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Revista electrónica mensual del Instituto Santo Tomás (Fundación Balmesiana)

e-aquinas
Año 4 Julio 2006 ISSN 1695-6362

Este mes... IMAGO DEI


(Cátedra de Estudios Tomistas del IST)

Aula Magna:
ABELARDO LOBATO, La verdad integral sobre el hombre: La 2-9
antropología tomista

Documento:
J. AUGUSTINE DI NOIA, Imago Dei – Imago Christi: The
Theological Foundations of Christian Humanism 10-20
FRANCISCO CANALS, Naturaleza humana y generación: “Homo est
de homine sicut Deus de Deo” 21-30

Publicación:
ELISABETH REINHARDT, La dignidad del hombre en cuanto imagen
de Dios. Tomás de Aquino ante sus fuentes 31-38

Noticia:
Doctorado honoris causa a fray Abelardo Lobato, O.P. 39-40

© Copyright 2003-2006 INSTITUTO SANTO TOMÁS (Fundación Balmesiana)


Abelardo Lobato, La verdad integral sobre el hombre: La antropología tomista

La verdad integral sobre el hombre:


La antropología tomista1
Abelardo Lobato, O.P.
Presidente emérito de la Pontificia Academia de Santo Tomás
y de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino

Permitidme que comience mi breve intervención en este acto expresando


mi profunda gratitud al señor Presidente de esta prestigiosa Universidad de
San Antonio de Murcia don José Luis Mendoza Pérez por la concesión que me
hace del título de Doctor Honoris causa. Hace sólo unas semanas, cuando ambos
participábamos en Roma, en la plenaria anual del Pontificio Consejo de la
Familia, me comunicó su decisión de realizar en este día de la fiesta del Patrono
el acto de investidura. Me siento muy honrado con este título. Lo acepto
gustoso por el amor que profeso a Santo Tomás de Aquino. Esta joven
universidad católica es de las que abren las puertas de par en par para que
Tomás, Patrono de las escuelas católicas, habite en ella como en su propia casa.
Después de dos años de Jornadas tomistas y de haber inaugurado la cátedra de
Tomás de Aquino, llega este tercer evento, el de mi doctorado. Cuando Tomás
de Aquino fue promovido al grado de Magister regens en el verano de 1256
recordó a todos que en la escuela católica es siempre Cristo el Doctor doctorum,
por ser la verdad definitiva de la cual se deben nutrir tanto los que enseñan
como los que aprenden. Y esta convicción suya la explicó en otra ocasión con un
ejemplo muy al alcance de todos: Si uno que busca la verdad supiera que existe
ya un libro en el que se encuentra la verdad toda entera, y ese libro está a la
venta y se puede adquirir, dejaría sus pergaminos pesados y costosos y correría
a comprarlo para leerlo y hacerlo suyo. Pues ese libro lo tenemos todos los
cristianos al alcance. Es Jesucristo, la sabiduría encarnada. Al final de su vida,
de rodillas, en Fossanova, confesaba que en toda su existencia docente no había
hecho otra cosa que leer en ese libro humano-divino, que superaba a los otros
dos libros, el de la naturaleza y el de la Escritura. Estoy convencido que este
título se lo debo en definitiva a Tomás y me parece ver el birrete sobre su
cabeza y el anillo en su mano.

1 Lectio magistralis de fray Abelardo Lobato en el acto solemne de concesión del


Doctorado honoris causa por la Universidad Católica San Antonio de Murcia el 13 de
junio de 2006.

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Como tema de esta breve reflexión he optado por la antropología y el


humanismo cristiano. Es un horizonte del saber que se presenta hoy como un
enorme desafío cultural. Todo parece girar en torno a la pregunta por el
hombre, desde todos los ángulos nos sale al paso, casi siempre como problema
y muchas veces como misterio. La cultura y la incultura de nuestro tiempo es
capaz de formular la cuestión sobre el ser del hombre, pero no es capaz de
ofrecer una respuesta adecuada. Y este es su tormento, querer y no poder,
sentirse en el laberinto y dar vueltas a lo loco sin encontrar la salida. Yo creo
que Tomás puede llegar hasta nuestra situación y dejarnos el hilo de Ariadna
para desandar las sendas perdidas y poder volver a “riveder le stelle”. Él nos ha
precedido buscando y encontrando la respuesta a la obvia y difícil pregunta por
el hombre y no la esconde ni le pone un precio muy alto. Él nos orienta a
comenzar con la oración que clama al cielo:

“Tú que eres la verdadera fuente de luz y sabiduría y el soberano


principio, dígnate infundir sobre las tinieblas de mi entendimiento un rayo de
tu claridad, apartando de mi la doble oscuridad en que he nacido: el pecado y la
ignorancia” (Oración para antes del estudio).

