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Una aproximación cualitativa al estudio de las enfermedades crónicas: las


representaciones sociales

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Teresa Torres
University of Guadalajara
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Revista Universidad de Guadalajara/Ciencias sociales y de la salud

Ciencias sociales y ciencias de la salud


Una aproximación cualitativa al estudio de las
enfermedades crónicas: las representaciones
sociales
Teresa Margarita Torres López
Instituto Regional de Investigación en Salud Pública del Centro Universitario
de Ciencias de la Salud

E mail: ttorres@cucs.udg.mx y torrestemar@hotmail.com


El estudio de las enfermedades crónicas

En el campo de la salud existe preocupación por el creciente aumento de las


enfermedades crónicas, es decir, de los padecimientos incurables. Ello, en gran
parte, deriva del hecho de que numerosos enfermos logran sobrellevar sus
males durante décadas, y al prolongar su vida demandan una atención
permanente y adecuada.

En el mundo actual, las enfermedades no transmisibles han pasado a sustituir al


grupo de las que sí lo son. De acuerdo con la Organización Panamericana de la
Salud, durante 1990 se registró el mayor porcentaje de defunciones por causas
no transmisibles en las diferentes regiones del mundo, excepto en África al sur
del Sahara y en los países de Oriente Medio. El porcentaje de muertes por esas
causas, en ese mismo año, es de 58.1 por ciento en Latinoamérica, mientras
que las defunciones por enfermedades transmisibles, causas maternas y
perinatales son de 33.4 por ciento (OPS 1996a). Esto es el resultado de una
tendencia que empieza un siglo atrás, cuando las defunciones infantiles y las
provocadas por enfermedades infecciosas pasan a ser cada vez menos
frecuentes, mientras que las defunciones y discapacidades causadas por las
enfermedades vasculares, el cáncer y las lesiones mortales, se convierten en
una carga cada vez más pesada para la sociedad (OPS 1996b).

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México ha experimentado en los últimos años un cambio en los patrones de


morbilidad y mortalidad. Esto se debe, entre otras razones, a que la esperanza
de vida muestra un aumento considerable: en 1990 se estimaba en 69.7 años,
esto es, 10.8 años más que en 1960. La población muestra un incremento
proporcional de adultos y viejos, lo que, aunado a la creciente migración a
zonas urbanas, explica la prevalencia de enfermedades crónicas y
degenerativas. La tasa de mortalidad infantil se reduce a la mitad entre 1960 y
1989; y para los grandes grupos de causas, la mortalidad por enfermedades
transmisibles desciende entre 60 y 87 por ciento en todos los grupos de edad
durante las tres últimas décadas, lo que contribuye en gran medida al descenso
de la mortalidad en general (OPS 1995). El conjunto de enfermedades crónicas
y degenerativas desplaza a las infecciosas como origen de muerte en los
adultos, pero no en los niños. Las tres primeras causas de defunción en 1990
para los hombres de quince a sesenta y cuatro años, son los accidentes, los
homicidios y la cirrosis; en tanto que en las mujeres son los tumores malignos,
las enfermedades del corazón y la Diabetes mellitus. Entre las principales
causas de mortalidad en las personas mayores de sesenta años y más se
destacan las enfermedades del corazón, los tumores malignos, la Diabetes
mellitus y la enfermedad cerebrovascular, aunque también son importantes las
infecciosas de origen pulmonar, junto con la desnutrición. En suma, las
enfermedades transmisibles dejan de figurar entre las cinco primeras causas de
defunción en la población general (OPS 1995).

Las enfermedades crónicas pueden ser entendidas de diversas formas, según el


punto de vista desde el cual se parta, ya que la visión de los profesionales del
sector salud no tiene que ser necesariamente la misma de la del enfermo y su
familia. Para considerar las diferentes perspectivas se cuenta con la propuesta
de varios autores que llaman la atención hacia las diversas connotaciones que
puede tener el concepto de enfermedad (Eisenberg 1977; Kleinman 1980;
Helman 1990). Dichas connotaciones se toman de tres palabras utilizadas para
designar fenómenos interrelacionados, pero diferentes: patología (disease),
padecimiento (illnesss) y enfermedad (sickness).

