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HEFESTO

Hefesto, hijo de Zeus y de Hera, es el dios del fuego. Es un gran artífice, y fabrica
objetos de metal y mecanismos asombrosos y de gran belleza. Es un gran inventor, y
ningún milagro técnico resulta imposible para él.
Nació cojo, y su madre, avergonzada y con la intención de ocultarlo a la mirada de los
otros dioses, lo arrojó desde las alturas del Olimpo. Otras leyenas afirman que salió en
defensa de Hera durante una discusión con Zeus, y que fue su padre quien lo tomó de
un pie y lo arrojó al vacío, quedando cojo con la caída. Hefesto cayó durante un día
entero, hasta que al atardecer dió en tierra en la isla de Lemnos. En ese lugar fue
recogido por el pueblo de los Sintios, quienes lo reanimaron. Hefesto creció en esta
región, aprendió el trabajo de los metales, y creció en su habilidad. (Según otras
versiones cayó en el mar, donde fue protegido por las diosas marinas Tetis y
Eurínome).
Pasaron los años, y Hefesto decidió regresar al Olimpo. Para lograrlo construyó un
maravilloso trono de oro, y lo envió como obsequio a Hera. Los dioses quedaron
asombrados por la belleza del trono, y Hera, halagada, se sentó en él. De inmediato
quedó atada por cadenas invisibles, y todo el poder de los dioses fue inútil para
liberarla.
Se dice que los dioses enviaron a Dioniso, el dios del vino, para convencer a Hefesto
de que liberara a Hera, pues gozaba de la confianza de Hefesto. Dioniso lo embriagó, y
lo llevó al Olimpo, donde entró montado en un asno. Sin embargo, para liberar a la
reina de los dioses puso como condición que se le admitiera en la asamblea de los
dioses, y que se le diera a Afrodita como esposa. Sus condiciones fueron aceptadas, y
Hera fue liberada de sus cadenas.
Afrodita despreciaba a Hefesto, y no tardó en tener relaciones en secreto con Ares, el dios de la guerra. Un día fueron
descubiertos por el Sol, que lo ve todo, quien de inmediato advirtió a Hefesto de la infidelidad de su esposa. Hefesto tejió
entonces una red invisible y la colocó alrededor de la cama de Afrodita. Cuando ella se encontró otra vez con Ares, la red se
cerró y los atrapó, sin posibilidad de escapar.
Hefesto convocó a todos los dioses para que presenciaran el espectáculo. Por fin abrió la red, y Afrodita huyó avergonzada
mientras los dioses prorumpían en carcajadas.
Muchas fueron las obras que Hefesto creó para los dioses. Forjó para Atenea un casco y un escudo, fabricó el tridente de
Poseidón y el cetro de Zeus. Construyó mujeres mecánicas para que fueran sus sirvientes, y moldeó con barro el cuerpo de
Pandora. También creó la armadura y las armas de Aquiles, tan brillantes que sus enemigos huían ante él. Durante la lucha
con los titanes dió muerte al gigante Clitio golpeándolo en la cabeza con un mazo de hierro incandescente. También fue él
quien, por orden de Zeuz, encadenó a Prometeo a una roca del Cáucaso como castigo por haber robado el fuego de los
dioses y entregarlo a los hombres. Participó en la guerra de Troya, usando el fuego como arma.
Los romanos lo identificaron con el dios Vulcano, y en las fiestas celebradas en su honor se arrojaban al fuego peces, y a
veces otros animales.

PROMETEO
Prometeo es hijo del titán Japeto, cuya raza fue sometida por Zeus. De su madre, algunos dicen que era Asia, hija del
Océano, otros aseguran que nació de Clímene. Casado con Clímene, su hijo Deucalión repobló el mundo cuando Zeus
envió un diluvio para castigar a los humanos. Poseía el don de la profesía, que compartía con las antiguas divinidades hijas
de Gea, la Tierra, la adivina por excelencia.
Prometeo es el benefactor de la humanidad, y a menudo ayudaba a los hombres arriesgándose a provocar la ira de los
dioses. En una ocasión, en Mecone se realizaba un sacrificio solemne. Prometeo preparó un buey, dividiéndolo en dos
partes. Por un lado puso la carne y las entrañas, cubriéndolas con el vientre del animal. Por el otro puso los huesos, y los
cubrió con la grasa. Prometeo le dijo a Zeus que eligiera una de las partes, y que la otra correspondería a los humanos.
Zeus vió más cuantiosa la parte con la grasa y la eligió. Al descubrir que sólo contenía huesos, y que la carne y las víceras
serían destinadas a los hombres, sintió un profundo rencor hacia Prometeo y hacia los mortales, que habían salido
favorecidos.
Zeus castigó a la humanidad privándola del fuego, que hasta entonces él había enviado por medio de los rayos. Los
mortales sufrieron entonces el frío de la noche y del invierno, y debían comer sus alimentos sin cocer. Prometeo acudió en
su auxilio por segunda vez. Robó las semillas del fuego de la Rueda del Sol, y las llevó a la Tierra ocultas en una caña.
Cuando Zeus se enteró de lo que Prometeo había hecho, decidió enviar un castigo más severo. Envió a los mortales una
imagen de una hermosa mujer, y Epimeteo, torpe hermano de Prometeo que vivía en la tierra, se enamoró de esta estatua,
y rogó a Zeus que le diera vida. Zeus lo hizo, y los dioses vertieron sobre esta mujer muchas virtudes y regalos. Por eso fue
llamada Pandora, la de los muchos dones. Pero Zeus la había hecho curiosa, y su regalo fue la de una caja que no debía
abrir. Pandora no pudo resistir la tentación, y al abrir la caja descubrió que estaba llena de todos los males del mundo, que
escaparon y poblaron la Tierra. Trató de cerrar la caja, y adentro quedó la Esperanza, que desde entonces vive con los
mortales.
En cuanto a Prometeo, Zeus lo ató con cadenas de acero a un roca del Cáucaso, y envió un águila, hija de los monstruos
Tifón y Equidna, para que le devorara el hígado, el cual se regeneraba constantemente. Zeus juró por la Estigia, la laguna
de los muertos, que jamás desataría a Prometeo de la roca.
Pasaron los años, durante los cuales Prometeo resistió valerosamente el suplicio. Por fin, por esa región pasó Heracles
(Hércules), quien mató al águila con una flecha y rompió las ataduras de Prometeo. Heracles era hijo de Zeus, quien
complacido por esta proeza de su hijo, no protestó por la liberación. Sin embargo, para mantener su juramento, ordenó que
Prometeo llevara por siempre un anillo forjado con sus cadenas, con un trozo de la roca a la que había sido atado. De este
modo una atadura de acero lo seguiría uniendo a la roca.

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