La pregunta es breve: ¿Qué o quién es el hombre? Y se nos plantea en


todos los lenguajes, el bíblico del salmo 8, el griego del templo de Apolo o de
Antígona, el agustiniano que se ha vuelto una gran cuestión, el humanista de
Lotario y el de Pico de la Mirandola, el cartesiano del Cogito, el kantiano tan
celebrado: Was ist der Mensch?, el nieztscheano del Uebermensch, el posmoderno
y a punto de ser posthumano de Fukuyama, el de las ideologías del s.XX, el de
las utopías, el de las ciencias, el de lo profundo del hombre, el de los mitos, el
de los códigos, el de las máscaras, etc. etc. El Papa Pablo VI al final del Concilio
pedía un puesto para el humanismo cristiano. Es cierto que pululan los
humanismos y que el hombre en el gran teatro del mundo se reviste con toda
clase de máscaras sin quedar satisfecho de ninguna. La antropología actual
busca y no puede encontrar una respuesta, porque parte del hombre, pero
interroga sobre el ser del hombre; su punto de partida es sólo uno de los
ángulos del saber, pero se interroga sobre la verdad toda entera sobre el
hombre. En verdad el ser del hombre no tolera mutilaciones. Todo el hombre se
encuentra en el código genético, en el embrión, en el niño, en el ladrón, en el
criminal, en el enfermo, en el moribundo, en el pobre. Nada humano nos es
ajeno. La verdad toda entera sobre el hombre la entreveía el pagano Aristóteles,
al escribir la primera antropología y definir al alma como quodammodo omnia.
Esa verdad la intuimos y palpamos al constatar a diario las violaciones, los
atropellos a la dignidad humana, al evocar los lager, la Shoá, Auschwitz o al ver
a la madre Teresa de Calcuta acogiendo en sus brazos un ser humano reducido
a piel y huesos. Todos nos interrogamos como Primo Levi: “Si esto es un

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Abelardo Lobato, La verdad integral sobre el hombre: La antropología tomista

hombre!” Previa a cada una de las perspectivas llevamos escrita en el alma una
cierta intuición del hombre y de lo humano.

La respuesta antropológica, con la verdad toda entera sobre el hombre,


implica tener en cuenta toda las dimensiones de lo humano. Es preciso recorrer
todo el horizonte y en esa visión de totalidad distinguir las perspectivas o
dimensiones. Creo que no se puede omitir ninguna de las cuatro siguientes:
- la cósmica porque el hombre forma parte del universo y no hay hombre
sin mundo;
- la específicamente humana, pues el hombre se distingue por ser un
compuesto de alma y cuerpo y del alma le viene su diferencia esencial,
su capacidad de perfección;
- la óntica o metafísica, por la cual tiene su participación en el acto de ser,
su condición de persona;
- la teologal y cristiana, porque siendo todo hombre creado ad imaginem,
un ser unidual, tiene un destino de conformarse con el primer hombre,
Adán y Eva y con el hombre en plenitud, Jesucristo, que es en verdad
hombre y Dios.

La respuesta antropológica con la verdad toda entera sobre el hombre, debe


tener en cuenta: el dónde está situado en el conjunto del universo del que forma
parte, el cómo se diferencia entre todos los seres con los cuales convive, tanto
por su origen cuanto por su estructura y dinamismo; el qué o quién es en su
realidad no sólo existencial sino esencial y trascendental como ente capaz de
conocer y conocerse; y finalmente cuál es su modelo de plenitud a partir del
proyecto divino sobre el hombre y del misterio de la encarnación, pues en
realidad el mismo Dios se ha hecho hombre en Jesús de Nazareth.

Podemos afirmar lo siguiente: que son muchas las aportaciones de los


pensadores a la pregunta antropológica, que nunca en el pasado el hombre
conoció tantas cosas sobre sí mismo, pero al mismo tiempo que nunca como en
nuestra cultura ignoró lo que en verdad es el hombre. A causa de esta radical
ignorancia está hoy en grave peligro de extinción, y en su naufragio, al ser
testigo del hundimiento de la navecilla cultural, se aferra a la tabla flotante y
pide auxilio. Su tragedia cultural consiste en que ha dejado de lado toda posible
salida a la trascendencia, ha proclamado el fin de la metafísica y por ello la
muerte del hombre en la cárcel de la inmanencia.

