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Escrito por: Mª Ángeles Hernández Prados, Elisa Sánchez Romero.

Universidad
de Murcia; España

“En el artículo las autoras abordan la convivencia escolar desde la perspectiva de la


escuela, pero relevando la importancia del rol que desempeña la familia en la
construcción de una convivencia escolar sana y armónica, asumiendo este desafío
como una tarea de todos, compleja y fundamental en la formación de personas,
sujetos de derecho”

1. El valor de la convivencia en la escuela


Vivimos en una sociedad altamente caracterizada por lo tecnológico en la que se
abren nuevas vías de comunicación antes insospechadas, en el que disponemos de
un volumen vertiginoso de información, en el que los servicios prosperan en busca
del bienestar del ciudadano, en el que las cauces de solidaridad son múltiples y
variados para atender las necesidades de diversos colectivos… sin embargo, la otra
cara de la sociedad, sin duda paradójica, nos presenta día tras día situaciones de
violencia, racismo, intolerancia, discriminación, injusticias, estafas, vandalismo…
Así pues, conforme evolucionamos los seres humanos nos encontramos en la
encrucijada de tener que adaptarnos a los cambios experimentados sin atentar los
derechos humanos, es decir, aprendiendo a convivir con los otros en ese nuevo
contexto, o al menos diferente.

Al hablar de convivencia, en este caso, convivencia escolar, somos conscientes de


la complejidad del concepto, así como de la dificultad construir en los centros una
cultura de paz, fundamentada en el aprendizaje de valores como el diálogo, la
tolerancia, la solidaridad, el respeto de los derechos humanos y la búsqueda
permanente de la justicia, entre otros. Convivir significa vivir unos con otros sobre la
base de unas determinadas relaciones sociales y unos códigos valorativos,
forzosamente subjetivos, en el marco de un contexto social determinado (Jares,
2001). Para Ortega, Mínguez y Saura (2003) las propuestas pedagógicas para
superar el conflicto en las aulas y promover una sana convivencia pasan
necesariamente por la intervención escolar y familiar en el aprendizaje democrático
de normas, en el conocimiento personal favoreciendo la adquisición de una sana
autoestima, en el desarrollo de la responsabilidad, así como el aprendizaje de
habilidades de diálogo y comunicación.

La convivencia escolar no es sólo un requisito, o condiciones mínimas sin las cuales


no sería posible llevar a cabo el acto educativo, sino que además constituye un fin
educativo. En este sentido, coincidimos con lo expuesto en el plan de convivencia
de la Junta de Andalucía (R.D. 19/2007) “es necesario introducir en los centros
educativos una cultura que facilite el tratamiento eficaz de los conflictos escolares,
con el objeto de que éstos no se traduzcan en un deterioro del clima escolar.
Establecer la convivencia, y restablecerla cuando se ha roto, es una meta y una
necesidad para la institución escolar. Para ello se precisan, al menos, tres elementos
esenciales: un conjunto de reglas que la regulen y que sean conocidas por todos,
un sistema de vigilancia que detecte los posibles incumplimientos y un
procedimiento de corrección que actúe cuando se produzcan transgresiones”.
Para instaurar o promover una cultura de la convivencia democrática, considerando
ésta como la única alternativa a las situaciones de violencia, se hace necesario
caminar en dirección a la consecución de los siguientes objetivos (Díaz-Aguado,
2002):

1. Adaptar los procedimientos de enseñanza aprendizaje a cambios sociales


acontecidos en la actualidad.
2. Superar el currículo oculto, explicitando las normas escolares desde papeles
democráticos.
3. Luchar contra la exclusión, fomentando la participación del alumno
4. Prevenir la violencia reactiva e instrumental
5. Distribuir al máximo el poder, haciendo democrático el proceso de
establecimiento de normas.
6. Ayudar a no reproducir la violencia
7. Romper la conspiración del silencia sobre la violencia
8. Superar el sexismo, el racismo, la xenofobia, etc. a través del respeto a los
derechos humanos.
9. Aprender a utilizar adecuadamente los medios de comunicación
10. Promover nuevos esquemas de colaboración entre familia, escuela y el resto
de la sociedad.
11. Poner a disposición del profesorado los medios para desarrollar una
convivencia democrática.

Conocer el estado en el que se encuentra la convivencia en los centros escolares


no es una labor sencilla, cuanto menos exige el acercamiento a la realidad práctica,
a la vida del centro, y evaluar a todos los agentes educativos que la integran.
Estamos ante un concepto interpersonal, dinámico, que depende, en gran medida,
del clima de valores que se vive en el centro, ya que éstos orientan el hacer de las
personas, su comportamiento. “La convivencia escolar es una construcción colectiva
y dinámica, ya que, es fruto de las interrelaciones de todos los miembros de la
comunidad escolar y se modifica de acuerdo a los cambios que experimenten esas
relaciones en el tiempo. Así concebida, la calidad de la convivencia es
responsabilidad de todos los miembros de la comunidad educativa, sin excepción.”
(Donoso, 2005).

