ism a «vive en un m odo de vida libre». Sólo en tales
acuerdo con la v oluntad y el juicio de uno m ism o (126).
com unidades pueden los ciudadanos am biciosos ten er la esperanza
Es im p o rtan te su b ra y ar este p u n to , siq u iera porque contradice
de alcanzar p o d er y gloria «ascendiendo p o r m edio de su hab ilid ad
dos afirm aciones sostenidas a m enudo p o r com entadores de los Dis­
a posiciones prom inentes» (284). Sólo en tales com unidades pueden
cursos. Una es la de que M aquiavelo in troduce el fundam ental térm i­
los m iem bros o rd in ario s del popolo te n e r la esperanza de vivir en
no «lib ertá» en su discusión «sin to m arse el tra b a jo de definirlo», de
la seguridad «sin in q u ietu d alguna p o rque su p ro p ied ad Ies sea
m an era que el sentido de esa palab ra aparece sólo gradualm ente en
quitada» (284). Sólo en u n a com unidad libre, en u n vivere libero, es
el curso de la argum entación.27 La o tra es la de que, ap en as co­
posible gozar lib rem en te de tales beneficios (174).
m ienza M aquiavelo a aclarar su significado, se trasluce que el térm ino
Pero, ¿qué es lo que M aquiavelo q u iere d ecir al p re d ic a r la lib er­
«libertad», tal com o él lo usa, «no tiene el sentido» que en la actua­
tad de u n a com unidad en su co njunto? Como lo aclara al com ienzo
lidad debiéram os asignarle; p o r el co n trario , «debe tom árselo en un
del libro prim ero , lo que entiende p o r el térm in o «libertad» cuando
sentido com pletam ente distinto».28
lo em plea en esa form a, es ex actam ente lo m ism o que q u iere d ecir
N inguna de esas dos afirm aciones p arece h allarse garantizada.
cuando h abla de la lib ertad de los cuerpos n atu ra les com o opuestos
Como acabam os de observar, M aquiavelo com ienza p o r se n ta r exac­
a los cuerpos sociales. Es u n a ciudad libre la que «no está su jeta a
tam en te qué es lo que quiere d ar a en ten d er cuando habla de liber­
la supervisión de ninguna otra», y, p o r tan to , es capaz, debido a que
ta d individual: entiende p o r ella ausencia de constricción, en especial,
no está constreñ id a, «de g o b ernarse a sí m ism a de acuerdo con su
ausencia de to d a lim itación im puesta p o r o tro s agentes sociales a
pro p ia voluntad» y de o b ra r en la consecución de los fines que h a
la p ro p ia capacidad de a c tu a r d e m an era independiente en la p ro ­
secución de los objetivos que uno h a elegido. Pero com o hem os visto elegido (129).
Al re u n ir estas dos afirm aciones llegam os a la siguiente tesis: de
al com ienzo, no h ay en m odo alguno n ad a in h ab itu al en la atribución
acuerdo con M aquiavelo, el goce continuo de la lib ertad perso n al
de ese sentido p a rtic u la r al térm ino «libertad». H ab lar de la lib ertad
es sólo posible p a ra los m iem bros de u n a com unidad au tárq u ica en
com o cuestión de ser independiente de o tro s agentes sociales y,
la que la voluntad del cuerpo político d eterm in a sus p ro p ias accio­
en consecuencia, de se r capaz de p erseg u ir los propios fines, es re­
nes, las acciones de la com unidad com o un todo.
p e tir una de las fórm ulas m ás conocidas en tre las em pleadas p o r los
R esta p re g u n ta r cuál es la fo rm a de gobierno m ás ap ro p iad a p a ra
teóricos contem poráneos de la lib ertad negativa, con cuya e stru c tu ra
m a n te n e r ta l vivere libero o lib e rta d política. M aquiavelo cree que
fu n d am en tal de análisis M aquiavelo no parece d iscrep ar en absoluto.
es posible, al m enos teóricam en te, que u n a com unidad goce de u n
P uesto que son m uchas las m etas que nos proponem os perseguir,
m odo de vida lib re b ajo u n a fo rm a m o n árquica de gobierno. Pues
obviam ente nos in te re sa rá en la fo rm a de com unidad que m ejo r nos
no hay en princip io razón alguna p o r la que u n rey no haya de orga­
27. Renaudet, 1956, 186. Un juicio similar se hallará en Pocock, 1975, 196; nizar las leyes de su reino en fo rm a ta l que reflejen la volu n tad ge­
Cadoni, 1962, 462«; Colish, 1971, 323-324. n eral —y sirvan p o r tan to a la prom oción del b ien com ún— de la
28. Guillemain, 1977, 321; Cadoni, 1962, 482. Juicios similares se hallan en com unidad com o un todo.29 No o b stan te, in siste en general en que
Hexter, 1979, 293-294; Prezzolini, 1968, 63.
29. En relación con esta posibilidad, véase Maquiavelo, 1960, 154, 193-194.
LA IDEA DE LIBERTAD NEGATIVA 245
244 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA

la dirige exitosam ente, pu esto que to m a la fo rm a de u n a libido do-


«sin duda ese ideal del bien com ún p ropiam ente es servido sólo en m inandi, un p lacer en ejercer coerción sobre los otros y utilizarlo s
las repúblicas, en las que únicam ente se sigue todo lo que tiende com o m edios p a ra los propios fines. A continuación es m en ester re­
a prom overlo» (280). De acuerdo con ello, la form ulación m ás p re­ conocer que, según M aquiavelo, esa disposición a ac tu a r am biciosa­
cisa de la tesis de M aquiavelo es la siguiente: sólo los que viven m ente surge de dos m an eras d istin tas, n in g u n a de las cuales pode­
bajo form as rep u blicanas de gobierno pueden ten er la esperanza de m os ten er la esperanza de d e rro ta r, a no ser que seam os m iem bros
conservar todo elem ento de la lib ertad personal p ara p erseg u ir los de una com unidad au tárq u ica.
fines que h an elegido, ya sea que estos fines supongan la adquisición Ya hem os tropezado con u n a de esas dos m aneras. Surge —p a ra
de poder y de gloria, o m eram ente la preservación de la seguridad u tilizar la term inología de M aquiavelo— «desde dentro» de u n a
y del b ien estar. Como señala en u n fundam ental resum en a com ien­ com unidad y refleja el deseo de los grandi de lo g rar p o d er m ed ian te
zos del libro segundo, ello perm ite «com prender fácilm ente p o r qué la opresión de sus conciudadanos. E s ésta u n a am enaza insuprim ible,
en todos los pueblos b ro ta u n a inclinación hacia el vivere libero». pues siem pre se en cu en tra grandi e n tre n o sotros, y están invariable­
Porque la experiencia nos dice que, ya sea que estem os interesados m ente dispuestos a p erseg u ir aquellos fines egoístas. Es caracterís-
en el po d er y en la gloria, o m eram en te en la segura acum ulación co que p ro cu ren o b ten er tales fines congregando en to rn o de sí g ru ­
de riqueza, siem pre será m ejor p a ra no so tro s vivir en esa organiza­ pos d e partigiani, o p artid a rio s, y asp iran d o a em p lear esas «fuerzas
ción política, en razón de que «ninguna ciudad h a sido jam ás capaz privadas» p a ra a rre b a ta r el m an ejo del gobierno de m anos de la
de expandirse en cualquiera de esos dos aspectos —en p o d er o en com unidad y ap o d erarse del p o d er (p o r ejem plo, 452, 464). M aquia­
riqueza— si no h an sido State in liberta» (280). velo distingue tres m odos prin cip ales según los cuales los grandi
E sta conclusión —la de que la lib ertad personal sólo puede ha­ se conducen h ab itu alm en te p a ra o b ten er esos p artid ario s. P ueden
llarse plenam ente g aran tizad a en u n a fo rm a au tárq u ica de com unidad p ro c u ra r se r reelectos p a ra las funciones públicas p o r perío d o s de­
republicana-— re p resen ta el núcleo y el nervio de todas las teorías m asiado prolongados y co n vertirse así en fu en tes de creciente p a­
rep u b lican as clásicas de la ciudadanía. No obstante, los defensores tronazgo y, asim ism o, en o b jeto de crecien te lealtad personal (p o r
m ás recientes de la lib e rta d negativa hab itu alm en te la h an desdeña­ ejem plo, 452-453, 455-456). Pueden g astar su excepcional riqueza p a ra
do com o u n m anifiesto absurdo. H obbes, p o r ejem plo, p ro c u ra des­ lo g rar el apoyo y el favor del popolo a expensas del interés público
hacerse de ella m ediante el típico recurso de u n a afirm ación cate­ (463-464). O pued en em p lear su elevada posición social y su re p u ­
górica, señalando en el Leviatán que «ya sea el E stado m onárquico tación p a ra in tim id ar a sus conciudadanos y p ersu ad irlo s de que
o po p u lar, la lib e rta d sigue siendo la m ism a» (H obbes, 1968: 266). adopten m edidas que conducen a la prom oción de las am biciones
Y su tesis h a sido a su vez rep etid a p o r la m ayoría de los defen­ p artic u la res m ás que a la del bien de la com unidad com o u n todo
sores de la lib ertad negativa en el curso de la discusión contem po­ (p o r ejem plo, 207, 236). E n todos los casos se pro d u ce la m ism a reac­
ránea. N u estra próxim a ta re a ha de ser, pues, exam inar las razones ción en cadena: «de los p artid a rio s surgen en las ciudades las fac­
que M aquiavelo ofrece p a ra in sistir, en cam bio, en que la preserva­ ciones, y de las facciones su ruina» (148). La m o raleja es que «a no
ción de la lib ertad negativa en realidad exige la m anutención de un ser que la ciudad se esfuerce p o r id ear d istin to s m odos y m edios
tipo p a rtic u la r de régim en. p a ra doblegar la am bizione de los grandi, éstos ráp id am en te la lle­
varán a la ruina» y «la re d u cirán a la servidum bre» (218).
De la o tra fo rm a de la am bizione que describe dice M aquiavelo
que surge y am enaza a las com unidades libres «desde afuera». E n
V este p u n to la p e n e tra n te im agen del cuerpo político en acción su s­
te n ta todo el peso del argum ento. Pues se dice que el paralelo en tre
los cuerpos n atu ra les y los cuerpos sociales se extiende h a sta el he­
La clave del razonam iento de M aquiavelo en esta fase puede ser cho de que tienen las m ism as disposiciones. Tal com o alguno indi­
h allad a en su explicación acerca del lugar de la am bizione en la vida viduos asp ira n a u n a vida calm a, en tan to o tro s van en bu sca del
política. Como ya hem os visto, él cree que el ejercicio de la am bición p o d er y de la gloria, de igual m odo o cu rre con los cuerpos políticos:
es invariablem ente fatal p a ra la lib ertad de aquel c o n tra quien se algunos se lim itan a «vivir en calm a y gozar de su lib e rta d d en tro
de sus propios lím ites», p ero o tro s tienen la am bición de d o m in ar
a sus vecinos y de oblígalos a a c tu a r com o E stad o s clientes (p o r
388-390; una excelente discusión acerca de este punto se hallará en Colish, ejem plo, 334-335). Como siem pre, la an tig u a R om a es m encionada
1971, 345.
246 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA IDEA DE LIBERTAD NEGATIVA 247