Desde la situación cultural y la crisis epocal que vive occidente no hay futuro
humano, ni lo puede haber. Para lograr la respuesta anhelada hay que dar un
paso atrás, y así poder dar el salto hacia adelante. Por ello creo necesario el
retorno a las bases sólidas del pensar humano, cual se encuentran en la obra
admirable de Tomás de Aquino, homo omnium horarum. En esa línea de

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pensamiento la antropología culmina en una metaantropología, por cuanto la


pregunta es acerca del ser del hombre, y la verdad es “acólito del ser” como
Aristóteles afirma de la unidad. En vez de detenernos en la denuncia de los
modernos desvíos, tarea siempre necesaria, estimo preferible indicar los cuatro
senderos que recorre el Aquinatense para llegar al ser del hombre y su verdad
toda entera.

La dimensión cósmica es punto de partida. El hombre necesita saber


dónde se encuentra, descubrir su puesto en el universo. Al abrir los ojos cada
mañana necesita ubicarse y pregunta ¿dónde estoy? Si no tiene respuesta a esta
sencilla pregunta, está en peligro de enloquecer. Díganlo los náufragos, los
extraviados en la selva, los perdidos en la ciudad. El hombre se describe como
el-ser-en-el-mundo. No hay hombre sin mundo, no hay parte sin el todo. Existe
un solo universo que integra toda la realidad finita, llamada a la existencia por
el creador. Ese todo es la tienda del hombre. Ese mundo admirable lo
conocemos como el cielo estrellado sobre nuestras cabezas y bajo nuestros pies.
Nos encanta su hermosura, nos asusta su grandeza. Nos situamos en la galaxia
de la Via Láctea, una entre millones, en un planeta de la estrella que llamamos
el sol, de cuya energía dependemos. Nuestro palacio cósmico es inmenso:
hemos tardado mucho en conocer la tierra, y ya hemos realizado la aventura de
dar el salto a la luna y de enviar satélites a nuestra medida, para ver y para oír
la “música celestial”.

La dimensión cósmica nos lleva a descubrir algunas verdades capitales para la


autocomprensión del hombre: este universo ha sido creado, ordenado y
conservado en su existencia; el hombre es uno de los cuerpos que forman este
universo; es el cuerpo más complejo y más perfecto de cuantos existen; el
hombre como individuo es poca cosa, como especie es lo más valioso del
universo; lo más notable es que entre tantos habitantes y componentes solo el
hombre es todo un mundo, un mundo en pequeño, que ya el filósofo Demócrito
describía como microcosmos, porque al decir de Tomás tiene intensive et
collective cuanto existe en el universo extensive et diffusive (ST I, 93,2 ad 3); a
pesar de su pequeñez el hombre descubre que todo lo cósmico ha sido creado
para él; y que se le ha dado el dominio para que lo administre y gobierne
mediante la cultura; el mundo es para el hombre, conforme a este principio
antrópico, y por más que sea muy grande, no es el mundo el que contiene al
hombre, sino que es el hombre el que contiene al mundo. Nada cósmico es
ajeno al hombre, todo lo humano dice relación esencial a la corporeidad, a la
ecología y al ambiente. Todo indica que el hombre no es fruto del caso y la
necesidad, ni de una evolución ciega, sino de una inteligencia infinita, de un
poder creador desde la nada, y de un amor por el hombre. El universo es el
palacio para el hombre. Mientras Platón situaba al hombre en la caverna

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Abelardo Lobato, La verdad integral sobre el hombre: La antropología tomista

condenado a no ver sino las sombras, Aristóteles lo ha visto como señor del
palacio, y Tomás lo ha descrito como el itinerario que va desde la nada al
absoluto por ser no un dios sino la imago Dei en tres escenarios, el de la
naturaleza, el de la gracia y el de la gloria. No es el hombre para el mundo, sino
el mundo para el hombre.