La patología define el mal funcionamiento de procesos biológicos o


psicológicos; designa las anormalidades funcionales o estructurales de base
orgánica (Kleinman 1980). La enfermedad alude a las dimensiones sociales, en
las que se insertan los procesos de la misma, y a sus articulaciones ideológicas,
sociopolíticas y económicas (Comelles y Martínez 1993). El padecimiento
incluye la atención, percepción, respuesta afectiva, cognición y valoración
directa ante la enfermedad y sus manifestaciones (Kleinman 1980); hace,
además, referencia a sus dimensiones culturales (Comelles y Martínez 1993).

Concebir la enfermedad crónica como un padecimiento resalta la visión desde


dentro. Esto, en contraposición con la perspectiva desde fuera, típica de la
mirada médica, la cual minimiza o ignora la subjetividad real del que sufre. La
perspectiva desde dentro se centra directa y explícitamente en la experiencia

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subjetiva de vivir con uno o más padecimientos (Conrad 1987). En la


antropología, tal aspecto se ha llamado el punto de vista emic, palabra con la
que se designa la visión de los sujetos de estudio.

La aproximación metodológica centrada en los actores constituye uno de los


rasgos diferenciales del enfoque antropológico respecto del biomédico, además
de que la acuñación de los conceptos padecimiento y patología expresan, y en
parte sintetizan, el peso de esta aproximación en el estudio antropológico del
proceso salud, enfermedad y atención, la cual pretende dar la palabra a los
sujetos sociales y supone que dar esa voz no implica sólo escucharlos, sino
asumir que es correcta y verdadera (Menéndez 1987).

El estudiar desde esta perspectiva implica necesariamente considerar una gran


cantidad de aspectos subjetivos y significados que un enfermo le otorga a la
experiencia de vivir con y a pesar de un padecimiento crónico. Según Conrad
(1987), para comprender esta situación se hace necesario explorar el
significado de la enfermedad considerando la organización social del mundo
del que sufre, así como sus estrategias de adaptación, las teorías y
explicaciones que las personas desarrollan sobre su estado, ya que todo ello
influye en la forma de atención, sea o no médica, que proporciona a su
padecimiento.

Un creciente interés se presenta en la actualidad por la perspectiva de la


persona que sufre algún tipo de trastorno. En particular, por conocer el punto
de vista de la gente que no tiene formación académica en el campo de la salud,
es decir, de los profanos o legos. Se destacan estudios al respecto de sus ideas,
significaciones, experiencias y representaciones en el área (Good 1977; Conrad
1987; Herzlich y Pierret 1988).

El estudio del concepto de salud, desde el punto de vista de la gente común, se


considera un nuevo valor en la civilización occidental; algunos autores lo
llaman la nueva conciencia de la salud, la cual determina en gran medida
estilos de vida y otras conductas en salud (Pierret 1993). A esto se agrega el
reconocimiento de que la experiencia individual de la enfermedad (y de la
salud) y la concepción que los profanos tienen de ella no son separables del
conjunto de los fenómenos macrosociales (Herzlich y Pierret 1988).

De las diversas líneas de aproximación que incorporan estas preocupaciones


una es el estudio de las representaciones sociales. Éstas, no obstante la
confusión, son entendidas como los conocimientos específicos, los saberes del
sentido común, que orientan la acción, la comunicación y la comprensión del
entorno social, material o ideal (Jodelet 1993). Las concepciones sobre la salud
y la enfermedad en general, y sobre algún tipo de padecimiento específico,
como el caso que nos ocupa, de uno crónico, condiciona los significados, la
interpretación de sensaciones y la percepción de los cambios y potencialidades

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corporales que la persona tendrá.

