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LA PROTECCIÓN CONSTITUCIONAL DEL MEDIO

AMBIENTE DESDE LA PERSPECTIVA DEL DERECHO


PENAL.

GERARDO RUIZ-RICO RUIZ


Catedrático de Derecho Constitucional
Universidad de Jaén (España)

1.- Dimensión sancionatoria del principio ambiental en la


Constitución española de 1978
El artículo 45 de la Constitución española de 1978 (CE, en
adelante) se caracteriza por la polivalencia que contienen los tres
apartados en los cuales se estructura. En primer lugar, no sólo
reconoce el derecho subjetivo de todo ciudadano a “un medio
ambiente adecuado para el desarrollo de la persona”, y el
equivalente a sensu contrario “deber de conservarlo”. También
recoge una versión programático-finalista de la tutela del ambiente,
en forma de verdadero compromiso constitucional -vinculante para
todos los poderes públicos- con el que se pretende garantizar la
“utilización racional de todos los recursos naturales”. Por último, el
apartado tercero de ese mismo precepto autoriza al legislador a
regular la potestad sancionatoria -administrativa y penal- de la
Administración, como último recurso ante el eventual
incumplimiento de los fines y deberes constitucionalizados en los
párrafos precedentes 1.

La recepción en la norma fundamental española de un


tratamiento punitivo de los daños contra el medio ambiente aparece
junto a otras dimensiones sancionatorias: una tradicional que
pertenecería al derecho administrativo sancionador, y una última,
hasta entonces inédita en la mayoría de los textos constitucionales
europeos -aunque no tanto entonces en el ordenamiento
comunitario-, que prevé la obligación de reparar el daño ambiental
causado 2 .

En cualquier caso, todas estas versiones del derecho


ambiental sancionador, incumplimiento de la preceptiva
constitucional, estuvieron ya presentes, desde un principio, en el
proceso de elaboración y discusión de la Ley fundamental española.

1
.- Sobre la dimensión constitucional del medio ambiente resulta imprescindible la consulta de
Raúl Canosa Usera, en Constitución y medio ambiente.2000.Por nuestra parte nos hemos
ocupado de este tema en El derecho constitucional al medio ambiente. Tirant lo Blanch.
Valencia. 2000.
2
.- Las Constituciones mediterráneas -Grecia (1975) y Portugal (1976)- no hacen referencia
alguna a esta dimensión jurídica del derecho ambiental, pese a que coinciden con la CE de
1978 en otros objetivos relacionados con la conservación del ambiente natural. En lo que
respecta al derecho comunitario europeo, este principio -quien contamina paga- se encuentra
formulado por primera vez en el Acta Única (1987), pese a que ya estaba presente en la
Recomendación adoptada por el Consejo en 1975 (436/75). Sin embargo, la aplicación efectiva
de este principio está sujeta en la práctica a múltiples condicionamientos; entre otros, la
inexistencia -salvo en contadas ocasiones- de un sistema de impuestos y tasas”ecológicos”
que graven las consecuencias que tienen sobre el medio ambiente determinadas actividades
productivas; así como la falta todavía de una norma comunitaria que regule la “responsabilidad
civil por daños ambientales. Vid. L. Krämer. Derecho ambiental y Tratado de la Comunidad
Europea. Marcial Pons. Madrid. 1999. Pág. 99.
Desde el principio, y si se observan las iniciales redacciones de ese
artículo 45, se puede reconocer esta previsión de tipificar en el
Código Penal del denominado "delito ecológico"; inlcuso podemos
considerar que se contemplaba más que como facultad potestativa
o discrecional como auténtico deber del legislador estatal. Resulta
de interés destacar en este punto cómo, a pesar del intento del
entonces partido mayoritario en el Gobierno de la Nación (Unión de
Centro Democrático) por hacer desaparecer este apartado,
basándose en una supuesta coherencia formal con el bloque
normativo donde había sido enclavado (Principios Rectores de la
política económica y social, Capítulo Tercero del Título Primero), la
redacción del proyecto de Constitución no sufriría cambios de
envergadura en el debate que tiene lugar a continuación en las
Cortes constituyentes.

En este punto puede ser conveniente mencionar al menos


una enmienda que aclararía bastante la intencionalidad y el
significado con que fue aprobado el texto del artículo 45-3º. En
efecto, el enunciado del Anteproyecto de Constitución preveía la
aplicación de sanciones a los atentados "más graves" contra el
medio ambiente. Alguna de las formaciones políticas que
intervienen en los debates (Minoría Catalana y Grupo Mixto)
propuso la supresión de la palabra "más", dando a entender la
conveniencia de penalizar cualquier tipo de lesión de entidad, esto
es, los atentados solamente "graves" a la naturaleza y el paisaje.
Sin embargo será en el Senado donde va a quedar consensuado el
perfil último de esa dimensión penal del principio ambiental
constitucionalizado. A través de una enmienda apoyada por
Socialistas e Independientes, se defendió una modificación del texto
que contemplaba la aplicación de medidas sancionatorias, tanto
penales como administrativas, para toda forma de conducta que
implicara la violación de la obligación general e inexcusable de
proteger el medio ambiente. Se rechazaba así una posible
tolerancia frente a aquellas transgresiones al deber constitucional
de respetar los bienes naturales, por el hecho de su escasa
gravedad o simplemente para no interrumpir los procesos de
desarrollo económico 3.

3
La redacción del artículo 45-3º de la CE quedó definitivamente fijada gracias a aquella
enmienda aprobada por la Cámara Alta, presentada por el Senador J.L. Sampedro,
justificándose en la idea de que había que acabar con el argumento económico "que
basándose en la supuesta contradicción entre desarrollo económico y defensa del medio
ambiente, sostiene que sise toleran infracciones menos graves vamos a detener el desarrollo
económico".
De este modo, la CE no hace sino constatar la progresiva
sensibilización de nuestro ordenamiento jurídico por la protección
del ambiente natural, sin excluir aquella dimensión más intimidatoria
que representa el denominado “delito ecológico”. En esta última
faceta,__ hasta la última reforma del Código Penal de 1995, existía
sin embargo un único tipo delictivo, contemplado en el artículo 347-
bis del anterior Código Penal (CP), que se caracterizaba por una
excesiva simplificación al prever las posibles conductas que
merecían sanción de aquella naturaleza. Por de pronto, quedaban
fuera de su ámbito de aplicación las actuaciones de los funcionarios
que informaran favorablemente los proyectos contrarios a las leyes
y reglamentos medioambientales; tampoco cabía la aplicación del
delito ecológico a la intervención de empresas públicas o de capital
mixto (público y privado) cuya actuación tuviera efectos
contaminantes o lesionara seriamente los bienes naturales4.

2.- La respuesta normativa del legislador a la recepción


constitucional del derecho ambiental sancionador:
examen de la vigente regulación del delito ecológico en el
Código Penal de 1995.

