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Cuando leí la entrevista que le hicieron a mi buen amigo Raúl Ocampo, observé
ciertas imprecisiones. Es difícil afirmar que en los años treinta el ajedrez estaba
mejor en México que ahora. Posiblemente se basaba en que nuestros directivos
del ajedrez si amaban nuestro deporte ciencia, cuando ahora francamente parece
que los fariseos y comerciantes se apropiaron del templo de Jerusalén. Hoy
incluso se explota a los niños y a los padres de familia. Antes, aunque solo se
promovía el ajedrez entre jóvenes y adultos, no se veía esa avídez de lucrar con
la patente de corso de una Federación. Había clubes por toda la república, pero
realmente eran muy modestos. Algunos duraban solo unos meses. Otros, como
el de Zacatecas y el de Córdoba, duraron más de cuarenta años.
En aquel tiempo pensabamos que en la época de Andrés Clemente Vazquez,
treinta años antes, la cosa era mucho mejor. La pax porfirista permitía que una
élite viviera lo suficientemente a gusto para dedicar los ratos libres al ajedrez. Y
había muchos. En los años treinta sin embargo, vivíamos en una zozobra
constante, pero la revolución permitía que no sólo una élite pudiera jugar ajedrez,
y el ambiente se democratizaba. Los primeros gobiernos de la revolución
promovieron el ajedrez y la visita de entrenadores y maestros como Boris Kostich,
Ruben Fine, Isaac Kashdan y otros. En 1932 vino Alekhine y un año después
Capablanca.
Lo que si puedo afirmar es que los que promovían el ajedrez lo hacían como un
servicio a sus semejantes y no buscaban otro provecho que la propia satisfacción.
Eran hombres de bien y no gente avída de robar el dinero público a través de
nuestro noble juego. Eran personas exitosas en otros campos, no gente fracasada
que fuera de su ámbito federativo o de clubes no tendrían ninguna valía ni peso
moral.
Pero por otra parte, existía poco contacto entre nosotros, tanto por las distancias,
como por la dificultad de viajar. Era impensable participar en torneos fuera de
nuestras ciudades. Por ello la oportunidad de viajar por tren por toda la república
con Capablanca fué una experiencia inolvidable. Como miembro del servicio
exterior de México fui encomendado en brindar a Capablanca, en aquel tiempo en
exilio por los problemas políticos en Cuba, toda la hospitalidad que el pueblo
azteca ha brindado a los hijos de la amada Cuba.
Yo mismo, después de cuatro años de vivir en La Habana como ayudante del
Embajador de México, me vi precisado a dejar abruptamente mi casa en aquella
hermosa ciudad, donde la tiranía de Machado puso premio a mi cabeza tras el
atentado de muerte a Clemente Vázquez Bello, no relacionado con Don Andrés,
sino uno de los principales secuaces de Machado y la participación que tuve en
facilitar la salida de muchos cubanos que como los hermanos Capablanca le eran
molestos al dictador cubano. Ya en 1934 podría regresar gracias a Manuel
Márquez Sterling, quien fuese unos minutos Presidente de Cuba.
Era por todos sabido, la reconocida militancia de Ramiro Capablanca y su
hermana Zenaida en el Directorio Revolucionario Estudiantil, organización a la que
se achacaba el atentado a Vázquez Bello. A pesar que Don José Raúl no tenia un
compromiso político declarado, en su casa del reparto de La Ceiba en La Habana,
vecina de la casa de José María Barraqué, secretario de Justicia de Machado,
daba refugio al perseguido Carlos Peláez, ajedrecista amigo de Capablanca y
seguidor de Miguel Mariano Gómez, hijo primógenito del expresidente liberal José
Miguel Gómez; a quien la policia machadista buscaba.
En esa confusa situación política, el embajador de México en Cuba me
encomienda que ayude a sacar de la casa de Capablanca a Peláez y a Ramiro
Capablanca, a fin de que partan en un barco de la Ward Line a Tampico. Decidó
yo mismo acompañarlos en el viaje, abandonando mis pertenencias a la
protección del embajador, que luego me las hace perdedizas, por lo que no
menciono su nombre, ya que sus nietos son personas de toda mi estimación y de
alto prestigo en Comitán, Chiapas.
Enterada la policía que Ramiro Capablanca se refugió en casa de su hermano
José Raúl, mandan una docena de patrullas de la Policía Nacional, dándole
tiempo a Capablanca solo de esconderse con su vecino José María Barraqué que
logra introducirlo a un barco con destino a Panamá.
