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LECTURA 5

El decir y lo dicho
Ducrot, Oswald (1984). Hachette, Buenos Aires.

Cap. 1. La enunciación

Decir que una serie lingüística producida por un locutor constituye un enunciado, equivale
a decir, en primer lugar, que este locutor al producirla, se ha presentado como asumiendo la
responsabilidad de la misma.
Supongamos que alguien pregunta: “¿Pedro vino para ver a Juan?”. El nombre Pedro no
constituye en este caso, un enunciado, por sí mismo: el locutor no aceptaría tener que
justificarse por haber pronunciado esa palabra. Dirá que la ha pronunciado para formular la
pregunta que ha formulado, y solamente se va a declarar comprometido, en lo que concierna
a la legitimidad o pertinencia de esa pregunta tomada en su totalidad. Tampoco el segmento:
“Pedro vino”, considerado dentro de la serie precedente, constituye un enunciado, ya que el
objetivo explícito del acto del habla no residía en averiguar la venida de Pedro sino en la
intención que motivó su venida. Por lo tanto, para constituir un enunciado es preciso tomar
en consideración la totalidad de la serie. Esta primera condición fija una extensión mínima al
enunciado; se añade a ella una segunda condición, que determina un máximo. Si, dentro de
una serie podernos determinar una sucesión de dos segmentos respecto de cada uno de los
cuales el locutor pretende comprometer su responsabilidad, diremos que esta serie constituye
no uno sino dos enunciados. Tal sería el caso si la pregunta hubiera sido, por ejemplo:
“¿Pedro vino ¿Y para ver a Juan?”.

Tal como acabamos de caracterizarlo, el enunciado es una serie efectivamente realizada,


es decir, una ocurrencia particular de entidades lingüísticas. Supongamos que un locutor
diferente del que habíamos imaginado más arriba, y que hablara, por lo tanto, en otro punto
del espacio y el tiempo, formule la misma pregunta término por término; diremos entonces
que se trata de otro enunciado. Decidir que dos enunciados son realizaciones de la misma
oración equivale a suponer que ponen en práctica por igual la misma estructura lingüística.
Resulta de ello que esta decisión depende de lo que se entienda por “estructura lingüística”.
Si pensamos que ésta es una sucesión lineal de palabras, será necesario y suficiente con que
los dos enunciados estén compuestos de las mismas palabras alineadas en el mismo orden.
Pero no ocurre lo mismo si introducimos relaciones más complejas en la noción de estructura,
podemos imaginar que la misma serie de palabras pueda corresponder a organizaciones muy
diferentes y por ende a oraciones diferentes, y así también que series diferentes puedan
manifestar la misma organización, y por ende la misma oración. De esta manera, nada tiene
de absurdo (ni tampoco de evidente) decir que el enunciado “¿Pedro vino para eso?”
empleado en un contexto en que “para eso” significa “para ver a Juan” realiza la misma
oración que el enunciado que habíamos tomado como ejemplo más arriba. Deduciremos de
esto que las oraciones, entidades abstractas, no pertenecen a lo observable, a lo dado, sino
que son elementos del objeto teórico que se construye con la finalidad de dar cuenta de lo
dado (en términos saussureanos, pertenecen a la lengua).

Además tenemos que distinguir del enunciado y la oración, la enunciación. Es el


acontecimiento histórico que constituye, por sí misma, la aparición de un enunciado. Dicho de
otra manera, es el hecho de que una oración haya sido realizada. La diferencia entre
enunciado y enunciación salta a la vista cuando reflexionamos acerca de la ambigüedad de
una expresión como: “Su carta me sorprendió”. ¿Encontré sorprendente el texto de la carta, o
los enunciados que la componían y que contenían quizá indicaciones sorprendentes? ¿0 el
motivo de mi asombro reside en el hecho de que se me haya enviado esta carta, tal como es,
ya sea porque su autor no me escribe habitualmente o porque, si lo hace, me envía cartas de
otra índole? En los dos últimos casos, lo que me sorprende no es el enunciado sino la
enunciación. Entendida de esta manera, como surgimiento de un enunciado, la enunciación
no debe confundirse con la actividad lingüística, es decir, con el conjunto de movimientos
articulatorios, de procesos intelectuales, de cálculos de medios y de fines que llevó a un
locutor a producir su enunciado. Mientras que esta actividad, estudiada por la psicolingüística,
es previa al enunciado, la enunciación es contemporánea respecto de él: es la existencia
misma del enunciado. (Demostraremos más adelante que, si la lingüística quiere dar cuenta
del sentido de los enunciados, no puede ignorar la enunciación.)

Cap. 8. Esbozo de una teoría polifónica de la enunciación.


[…] Me parece necesario establecer y conservar luego (aunque cueste un poco) una
rigurosa distinción entre «el enunciado» y «la frase». Lo que yo llamo «frase» es un objeto
teórico, significando esto que no pertenece para el lingüista al dominio de lo observable, sino
que constituye una invención de esa ciencia particular que es la gramática. Lo que el lingüista
puede considerar como observable es el enunciado, entendido como la manifestación particular,
como la ocurrencia hic et nunc de una frase. Supongamos que dos personas diferentes digan
«hace buen tiempo», o que una misma persona lo diga en dos momentos diferentes: estamos
en presencia de dos enunciados diferentes, de dos observables diferentes, observables que la
mayoría de los lingüistas explican decidiendo que se trata de dos ocurrencias de la misma frase
francesa, definida como una estructura léxica y sintáctica y que se supone les es subyacente.

Decir que un discurso, considerado como fenómeno observable, está formado por una serie
lineal de enunciados, es forjar la hipótesis […] de que el sujeto hablante lo presentó como una
sucesión de segmentos en que cada uno corresponde a una elección que, comparada con la
elección de otros, es «relativamente autónoma». Plantearé entonces que un interpretante, para
segmentar en enunciados un discurso dado, debe admitir que este recorte reproduce la
sucesión de elecciones «relativamente autónomas» que el sujeto hablante pretende haber
operado. Decir que un discurso constituye un único enunciado es, inversamente, suponer que el
sujeto hablante lo ha presentado como objeto de una elección única.

Se hace menester aclarar ahora la noción de «autonomía relativa» que acabo de utilizar.
Reside, a mi juicio, en la satisfacción simultánea de dos condiciones: la cohesión y la
independencia. Un segmento tiene cohesión si ninguno de sus constituyentes es elegido por sí
mismo, es decir si la elección de cada constituyente viene siempre determinada por la elección
del conjunto. Es el caso de una serie como Pedro está aquí, al menos cuando se admite que las
tres palabras que la constituyen se eligieron para producir el mensaje total, y que la ocurrencia
de la palabra Pedro, por ejemplo, no se justifica por el simple deseo de pronunciar el nombre
de Pedro. Pero también es el caso de la propia palabra Pedro, en la medida en que la aparición
de los fonemas que componen esta palabra se justifica solamente por el deseo de formar el
nombre total Pedro. Ahora bien, si no queremos tener que considerar esta ocurrencia de Pedro
como un enunciado, a la cohesión habrá que añadirle una segunda condición, que llamaré
«independencia». Una serie es independiente si su elección no está determinada por la elección
de un conjunto más vasto del que forma parte. Lo cual excluye inmediatamente la palabra
Pedro tal como aparece en la serie analizada.

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