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Violencia social y realidad en Psa.

VIÑAR

¿Es posible el psa en América Latina con esa injusticia social y violencia política? ¿Cómo irrumpe en la sesión la
violencia social?

La dictadura militar que costó 30 000 desaparecidos, muertos sin tumba, deja tras de sí un n° de sobrevivientes
encargados de elaborar el duelo, herederos responsables de llevar a cabo la inscripción histórica del horror. Este
tema fue tabú en Argentina durante la dictadura.

Lo que llamamos realidad, no es más que una síntesis humana, construida a partir de observaciones diversas y
miradas discontinuas. La realidad no es, sino que se construye en la experiencia misma.

Se argumenta que la marca icc es lo que el psa debe leer y descubrir, y que la misma es siempre infantil y sexual.
Pero VIÑAR argumenta, en cambio, que lo que leemos o encontramos en la clínica son marcas de las reliquias
infantiles en la actualidad del sufrimiento y del destino y que el horror del fascismo es lo más eficaz para el
surgimiento de lo más patógeno y menos resuelto de cada uno.

Un psicoanalista no tiene la misma posición subjetiva en la sociedad liberal que en la marcada por la violencia.
Hay una gran diferencia en la manera en que la escena político-social atraviesa la sesión en la sociedad liberal que
cuando la dictadura nos somete al exceso del horror.

Hay una dimensión del trauma para el que la lengua no tiene palabras, por lo que se hace necesario conservar el
impacto del horror sin domesticarlo, sin someterlo al trabajo reductivo del discurso.

En el drama edípico, la trama circula abiertamente entre la escena pública y la íntima, pero esta libre circulación
se restringe en el discurso analítico, donde la realidad psíquica y la sexualidad infantil son categorías determinantes y
polos de comprensión. El autor cuestiona este modelo como excesivo y tramposo en su dicotomía del adentro y el
afuera, en la escucha de pacientes neuróticos en situaciones de crisis y violencia social, como las que se vivieron en
América Latina.

Es sabido que hay una dicotomía entre el adentro y el afuera del espacio social y del subjetivo. En la disociación
necesaria para la construcción de la realidad propia a la experiencia analítica, lo social y lo psicológico pueden
desconectarse, creando una continuidad.

Estas 2 posiciones le resultan erróneas, ya que la realidad de la experiencia analítica debe subvenir las relaciones
del adentro y del afuera, debe asumir la paradoja de que lo que aparentemente es externo aparece en el núcleo más
íntimo del sujeto, y que lo más íntimo se proyecta y prosigue en la construcción de la realidad más externa.

De mi historia íntima, que es objeto incontestable del análisis, a la Historia (social y colectiva), hay una distancia
infranqueable. ¿Cómo recoger y reconocer en análisis una sintaxis de existencia que las una y las separe, las traduzca
y supere su dicotomía? Porque para tener una historia hay que ser o hacer esa historia.

El horror nos confronta con problemas imposibles de elucidar. Se puede decir que la experiencia del análisis
(asomándonos a la sexualidad infantil) o la historia de la humanidad (guerra, terror, violencia, etc), hacen evidente
que el horror es un polo constitutivo de lo humano.

La experiencia de la tortura no es reductible al repertorio de violencias y agresiones físicas y psicológicas, estos


son sólo medios o instrumentos de un sistema lúcido que apunta a destruir las creencias de la víctima, a despojarla
como sujeto de la relación consigo mismo, sus ideales y memoria.

En el trabajo clínico con torturados, se pudo discernir un rasgo común del horror: una zona de silencio, que es
crucial. Lo inconfesable no es lo que no se confiesa, sino cuando no hay confesiones o confidencias que lo revelen. Se
hace patente cuando algo perentorio lo hace irrumpir por defecto y por ausencia: “ustedes no pueden saber”.

La definición del horror que atraviesa este texto no es de “tuve una experiencia”, sino que la travesía del desastre
me ha hecho otro, la pregunta que me instituye como sujeto ya no es la misma, y de ese mundo iré dando cuenta
por indicios, por fragmentos, como migajas de una inscripción en mi ser que me hace otro del que fui.

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Hay una exclusión recíproca entre palabra y destrucción. El compromiso ético de hablar, acompañar el testimonio
y la denuncia, de matar el silencio, es un punto de partida. Hasta ahí el psicoanalista no da un paso más que
cualquier ciudadano. Un analista sabe que el acto de hablar no es inocente, que convocar el espanto al espacio de lo
hablado tiene peligros: por un lado, la función colonizadora de la teoría, es ilusión de que ya sabemos de lo que se
trata; por otro, la narración de la escena sádica, la fascinación en lo visual-alucinatorio. Entre ambos, el surco es
estrecho para evitar el colapso entre el horror y el acto de pensamiento. Pero es allí donde se construye el
pensamiento, en esa grieta que lleva al abismo del horror. Un lugar posible para el psa es discriminarse de la
alucinación y crear el intervalo entre el horror y su reflexión. Debemos combatir el olvido y la venganza inscribiendo
una memoria y sancionar el crimen construyendo una historia.

Cuando el horror proviene del fantasma sexual, sabemos que la angustia sólo es del paciente, pero cuando viene
de lo social en su violencia y horror, estamos con el paciente en una equidistancia que amenaza el soporte simbólico
del encuadre, y la espera de que el analista “sabe” está anulada desde la partida.