Llega a Panamá sin más ropa que la que lleva puesta, una guayabera, y sin más
dinero que unos dólares que le regala Barraqué. La hospitalidad panameña le
permite sobrevivir unos meses y hacerse de unos exiguos fondos, cuando una
invitación de sus amigos mexicanos lo invitan a recorrer el país dando
simultáneas, con la posibilidad de hacerse de unos fondos durante su exilio que
durará poco más de un año, hasta la caída de Machado.
Ramiro Capablanca lo alcanzará en Torreón y a mi me encomiendan buscarlo en
Ciudad Juárez, proveniente de San Diego, de donde viaja por tren hasta El Paso,
Texas a dar una exhibición antes de cruzar la frontera e ingresar a México.
De Ciudad Juárez viajamos por tren a las principales ciudades de México hasta
llegar a la Ciudad de los Palacios. En aquel recorrido observe algunos clubes, si
se pudiera llamarlos así, muy modestos, con ajedreces de todo tipo. Algunos se
formaron al paso de Capablanca, otros se revitalizaron, ya que el magnetismo del
cubano atrajo a los poderosos de cada ciudad y algunos generosamente
cooperaron con los gastos de instalar exhibiciones decorosas para recibir al
cubano y dar una buena impresión a nuestro visitante. Siempre tuvo Capablanca
atenciones de todos, era un príncipe del ajedrez y a cada momento de la gira
siempre se le vió así; con una elegancia y un porte, que a los más viejos les hacía
recordar la personalidad de otro cubano, pero casí mexicano Andrés Clemente
Vazquez. Por cierto que en Internet he visto muchas crónicas y biografias de Don
Andrés, pero han fallado en presentar una fotografía de él. Por lo que permitanme
aportarla para la memoria de la historía del ajedrez en México. Ni en los sitios web
de Cuba la han publicado.
El viaje de Capablanca a México fue producto de una idea de José Joaquín Araíza,
pero que yo apoyé ante el general Calles y con la ayuda del Dr. Francisco Raúl
Vargas Basurto; quién convenció al acaudalado Agustín Garza Galindo a
ayudarnos económicamente y a facilitar, por medio de sus relaciones con hombres
de empresa de todo el país, brindar a Capablanca las condiciones a que estaba
acostumbrado. Pues aunque Capablanca tuvo que dejar el dinero que poseía en
La Habana, tras una salida imprevista a causa de la persecución política, siempre
vivió a gran altura donde fuese. Capablanca nunca fué rico, aunque en segundas
nupcias se casara con una viuda hermosisima y rica como era Olga Chagodaeva;
varios años después de su visita a México, a quien el siempre mencionaba por su
belleza. Como coincidimos en labores diplomáticas en Nueva York en 1940 y
1941, gocé de la amistad de la pareja, conservando algunas fotografías de ellos.
La primera esposa, Doña Gloria Simoni Betancourt, nunca se repuso de la
separación y hasta la muerte de Don José Raúl le envió fuertes reclamos,
amenazandolo de enemistarlo con sus hijos. Durante un tiempo él era
practicamente una especie de Embajada de Cuba itinerante y vendió más la
imagén de Cuba ante el mundo que cualquier embajador. Pero los emolumentos
eran tan irregulares como la vida política de Cuba. Incluso se dice que un
Presidente de Cuba, Laredo Bru, le “extravío” lo que se había recolectado en La
Habana para su match de revancha con Alekhine. Por cada simultánea en México
a Capablanca se le pagó un estipendio generoso, aunque él nunca fijó el precio,
confiando siempre que los mexicanos seríamos justos, lo que sucedió con creces.
Es difícil hacer un estimado en base a los valores actuales, pero digamos que en
un mes se le pagó el equivalente a $25 000 dólares de ahora. La cifra entonces
era de unos $250 libras esterlinas (como recuerdo decían los contratos), pero un
carro último modelo valía más o menos eso. Yo compré un Packard 1929 con
mucho menos que eso, ese mismo año. Los gastos fueron otro tanto; aportando
Calles la cuarta parte de ello y lo demás lo consiguieron Araíza, el Dr. Vargas,
Agustín Freyría, Garza Galindo y el Ing. Requena. En aquel entonces el Coronel
Soto Larrea aún no había hecho fortuna.
Solo en Torreón no se pudo conseguir un buen cuarto de hotel a Capablanca,
aunque nunca se quejó de ello, pero solo fue una mala noche. Lo que no le importó
tras el gusto de reunirse con su hermano menor Ramiro, quien luego de vivir en
Miami, regresó a Cuba, donde llegó a ser gobernador de una provincia.