Uno de los desarrollos normativos más esperados del artículo


45-3º de la CE es el que se ha producido recientemente con la
aprobación de un nuevo Código Penal (Ley Orgánica 10/1995, de
23 de Noviembre). Con la vigente redacción del delito ecológico se
ha regulado de manera -diríamos- exhaustiva el establecimiento de
sanciones penales contra aquellos actos que supongan una
infracción grave del derecho al medio ambiente y el deber utilización
racional de los recursos naturales. Pero con la actual regulación no
sólo se está dando una respuesta en principio adecuada a un
expreso mandamiento constitucional; al mismo tiempo, este
reconocimiento por el legislador de un extenso régimen punitivo
sobre todo lo que suponga una lesión intensa del equilibrio
ecológico representa también la oportuna reacción ante la
impotencia -hasta hoy contrastada por la experiencia- del derecho
administrativo sancionador en el campo de la protección ambiental.
4
Vid. entre otros F. Briones Vives. Comentario al artículo 347-bis del Código Penal. Pág. 1776;
I. Rodríguez Ramos, en "La protección del medio ambiente en el Proyecto de Código Penal
(arts. 323 a 325 del Proyecto)", en Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad
Complutense, Nº 3, Madrid. Pág. 29 y ss.
El Título XVI del Código Penal español (artículos 319 a 340)
ha reunido en un único bloque de normas los delitos relativos a la
ordenación del territorio, y a la protección del patrimonio histórico y
el medio ambiente; en definitiva, todas aquellas infracciones en las
que se atenta contra bienes naturales y culturales, cuya relevancia
o gravedad justifican la aplicación de instrumentos sancionatorios
de esta naturaleza. En todos ellos se puede reconocer un
denominador u objetivo común, implícitamente compartido en los
tres supuestos delictivos, relativo a la tutela de una serie de bienes
jurídicos de interés social. Prueba evidente de esa conexión que
existe se encuentra en los delitos sobre ordenación del territorio
(art. 319-320), en los que se vincula de forma expresa la finalidad
de las penas impuestas con criterios de conservación tanto del
medio natural como de los bienes que tengan un interés histórico5.

Como hemos subrayado con anterioridad, la utilización de la


vía penal para hacer frente al problema de los daños ambientales
resultaba una exigencia constitucional ineludible; si bien no es
posible deducir a priori la eficacia que vaya a tener esta nueva
regulación del delito ecológico y la amplia gama de versiones con
que ha sido configurado en el CP, todas ellas con una considerable
complejidad aplicativa. La larga relación de supuestos de hecho que
se establecen allí no significaría, sin embargo, la ruptura del
principio de intervención mínima, consustancial a la normativa
penal, ni tampoco la traslación a un segundo plano del derecho
administrativo sancionador. Recogiendo el sentido implícito de la
norma fundamental, el Código Penal -lo que algunos llaman
"Constitución en negativo"- reserva su finalidad disuasoria para las
conductas o riesgos que encierran un mayor riesgo para la
conservación del medio ambiente. Este es el criterio recogido sin
duda por el tipo genérico del artículo 325, precepto que limita su
ámbito de aplicación a las actuaciones contaminantes que provocan
un perjuicio grave en los sistemas naturales.

5
El artículo 319 del CP establece la imposición de penas a los promotores , constructores y
técnicos que lleven a cabo construcciones no autorizadas en lugares "que tengan reconocido
legal o administrativamente reconocido su valor paisajístico, ecológico, artístico, histórico o
cultural". El mismo precepto, en su párrafo segundo, sanciona igualmente las simples
infracciones cometidas contra la planificación urbanística, si bien con una pena inferior a las
que se cometen en suelo no urbanizable que tenga un valor natural o histórico-cultural: prisión
de seis meses a tres años, en el primer caso, y de dos años, en el segundo; además de multa
de doce a veinticuatro meses, así como inhabilitación de seis a tres años para ambos
supuestos.
Quizás una de las principales dificultades que plantea la
aplicación de la nueva regulación penal estriba en la facultad que
poseen los jueces y Tribunales para apreciar esa gravedad. Si lo
realmente tipificado no es cualquier conducta lesiva desde el punto
de vista ambiental, sino tan solo las más perjudiciales, se está
introduciendo un elemento de valoración por parte del órgano
jurisdiccional que exige siempre una ponderación de circunstancias,
pruebas, e informes periciales en cada caso concreto 6. Para limitar
de algún modo este considerable margen de autonomía del
intérprete judicial a la hora de determinar la comisión de uno de
estos delitos sería conveniente elaborar una doctrina jurisprudencial
mínimamente homogénea para determinar el alcance real de estas
disposiciones sancionatorias. Sin embargo, la escasa gravedad de
las penas previstas, junto a los criterios relativos a la competencia
material que regulan el procedimiento penal, impiden que en el
futuro pueda llegar a consolidarse una línea de interpretación con
una elevada dosis de uniformidad, como es la que normalmente se
impone de y deriva de la jurisprudencia del Tribunal Supremo 7.

En consonancia con una regulación constitucional específica,


otra de las novedades importantes que incorpora el Código de 1995
es la de haber individualizado el bien jurídico protegido,
separándolo de otros valores y derechos, tales como la salud, la
propiedad, e incluso la vida humana, con los que tradicionalmente
ha sido contemplado en la disciplina jurídico-penal.

El precedente normativo inmediato (art 347 bis) había incluido


el delito ambiental dentro de los delitos de riesgo, en un apartado
dedicado a los delitos contra la salud pública.

El artículo 347 bis del anterior Código Penal establecía:


"Será castigado con la pena de arresto mayor y multa de
50.000 a 1.000.000 de pesetas el que, contraviniendo las
leyes o reglamentos protectores del medio ambiente,
provocare o realizare, directa o indirectamente emisiones o
vertidos de cualquier clase, en la atmósfera, el suelo o las
6
Vid. Cándido Conde-Pumpido, en "La tutela del medio ambiente. Análisis de sus novedades
más relevantes". En Revista La Ley, núm. 4017, 17 de Abril de 1996.
7
.- En cualquier caso, han llegado ya recursos de casación al Tribunal Supremo (TS), a través
la invocación de una posible infracción de ley, que permitirá ir paulatinamente conformando una
línea hermenéutica útil para los jueces penales y Audiencias Provinciales. Vid , entre otras, las
Sentencias del TS de 19 de Mayo de 1999, 25 de Enero del 2000, 8 de Marzo del 2000, 22 de
Noviembre del 2000 o 12 de Diciembre del 2000.
aguas terrestres o marítimas, que pongan en peligro grave la
salud de las personas, o puedan perjudicar gravemente las
condiciones de vida animal, bosques, espacios naturales o
plantaciones útiles.
Se impondrá la pena superior en grado si la industria
funcionara clandestinamente, sin haber obtenido la preceptiva
autorización o aprobación administrativa de sus instalaciones,
o se hubiese desobedecido las órdenes expresas de la
autoridad administrativa de corrección o suspensión de la
actividad contaminante, o se hubiese aportado información
falsa sobre los aspectos ambientales de la misma o se
hubiere obstaculizado la actividad inspectora de la
Administración.
También se impondrá la pena superior en grado si los
actos anteriormente descritos originaren un riesgo grave de
deterioro irreversible o catastrófico.
En todos los casos previstos en este artículo podrá
acordarse la clausura temporal o definitiva del
establecimiento, pudiendo el Tribunal proponer a la
Administración que disponga la intervención de la empresa
para salvaguardar los derechos de los trabajadores".
Esta única disposición era a todas luces insuficiente,
tanto para permitir una consideración del medio ambiente
como bien jurídico totalmente autónomo, como a la hora de
ofrecer una tutela penal efectiva del mismo. Se limitaba a
tipificar conductas relacionadas exclusivamente con
actividades contaminantes que supusieran un peligro grave
para la salud de las personas o la conservación de la vida
natural. El artículo 347 bis tenía, pues, un ámbito de
aplicación bastante restringido; este es un dato que explica
después la escasa jurisprudencia a que ha dado lugar la
aplicación de sanciones penales en España -hasta el
momento de su derogación por el nuevo Código Penal-
derivadas de un delito ecológico8.