¿Qué cambios hubo en el quehacer analítico con la aparición del horror de las dictaduras militares? El psiquismo
debe metabolizar 2 elementos: brutalidad e impostura de racionalidad. La 1ra es la amenaza de prisión, tortura o
desaparición de mí mismo o de alguien cercano a quien quiero, nunca se sabe si es riesgo se sobrestima o subestima.
El castigar de manera terrible, desproporcionado y sádico, tiene como impacto la creación de pánico. Así, el “no te
metas” es el lugar de salvación que corrompe y degrada a personas, pero es la ley para sobrevivir.

El dispositivo regresivo y la amenaza de tortura o desaparición, coloca la evidencia de una zona donde la distancia
entre el no puede ser y sin embargo es, no es de fácil discriminación. Una zona donde el criterio de realidad sobre lo
espantoso es equívoco y funciona en el exceso.

Hay una frase simple que evidencia el intervalo simbólico entre los que atravesaron el horror y los que lo
pudieron evitar: “ustedes no pueden saber”. Esta frase puede ser queja o insulto, pero fundamentalmente se trata
de la distancia de un silencio que separa 2 universos de experiencia que no tienen medida común entre sí. Si no
hacemos algo para elaborar colectivamente esta distancia, para sancionarla simbólicamente, nos atrapará en una
guerra irreversible.

El incremento del terrorismo de Estado crea una relación equívoca con la gravedad y extensión de la amenaza y el
peligro, creando soledad.

¿Qué juicio oculta “ellos no pueden saber” y “nosotros no lo sabíamos? El saber en cuestión surge de la creencia
en el carácter irreversible de la fuerza de exterminación, y el pensar, apunta a colocarse del lado de los que no serán
amenazados de exterminación.

Se crea una pseudolegalidad, que se viste con los oropeles de la verdad absoluta. La impostura de la ley como
ornamento a la violencia desnuda ha sido un rasgo común de las dictaduras latinoamericanas. Apunta al
desfallecimiento de la función de pensamiento y del lenguaje.

La interiorización de la Ley, es una necesidad intrínseca del funcionamiento del aparato psíquico. La teoría
freudiana del superyó, el masoquismo y la culpabilidad icc, remiten el acceso a la cultura a la sexualidad infantil y a la
sujeción parental. Los excesos de la dictadura actualizan este mundo arcaico, sumergido en la amnesia infantil. En la
dictadura, la impostura de la Ley procura apropiarse de instancias internas de control y vigilancia.

Mientras el horror esté afuera, podemos sustraernos y calificarlo como abuso del poder, pero luego viene la
operación donde el objeto se interioriza. Mientras el abuso sea del poder y esté afuera, yo me discrimino y mi
capacidad de indignarme está intacta, no ha entrado a funcionar la lógica del terror y la culpabilidad de la víctima. El
análisis y lo político están discriminados.

Pero desde que el abuso de poder se hace apropiación del código, se pasa del “abuso del poder” al “abuso de
poder”, donde se interioriza la instancia tiránica. Aquí, la discrepancia se paga con castigo, martirio o exclusión.

Se puede creer erróneamente que cada sujeto tiene la opción de plegarse o rebelarse, de optar por el combate,
la sumisión o la prescindencia, lo que colocaría al poder como un posible interlocutor, con quien se puede tener un
acuerdo, contencioso o contienda. Pero desde que el poder se apropia del código para pervertirlo y corromperlo,
suprime la polisemia de la diversidad.

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¿Cómo y hasta dónde la palabra de análisis sigue siendo posible cuando el odio de la diferencia y el reino de la
verdad monolítica se apropian del espacio social y a veces del subjetivo? Cuando este tipo de acontecer inunda la
vida cotidiana y su irrupción distorsiona el código de convivencia, el funcionamiento subjetivo se disloca. La
propuesta de cada día es estar en sumisión o rebelión frente a estas inoculaciones mortíferas. Mediante la
apropiación del código, nos desposeen de la capacidad de pensar y decidir por nosotros mismos, la nueva lógica sólo
impone una discriminación en que una manera de pensar es inocente y la otra es culpable o peligrosa.

La vocación totalitaria de suprimir al opositor en lo político, pronuncia una resonancia totalizante en lo subjetivo.
La pregunta necesaria es cómo estar del lado de los que no van a ser exterminados. Con el cambio del código, hay
grupos o personas que encarnan la Ley.

La impostura de la Ley, nos priva de la capacidad más humana: construir vacilando. Nadie sale indemne de la
experiencia del horror. En la transmisión del patrimonio mortífero que es herencia de todos, cada elaboración y
significación deja su resto de indescifrable, de incomprensible y excesivo. Este es el lugar del terapeuta, allí se puede
resignificar el sujeto sufriendo, definir el lugar del sacrificio y del ideal. Se trata de reconocer cuándo el silencio debe
ser respetado como refugio de lo intolerable y cuándo debe ser violentado.

Cada sujeto y cada generación se apropian de la historia al advenir a ella y materializan o encarnan los mitos de
los que lo preceden. Pero lo imposible a transmitir crea el intervalo, la distancia o ruptura de generaciones. Entre la
memoria y la reconstrucción del pasado hay omisiones, distorsiones, donde se crean espacios vacíos, necesarios
como refugios de lo intolerable.

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