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Dr. Martín G.

Scola “Evolución, Degeneración y Regeneración Alimentarias del Hombre” 22

SEPARATA Nº 02 DEL LIBRO

Evolución, Degeneración y Regeneración


Alimentarias del Hombre

Por el Dr. Martín Gotthelf Scola

Este libro fue publicado por la Dirección de Cultura de la Universidad Central de Venezuela,
Caracas, en 1965)

(Para uso EXCLUSIVO de los alumnos del


Dr. Germán Alberti
En ISLANAT,
Instituto Superior Latinoamericano de Naturología)

“Cualquiera que sea la opinión general sobre mis


descubrimientos, yo me siento solamente como un niño
en la playa que encontró del sinnúmero de las conchas
del mar unas cuantas más hermosas que otras.”

Sir Isaac Newton (1643-1727), ilustre


matemático, físico y astrónomo inglés.

“Los descubrimientos científicos más significativos


resultan insignificantes ante la inmensa complejidad de
los procesos vitales y ante el misterio de la vida.”

Prof. Adolf Butenandt,


Premio Nobel 1939,
Célebre bioquímico contemporáneo alemán.

“Les encymes, c’est la vie” (Las enzimas son la vida).

Prof. Claudio Antoniani,


Universidad de Milán.

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LA VIDA del hombre y de los animales depende esencialmente de la de las


plantas. Sólo éstas pueden fotosintetizar las sustancias inorgánicas (véase el Anexo 1)
en sustancias orgánicas y vivas que son nuestros alimentos. Las sustancias vivas se
componen —además de agua y minerales— de carbohidratos, grasas y proteínas—
que son calóricos y más estables, y de los delicados biocatalizadores (por ejemplo; en
las plantas: clorofila; enzimas o fermentos; fitohormonas; ciertos carbohidratos activos,
ácidos grasos y amínicos; minerales vestigios; etc.). Los biocatalizadores son
predominantemente acalóricos e inestables, pero no por eso menos importantes, ya
que tienen que activar y regular los procesos vitales en plantas, animales y hombres.
Por tanto grandes científicos de distintas naciones han llegado a reconocer las células y
los organismos como un inmensurable complejo enzimático. (Esta complejidad
concuerda perfectamente con la inmensa evolución de las células y los organismos,
que se estima hoy en ¡más de mil millones de años!). El Premio Nobel de Medicina,
profesor doctor George W. Beadle, Rector de la Universidad de Chicago, reconoce ya
en las formas primitivas de la vida lo siguiente: “Un alga verde es enormemente
compleja en su metabolismo. Probablemente contenga varias miles de clases de
enzimas”.

Ahora bien, este maravilloso complejo de biocatalizadores tomó parte en la


alimentación del reino animal desde el comienzo de éste, o sea, a través de unos mil
millones de años. Pero des- de hace pocos milenios el hombre se atreve a destruirlo,
cada vez más, mediante el recalentamiento, refinamiento y tratamiento químico de sus
alimentos y generalmente no se da cuenta de esta temeridad.

El conocido profesor doctor Jorge Bejarano, de la Universidad de Bogotá, ex


Presidente de la Academia de Medicina de Colombia, describe esta situación así: “La
civilización y la cultura culinaria han llevado al hombre de nuestros días a tales
modificaciones de los alimentos que esas modificaciones han venido a constituir errores
fundamentales en la alimentación. Pervertido su gusto primitivo, ha pervertido también
esa alimentación sana y normal de nuestros antepasados. La humanidad busca

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afanosamente la alimentación sintética, los alimentos purificados o desprovistos de su


cutícula. Se aleja de la naturaleza”.

Afortunadamente, desde hace pocas décadas la Ciencia empezó a descubrir en


los alimentos los referidos biocatalizadores y su carácter indispensable o favorable para
la vida animal y humana, y por ello el eminente nutrólogo alemán, profesor doctor H. A.
Schweigart, los denominó: “Vitalstoffe” que significa “Sustancias vitales y vitalizantes”.
Entre éstas los científicos han llegado a reconocer una parte, que resumiremos en la
Tabla 2 de la página siguiente.

