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VI

Quizá sea mejor examinar la noción del Bien en general, discutiendo a fondo lo que por él quiere
significarse, por más que se nos haga cuesta arriba una investigación de este género, a causa de
que son amigos nuestros los que han introducido las Formas. Pero estimamos que sin duda es no
sólo mejor, sino aun debido, el sacrificio de lo que más de cerca nos toca por la salvación de la
verdad, sobre todo si somos filósofos Con sernos ambas queridas, es deber sagrado reverenciar la
verdad de preferencia a la amistad.

Quienes han importado aquella opinión, no han constituido ideas para las cosas en que
reconocieron anterioridad y posterioridad razón por la cual no forjaron Ideas de los números. Pero
el bien se predica tanto de la sustancia como de la cualidad y de la relación. Ahora bien, o que si
existe en sí mismo y la sustancia son por naturaleza anteriores a lo que existe con relación a otro,
que no es sino una especie de excrecencia y accidente del ser, de suerte que no podría haber una
idea común al bien absoluto y al bien relativo.

A más de esto, el bien se torna en tantos sentidos como el ente, puesto que se predica de la
sustancia, como Dios y la inteligencia y de la cualidad, como las virtudes; y de la cantidad, como la
medida.; y de la relación, como lo útil; y del tiempo, como la ocasión; y del lugar, el domicilio
conveniente, y de otras cosas semejantes. Y siendo así, es manifiesto que el bien no puede ser
algo común, universal y único pues si así fuese, no se predicaría en todas las categorías, sino en
una sola.

De otra parte, puesto que de todas las cosas subsumidas bajo una Idea no hay sino un saber, de
todos los bienes no habría sino una ciencia, cuando, por el contrario, existen muchas, aun con
respecto a aquellos bienes colocados bajo una categoría, como, por ejemplo, la ciencia de la
ocasión en la guerra será la estrategia, y en la enfermedad la medicina; y en lo que concierne a la
medida, tenemos asimismo la medicina en lo que ve a la alimentación, y para los ejercicios
corporales la gimnástica.

Podría además preguntarse qué diantre quieren decir nuestros amigos con eso de la cosa en si
para cada una en particular, toda vez que una y la misma definición, la del hombre, es válida para
el hombre en sí y para un hombre. Porque en tanto que son hombres, en nada difieren entre sí; y
siendo así, tampoco diferirán el bien absoluto y los bienes particulares en tanto que bienes.

Ni siquiera porque sea eterno será más bien el bien ideal, del mismo modo que lo blanco diuturno
no es por eso más blanco que lo blanco efímero.

Con mayor verosimilitud parecen expresarse sobre esto del bien los pitagóricos al poner la unidad
en la línea de los bienes; y en verdad que Espeusipo5 parece haberles seguido en esto. Pero
dejemos este punto para tratarlo en otra ocasión.

Contra lo que acabamos de decir vemos asomar la objeción de que los razonamientos de los
platónicos no se aplican a todos los bienes, sino que sólo los bienes que se persiguen y aman por sí
mismos se llaman bienes por referencia a una Forma; y que, en cambio, aquellas cosas que
producen esos bienes, o que de algún modo los conservan, que previenen lo que les es contrario,
no son llamadas bienes sino relativamente a los primeros y en otro sentido. Es evidente, en efecto,
que podríamos designar los bienes según una doble acepción: irnos por sí mismos, otros por razón
de aquéllos. Separando, pues, los bienes esenciales de los bienes útiles, examinemos si los bienes
que lo son por sí mismos pueden referirse predicativamente a una Idea única.

Pero ¿ cuáles son los bienes que podríamos proponer como bienes en sí? ¿ No serán aquéllos que
perseguimos con independencia de toda otra cosa, como la intelección, la visión, y ciertos placeres
y honores? Todos ellos, en efecto, por más que los procuremos en vista de otro bien, podríamos
sin embargo clasificarlos entre los bienes en sí. ¿ O es que no vamos a considerar como bien en sí
sino la Idea? De ser así, vana será la Forma. Mas si, por el contrario, los bienes antes enumerados
son bienes en sí, será forzoso que en todos ellos aparezca la razón de bien, al modo como la de
blancura aparece en la nieve y en el albayalde. Ahora bien, los conceptos de honor, de intelección
y de placer son distintos y diferentes, y precisamente en tanto que bienes. Así pues, no es el bien
un término general regido por una Idea singular.

