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fue escrito por Homero, tomé como punto de partida el canto III LOS
JURAMENTOS. Dicho canto comienza con una batalla entre troyanos y aqueos.
Cuando ambos ejércitos se hubieron enfrentado, Menelao, vio venir a Alejandro
con una figura desafiante, “semejante a un Dios, con una piel de leopardo en los
hombros”. Visto esto, Menelao saltó de su carro sin dejar sus armas. Alejandro,
al ver la acción de su contrincante comienza a sentir temor y se aleja de la
delantera de los troyanos. Como consecuencia de esto, Héctor incita a Paris por
su cobardía.
Alejandro propone a Héctor que detenga a los troyanos y aqueos y que sólo los
dejen a él y a Menelao para poder pelear por Helena y sus riquezas. Así, el
vencedor de este enfrentamiento sería el que se quede con la bella mujer y las
riquezas. La pelea sería llevada a cabo por medio de un juramento de paz y
amistad.
Fue así, que cada ejército dejo sus armas y cedieron los correspondientes
sacrificios. La mensajera Iris, tomó la figura de Laódice, cuñada de Helena y fue
en busca de ella para que presenciara la lucha de Alejandro y Menelao.
Al finalizar la lectura del canto III, podemos encontrar estrecha relación con el
canto IV VIOLACION DE LOS JURAMENTOS. AGAMENON REVISTA LAS
TROPAS en el cual, como el título lo anticipa, luego de una pequeña asamblea
de dioses, estos toman la decisión de que las hostilidades sean reanudadas.
Atenea, enemiga de los Troyanos incita a Píndaro Licio para que lance una
flecha contra Menelao. Agamenón, al ver la herida de Menelao, ordena al
divino heraldo Taltibio que llame inmediatamente al médico Macaón. Luego de
esto, se reanuda la lucha en la que Ares y Apolo por una parte y Atenea, Hera y
demás divinidades ayudaban a los troyanos y aqueos.
Podemos ver, que los personajes de cada canto no sólo son reconocidos por sus
nombres, sino que también pueden ir acompañados por adjetivos calificativos,
generalmente son usados para producir un determinado efecto estético. En el
canto III se pueden observar algunos epítetos los cuales se le atribuyen a
Alejandro como el divino, semejante a un Dios, el de más hermosa figura,
mujeriego y seductor y también el de forma divina.
Clímene, la de los grandes ojos, fue una de las doncellas que acompañó a Elena
a presenciar la batalla entre Alejandro y Menelao.
Además de tener en cuenta los duelos y los epítetos que aparecieron en este
tercer canto, también tenemos que apreciar las diversas comparaciones que
aparecen allí. Una de las primeras comparaciones que se observa es la de la
polvareda que los aqueos y troyanos levantaban al avanzar para su
enfrentamiento. “Así como el noto derrama en las cumbres de los montes la
espesa bruma tan odiosa al pastor y tan propicia al ladrón como la noche, de
modo que siquiera puede verse más allá de la piedra que se arroja; así también,
una densa polvareda se levantaba bajo los pies de aquellos que marchaban y
que velozmente la llanura atravesaban.”