Por otro lado, las representaciones sobre los padecimientos deben estar
referidas de modo necesario a la estructura social, ya que están marcadas
socialmente por las condiciones y el contexto en el cual emergen, así como por
las comunicaciones a través de las que circulan y por las funciones que
cumplen en la interacción con el mundo y con los demás (Banchs 1990). Así, el
contexto social es fundamental, ya que éste determina en gran medida el tipo
de materiales sobre los cuales se constituyen los contenidos de la
representación. La mayor parte de éstos provienen del fondo cultural
acumulado en la sociedad a lo largo de la historia, que circula en toda sociedad
en forma de creencias ampliamente compartidas, de valores considerados como
básicos, de referencias históricas y culturales que integran la memoria
colectiva, así como la identidad de la propia sociedad (Ibáñez 1994).

Existen principalmente cuatro fuentes de información. La primera se refiere a


la vivencia de las personas; la segunda a lo que piensa; la tercera es la
comunicación social y la observación; y la cuarta son los conocimientos
adquiridos a través de medios formales, como las lecturas, la profesión de las
personas, y los medios de comunicación de masas. Estos últimos han tenido
una función importante en la vulgarización de los conocimientos científicos, ya
que las representaciones funcionan como sistemas de conocimiento favorables
o desfavorables a la asimilación del conocimiento científico o técnico (Jodelet
1997). La revolución de las comunicaciones, primero a través de los libros y
los periódicos, y luego a través de los medios, ha permitido la difusión de
imágenes, nociones y lenguajes que la ciencia inventa incesantemente. Éstos se
convierten en parte integrante del bagaje intelectual del hombre común. Es un
conocimiento de segunda mano, que se extiende y establece de manera
constante un nuevo consenso de acuerdo con cada descubrimiento y cada teoría
(Moscovici y Hewstone 1993).

Las representaciones sociales, cuando son acerca de un padecimiento, llevan a


las personas a tomar una postura ante su enfermedad, y con ello, sobre la forma
en que debe ser manejada y atendida. Si los profesionales de la salud no
cuentan con información sobre estas representaciones, es muy posible que sus
propias representaciones en torno al padecimiento no coincidan con la de los
enfermos y las de los familiares de éstos.

Existen, de hecho, discrepancias en el modo de concebir la enfermedad entre


las personas y el personal médico (Cohen y cols. 1994; Hunt y cols. 1998).
Esto se debe a que los profesionales de la salud se encuentran cada vez más
alejados de la población a la cual dirigen sus acciones, sobre todo en lo que
respecta a las formas de concebir y actuar de las personas en relación con su
salud y su enfermedad. Hoy, se reconoce que la enfermedad del paciente no
coincide con la enfermedad del médico (Herzlich y Pierret 1988).

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El conocer las representaciones permite una forma de acercamiento a los


conocimientos, saberes, significaciones, así como de concebir e interpretar la
realidad de las personas que sufren algún tipo de padecimiento. El estudio de
las representaciones en el campo de los padecimientos crónicos facilita el
acceso a las formas de pensamiento y de acciones que la gente común lleva a
cabo, que deben ser importantes para los trabajadores de la salud.
Principalmente porque estos conocimientos, sean compatibles o no con el
conocimiento médico, tienen implicaciones significativas sobre la manera en
que las personas atenderán su padecimiento, y en la aceptación, rechazo o
indiferencia del manejo de su enfermedad prescrito por los profesionales de la
salud. Si estos profesionales respetan y toman en cuenta las representaciones de
los enfermos crónicos habrá mejoría en su relación con ellos, lo cual redundará
en una mejor atención y manejo de la enfermedad, con el consecuente ahorro
de recursos de diversos tipos para el sector salud, y para el enfermo, en un
mayor control del padecimiento y sus consecuencias, la prevención de
complicaciones y una mayor calidad de vida en general.