Por otro lado, con excesiva frecuencia se vincula convivencia escolar con la
detección de conductas violentas, discriminatorias y abusivas. La mejora de la
convivencia como fin educativo persigue entre otras cosas, favorecer el conjunto de
relaciones interpersonales que se establecen en el centro, especialmente entre los
alumnos, entre alumnos y
profesores, y entre profesores y padres. Sin embargo, su contribución va más allá
de estos propósitos, pues la convivencia es un valor en si mismo, y favorece la
formación ciudadana de los alumnos. “Se trata de formar una personalidad con la
interiorización personal de valores básicos para la vida y para la convivencia, una
convivencia en el ámbito democrático donde sean posibles el encuentro y el
entendimiento, desarrollando entre todos un mundo más humano, esto es, la
construcción de una cultura democrática, lo cual remite a la formación del ciudadano
participativo, un ser capaz de cooperar, dialogar y ejercer sus responsabilidades; un
ciudadano que además de poseer unos derechos, también ejerza unos deberes, ya
que democracia significa demos, y pueblo significa gente unida en torno a unos
valores comunes” (Maldonado, 2004, 470). Apoyándose en esto, se afirma
frecuentemente que la convivencia es la antitesis de la violencia.
2. Violencia: antitesis de convivencia
Antes de adentrarnos en exponer algunos de los resultados que sobre violencia
escolar se han recogido en diversas investigaciones, consideramos esencial
determinar qué entendemos por violencia. La violencia no es innata, por el contrario
se aprende, y si es aprendida, debemos suponer también que es evitable. No hay
constancia de que al nacer los niños sepan dar puñetazos, lanzar una piedra,
disparar un tirachinas, insultar, etc., de modo que no hay duda de que los niños
aprenden un extenso repertorio de comportamientos y tácticas agresivas (Tobeña,
2003). La violencia es algo más que una respuesta mecánica a un estimulo, se trata
de un acto con sentido e intencionalidad, ya que implica necesariamente la intención
de querer hacer daño (Hernández, 2004). Se trata de un fenómeno complejo,
multicuasal, y negativo, de modo que no cabe posibilidad de negociación, ni
justificación alguna que legitime el acto violento. Todo suceso de violencia es
siempre denunciable y atenta contra la dignidad del ser humano. Por otra parte, el
concepto de violencia se encuentra relacionado con la aplicación de la fuerza para
conseguir imponer los intereses propios sobre los intereses de los demás, y/o con
el uso inadecuado del poder. En esta misma línea, la violencia puede entenderse
como el resultado final de una mala resolución de los inevitables y necesarios
conflictos humanos (Palomero y Fernández, 2002).

Mucho se ha investigado, hablado y publicado sobre la violencia escolar en tan poco


tiempo, que parece ser la única forma de violencia existente, cuando la realidad
evidencia que la violencia no es exclusiva del ámbito escolar, más bien se trata de
un fenómeno social que afecta a distintas parcelas de la sociedad. La violencia es
una realidad social, que tiene cabida en nuestra sociedad y en torno a la cual se han
establecido una serie de mitos1. En primer lugar, se considera que la violencia
escolar es fenómeno nuevo, característico de la juventud de nuestros días. En
palabras de Moreno (2003) estos sucesos se han producido desde siempre, pero
ahora son más visibles, no tanto porque afecten a más personas, sino porque los
medios de comunicación, los padres y madres de los alumnos y la sociedad en
general, se han hecho mucho más sensibles a las problemáticas educativas.

En lo que respecta a la gravedad de las situaciones de violencia existe un doble


planteamiento, o bien son muy graves, utilizando el alarmismo social de algunos
casos concretos que nos escandalizan por ser sangrientos y de una violencia
extrema; o por el contrario, se tiende a minimizar la gravedad de la violencia,
defendiendo que se trata de juegos violentos que han existido siempre y que no
tienen mayor trascendencia. Por otro lado, se puede pensar que la violencia escolar
afecta tan sólo a una minoría de los alumnos matriculados, tendiendo a infravalorar
el problema. Es cierto, que este fenómeno en nuestro país, no es tan frecuente, ni
es tan grave, aparentemente, como en otros países, pero los efectos adversos de la
violencia escolar no solo repercuten en los agresores y victimas, sino también en los
testigos e indirectamente en toda la comunidad escolar, ya que daña el clima del
centro educativo.