En la actualidad, los delitos que afectan al medio


ambiente se han configurado separadamente de otros tipos
penales con los que sin duda tienen una estrecha conexión
objetiva -delitos contra el patrimonio histórico y la ordenación

8
Vid. F. Díaz Palos, "El delito ecológico en la jurisprudencia del Tribunal Supremo", en la obra
colectiva coordinada por G.Ruiz-Rico Ruiz, "La protección del medio ambiente en el
ordenamiento jurídico español". Jaén. 1995. Pág. 332 y siguientes.
del territorio-, pero respecto de los cuales representa un bien
jurídico distinto. Las variantes del llamado “delito ecológico” se
encuadran de este modo en dos Capítulos; el primero
dedicado específicamente a la protección de los recursos
naturales y el medio ambiente (Capítulo III, Título XVI,
artículos 325 a 331); el segundo, relativo a la protección de la
flora y la fauna (Capítulo IV, del mismo Título, artículos 332 a
337).

La primera impresión que se recibe de la vigente


regulación es que se ha extendido considerablemente la
esfera sancionatoria a aquellas conductas lesivas del
ambiente no relacionadas directamente con las diferentes
expresiones de una actividad contaminadora (emisiones,
radiaciones, vertidos, etc.). En la línea de esa noción amplia
de medio ambiente constitucionalizada en el artículo 45 de la
norma fundamental, se ha previsto la calificación penal para
aquellas otras actuaciones lesivas de bienes naturales, como
la flora y la fauna; al mismo tiempo se refuerza la gravedad
de las penas cuando el atentado repercute en especies de
una u otra naturaleza amenazadas o en peligro de extinción
(art. 332 y 334), o según las circunstancias y medios
empleados (introducción de especies no autóctonas o la
utilización de explosivos, art. 333 y 336, respectivamente) 9.

La única salvedad estaría constituida por los delitos de


riesgo catastrófico (entre los que se encuentran un tipo
especialmente relacionado con los “emblemas” del
ecologismo político, como son los delitos relativos a la energía
nuclear-art.341-345-), y los delitos de incendio forestal
(art.352-355), que se localizan fueran de esta Sección, en el
Título XVI, sobre delitos contra la seguridad colectiva. Sobre
todo en lo que se refiere a los delitos que sancionan el
incendio provocado en montes y masas forestales, no se
comprende muy bien que el legislador continúe teniendo una
visión claramente patrimonialista o utilitarista- desde un punto
de vista económico- de un bien jurídico que entronca de forma
más que directa con el “medio ambiente”. Hubiese sido, por
tanto, más recomendable haber seguido la tónica
interpretativa que, tanto doctrinalmente como desde la misma

9
Vid. L.R.Ruiz Rodríguez. “Los incendios forestales y la protección del medio ambiente”. En
“Derecho Penal del medio ambiente”. AA.VV.Madrid. 1997. Pág. 83 y ss.
jurisprudencia del TS (Sentencia de 15 de Octubre de 1990),
favorecía la consideración de este delito como un evidente
atentado ecológico o contra los recursos naturales, desde una
concepción de que el bien jurídico protegido era en realidad el
medio ambiente en general.

La nueva configuración del delito ecológico implica,


pues, el reconocimiento por el legislador de que el equilibrio
ambiental se puede ver alterado no sólo por las industrias y
las actividades contaminantes, sino además por cualquier otra
intervención del hombre que pueda perjudicar gravemente el
hábitat natural. Se tiene en cuenta además el hecho de que
las conductas tipificadas se cometan en zonas de especial
valor ambiental, esto es, en Espacios Naturales protegidos,
para elevar la importancia de las sanciones aplicables
(art.338).

El vigente Código Penal condena asimismo la posible


responsabilidad de los funcionarios de la Administración, bien
a la hora de autorizar el funcionamiento de las industrias o
actividades contaminantes, o bien cuando hubiesen silenciado
las infracciones de aquéllas con motivo de una inspección (art.
329). Esta era una de las carencias más sobresalientes de la
normativa anterior, pese a que en el Anteproyecto de CP de
1983 ya se había intentado tipificar como conducta
sancionable la del personal al servicio de la Administración
que informare favorablemente un proyecto contrario a las
leyes o reglamentos ambientales10. La razón de ser del
artículo 329 no es otra que incriminar la responsabilidad del
funcionario cuando éste actúa en contra de las leyes de
protección del medio ambiente. La conducta delictiva se
sanciona aquí con las penas previstas para los delitos de
prevaricación (art.404), esto es, la inhabilitación especial para
empleo o cargo público, además de un especial agravamiento,
en razón del bien jurídico protegido (el medio ambiente), que
consiste en la pena de prisión de seis meses a tres años (
multa de ocho a veinticuatro meses).

10
Vid. F. Briones Vives. En C. Vázquez Iruzubieta. , "Doctrina y Jurisprudencia del Código
Penal. Madrid. 1988. Pág. 1773 y siguientes.
Pero no deja de haber algunas cuestiones polémicas a
propósito de la futura aplicación de este artículo11. En efecto,
estamos seguros de que va resultar complejo hacer efectivo
sobre todo ese tipo penal regulado en el párrafo final de ese
artículo 329, donde se contempla la posibilidad de imponer
penas a quienes, formando parte de un órgano colegiado (se
sobreentiende también a los organismos que ostenten algún
tipo de representación política), hayan votado a favor de una
autorización de una de esas industrias contaminadoras.

Sin embargo, no está claramente perfilado ese otro tipo


penal, referido a un potencial y específico sujeto activo como
son las empresas públicas, o bien aquellas entidades privadas
que actúan por concesión administrativa de los poderes
públicos. El silencio del Código penal en este punto resulta
difícil de solventar desde una interpretación amplia del tipo
genérico del artículo 325, pensado más bien para las
actuaciones procedentes de particulares o personas jurídicas
de derecho privado, ya que sólo de éstas puede predicarse
obviamente una infracción de las disposiciones legales y
reglamentarias (conducta tipificada en ese precepto). Lo
lógico también es que las empresas públicas actúen
respaldadas jurídicamente por alguna norma reglamentaria o
administrativa que regule su funcionamiento y actividad. Pero
esto no quiere decir necesariamente que esas entidades de
derecho público no pongan en peligro con demasiada
frecuencia el equilibrio de los sistemas naturales cuando, para
el cumplimiento de los fines para los que fueron constituidas,
tienen que realizar actividades que inciden directamente en el
medio natural. Pensamos que es ineludible reflexionar sobre
el dato objetivo de que la mayor parte de las principales
polémicas que se han suscitado en nuestro país en materia de
medio ambiente tienen de facto su origen en un proyecto o
intervención dirigida por los poderes públicos para la
realización de obras públicas, cuyo "coste" o "impacto
ecológico" no se ha medido con frecuencia, o simplemente se
relativiza frente a otros objetivos marcados por la CE
orientados hacia el progreso económico.
11
Como advierte C. Gómez Rivero, si lo que se persigue en realidad es el agravamiento de la
responsabilidad del funcionario que otorga una licencia irregularmente, la condena prevista en
virtud de la cláusula específica del artículo 329 sería menor que la recibida por aplicación de
las reglas generales del Código Penal. Vid. "Algunos aspectos de la responsabilidad de los
funcionarios en materia ambiental". En Revista La Ley, núm. 4076.
Conviene recordar asimismo que la Constitución no
excluye la posibilidad de que el incumplimiento de los deberes
implícitos en el artículo 45-2º, elemento que legítima la
aplicación de sanciones de carácter penal, esté reservado a
ciudadanos o personas jurídicas privadas. Al contrario, la
obligación que dimana del texto constitucional no sólo no tiene
un particular destinatario, sino que afecta a cualquier sujeto,
individual o colectivo, privado o público. Por tanto, sería en
teoría soslayable la lógica dificultad para establecer un tipo
penal cuyo sujeto activo sea un organismo público, o sus
responsables; no por haber autorizado una licencia
manifiestamente ilegal (art. 329), sino por ser directo
responsable de la actividad contaminante o lesiva del medio
ambiente.