Pero es de recalcar que el complejo entero de las sustancias vitales nos queda
finalmente inmensurable y, en la práctica, tenemos que, sencillamente, respetarlo y
aplicarlo como un todo, cual es la vida misma. Es decir que tampoco las tabletas de
unas cuantas vitaminas, etc., ni un postre de frutas, etc., deberían consolarnos para
seguir con la tradición de destruir o alterar el complejo de las sustancias vitales en
nuestros alimentos mediante los diversos artificios físicos y químicos, que empleamos
en la industria y en la Cocina, o hasta comer los alimentos sintéticos.
Corroboramos este postulado de un más profundo respeto ante la vida o vitalidad
en nuestros alimentos —y ante la Vida y la Naturaleza en general— con las
advertencias de todos los grandes científicos, de que podemos saber muy poco de los
procesos vitales. Así, calcula el ya citado profesor doctor G. W. Beadle, en “4 elevado a
la 200.000.000 ava potencia”, o sea, en “un número incomprensiblemente grande”
todas las instrucciones que están en clave en los cromosomas o genes (“ADN”) de una
sola célula del cuerpo humano, “comparables con una enciclopedia de mil tomos’’ (!).
En oposición al criterio superficial y presuntuoso de nuestro tiempo técnico, las
precedentes citas del sabio Beadle explican que los enormes progresos de la
Investigación Científica actual no vienen descubriendo el enigma de la vida (y el de la
célula viva), ¡sino en realidad lo profundizan!
Igualmente señalamos que los profesores doctores R. Schoenheimer y H. Clarke,
de la Universidad de Harvard, reconocen en su obra The Dynamic State of Body

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Constituents, que todos los componentes de la materia viva se encuentran en un


“estado dinámico”, es decir, en un “estado continuo de movimiento rápido”.

TABLA 2
LAS SUSTANCIAS VITALES Y VITALIZANTES
(ALIMENTARIAS O EXOGENAS)

A) AUTENTICAS:

Son “biocatalizadores exógenos”, predominantemente no calóricos, que


provienen de los alimentos directamente, y ---en parte considerable— de la flora
intestinal simbiótica (fermentativa). Tienen que ayudar a integrar y reparar el inmenso
“complejo enzimático” (y hormonal) del organismo.

1. Enzimas o fermentos (nombres griego y latín para lo mismo);


2. Vitaminas (noción reservada para el reino animal);
3. Aminoácidos esenciales (entre ocho y once distintos);
4. Ácidos grasos no saturados (véase la Tabla 14);
5. Minerales principales y vestigios (véase el Anexo 1);
6. Sustancias aromáticas.

B) INDIRECTAS (Proposición del autor):


Son importantes, sobre todo, para la precitada flora intestinal simbiótica
(fermentativa), la cual es indispensable para la vida de los lactantes y para la salud
(“eutrofia”) de los niños y adultos. (El respectivo carácter químico-calórico interesa sólo
con respecto a la flora intestinal fermentativa).
1. Celulosa fina, pectina y mucílago;
2. Fructosa y ácidos de fruta;
3. Lactosa y ácido láctico;
4. Malta genuina (cereales germinados);
5. Microflora epifítica (hongos, levaduras, etc.).

Notas:
a) La importante clorofila (genuina), fitohormonas, fitoesterinas, auxonas,
etc., ya se comprenden en las enzimas y vitaminas.
b) Enzimas, vitaminas, ácidos grasos no saturados, minerales y sustancias
aromáticas son señaladamente vitalizantes también en cuanto a la flora intestinal
fermentativa.

Comentario:
Las sustancias vitales y vitalizantes alimentarias dependen de las muy sensibles:
tensiones y fluencias bioelectromagnéticas, ionizaciones, concentración de iones
hidrógeno; los naturales estados moleculares, dispersos, coloidales, dextro o levógiros,
etc. (¡Entendidos todos en los alimentos al consumirlos!).
Proponemos denominar estas “tensiones o estados vitales”, y las antes citadas
“sustancias vitales y vitalizantes” y “sustancias indirectamente vitales y vitalizantes,
conjunta y brevemente:

“Factores Vitales”
(Factores activos-vitalizantes)
En oposición a las “sustancias químico-calóricas” (materiales o combustibles):

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carbohidratos, grasas y proteínas. (Véase especialmente el Anexo 4 y el Preámbulo de


la Parte II).