como la m ejo r ilu stració n de esta v erd ad general. Debido a la ambi- dispuesto a co m b atir h asta la m u erte (213; cf. 303, 369). P or cierto,
zione los rom anos llevaron continuam ente la guerra c o n tra los pue­ M aquiavelo no dice con ello que u n a ciudad que defiende su cuerpo
blos que los ro d eaban, logrando su p ro p ia «suprem a grandeza», su con sus p ro p ias arm as g aran tizará entonces a los ciudadanos su
propio poder y su pro p ia gloria, m ediante la conquista de cada uno libertad. F ren te a una su p erio rid ad ex tra o rd in aria , com o la que los
de sus pueblos vecinos uno p o r uno, despojándolos de su liberta sam nitas com pro b aro n al co m b atir c o n tra Rom a, no hay en definiti­
y som etiéndolos a R om a (p o r ejem plo, 279, 294). va esperanza alguna de ev itar la servidum bre (279, 285). Pero sí nos
Lo m ism o que en los individuos grandi, esta disposición a ac tu a r advierte que, si no estam os p erso n alm en te dispuestos a c o n trib u ir a
am biciosam ente es, en las com unidades consideradas en su conjunto, la defensa de n u e s tra com unidad c o n tra la agresión externa, «la
a la vez n atu ra l e insuprim ible. Algunas com unidades jam ás están dejarem os expuesta com o p resa de quien decida atacarla», a conse­
«satisfechas con lim itarse a sí m ism a», sino que siem pre están «bus­ cuencia de lo cual antes de lo que se supone nos verem os esclavi­
cando d om inar a otras», de lo cual se sigue que «m onarcas y re­ zados (144; véase 304-306, 369).
públicas vecinas siem pre experim entan un n atu ra l aborrecim iento E n tre las cualidades personales que debem os cultiv ar p a ra de­
recíproco, p ro d u cto de esa am bizione di dom inare» (219, 426). Ade­ fender n u e stra lib ertad con m ayor eficacia, M aquiavelo d estaca an te
m ás, tal com o los clientes de los am biciosos grandi se en cu en tran todo dos. E n p rim e r lugar, debem os ser sabios. Pero la sab id u ría que
obligados a serv ir a los fines de su p ro tecto r, de igual m odo los necesitam os no es en m odo alguno la del sabio consciente y juicioso,
ciudadano de u n E stad o que se convierte en cliente de o tro p er­ los savi a los que M aquiavelo (siguiendo a T ito Livio) tra ta general­
derán au to m áticam ente su lib ertad personal, porque se verán obli­ m ente con ironía. S er savio es, p o r lo com ún, carecer precisam en te
gados a ejec u tar lo que m anda quien los h a conquistado, apenas su de aquellas cualidades de sab id u ría que son realm en te esenciales en
com unidad es red ucida a la servidum bre (p o r ejem plo, 129, 334-335, las cuestiones m ilitares y, en realidad, tam b ién en las civiles (349,
426). Se sigue de ello que toda ciudad que desee p reserv ar su liber­ 361). Las cualidades relevantes son las n ecesarias p a ra elab o rar ju i­
tad siem pre debe e sta r p rep arad a p a ra co n q u istar a otras, porque cios prácticos, el cálculo cuidadoso y eficaz de las posibilidades y de
«a no ser que un o esté p rep arad o p a ra atacar, se co rre rá el riesgo los resultados. Son, en u n a p alab ra, las cualidades de la prudenza.
de ser atacado» (199, 335). La m oraleja es en este caso que «nunca Cuando m archam o s a la g u erra la p ru d en cia nos indica cóm o debe­
se puede ten er la esperanza de h allarse seguro, salvo m ediante el m os conducir la cam paña, cóm o sobrellevar los cam bios de fo rtu n a
ejercicio del poder» (127). (p o r ejem plo, 302, 314, 362). Es u n a de las cualidades p o r las que
Existen, en resum en, dos am enazas tan to c o n tra la lib ertad p er­ los grandes com andantes m ilitares siem pre se h an distinguido, jefes
sonal com o co n tra la cívica, las cuales surgen de la om nipresencía com o Tulio y Camilo, decisivos los dos p a ra el éxito inicial de R om a,
de la am bizione. ¿Cómo se las puede com batir? C onsidérese en p ri­ cada uno de los cuales fue p ru d en tissim o en el ejercicio del m ando
m er térm ino el peligro de «la servidum bre que surge desde fuera». (186, 428).
P ara h acer fren te a esa am enaza, los m iem bros de u n a com unidad La o tra cualidad indispensable p a ra la defensa eficaz es p o r
libre deben, n atu ralm en te, seguir los m étodos correctos y cultivar supuesto el anim o, la valentía, a la que M aquiavelo en ocasiones aso­
las cualidades ap ropiadas p a ra u n a defensa eficaz. M aquiavelo con­ cia con la ostinazione, firm e determ in ació n y perseverancia. La va­
sid era que unos y o tra s son los m ism os tan to p a ra los cuerpos polí­ len tía es el o tro a trib u to fu n d am en tal de los m ás grandes jefes m i­
ticos com o p ara los naturales. El m étodo co rrecto es estab lecer dis­ litares, com o M aquiavelo re ite rad am e n te señala al re ferirse a los
posiciones m ilitares p ara aseg u rar «que los ciudadanos obren como éxitos m ilitares de la R om a de los p rim ero s tiem pos. Cuando Cin-
defensores de su p ro p ia libertad»; p o r tanto, alejarlos de la adop­ cinato, p o r ejem plo, abandonó el arado al ser llam ado p a ra o rganizar
ción de la desidiosa y afem inada altern ativ a de c o n tra ta r a o tro s o la defensa de su ciudad, asum ió la d ictad u ra, reunió u n ejército ,
de confiarse en o tro s p a ra que com batan en su ayuda (186-189). Con­ avanzó y d erro tó al enem igo en u n lapso d ram áticam en te breve. La
fiar en m ercenarios, según advierte reiterad am en te M aquiavelo, es cualidad a la que debe esa victo ria es la grandezza dello anim o, su
la form a segura de provocar la ruina de u n a ciudad y de p e rd e r la gran valentía. «N ada en el m undo lo am ed ren tó , n ad a lo alarm ó o lo
p ro p ia libertad, sencillam ente porque el único m otivo p a ra com batir confundió en m odo alguno» (458). La v alen tía es tam b ién la cuali­
«es la pequeña m onta de la paga que se les da». Ello significa que dad que an te todo debe insuflarse en cada uno de los soldados
«nunca serán leales, nunca serán am igos de uno al pu n to de p erd er si h a de obtenerse la victoria. N ada es m ás letal, n ad a puede aca­
sus vidas p o r la causa de uno». En cam bio, un ejército de ciudada­ r r e a r m ás fácilm ente u n a «franca d erro ta» que «el accidente que
nos siem pre se esforzará p o r alcanzar la gloria en el ataq u e y p o r tiene el efecto de q u ita r a u n ejército su valentía» y d ejarlo a te rra ­
conservar su lib ertad en la defensa, y, p o r tan to , e sta rá m ucho m ás do (487). Como nos lo re cu erd a an te todo la co n d u cta de los fran ce­
248 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA
° LA IDEA DE LIBERTAD NEGATIVA 249
ses en la b atalla, la «im petuosidad n atu ral» jam ás es suficiente; lo
que se req u iere es u n a im petuosidad disciplinada p o r la p ersev eran ­ com unidad, deben ser h o m b res de pru d en cia. Si nos preguntam os,
cia o, en u n a p alab ra, valentía (484). p o r ejem plo, cóm o fue capaz la an tig u a R om a de in s titu ir «todas las
Aun cuando se haya com batido exitosam ente la am bición «exter­ leyes necesarias p a ra p re serv ar su lib ertad » d u ra n te tan to tiem po,
na», subsiste el peligro, m ás insidioso, de que la m ism a m alvada dis­ hallarem os que la ciudad fue p erm an en tem en te organizada y re o r­
posición s u rja «desde dentro» de la ciudad, en los pechos de los ganizada «por m uchísim os h o m b res que eran prudenti», y q ue ese
ciudadanos que la conducen, y nos reduzca así a la servidum bre. hecho es la clave p a ra explicar su éxito (241-244).
¿De qué m odo se la puede prevenir? M aquiavelo arguye nuevam ente La o tra cualidad que todo ciudadano debe cultivar es el deseo
que, en p rim era in stancia, ello es cuestión de establecer las reglas y de ev itar tod a fo rm a de co n d u cta in tem p era n te y desordenada, ase­
las disposiciones co rrectas y alude nuevam ente a la m etáfo ra del gurando con ello que las cuestiones cívicas sean deb atid as y decididas
cuerpo político al in d icar cuáles son las leyes que se requieren. en u n estilo ordenado, bien tem p erad o . E n este punto, recogiendo el
Deben ser tales que im pidan que cu alq u ier m iem bro del cuerpo en ideal rom ano de la tem perantia, M aquiavelo sigue de cerca sus fuen­
p a rtic u la r ejerza u n a influencia indebida o coercitiva sobre su vo­ tes clásicas —especialm ente Tito Livio y Cicerón— y divide su dis­
luntad. Pero ello quiere decir que si las leyes que gobiernan la con­ cusión en dos p artes. Lino de los aspectos de la tem perantia, como
d u cta de la com unidad h an de ex p resar su voluntad general, y no lo h ab ía explicado C icerón en De Officiis, consiste en el co n ju n to
m eram en te la v oluntad de su p a rte activa y m ás am biciosa, deben de cualidades que u n ciudadano debe a d q u irir p a ra d elib erar y a c tu a r
ex istir antes que n ad a leyes e instituciones capaces de servir com o v erd ad eram en te a la m an era de u n ho m b re de E stado. Y la m ás
un tem p era m en to —u n in stru m en to p a ra atem p e rar, u n freno— p a ra im p o rtan te de ellas, según afirm a con insistencia, son m o d estia y
co n tro lar la am bizione egoísta de los ricos y de la nobleza (423). Pues, m oderatio.31 M aquiavelo está en teram en te de acuerdo en ello. «El
com o afirm a reite rad am e n te M aquiavelo —recu rrien d o a u n a m etá­ consejero no tiene o tra fo rm a de ac tu a r ap a rte de la de hacerlo
fo ra m uy em pleada p o r Virgilio, al igual que p o r Tito Livio y p o r m oderatam ente» y «defender sus opiniones d esap asio n ad am en te y
Cicerón—, si los grandes no son «refrenados», si no se les «pone con m o d estia » (482). La o tra existencia de la tem perantia, com o h abía
freno» (a freno), su n a tu ra l in tem perancia ráp id am en te conducirá añadido C icerón (I. 40. 142), es la de que todos deben co m p o rtarse
a desordenados y tiránicos resultados.30 «con orden» (ordine), sen tim ien to que se re en cu e n tra en la in sisten ­
Finalm ente, tan to en las cuestiones civiles com o en las m ilitares cia de Tito Livio en que es necesario a c tu a r recte et ordine, de m a­
existen ciertas cualidades que todos los ciudadanos deben cultivar n e ra re c ta y ord en ad a.32 Una vez m ás M aquiavelo está en teram en te
p a ra que actú en com o vigilantes guardianes de su pro p ia libertad. de acuerdo. P ara co n serv ar un vivere libero los ciudadanos deben
O tra vez destaca M aquiavelo dos de ellas. N uevam ente afirm a que la ev itar todo disordine y co m p o rtarse ordinariam ente, de m an era orde­
p rim era es la sabiduría, pero, u n a vez m ás, esa sabiduría no es la del nada. Si se p erm iten los m étodos in tem p eran tes y desordenados
sabio profesional. Más bien se tra ta de la sabiduría m u n d an a o la ( m odi straordinari), de ello re su lta rá la tiran ía; pero m ien tras se
p ru d en cia del ho m bre de E stado experim entado, el hom bre de capa­ sigan m étodos tem p erad o s ( m odi ordinari), puede p reserv arse exito­
cidad p ráctica p a ra ju zg ar cuál es el m ejo r curso de acción y p ara sam ente la lib ertad d u ra n te largos períodos de tiem po (146-149;
seguirlo. No se afirm a m eram ente que esta cualidad sea indispensa­ cf. 188, 191, 242, 244).
ble p a ra u na conducción política eficaz; es tam bién u n a de las tesis M aquiavelo nos ayuda resum iendo to d a su argum entación hacia
cen trales de la teo ría política de M aquiavelo que jam ás puede u n a el final del libro p rim ero , en el curso de su explicación de p o r qué
com unidad ten er esperanzas de e sta r «bien ordenada» si no es pues­ cree que las ciudades de T oscana «fácilm ente h ab ría n in tro d u cid o un
ta en ord en p o r un pru d en te ordinatore, p o r un sabio m undano que vivere civile» con sólo h a b e r surgido u n h o m b re p ru d e n te (un uom o
organice su vida cívica (129-130, 153, 480). A parte de ello, no es me­ prudente) p a ra guiarlos «con u n conocim iento de la p o lítica antigua».
nos decisivo que todos los ciudadanos que aspiren a in terv en ir en Como fundam en to s de ese juicio señala el hecho de que los m iem ­
el gobierno, a co laborar en el su stentam iento de la lib ertad de su b ros de las com unidades en cuestión siem pre h an exhibido animo,
valentía, y ordine, tem p eran cia y orden. De lo cual se sigue que con
30. Véase Maquiavelo, 1960, 136 y también 142, 179-180, 218, 229-231, 243-244, sólo h a b e r añadido el fa lta n te ingrediente de u n co n d u cto r p ru d en te
257, 314. En relación con la idea clásica de tem peram entum que Maquiavelo «habrían sido capaces de con serv ar su libertad» (257).
también cita, véase Cicerón, De legibus, 111, 10, 24. Respecto de la imagen del
freno, véase Virgilio, Eneida, I, 541 (lugar al que Maquiavelo parece aludir
en 173) y I, 523. En relación con el uso de la misma metáfora en Tito Livio,
Ab urbe condita, véase por ejemplo, 26, 29, 7. 31. Cicerón, De Officiis, I, 27, 93; véase también I, 27, 96; I, 40, 143; I, 45, 159.
32. Por ejemplo, Tito Livio, Ab urbe condita, 24, 31, 7; 28, 39, 18; 30, 17, 12.
250 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA JLA IDEA DE LIBERTAD NEGATIVA 251