La dimensión específica es la que nos ayuda a conocer la diferencia sobre


la base de la igualdad. El hombre tiene afinidad, por su corporeidad animada
con los cuerpos en sus dimensiones físico-químicas cual se refleja en la tabla de
los elementos, con los diversos grados de la vida, vegetal, animal, espiritual.
Pero su ser y su verdad tiene algo que le da el ser esencial y funda el devenir
humano, su hacerse siendo. Este elemento tiene un nombre y lleva consigo la
profunda realidad de lo humano, es el alma. La teoría hilemórfica es muy
adecuada para dar razón del alma humana, porque la entiende como forma, de
la cual se sigue el ser y la unidad. Es como el soplo que Yahvé dio al primer
hombre. Es el acto primero que da el ser y posibilita el obrar, la primera
entelequia. El ser humano es lo que es por el alma. De ella depende la
humanidad del hombre, el ser de la misma corporeidad. Esta concepción del
alma como acto fue la genial aportación de Aristóteles en su tratado peri
psychés, una de las columnas de la cultura de occidente, al decir de Hegel. El
alma está en la frontera o en el horizonte del ser, el que une materia y espíritu;
quasi horizon et confinium. Del alma procede la esencia del hombre, que implica
la composición de forma y materia. El alma es creada e infundida en la materia
concreta y así tenemos al individuo existente, único, diverso. Del alma proviene
el puesto del hombre en la escala de los entes, anillo que enlaza materia cósmica
y espíritu. Del alma procede la humanización del cuerpo, por la cual difiere de
los demás vivientes y de los demás seres humanos. Siendo tan esencial para la
comprensión del hombre el alma ha pasado de ser tenida como la totalidad de
lo humano en la filosofía platónica, a ser dejada de lado, y olvidada del todo en
la cultura moderna, que solo tiene en cuenta el cuerpo. Es uno de los graves
olvidos denunciados por Heidegger. El olvido del alma ha sido fatal para la
cultura de occidente. El peso de la corporeidad ha oprimido todo lo humano.
Hasta la llamada psicología profunda es una psicología sin alma. En esta
situación de exilio el ser humano está en peligro de extinción Es comprensible
que los centinelas de la cultura pidan auxilio y lancen a los cuatro vientos el
SOS que pide una mano para sobrevivir. Para remedio de esta trágica situación
Tomás nos proporciona el remedio con las 21 cuestiones disputadas sobre el
alma.

La dimensión óntica o metafísica recobra la línea del pensar


trascendental y trata de dar razón del ser del hombre a partir del ente como
primum cognitum. Por esa vía se llega al núcleo del pensar de Tomás, a la
distinción del acto de ser, o del existir en acto, y del ser como acto. El ser en acto

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del hombre le trasciende y solo es posible por un agente de poder infinito. Todo
ente causado procede de otro, la vida es siempre una herencia. El alma humana,
forma sustancial del cuerpo, es forma que da el ser unifica y es espiritual. El
alma está en el origen del dinamismo humano que se despliega en todos los
órdenes, desde el átomo y la célula, hasta las actividades superiores como el
entender y ejercer la libertad. El alma es la fuente originaria de las potencias o
facultades. En un primer momento brotan los actos como proyección del acto de
ser, pero a su vez se verifica un retorno del acto al sujeto y con él viene el
devenir o hacerse del hombre. El hombre, como ser inteligente tiene el cometido
de regular su dinamismo mediante la libertad y la inteligencia. Los actos dan
origen a los hábitos buenos o malos en los tres órdenes típicos de lo humano,
intelectivo, factivo y moral. Las virtudes morales son perfectivas no sólo del
acto sino del sujeto, porque lo hacen bueno o malo. El ser humano es capaz del
bien y del mal y es responsable de sus opciones desde la fundamental hasta las
cotidianas de menor relieve.

La naturaleza conforma al hombre en el útero materno, y lo orienta a


completar su ser humana con la cultura que comienza en la familia y en la
escuela lo desarrolla por la imitación y la paideia, como si fueran ambas un
“útero espiritual”. No basta el desarrollo de la inteligencia, ni la creatividad de
las artes, se precisa la forja de las virtudes morales. Es preciso poner en el centro
del dinamismo, el acto humano que no se identifica con el acto del hombre, y
por la cadena de actos, conquistar los hábitos o virtudes y así realizar desde la
base de la libertad el itinerario que lleva el hombre a Dios. Sólo Dios crea al
hombre y le da sus destino, pero solo la cooperación del hombre con Dios logra
de modo normal la plenitud de lo humano. Por ello es preciso recordar siempre
el imperativo bíblico, hagamos al hombre (Gn 1 26). Desde esta perspectiva la
respuesta es definitiva, rotunda: todo hombre es persona.

