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I. Filosofía antigua: Tema 1. PLATÓN, La República, libro VII, 514a-518b.

1. Resumen del fragmento del texto (2 puntos).

2. Nociones (2 puntos):
2.1. Los prisioneros y las sombras.
2.2. El ascenso al mundo de arriba y el sol.
2.3. El retorno a la caverna y las tinieblas.
3. Temas (3 puntos):
3.1. Teoría de las ideas.
3.2. La educación platónica.
4. Contextualización (3 puntos):
4.1. En la obra del autor (1,5 puntos).
4.2. En la historia de la filosofía y/o en la época (1,5 puntos).

2. Nociones:

El mito o alegoría de la caverna, al cual pertenece este fragmento, es el mejor resumen


que el mismo Platón hizo de sus principales teorías filosóficas acerca de la realidad
(metafísica), el conocimiento (epistemología), el ser humano (antropología), la
educación (pedagogía), la moral (ética) y la política. De manera que no es posible
explicar ninguno de sus elementos sin hacer brevemente referencia a dichas teorías.

En primer lugar, pues, hemos de decir que la concepción que Platón tiene del conjunto
de la realidad, de todo lo que es o existe, es dualista. Es decir, hay dos tipos de realidad:
el mundo sensible (representado en el mito por la caverna) y el mundo inteligible
(representado por el exterior de la misma). Mientras que, desde el punto de vista del
conocimiento (de acuerdo con su analogía de la línea dividida), la caverna equivaldrá a
la mera opinión (dóxa) o, lo que es lo mismo según Platón, a la ignorancia; y el exterior
simbolizaría el conocimiento (epistéme). En tercer lugar, Platón nos estaría hablando de
su concepción del ser humano como ser dual, puesto que el cuerpo, según él, pertenece
al mundo de lo sensible, mientras que el alma procede del inteligible. Y, por último,

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aparecen aquí también sus teorías éticas, pedagógicas y políticas, de acuerdo con las
cuáles el filósofo se siente obligado moralmente a “salvar la pólis”, educando a los
ciudadanos de modo que gobierne la ciudad aquel que llegue a conocer el Bien.

2.1. Los prisioneros y las sombras

La “caverna”, en la que unos prisioneros ven tan sólo sombras proyectadas en la pared
del fondo, podemos identificarla, pues, con el “mundo sensible”, al que pertenece todo
aquello que podemos percibir por los sentidos (vista, oído,..). Los “prisioneros”, que ni
siquiera pueden ver los objetos mismos sino tan sólo sus sombras y, por tanto, creen que
las imágenes que ven y oyen son la auténtica realidad, que dichas sombras son la
realidad misma (puesto que, para ellos, es lo único que existe), vendrían a representar a
todos “aquellos (hombres o mujeres) que imaginan que conocen” el mundo porque
creen que todo lo que perciben por los sentidos (lo que ven, lo que oyen..) es real. De
modo que basan sus opiniones en aquellas imágenes (imaginación o eikasía) y no saben
cómo son las cosas realmente, viviendo en la más absoluta ignorancia. Es más, son
engañados por los porteadores de objetos que, al menos, pueden distinguir los objetos
sensibles de sus sombras.

Ahora bien, las “sombras” simbolizarían todas aquellas “imágenes” (poéticas,


artísticas) que son copias de los objetos sensibles y, a su vez, producto de la
imaginación (eikasía) de sus creadores (representados en la caverna por los porteadores
de objetos). En concreto, Platón se estaría refiriendo (como él mismo dice en el libro X
de La República) a los “mitos”, en cuya realidad, poetas como Homero o Hesíodo y
artistas como Fidias, habían hecho creer a los antiguos griegos. Con lo cual, los
“porteadores de objetos” que engañan a los prisioneros, al portar los objetos
artificiales cuyas sombras se proyectan en la pared, serían como los “artistas y poetas”
que habrían engañando a los griegos, en la medida en que les hicieron creer que aquello
que creaban no eran meras imágenes (poéticas o artísticas) sino la misma verdad. Los
prisioneros que sólo conocen sombras están, pues, en lugar de quienes creen en los
mitos y en las obras de arte como si fueran reales; aquellos cuya concepción del mundo
es de carácter mítico y creen que tras los fenómenos naturales se encuentra la voluntad
de los dioses, que las estatuas de los mismos son una especie de encarnación de las
divinidades. Lo que, para Platón, equivale a creer en algo que es falso y, por eso, artistas
y poetas que nos hacen creer en sus mitos deben ser “expulsados de la ciudad ideal”.