pensam iento rep u blicano clásico, ello no equivale a fo rm u lar una


p arad o ja, sino u n a v erd ad p erfectam en te cierta. P ara u n a u to r com o
M aquiavelo la lib e rta d de cad a u no de los ciudadanos depende en
VI p rim e r térm ino de su capacidad de co m b atir «la servidum bre que
viene de afuera». Pero ello sólo puede h acerse si desean em p re n d er
ellos m ism os la defensa de su p ro p ia organización política. Se sigue
H obbes asegura en su Leviatán que de ello que la disposición a ofrecerse com o v o luntario p a ra el servi­
cio activo, in co rp o rarse al servicio arm ado, llevar a cabo el propio
la libertad de la que se hace frecuente y elogiosa mención en las servicio m ilitar, constituye u n a condición n ecesaria p a ra conservar
historias y en la filosofía de los griegos y de los romanos de la la p ro p ia lib e rta d individual a salvo de la servidum bre. Si no nos p re­
Antigüedad y en los escritos y los discursos de los que han reci­ param os p a ra a c tu a r com o «los que con sus p ro p ias arm as co n ser­
bido de ellos toda su instrucción en la política, no es la libertad varon la lib e rta d de Rom a» y «estam os d isp uestos a ac tu a r de ese
de los particulares sino la libertad del Estado (Hobbes, 1968: 266). m odo p a ra defen d er n u e stra patria», serem os conquistados y esclavi­
zados (237, 283).
Ahora podem os ver, sin em bargo, que H obbes o bien no com prendió P ara M aquiavelo la lib ertad p ersonal depende tam bién de que
el quid del argum ento republicano clásico que he p rocurado recons­ se im pida que los grandi fu ercen al popolo a serv ir a sus fines. Pero
tru ir, o bien (lo cual constituye u n a hipótesis m ucho m ás probable) la única m an era de im p ed ir que o cu rra tal cosa es o rg an izar el
in ten ta d eliberadam ente distorsionarlo. P orque el punto cen tral de E stado en fo rm a ta l que cada ciudadano sea igualm ente capaz de
aquel argum ento es ciertam ente que la lib ertad del E stado y la li­ desem peñar u n papel en la decisión de las acciones del cuerpo po­
b e rta d de los p artic u la res no pueden ser consideradas p o r separado, lítico com o u n todo. E sto a su vez q u iere decir que la disposición
en la form a en que H obbes y sus epígonos en tre ios teóricos contem ­ a servir en las funciones públicas, a llevar ad elan te u n a vida de ser­
poráneos de la lib ertad negativa, h an supuesto. La esencia de la tesis vicio público, a realizar servicios públicos v o lu ntariam ente, co nsti­
rep u b lican a es que, a no ser que se m antenga u n a organización po­ tuye o tra condición necesaria p a ra m an ten e r la p ro p ia lib ertad . Sólo
lítica «en un estad o de libertad» (en el sentido negativo co rrien te de si estam os dispuestos «a a c tu a r en favor de lo público» (452), «a
h allarse libre de toda constricción p a ra a c tu a r de acuerdo con la h a c e r el bien p a ra la com unidad» (155), a «prom over» y « ac tu a r en
p ro p ia voluntad), los m iem bros de tal cuerpo político se verán des­ beneficio» del bien com ún (153-154), a o b serv ar y seguir cu an to se
pojados de su lib ertad personal (u n a vez m ás en el sentido nega­ necesita p a ra apoyarlo (280), tendrem os esperanzas de ev itar un
tivo co rrien te de p e rd e r la lib ertad de p erseg u ir los propios fines). estado de tira n ía y de dependencia personal.
Los fu n d am en to s de esta conclusión son que, tan p ro n to com o un Ya C icerón h ab ía señalado en De O fficiis (I. 10. 31) que sólo es
cuerpo político p ierde su capacidad de ac tu a r de acuerdo con su posible p re serv ar la lib e rta d individual y cívica si co m m u n i u tilita ti
voluntad general y p asa a e sta r som etido a la voluntad de sus propios serviatur, si obram os «como esclavos del in terés público». Y en Tito
grandi am biciosos o a la de alguna com unidad vecina am biciosa, sus Livio se re ite ra con frecuencia el llam ativo em pleo del m ism o voca­
ciudadanos se v erán tra ta d o s com o m edios al servicio de los fines b u lario de la esclavitud p a ra d escrib ir la condición de la lib ertad po­
de sus dom inadores y p erd erá n p o r tan to la lib e rta d de p erseg u ir sus lítica.35 M aquiavelo sim plem ente re ite ra el m ism o oxím oron clásico:
propios objetivos. P or tan to , la esclavización de una com unidad el precio que tenem os que p ag ar p a ra gozar de d eterm in ad o grado
ac a rre a inevitablem ente la p érd id a de la lib ertad individual; inversa­ de lib ertad perso n al con d eterm in ad o grado de seguridad constante,
m ente, la lib ertad de los p articu lares, pace H obbes, sólo puede ser es la servidum bre pública v oluntaria.
aseg u rad a en un E stado libre. Paso ah o ra a la o tra afirm ación que, de acuerdo con lo que los
Además, co m p render este punto es, a la vez, v er que no hay difi­ au to res contem poráneos g eneralm ente sostienen, es incom patible con
cultad alguna en defender las afirm aciones acerca de la lib ertad u n análisis negativo de la lib ertad individual. Es la afirm ación, rela­
social que, com o hem os visto al comienzo, los filósofos contem porá­ cionada con la p recedente, de que los atrib u to s que se req u ieren en
neos pro p en d en a estigm atizar de p aradójicas o, al m enos, de incom ­ cada ciudadano en p a rtic u la r p a ra llevar a cabo aquellos servicios
p atibles con u n a concepción negativa de la lib e rta d individual. públicos, deben ser, en efecto, las v irtudes, y que, p o r tan to , sólo
La p rim e ra era la sugerencia de que sólo los que de todo corazón los que o b ra n v irtu o sam en te son capaces de aseg u rar su p ro p ia li-
se ponen al servicio de su com unidad son capaces de aseg u rar su
propia libertad. Podem os ver ahora que, desde la perspectiva del 33. Por ejemplo, Tito Livio, Ab urbe condita, 5, 10, 5.
LA IDEA DE LIBERTAD NEGATIVA 253
252 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA

de prom over el bien com ún y, p o r tan to , de so sten er n u e stra p ro p ia


b ertad . Si volvem os a la explicación de M aquiavelo acerca de las cua­ lib ertad (I. 14. 43; cf. III. 10. 4 0 - I I I . 25. 96).
lidades que es m en ester cultivar p a ra serv ir al E stado ta n to en la M aquiavelo está en teram en te de acuerdo con esta explicación acer­
g u erra como en la paz, vem os que tam bién ésta se p resen ta, desde la ca de lo que co nstituye la v irtu d de la ju sticia. Pero rechaza cate­
perspectiva del pensam iento republicano clásico, com o u n a verdad góricam ente la decisiva afirm ación de que la observancia de esa
p erfectam en te cierta. v irtu d favorece in v ariablem ente al bien com ún. C onsidera que ello es
Se nos dice que necesitam os ante todo tres cualidades: valentía, u n e rro r m anifiesto y desastroso, y su juicio divergente nos conduce
p a ra defender n u e stra libertad; tem planza y orden, p a ra m an ten er al núcleo de su originalidad y de su c a rá c te r subversivo com o teórico
u n gobierno libre; prudencia, p a ra h ac er que tan to las em presas ci­ de la política. E n p rim e r térm ino, M aquiavelo responde establecien­
viles como las m ilitares alcancen la m ayor eficacia. P ero al señalar do u n a firm e d istinción en tre la ju stic ia en la g u erra y en la paz,
estos atrib u to s M aquiavelo invoca ciertam en te tres de las cu a tro sosteniendo que con frecuencia en la g u erra am b as form as de iniuria
v irtudes «cardinales» enum eradas p o r los h isto riad o res y p o r los son indispensables. El engaño suele se r decisivo p a ra o b ten er la vic­
m oralistas rom anos, todos los cuales coinciden en que —p a ra c ita r to ria, y es ab su rd o co n sid erar que pu ed a d ism in u ir la gloria (493-
la form ulación de Cicerón en De inventione— el concepto global de 494). Ello no es m enos cierto a p ro p ó sito de la crueldad, cu alidad
la virtu s generalis se divide en cu atro com ponentes, y que éstos son que caracterizó a los m ás grandes generales rom anos, com o Cam ilo
«prudencia, ju sticia, valentía y tem planza» (II. 53. 159). Además, como y M anlio, y que resu ltó vital en el caso de uno y de o tro p a ra que lo­
hem os visto, M aquiavelo adhiere a las dos tesis fundam entales que grasen el éxito (488-454). Las m ism as enseñanzas se aplican, adem ás,
los teóricos republicanos clásicos h abían propugnado en relación casi con la m ism a fuerza a los asu n to s civiles. E l fraude, au n q u e en
con la significación de esas cualidades, tesis que en cu en tran su de­ este caso es rep ro b ab le, suele ser no o b stan te esencial p a ra realizar
sarrollo m ás sistem ático en el De O fficiis de Cicerón. Una de ellas grandes cosas (311-312, 493). Y si b ien la cru eld ad puede ser ten id a
es la de que esas cu atro cualidades son precisam ente los atrib u to s asim ism o com o u n a acusación c o n tra quien la practica, es innegable
que es m en ester que adquiram os p a ra cum plir con nu estro s deberes que a m enudo se la te n d rá que p racticar, y que siem pre h a b rá que
terren ales m ás elevados, los de servir a la com unidad en la guerra p erd o n arla p a ra p re serv ar exitosam ente la vida y la lib ertad de u n a
y en la paz; la o tra es la de que n u e stra capacidad p a ra asegurar com unidad lib re (153-154, 175, 311-312, 468, 494-495).
tan to n u e stra lib ertad com o la de n u e stra patria depende en teram en ­ Ello re p re se n ta u n a ru p tu ra con el análisis rep u blicano clásico
te de n u e stra v o luntaria disposición p a ra realizar aquellos officia. de las v irtu d es cardinales, ru p tu ra que señala el com ienzo de u na
Es verdad, p o r cierto, que el análisis de M aquiavelo difiere del nueva época; difícilm ente pued a exagerarse su c a rá c te r de ru p tu ra
de C icerón en un respecto sum am ente im p o rtan te. P orque introduce re p en tin a y com pleta. P ero es casi ta n im p o rtan te com o eso d estacar
tácitam en te u n a alteración —pequeña en apariencia, pero de ex tra o r­ que ése re p resen ta el único desacuerdo de M aquiavelo con sus au to ­
d in aria significación— en el análisis clásico de las virtudes req u erid as ridades clásicas. E l resto de sus análisis de la virtü y de sus re la­
p ara serv ir a las com m unes utilitates: elim ina la cualidad de la ju s­ ciones con la liberta son de ca rác te r im pecablem ente ciceroniano. No
ticia, la cualidad que en De O fficiis Cicerón p resen tab a com o el es­ sólo ce n tra su elaboración en torno de las cualidades de la va­
plen d o r que corona a la v irtu d (I. 7. 20). lentía, la tem planza y la pru d en cia; reg u larm en te m enciona esos a tri­
Ello no significa que M aquiavelo o m ita en sus Discursos la dis­ b u to s com o elem entos de la v irtu d y, asim ism o, com o precondiciones
cusión del concepto de justicia. E n realid ad va siguiendo el análisis de la lib ertad . Cuando se p re sen ta al general de todo un ejérci­
ciceroniano de ese concepto casi p alab ra p o r palabra. Cicerón sos­ to com o u n ho m b re que d em u estra te n e r anim o, se dice tam bién
tiene en De O fficiis que la esencia de la ju stic ia consiste en ev itar la de él que pone de m anifiesto un elem ento de la virtü (p o r ejem ­
iniuria, la ofensa c o n tra ria al ius, esto es, al derecho (I. 7. 20). Esa plo, 231, 310, 484-485). T am bién cuando u n a com unidad y sus m iem ­
ofensa puede ten er lugar de dos m odos: com o resu ltad o del engaño b ro s alcanzan la n o ta del ordine, de e s ta r bene ordinata, se dice
o com o resu ltad o de la crueldad y la violencia «brutal» e «inhum a­ que están en posesión de u n elem ento de la virtü (p o r ejem plo, 379-
na» (I. 11. 35-35; I. 13. 40-41). La observancia de los dictados de la 380). C uando se exalta a jefes m ilitares y civiles debido a u n o b ra r
ju sticia consiste, pues, en ev itar esos dos vicios, y tal deber nos toca virtuoso, se lo hace p o rq u e h an d em o strad o excepcional prudenza
de igual m odo en todo m om ento. Porque en la g u erra debe m ante­ (p o r ejem plo, 127-129, 186, 454). E n todos esos casos, las cualidades
nerse la buen a fe y evitar la crueldad no en m en o r m edida que en la que aseguran la lib e rta d son v irtu d es cardinales.
paz (I. 11. 34-37). P or últim o, se afirm a que la observancia de esos Lo que hacem os no es, p o r cierto, o frecer u n a lectu ra ortodoxa
deberes es en n u estro interés. Si obram os in ju stam en te no sólo nos de la concepción de M aquiavelo del significado y de la significación
privarem os del h o n o r y de la gloria: debilitarem os n u estra capacidad
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254 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA LA IDEA DE LIBERTAD NEGATIVA jrl25S" ‘ <,