Una aportación más considera que las representaciones sociales se encuentran


enraizadas en la realidad social e histórica, al mismo tiempo que contribuyen a
construir ésta (Herzlich 1991). Por ello, las representaciones sobre un
padecimiento crónico comprenden no sólo información sobre las concepciones
colectivas de lo que constituye el enfermar, padecer y atender una enfermedad,
sino también sobre cómo estos procesos fueron construidos y reelaborados a la
luz de las experiencias personales y las compartidas, ya sea con otros enfermos,
familiares, profesionales de la salud e instituciones. Así, su análisis permite una
interpretación no sólo de los sistemas de creencias de los legos en el campo, o
de los modelos de atención en salud, sino por entero de la sociedad actual.

El estudio de las representaciones sociales, al igual que otras áreas en el campo


de las ciencias sociales, se enfrenta a la situación enunciada por Geertz (1991);
las fronteras entre las ciencias sociales y las humanidades se han estado
borrando. Ello significa que han surgido nuevos modos de aproximación; la
tendencia es hacia una concepción de la vida social organizada en términos de
símbolos (signos, representaciones), cuyo significado (sentido, valor) debemos
captar si es que queremos comprender esta organización y formular sus
principios. El recurso de las humanidades en busca de analogías expiatorias es
al mismo tiempo evidencia de la desestabilización de géneros y del surgimiento
del giro "interpretativo", cuyo resultado más visible es un estilo modificado de
discurso en los estudios sociales (Geertz 1991).

En el estudio de las ciencias sociales se ha venido gestando en las últimas


décadas algunos cambios. Uno de los cuales constituye el valorar dichos
aspectos subjetivos, que hasta hace poco no eran considerados como objetos de
análisis. A finales de los años setenta, un cambio de perspectiva se operó en las
ciencias sociales. Asistimos a una crisis profunda de los esquemas explicativos

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globales, fundados sobre las determinaciones socioeconómicas. El sujeto (su


experiencia, o sentido que él mismo da a su acción) se tornó un objeto de
estudio de máxima legitimidad. Al mismo tiempo, el científico social comenzó
a interrogarse acerca de su posición respecto al objeto de investigación. En este
campo, la noción de representación se convirtió en un tipo de "metanoción"
común a todas las ciencias sociales, que designa cualquier contenido ideático
aplicable incondicionalmente a cualquier objeto o situación (Herzlich 1991).

Las representaciones sociales

La escuela que ha profundizado en el estudio de las representaciones es la


francesa, la cual, dada la diversidad de aproximaciones, considera necesario
clarificar algunos elementos que han sido considerados parte de las
representaciones sociales; éstos son: las creencias, los saberes de sentido
común y el papel del ser humano como productor de conocimientos.

Existen dos tipos de creencias, a las cuales llama resistibles e irresistibles. Las
primeras hacen referencia a creencias presentadas como respuesta a estímulos
sociales, y que luego son abandonados por el sentido común para adoptar
representaciones nuevas. Las segundas, las irresistibles, son como ilusiones
perceptuales: nosotros no tenemos la libertad de desecharlas, tenerlas o
corregirlas, si se necesita hacerlo; son las ideas, memorias, o rituales que toman
posesión de nosotros y son inadvertidamente asociadas en su forma, como si
fueran independientes de nuestro razonamiento (Moscovici 1993). Ejemplos de
esto último son los prejuicios, trivialidades, proverbios, significados
compartidos y también los paradigmas. Estas diversas formas de creencias van
a venir a constituir, tal como se verá más adelante, los contenidos de las
representaciones sobre un padecimiento crónico.

En cuanto al saber popular, éste se compone de conocimientos, creencias y


valores representados por símbolos, que son descifrables con sentido pleno,
para quienes los han creado y los utilizan en su cotidianidad (Leis 1989). Es
una mezcla de ideas del saber-hacer, saber-vivir, saber-oír, etcétera. Es un tipo
de saber que excede a la determinación y la aplicación de criterios de verdad,
pero en cambio comprende criterios de eficiencia, justicia, dicha, y belleza
sonora y cromática. El consenso permite circunscribir el saber y diferenciar al
que sabe del que no sabe; en suma, es lo que constituye la cultura de un pueblo
(Lyotard 1989).