Mas esto supuesto ¿ en qué sentido se predica de varias cosas cl mismo término? Pues no parece
en este caso que se le pueda asimilar a los homónimos accidentales. ¿ Será que todos los bienes
proceden de un solo bien o qué en él terminan, o más bien les daremos la misma denominación
sólo por analogía, al modo que la vista es un bien en el cuerpo como la inteligencia lo cs en el
alma, y así en otras cosas? Mas quizá sea mejor dejar esto por ahora, ya que su examen acucioso
pertenece más bien a otra parte de la filosofía, y otro tanto pasa con la Idea del Bien. Pues aun
admitiendo que sea una unidad el bien que se predica en común de los bienes, o algo separado y
existente en sí mismo, manifiesta cosa es que en tal caso no podría ser practicado ni poseído por
el hombre, que es precisamente lo que buscamos.

Podría, con todo, pensar alguno que es en todo caso mejor conocer el Bien en si con la mira de los
bienes posibles y hacederos, como quiera que teniendo a aquél por arquetipo, sabríamos mejor
cuáles son los bienes apropiados a nosotros, y sabiéndolo acertaríamos en su logro.

Por más que no deja de tener cierta verosimilitud este razonamiento, parece estar en desacuerdo
con lo que ocurre en las diversas disciplinas, todas las cuales, por más que tiendan a algún bien y
que procuren imperiosamente lo necesario para obtenerlo, omiten, con todo, cl conocimiento del
Bien en sí. Seria en verdad cosa fuera de razón el que los expertos en cualquier oficio
desconociesen o no buscasen con afán un socorro tan grande. Difícil será decir qué provecho
derivara para su arte eI tejedor o el carpintero que conozca este Bien en sí, o cómo será mejor
medico o general el que ha contemplado la Idea del Bien. Manifiesto en efecto, que el médico no
considera ni aun la salud de esta manera, sino la salud del hombre, o por mejor decir la de este
hombre, particular cura a cada uno. Y baste con lo dicho acerca de este acento.

VII

Volvamos de nuevo al bien que buscamos, y Preguntemos cual pueda ser. Porque el bien parece
ser diferente según las diversas acciones y artes, pues no es lo mismo en la medicina que en la
estrategia y del mismo modo en las demás artes. ¿ Cuál será, por tanto, el bien de cada una? ¿ No
es claro que es aquello por cuya causa s todo lo demás? Lo cual en la medicina es la salud; en la
estrategia, la victoria; en la arquitectura, la casa; en otros menesteres otra cada acción y elección
el fin, pues es en vista de él por lo cosa todos los que ejecutan todo lo demás. De manera que si
existe un solo fin para todo cuanto se hace, éste será el Bien practicable; y si muchos, éstos serán
los bienes. Y he aquí cómo nuestro razonamiento, paso a paso, ha venido, a parar a lo mismo; y
con todo, debemos intentar esclarecerlo más aún.

Puesto que los fines parecen ser múltiples, y que de entre ellos, elegimos algunos por causa de
otros, como la riqueza, las flautas, y en general los instrumentos, es por ello evidente que no
todos los fines sor; fines finales; pero el bien supremo debe ser evidentemente algo final. Por
tanto, si hay un solo fin final, éste será el bien, que buscarnos; y muchos, el más final de entre
ellos. Lo que se persigue por sí mismo lo declaramos más final que lo que se busca para alcanzar
otra cosa; y lo que jamás se desea con ulterior referencia, más foral que todo lo que se desea al
mismo tiempo por si y por aquello; es decir, que lo absolutamente final declararnos sel aquello
que es apetecible siempre por sí y jamás por otra cosa. Tal nos parece ser, por encima de todo, la
felicidad. A ella, en efecto, la escogemos siempre por sí misma, y jamás por otra cosa; en tanto
que el honor, el placer, la intelección y toda otra perfección cualquiera, son cosas que, aunque es
verdad que las escogemos por sí mismas — si ninguna ventaja resultase elegiríamos, no obstante,
cada una de ellas— . lo cierto es que las deseamos en vista de la felicidad, suponiendo que por
medio de ellas seremos felices. Nadie, en cambio, escoge la felici-dad por causa de aquellas cosas,
ni, en general, de otra ninguna. La misma conclusión parece resultar de la consideración de la au-
tosuficiencia que es propia de la felicidad, porque el bien final, en la opinión común, debe bastarse
a sí mismo. Mas lo autosuficiente entendemos con referencia no sólo a un hombre solo que viva
vida solitaria, sino a sus padres, hijos, mujer, y en general a sus amigos

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