En La Habana, Capablanca tuvo que ocultarse en un sótano de la casa de
Barraqué en forma muy modesta y siempre mencionaba que era la única vez que
había tenido que dormir en una hamaca siendo un adulto, pero que los recuerdos
de su niñez durante su vida en la hacienda paterna llamada Aguacate, nombre de
orígen mexicano, y los viajes campestres con su padre, Don José María, lo habían
enseñado a la manera correcta de hacerlo. Como buen veracruzano, yo tenía
costumbre en La Habana de dormir siempre en hamaca y me hizo gracia el
comentario de Capablanca. A Don José Raúl le daba risa que yo cargaba con mi
hamaca por todo México, excepto en las frías noches de la Ciudad de México. Al
Dr. Vargas, veracruzano como yo, le decía que porqué no se habia organizado
una visita de Capablanca por el puerto, el gentil doctor decía que por las distancias
y que se hubiera arreglado algo primero en Xalapa, pero que no se había podido.
Eso es lo que me contestó frente a Capablanca, pero no obstante organizó un
viaje a Veracruz, pero ahi Capablanca no dió una exhibición, sino sólo jugó
algunas partidas con unos militares veracruzanos. Luego me comentaron que
existió el peligro de un atentado por parte de agentes de la tiranía cubana y que
se había optado por cancelar las simultáneas, pero que sí se aceptó la invitación
del Gobernador de Veracruz, que quería conocer al genial cubano.
Los viajes a Puebla y a Cuernavaca también encantaron a Capablanca, si bien
muchos de los que participaron en Cuernavaca viajaron también desde el D.F.
siguiendo a Capablanca.
Durante el viaje, Capablanca a ratos no se sentía bien , por su hipertensión , que
le aquejó toda la vida y terminó matandolo a edad prematura. Su médico en Cuba,
el Dr. Domingo Méndez le hizo una serie de recomendaciones al Dr. Vargas
Basurto, su colega mexicano, para que vigilara a Capablanca, por lo que tanto en
Ciudad de México, como en Veracruz, Don José Raúl vivió como huesped del Dr.
Vargas, como este lo hizo en varias ocasiones en la casa de La Ceiba en La
Habana.
Realmente Capablanca era renuente a cuidarse, y solo lo hizo unos dos años
después, cuando su salud influyó negativamente en sus resultados y sentía
peligrar su revancha con Alekhine. Antes de ello, era bohemio y se amanecia en
tertulias en el Hotel Saratoga en La Habana, o en el Union Club, que fuera el lugar
de su gran victoria en La Habana.
Capablanca siempre fue una especie de galán, con una facilidad para el trato con
las mujeres, aunque a un romance con una actriz, Gloria Guzmán, en Buenos
Aires se le achacó su derrota ante Alekhine, nunca se corrigió, y a veces jugó
partidas de torneo tras un largo desvelo o una lid romántica.
En aquel entonces los clubes de ajedrez en México solo eran visitados por
hombres, pero durante la gira de Capablanca la presencia femenina fue constante.
Nadie sabía de donde habían salido tantas muchachas, pero parece que las fotos
de los períodicos locales anunciando su visita hicieron la magia. Todos querían
oir a Capablanca, pues tenía una facilidad de hablar y un acento cubano muy
especial, pues pronunciaba muy claro cada palabra, no como se tenía la idea del
habla de un cubano en aquel entonces en México. El español Grandia, muy amigo
de García Lorca, siempre afirmaba que Capablanca hablaba muy similar al
andaluz, que casi se podían confundir. Un acento casí granadino, si bien
Capablanca hablaba con voz suave y la suya era menos grave que la de Don
Federico. Yo conocí a Lorca en La Habana y no pude sino estar de acuerdo con
él, pero también hubiera sido fácil confundirlo con veracruzano y se me hizo su
acento similar al de Don Salvador Díaz Mirón. En todo caso, ¡Capablanca hablaba
como poeta!. Sin dejar de ser serio, siempre tenía una sonrisa muy pícara, y
gustaba de usar palabras con cierto doble sentido. Y eso que en Cuba, entre las
personas de nivel universitario, el albur era prácticamente desconocido. Jamás
hablaba sin propiedad, siempre con mucha cortesía, pero directo. Se molestaba
poco, pero cuando lo hacía era muy duro. A la servidumbre la trataba con mucho
respeto, pero a los petulantes los cortaba. No le gustaban los adinerados. “El
dinero es para que ruede”. Nunca parecía ahorrar. Hubiera sido un perfecto
“caballero de París”, el famoso personaje habanero; que hasta 1980 todavía se
podía ver por La Habana y era una parte pintoresco de la historia de Cuba. Bajo
de estatura, sin embargo, Capablanca destacaba fácilmente en cualquier grupo.