La legislación penal aprobada en 1995 se caracteriza


asimismo por combinar simultáneamente dos categorías de
delitos desde el punto de vista de su naturaleza jurídica. En
primer lugar, tipifica una serie denominada de "delitos de
riesgo" (Capítulo III, delitos contra los recursos naturales y el
medio ambiente), donde la conducta objeto de sanción penal
viene constituida en realidad por el peligro que suponen para
el equilibrio ecológico las emisiones o vertidos de toda clase
que se realicen a los diferentes ámbitos naturales (atmósfera,
suelo, subsuelo, aguas terrestres y marítimas). En estos
supuestos es el resultado de riesgo, y no tanto la prueba de
que se haya alterado de hecho el equilibrio de los sistemas
naturales, el elemento determinante de la configuración del
tipo penal 12.
________

3.- Examen de algunas resoluciones de la jurisprudencia


constitucional española con especial transcendencia en
el orden jurisdiccional penal

Evidentemente una de las principales dificultades a las que se


encuentra la aplicación efectiva de la nueva regulación del delito
ecológico tiene que ver con el reconocimiento por la Constitución de
1978 de ciertos derechos fundamentales de naturaleza procesal.

12
Vid. F. Muñoz Conde. Derecho Penal. Parte especial. Tirant lo Blanch. Valencia. 1996. Pág.
505.
Por esta razón, y como elemento de ponderación del alcance
real que puedan tener en el futuro las previsiones del Código Penal,
parece imprescindible observar la interpretación que se ha hecho
por la jurisprudencia constitucional del derecho a la tutela judicial y
de aquellas reglas y principios básicos del procedimiento penal,,
contenidos en el artículo 24 de la Ley Fundamental española. Pero
como esta operación supera los límites del presente trabajo, nos
limitaremos a añadir algún comentario a otras resoluciones del TC
que han tocado esta relación entre protección penal del medio
ambiente y los derechos constitucionales que allí se consagran.

Una de las ocasiones en que la jurisdicción constitucional ha


tenido que pronunciarse sobre la aplicación de las garantías
procesales constitucionales a un caso de delito ecológico ha sido en
la Sentencia 42/1999, de 22 de Marzo. Se trata de un Recurso de
Amparo interpuesto por el Administrador de una empresa, que
había sido condenado por la Audiencia Provincial de Barcelona
como autor de un delito contra el medio ambiente.

El problema que se trae a valoración ante la jurisdicción


constitucional no es otro que la posible vulneración del derecho
fundamental a la presunción de inocencia (art. 24-2º) y el principio
de legalidad penal (art. 17, CE). En los hechos que se consideraban
probados, se constató la existencia de una serie de vertidos
residuales por parte de aquella empresa a un río, conteniendo un
grupo de sustancias absolutamente peligrosas e incompatibles con
la vida animal. Pero la cuestión clave que se sustanciaba aquí se
refería al grado de determinación del riesgo que para las
condiciones ambientales tenían esos vertidos y la medida en que
ese peligro podía haber quedado probado.

El TC desestimó el amparo presentado por el particular,


condenado ya por la justicia ordinaria, basándose, primero, en la
doctrina por él mimo defendida en otras ocasiones sobre las
condiciones necesarias que ha de cumplirse en la fase probatoria
del juicio para “desvirtuar” el principio de presunción de inocencia: la
actividad probatoria realizada con las garantías necesarias, la
motivación de la convicción judicial, “el carácter razonable y
suficientemente sólido del nexo lógico establecido por el Tribunal”.

A partir de este argumento, el TC va a aceptar en primer lugar


la validez de las pruebas practicadas durante el proceso, si bien
reconoce a priori -como una clara manifestación de self restreint- su
incapacidad para sustituir a los jueces y Tribunales ordinarios
cuando entran a a valorar ese material probatorio. En segundo
término, rechaza las alegaciones que se habían hecho sobre una
posible vulneración del derecho fundamental a la presunción de
inocencia (art. 24-2º, CE), al estimar que se habían incorporado
adecuadamente al juicio oral las pruebas periciales de toma de
muestras y análisis de las aguas contaminadas. En sentido análogo
se opuso el TC al argumento esgrimido en el recurso sobre una
violación del principio de legalidad penal, que intentaba apoyar una
interpretación restrictiva del alcance del artículo 347-bis del anterior
Código Penal.

En cuanto a los dos últimos pronunciamientos, parece


interesante subrayar, primero, la plena acomodación de la doctrina
defendida por la jurisprudencia constitucional a la actual regulación
del delito ecológico. Pero, además, las cuestiones que allí se habían
planteado pueden ser realmente indicativas para comprobar las
dificultades que tiene la aplicación jurisdiccional de ese tipo delictivo
desde un punto de vista de las garantías constitucionales.
Afortunadamente en este caso, el Tribunal resuelve el amparo
utilizando la interpretación quizás más favorable a la eficacia de esa
normativa penal. De un lado, legitima como prueba de cargo, válida
en la vista oral -y con ello considera satisfecho el principio de
oralidad e inmediatez del proceso penal- la reproducción del
atestado de la autoridad gubernativa y, por tanto, de la información
en él contenida sobre la existencia de un vertido de una serie de
sustancias contaminantes por parte de la empresa. De esta manera,
el TC sostiene una interpretación del principio de presunción de
inocencia no incompatible con la realización de este tipo de
pruebas periciales que sustentan por lo general las acusaciones por
delito ecológico. A efectos procesales se acepta por lo tanto la
verificación en el juicio oral de los análisis efectuados cuando éstos
se reproducen en esta fase del proceso a través de declaraciones
de testigos y peritos, susceptibles siempre de ser sometidas al
principio de contradicción sin limitación alguna del derecho
fundamental a la defensa.

De otra parte, la STC 42/1999 tiene una importancia especial


por el hecho de haber precisado algo más el tipo penal del delito
ecológico, en relación ahora con el principio de legalidad penal. Con
una tesis que sería en gran medida trasladable -a nuestro juicio- a
los supuestos previstos en el artículo 325 del vigente Código Penal,
el Alto Tribunal acepta la tesis propugnada por el Ministerio Fiscal;
en consecuencia, estima razonable -desde una óptica
constitucional- la exégesis que se hizo por el órgano judicial, para
quien no es necesario, en orden a aplicar una sanción penal, la
presencia de un “peligro concreto”, sino tan sólo la la probabilidad
de que una actuación humana (vertido) “pueda perjudicar
gravemente las condiciones de la vida animal”(canon de
previsibilidad). Sintetizando la posición del TC, esta forma de
aplicación del tipo delictivo no suponía “una interpretación
imprevisible o irrespetuosa tanto del tenor literal del precepto como
de las pautas axiológicas que conforman nuestro ordenamiento
constitucional”.