Otra maravillosa manifestación de la vida y de la célula viva es la


bioelectromagnética. El conocido médico-escritor, doctor J. M. Thomasa Sánchez,
compara la célula humana con “un verdadero aparato eléctrico” y el cuerpo del hombre
con “una fábrica con treinta billones de motores celulares” y expone que “cada célula
emite radiaciones electromagnéticas” —que hasta pueden influir sobre la vitalidad de
otras células vecinas— y que “todos los tejidos vivos, en oposición a los muertos,
lanzan radiaciones”; y nosotros podemos añadir: asimismo los vegetales y alimentos
vivos, en contraste con los muertos. El propio doctor Thomasa Sánchez continúa así:
“Las flores y plantas recién cortadas irradian; las que se hallan prensadas en las
herboristerías están muertas. El fruto fresco en el árbol o que ha caído al suelo irradia;
las compotas en conserva son estériles. La leche recién ordeñada envía rayos; la leche
cocida se halla semidestruida”.

¡Pero las células vivas de los alimentos y del cuerpo no solamente emiten las
radiaciones electromagnéticas, sino también las reciben y transforman! Como lo enseña
la impresionante experiencia de que ciertas frutas maduran mucho más rápido, si las
juntamos con cualesquiera otras bien maduras (En efecto, experimentos recientes en la
Universidad de Utah, Estados Unidos, han comprobado que cuando los tomates verdes
se colocan dentro de un fuerte campo magnético, maduran en un tiempo inferior en un
tercio al lapso habitual). Y finalizando con las anteriores ilustraciones podemos
comparar el evidente efecto vitalizante de los vegetales frescos irradiantes, con el
maravilloso efecto estimulante que nos produce también el aire ionizado, por ejemplo,
un poco antes de las tormentas y el relampagueo y después de las fuertes lluvias.

Sin duda, las arriba expuestas manifestaciones dinámicas—la enzimática y


bioeléctrica— de la vida y de todas las plantas y células vivas, nos ayudarán a formar o
profundizar nuestro criterio y aprecio de los alimentos vivos y vitalizantes. Si el siglo
pasado descubrió y creó una Fisiología y Nutrología dominada por las calorías y las
materias más estables, o sea, las combustibles y estructurales, este siglo está

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descubriendo a nuestro organismo y su correcta alimentación especialmente como un


inmenso complejo enzimático, anacatalítico, bioelectromagnético. Por supuesto, no
debemos tampoco subestimar el estudio de las sustancias estables y estructurales que
son indispensables para la vida —como en comparación también para una obra de arte
—. ¡Pero este estudio no nos introduce en la vida o el arte mismos!

* * *

En efecto, y para la práctica, el criterio habitual de las “calorías” para apreciar y


elegir los alimentos, es netamente materialista, antibiológico y malsano, ya que las
acalóricas y menospreciadas “sustancias vitales”, los biocatalizadores, tienen que
activar y regular indispensable y ampliamente la requerida desasimilación, asimilación y
eliminación que sufren los tres calóricos “combustibles”: los carbohidratos, las grasas y
las proteínas, disminuyéndonos de esta manera considerablemente:

La cantidad necesaria de los mismos “combustibles”, o sea, de las calorías en


general;
El esfuerzo y cansancio durante la digestión, y
Los residuos tóxicos del metabolismo respectivo.

Lo aquí indicado podemos completarlo con la más detallada definición y


explicación de las sustancias vitales alimentarias o exógenas, a saber: La moderna
investigación del metabolismo celular (que empezó con el enzimólogo, Premio Nobel,
profesor doctor O. Warburg, de Berlín) las interpreta cada vez más como una especie
de “Ladrillos de las enzimas celulares” (y a la vez de las enzimas humorales, hormonas,
etc.), en conjunto distinguidas como “biocatalizadores endógenos”. En vez de “ladrillos”
proponemos decir “proenzimas” o “profermentos”, que tienen que integrar o reparar
constantemente las sensibles enzimas o fermentos celulares y humorales del
organismo, los cuales posibilitan y activan la fundamental “RED-OX-Potencialidad”
(Bersin) o la “Respiración Celular” (Jung), de la cual dependen:

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La estructura;
El metabolismo;
La maduración, y
La renovación o regeneración de las células.
Las sustancias vitales alimentarias favorecen, además, la formación de:
Los Anticuerpos o antitoxinas;
Fagocitos, y
Hormonas;
Y favorecen, ya dentro del tracto intestinal:
La referida desasimilación de los alimentos;
El desarrollo de la flora fermentativa, y
El peristaltismo.

