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tvs Imagen fiel de la desconfianza del capitan de mer- cenarios frente a un ejército de hombres unidos por tuna noble idea. Porque en la misma conclusién de la ‘ragedia, en la cual Numancia se da muerte a sf mis- ‘ma, venciendo con la muerte al invasor, vemos a éste dando la muerte, encontrarse con la muerte, que es la fama, y cémo ésta le vence. Vencido por sus mismos trigicos medios, EscipiGn reconoce su derrota a ma- ‘nos de un jovenzuelo espafiol, que muriendo, puede més que su ejército incdlume. La Numancia de Cervantes En la Espafia imperial del siglo xvi un escritor espasiol prejuzgaba las contiendas de hoy y de mafia- 1a, si cupiese la posibilidad de que nuestras luchas de hoy no fueran las postreras, contra un enemi- g0 que siempre tendré las mismas facciones capi- tales. Que quien con la muerte juega, y el fascismo hace con la muerte algo més que jugar, acabara quemado enella, mientras tras él, y en torno suyo, vuelva a sur- git, espléndida, la vida. oo SeSeSsSsSsesSSSFSsSMF La Numancia de Cervantes I No hubo, ni digamos hay, escritor que se pueda com- arar a Cervantes. Conocemos otros més agudos tal vez, més correctos quiza, més eruditos sin duda, nin- guno tan cabal, ninguno tan honesto, ninguno tan bueno en cuantos sentidos tiene la palabra. Ninguno capaz, como él, de multiplicar siempre la hermosura por la bondad. Tavo gran léstima del hombre, por serlo honrado y sin honrar como debieran haberlo hecho sus con- temporiineos, pero tanta era la fuerza —o la esperan- za— que le dio saberse tal, que nunca dudé de la for- ‘una venidera, para él y los demés. No se rindi en Argel, ni en prisién espafiola, ni Je abati6 jamés la desventura; siempre tuvo por norte la honra de ser escritor bueno, y si siempre ses, en parte, a quienes hacemos, Cervantes fue, en mucho, su propio Quijote. La poesia que defini6 para el Caballero del Verde Gabain es la poesia, ' y no hay otra; aun en un mundo, como el suyo y el nuestro, en el que «no me puedo persuadir que haya hoy en la tierra quien favorezca viudas, ampare doncellas, ni honre casadas, ni socorra hhuérfanos [...}». Porque «la pluma es la lengua del alma», y el alma de Miguel de Cervantes era, como su pluma, seguramente mejor que ninguna. Tal vez ningiin escritor abarcé tanto como él. No se olvida, en indice, la totalidad de su obra, pero sf de hecho. Maravilla darse cuenta dé que es autor de li- bros tan dispares como La Galatea y el Persiles,e1 Qui 1, «Noha de ser vendibleen ninguna manera i ya no fore en poe- ‘mas heoicos, en lamentablesragediae, on comedia alegre ostifeio. sas 26 jotey el Viaje del Parnaso, que escribi6 El rufién dichoso y El licenciado Vidriera, El resablo de las maravillas y El Jaberinto de amor, Numancia y La gitanilla, ast tengan todas su profunda unidad. Hombre cabal verdadero lo fue Cervantes més que Lope, més que Quevedo, mas que fray Luis de Leén, pongamos por caso de vidas bien cargadas de pesares; porque ademés estuvo en Lepanto y conocié el fracaso de La Invencible: Mega a la cima espafiola y advierce las barranqueras del despefiadero. Si el dfa de mafiana, por un azar, desapareciera ‘oda la literatura espafiola de los siglos Xvi y xvi y s6lo quedara su obra, con ella bastaria para recons- truirla, Cervantes es el gran espejo de Espafa, de la Espaiia de su tiempo, de la Espafia mayor, con sus lu- ces y sus sombras, sus esperanzas y desesperaciones; espejo vivo que halla en la resignaci6n y en el laicismo senequista la fuerza suficiente para resistir las injusti- cias, y sonrefr. Si hay algin escritor siempre vivo —divino a lo humano— es Cervantes, los pies bien hincados en tierra: «Quiero decir que los religiosos con toda paz y todo sosiego piden al cielo el bien de la tierra; pero los soldados y caballeros ponemos en eje- cucién lo que ellos piden, defendiéndola con el valor de nuestros brazos y fos ce nuestras espadas, nodeba- jo de cubierta (como lo hacen los frailes), sino al cielo abierto, puestos por blanco de los insufribles rayos del sol en el verano y los erizados hielos del invierno» ‘Como se es parte de lo que se hace, hijos 0 nove- las, solemos ser desagradecidos con lo que nos hizo ‘Miguel de Cervantes no le pide nada a Dios, ni nada le ageadece; ni siquiera en tantos papeles en los que de si mismo habla casi «puesto ya el pie en el estribo». 