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PIERRE BOURDIEU: MUERTE DE UN SOCIOLOGO DE COMBATE.

Robert Maggiori.
25 janvier 2002

Por encima de todo, le gustaba citar las palabras de Spinoza: "no reírse, no lamentar, no detestar, sino comprender". Se
lo reconocía primero por su mirada, su sonrisa apenas esbozada que se iluminaba y estallaba como una piñata cuando
se enteraba de algo nuevo, el nombre de un jugador de un equipo de rugby, los ingredientes de una receta de cocina, el
error de un político o algunos chismes sobre él. Se lo reconocía también por su paso. Últimamente iba más despacio.
Pierre Bourdieu, muerto el miércoles por la tarde de un cáncer a los 71 años, sufría de la espalda y caminaba un poco
doblado, como si quisiera prestar oídos y acercarse más a su interlocutor, para no "perderse una", una anécdota, una
pequeña broma, una gran teorización, una idea cualquiera. Sus enemigos -tenía muchos- le decían dogmático, metálico,
cortante, intrigante: él era la amabilidad misma, siempre dispuesto a ayudar a un estudiante en la realización de un
proyecto, agradable, encantador, intrigado, curioso de todo, ingenuo como un niño a veces.
Lo que lo divertía -pero acabó por querer estudiarlo y comprenderlo-, era el academicismo, las poses almidonadas ante
los fotógrafos de la eternidad, las tretas de los que quieren ser y parecer, que "hacen los malandrines", "hacen los
filósofos ", "hacen los sociólogos", como decía. Cuando hablaba de sus hijos o de sus padres, se emocionaba en seguida,
y de inmediato decía una tontería sobre su carnicero del Béarn o que uno de sus amigos cayó con el culo desnudo en las
ortigas queriendo formar una barrera en el colegio de Pau. Sus amigos podían detectar fácilmente su timidez allí dónde
otros, de lejos, veían la rigidez: incluso en sus escritos, Pierre Bourdieu quiso eliminar toda "subjetividad", hasta el punto
de sacrificar elegancia y grandilocuencia por las demostraciones austeras, prefiriendo mostrarse pesado en el estilo
antes que impreciso en el concepto, y asentar el camino escarpado que conduce a la comprensión.

Odiado y amado.
No tuvo un éxito completo. Como Zola, Sartre o Foucault, como todos los intelectuales que intentan "ligar" su trabajo
literario o filosófico con los acontecimientos que informan y deforman al mundo, Bourdieu fue a la vez el diablo y el
agua bendita, odiado hasta la maldición, a menudo por quienes de su obra no habían recorrido más que algunas
"selecciones", amado hasta la idolatría por quienes desmenuzaban sus escritos para encontrar allí versículos bíblicos.
La bibliografía de Pierre Bourdieu, de 1958 a hoy, comprende no menos de 343 publicaciones. Algunos artículos se han
mantenido confidenciales, algunos libros, como La miseria del mundo, que registra las formas contemporáneas del
sufrimiento social, conocieron un éxito público que obras de sociología raramente alcanzan. Entre esos extremos, hay un
repertorio que, sin duda, puede prescindir de la "celebración" por lo evidente de su centralidad y su "actividad". Esa
obra se ha impuesto como un "paradigma", que, como lo escribió Christiane Chauviré en el número de Critique dedicado
a Bourdieu (1995), ha interpelado a historiadores, etnólogos, lingüistas, artistas, filósofos, políticos y "ha configurado al
menos en un tercio de siglo el pensamiento de lo social ", pero que, profundamente asimilada por la época, corre el
riesgo de volverse "invisible a fuerza de omnipresencia".

Al ritmo de un campesino.
Buscar la razón de esta obra es evidentemente imposible, pero puede reducirse al intento de responder a una sola
cuestión, que Bourdieu mismo formula así: "puedo decir que todo mi pensamiento parte de aquí: ¿cómo las conductas
pueden ser reguladas sin ser ellas el producto de la obediencia a reglas?". Jamás se apartó de tal proyecto, que habría de
conducir a instalar la sociología en el centro de las ciencias sociales y a hacerla una ciencia de la economía general de las
prácticas. Lo llevó al ritmo de un campesino, sistemáticamente, lentamente -"un investigador o un pensador es como un
gran navío, los giros llevan tiempo"-, eliminando primero las respuestas falsas, ilusorias o incompletas aportadas antes
que él. No descartó el marxismo ni el estructuralismo, ya que las nociones de ideología o estructura le fueron útiles para
comprender cómo las prácticas humanas pueden estar sobredeterminadas o inducidas. Pero, en cambio, rechazó
completamente la alternativa entre "subjetivismo" (del que encuentra en Sartre la expresión emblemática) y
"objetivismo", entre una antropología que plantea que el individuo por sí solo da sentido y finalidad a lo social, y una
física de los hechos sociales en la cual el individuo no es más que un "epifenómeno" moldeado por las estructuras
sociales. Entre las estructuras sociales objetivas y las estructuras mentales de los agentes sociales hay interacción,
pasajes, inducciones recíprocas. Es el "nudo" que va a intentar deshacer Bourdieu.
Pierre Bourdieu nació el 10 de agosto de 1930 en Denguin, en los Pirineos Atlánticos. Después de graduarse en el liceo
de Pau, luego en el liceo Louis-le-Grand en París, entra en la Escuela Normal Superior en 1951, obtiene en 1954 su
licenciatura en filosofía, es nombrado al año siguiente profesor en el liceo de Moulins. Hace el servicio militar en Argelia
y, entre 1958 y 1960, es asistente en la Facultad de Letras de Argelia.
Es a ese país al que dedica sus primeros libros (Sociología de Argelia, 1958; Trabajo y trabajadores en Argelia, 1963) y
sus primeros artículos: su descripción de los rituales de la cabila como su análisis del sentimiento del honor -realizados
con el mayor cuidado metodológico, encuestas en terreno, uso de estadísticas, análisis lingüísticos- le valen rápida
notoriedad. De vuelta en Francia, es nombrado asistente en la Sorbona, luego profesor en la Facultad de Letras de Lille.
Director de estudios en la Ecole Pratique des Hautes Études (1964), director del Centro de Sociología de la Educación y
de la Cultura, laboratorio asociado al CNRS (1968-1988), director de la revista Actes de la recherche en sciences sociales y
de Liber, Bourdieu llega a la cumbre de su carrera en 1981, momento en que se convierte en titular de la cátedra de
sociología del Collège de France. Su prestigio, que utilizará como una espada contra el poder dominante y en defensa de
los "condenados de la tierra", será en los últimos veinte años cada vez más grande, compartido, si puede decirse, entre
la "popularidad" que generalmente obtienen las estrellas de cine, y el "reconocimiento" internacional que se debe a los
grandes hombres de ciencia: director del Centro de Sociología Europea, es doctor honoris causa de la Freie Universität
de Berlín y de la Universidad Goethe de Frankfurt, miembro de la Academia Europea y de la American Academy of Arts
and Sciences, medalla de oro del CNRS (1993), y condecorado con la medalla Huxley, la distinción más alta en
antropología, otorgada por el Instituto Real de Gran Bretaña y de Irlanda (2000).