Por los diez detalles aquí ofrecidos se juzga mejor el por qué empieza poco a poco
nuestra predisposición para las enfermedades infecciosas y degenerativas, como
también el cansancio y envejecimiento precoz del organismo, si faltan o escasean las
sustancias vitales en la alimentación diaria.
En consecuencia, debemos eliminar de nuestros alimentos diarios aquellos que
carecen de los factores vitales: los que nos son “estériles”, artificiales o
desnaturalizados, es decir, todos los alimentos refinados por medio de la química e
industria alimentaria o por el tradicional prolongado cocimiento. En otras palabras,
debemos consumir preferiblemente los vegetales, y éstos tan frescos y crudos cuanto
sea posible. La razonable y fácil aplicación práctica de lo aquí dicho se expondrá
detalladamente en la Parte II. Luego, en la Parte III, se indicarán también las facilidades
y ventajas económicas que brinda una alimentación más vegetal, tanto para el individuo
como para las naciones.

***

Pero los vegetales – y los demás alimentos – no deben ser tampoco alterados
químicamente: ni por los abusos del abono químico o de la sal común, que destruyen el

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equilibrio fisiológico mineral (véase el Anexo 1); ni por las tantas fumigaciones,
insecticidas, fungicidas, herbicidas, etc.; ni por los numerosos aditivos: preservativos,
colorantes, aromáticos, etc. (y tampoco por la más novedosa irradiación para su
“esterilización”), todos éstos perjudiciales para las delicadas sustancias vitales, en los
alimentos mismos; o para su sensible transformación en las enzimas o fermentos
celulares y humorales, en nuestro organismo. Entre otros, los conocidos médicos
catedráticos alemanes de Higiene y Farmacología, profesores doctores W. Kollath y F.
Eichholtz, de la Universidad de Freiburgo y Heidelberg, respectivamente, hacen resaltar
lo aquí mencionado en sus publicaciones científicas.

El profesor doctor Eichholtz denomina dichos productos químicos antienzimáticos:


Antivitalstoffe, es decir, posibles sustancias antivitales, que, como tales, pueden tener
entre sí, naturalmente, efectos aditivos y reforzadores (Sinergismo) y así llegar a ser
tóxicas, aunque las dosis de cada uno no lo sean. Acerca de este problema agudo e
inquietante elaboramos el cuadro sinóptico que aparece en la Tabla 3 de la página
siguiente.

El profesor doctor Eichholtz advierte, además, que —según los datos oficiales
norteamericanos del “Food - Drug - Cosmetic Law Journal”, Nos. 15, 16, 17, de 1962 y
otros números— se conocen ya más de 1.000 de los aditivos intencionales:
preservativos, colorantes, etc., sin incluir unos 1.100 aromáticos; y unos 3.000 aditivos
accidentales: insecticidas, fungicidas, herbicidas, detergentes, disolventes,
desinfectantes, etc. Además, unos 3.000 distintos desechos químicos en el aire y los
ríos; más de 36.000 productos farmacéuticos, cuya gran mayoría no requiere
prescripción médica; y unos 15.000 productos químicos para la casa, agricultura y cría,
con nombres comerciales registrados, que accidentalmente pueden ser tóxicos (M. N.
Gleason a.o., Clinical Toxicology of Commercial Products, Baltimore, 1957). Aquí se
agregan los gases y humos de los automóviles y el polvo de asfalto.

Estas cifras verdaderamente aterradoras están aún creciendo, año por año
(¡Compárense las cifras recientes en el Prefacio del Autor!) y el hombre civilizado se

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expone cada vez más a estos productos químicos contra los cuales no tiene defensas
específicas, ya que la inmensa antropogénesis los desconocía y no pudo tomarlos en
cuenta. Ahora, la opinión dirigida por la esperanza humana y hasta por los intereses
creados induce a creer en cierta “adaptación”. Pero ésta es completamente ilusoria, ya
que la observada en las moscas —en cuanto al DDT solamente— requirió centenares
de generaciones’ y con respecto a los centenares de los referidos antienzimáticos, la
adaptación selectiva requeriría millones de generaciones; sin tomar en consideración
que nuestro complejo enzimático no podría cambiarse sin alteración de lo humano
mismo. La misma opinión dirigida alega y acentúa la dosificación muy pequeña y
subtóxica de cada uno de los productos químicos, disimulando así los ya referidos
efectos sinergísticos entre tantos productos de los cuales además ya están
evidenciándose unos 320 hasta cancerigenos véase la Parte IV) en contraposición a las
esperanzas anteriores.

