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Universidad
de Murcia; España
Por otro lado, con excesiva frecuencia se vincula convivencia escolar con la
detección de conductas violentas, discriminatorias y abusivas. La mejora de la
convivencia como fin educativo persigue entre otras cosas, favorecer el conjunto de
relaciones interpersonales que se establecen en el centro, especialmente entre los
alumnos, entre alumnos y
profesores, y entre profesores y padres. Sin embargo, su contribución va más allá
de estos propósitos, pues la convivencia es un valor en si mismo, y favorece la
formación ciudadana de los alumnos. “Se trata de formar una personalidad con la
interiorización personal de valores básicos para la vida y para la convivencia, una
convivencia en el ámbito democrático donde sean posibles el encuentro y el
entendimiento, desarrollando entre todos un mundo más humano, esto es, la
construcción de una cultura democrática, lo cual remite a la formación del ciudadano
participativo, un ser capaz de cooperar, dialogar y ejercer sus responsabilidades; un
ciudadano que además de poseer unos derechos, también ejerza unos deberes, ya
que democracia significa demos, y pueblo significa gente unida en torno a unos
valores comunes” (Maldonado, 2004, 470). Apoyándose en esto, se afirma
frecuentemente que la convivencia es la antitesis de la violencia.
2. Violencia: antitesis de convivencia
Antes de adentrarnos en exponer algunos de los resultados que sobre violencia
escolar se han recogido en diversas investigaciones, consideramos esencial
determinar qué entendemos por violencia. La violencia no es innata, por el contrario
se aprende, y si es aprendida, debemos suponer también que es evitable. No hay
constancia de que al nacer los niños sepan dar puñetazos, lanzar una piedra,
disparar un tirachinas, insultar, etc., de modo que no hay duda de que los niños
aprenden un extenso repertorio de comportamientos y tácticas agresivas (Tobeña,
2003). La violencia es algo más que una respuesta mecánica a un estimulo, se trata
de un acto con sentido e intencionalidad, ya que implica necesariamente la intención
de querer hacer daño (Hernández, 2004). Se trata de un fenómeno complejo,
multicuasal, y negativo, de modo que no cabe posibilidad de negociación, ni
justificación alguna que legitime el acto violento. Todo suceso de violencia es
siempre denunciable y atenta contra la dignidad del ser humano. Por otra parte, el
concepto de violencia se encuentra relacionado con la aplicación de la fuerza para
conseguir imponer los intereses propios sobre los intereses de los demás, y/o con
el uso inadecuado del poder. En esta misma línea, la violencia puede entenderse
como el resultado final de una mala resolución de los inevitables y necesarios
conflictos humanos (Palomero y Fernández, 2002).
En cuanto a las medidas que deben iniciarse para tratar de afrontar el problema,
éstas deben ser urgentes, drásticas y por supuesto efectivas, recurriendo
generalmente a medidas represivas y administrativas. Ahora bien, los problemas de
violencia no pueden abordarse sólo por la vía represiva, ya que se corre el riesgo
de verse multiplicados y aumentar en gravedad. Se hace necesario acciones
educativas encaminadas hacia el aprendizaje de los valores vinculados a la mejora
de la convivencia escolar. En este sentido, como cualquier otra acción diseñada para
solventar problemas educativos, los resultados no son inmediatos, por el contrario,
son a largo plazo. Por último, otro mito vinculado a la violencia escolar se deriva del
uso inadecuado de los términos, produciendo lo que Etxeberría, Esteve y Jordán
(2001) denominan un fenómeno de inflación o invasión de un campo semántico a
otro, pues se tiende a confundir los problemas de convivencia, de conflictividad y de
violencia escolar.
No todo es violencia, pero existe la tendencia de denominar todo bajo este epígrafe.
La investigación sobre violencia escolar en España se ha desarrollado
mayoritariamente desde el enfoque psicoeducativo, centrado en la violencia
interpersonal entre escolares, internacionalmente conocido como Bullying. Son
múltiples los estudios españoles al respecto, por citar algunos de ellos Vieira,
Fernández y Quevedo, 1989; Cerezo y Esteban,1992; Ortega,1994; Defensor del
Pueblo, 2000; Durán Guzmán, 2003; … Coincidimos con Jares (2006) en reconocer
que esta forma de abordar la violencia escolar es importante, a la vez que restrictiva
e incompleta desde el punto de vista educativo, “restrictiva, porque se limitan a uno
de los agentes del proceso de enseñanza-aprendizaje, el alumnado, y a un tipo de
violencia, la relacionada con la violencia física; incompleta, porque dejan fuera de
análisis diversas variables contextuales, metodológicas u organizativas, que pueden
influir no solamente en la aparición de las conductas violentas, sino también en el
marco más amplio de la conflictividad” (468).
la mayoría de los alumnos que viven conflictos en sus casas también los
viven en el colegio, verificándose la relación entre conflictos familiares y
conflictos escolares. Sin embargo, la relación entre conflictividad intrafamiliar
y la implicación de los alumnos en situaciones violentas (bullying) no esta tan
clara.
el modo que tienen los padres de gestionar los conflictos familiares constituye
un aprendizaje para la gestión de los conflictos escolares.
los alumnos que mantienen unas relaciones asistenciales con sus padres
justifican el uso de la violencia, de modo que existe mayor probabilidad de
convertirse en agresores.
los alumnos con un diálogo familiar adecuado (modelo paterno-familiar de
acogida) se encuentran mejor integrados que los alumnos con un diálogo
familiar inadecuado, y no se ven implicados con asiduidad en situaciones de
violencia escolar.
Notas:
1
Estos mitos han sido abordados en Hernández Prados, M.A. (2004) Los conflictos
escolares desde la perspectiva familiar. Tesis doctoral. Universidad de Murcia
Bibliografía:
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