Pero, no debemos limitarnos a entender prisioneros y sombras en clave ontológica y


epistemológica, como parte del “paso del mito al lógos”, puesto que las concepciones
filosóficas de Platón tienen siempre un interés ético-político. De manera que los
prisioneros, que tan sólo ven sombras, son también los ciudadanos que creen
“ciegamente” en los discursos de los políticos (educados por los sofistas) y que,
supuestamente, tratan de gobernar la ciudad de la manera más justa. Esto nos permite,
además, no limitar la filosofía de Platón a su propio contexto histórico. Pues, podemos
aplicar sus concepciones a cualquier otra época histórica, incluida la actualidad, de
modo que los prisioneros que tan sólo ven “sombras” representan, así mismo, a los
hombres y mujeres de cualquier época que basan su conocimiento del mundo en todo

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tipo de creencias, supersticiones y prejuicios que reciben de los otros (como el


machismo, la xenofobia, etc.), sin poner jamás en duda dichas concepciones.

2.2. El ascenso al mundo de arriba y el sol

La “liberación” del prisionero representa el “proceso educador” del filósofo que cree
que la realidad no puede estar compuesta por aquellas imágenes míticas (artísticas o
poéticas); que los mitos de los poetas no son una buena explicación del mundo (debido
a su irracionalidad), sino que debe existir otro tipo de explicación de carácter racional.
Con ello, Platón se estaría refiriendo a los filósofos presocráticos que ofrecen este tipo
de explicación y ya no hablan de los dioses sino de la naturaleza o “phýsis”. Es decir,
que detrás de los fenómenos naturales que podemos percibir mediante los sentidos
(que vemos, oímos,..) como una marea, o una tormenta, no hemos de buscar la voluntad
de Poseidón, o de Zeus, sino tan sólo a la naturaleza misma. Más allá de la superstición
de los mitos, los filósofos (como prisioneros liberados) creerían, pues, en una
explicación racional del mundo de los objetos sensibles que nos permitiría liberarnos de
la irracionalidad del mito.

Heráclito, por ejemplo, de cuyas teorías sería discípulo el joven Platón, pensará que
todo lo que existe está sometido al cambio constante: todo tiene un origen temporal,
después sufre un proceso continuo de cambio y, finalmente, desaparece. De modo que la
realidad no deja de transformarse en ningún momento. Pero ésta tampoco sería la
auténtica realidad para Platón, ni las teorías de Heráclito serían auténtico conocimiento
sino “creencias” (pistis) pertenecientes al mundo de la opinión (dóxa). Pues, más allá
del cambio, debe haber algo inmutable, que no cambie a pesar del paso del tiempo, y
eso sería la auténtica realidad, objeto del verdadero conocimiento (epistéme). Nos
equivocaríamos, por tanto, si pensásemos que la “phýsis” es la auténtica realidad, como
se habría equivocado el esclavo si se hubiera limitado a contemplar los “objetos de la
caverna y el fuego”.

La “salida al exterior” de la caverna simboliza el abandono de la mera opinión (dóxa)


y el inicio del “verdadero conocimiento” (epistéme). Platón, influido por la búsqueda
de Sócrates de la definición de los conceptos morales (como la virtud, la justicia, etc.),
adopta las teorías pitagóricas de los números y afirma que, más allá de las cosas
sensibles sometidas al paso inexorable del tiempo, debe haber algún tipo de realidad que
no cambie sino que sea eterna e inmutable y, por tanto, más real que el mero cambio.
Pues bien, los primeros objetos reales e inmutables que descubra el filósofo serán los
matemáticos, es decir, “números y figuras geométricas” (representados en el mito por
los astros: “la luna y las estrellas” que ve durante la noche) que, por el hecho de ser
inmateriales (dado que sólo son inteligibles), no se verán sometidos a la generación y la
degeneración de los objetos sensibles. Este sería el primer grado de la auténtica realidad
y del verdadero conocimiento al que Platón identifica con el “pensamiento” (dianoia).