El saber de sentido común es la forma en que las personas comparten su vida


cotidiana, y le dan sentido a través de la comunicación (Palmonari 1998). Por
tanto, es un cuerpo de conocimientos basado en tradiciones socializadas y
enriquecido por miles de observaciones y de experiencias sancionadas por la

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práctica. En dicho cuerpo, las cosas reciben nombres, los individuos son
clasificados en categorías, se hacen conjeturas de forma espontánea durante la
acción o la comunicación cotidianas. Todo esto es almacenado en el lenguaje,
el espíritu y el cuerpo de los miembros de la sociedad. Esto otorga a dichas
imágenes, a estos lazos mentales, un carácter de evidencia irrefutable, de
consenso en relación con lo que todo el "mundo conoce" (Moscovici y
Hewstone 1993).

Así, podemos ver en el sentido común un cuerpo de conocimientos reconocido


por todos. Se le llama también conocimiento ingenuo, es decir, es el de
aquellos cuyo intelecto no ha sido corrompido por la educación, la
especulación filosófica o las reglas profesionales. Cabe destacar que, por lo
común, esta forma de saber no está demasiado integrada. Sus contenidos no
son necesariamente estables y consensuados, porque son en esencial
heterogéneos (Geertz 1994). Por ello, se debe partir de plantear la
aproximación metodológica, y asumir la existencia de posibles diferencias
significativas al interior de la cultura, la clase social, el grupo étnico, la
comunidad o, como en el caso que nos ocupa, el género (Menéndez 1987).

Un último elemento es el que plantea la visión del hombre como productor de


conocimientos, es decir, concebir al ser humano como un sujeto productor de
historia, un ser activo que incide sobre su ambiente, y no como un ser pasivo
que busca adaptarse a un ambiente (Banchs 1990). Así, se revalida al actor o
sujeto como unidad de descripción y de análisis, y también como agente
transformador, ya que propone un actor que produce y no sólo reproduce la
estructura social y los significados.

En el marco de estos conceptos, las representaciones sociales se presentan


como una alternativa de aproximación al estudio de los padecimientos
crónicos, en el que se busca destacar la perspectiva de las personas enfermas.
Sin embargo, desde el primer intento de conceptualización del término se
enfrenta con serias dificultades, dado que existe una diversidad de formas de
abordarlo. Esto se debe principalmente a que entre los autores que estudian las
representaciones no existe consenso para lograr definirlo.

En el caso del presente estudio se tomó la propuesta de definición de Jodelet


(1993), la cual ha sido representada por Spink (1993) con el esquema que se
muestra en la figura 1.

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En ese esquema se observan dos ejes: el primero hace referencia a las clases de
conocimiento práctico orientadas hacia la comprensión del mundo y la
comunicación. En el segundo, las representaciones emergen como
elaboraciones (construcciones de carácter expresivo) de sujetos sociales, al
respecto, de objetos socialmente valorizados (Spink 1993).

Las representaciones sociales constituyen modalidades de pensamiento


práctico orientadas hacia la comunicación, la comprensión y dominio del
entorno material y social. Con ello se destaca el carácter de producción de las
representaciones, ya que son construcciones de los sujetos sobre un objeto,
pero nunca reproducciones de ese objeto (Jodelet 1993).