Pero junto al tipo genérico del artículo 325 (delito contra los
recursos naturales y el medio ambiente, el CP incluye además otra
categoría de delitos cuya finalidad no es tanto la simple amenaza,
sino aquellas conductas directamente lesivas o perjudiciales para
determinadas especies animales y vegetales. Esta segunda
categoría de delitos "de lesión", se encuentran regulados en el
Capítulo IV, relativos a la protección de la fauna y de la flora. Frente
a los primeros, en los cuales la pena se impone al producirse el
peligro concreto, aquí la infracción queda configurada, contra, por
el efecto-resultado que supone una perturbación inmediata, y no
potencial, del equilibrio ecológico.

En otro orden de cosas, el efecto disuasorio que persigue toda


legislación penal resulta reforzado con el nuevo Código de 1995, al
prever un agravamiento de las penas que el antiguo 345-bis
imponía a aquellas conductas análogas a las tipificadas hoy por el
artículo 325 (y siguientes). En efecto, para éstas se ha elevado la
pena a la de prisión de seis meses y cuatro años, con multa de
ocho a veinticuatro meses e inhabilitación especial para profesión u
oficio por tiempo de uno a tres años13.

Por otra parte, ese incremento de la sanción punitiva ya no se


aplica únicamente si se producen una serie de circunstancias que
implican una intencionalidad especial, tales como el funcionamiento
clandestino de la empresa o el falseamiento u ocultación de

13
Cuando la sanción prevista en el artículo 347 bis era tan solo de arresto mayor y multa de
50.000 a 1.000.000 de pesetas, lo que seguramente resultaba menos gravoso que la inversión
en una tecnología y medios que evitaran la actividad contaminante.
información a las inspecciones oficiales, o bien en el caso de riesgo
de deterioro irreversible o catastrófico (antiguo 347 bis). Por último,
ahora también se toma en consideración, tanto en estos delitos
contra los recursos naturales como en aquellos que protegen la
flora y la fauna, la realización de la conducta delictiva en alguno de
los Espacios Naturales protegidos (art. 338).

La organización territorial en España del Estado de las


Autonomías, y el fuerte proceso de descentralización político-
normativa que este modelo supone, añaden otro importante
problema a la aplicación del nuevo delito ecológico. La dificultad
surge a raíz de la remisión genérica que se hace continuamente en
el Código Penal a la legislación y normativa ambientales
específicas, donde se encuentra la definitiva concreción de la
conducta tipificada en su articulado.

La fórmula paradigmática se puede localizar en el artículo


325, al referirse expresamente a las "leyes u otras disposiciones de
carácter general protectoras del medio ambiente", como
instrumentos normativos que determinan la conducta sancionable
en el caso de emisiones y vertidos de toda clase. Otro ejemplo de
remisión legislativa se establece en el apartado dedicado a los
delitos relativos a la protección de la flora y la fauna -si bien a veces
el reenvío se lleva a cabo de forma implícita (art. 332)- en relación
con las disposiciones legales y reglamentarias que regulen la
catalogación de las especies amenazadas o en peligro de extinción.
Como es fácil comprobar, se trata de normas penales "en blanco"
que, al no llegar a delimitar exactamente el supuesto de hecho
delictivo, confían a otras disposiciones extra-penales la
determinación final de lo que es susceptible de sanción punitiva.

Esta técnica incorpora algunas dificultades adicionales de


distinta relevancia a la hora de aplicar los nuevos tipos del CP. En
primer lugar plantea una cuestión de naturaleza constitucional, en la
medida en que se puede estar vulnerando el principio de legalidad
penal consagrado en el artículo 25-1º del texto fundamental
español.

No obstante, después de la Sentencia del Tribunal


Constitucional de 5 de Julio de 1990 (STC 127/1990), donde se
resuelve un recurso de amparo en relación a la aplicación del
antiguo 347-bis, el problema que ocasiona esa misma técnica de
reenvío al legislador (no penal) -la misma que se prevé en la actual
regulación- puede considerarse superado en gran medida14. Para la
jurisprudencia constitucional es perfectamente legítimo que la
configuración del supuesto de hecho penalizado no se contenga de
forma exhaustiva en el CP, siempre y cuando se cumplan ciertos
requisitos, expuesto de forma sistemática por el TC: el reenvío
normativo ha de ser expreso, debe estar justificado por razón del
bien jurídico protegido en la norma penal y, por último, la Ley en la
que se contiene, junto a la pena correspondiente, ha de regular el
núcleo esencial de la prohibición para que sea satisfecha la
exigencia de certeza15. La traslación de esta doctrina del TC a la
tipificación del delito ecológico realizada por el Código Penal en
vigor exige comprobar hasta qué punto se respetan estas
exigencias constitucionales. El listón parece superarse por los
delitos denominados "de riesgo", por contaminación y vertidos
(artículos 325 y siguientes).

Por otra parte, a estos tipos delictivos les sería aplicable


también la interpretación que propone la Sentencia 127/1990, en lo
que respecta a admitir la validez constitucional de las pruebas de
indicios, esto es, la consideración como infracción de aquellas
actividades contaminantes, al margen de que se haya probado o
establecido de forma fehaciente la relación causa-efecto entre la
conducta (vertido) y el resultado (contaminación). Según el TC, la
infracción se comete desde que se lleva a cabo una actividad ( o la
simple omisión del deber de cuidado) que tenga como
consecuencia la emisión de sustancias que puedan ocasionar un
peligro grave para las condiciones de vida animal, contraviniendo
las leyes o reglamentos protectoras del medio ambiente16
Sin embargo, en una resolución posterior (STC 117/2000, de
5 de Mayo),el TC ha rechazado la condena a un particular por un
delito de incendio, por considerar que no se había expresado por el
órgano judicial el razonamiento por el que el juzgador habían
enlazado los hechos con la conducta del inculpado, incumpliéndose
así el principio constitucional que obliga a motivar las Sentencias
14
También el precepto que regulaba el delito ecológico en el anterior Código introducía una
norma penal en blanco, al incriminar las conductas que "contraviniendo las leyes o reglamentos
protectores del medio ambiente" pusieran en peligro la salud de las personas o perjudicaran las
condiciones de vida natural. Vid, F. Briones Vives. Cit. Pág. 1780.
15
Doctrina que se reitera con posterioridad en la Sentencia 62/1994, de 28 de Febrero, FJ 3).
16
En aquel caso, el Tribunal admitió como válida, para rechazar el amparo presentado por la
empresa contaminante, la prueba pericial en la que se establecía la peligrosidad del vertido
para la vida piscícola del río, rechazando así la alegación del recurso sobre una posible
violación del derecho a la presunción de inocencia. Vid. BJC, núm. 111, pág. 200.
(art. 120-3º, CE) y el derecho fundamental a la tutela judicial
efectiva (art.24, CE). Para el TC, faltaba en la Sentencia contra la
cual se solicitaba el amparo “la pertinente argumentación sobre el
modo de estimar la autoría apoyándose en la prueba de indicios”,
sin que constara entonces “el razonamiento lógico que conduce, a
partir de los indicios, a la convicción de que el imputado realizó la
conducta tipificada como delito”.
La problemática de estas reglas penales en blanco cuya
concreción última se encuentra en una normativa complementaria
se proyecta igualmente en una doble dimensión. En primer lugar, se
pueden presentar dudas respecto de la aplicabilidad en la esfera
penal de las disposiciones aprobadas por las instituciones europeas
en esta materia, en especial sobre las directivas comunitarias que
en teoría -y como regla general 17- sólo establecen objetivos que los
Estados deben trasladar y ejecutar en el ámbito de sus respectivas
legislaciones.

