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¿Qué hacen las redes sociales con mi información?

Esta es la pregunta más repetida


entre los usuarios de estas plataformas tras hacerse público queCambridge Analytica,
una empresa de análisis de datos online, utilizó los perfiles de 50 millones de
personas que usan Facebook para influir en diferentes campañas políticas, entre
ellas las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Pero en un mundo globalizado
y que tiende a la concentración de poder, como se puede ver precisamente en el
ámbito tecnológico (Apple, Microsoft, Google o el propio Facebook mandan
por encima de las demás y las pequeñas empresas sueñan con ser compradas
por estos gigantes), subyace una pregunta más general: ¿a quién le estoy
contando mi vida virtual?
No todo el mundo conoce que aplicaciones tan populares como WhatsApp e
Instagram pertenecen a Mark Zuckerberg. Primero fue la red social de fotos e
historias efímeras, que fue adquirida por 1.000 millones de dólares en 2012. A priori,
solo se vio un movimiento destinado a absorber a un posible competidor: Sin
embargo, después llegaron la publicidad o, más recientemente, las
comprasintegradas, que señalan el camino de una plataforma que ha ido ganando
enteros sobre todo entre el público joven en los últimos años hasta convertirse en
referencia: Instagram tiene en la actualidad 30 millones de usuarios activos en
todo el mundo, y creciendo. Además de nutrirse de contenido creado por los propios
usuarios, un bien que escasea últimamente en Facebook. Porque ¿quién sube fotos a
su perfil azul cuando tiene la ventana multicolor en la que seguir directamente a las
imágenes de la vida de sus estrellas favoritas?
La jugada maestra de la compra de WhatsApp

Por su parte, la compra de WhatsApp fue una jugada maestra de Zuckerberg, a pesar
de que le costó en 2014 casi 22.000 millones de dólares, la compra más cara
de breve historia, que comenzaba en el lejano 2004. Esta aplicación de mensajería
instantánea (que hoy utilizan 1.300 millones de personas en todo el mundo y está
en auge, sobre todo, en países en vías de desarrollo) es una inversión a largo plazo
que ya empieza a mostrar sus «patitas» por debajo de la puerta: a principios de este
año, WhatsApp Business, la versión para conectar directamente clientes y empresas,
fue lanzada a bombo y platillo; a lo que no se le dio tanta «música» fue al cambio de
los términos de privacidad.
«WhatsApp está trabajando para encontrar maneras útiles para que nuestros
usuarios se conecten con empresas en WhatsApp para recibir información sobre
pedidos, transacciones y citas, notificaciones de entrega y envío, actualizaciones de
productos y servicios, mensajes de mercadotecnia, listados de directorios de negocios
para descubrir negocios en WhatsApp, [y otros contenidos patrocinados /
anuncios de estas empresas]», aseguraba en la «letra pequeña», aunque también
se indicaba que sería el propio usuario quien podría gestionar qué información quería
dar a estos terceros.
¿Qué comparten Facebook, WhatsApp e Instagram?

Una vez que se conoce quién es el encargado de recopilar todos estos datos, la nueva
duda que surge es: ¿comparten entre sí la información? Este punto es uno de
los más controvertidos. La teoría dice que no, y la práctica está penada por ley. Este
fue uno de los puntos más controvertidos para la compra de WhatsApp, sobre todo
para la Unión Europea, que miró con recelo e investigó el posible conflicto de
intereses.
Aunque la compañía consiguió hacerse con la aplicación de mensajería instantánea,
en los últimos seis meses ha recibido de la Agencia Española de Protección de
Datos dos multas precisamente porcompartir información sin el consentimiento de
los usuarios. Esta situación «colaborativa» es posible gracias a la interconexión de
datos: Facebook pide el número de móvil, con lo que puede relacionar perfiles y
cuentas de WhatsApp. Por su parte, es más sencillo crear una cuenta en Instagram si
se inicia sesión con la cuenta de Facebook: solo les separa un «clic».
Lealtad, buena fe y juventud

«En general los usuarios confiamos en las empresas porque tenemos unas
expectativas de uso razonable de nuestros datos. Y solo cuando vemos un mal uso de
nuestra información, retiramos nuestro permiso inicial, porque presuponemos la
buena fe de primeras», explica Borja Adsuara, jurista experto en derecho digital.
Señala que el principio de lealtad se encuentra recogido en la Carta de Derechos
Fundamentales de la Unión Europea «y estaría por encima del Reglamento
General de Protección de Datos (RGPD)», que entró en vigor en 2016 pero que
no es de obligado cumplimiento hasta el próximo mes de mayo, para cuando las
empresas tecnológicas como Facebook deben haber adaptado sus políticas de
privacidad.
«Imagina que un tal Mark se mete en tu pandilla de amigos; mientras habláis, él va
apuntando todo lo que decís en una libreta y llega el día en que vende esa información
a empresas para que os manden propaganda política. ¿Qué pensaríais? Que ha
traicionado vuestra confianza. Esto es lo que ha pasado con el escándalo de
Cambridge Analytica», ejemplifica Adsuara.

El interrogante viene si este mismo caso podría repetirse en otras plataformas


como Instagram o WhatsApp. «Instagram tiene una plataforma de publicidad
que se queda mucho más corta que Facebook, pero es un tremendo nicho de
mercado para dirigirse a los jóvenes, porque puedes hablar su lenguaje. Y veremos
cómo WhatsApp utiliza su versión de empresas. De hecho, la pantalla de inicio en
Messenger de Facebook es muy parecida a la de WhatsApp y eso nos puede dar
muchas pistas», afirma Esteban Mucientes, experto en marketing digital y redes
sociales.
Un futuro incierto

De momento, toda la polémica de Cambridge Analytica que tambalea los cimientos de


Facebook como red social no se ha dejado sentir demasiado en los demás negocios de
Zuckerberg. «Tanto WhatsApp como Instagram son marcas muy consolidadas, por lo
que no creo que a corto plazo notemos algún cambio», afirma Mucientes.
Por su parte, Adsuara cree que, al igual que la interfaz del «hijo» de
Zuckerberg dejará más a la vista a sus usuarios las políticas de
privacidad para evitar que se repitan episodios como los de Cambridge Analytica,
donde los afectados no solo fueron las personas que se descargaron la aplicación de la
que se sirvió la trama para hacerse con los datos, sino que también llegó hasta sus
contactos, las demás seguirán el mismo patrón. «Para adaptarse a la normativa
europea, tendrán que ser más claros y específicos en contar dónde va la
información y sus usos concretos, no como hasta ahora, que se caía en
la ambigüedad».
Con todo, los próximos capítulos de las repercusiones que uno de los mayores casos
de uso ilegal de información online aún están por escribir.

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