Más allá de la escasez: Poder, pobreza y la crisis mundial de agua ¿Cuál es la razón precisa por la que el acceso al agua y al saneamiento es un indicador de progreso humano? La respuesta es simple, porque el acceso a una fuente de agua cercana y segura, en cantidad y calidad, permite dejar de preocuparse por sobrevivir y empezar a preocuparse por progresar; y, el saneamiento hace lo mismo al reducir la exposición a vectores y enfermedades de todo nivel de gravedad. Lo expuesto hace ver porqué el acceso a agua y saneamiento no es un servicio suntuario, sino un derecho humano básico; es así que, la violación de este derecho a través de privatización de fuentes de agua o dotación y saneamiento costosos, refuerza desigualdades. Pero, tales desigualdades van más allá de decir quién pueden asearse todos los días y quién no, tales desigualdades determinan quién puede dedicar valioso tiempo a atender la esfera de la ciencia y de la política y, por lo tanto, quién tiene poder. Ahora bien, que se mida cuantitativamente el progreso con el indicador en cuestión… ¿Qué representa exactamente este número? Respecto al agua, se trata de estimar cuántas personas tienen acceso a una fuente que les brinde no menos de 20 litros de agua que no ponga en riesgo su salud; respecto al saneamiento, se trata de estimar la cobertura de redes necesarias para mantener un nivel de sanidad que asegure la no exposición a enfermedades por suciedad y falta de ventilación. El pasado es buen maestro y señala que: Primero, la acumulación de riqueza por industrialización aumenta ingresos, pero no implica mejora de los indicadores básicos de calidad de vida; es decir, la generación de riqueza no es sinónimo de desarrollo humano. Para demostrarlo es suficiente recordar que fueron las inversiones públicas en saneamiento las que incrementaron el número de nacidos vivos en la Inglaterra de 1900, más no el aumento de ingresos privados. Segundo, la dotación de agua segura no implica mejora de calidad de vida si se deja de lado el saneamiento; de hecho, la brecha entre ambas es perjudicial para la salud pública. Tercero, el agua cara no sirve para la salud pública; un ejemplo palmario de esta aseveración es la situación actual de millones de poblaciones pobres que llegan a pagar hasta $5.5 por 1 m3 de agua. Una comparación entre las estadísticas y la vida real refleja que los datos subestiman la magnitud real del problema del agua aún en pleno siglo XXI; como ejemplo grotesco de esta realidad, se ha de citar que para el barrio de Kibera, a 7 Km del parlamento keniano, el gobierno reporta cobertura de saneamiento de 99%, sin embargo, una apreciación independiente estima que la cobertura llega apenas al 23%. Si bien las rutas para enfrentar el problema de la crisis del agua son diferentes para cada zona, se coincide en que cualquier forma de participación de privados no puede imponer tarifas que violenten aún más a los pobres al restringir su derecho por no poder cubrir las tarifas; esta idea se basa en la conocida lección de que la municipalización del agua ha sido el gran avance en materia de servicios básicos. Garantizar que todos podamos ejercer el derecho al agua y saneamiento, permite el crecimiento económico y como consecuencia, disminuir brechas de clase, pero, también brechas de género, puesto que, son las mujeres las tradicionalmente encargadas de conseguir y cuidar el agua. Finalmente, el derecho ejercido es potencial reductor de la migración campo – ciudad que, en las urbes de países desarrollados dificulta la cobertura y, en las de países en desarrollo, incrementa los asentamientos ilegales y, por lo tanto, la población sin acceso a agua segura y saneamiento.