Desafortunadamente, el referido “efecto sinérgico” incluye, además, las antivitales


o antienzimáticas “radiaciones ionizantes” cuyas dosis más pequeñas e inocuas tienen
un carácter acumulativo por toda la vida del organismo. Respectivos ejemplos son: las
pruebas y aplicaciones atómicas, los rayos X, isótopos y sales radiactivas en diagnosis
y terapéutica, etc. (ver Parte IV).

Precisamente, este peligroso desarrollo químico (y además: el radiactivo) nos


obliga todavía más a estimar y practicar la alimentación natural por estas tres grandes
ventajas, a saber:

1ª La alimentación natural nos evita la contaminación con el, sin duda, más
importante grupo entre los productos químicos antivitales, o sea, con todos aquellos
aditivos preservativos, colorantes, aromáticos, estabilizantes, etc. que son propios de
las diversas e innumerables conservas y demás elaboraciones industriales que llenan
los abastos modernos hasta el techo. (Afortunadamente, entre los muchas veces
indispensables “enlatados”: la leche en polvo y los cereales integrales machacados, ya
hay marcas expresamente libres de aditivos intencionales.)

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2ª La alimentación natural nos aleja también de aquellos insecticidas,


desinfectantes, detergentes, preservativos, antioxidantes, etc., que se emplean en gran
escala etc., en los establos de engorde, mataderos, camiones-cavas, frigoríficos,
carnicerías, pollerías, fábricas de embutidos, etc., especialmente en países o épocas
cálidos. Y en cuanto a las restantes contaminaciones químicas, muchas veces podemos
relacionarnos personalmente con los horti y fruticultores que también las desaprueban y
asimismo preferir las lecherías que no temen sólo a los microbios, sino también. a. los
insecticidas, desinfectantes, detergentes y preservativos.

3ª La alimentación natural, por su amplia base en vegetales crudos y frescos y por


ello en los referidos “proenzimas” o “profermentos”, complementa y repara en forma
óptima y constante el complejo enzimático del organismo que se desgasta ya
fisiológicamente (Bersin) y se encuentra hoy, además, intervenido artificial o
químicamente), contrarrestando así, en lo posible, la acción antivital antienzimática de
la creciente legión de productos químicos, en alimentos, agua y aire.

A estas tres ventajas de la alimentación natural, nos remitiremos, especialmente,


en la Parte IV con respecto a la prevención del cáncer.

* * *

De otra parte, disponemos de la imponente e irrefutable experiencia y


confirmación de que todos los animales mamíferos, tanto de los laboratorios
experimentales y de los jardines zoológicos como también de la casa y cría, suelen
enfermar y morir, si ofrecemos a éstos exclusivamente alimentos cocidos o refinados.
Por ejemplo, el doctor O. Stiner y otros investigadores en Estados Unidos, obtuvieron
así en conejillos, dientes tan blandos que pudieron ser cortados con tijeras, como
asimismo varias enfermedades mortales y hasta degeneraciones cancerosas.

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TABLA 3

LAS SUSTANCIAS ANTIVITALES (PROCEDENCIAS)


(Son predominantemente “Antienzimáticos”)

1) Insecticidas, fungicidas, herbicidas, raticidas, etc.;


2) Preservativos, antioxidantes, estabilizantes, emulsificantes, etc.:
3) Colorantes y blanqueadores de alimentos;
4) Aromáticos, incluyendo la sacarina y otros edulcorantes;
5) Lociones (para ropa, loza y cuerpo);
6) Cosméticos, colores, tintes, etc.;
7) Detergentes y disolventes;
8) Desinfectantes, antisépticos, etc.;
9) Antibióticos;
10) Drogas;
11) Aceites minerales, parafina, gasolina, etc.;
12) Gases y humos de la combustión de gasolina y aceites diesel:
13) Gases y humos de los tabacos;
14) Gases, humos y polvos de las fábricas;
15) Polvo del pavimento asfáltico;
16) Otros derivados del alquitrán: medicinas, anilinas, etc.;
17) Combinaciones antienzimáticas de arsénico, fósforo, azufre, fluoruro,
mercurio, cobre, zinc, plomo y otros metales;
18) Isótopos otras sustancias radiactivas;
19) Varios alimentos desnaturalizados, especialmente: grasas polimerizadas
(mayonesas, cremas, etc., de la industria alimentaria), grasas muy
recalentadas, etc., que bloquean las membranas y respiración de células y
capilares;
20) El abuso con la sal común (véase el Anexo 1).