de la virtü. C habod resum e el m odo de v er m ás co rrien te acerca de


este tem a al d ec la rar que «virtü no es en M aquiavelo u n a cualidad
“m o ra l” com o lo es p a ra nosotros; se refiere, m ás bien, a la pose­
sión de energía o de capacidad p a ra decidir y p a ra actuar» (C habod, V II
1964: 248). P ero no estoy negando tal cosa; h asta ahí, esa afirm ación
es p o r cierto co rrecta. El em pleo m ás am plio que M aquiavelo hace
consistentem ente del térm ino virtü se re g istra allí donde se refiere Me propongo ah o ra, a la luz del p reced en te in ten to de esbozar
a los m edios a través de los cuales obtenem os resultados p articu lares; la e stru c tu ra de u n a teo ría rep u b lican a clásica de la lib ertad , vol­
los m edios, com o aún decim os, en v irtu d de los cuales se llega a ellos verm e a las discusiones actuales acerca de la idea de lib e rta d nega­
(p o r ejem plo, 172, 295, 354, 381). A consecuencia de ello, cuando en tiva de la que he p artid o . Concluiré finalm ente con la su g erencia de
los Discursos p asa a h a b la r de los re su ltad o s que m ás interés revisten que los m ateriales h istó rico s que he p resen tad o son relevantes p ara
p a ra él en esa o b ra —la preservación de la lib ertad y el logro de esas discusiones en dos sentidos, relacionados en tre sí.
la grandeza cívica—, em plea co n sistentem ente el térm ino v irtü p a ra Ellos nos m u estran , en p rim e r lugar, que los térm inos del debate
designar las cualidades hum anas re q u erid as p a ra p o d er alcanzar esos contem poráneo se h an to rn ad o confusos. Todas las p arte s concuer-
objetivos. Por tan to , al h a b la r de virtü en tales contextos h ab la de dan en que u n a teo ría de la lib e rta d que pone en relación la
habilidades, talentos, capacidades. A propósito de generales y de idea de lib e rta d social con la realización de actos v irtuosos de ser­
ejércitos, suele o b servar que la cualidad que los pone en condicio­ vicio público, ten d ría que com enzar p o r estab lecer determ in ad o s fi­
nes de vencer a los enem igos, de alcanzar grandes victorias, es su nes com o fines racionales que todos h an de perseguir, y que debiera
virtü (p o r ejem plo, 184, 279, 452). Y al d iscu tir el papel de la virtü entonces estab lecer que la obtención de esos fines nos p o n d ría en
en los asuntos civiles, em plea de igual m anera el térm ino p a ra de­ posesión de n u e stra lib e rta d en el sentido m ás pleno o m ás v erda­
signar los talentos requeridos p a ra fu n d a r ciudades, im poner en ellas dero. P or cierto, ésa es u n a m an era de p o n er en conexión los con­
u n a adm in istració n ordenada, im pedir las disensiones, ev itar la co­ ceptos de lib ertad , v irtu d y servicio. G eneralm ente se sostiene (aun­
rru p ció n , conservar u n a hegem onía decisiva, y apoyar todas las de­ que, creo, en fo rm a e r ró n e a )35 que ése es el p ro ced er de Espinoza
m ás arte s de la paz (p o r ejem plo, 127, 154, 178-179). en el T ractatus Politicus, y ciertam en te p arece ser el de R ousseau en
La objeción que form ulo a análisis com o el de Chabod es que no el C ontrato Social. No es, em pero, la ú nica fo rm a de pro ced er, como
avanzan lo suficiente.34 Debem os aún preg u n tarn o s p o r la naturaleza los filósofos analíticos de la actu alid ad pro p en d en a suponer. E n una
de los talentos o las capacidades que p erm iten alcanzar grandes re­ teo ría com o la de M aquiavelo el p u n to de p a rtid a no es u n a re p re­
sultados en los asu ntos civiles y m ilitares. Y si profundizam os esta sentación de la eudaim onía o de los in tereses hum anos reales, sino
segunda cuestión, hallam os, com o hem os visto, que la resp u esta de sim plem ente u n a concepción de los «hum ores» que nos im pelen a
M aquiavelo nos llega en dos p artes. P or u n lado se nos exige cierta elegir y a p erseg u ir n u estro s variados fines. De tal m odo, M aquiave­
insensibilidad, cierta disposición a h acer a u n lado las exigencias de lo no se opone a la suposición hobb esian a de que el térm in o «liber­
la ju stic ia y a ac tu a r con crueldad y perfidia cuando ello es nece­ tad» designa p ro p iam en te la capacidad de p erseg u ir tales fines sin
sario p a ra favorecer al bien com ún. Pero p o r o tro lado se nos dice im pedim entos. S encillam ente sostiene que tra s un detenido exam en
que las dem ás cualidades que debem os poseer son la valentía, la se advierte que tan to la realización de servicios públicos com o el
tem planza y la prudencia. En el corazón de la teoría política de Ma­ cultivo de las v irtu d es re q u erid as p a ra ella, son in stru m en to s nece­
quiavelo hay p o r consiguiente, un m ensaje p u ram en te clásico, elabora­ sarios p a ra ev itar la coerción y la servidum bre, y son, p o r tanto,
do con el m ism o juego de p alab ras que todos los teóricos republicanos asim ism o condiciones indispensables p a ra ase g u rar todo grado de
clásicos h an utilizado. Si nos preguntam os en v irtu d de qué cuali­ lib e rta d perso n al en el sentido hobbesiano del térm ino.
dades, de qué talentos o de qué habilidades podem os ten er la espe­ E sto m e lleva a co n sid erar el segundo sentido en que la teoría
ranza de aseg u rar n u e stra p ro p ia lib ertad y co n trib u ir al bien co­ republicana clásica es relevante p a ra las discusiones actuales. A causa
m ún, la resp u esta es: en v irtu d de las virtudes. de h a b e r pasado p o r alto la posibilidad de que u n a teo ría de la li­
b e rta d negativa p u d iera co h eren tem en te ten er la e stru c tu ra que aca-
35. Porque tales interpretaciones subestiman la amplitud con que Espinoza
34. Lo mismo me parece que se aplica a Price, 1973, si bien este trabajo reformula ideas republicanas clásicas, en especial tal como son desarrolladas
constituye la mejor discusión existente acerca de los usos del término virtü por Maquiavelo en los Discursos. Una excelente rectificación, junto con todas
a lo largo de las obras políticas de Maquiavelo. las referencias a los puntos de vista opuestos, se hallará en Haitsma Mulier, 1980.
256 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA
LA IDEA DE LIBERTAD NEGATIVA 257
bo de esbozar, m uchos filósofos h an pasado a enunciar acerca de
ese concepto o tras afirm aciones que ellos consideran que lo son de No ob stan te, com o hem os visto, los teóricos contem poráneos de
verdades generales, pero que en re alid ad son verdaderas sólo de sus la lib ertad negativa no carecen, a su vez, de u n a réplica en este punto.
p ropias teorías p artic u la res de la lib e rta d negativa. H an llegado a d en u n ciar com o peligroso sinsentido m etafísico la
Una de ellas h a sido la tesis de H obbes según la cual toda teo ría fundam ental sugerencia de que la realización de n u estro s deberes
de la lib ertad negativa debe ser efectivam ente u n a teo ría de las p u d iera ser en n u estro interés. P ero ah o ra re su lta rá claro que tam ­
lib ertad es individuales. Como hem os visto, esa tesis h a llegado a bién eso es u n erro r. M aquiavelo cree ciertam en te que com o ciuda­
ten er la je ra rq u ía de u n axiom a en m uchas discusiones contem po­ danos tenem os u n d eber (ufficio) p o r cu m p lir (482), d eber que con­
ráneas de la lib ertad negativa. La lib ertad de acción, se nos asegura, siste en ac o n sejar y en serv ir a n u e s tra com unidad según n u estras
«es u n derecho»; hay u n «derecho m oral a la libertad»; se nos obli­ capacidades. E xisten así m uchas cosas, nos dice reiterad am en te,
ga a concebir n u e stra lib ertad com o u n derecho n a tu ra l y, a la que debem os h ac er y m uchas o tras que debem os evitar. P ero la ra­
vez, com o u n m edio p a ra aseg u rar n u estro s re sta n te s derechos.36 zón que nos ofrece p a ra el cultivo de las v irtu d es y p a ra serv ir al bien
Como ah o ra h a de se r m anifiesto, ésos son m eros dogm as. Una teoría com ún, nu n ca es el de que ésos sean n u estro s deberes. La razón es
clásica com o la de M aquiavelo nos p erm ite ver que no debem os for­ siem pre que esas cosas re p resen tan , com o en efecto lo son, el m e­
zosam ente concebir n u e stra lib ertad de esa m anera. La de M aquia­ jo r e, incluso, el único m edio p a ra que «obrem os bien» en n u estro
velo es u n a teo ría de la lib ertad negativa, pero él la d esarro lla sin propio beneficio, y, en p artic u la r, el único m edio p a ra aseg u rar un
re c u rrir a concepto alguno de los derechos individuales. Si b ien a m e­ grado de lib ertad p erso n al p a ra perseg u ir los fines que hem os elegido
nudo h ab la de lo que es onesto (sic) o m oralm ente correcto, no hay en (p o r ejem plo, 280). P or tan to , si bien M aquiavelo nun ca h ab la de
todos sus escritos políticos, que yo sepa, lu g ar alguno en el que hable intereses, en u n sentido p erfectam en te claro y no m etafísico es co­
de agentes individuales com o p o rtad o res de d iritti o derechos.37 P or rrecto decir que cree que n u estro d eber y n u estro s in tereses son una
el co n trario , p o d ría expresarse la esencia de su teo ría política dicien­ y la m ism a cosa. Se lo elogia, adem ás, p o r el desapacible énfasis
do que el logro de la lib ertad social no puede ser cuestión de aseg u rar que pone en la id ea de que todos los h o m b res son m alvados, y que
n u estro s derechos personales, pues exige com o algo indispensable no puede esp erarse que hagan algo bueno a no ser que vean que
la realización de n u estro s deberes sociales. P ara quienes respon­ ello re d u n d a rá en su propio bien. De ta l m odo, su sentencia defini­
den —a la m an era de los escolásticos contem poráneos de M aquiavelo tiva no es m eram en te la de que la ap a ren te p a ra d o ja del d eb er como
y de sus descendientes co n tractu alistas— que el m ejo r m odo de interés, enuncia, u n a vez m ás, u n a au tén tica verdad; com o sus auto­
aseg u rar n u estra lib ertad personal es, no obstante, el de concebirla ridades clásicas, tam b ién él cree que afirm a la m ás afo rtu n ad a de
com o un derecho, com o u n a especie de pro p ied ad m oral y defenderla todas las verdades m orales. Pues, a no ser que a la generalidad de los
abso lu tam en te co n tra todas las form as de in terferencia externa, los hom bres m alvados se le p u ed a d ar razones egoístas p a ra o b ra r vir­
teóricos republicanos clásicos ten d rá n u n a réplica obvia. A doptar tuosam ente, es im probable que alguno de ellos lleve a cabo acción
esa actitu d , sostiene, no resum e m eram ente la corrupción de la virtuosa alguna.
ciudadanía, sino que constituye tam bién (com o toda renuncia al
d eb er social) u n caso de falta de p rudencia en el m ás alto grado.
El ciudadano p ru d e n te advierte que, sea cual fuere el grado de li­
b e rta d negativa de que pueda gozar, ello sólo puede ser el resu ltad o
—y, si se quiere, la recom pensa— de un firm e reconocim iento y de BIBLIOGRAFIA
la prosecución del bien público a expensas de todo fin pu ram en te
individual y privado.
B aldwin, T.: «MacCallum and the tw o concepts of freedom», Ratio, 1984.
36. Acerca de estas afirmaciones véanse respectivamente Day, 1977, 270; Benn, S. y Weinstein , W.: «Being free to act, and being a free man»,
Day, 1973, 18; McCloske, 1965, 404-405. Mind 80; 194-211, 1971.
37. Colish, 1971, 345-346 sostiene que «Maquiavelo a menudo pone en rela­ — «Freedom as the non-restriction of options: a rejoinder», Mind 83;
ción la libertá con ciertos derechos privados» e «identifica claramente la liber­ 435-438, 1974.
tad con la protección de los derechos privados». En ninguna de las obras B erlín , I.: Four Essays on Liberty, Oxford, Oxford University Press, 1969.
políticas de Maquiavelo he hallado un texto que pueda servir de fundamento Cadoni, G.: «Libertá, repubblica e governo m isto in Machiavelli», Rivista
para tales afirmaciones. Una buena corrección de tales afirmaciones anacrónicas lnternazionale di filosofía del diritto 39: 462484, 1962.
puede hallarse en Sasso, 1958, 333-341. C habod, F.: «II segretario florentino» en Scritti su Machiavelli, Turín,
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LA IDEA DE LIBERTAD NEGATIVA 259
258 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA
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INDICE DE AUTORES/ANALITICO