Pero, aún sería posible ir más allá en esta búsqueda de la verdad, por parte del filósofo
que descubra el mundo de las Ideas; como le ocurre al esclavo que acaba por
acostumbrarse a contemplar las “cosas del mundo exterior”. Pues, la “dialéctica” las
superará, según Platón, mediante su método inductivo (o ascendente), que partiendo de

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objetos particulares será capaz de abstraer de ellos lo común, las Formas o Ideas de las
que aquéllos son copias sensibles e imperfectas. Es más, llegará un momento en que el
filósofo, acostumbrado ya a abstraer las Ideas de las cosas, accederá a una
contemplación directa de las mismas (sin necesidad de ese proceso dialéctico de
abstracción) y a esto Platón lo llamará “inteligencia” (noesis), la forma más elevada del
verdadero conocimiento.

Por último, el filósofo conocerá la idea de “Bien”, al igual que el esclavo llegará a ver el
“Sol” directamente y, si este último (como nos dice Platón, en su analogía del Bien con
el Sol) es necesario para que los ojos vean, porque es el que hace visibles los objetos al
iluminarlos, la idea de Bien será necesaria para que el alma comprenda las Ideas. El
Bien será aquello a lo que todas las Ideas tienden, su finalidad, su sentido, la razón o la
causa de su existencia, que para Platón no puede ser otra cosa que proporcionar algún
tipo de bien o beneficio.

2.3. El retorno a la caverna y las tinieblas

El esclavo que, tras salir de la caverna, llega a ver las cosas y al sol mismo y, más tarde,
regresa a la caverna para contar lo que ha visto en el exterior y liberar a sus compañeros,
representa al filósofo que ha llegado a conocer las Ideas y se siente obligado a ayudar a
los hombres a salir del engaño en el que se encuentran, mostrándoles cuál es la
verdadera realidad. Es decir, el “retorno a la caverna” simboliza la “obligación moral
del filósofo” que trata de “salvar la pólis”, convertirse en educador de la ciudadanía
para liberar a ésta, a un mismo tiempo, de las cadenas de la superstición o la ignorancia
y de la cárcel de los regímenes políticos que se aprovechan de su ignorancia para
tratarlos como esclavos.

Ahora bien, como señala Platón, no es extraño que el filósofo que trata de educar, como
el esclavo que al regresar a la caverna se encuentra con las “tinieblas”, que le impiden
ver bien los objetos de su interior (al estar acostumbrados sus ojos a la luz del sol), se
muestre torpe cuando tenga que discutir en los tribunales, o en cualquier otro lugar,
sobre las “apariencias” de las cosas: de lo justo, de lo bueno, etc., cuando él ha llegado
a conocer la Justicia en sí, la idea de Bien, etc.. De manera que, los ciudadanos
representados por los prisioneros, comenzarán burlándose de sus palabras y, lo que es
peor, acabarán amenazándole e incluso matándolo en el momento en que “sus Ideas”
pongan realmente en peligro su concepción del mundo o el sistema político establecido.
Como ocurrió, efectivamente, a Sócrates (en quien Platón se inspira), al que condenaron
a muerte por “impiedad” o “no honrar a los dioses” y por “corromper a la juventud”. Es
decir: por no apoyar su pensamiento en los mitos y enseñar que más allá de los bellos
discursos, con los que se manipulaba a los ciudadanos, se ha de buscar la verdadera
justicia.

Las “tinieblas” representan, las “opiniones” particulares acerca de la justicia o el bien


(donde prevalecerá la opinión del que consiga hacer el más bello discurso), puesto que
se cree que no hay una única verdad. La caverna es el mundo de los intereses políticos
corruptos (el propio beneficio económico, la búsqueda de la fama o el poder por el
poder) que se basan en la manipulación demagógica de la opinión pública, al no buscar
la reflexión sobre las Ideas (lo verdaderamente justo o bueno), sino la seducción y la

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persuasión mediante “lo aparentemente justo o bueno” para hacerse con el poder. Los
sofistas enseñaban a los políticos de la democracia ateniense a manejar las pasiones de
los ciudadanos mediante bellos discursos (retórica), sin tener en cuenta qué es bueno y
qué malo, justo o injusto, puesto que su única intención era gobernar. Del mismo modo
que los “porteadores de objetos de la caverna” engañaban a los prisioneros haciéndoles
creer que las sombras eran la auténtica realidad. El que regresa a la caverna vendría a
defender, por tanto, que el mundo de la opinión es tan sólo aparente, porque más allá del
mismo es posible encontrar la verdad basada en Ideas inmutables: la auténtica Justicia y
el verdadero Bien, de acuerdo con los cuales, debería gobernarse una ciudad justa en la
que todos serían felices.