La educación desmenuzada.
A su regreso de Argelia, Bourdieu se dedica a otro tema candente en el contexto de los años 60: la educación. Con Jean-
Claude Passeron, publica un pequeño libro cuyo éxito es fulgurante: Los Herederos (1964), y, algunos años más tarde,
también con Passeron, La Reproducción (1970). En estas obras se pone en evidencia, más allá de la influencia de las
"desigualdades económicas", el papel de la "herencia cultural" (un "capital" sutil hecho de saber, saber-hacer [destrezas]
y saber-decir) en la legitimación, la "reproducción" y la perpetuación de las desigualdades de las chances en la escuela.
Se trataba allí de la primera "actualización" del proyecto fundamental de Bourdieu. Captar "la lógica real de la acción",
en tanto que resultado objetivado de prácticas socialmente codificadas o de disposiciones duraderas (habitus) que,
provenientes de la incorporación de las estructuras del mundo social, no excluyen conductas relativamente
imprevisibles y creativas.
A partir de entonces, la tarea de Bourdieu se vuelve inmensa pero clara: debe analizar los diversos modos a través de los
cuales se constituyen las instituciones sociales, las representaciones "oficiales" de la realidad, las formaciones
ideológicas, las estructuras temporales, las categorías de la percepción artística, los criterios del gusto y los estilos de
vida, los discursos, las formas de lenguaje, el campo literario, el campo periodístico, las jerarquías deportivas, sexuales o
escolares, las "posiciones" de la filosofía, de la economía, de la ciencia, de la sociología misma -en síntesis, de todo lo
que ofrece una "precondición" a la acción social, todo lo que, por una dulce e imperceptible violencia simbólica, impone
las estructuras mentales a través de las cuales el sujeto percibe el mundo social y cultural.
Sus grandes libros constituyen exploraciones de los modos en que se definen estos "campos", los modos en que se
elaboran las disposiciones durables o habitus, y los modos en que se constituyen el capital económico y el capital
simbólico: La Distinción examinará los procesos de definición de los gustos según la diferenciación de clase, Homo
academicus y La Nobleza de Estado, analizando las relaciones entre los sistemas de educación superior y las dinámicas
de poder, establecerá una "antropología global" de la clase dirigente francesa... De modo más general, Bourdieu aborda
todos los principios que permiten comprender los valores, los comportamientos y los intereses, sea de grupos sociales,
por ejemplo con sus trabajos sobre el empresariado, el episcopado, los intelectuales (Las reglas del arte), o sea de una
disciplina particular (Las estructuras sociales de la economía) o del discurso ordinario (Qué significa hablar), del discurso
político, jurídico o filosófico (La ontología política de Martin Heidegger).
Pero para "sostener" tal proyecto, Bourdieu también necesitaba analizar el papel y el estatuto de la sociología misma,
dotarla de la mayor cientificidad e interrogar críticamente esta cientificidad. ¿Ha tenido éxito en hacer de la disciplina
que él dominó una "ciencia de la economía general de las prácticas"? Su proyecto, en todo caso, movilizó a todo el
pensamiento contemporáneo. Fue el sociólogo, o el filósofo (¿no quería, en el fondo, decir qué es el hombre?) más
citado en el mundo, incluso comparable a Freud o a Marx -lo que lo hubiese hecho sonreír por haber hecho en la
sociología una "revolución" comparable a la de ellos. Cuando se retiró del Collège de France fue invadido por una
profunda tristeza, como si hubiera perdido "la casa del conocimiento", la casa donde se busca juntos. Le quedaban
cientos de libros por leer, mil problemas por resolver, mil causas por las cuales enardecerse. "El trabajo científico, decía,
no se hace con buenos sentimientos, se hace con pasiones. Para trabajar, hay que estar furioso. Y también hay que
trabajar para controlar la furia."

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