Sin oponernos en absoluto a la doctrina jurisprudencial del


Tribunal de Justicia de Luxemburgo sobre la eficacia directa de esta
categoría de normas, sin embargo estamos convencidos de que
otorgar una relevancia penal a lo que no es sino un programa o una
directriz comunitarios para disminuir o controlar los niveles de
emisiones perjudiciales al medio ambiente, no se adecua
demasiado al principio constitucional de seguridad jurídica art.9-3º,
CE); sin contar que tampoco estaría respetando la doctrina del TC
español en relación con las condiciones que han de cumplirse para
garantizar el principio de legalidad penal, el cual impone siempre la
existencia de una norma de rango legal como presupuesto
necesario para la intervención punitiva del Estado. En consecuencia
es la ley nacional el instrumento normativo idóneo para trasladar a
la esfera interna los criterios aprobados en la directiva europea, al
tiempo que define los elementos objetivos del tipo penal.

Quizás cuando la naturaleza de la directiva concreta


suficientemente la actividad prohibida y sea técnicamente aplicable,
de forma directa, podría pensarse quizás en su utilización para

17
.- La excepción se puede presentar con la reciente propuesta de Directiva del Parlamento
Europeo y del Consejo relativa a la protección del medio ambiente por medio del derecho
penal, con la que la Unión Europea pretende que se establezcan en la Comunidad una serie
mínima de delitos contra el medio ambiente, en especial sobre vertidos y contaminación,
actuaciones lesivas sobre especies hábitats protegidos y manipulaciones de sustancias
peligrosas. Documento 501PC0139.
complementar la norma penal interna18. Pero por regla general, y
salvo que estuvieran contenidas en Reglamentos comunitarios -
para los cual ha quedado asegurado el efecto directo-, las
disposiciones ambientales de la Unión Europea tendrán la
virtualidad como máximo de elementos de interpretación de las
leyes españolas a la hora de definir la conductas objeto de sanción
penal19.

Otro de los problemas, dentro de una órbita constitucional,


que ocasiona la aplicación del nuevo delito ecológico radica en la
dificultad que presenta la interpretación de la expresión del CP,
"disposiciones de carácter general". En principio, la atribución de
una amplia esfera competencial de las Comunidades Autónomas en
esta materia no autoriza a circunscribir la remisión de la norma
penal sólo a aquella legislación estatal de carácter “básico”. De ahí
que, a la hora establecer las conductas que originan una infracción
penal habrá de tenerse en cuenta la legislación sobre medio
ambiente aprobada por las entidades regionales. La principal duda
surgiría -a nuestro juicio- cuando la generalidad que toda norma
penal conlleva pueda verse rota por posibles diferencias territoriales
en el nivel de protección dispensada al medio ambiente.

De acuerdo con el sistema de distribución de competencias


entre el Estado y las Comunidades Autónomas, corresponde al
primero la competencia exclusiva para dictar la “legislación básica”
sobre medio ambiente, en tanto que las segundas tienen potestad
para aprobar "normas adicionales de protección" (art. 143-1º-2, CE).
Este esquema funcional legitima a las Comunidades para elevar los
standars mínimos o "básicos" dispensados por la legislación estatal
ambiental. En principio, no existen inconvenientes constitucionales
para que existan regulaciones territoriales propias en cuestiones
ecológicas claves -tales como emisiones contaminantes, impacto
18
El propio Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas ha reconocido, en su Sentencia
de 11 de Junio de 1987, la imposibilidad de otorgar relevancia penal a una Directiva. Vid. J.Boix
Reig y A.Jareño Leal. En T.Vives Antón y otros. "Comentarios al Código Penal de 1995".
Valencia. 1996. Pág. 1597.
19
En este sentido, algunos autores de la doctrina penalista manifiestan igualmente sus dudas
en relación concretamente con los delitos contra flora y fauna. La remisión que hace el Código
Penal a los catálogos de especies amenazadas obliga a tomar en consideración -al menos
como regla de principio- la regulación que sobre esta materia se contiene en los anexos de la
Directiva comunitaria 92/43, sobre conservación de hábitats naturales y flora y fauna silvestres.
Afortunadamente en este supuesto concreto, la traslación de esta normativa al ámbito interno,
a través de l R.D.1997/1995, de 7 de Diciembre, elimina cualquier atisbo de duda sobre su
aplicabilidad en el campo penal. Vid. E.Nava García. “Delitos relativos a la protección de la flora
y la fauna”. En “derecho Penal del medio ambiente”. Cit. Pág. 65.
ecológico o conservación de especies amenazadas- donde se
supere el nivel de tutela previsto por el Estado.

Pero lo que sí resulta más discutible es que esa autonomía


legislativa de las Comunidades Autónomas para elevar los niveles
de tutela ambiental pueda tener una proyección automática en la
esfera jurídico-penal y no sólo en el plano de la legislación
administrativa. Los obstáculos de naturaleza constitucional se
concentran en las competencias atribuidas con carácter exclusivo al
Estado, en primer término, sobre “legislación penal” (art. 149-1º-6,
CE) y, en segundo lugar, para establecer las “condiciones básicas”
para una “igualdad” en el ejercicio de los derechos y el
cumplimiento de los deberes constitucionales (artíc.149-1º-1, CE).
Este último precepto de la norma fundamental española asegura de
esta forma un cierto nivel de uniformización jurídica y social que
alcanza, por supuesto, al Código Penal, y especialmente aquellos
aspectos de éste que necesitan ser complementados por otras
disposiciones normativas, bien estatales, bien dictadas por las
CCAA.

En este sentido, no basta con garantizar el cumplimiento de


las exigencias marcadas por la jurisprudencia del TC para aceptar
la existencia de una “norma penal en blanco”. Ciertamente se
cumplimentan de este modo las condiciones necesarias para el
respetar el principio de legalidad penal; pero no por ello se van a
agotar así todos los problemas que supone la remisión a una
dispersa normativa ambiental autonómica. La conclusión, en
cualquier caso, se nos presenta bastante obvia: lo que en algunas
CCAA será constitutivo de delito en otras puede que no lo sea.

Se ponen, pues, en peligro principios constitucionales como


el de unidad, que cuenta -como hemos comprobado- con una
especial proyección en la esfera de la legislación penal. No cabe
duda de que el principio unitario debe interpretarse también a la luz
del principio de autonomía (art.2, CE) y la plasmación que éste
recibe en una estructura descentralizada del Estado dotada de un
intenso nivel de descentralización político-normativa. Tampoco se
debe olvidar el ejercicio por las CCAA de un “principio dispositivo”,
implícito en toda la Constitución Territorial, a través del cual
disponen las entidades sub-estatales de una potestad
incuestionable para fijar su respectivo régimen de autogobierno.
Pero estas condiciones constitucionales no implican una ilimitada
concepción de la diversidad inter-territorial. La reglas que propone
el TC solventan la apertura y “delegación reglamentaria”de
determinadas cláusulas penales, al imponer una serie de
condiciones en orden a evitar una violación de la reserva de ley
(penal, en este caso) contenida en los artículos 9-3º y 17-1º. Pero
con esta doctrina creemos que no se ha llegado a garantizar
completamente - o cuanto menos dentro de unos límites
aceptables- el principio de igualdad; al menos desde el momento en
que resulta previsible la existencia de diferentes efectos -según el
territorio de cada Comunidad Autónoma- de las prescripciones
sobre el delito ecológico establecidas por el Código Penal.

