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Ante el fallo de la Corte Suprema de Justicia del día de hoy, quienes integramos el Equipo
de Sacerdotes para las Villas expresamos a continuación nuestra humilde opinión, que
ratifica plenamente aquellas reflexiones que se hicieran públicas .
Por otro lado nuestra palabra sobre la despenalización no pretende ocupar el lugar que
tiene la palabra de la Conferencia Episcopal Argentina sobre este tema.
Muchos de los niños, adolescentes y jóvenes de nuestros barrios no viven sino que
sobreviven y muchas veces la oferta de la droga les llega antes que un ambiente dichoso y
sano para jugar, llega antes que la escuela, o llega antes que un lugar para aprender un
oficio y poder tener un trabajo digno. Se acortan así las posibilidades de darle un sentido
positivo a la vida. “Hoy, fundamentalmente, en nuestra cultura la dignidad de la vida se
juega en el eje inclusión-exclusión; comunión-aislamiento” (Carta pastoral de la CEA, del
20 de agosto del 2009. Nº 22)
Nos preguntamos: ¿cómo decodifican los chicos de nuestros barrios la afirmación de que
es legal la tenencia y el consumo personal? Nos parece que al no haber una política de
educación y prevención de adicciones intensa, reiterativa y operativa se aumenta la
posibilidad de inducir al consumo de sustancias que dañan el organismo. La experiencia de
acompañar a jóvenes en el camino de recuperación y reinserción social nos ha permitido
escuchar el testimonio de muchos que han empezado consumiendo pequeña cantidad de
marihuana y de pronto se encontraron consumiendo drogas más dañinas aun como el
paco. La vida se les volvió ingobernable. Por eso desde nuestro punto de vista las drogas
no dan libertad sino que esclavizan. La despenalización a nuestro parecer influiría en el
imaginario social instalando la idea de que las drogas no hacen tanto daño.
Vemos la buena intención de los que buscan no criminalizar al adicto, es una locura
criminalizar la enfermedad. Pero intentemos pararnos nuevamente desde la perspectiva
de las familias más vulnerables. Sin un buen sistema de salud, sin políticas fuertes de
prevención, sin un sistema educativo realmente inclusivo y eficiente, el único encuentro
del adicto y su familia – que pide ayuda- con el Estado es la justicia. Despenalizar en estas
condiciones, es dejar abandonado al adicto, no hacerse cargo de su derecho a la salud. La
dinámica misma de la adicción, lleva muchas veces a hacer cualquier cosa para satisfacer
el deseo de consumo. El próximo encuentro entre el Estado y el adicto ya no será en la
enfermedad, sino en el delito que a veces nace de ella.
Usando una imagen podríamos decir entonces que la discusión sobre la despenalización
corresponde a los últimos capítulos del libro y no a los primeros.
Pedimos a la Virgen de Luján, Madre del Pueblo, que cuide y proteja a sus hijos que
padecen el flagelo de la droga, de fuerzas a sus familias y luz a nuestra sociedad para
generar vínculos de promoción y solidaridad.