Notas:

a) Entre los insecticidas y detergentes, etc., se destacan especialmente los de


persistencia larga (véase la obra del profesor doctor Raquel Carson: La
Primavera Silenciosa).
b) Los aludidos preservativos, etc., son —como también las novedosas
irradiaciones— intencional y expresamente factores “antienzimáticos”, o sea,
desvitalizantes para los alimentos así desnaturalizados.
c) El profesor doctor Fritz Eichholtz, catedrático alemán de Farmacología,
denominó el posible sinergismo entre los diversos e innumerables productos
químicos: “Die Toxische Gesamtsituation” (la situación tóxica total).

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Pero, ni nuestra antropogénesis, ni esta precitada experiencia, tan importante e


impresionante, fueron estimadas debidamente por nuestra ciencia tradicional. Esta
última, casi siempre, ha tratado más bien de defender los tradicionales alimentos
cocidos y refinados al concentrar su atención en las dosis mínimas de vitaminas,
minerales y otros factores vitales que eviten la enfermedad evidente o la muerte, tanto
en los animales como en el hombre; en vez de investigar y acentuar las respectivas
dosis y condiciones óptimas y naturales, que eviten ya los importantes estados
presintomáticos de las enfermedades, es decir, la más o menos latente desvitalización y
predisposición respectivas.

He aquí un distinto y muy urgente campo de investigación y prevención para una


nueva generación científica. Esta, por fin, debería investigar el gran alcance preventivo
de la alimentación natural, no sólo para las enfermedades crónicas y degenerativas,
sino también para numerosas enfermedades agudas y contagiosas, endémicas o
epidémicas (naturalmente, con excepción de ciertas infecciones de incubación
patógena o virulencia obligatorias, como son las venéreas y la malaria). Ya hay indicios
positivos y sorprendentes en relación con la parálisis infantil, las diversas infecciones de
y por las vías digestivas, de y por las vías respiratorias, etc., como se expondrá más
adelante. Bajo el mismo aspecto enfocaremos en la Parte IV el tema de la prevención
del cáncer. El eminente médico nutrólogo francés, profesor doctor Pierre Delore,
escribió ya en 1944, de perfecto acuerdo con el ya citado sabio Carrel: “Escribíamos la
Medicina de la insalubridad. ¡Escribamos ahora la de la salud natural!”

* * *

Sin duda, la doctrina del célebre bacteriólogo profesor Louis Pasteur (1822-1895),
de que son los microbios los que causan las respectivas enfermedades, pertenece
enteramente a la precitada “Medicina de la Insalubridad”, es decir, se refiere al hombre
enfermizo con una alimentación antinatural. En cambio, la idea más profunda del
precursor de aquél, el Prof. P. J. Antoine Béchamp (1816-1908), de que son las
“funciones trastornadas” del organismo a causa de nuestro “ambiente de vida alterado”

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las que permiten el desarrollo de los microbios, había adelantado —ya hace casi cien
años— los conceptos biológicos o antropogenéticos de la solicitada Medicina de la
Salud Natural” por el profesor Delore.

En otros términos, el profesor Béchamp tuvo la verdadera genialidad de aplicar de


una vez la gran visión del contemporáneo profesor Darwin (1809-1882) —de la
antropogénesis ambiental-selectiva —para la explicación de las enfermedades y su
verdadera prevención, al expresar que no debemos violar nuestro “ambiente de vida de
millones de años”, al cual nos hallamos “adaptados” y atados. (Por cierto que el
profesor Béchamp supuso y enseñó que en el organismo enfermo no sólo podría tener
lugar el desarrollo, sino también el origen de los microbios respectivos; y en canto a
este detalle el profesor Béchamp pudo ser corregido por su colega Pasteur. Pero ante
nuestra gran sorpresa, hoy día, varios bacteriólogos y virólogos tienden a confirmar, en
parte, tal origen endógeno y secundario, por ejemplo, en los diferentes virus de células
cancerosas, etc.). En resumen, la tesis de Pasteur dice: Primero los microbios y luego
la enfermedad que es trasmitida por éstos; en cambio la idea de Béchamp reconoce,
desde el principio del descubrimiento de los microbios por él: ¡primero el organismo
enfermo y luego el desarrollo microbiano!