Benn, S., 229, 233n


Bennett, Jonathan, 21n, 71, 72, 77,
A 107n
Bentham, Jeremy, 15, 91, 206, 219,
Addison, Joseph, 146, 151 221, 223, 226, 228
Adorno, Theodor W., 200 Bergmann, Gustav, 134
Agassi, Joseph, 172 Bergson, Henri, 91
Agustín, san, 50, 87, 183. Berkeley, George, 50, 71, 79, 87, 90,
American Philosophical Association, 107n, 132, 153, 158, 159, 161, 166
58, 89 Berlín, Isaiah, 229n 230, 231, 232,
Ames, William, 154, 155 234, 234n
Anscombe, G. E. M., 133, 150 Betti, U., 20
Anselmo, san, 50 Bloom, Harold, 153
Apel, Karl-Otto, 115 Blemenberg, Hans, 78, 95
Aquino, santo Tomás de, 34, 50, 71, Boas, Franz, 92
87, 183, 218 Boyle, Robert, 15
Aristarco, 70 Braun, Lucien, 175
Aristóteles Brecht, Berthold, 127, 132-134, 144
— influencia e interpretación de, 45, Brehier, Emile, 154n
66, 70-72, 87, 154, 155, 231 Breysig, Kurt, 193
— filosofía moral de, 57-58, 231 Brucker, J. J„ 174
— teoría física de, 60, 61, 69-71, 74, Bruno, Giordano, 52
76, 77, 82, 86, 89 Brunschwicg, Léon, 199
— y akrasía, 54-56 Bryan, William Jennings, 89
— y páthe, 66 Bubner, Rüdiger, lOln
— y Platón, 54-56, 65 Buckle, Henry Thomas, 180
— Véase también 69, 78, 80, 89, 153, budismo, 46, 123
183 Burckhardt, Jacob, 171
aristotelismo, 33, 34, 72, 154 Burlamaqui, Jean Jacques, 218
Arnold, Matthew, 92 Butler, Joseph, 220
Arquímedes, 15
Austin, J. L„ 91, 133, 134
Ayer, A. J., 71, 72, 79 C
Ayers, Michael, 73n, 75n, 76n
Calvino, calvinismo, 154, 156
Canguilhelm, Georges, 174, 188
B Carnap, Rudolf, 84
cartesianos, véase Descartes
Bacon, Francis, 87, 92, 163, 205 Cassirer, Ernst, 207n
Bachelard, Gastón, 145, 173, 174 Cicerón, 15, 16, 241n, 248, 249, 251
Baldwin, Thomas, 232n, 233n. 252, 254
Balzac, Guez de, 177 Círculo de Viena, 122n
Bayle, Pierre, 92 Clarke, Samuel, 155
Beckett, Samuel, 96 Cobbet, William, 91
Becquerel, A. C., 145 Coleridge, Samuel Tavlor, 65, 92
262 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA ÍNDICE ANALÍTICO 263

Colish, M., 256n


Collingwood, R. G., 67, 167 H
Comte, Auguste, 87, 195 E J
Condillac, Etienne Bonnot de, 87, Habermas, Jürgen, 120
154n Edwards, Jonathan, 153, 155 James, William, 135, 160, 161
Condorcet, marqués de, 174 Hamilton, Sir William, 91, 156, 157, Janet, Pierre, 151
Einstein, Albert, 118, 119, 145 168n
Copérnico, Nicolás, 143 Eliot, George, 51 Jaspers, Karí, 181
Copleston, Frederick, 166n Haré, R. M., 54-56 Jefferson, Thomas, 28, 75, 156
Emerson, Ralph Waldo, 18, 92 Harrington, James, 239
Cournot, Antoine, 174 Espinoza, Benedicto (Baruch), 17-18, Johnson, Samuel, 155
Cousin, Víctor, 52, 91, 151 Hartmann, Nicolai, 102 Jowett, Benjamín, 51
25, 51, 73n, 131, 160, 161, 163, 165, Harvey, William, 70
cristianos, cristiandad, 209-226 pas­ 230, 239, 240, 255 Heidegger, Martin, 33, 35, 74, 78, 82,
sim Escoto, Juan Duns (Erígena), 50, 91 84, 88, 94, 111, 113n, 121, 122, 123,
Crombie, A. C., 138 estoicismo, estoicos, 218, 239, 240 124 K
Euclides, 73n Hegel, Georg Wilhelm Friedrich
— Nietzsche y, 171 Kant, Im m anuel
CH —• reputación e influencia de, 89, 92, — Bennet y, 21n, 72, 107
F 103, 110, 122n, 131-132, 137, 157, — ética de, 56-57, 94-95, 134, 206, 219
Chabod, F., 254 161-163, 165-166, 178-180', 181, 194, 226
Chapman, George, 51 Faraday, Michael, 144 196-200 — filosofía y ciencia, 100, 106, 110,
Feinberg, Joel, 229, 234 — tríada hegeliana, 90, 93, 184 121, 175, 185-186
Fermi, Enrico, 147 — y la naturaleza e historia de la — influencia y s t a t u s , 94-95, 122n,
D Feuerbach, Ludwig Andreas, 93 filosofía, 31, 33, 50-51, 67, 77-78, 82, 156-166 passim, 166n, 175
Fiering, Norma, 91, 93 87, 95, 100, 110, 157, 165-166, 171, — interpretación de, 20, 28, 33, 72-
Dante Alighieri, 51 Filón, 17 174, 175, 178-179, 181, 183-186, 189, 74, 81, 107n
Darwin, Charles Robert, 160, 183 Fitzgerald, Edward, 51 — sociología, 193-194, 197-200
Davidson, Donald, 20, 76n Fleck, Ludwig, 138 196
— y la sociología, 194, 197-200 — Straw son y, 72, 77, 107n
Deleuze, Gilíes, 87, 89 Fludd, Robert, 92 — Véase también 84, 92, 120, 129, — vida de, 176
Demócrito, 105 Foucault, Michel, 78n, 92, 95, 96, 128, — Véase también, 27, 28, 36, 52, 69,
Descartes 160
132, 134-135, 146-151, 174 Helmholtz, Hermann Ludwig von, 87, 89, 92, 102, 129, 153, 183, 190,
— cogito de, 50, 131-134, 182-183 Franklin, Benjamín, 156 206
— epistemología y escepticismo de, 28, 183
Fraser, Alexander Campbell, 159 Herder, Johann Gottfried, 198 — Véase también neokantianos
34, 35, 39 Frege, Gottlob, 27, 74, 81, 90, 94 Hesse, Mary, 20 Keynes, John Maynard, 153
— Husserl y, 182-183 Freud, Sigmund, 92, 137, 138 Hintikka, Jaakko, 133 Koenig, René, 200
— reputación y papel en la historia Frever, Hans, 197-198 Hirsch, E. D., 75 Kripke, Saúl, 87, 89
de la filosofía, 17, 27, 33, 35, 39, Hitchcock, Alfred, 201 Kuhn, T. S„ 27-28, 59-61, 64, 92, 116,
84, 87, 89, 93, 108, 131-134, 153, Hobbes, Thomas, 17, 35, 74, 87, 108, 117n, 127, 128, 139, 140-145, 149,
156-160 passim, 163, 165, 166, 175, G 112, 153, 222, 229, 230, 231, 239, 240, 151, 152
182-183, 185-186, 205-206 244, 250, 256
— viajes de, 176-177, 178 Gadamer, Hans-Georg, 15, 20, 26, 101,
— y dualismo, 37, 80 Homero, 51
111-114, 116, 119n, 121, 123, 123n, Hooker, Richard, 206, 218 L
— y la gravitación, 119 124, 138 Hoy, David, 113n
— y relación entre metafísica y fí­ Galeno, 69 Humboldt, Alejandro, 92 Lamennais, Hugues Félicité Robert
sica, 29 Galileo, 31, 60, 63, 70, 71, 122 de, 192
— Véase también 70, 127 Gehlen, Arnold, 194, 200 Hume, David
Deutsche Philosophische Gesell- — Foucault y, 95 Lamprecht, Karl, 193
Geldsetzer, L., 115n — influencia de, 52, 153, 156-159, 161- Lao-Tse, 87
schaft, 89 Geulincz, Arnold, 153 Lavoisier, Antoine-Laurent, 143, 175
Dewey, John, 131, 153, 161-162, 166 163, 166, 166n,
Gibbon, Edward, 173 — Wundt y, 190 Lawrence, D. H., 92
Diderot, Denis, 50, 91, 174 Gibbs, Benjamín, 231 Leibnitz, Gottfried Wilhelm, 17, 70,
Dilthey, Wilhelm, 101, 111, 112, 176, Gilson, E., 33n, 87 — y la ciencia moral, 49, 221-223
179-181, 185 — y Moore, 28 78, 84, 87, 107n, 120, 134, 153, 160,
Goncourt, Edmond v Jules de, 195 — y Strawson, 72, 107n 161, 162, 175
Diógenes Laercio, 84 Gray, John, 228n, 235n Lenard, Philipp, 145
Dostoievsky, Fedor Mijailocich, 51 — Véase también 28, 71, 87, 92
Green, Thomas Hill, 159 Husserl, Edmund, 121, 123, 123n, 176, Lessing, Gotthold Ephraim, 92
Dummet, Michael, 20 Grocio, Hugo, 92, 218 Lévi-Strauss, Claude, 177, 196
Duncan, A. R. C., 134 181-183, 185, 188-190
Gueroult, Martial, 175 Hutcheson, Francis, 220 Lewis, C. I., 162
Dunn, John, 77, 80n, 227n Lippman, Walter, 92
Durkheim, Emile, 195, 199 Huxley, T. H„ 92
Huygens, C., 17 Littré, Emile, 195
Hypolyte, Jean, 132 Locke, John, 36, 71, 74, 75, 77, 81,
ÍNDICE ANALÍTICO 265
264 LA FILOSOFÍA EN LA HISTORIA