Medía poco más de 1.60, si mal no recuerdo, aunque usaba en ocasiones unos
botines que lo hacían ver más alto. Al lado de Soto Larrea o de Alekhine se veía
muy bajo, pero indudablemente superaba al ruso en magnetismo y eso que
Alekhine se las traía en ese aspecto. En México le tomaron fotografías a granel.
Asomaba ya algunas canas, sobre todo un pequeño mechón al frente. Solo una
vez lo vi con barba, cuando escapaba de Cuba, y era entrecana y castaña clara;
pero no gustaba de usarla, tampoco el bigote y se rasuraba un par de veces al
día. Durante un tiempo, en el viaje, pensé que era zurdo, pero al interrogarle al
respecto, me decía que tenia la muñeca lastimada, y que de hecho podía escribir
con cualquiera de las dos manos. No hablaba mucho de ajedrez, sino de música
y de opera. Jamás de política, aunque si de beisbol, o de pelota, como él decía.
Nadie le preguntó nunca quién era su autor favorito, pero leía durante los viajes
en tren un libro de Stendhal y traia otro de Pío Baroja. Admiraba a Lecuona, como
cualquier cubano, y bailaba de todo. Hasta danzón, pero de puntita, a la manera
clásica de Camagüey, de donde era su primera esposa. Le gustaba escribir un
diario, e incluso preparó un artículo en inglés sobre México que mando a un diario
de Nueva York, no sé si alguna vez se publicó.
Algunas cosas a veces se me confunden y hay muchos recuerdos que se me
empalman y no puedo asegurar si sucedieron en Puebla o en Cuernavaca. Creo
recordar que Capablanca saludo a Carlos Torre en San Luis Potosi, y que compré
la foto que les tomaron. Pero no la he hallado, y en mis notas no encuentro
mención de ello. No se si lo imaginé, pero creo recordar que si se encontraron y
que Capablanca me mencionó que Carlos era mucho más joven que él (casí
dieciseis años) pero que se veía más acabado, a lo que respondí que era por los
gruesos anteojos y el pelo cano prematuro. Lo que si me acuerdo es que
Capablanca me mencionó que le pareció que Torre no fué muy cortes cuando
jugaron en Moscú, y yo le comenté que lo que pasaba era que Torre era muy
cortado, pero incapaz de la mínima descortesía. Capablanca se interesó por la
salud de Torre, pero varias personas le dijeron que Torre, de entonces 33 años,
preparaba su regreso al ajedrez internacional. Algo que nunca se concretó.
Capablanca, después de la gira por México viajó a Hollywood invitado por Edward
Lasker, y tuvo una “cercana amistad” con Kay Francis. El exilio de Capablanca
fue muy animado. Al caer Machado el 12 de agosto de 1933, viaja desde California
por tren hasta Nueva Orleans y regresa por barco, con muchos exiliados, a La
Habana. Ahí sigue la agitación y a partir del 4 de septiembre asciende la famosa
pentarquía política de los sargentos. Yo no me atreví a regresar a Cuba hasta el
año siguiente, donde tomando un café con Don José Raúl en el Union Club de La
Habana, recordamos el viaje por México. Don Pepe, a partir de 1933 para mi,
volvió a su vida bohemia, a las cenas en El Saratoga, y a su sueño de la revancha
con Alekhine.
Todas las mañanas del mundo …
Veracruz, Veracruz a 11 de junio de 2001.
En México, D.F.:
Asociación Cristiana de Jóvenes, abril 21 35 2 3
Club Americano, abril 24 31 2 7
Asoc.Israelita de Jóvenes, abril 26 26 0 2
Fabriles Militares, abril 29 36 1 3
Facultad de derecho, mayo 2 18 2 0
Casino Español, mayo 5 36 1 1
Club Americano, mayo 8 27 1 1
Secretaría de Guerra, mayo9 15 0 0
Totales 452 10 20
Además Capablanca dio simultáneas en Hermosillo y Nogales, Sonora; de
regreso a Los Angeles, California; pero no hay datos de sus resultados en las
exhibiciones en dichas ciudades fronterizas.
(Datos verificados con ayuda del maestro Raúl Ocampo en base a la Revista
Mexicana de Ajedrez, 1933; pág. 173.)