20 es algo més que desagradecimiento? Ni en la de- dicatoria 0 prologo de las comedias, ni en los de la se- ‘gunda parte del Quijote, ni en los famosisimos del Per- siles, ya.en las Gltimas congojas, va més alld de lo que le dicta su condicién de hombre: «Ayer me dieron la extremauncién», y afiade con la misma sencillez: «Y ‘SUPLEMENTOS ANTHROPOS/16 I MAK ALE, hoy esctibo ésta». «Llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir —sigue—, para explicar que "si esté decretado que la haya de perder, ctimplase la volun- tad de los cielos”.» Las celor, los mismos que Teége- nes impreca en las escenas finales de la Numancia «de justa piedad vacfos».? 0 Por sabido no puedo callar que la formacién del cam- pesinado espaftol, debido a la Reconquista, es del ‘odo en todo distinta a la de esa misma clase en el res- to de Europa. El feudalismo espafiol es tan diferente del francés o del italiano como lo serén, en el siglo xv y XVIL, sus teatros. El teatro es su piblico y el pablico espafiol del si- glo XVI, hijo de su régimen municipal, de los fueros, va a marcar de una manera decisiva su teatro. Mien tras, en el resto de Europa, el feudalismo engendraba, con su muerte la burguesia; en Espafia los privilegios otorgados a rafz de la repoblacién de campos y lugares, reconquistados van a ser base de privilegios que harin del crabajo una ocupacién deshonrosa. Los hidalgos estan a la base del teatro y de la decadencia espafioles. La lucha de ciudad y campo, de artesania y campesi- nado, de aristocracia y plebe, que caracteriza la for- macién de las nacionalidades europeas, existe muy desvireuada en Espafia donde, en cambio, surge ¢s- plendoroso el teatro nacional como ocupacién apasio- ante, en Madrid, en Valencia, en Sevilla y no s6loen las ciudades sino en aldeas y villorrios. (Ese gusto por el teatro sigue vivo hoy en Espatia; ‘compérese —no Ia calidad del espectéculo, que es ‘otro cantar— el ntimeto de teatros abiertos, hoy, por ejemplo, en Valencia {cuatrocientos mil habitantes}, cn Lille o en Ruan, o en cien ciudades norceamerica nas de més o menos un millén de habicantes...) En 1492 se descubte América, se conquista Gra- nada y —més 0 menos— se funda el teatro espafiol (Juan de la Encina era entonces miisico del Duque de Alba). Pariése en 1499 el prodigio lo mismo de la no- vela que del teatro espaiiol;? por ahi corre la savia de 2. No haba devine en Ia segunda parte del Quite, yen una de sus frases ni clebres a ibertad, Sancho, x uno deen nds precios clones que alos hombres dieron lo ils] wentsrno sed quice ‘eo do un pedaza de pan, sin quel quedecigacion deagradecerio ‘oto que al mismo cells, cap. VID Stempel cid, ook, ti iota Dean 3. Que La Calatnae tet del mejor, lo pan ss posteriores aaptaciones excenificadss moriandola ydesvitindala cal wer mes ‘qr otras obras escreas exlsivaete pal et cunndo Gace yu, ‘sn cacrp, lo que hoy cs Per nose represents —aisquies en parre—, porgucen Espa no fn palacios sl modo ielian donde haber poco montane, El Publicoeraoto: durant el gran siglo epatol, con Rada, Ci Vicente, ‘imoneda, Cueva, Virus, Cervantes cen mis, sevaa formar att spatol en abladosy corrals, que sce eer curopeo, nila {et tenco inglés enced en a il, es nul porel momento. {6/SUPLEMENTOS ANTHROPOS 1a Numancia de Cervantes nuestra grandeza que pasar por encima del gusto de las novelas de caballerias y el de las tragedias greco- lacinas traducidas; no