Por supuesto, el dogma de Pasteur tiene razón:


a) En cuanto a los casos en los cuales tampoco el hombre sano, a causa de un
aislamiento geográfico, no puede desarrollar las reacciones de inmunización contra
ciertas infecciones. ¡Lo que explica que las exageradas asepsia y antisepsia en la
vida diaria, sobre todo en la crianza de los niños, resultan hasta contraproducentes!,
y
b) En cuanto a las pocas clases de infecciones de obligatoria incubación patógena
(para los enfermizos y los sanos). Pero conviene insistir en que éstas son
probablemente aún más contadas (o de curso más benigno) de lo que actualmente
sabemos, ya que no las hemos investigado debidamente en los hombres o
antropoides de una alimentación natural. Esta investigación, por cierto, sería una de
las tareas más interesantes de la nueva “Medicina de la Salud Natural”. La cita del

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profesor Bejarano acerca de las investigaciones del profesor Price, al final del Anexo
3, y las observaciones del profesor McCarrison que citaremos en el Preámbulo del
Capítulo IV, ya evidencian que la alimentación biológica lacto- vegetal proporciona
tal inmunidad o resistencia natural en cuanto a la tuberculosis y otras frecuentes
enfermedades infecciosas.

Los trascendentales conceptos ecobiológicos del profesor Béchamp fueron, luego,


comprobados y complementados por el patólogo de la Sorbona, profesor Charles J.
Bouchard (1837-1915), quien reveló dichas “funciones trastornadas” del organismo
enfermo como una “autointoxicación” (intestinal-putrefactiva, biliar y ureica) provocada
por una alimentación antinatural. Por lo tanto, este insigne patólogo se opuso
enfáticamente al dogma de Pasteur (hasta por ante la Academia de Medicina de París)
con la siguiente certera observación: “El origen de una enfermedad infecciosa no
se debe al encuentro casual entre el hombre y los microbios. Este encuentro
es en realidad una situación frecuente, pero sin efecto” (para un organismo
sano).

Entretanto, los correctos e importantísimos conceptos de Béchamp y Bouchard


han sido desestimados y silenciados por nuestro “prejuicio pasteuriano”, y por ello casi
toda nuestra Ciencia y práctica se dedicó, desde los fines del siglo pasado,
afanosamente, a la asepsia y antisepsia y, luego, a las vacunas, quimioterápicos y
antibióticos; en vez de concentrarse, sobre todo, en la posible salud e inmunidad
naturales mediante una vida y alimentación que fueran más biológicas, o sea, más
adecuadas a la antropogénesis...

El Premio Nobel profesor Carrel escribió en 1935 en su ya citado libro las


siguientes frases clarividentes: “Los microbios y los virus se encuentran por doquier en
el aire, en el agua, en nuestros alimentos. Se hallan siempre presentes en la superficie
de la piel y en las mucosas digestivas y respiratorias. Sin embargo, en mucha gente
permanecen inofensivos. Entre los seres humanos, algunos se hallan sujetos a las
enfermedades y otros son inmunes. Semejante estado de resistencia se debe a la

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constitución individual de los tejidos y de los humores que se oponen a la penetración


de los agentes patógenos o los destruyen cuando han invadido nuestro cuerpo. Esta es
la inmunidad natural. Esta forma de inmunidad puede preservar de casi todas las
enfermedades a ciertos individuos. Es una de las cualidades más preciosas que el
hombre pueda desear”.
Pero no obstante los correctos conceptos del genial Béchamp en 1865, del gran
Bouchard en 1905 y del sabio Carrel hace en 1935, continuamos todavía confiriendo los
más altos honores y premios académicos y públicos a los investigadores o tecnólogos
vinculados a los referidos antibióticos y vacunas, etc., es decir, a la salud artificial, que
es transitoria, dudosa y muy costosa; mientras que los descubridores de la decisiva
prevención alimentaria de las enfermedades se encuentran —en unión con sus
publicaciones— generalmente silenciados y ¡hasta despreciados! (Por ejemplo:
el autor de la obra verdaderamente importante “Prevención Alimentaria de la Parálisis
Infantil”, que mencionaremos en el Capítulo 1 - 4 los pioneros de la prevención
alimentaria del cáncer, que estimaremos en la Parte IV y otras).
* * *
El célebre nutrólogo norteamericano profesor doctor E. V. McCollum, descubridor
de la Vitamina D y un conocido partidario de la alimentación vitalizante lacto-vegetal,
caracteriza nuestro estado nutricional (entre la salud natural y la enfermedad grave o
manifiesta) como Twilight (Penumbra). Y el ya referido higienista y nutrólogo alemán,
profesor doctor W. Kollath, denomina nuestro estado habitual enfermizo, que resulta de
una alimentación desnaturalizada, como mesotrofia en contraposición a la eutrofia
que sólo podemos lograr si nos alimentamos con vegetales vivos y vitalizantes. Y la
exitosa Terapéutica Celular, del profesor doctor Paul Niehans y sus discípulos, por
medio de inyecciones de células vivas (de animales sanos y criados dentro de posibles
condiciones naturales) con sus “factores vitales”, vitalizantes o revitalizantes, demuestra
o indica también la influencia vitalizante de los vegetales igualmente vivos, frescos,
sanos y no alterados. A esta Terapéutica volveremos a remitirnos también en la Parte
IV.
Los biólogos llegan a reconocer cada vez más que la mayoría de las
enfermedades, plagas y pestes en las plantaciones y crías se deben a razones

