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Avergonzarse de México

Por Víctor Beltri

En 1981, Jack Trout, uno de los mayores gurús de la mercadotecnia, explicó lo que en
ese momento era un concepto de nuevo cuño: el posicionamiento, entendiendo por tal
el “sistema organizado para encontrar una ventana en la mente, basado en el concepto
de que la comunicación ocurre solamente en el momento preciso, bajo las
circunstancias correctas”. Esto equivale, en pocas palabras, a encontrar los términos
más sencillos para identificar un producto cualquiera. Jabón que arrasa con la grasa.
Cloro rendidor. Panquecitos esponjositos. Bebida apropiada para mezclar. Autos
confiables.

También los países se posicionan. Parte fundamental del éxito económico de España,
por ejemplo, antes de la crisis actual, se basó en el hecho de que se logró posicionar,
en el resto del mundo, como un lugar con sol y en donde se come bien. Sol y tapas.
Francia es cultura, tradición y vino. Italia es comida, siempre comida. Brasil es
samba, alegría y, últimamente, progreso. Argentina es tango, orgullo y vino. Hoy nos
podemos preguntar cuál es el posicionamiento de México. ¿Comida? ¿Alegría?
¿Historia? ¿Mariachis? ¿Drogas? ¿Corrupción? ¿Violencia?

Al final de la Segunda Guerra Mundial, los países perdedores se vieron sometidos a


una serie de medidas que, en algunos casos, fueron realmente humillantes. ¿Qué
puede ser peor, para el amor propio nacional de cualquier país, que llevar la etiqueta
de asesinos? ¿Puede haber una humillación mayor que obligar al Jefe de Estado, el
Emperador en el caso de Japón, a declinar su condición divina y aceptar una derrota?
¿O a los alemanes a vivir por generaciones expiando las culpas de su pasado? Sin
embargo, los perdedores, hayan sido alemanes, japoneses o italianos, siempre
mantuvieron la frente en alto y llevaron su orgullo nacional más allá de la vergüenza
internacional. La patria siempre estuvo más allá de la barbarie.

En México, en fechas recientes, se comienza a considerar la conveniencia de disociar


el nombre de nuestro país con el de los destinos turísticos específicos, para la
promoción en el exterior. Esto es, por ejemplo, hablar de Los Cabos, Baja California,
evitando intencionalmente la mención de México, para que el turista extranjero no se
espante. Sí, dejarlo que piense cualquier cosa antes que reflexionar en que Cancún,
Huatulco, Puerto Vallarta, o cualquier otro lugar, es parte del territorio nacional.
Porque para el extranjero, y a pesar de los esfuerzos que al respecto se han hecho –
como cuando en la pasada reunión de embajadores con el presidente Calderón se
prohibió específicamente hablar mal de México-, nuestro país es sinónimo de peligro,
de narcotráfico, de tragedia y corrupción.

¿No le da vergüenza? ¿Qué necesitamos que pase para que reaccionemos y nos
decidamos a hacer algo por nuestra patria? ¿Para que hagamos frente a la delincuencia
y denunciemos sus crímenes? ¿Para que hagamos frente a las autoridades y les
exijamos eficiencia y honestidad? ¿Para que le hagamos frente a nuestra indolencia y
nos decidamos a ejercer una ciudadanía responsable, con derechos pero también con
obligaciones?

Podríamos envolvernos en la bandera y tachar a los empresarios de corruptos,


vendepatrias y traidores. Rasgarnos las vestiduras y arrepentirnos del voto que
emitimos, mayoritario, por esta administración. Gritar a voz en cuello que estaríamos
mejor con el perdedor de aquellos días. Adjudicar la catástrofe a un posible regreso
del PRI a Los Pinos. A la crisis. A la extrema derecha. A la extrema izquierda. A la
maestra. A Salinas. A los gringos. A quien quieran. Al malo de turno. Pero tenemos
que darnos cuenta de que, en el momento en el que nos vemos obligados a ocultar el
nombre de nuestro país, a avergonzarnos de nuestra patria, poco más hay que perder.
Y no podemos confiar en nadie más que en nosotros mismos, en nuestros votos y en
nuestra vocación ciudadana. Porque, después de esto, ¿qué podría seguir?

contacto@victorbeltri.com y twitter.com/vbeltri

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