La dimensión teologal es decisiva en antropología. El llamado giro


antropológico ha llevado consigo un enorme extravío. Desde su origen la
tentación profunda del hombre no solo es ser como Dios, si no la de ser dios! En
la modernidad se ha verificado la inversión cultural que se propone negar que
el hombre sea imago Dei, para poder afirmar que los dioses son creación
humana imago hominis. Esta propuesta es aberrante y continúa siendo “el
pecado original y originante” de la modernidad agnóstica o atea. El ser humano
es finito, pero es el lugar de la conciliación de los opuestos: materia y espíritu,
cuerpo y alma, está en el mundo y el mundo no lo contiene, vive en el tiempo y
trasciende la temporalidad, es mortal y no puede morir del todo, es racional
pero fácilmente le dominan los instintos. Lo finito no le basta porque sólo Dios
lo sacia, es un ser abierto al infinito, capax Dei. Sólo frente a Dios el hombre
logra su verdad integral. Por su condición espiritual es teotrópico. La

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Abelardo Lobato, La verdad integral sobre el hombre: La antropología tomista

dimensión religiosa o teologal da sentido a su origen por creación y a su destino


de vida eterna en comunión con Dios. La cultura de la modernidad ha tratado
de enfrentarse a Dios como enemigo del hombre. Sus argumentos son los
mismos del “insipiens” del salmo 13, que se reducen a tres, el del mundo
autosuficiente, el de la existencia del mal y el de la libertad del hombre. “Si Dios
existe, yo no soy libre; pero como yo soy libre... Dios no existe. Dios ha muerto
y es preciso darle sepultura”.

La realidad es bien distinta: Dios no es obstáculo para el hombre. Más


bien la verdad es que el hombre se afirma y comprende en el encuentro con
Dios, que ha querido venir al encuentro con el hombre. La dimensión religiosa
del hombre lo lleva al encuentro con Dios en los tres libros escritos con el dedo
o el soplo de Dios: el de la naturaleza que abarca cielos y tierra, el de la escritura
inspirada por el soplo del espíritu, y el de Jesucristo, hombre y Dios, que es el
compendio de los dos anteriores. La antropología cristiana se propone en
Compendio en Jesucristo. El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob nos reveló
su nombre: Yo soy (Ex, 3 14); el Dios que se revela en Jesucristo lo completa
añadiendo “Dios es amor” (1 Jn, 4,8). El hombre a solas no se comprende. Su ser
no es solitario sino comunitario, frente a los demás desvela su vocación familiar,
social, cultural, política, económica, etc. y frente a Dios está llamado a conocer
su verdad toda entera. Agustín lo ha esculpido de modo indeleble al principio
de sus Confesiones: “Nos hiciste, Señor para TI, que Te conozca, para
conocerme!”.

Tomás de Aquino ha recorrido estas cuatro dimensiones. Su tratado De


Homine condensa la verdad toda entera acerca del hombre. Lo sorprendente en
su caso es que Tomás no intentaba otra cosa que hacer teología, dar respuesta a
su pregunta radical que ya formulaba a los monjes de Monte Casino Dic mihi,
quid est Deus? La respuesta la fue obteniendo gradualmente en su oficio de
teólogo y al final en una experiencia de Dios “toda ciencia trascendiendo”. La
verdad integral sobre el hombre le fue dada por añadidura. En su itinerario
cultural el hombre avanza o retrocede como las olas del mar, por sus pasos,
como él dice, paulatim et pedetentim. En su itinerario tuvo la intuición sobre el ser
como acto, y de los entes como participación finita del acto, cuya esencia resulta
compuesta. El acto de ser ilumina el ser del hombre y da la respuesta buscada
sobre el hombre mismo. Con la aportación de Tomás la filosofía cristiana ofrece
una ontología y una antropología que aún no ha sido superada.

Imitando a Tomás, cuya obra resume 30 siglos de búsqueda de la verdad


y ha sido posible sobre la base de algunas convicciones -- que la conquista de la
verdad es tarea comunitaria, que importa más la verdad del pensamiento que la
persona del pensador, porque la verdad es invencible y viene en última
instancia del Espíritu Santo --, en mis trabajos he recorrido los itinerarios del

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humanismo tomista, no para limitarme a Tomás, sino para ir a la verdad sobre


el hombre y dar una mano a los que hoy navegan hombre adentro. En el amplio
volumen que los amigos me dedicaron con motivo de mis 70 años se esconde
un amplio proyecto de antropología tomista desarrollada por un coro de
pensadores. A Tomás y a sus discípulos me remito. Todos constatan la
“perenne novedad” del Aquinatense y lo acertado de su antropología para
nuestro tiempo indigente. Con Tomás podemos decir: Ecce homo!

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