Los mecanismos internos de su formación y funcionamiento se encuentran en


los procesos de objetivación y de anclaje. La primera es una operación
creadora de imagen y estructurante, "objetivizar es reabsorber un exceso de
significados materializándolos" (Moscovici 1976). Las fases del proceso de
anclaje son: selección y descontextualización de los elementos de la teoría;
formación de un núcleo figurativo (una estructura de imagen que reproducirá
de manera visible una estructura conceptual); y la naturalización, en la cual el
modelo figurativo concretará, al coordinarlos, cada uno de los elementos
transformados. El anclaje es el enraizamiento de lo social de la representación
y de su objeto. La intervención de lo social se traduce en el significado y la
utilidad que les son conferidos. Ya no se trata, como en la objetivación, de la
constitución formal de un conocimiento, sino de su inserción orgánica dentro
de un pensamiento constituido. Articula las tres funciones básicas de la
representación: cognitiva de integración de la novedad; de interpretación de la
realidad; y de orientación de las conductas y relaciones sociales (Jodelet 1993).

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La función social de las representaciones sociales posibilita la producción de


ciertos procesos claramente sociales (contexto de una serie de representaciones
compartidas) y la de tener un papel importante en la configuración de los
grupos sociales, en especial de su identidad (Ibáñez 1994).

No todo objeto puede ser considerado como representación social. Para


Moscovici hay tres características esenciales. La primera se refiere al criterio
de cuantificación, esto es, que sea un objeto o una información valiosa para la
colectividad. La segunda es el criterio de producción, es decir, que exista
suficiente información al respecto del objeto, aun cuando sea contradictoria. La
tercera es el criterio de funcionalidad, que los sujetos tomen una posición con
relación a la información y al objeto (Palmonari 1998).

El proceso salud-enfermedad cumple con estos criterios para ser considerado


como una representación, ya que los padecimientos constituyen uno de los
principales fenómenos de construcción de significados colectivos. Esto, a causa
de que las personas necesitan entender, explicar y manejar los procesos que lo
amenazan o interfieren en su vida cotidiana (Menéndez 1987).

Por lo que se refiere a la temática abordada con el enfoque de las


representaciones sociales, ésta ha sido variada. Algunos de los temas que
menciona Jodelet (1993) son los estudios sobre la comunicación social, el
campo educativo, la genética de las representaciones, la formación de éstas en
los grupos, la percepción y utilización del espacio y, sobre todo, las
concepciones de la salud y la enfermedad.

Estudios sobre representaciones de enfermedades crónicas

Existen pocos estudios sobre representaciones que se enfocan al tema de las


enfermedades crónicas. Los que aquí se presentan se centran en la enfermedad
mental, el sida, la enfermedad de Chagas, la lepra, los nervios, el cáncer, la
hipertensión y la diabetes.

Jodelet (1989) analiza la representación social de la enfermedad mental, con un


enfoque metodológico etnográfico. Se desarrolló en varias comunidades rurales
del centro de Francia donde ex pacientes masculinos eran alojados por familias
de la aldea, como parte de su rehabilitación gradual en la comunidad, después
de haber recibido tratamiento en instituciones. El supuesto era de que estos ex
pacientes serían tratados como miembros de la familia, pero los aldeanos los
consideraban fundamentalmente diferentes, ya que comidas y lavado de ropa
eran actividades que se realizaban de forma separada al resto de la familia, así
como también el que cualquier muchacha del pueblo iniciara una relación con
ellos significaba ser repudiada por sus parientes y amigos (Jodelet 1989).

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Otro padecimiento abordado desde el enfoque de las representaciones sociales


es el Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida (sida), del cual se reportan
tres estudios. Uno es a través del análisis de los diarios de la prensa francesa
con la finalidad de describir el proceso de construcción de la representación del
sida (misterio médico, construcción de un fenómeno social y apertura a la
esfera pública), en el cual se da cuenta de la relación entre los fenómenos
biológicos y sociales (Herzlich y Pierret 1989). El segundo es sobre las
representaciones del sida de un grupo de enfermos canadienses, en el que se
destaca cómo la forma de vida influye en la representación que se tenga de la
salud y la enfermedad, en este caso del sida (Bellavance y Perrault 1995). En
esta misma temática, utilizando el análisis de las narrativas de habitantes de
una zona rural de Haití, se explora el proceso de construcción de significados a
lo largo de la década de los ochenta, y se encuentra cómo la adopción de
nuevas categorías de padecimientos es asimilada en los anteriores marcos
interpretativos. Dentro de éstos subsisten a la vez creencias populares (como la
hechicería) y la visión biomédica del paradigma microbiano, todo ello
englobado en un paradigma más general que vincula la enfermedad a los
aspectos morales y las relaciones sociales (Farmer 1994).