eran Palmerines ni Hécubas los que queria el pueblo, sino Calixtos, Melibeas y Celes- tinas; es decir, la expresién misma del Renacimiento: el hombre en la tierra, y en tierra espafiola; asf serd es- pafiol el teatro en codo, hasta el triunfo del neoclasi- cismo francés. No podia Cervantes, siendo quien era, dejar de parcicipar en esta prodigiosa creacién. Lo hizo como quien era, como ninguno, aunque los azares de su mala fortuna hundieran la mayor parte de su obra tea- tral en el libro. En ese pante6n permanecié larguisi- ‘mos lustros hasta que el buen olfato romntico de los grandes alemanes de principios del siglo pasado lo sa- caron a luz sin llegar a convencer, como es bien sabi- do, a Moratin y los suyos. Sélo poco a poco el teatro de Cervantes ha ido resurgiendo para colocarse en el lugar que le corresponde; sien las comedias de enredo perdido por aquel que lo podia todo con sdlo ponerse a hacerlo; cimero, con cien segundos, en dejar firme la grandeza de su pueblo. «Mas que ninguno de ellos (Rueda, Timoneda, Cueva, Virues, etc.) se levanté el divino ingenio de Miguel de Cervantes en aquella su. ruda Numancia, tan épica en medio de su desalifio, y tal, que retrae a la memoria la férrea poesia del viejo Esquilo en Las siete sobre Tebas», escribi6, bien como siempre, Menéndez y Pelayo. Entre las razones que pudieron mover a Cervantes para craet la tragedia de Numancia a la escena —de- jando aparte las casualidades, tal vez el conocimiento de Mariana, quizé la formacién de una compafifa o el cumplimiento de un contrato— parece natural supo- net una trasposicién Numancia-Argel por las corres- pondencias que puede hallarse en la situacién de los presos africanos y los sitiados numantinos, ambos ro- deados de enemigos y dispuestos a cualquier sacrificio ‘con tal de escapar al cepo. Tal vez hubiese oido Cer- vvantes, refiriéndose a él y sus compafieros, lo que Es- cipi6n escupe al embajador numantino: Bestias sos, y por tales enceradas, 0s tengo donde habtis de ser domadas (. Y cuando de la boca de Caravino salen impreca- ciones como: iPérfides, deseales,fomentides, rueles, revolts y trans; cobardes,codiciasos, malnacidas, pertinaces, frees yvillanas cadilteros, infames, comocidar Dor de industriowas mds cobardes manos! més parecen insultos dirigidos a piratas que no a ro- ‘manos enemigos, que podian haber merecido otros peores, pero distintos. a Max AUB, Lo mismo que, cuando se trata de escapar, de romper el cerco, hay en el afén de los numancinos una pasin que Cervantes siente y no inventa: Salgamos a morir a la campata 1y mo como cobardes en estrecho {...} En el teatro de esa época no hay todavia continui- dad verdadeta del argumenco ni progresién constante del interés, son frecuentisimas las variaciones de lu- ‘Bar, procédese a saltos, se recurte a personajes nuevos ya mediada o a punto de acabarse la comedia. Con el ‘tiempo, ponen reparos los «técnicos», los conocedo- res de urdimbre y trama, los «profesionales». Para el valor inerinseco de lo creado, ¢qué importa? EI meollo popular y nacional del teatro espaiiol del siglo xvi tenfa forzosamente que traer la historia patria a cuento: Juan de la Cueva escribird Los siete in- antes de Lara, Ea muerte del rey Sancho y Reto de Zamo- 1a, El saco de Roma; Andrés Rey de Artieda, Las aman- es de Teruel; fray Jetnimo Bermiidez adapta sus dos ‘tragedias segiin la historia de Inés de Castro; leyenda mora y zaragozana esté a la base de La Isabela de Lu percio Leonardo de Argensola; etc. «En el primer barroco —dice Casalduero— se parte de una idea fundamental, que se traduce en una variedad de acciones, la unidad esta fuera de la obra {...J}» Bs ley lo mismo para Fuenteovejuna que para La vida es sueio, pata Guillermo Tell 0 La muerte deun via dante, Si esa idea fundamental de la que habla el dis- ‘tinguido erudito acierta a entrafiar el sentir general de un pueblo damos, cal