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Hay una frase al respecto del jesuíta alemán Alfred Delp, ejecutado por los

nacionalsocialistas: «El pan es importante, la libertad es más importante, pero lo más


importante de todo
es la fidelidad constante y la adoración jamás traicionada».
Cuando no se respeta esta jerarquía de los bienes, sino que se invierte, ya no hay justicia, ya
no hay
preocupación por el hombre que sufre, sino que se crea desajuste y destrucción también en el
ámbito de
los bienes materiales. Cuando a Dios se le da una importancia secundaria, que se puede dejar
de lado
temporal o permanentemente en nombre de asuntos más importantes, entonces fracasan
precisamente
estas cosas presuntamente más importantes. No sólo lo demuestra el fracaso de la experiencia
marxista

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