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ecológicas y especialmente a una respectiva alimentación antinatural y desequilibrada


que el hombre directa o indirectamente les proporciona (véase el Anexo 1), y no
simplemente a los microbios e insectos o a las fumigaciones o vacunaciones
incompletas. Pero la vida es indivisible y el hombre está sometido a las mismas leyes
biológicas. Ojalá se acerque el tiempo en que se reconozca francamente que,
asimismo, nuestras enfermedades en su gran mayoría —desde los más comunes
resfriados y dolor de cabeza hasta las graves dolencias y degeneraciones— no se
deben a los desinfectantes, vacunas o medicinas “insuficientes”, ¡sino en el fondo a una
alimentación desvitalizada y antibiológica! Tampoco debemos interpretar nuestras
enfermedades como una “imperfección” de la Naturaleza.

La ya aludida inmensa evolución y selección de la vida orgánica (de más de mil


millones de años) y, en especial, aquélla que llamamos “antropogénesis” (a través de
unos sesenta millones de años) nos explican y demuestran la Perfección del organismo
humano y de la alimentación natural; y, por tanto, que las objetadas “imperfecciones”
(por ejemplo, la frecuente apendicitis, amigdalitis o cualesquiera dolencias) no
provienen de un defecto de la Naturaleza (también el apéndice cecal, las amígdalas,
etc., tienen importantes funciones), sino del hombre que burla a ésta con una vida y una
alimentación cada vez más artificiales. Y a través de ningún artificio, ni culinario ni
científico, podemos “mejorar” la Naturaleza sino tan sólo acatarla o violarla. Las
respectivas consecuencias se denominan (como ya lo mencionamos): “Salud Natural”
(profesores Carrel y McCarrison) y “Enfermedad”, y los corrientes estados intermedios:
“Twilight” (profesor McCollum) o “Mesotrofia” (profesor Kollath).

A esta verdad biológica quiere servir —sin interés ni compensación material


alguna— la presente publicación, tomando como ejemplo el siguiente acontecimiento
internacional y profundamente humanitario y conmovedor:

Desde hace pocos años, médicos, bioquímicos y biólogos de más de sesenta


países han formado la Sociedad Internacional para la Investigación de la Nutrición y de
las Sustancias Vitales. Con su presidente, profesor doctor H. A. Schweigart, ésta tiene

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su sede en la ciudad de Hannover, Alemania. Dicha sociedad científica e independiente


celebra un importante Congreso Internacional, cada año en distintas capitales, con la
elaboración de Resoluciones básicas, las cuales se editan en un Boletín anual (en
alemán, inglés y francés) que se remite no sólo a los miembros de la Sociedad, sino
también a todos los gobiernos nacionales y autoridades internacionales. Dichas
“Resoluciones” completarán en un próximo futuro una Lex Protectionis Vitae que podrá
servir como una base legislativa respectiva. Además se edita el órgano oficial
International Journal: Vitalstoffe Zivilisations - Krankheiten (Revista
Internacional: Sustancias Vitales y Enfermedades de Civilización), bimensual, que
aporta en alemán, inglés y francés trabajos científicos de suma importancia. Datos más
precisos y la dirección postal se darán al final de este libro, dentro de la Bibliografía.

No es exagerado que varias autoridades científicas y premios Nobel calificaran


esta desinteresada Asociación Internacional y sus Congresos, Resoluciones y
Publicaciones, como “La Voz de Conciencia de las Ciencias”. Y llamamos a todos
los científicos y sociedades de criterio biológico, a sumarse espontáneamente a esta
asociación internacional que tiene un solo fin y la meta más alta: La Defensa de la
Vida.

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