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Construcción psicológica del personaje

A través de los personajes, el escritor crea un efecto narrativo que busca conmover a los lectores
o a los espectadores de una película.
El efecto por el que los espectadores sienten que están frente a personajes con espesor
psicológico nace de contrastes (o de refuerzos), no de la acumulación de rasgos “psicológicos”. De
nada sirve que se etiquete a un personaje con base a cualquier tipología (decir, por ejemplo, que el
personaje padece de trastorno de la personalidad esquizoide o de trastorno de la personalidad
paranoica), si luego, en su caracterización, sólo se ilustran los rasgos correspondientes sin
dramatizarlos. La “construcción psicológica” de los personajes debe tener como finalidad que los
espectadores logren sentir a los personajes.
La complejidad y la profundidad del efecto que construye la psique de un personaje es, como se
dijo, el producto de contrastes: por ejemplo, el contraste entre lo que un personaje desea (tal como lo
expresan sus diálogos y lo reafirma su conducta), y lo que este mismo personaje hace, muchas veces
en contradicción con lo que el mismo personaje quiere. O el contraste entre lo que hace y lo que dice.
O el contraste entre lo que desea y lo que puede lograr. O entre lo que quiere hacer y lo que debe
hacer. La tarea del escritor es mostrar, mediante acciones dramáticas, cada uno de estos contrastes.
Para que existan contrastes (o refuerzos) en la construcción de los personajes deben de existir
niveles nítidamente construidos: un nivel lo constituye lo que el personaje dice, y otro nivel lo que
indican sus palabras, por ejemplo. De la interacción de estos dos niveles, de su refuerzo o de sus
contradicciones, brota el efecto de que el personaje tiene una psique. Por eso, la ironía constituye una
buena herramienta para la construcción de los personajes: un diálogo irónico siempre pone al
descubierto por lo menos dos niveles: lo que el personaje dice y lo que el personaje quiere decir con lo
que dice. Por eso, también, el silencio o la omisión en los diálogos pueden tener tanta potencia
dramática. Porque el contraste entre lo que el personaje quiere decir y lo que calla, construye una
contradicción similar a la que suele vivir un ser humano, que dice cosas para ocultar lo que siente.
En los personajes que no tienen contradicciones, el refuerzo de rasgos es un recurso para la
construcción de la psique. Dicho refuerzo también requiere de niveles. Un personaje que no tiene
conflictos internos puede lucir profundo y verosímil (creíble) en la medida en que se sepa construir los
diversos niveles que entran en concierto. Se sabe, por ejemplo, que el personaje tiene una finalidad,
que puede alcanzarla y que hará todo lo posible por hacerlo y la exposición de esa fuerza triplicada
habla del empecinamiento, de la resolución, de la profundidad de una obsesión y así puede construirse
un personaje principal o un buen villano.
La “lucidez” de los personajes referida a la psicología (sobre todo a su propia realidad
psicológica), puede ser una enemiga devastadora de la verosimilitud psicológica. No hay nada peor que
un personaje que se autoanalice, que conozca y exponga sus móviles psíquicos, o sus contradicciones
emocionales, que diserte en torno a su propio complejo de Edipo. No hay nada más artificial que un
personaje que se “dé cuenta” de la angustia que lo aqueja, y que exponga su descubrimiento con
parrafadas psicologizantes. El efecto de que el personaje tiene “profundidad psicológica” nace, a
menudo, de la construcción de un desconocimiento: el personaje quiere, pero no sabe que lo quiere, o
no sabe por qué quiere aquello que desea con tanta vehemencia. O el personaje desea algo con toda
su alma, pero no puede alcanzarlo, y no logra saber de dónde proviene su impotencia. O el personaje
ni siquiera sabe lo que quiere, pero actúa irrestrictamente en pos de obtener lo que sus impulsos
demandan.
Otro terreno fértil para la construcción de efectos psicológicos es el de las interacciones entre
diferentes personajes. De ahí que las mejores escenas con contenido “psicológico” sean las que
exponen dramáticamente tanto los propósitos patentes, como las intenciones encubiertas de los
personajes que intervienen en la escena. Una buena escena de tal tipo suele ser una batalla, en la que
un nivel es lo que se dice y otro nivel lo que se quiere decir, en la que los diálogos sólo constituyen la
superficie de lo que pasa entre los personajes.
Hay herramientas útiles para la construcción de la psique de los personajes, por ejemplo, entre
otras varias, el llamado Triángulo Dramático de Karpman.

A través de este modelo se puede comprender que los personajes construyen su psiquismo, a
partir de roles. O, en otras palabras, que el dinamismo psicológico de los personajes, como el de las
personas que en la vida real, se expresa a través de ciertos juegos que se repiten hasta el cansancio:
jugar a ser víctimas, convertirse en perseguidores, transformarse en salvadores. Este continuo cambio
de papeles, en el drama, es espejo de las mínimas gestas psicológicas cotidianas.
El conocimiento de los mecanismos de defensa es una herramienta de peso: eso que se hace
todos los días para negar lo que se siente o para echarle la culpa a los demás. La dinámica misma de los
personajes con espesor psicológico está regida por conductas que al lector resultan familiares y que se
explican en virtud de estos mecanismos. De dichos mecanismos están tejidos los diálogos creíbles y de
ellos se nutren las escenas con profundidad psicológica.
Los personajes que conmueven, mueven (y remueven) los propios condicionamientos
psicológicos, hacen al lector huir u obedecer a sus propias fantasías inconscientes y pueden provocar el
despertar de sus fantasmas.

(Adaptación de “10 tips para la construcción de personajes con profundidad psicológica”. En: www.
http://frankbaiz.blogspot.com)

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