A título paradigmático de una problemática como la que acaba


de apuntarse podríamos traer a colación las repercusiones que
pueden llegar a tener la elaboración por parte de las entidades
regionales de censos o catálogos adicionales para especies que
necesitan de una especial protección. Esta es una potestad no sólo
legítima desde el punto de vista constitucional sino también prevista
legalmente en la normativa básica del estado sobre medio
ambiente. Efectivamente, la Ley 4/1989, de 27 de Marzo, sobre
Espacios Naturales Protegidos, y Flora y Fauna Silvestres, atribuye
a las CCAA facultad para el establecimiento de Catálogos
específicos sobre especies amenazadas, así como las prohibiciones
y actuaciones que se consideren necesarias para su conservación
(art.32). Con ello se está permitiendo indirectamente que las
entidades sub-estatales dotadas de competencias sobre medio
ambiente contribuyan a la fijación del tipo penal regulado en el
artículo 334; pero al mismo tiempo se está abriendo la puerta a la
posibilidad de que una misma actuación tenga diferentes
calificaciones -unas veces como delito, otras como simple infracción
administrativa- en función del territorio donde se lleve a cabo.

A nuestro juicio, la remisión de esa norma penal en blanco


(art.334, CP) incurre posiblemente en un vicio de
inconstitucionalidad. Por lo pronto sería incompatible con el
principio de igualdad territorial (art.149-1º-1), que en materia de
derechos y deberes fundamentales (entre los que se encontraría el
deber de respetar el medio ambiente) viene a asegurar una
homogeneidad sustancial y “básica” en el conjunto del Estado
español que se proyectaría desde luego a todo tipo de normas de
carácter sancionador-punitivo. Contra esta posición se puede
argumentar, en efecto, que la propia jurisprudencia constitucional ha
admitido la capacidad de las CCAA para determinar en parte el
“contenido esencial” de los derechos y deberes consagrados en el
Capítulo Segundo del Título Primero de la norma fundamental (art.
53-1º, CE). Ahora bien, conviene no olvidar la potestad que se ha
reservado exclusivamente al Legislador central para establecer
mediante Ley Orgánica el régimen jurídico general de los derechos
y deberes fundamentales de su Sección Primera (art. 81, en
relación con artículos 15 a 29, CE); entre éstos cabe mencionar el
principio de igualdad (art.14), así como el principio de legalidad
penal y su proyección sobre el derecho fundamental a la libertad y
seguridad (en materia de privación de libertad; art. 17-1º). Todo este
complejo normativo constitucional viene a certificar cuanto menos
las dudas sobre la correcta adecuación de unas disposiciones del
Código Penal que autorizan a sancionar -o no- en función de cada
Comunidad Autónoma- con la categoría de delito actos que inciden
sobre la conservación del medio ambiente, y en especial sobre
determinados elementos del mismo necesitados de una protección
reforzada, sin la conveniente uniformidad territorial que sobre este
ámbito parece exigir la CE de 1978.

Pero, además, al aplicar esta técnica de la “norma penal en


blanco” sobre una materia tan dinámica y heterogénea como es la
del derecho ambiental, se corre el riesgo de convertir al Derecho
Penal en un mero apéndice de las decisiones administrativas20. Una
de las principales objeciones que pueden hacerse a la actual
regulación sería la extraordinaria dificultad que para la construcción
del tipo penal van a tener los operadores jurídicos (jueces y
Ministerio Fiscal), a los que se encomienda la tácita tarea de
localizar, en cada Comunidad Autónoma y en cada momento, las
disposiciones reglamentarias que de manera tan dispersa como
irregular contienen cláusulas de tutela sobre el medio ambiente. A lo
que habría que añadir un peligro adicional de más que probable
“politización” de la normas con potencial alcance penal, elaboradas
por un poder ejecutivo del que va a depender al final la efectividad
de la intervención punitiva. Sin olvidar tampoco el hecho de que esa
potencial diversidad normativa-autonómica puede servir de excusa
para marcar una nueva diferencia entre CCAA, con proyección en
los niveles de desarrollo económico; porque para los agentes
potencialmente contaminantes o degradadores del entorno natural
siempre será más “atractivo” desplegar su actividad empresarial en
aquellas Comunidades donde sus respectivos Gobiernos hayan

Vid. J.Terradillos Basoco. “Delitos relativos a la protección del patrimonio histórico y del
20

medio ambiente”. En “Derecho Penal del medio ambiente”. Cit. Pág.47.


rebajado los niveles sancionatorios para los atentados al medio
ambiente.

De hecho, empiezan ya a notarse las repercusiones que


conlleva para la correcta aplicación de los tipos penales del delito
ecológico la pluralidad de legislaciones aprobadas por las CCAA en
España en materia de medio ambiente. Un caso prototipo de esta
clase de problemática es el contenido en la Sentencia del Tribunal
Supremo (TS) de 8 de Febrero del 2000. Se planteaba allí la posible
condena a un particular por infracción del artículo 335 del Código
Penal; la acusación se refería a un posible delito contra la fauna,
por haber capturado una especie de aves (jilgueros) en una zona de
la provincia de Almería (Comunidad Autónoma de Andalucía),
disponiendo el proceso únicamente licencia para este tipo de
capturas en el territorio de una Comunidad Autónoma limítrofe
(Murcia).

El punto de partida y verdadero origen del caso se localiza en


su dimensión “territorial”: la acusación se lleva a cabo contra una
actuación no autorizada en el ámbito geográfico de una Comunidad
Autónoma que, sin embargo, contaba con el obligatorio permiso o
licencia de los organismos responsables de medio ambiente para su
realización el territorio de otra Comunidad. No obstante, la
fundamental cuestión en el recurso de casación se limitó a enjuiciar
el cumplimiento de los requisitos establecidos en un tipo penal que
-a juicio del propio TS- no contiene “el núcleo esencial de la
prohibición, desplazándose íntegramente la calificación como
delictiva de la conducta a la normativa administrativa” 21. De este
modo, no era tanto la disparidad de regulaciones autonómicas (en
ambas Comunidades estaba autorizada bajo licencia la captura de
esa especie) cuanto el hecho de estar o no en posesión de la
oportuna licencia administrativa la razón que justificaba -a juicio del
TS- la estimación del recurso interpuesto por el particular. De
acuerdo con el tenor de la resolución, y en virtud de una
interpretación restrictiva del tipo penal, el Tribunal consideró que se

21
.- Para el Tribunal existían, por tanto, suficientes motivos de fondo para plantear incluso la
cuestión de constitucionalidad ante el Tribunal Constitucional, ya que -así lo entendía el
máximo órgano de la justicia ordinaria- que no se estaban respetando por el Código Penal en
este artículo las condiciones impuestas por la doctrina de la jurisprudencia constitucional sobre
los “tipos penales en blanco” y, por tanto, se vulneraba el principio de reserva de ley penal del
artículo 17 de la CE.
trataba de una infracción administrativa, imposible de quedar
integrada en el supuesto contemplado en el artículo 335 22.

La aplicación jurisprudencial que se hizo en ese caso del


artículo en cuestión parece haberlo “desactivado” completamente
para el futuro. El TS deja prácticamente sin efecto la remisión
indirecta que esta disposición se hace a la normativa reglamentaria
-en este caso la autonómica- como instrumento para la definitiva
fijación del tipo penal. En realidad, circunscribe la conducta
tipificada por el artículo 335 únicamente a la caza o pesca de
especies cuya captura en ningún caso haya sido autorizada. Pues
de lo contrario, a pesar de que se encuentre “sometida a un
régimen especial de permisos y limitaciones”, su captura se
considerará sólo un ilícito administrativo pero nunca penal.