Otro grupo de estudios sobre representaciones de padecimientos crónicos es el


que enfoca su atención a los sistemas de creencias dentro de su contexto
cultural, tal es el caso de las aportaciones sobre la enfermedad de Chagas de
Aparicio y cols. (1993) y de Shapira y cols. (1992); el de Fassin (1990) sobre la
lepra; y el de Low (1981) acerca del padecimiento de los nervios en Costa Rica.

Los estudios de la enfermedad de Chagas en diferentes poblaciones de


Argentina destacan la percepción estigmatizante que de ella tiene la población,
así como la falta de comprensión de parte de los servicios de salud sobre las
creencias culturales respecto de este padecimiento (Aparicio y cols. 1993;
Schapira y cols. 1992).

El estudio sobre la percepción social de la lepra y de los leprosos en Senegal


muestra la forma en que ésta es interpretada como una transgresión de una
prohibición, lo cual refuerza y legitima el estigma social, y le da al leproso una
imagen de impureza y mancha. Se resalta, además, la necesidad de conocer
estas perspectivas antes de iniciar programas de atención que pueden resultar
en contra de los mismos enfermos al no considerar sus particularidades
culturales y sociales (Fassin 1990).

En el estudio sobre el significado de nervios en San José de Costa Rica se


encontró que el bienestar está representado como el estar por completo sano, lo
cual implica vivir con tranquilidad, calma, en balance con el ambiente físico,
social y psicológico. Sobre el padecimiento de los "nervios", se hace referencia
a una variedad de problemas físicos y emocionales relacionados con problemas
familiares, sobre todo cuando existen dificultades para cumplir con el rol de

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cada persona, establecido culturalmente. Así, la búsqueda de atención para el


miembro de la familia que padece este problema lleva al restablecimiento del
estado de balance sociocultural (Low 1981).

Otro estudio sobre creencias es el desarrollado en el sureste mexicano en


cuanto a los factores causales del cáncer, identificados por mujeres con dicha
enfermedad y por médicos. Ambos grupos coinciden al señalar como causas
razones morales, como la conducta inapropiada y peligrosa de las enfermas, las
agresiones interpersonales y la conducta reproductiva impropia. La diferencia
entre las percepciones de médicos y pacientes se reflejó en la forma de
conceptualización del padecimiento, ya que los enfermos hacían hincapié en el
modo en que éste se introdujo en su vida y la había cambiado; con ello destaca
la experiencia subjetiva del padecimiento; por su parte, los médicos la
entendían como un objeto técnico y natural (Hunt 1998).

Otra investigación sobre las representaciones del cáncer encuentra diferencias


en la representación de la causalidad del cáncer con respecto del grupo social
de pertenencia. Las personas de clase media utilizan una variedad de términos
que hacen referencia a estados mentales de estrés y ansiedad, mientras que las
de la clase trabajadora utilizan términos relacionados con aspectos físicos,
como la contaminación, exposición a sustancias químicas, así como conductas
de riesgo: beber alcohol y fumar. En cuanto a la representación de la
terapéutica para tal padecimiento, los de clase media mencionan la importancia
de frenar el progreso del cáncer con terapias psicológicas, apoyo de la familia y
los amigos y adopción de actitudes positivas, mientras que los de la clase
trabajadora destacan tratamientos que involucran a la cirugía y los
medicamentos, así como el valor de la suerte en un proceso de recuperación
(Blair 1993).