vez, con una definicién de lo €pico. Ahora bien, aun sabiendo lo que hacfa no pudo prever Cervantes el alcance del Quijote ni el de Nu- ‘mancia. No eran fuentes las que le faltaron para la compo- sicién de su tragedia, a mds de la tradici6n, de Floro y Lucano a la Crénica General. «En el Renacimiento —escribe Casalduero— se traduce a los tragicos, en el Barroco se escriben tragedias originales, Séneca no hace perder el camino a los dramaturgos de esta épo- ca, al contrario; si se fijan en él es porque encuentran Jo que iban buscando: el horror y la monumentali- dad.» Allf del «acostumbrado registro de sus ni- gromantes, furias, deidades y fancasmas alegéricos, €tc.», como gustan de repudiar los neoclésicos en el teatro de Juan de la Cueva o en el de Crist6bal de Vi- rués. El Gran guifiol no es de ayer: en la Comedia de la Libertad de Roma por Mucio Scévola, podemos ver «la operacién de cortar a Sulpicio, coram populo (que se hace en el teatro) [...}>. ° No llegar Cervantes a tanto en la escena famosa de la resurrecci6n del joven numantino, can impresio- nance de off y de ver, pero quien asegure que la tra- duccién de las tragedias griegas no influyé en el tea- to espafiol del siglo xvi —sean las trasposiciones de Pedro Simén Abril o de Ferndn Pérez de Oliva—, se La Numancia de Cervantes equivoca: nada recuerda tanto la escena de Marquino y del muerto como la famosisima de las Cofforas, la del llanto ¢ imprecaciones de Blectra frente a la cum- ba de Agamenén. Hay, ademés, en la Namancia una exhortacién a la vida en lo que tiene de més precioso: el amor y la amistad. Pocas escenas tan desgarradoras como la de ‘Marandro y Lira seguida por la de Marandro y Leoni- cio, una y otra con la muerte por fondo, en las que es- tos nobles afanes se expresan romdnticamente, es de- cir, trayendo el sentimiento a primer término y exal- téndolo a més no poder. No es de extrafiar la fascina- ci6n que iba a producir la lectura de la tragedia cer- vantina a Goethe 0 a Schopenhauer, aun dejando aparte la faz épica de la historia. A favor del «unani- mismo» de la historia suele olvidarse que estos episo- dios, seguidos por la desgarradora escena entre Lira y su hermano, dan un profundo interés humano, indi- vidual, a esa cragedia colectiva tan draméticamente descrita por Cervantes. iit El teatro de Cervantes es campo casi inexplorado si se le compara con sus demés obras. Los cervantistas se ‘contentan con el Quijote, los eruditos en dramaturgia se satsfacen con desenredar la madeja de Lope o pro- ccurat hallar saida al laberinto de Calder6n. ‘Téngase en cuenta que el ceatro de Cervantes abarca todos los géneros, en verso y prosa (a lo divino El rufidn dichaso; a \o caballeresco El gallardo espaol; a lo picaresco Pedro de Urdemalas; alo real, en muchas de sus partes, Las sratos de Argel; afiédase la maravilla de los Entremeses; y la Numancia). La Numancia, que es To que aqui nos importa, es la mejor tragedia espaio- la. Nadie dio més en esa cesitura, donde lo dificil no 5 llegar sino mantenerse. Asegura Cervantes haber sido el primero en redu- cir los cinco actos de la cragedia a tres. La Numancia tiene cuatro, paso que parece haber dado antes Juan de la Cueva. (Pertenece la Numancia a la primera época de la actividad ceattal de Cervantes, anterior a la irrupcién avasalladora de Lope. Fue representada y no pertenece al grupo de las comedias publicadas por su autor en 1615, todas ellas sin estrenar. La Numancia y Los tra- 4105 de Argel fueron descubiertas en el siglo xvin y pu- blicadas por primera ver, por Sancha, en 1784.) «La Numancia —dice don Marcelino— esté sepa- rada de todo lo que le rodea y forma época en Ia his- toria del teatro espafiol, anunciando ya el drama na- 4. Américo Castro, en su excelente lbeo Bl petamiens de Cera, fi siguera cita Ia Namonia SUPLEMENTOS ANTHROPOS!16

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