En cuanto a las medidas que deben iniciarse para tratar de afrontar el problema,
éstas deben ser urgentes, drásticas y por supuesto efectivas, recurriendo
generalmente a medidas represivas y administrativas. Ahora bien, los problemas de
violencia no pueden abordarse sólo por la vía represiva, ya que se corre el riesgo
de verse multiplicados y aumentar en gravedad. Se hace necesario acciones
educativas encaminadas hacia el aprendizaje de los valores vinculados a la mejora
de la convivencia escolar. En este sentido, como cualquier otra acción diseñada para
solventar problemas educativos, los resultados no son inmediatos, por el contrario,
son a largo plazo. Por último, otro mito vinculado a la violencia escolar se deriva del
uso inadecuado de los términos, produciendo lo que Etxeberría, Esteve y Jordán
(2001) denominan un fenómeno de inflación o invasión de un campo semántico a
otro, pues se tiende a confundir los problemas de convivencia, de conflictividad y de
violencia escolar.

No todo es violencia, pero existe la tendencia de denominar todo bajo este epígrafe.
La investigación sobre violencia escolar en España se ha desarrollado
mayoritariamente desde el enfoque psicoeducativo, centrado en la violencia
interpersonal entre escolares, internacionalmente conocido como Bullying. Son
múltiples los estudios españoles al respecto, por citar algunos de ellos Vieira,
Fernández y Quevedo, 1989; Cerezo y Esteban,1992; Ortega,1994; Defensor del
Pueblo, 2000; Durán Guzmán, 2003; … Coincidimos con Jares (2006) en reconocer
que esta forma de abordar la violencia escolar es importante, a la vez que restrictiva
e incompleta desde el punto de vista educativo, “restrictiva, porque se limitan a uno
de los agentes del proceso de enseñanza-aprendizaje, el alumnado, y a un tipo de
violencia, la relacionada con la violencia física; incompleta, porque dejan fuera de
análisis diversas variables contextuales, metodológicas u organizativas, que pueden
influir no solamente en la aparición de las conductas violentas, sino también en el
marco más amplio de la conflictividad” (468).

A pesar de las dificultades de establecer comparaciones entre los resultados, se


pueden establecer una serie de conclusiones generales comunes a todos los
estudios realizados (Defensor del Pueblo, 2000). En primer lugar, se trata de un
problema con cobertura mundial, pues se han registrado casos de este tipo de
violencia escolar en todos los países estudiados, pero con diferencias en cuanto a
la incidencia, oscilando entre el 6 y el 15%. En lo que se refiere al género de los
alumnos que se encuentran implicados en las dinámicas de agresión-victimización,
los resultados obtenidos sostienen que los alumnos de sexo masculino predominan
en la violencia física, mientras que el maltrato psicológico es más común entre las
chicas. Otra tendencia interesante es que la cantidad de alumnos víctimas decrecía
a medida que aumentaba tanto la edad como el nivel, situándose la franja de mayor
violencia entre los 13 y los 15 años. Existe un predomino de las agresiones de tipo
verbal como los insultos y los motes, seguido del abuso físico como los golpes y las
peleas, y del maltrato por exclusión social a través del rechazo, de no dejar participar
o de ignorar a los compañeros.

En lo que se refiere a los lugares donde suelen cometerse las situaciones de


violencia entre los escolares, los resultados no presentan una homogeneidad clara
como sucedía en los aspectos anteriormente tratados. En este sentido el informe del
Defensor del Pueblo señala que “en los niveles de educación primaria el espacio de
mayor riesgo es el recreo, en el nivel de secundaria se diversifican los lugares de
riesgo, incrementándose los índices de abusos en los pasillos y en las aulas” (2000,
67). Por último, los resultados manifiestan una tendencia a considerar que los
incidentes de maltrato entre iguales no deben ser comunicados, sobre todo a edades
más avanzadas, lo que dificulta la detección y la posterior intervención, poniendo de
manifiesto la necesidad de educar a los alumnos para romper este silencia ante la
violencia.
Ante este panorama escolar, la administración nacional y autonómicas, no duda en
facilitar los organismos necesarios para intervenir en tan peliaguda cuestión.
Recientemente, el 24 de octubre de este mismo año, se constituyó oficialmente el
Observatorio para la Convivencia Escolar en la Región de Murcia como un órgano
colegiado que sirva de instrumento a la comunidad educativa y a la sociedad para
conocer, analizar y evaluar la convivencia en los centros docentes.