Un estudio sobre las creencias individuales del padecimiento de la hipertensión


aborda tres análisis de corte cognitivo experimental, que exploran la influencia
del estrés en las creencias y representaciones del padecimiento. Muestra cómo
los atributos de la representación del padecimiento interactúan con la
información externa en el proceso de generación individual de representaciones
del padecimiento en lo que respecta al diagnóstico y los significados atribuidos
por los pacientes a su estado de salud (Bauman y cols. 1989). Por último, sobre
este mismo padecimiento, tiene como base teórica los modelos explicativos de
Kleinman. Encuentra que los enfermos identifican dos tipos de factores como
causalidad. Por un lado, los psicosociales como el estrés crónico y agudo (tanto
interno como externo) y, por el otro, los físico-hereditarios (como la existencia
de elementos obstructivos en las venas). Entre los provocadores de estrés se
mencionan los problemas emocionales y psicológicos derivados de los cambios
en la función social ocasionados por el padecimiento crónico (Blumhangen
1980).

Por último, el estudio de Torres (1999) sobre representaciones sociales de la

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diabetes reporta algunas de las funciones de éstas. Se hizo referencia a


diferentes enfermedades como causales de la diabetes, entre las que se destacan
el derrame de bilis y la hepatitis. Esto tiene que ver con la función de integrar
conocimientos nuevos a los ya existentes, ya que se representa a la diabetes con
la asociación de una enfermedad nueva (y un tanto desconocida) con otra ya
conocida. Esto se establece, por un lado por la cercanía, en la ubicación de los
órganos internos como hígado, vesícula y páncreas y, por el otro, con una de
las formas de tratamiento, como los remedios. Así, las personas suelen sugerir
"los tés (infusiones) de sabor amargo".

Con relación a la toma de postura ante un objeto, se tiene la que se genera ante
las representaciones de los diferentes tipos de atención para la diabetes. La de
la seguridad social es sumamente negativa, ya que se percibe poca satisfacción
y baja calidad en la mayoría de los servicios que ésta proporciona; por
contraposición, existe una mayor aceptación de los servicios públicos de salud,
como los que proporcionan los centros de salud. Asimismo, se tiene una
representación positiva de los médicos particulares, ya que manifiestan una
buena aceptación a pesar del costo económico que implica.

La función de legitimación y la fundación del orden social tienen que ver para
este caso con la considerable cantidad de información de origen biomédico que
las personas han incorporado a su saber popular y a sus representaciones sobre
la diabetes. Principalmente, se observa en las formas de tratamiento medicadas
y en el uso de terminología técnica médica sofisticada, ya que utilizan a
menudo nombres de medicamentos, sus componentes y conocen la forma en
que deben ser administrados, así como nombres de complicaciones y
enfermedades relacionadas con la diabetes; además de las implicaciones que
esto tiene en la práctica, ya que a pesar de rechazar muchas de las indicaciones
de los médicos, se les otorga una jerarquía significativa en la atención de su
padecimiento.

La representación de la diabetes permite, por un lado, la expresión de


sensaciones corporales, dolores, imágenes y significados propios sobre la
vivencia de la misma y, por el otro, la percepción del medio físico
contaminado, antinatural, de un contexto social, con limitaciones económicas,
problemas afectivos, familiares y de relación con la pareja. Así, la diabetes es
una vía de expresión, un vehículo, y un catalizador de un medio adverso, que
permite organizar acontecimientos, internos y externos, percibidos como
negativos.

Conclusiones

El estudio de las enfermedades crónicas, y de otras manifestaciones de los

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procesos de salud y enfermedad, a través del enfoque de las representaciones


sociales, constituye una opción importante en el campo de las ciencias sociales,
ya que éste nos permite acceder a otros mundos de interpretación y
significación diferentes a los de los profesionales; mundos que es necesario
conocer si se pretende proporcionar atención integral a los problemas de salud
de la población. Así, la principal aportación de esa aproximación cualitativa es
reconocer que la alteridad, es decir, los otros, se encuentran cerca; trabajamos
con y para ellos, por lo que se hace indispensable dar a conocer su voz.

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