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Aves sin nido

de Clorinda Matto de Turner (1889)

Los esposos Fernando y Lucía Marín se instalan temporalmente en Kíllac, una pequeña aldea de
los Andes peruanos desde donde Fernando atenderá sus negocios mineros. Los Marín son un
matrimonio joven —Lucía no pasa de los 20 años, y Fernando no le lleva mucha diferencia de
edad—, con ideas positivistas/ “vanguardistas y de progreso.” De acuerdo con los Marín, es
necesario desechar la decadencia (moral, económica, cultural) en que se ve sumido el Perú,
herencia de la Colonia, y construir un nuevo Perú. Significativamente, la mirada de los Marín está
puesta en Estados Unidos y Europa —excluyendo a España, a la que se identifica con opresión y
colonialismo. Los Marín representan al “nuevo Perú,” uno que desdeña (por lo menos
superficialmente) el abuso y dependencia coloniales/españoles; se identifican como “auténticos
peruanos.”

A poco de su llegada, Marcela, una mujer india, le pide socorro económico a Lucía Marín: si ofrece
compensación monetaria a la casa cural, será exenta de su trabajo como mitani del sacerdote.
Este trabajo no remunerado, explica Marcela, implica no sólo las labores domésticas en la casa
cural, sino también relaciones sexuales forzadas con el sacerdote. Lucía asiste a Marcela, quien
acalla ante el clérigo el origen del dinero. Este comenta que el dinero es fruto de la deshonestidad
y liviandad de la india, y la obliga, a pesar de todo, a la mita. Sin embargo, la cuestión no concluye
allí; al contrario, es solamente le comienzo. Los “notables” de Kíllac, entre quienes se encuentran
el teniente político, el sacerdote y don Sebastián Pancorbo, encolerizados ante la intervención de
los “forasteros Marín,” encabezan un ataque no sólo a la casa de los Yupanqui, sino de los Marín.
Los Marín, al ser “forasteros,” arguyen los “notables,” desconocen la dinámica y las tradiciones del
pueblo. Es más, aún de conocerlas, al ser “forasteros” no tienen voz en cuanto a las mismas.

El campanero Isidro Champí es puesto en prisión por dar aviso de la revuelta contra los Marín,
Marcela y Juan Yupanqui severamente castigados, y las hijas de éstos, Margarita y Rosalía,
acogidas bajo la protección de los Marín. Margarita, la hija mayor de Marcela, se destaca desde
un principio, no solo por su belleza, sino también por su fisonomía. Los “notables” del pueblo
desaprueban abiertamente la actitud de los Marín, a quienes consideran “forasteros” que atentan
contra las tradiciones de la comunidad, como la mita, el pago adelantado de la siembra, la
violación de las mujeres, los castigos corporales, el monopolio comercial, el pongueaje, etc.
Solamente dos personas relacionadas con los “notables” se distancian de tales actitudes opresivas:
doña Petronila, la esposa de don Sebastián Pancorbo, el alcalde, y su hijo, Manuel.

Las presiones de los “notables” del pueblo se hacen sentir en la casa de los Marín, quienes
determinan alejarse del pueblo: su labor altruista no sólo no es apreciada por quienes podrían
apoyarlos, sino que encuentra franca oposición, de lo que dan cuenta las continuas agresiones
(verbales y físicas) de las que son objeto los Marín. Fernando y Lucía hallan el aire de Kíllac
irrespirable y planean la mudanza a la ciudad, Lima, donde según dicen, hallarán el ambiente
socio-cultural que desean y que comprenderá sus ideas. En la ciudad, Margarita y Rosalía recibirán
una educación acorde a las ideas de sus padrinos, los Marín. Manuel Pancorbo, quien se ha
prendado de Margarita, decide continuar sus estudios de leyes para hacerse merecedor de la
mano de la muchacha. Poco antes del viaje de los Marín, en su lecho de muerte, Marcela le
confiesa a Lucía que Margarita era producto de una violación. Su padre no es otro que el
sacerdote anterior de Kíllac, el obispo Pedro Miranda y Claro. Manuel Pancorbo es, también, hijo
del obispo, fruto de una relación prematrimonial de doña Petronila. Don Sebastián, en un
intercambio mutuamente beneficioso, había dado su apellido a la madre y el niño, a la vez que a
través de su matrimonio había accedido a la clase acomodada.

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