Royce, Josiah, 159-161, 167 Treitschke, Heinrich von, 196-198


87, 107n, 153, 155-166 passim, 198, Russell, Bertrand, 87, 94, 103, 131, Troeltsch, Ernst, 175
205, 235, 236, 239n 135, 165
Lull, Ramón, 93 P Ryle, Gilbert, 72, 83, 107n
Paine, Thomas, 91 U
M Paracelso, 15, 16, 77, 92, 183 S Uberweg, Friedrich, 157, 161
Parent, W„ 233n, 235
MacCallum, Gerald, 228, 229n, 231n, Passmore, John, 104, 108n Saint Paul, Eustaquio de, 33n
233n, 235n Peirce, Charles, 119, 120, 139, 159, Sainte-Beuve, Charles Augustin, 180
McCosh, James, 91 163, 165 Sartre, Jean-Paul, 51, 131 V
Maclntyre, Alasdair, 78, 227n pirronismo, 133 Scruton, Roger, 236n
Mackie, J. L„ 235, 235n, 236 Platón, platonismo, 50, 51, 53-55, 58, Scheler, Max, 194 Valéry, Paul, 28
Malebranche, Nicolás, 87, 153 65, 74, 75, 84, 87, 101-102, 107n, Schelling, Friedrich Wilhelm Joseph Vattel, Emerich de, 218
Mandelbaum, Maurice, 102 153, 155. Véase también Sócrates von, 81 Vico, Gianbattista, 67
Mannheim, Karl, 194 Plessner, Helmut, 194, 200 Schelsky, Helmut, 200 Virgilio, 248
Maquiavelo, Nicolás, 218, 239-257 Plinio el Viejo, 77 Schiller, Friedrich, 81 Volta, conde Alejandro, 142, 144
Marsilio de Padua, 15 Plotino, 87, 89 Schleiermacher, Friedrich, 78, 180,
Marx, marxismo, 75, 83, 111, 137 Pocock, J., 239n, 242n 198
Mather, Cotton, 93 Pope, Alexander, 51 Schneewind, J. B., 77 W
Mead, George Herbert, 160 Popper, Karl, 74, 117n, 119, 120, 194, Schopenhauer, Arthur, 91, 160
Mendel, Gregor Johann, 77 200 Séneca, 17 Wartofsky, M., 93
Merleau-Ponty, Maurice, 33, 35 Port-Royal, 52 Shankara, 87 Weber, Max, 92, 199
Mersenne, Marin, 91 presocráticos, 65, 122 Sidgwick, Henry, 77, 134 Weinstein, W., 229, 233n
Merton, Robert K., 175, 185, 187, 193 Price, Richard, 220 Skinner, Quentin, 70, 71, 74, 76, 77, Whitehead, Alfred North, 72, 74
Meumann, E., 191 Prichard, H. A., 221 135, 187 Williams, Bernard, 146-148
Mili, John Stuart, 84, 156-157, 163, Ptolomeo, 70, 89 Smith, Adem, 41, 153 Wiltich, Claus, 199
168n Pufendorf, Samuel von, 218 Sócrates, 54-56. Véase también Pla­ Winckelmann, Johann Joachim, 179
Mind Association, 89 tón Windelband, Wilhelm, 88, 103, 105,
Mittelstrauss, Jürgen, 104n Stewart, Dugald, 52, 156 122n, 158
Mohl, Robert von, 197 Q Strawson, P. F., 72, 77, 107n Wisdom, John, 50, 137
Montaigne, Michel Eyquem de, 18, Suárez, Francisco, 218 Wittgenstein, Ludwig, 50, 72, 73n,
92, 206, 222 Quine, Willard, V., 32-34, 50, 59, 71- 103, 122n, 137, 152, 233
Moore, G. E„ 28, 87, 89, 103, 131-132, 72, 107n Wolff, Christian, 87, 91, 129, 153,
135 T 165
Morris, George Sylvester, 161, 162 Wolfson, H., 73n
Murphey, Murray G., 167n R Taine, Hippolyte, 180 Wundt, Wilhelm, 188, 190-192
Tales, 83, 87
Ramus, Peter, 87, 91, 93, 154, 155 Taylor, C. C. W„ 55
Ranke, Leopold von, 172 Taylor, Charles, 20, 131, 148, 230, 231,
232, 239n Y
N Rawuls, John, 36, 75, 229, 229n
Raz, J., 234n Tennemann, Wilhelm Gottlieb, 175
Thilly, Frank, 158 Yates, Francés A., 93
neokantianos, 84, 173, 193 Rée, Jonathan, 85n, 96n, 122n
Newton, Isaac; ciencia newtoniana, Reichenbach, Hans, 78, 89 Thompson, E. P., 91
62-64, 71, 117-118, 142, 155 Reid, Thomas, 156, 163, 166n, 206, Thomson, George, 51
Tiedemann, Dietrich, 175 Z
Nietzsche, Friedrich, 29, 82, 84, 94, 219
111, 171-172, 175, 198 Renouvier, Charles Bemard, 85n, Tito Livio, 239 , 240, 241n, 247 , 248,
Nozick, Robert, 36, 239n 174, 199 249, 251 Ziff, Paul, 136
Richardson, Alexander, 154, 155
Ricoeur, Paul, 182
Ritter, H., 175
O Rorty, Richard, 44, 106-107, 115, 116,
130, 131, 134, 146
Occam, Guillermo de, 27, 87 Ross, William David, 22!
O’Connor, D., 235n Roth, Günther, 199
Oehler, Klaus, 108n Rousseau, Jean-Jacques, 154n, 177,
Ong, Walter J., 93 226, 230, 235
Oppenheim, F., 128n, 229, 233n, 234n Roussell, Raymond, 148
La filosofía en la historia
R. Rorty, J.B. S ch n eew ind y Q. Skinner
(com pilad ores)

Los ensayos contenidos en este volum en exam inan la actual


controversia sobre la relación entre la filosofía y su historia. Paidós
P or una parte, los historiadores de la vida intelectu al suelen Básica
acusar a los filósofos de esribir historias de la filosofía
d eleznables, anacrónicas; por la otra, los filósofos suelen
acusar a los historiadores in telectuales de escribir historias de
la filosofía obsoletas, propias de aficionados a las antigüedades.
Los ensayos aquí reunidos se ocupan de esa controversia y se
interrogan acerca de cuál debe ser la finalidad de la historia de
la filosofía. Con un enfoque esencialm ente teorético y
m etodológico analizan cuestiones como la de saber si existen
problem as filosóficos «intem porales», si los problem as de una
época son conm ensurables con los de otra d istin ta, y cuál es el
estilo adecuado a la historiografía del tem a.
Todos los ensayos fu eron encargados especialm ente, y entre sus
autores se encuentran m uchas de las figuras m ás destacadas de
la disciplina. E l volum en, en su con ju n to, será de indudable
utilidad para todos cuantos se in teresan p or el estudio de la
filosofía y de su historia.
U no de los filósofos m ás influyentes de la actualidad, R ichard
R orty es tam bién autor, entre otros textos, de E l giro lingüístico,
C ontingencia, ironía y solidaridad, Ensayos sobre H eidegger y
otros p ensadores contem poráneos y O bjetividad, relativism o
y v e rd a d , todos ellos igualm ente p ublicados por P aid ós.
P or su p arte, J. B . Schneew ind es profesor de F ilosofía de la
U niversidad Johns H op k in s, adem ás de autor de B ackgrounds
o f English Victoria L itera tu re o Sidgw ick s E thics a n d
Victorian M oral P hilosophy, m ientras que Q uentin Skinner
enseña Ciencias P olíticas fen la U niversidad de Cam bridge y es
.responsable de libros com o F oundations o f M odern Political
fh o u g lit o M achiavelli.

IS B N 84 -7 5 0 9 -6 6 9-7
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