3. El papel de familia en la mejora de la


convivencia escolar
Si reconocemos que la convivencia escolar es un valor, como tal, su aprendizaje
exige necesariamente de la participación de la familia, ya que ésta es considerada
como el hábitat natural de la educación en valores. Dicho de otro modo, cualquier
iniciativa desarrollada por el centro educativo hacia la mejora de la convivencia
escolar presenta limitaciones de éxito si excluye a la familia. La familia desempeña
en los primeros años de la vida del individuo una función de excepcional relevancia,
porque canaliza su relación con la realidad del mundo. Los padres constituyen la
principal referencia para la socialización de los hijos, mediante la transmisión de
creencias, valores y actitudes, que incidirán en su desarrollo personal y social No
obstante, las relaciones interpersonales que se mantienen en la familia, incluso en
el modelo de alteridad y acogida, no están exentas de situaciones de conflictividad.
Los conflictos entendidos como enfrentamiento de ideas, intereses o valores son
algo propio de la naturaleza humana, por lo tanto son inevitables. En lo que respecta
a los conflictos intrafamiliares se observa un mayor predominio de los conflictos que
mantienen con sus padres y con sus hermanos, frente al conflicto entre adultos, con
otros familiares o incluso a las unidades familiares sin conflictos aparentes
(Hernández, 2007). Los motivos que sustentan estos datos son, entre otro, que los
padres y hermanos son los miembros familiares con los que pasan mas tiempo, con
los que más interaccionan, y además, el vinculo afectivo con ellos es mayor, por lo
tanto el conflicto se vive de otra manera, más intensamente.

Por otro lado, de la revisión bibliográfica de textos relacionados con la violencia


escolar se desprende que uno de los factores claves en la génesis de los conflictos
y la manifestación de respuestas violentas a los mismos es la familia, ya que ésta
desempeña un papel vital en el proceso de formación de la personalidad de las
nuevas generaciones. En este sentido, los resultados obtenidos por Hernández
(2004) ponen de manifiesto que las variables conflictos familiares, y la calidad de la
relación padres e hijos influye en la integración y nivel de conflictividad del niño en
el centro. Por el contrario, otras variables estructurales o de organización familiar
tienen un menor peso en este tipo de conductas. Centrándonos en las dinámicas
intrafamiliares y la desorientación de los padres cuando han de actuar como “padres-
educadores”, los datos desvelan que (Hernández, 2005):

 la mayoría de los alumnos que viven conflictos en sus casas también los
viven en el colegio, verificándose la relación entre conflictos familiares y
conflictos escolares. Sin embargo, la relación entre conflictividad intrafamiliar
y la implicación de los alumnos en situaciones violentas (bullying) no esta tan
clara.
 el modo que tienen los padres de gestionar los conflictos familiares constituye
un aprendizaje para la gestión de los conflictos escolares.
 los alumnos que mantienen unas relaciones asistenciales con sus padres
justifican el uso de la violencia, de modo que existe mayor probabilidad de
convertirse en agresores.
 los alumnos con un diálogo familiar adecuado (modelo paterno-familiar de
acogida) se encuentran mejor integrados que los alumnos con un diálogo
familiar inadecuado, y no se ven implicados con asiduidad en situaciones de
violencia escolar.

El dialogo en la familia debe caracterizarse por la narración de experiencias, solo de


esta manera, las experiencias vividas por los miembros de la familia se convierten
en ejemplos o modelos de aprendizaje para el otro, además de fortalecerse los
vínculos afectivos entre los miembros familiares. Mi experiencia deja de ser
exclusivamente mía para convertirse también en una experiencia para el otro, como
muy bien recogen Ortega y Hernández (2007) “La riqueza de significados, lecturas
de mi experiencia no se agota en mí como sujeto de la misma, por el contrario, me
transciende, me desborda para llegar a ser la experiencia de otros y dar lugar a
nuevos significados. La experiencia narrada, contada ya no pertenece al narrador,
empieza a ser la experiencia de otros.”

Si trabajamos en colaboración con la familia, desde los parámetros anteriormente


apuntados, el trabajo realizado en al escuela para mejorar la convivencia y la
relación entre los escolares, verá sus posibilidades de éxito multiplicadas, pues el
alumno percibirá coherencia entre el clima escolar y el familiar. A modo de
conclusión, nos gustaría señalar que la educación escolar no debe limitarse a la
transmisión de los conocimientos disciplinares básicos, debe atender, más bien, a
la formación integral del alumno favoreciendo una ciudadanía responsable que
garantice no sólo su dignidad como persona sino también la de los demás, a través
de una adecuada convivencia.

Notas:
1
Estos mitos han sido abordados en Hernández Prados, M.A. (2004) Los conflictos
escolares desde la perspectiva familiar. Tesis doctoral. Universidad de Murcia

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escolar.
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