La problemática adicional que supone la existencia de este


tipo de “normas penales en blanco”, cuando se intenta concretar su
alcance en el marco de un Estado fuertemente descentralizado, va
a ser objeto de valoración por la Fiscalía del TS, con motivo del
recurso interpusto contra la Sentencia de 27 de Marzo de 1998, de
la Audiencia Provincial de Guadalajara.

Una vez más plantea nos enfrentamos en esta casación ante


el problema de la coexistencia de normas estatales y autonómicas,
que contribuyen en potencia a la integración o determinación exacta
de un tipo penal de delito ecológico regulado en el Código Penal (en
el caso de autos se trataba del artículo 334, delito contra especies
amenazadas). El objeto de la sanción punitiva queda, de este modo,
condicionado a la previa regulación, bien por parte de la Comunidad
Autónoma, bien por el Estado, entidades competentes para la
determinación de los catálogos de especies que puedan quedar
englobados en una calificación administrativa de esta naturaleza.
Para que deriven efectos penales de ésta, se tienen que haber
aprobado normas precisas que ofrezcan la necesaria seguridad
jurídica respecto de la acción susceptible de sanción y el objeto
sobre el que aquélla recae (fauna amenazada, sensible o en peligro
de extinción). La satisfacción de estas condiciones se puede
producir tanto por la legislación autonómica, como por las leyes y
.- Como dice textualmente el Fundamento Segundo de la Sentencia: “si la caza de la especie
22

autorizada genéricamente para quienes interesen y obtengan el permiso administrativo


correspondiente, la falta de autorización individualizada, no integra el tipo penal sino constituye
una mera infracción administrativa”.
disposiciones administrativas estatales, sean éstas legislación
básica (artículo 149-1º-23, CE) o se apliquen de forma “supletoria”
(art.149-3º, CE).

Pero los inconvenientes de estar fijada con la suficiente


precisión la frontera entre el ámbito de las sanciones penales y las
infracciones administrativas han alcanzado a la jurisprudencia
constitucional en algún otro caso. En la Sentencia del TC 177/1999
se va sustanciar el recurso de amparo presentado por un particular
condenado por la comisión del delito previsto por el artículo 347-bis
del antiguo Código Penal. Pese a que la norma aplicable ha sido ya
derogada por la reforma de 1995, lo cierto es que la doctrina que
defiende aquí el TC pudiera perfectamente ser extensible a no
pocos de los tipos delictivos contenidos en la vigente legislación
penal en materia e “delito ecológico”.

Lo sorprendente de esta Sentencia radica en una curiosa -por


calificarlo de algún modo- interpretación que hace el Alto Tribunal
sobre el principio “non bis in idem”, uno de los elementos que
definen el significado del principio constitucional de legalidad penal
(art.17, CE) 23
Para determinar la normativa concreta aplicable en el caso de
autos hay que recordar la prescripción -vinculante al procedimientos
sancionatorio- contenida en el artículo 112 de la Ley de Aguas (Ley
29/1985). El precepto en cuestión establece en términos bastante el
criterio de la preferencia de la vía penal sobre la administrativa:
“En los supuestos en que las infracciones puedan ser constitutivas
de delito o falta, la Administración pasará el tanto de culpa a la
jurisdicción competente y se abstendrá de proseguir el
procedimiento sancionador mientras la Autoridad judicial no se haya
pronunciado. La sanción de la Autoridad judicial excluirá la
imposición de multa administrativa”. La controversia surge cuando -
resumiendo el material fáctico- se había aplicado a una empresa
una sanción administrativa por actividad contaminante, en tanto que
se incoa procedimiento por posible comisión de un delito contra el
medio ambiente por los mismo hechos. La cuestión que se suscita

23
.- La plasmación normativa de este principio se encuentra en la esfera administrativa en la Ley
30/1992, de 26 de Noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del
Procedimiento Administrativo Común, cuyo artículo 133 establece que “no podrán sancionarse
los hechos que hayan sido sancionados penal o administrativamente, en los casos en que se
aprecie identidad de sujeto, hecho y fundamento”.
en el fondo del asunto no es otra que la preferencia de la vía
jurisdiccional penal sobre la administrativa.

La resolución dictada por la justicia ordinaria -y recurrida


después en amparo ante la jurisdicción constitucional- condenaba al
director de la entidad privada, tipificando los hechos como
constitutivos de una sanción penal, y otorgando así una prioridad al
procedimiento seguido en esa vía jurisdiccional sobre el
procedimiento administrativo sancionador. Sin embargo, el TC va a
estimar el recurso de amparo interpuesto contra esa sentencia
dictada por la Audiencia Provincial, al considerar que la sanción
administrativa firme resultaba incompatible con la imposición de una
sanción penal posterior, aunque se intentara imputar en esta última
las cantidades que había tenido que satisfacer previamente el
inculpado en la vía administrativa.

En definitiva, la estimación del Recurso de Amparo -como


sostiene acertadamente Verchel- “introduce la posibilidad de relegar
en la práctica al Poder Judicial frente a la Administración en
aquellos temas en los que las competencias de ambos coinciden”
24
. La teórica preferencia de la intervención jurisdiccional
sancionatoria queda sin efecto en la práctica y con ello la
efectividad incluso de las prescripciones del Código Penal referidas
a los delitos contra el medio ambiente. Porque el Tribunal
Constitucional está legitimando la improcedencia de las condenas
penales sobre conductas que han recibido ya una sanción
administrativa previa. Esta forma de entender el principio “non bis in
idem” puede representar en el futuro un obstáculo a la aplicación
de los diferentes tipos delictivos; el riesgo es inevitable si existe
una coincidencia entre supuestos fácticos y sujetos susceptibles de
sanción punitiva o multa administrativa.

La Sentencia 177/1999 del TC viene indirectamente a sustraer


del control judicial la posible condena de actos que infringen las
normas penales relativas a la protección del medio ambiente.
Teniendo en cuenta que por lo general es la Administración que
conoce primero de este tipo de ilícitos, la interpretación que se ha
hecho por el TC del principio non bis in idem, -como advierte
.- Vid. A.Verchel, La incorporación del principio “el que no corre vuela” en Derecho
24

Constitucional (a propósito de la Sentencia 177/1999, de 11 de Octubre, del Tribunal


Constitucional. En Derecho y Medio Ambiente. Revista Jurídica del desarrollo sostenible. Vol.
1. Núm. 2 Abril-Junio. 2000.
Verchel -en primer lugar respalda de manera indirecta la “voracidad
recaudatoria” de la Administración, pero además “judicializa” el
Derecho Administrativo sancionador, concediéndole casi una
posición preferente en un procedimiento donde las normas penales
deberían jugar por lo general con carácter preferente 25 .

25
.- Esta línea de interpretación que abre la Sentencia del TC puede tener una repercusión importante en la
efectividad de las previsiones del Código Penal en la materia, ya que -como argumenta Verchel- “son
muchas las infracciones de origen administrativo que el legislador ha acabado tipificándolas por su
gravedad o sus especiales características”; entre ellas, desde luego, cabría mencionar las que se refieren a
Derecho ambiental. Vid. A. Verchel, en La incorporación del principio.... Cit. Pág. 19.

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