3. Temas:

Toda la obra de Platón puede interpretarse como un esfuerzo por “salvar la pólis” del
“relativismo moral” de los sofistas y de las imperfecciones de todos los sistemas
políticos conocidos, que llevan a los ciudadanos a cometer o padecer la injusticia. Para
ello, se propondrá descubrir si más allá de las opiniones acerca de las cosas, como pensó
Sócrates, hay algún tipo de realidad objetiva a la que podamos referirnos a la hora de
organizar políticamente la ciudad y llegará a la conclusión de que debe existir la Justicia
en sí, así como la Idea de Bien, que el gobernante tendrá que conocer para organizar la
sociedad de la manera más justa.

3.1. Teoría de las ideas

La teoría de las Ideas es la parte más importante de toda la filosofía platónica, dado que
el resto de su pensamiento se basa en ella. Y es así porque Platón parte de su concepción
del conjunto de la realidad (ontología o metafísica) para fundamentar en ella el resto de
su filosofía (sobre todo, la ética y la política, que como hemos dicho son su principal
objetivo). Ahora bien, como dijimos al hablar de las nociones, la concepción que Platón
tiene del conjunto de la realidad, de todo lo que es o existe, es dualista. Es decir, hay
dos tipos de realidad: el mundo sensible (representado en el mito por la caverna) y el
mundo inteligible (representado por el exterior de la misma).

- El mundo sensible es la parte de la realidad que nos muestran los sentidos (vista,
oído, tacto, olfato y gusto). De modo que se trata del mundo material, de los seres
concretos que están sometidos al paso del tiempo. Esto es, que nacen, crecen, envejecen
y mueren, en el caso de los seres vivos; o bien, en el caso de los no vivos, tienen un
origen (por ejemplo, geológico), son deteriorados con el paso del tiempo (por la erosión,
en nuestro ejemplo) y acaban también desapareciendo. Es, en fin, la realidad tal y como
fue descrita por un presocrático como Heráclito: el continuo cambio de las cosas
materiales.

- El mundo inteligible, en cambio, es todo lo contrario, es la parte de la realidad a la


que sólo podemos acceder mediante la inteligencia. Se trata del mundo inmaterial, de lo
que no está sometido al paso del tiempo. Es decir, seres eternos e inmutables por el
mismo hecho de carecer de características materiales. De este mundo formarán parte los
entes matemáticos (números y figuras geométricas) y las Ideas.

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Ahora bien, al hablar de las Ideas, Platón parece referirse a las definiciones universales
(de virtud, de justicia, etc.) que buscaba Sócrates, más allá de las opiniones particulares,
acerca de las cosas. Pero las Ideas platónicas no son simples conceptos o contenidos
mentales, sino objetos reales a los que se refieren nuestros conceptos o contenidos
mentales. Es decir, objetos que subsisten independientemente de que sean o no
pensados por alguien. Pues, si en sus diálogos de juventud, Platón no hace más que
desarrollar lo aprendido de su maestro (y, por ello, se llama a dichos diálogos
“socráticos”), a partir del Menón, Platón hablará de la existencia separada de las Ideas.

Pero, ¿qué son, entonces, exactamente esas Ideas? En primer lugar, podemos decir que
las Ideas son las “esencias” de las cosas materiales, lo esencial de las cosas, las “cosas
en sí”, las “formas puras” de las cosas, o, dicho de otra manera, las características
comunes a una especie natural o a una clase de objetos. La esencia sería aquello que no
podríamos quitar a una cosa sin que dejase de ser “lo que es”. Por ejemplo, al definir
una mesa, podríamos decir que es: alta, grande, pesada, marrón, redonda, de madera,
que tiene cuatro patas, etc.. Y, en cambio, también podríamos hablar de otra mesa que
no tuviese ninguna de estas características y seguiría siendo, a pesar de todo, una mesa.
De modo que ninguno de esos rasgos pertenecería a la esencia de la mesa. Pero, si
dijésemos que una mesa es una superficie plana sobre la que podemos apoyar otras
cosas sin que se caigan por sí solas, estaríamos acercándonos a la definición de “lo que
es” una mesa y, por tanto, a sus características esenciales (o, simplemente: esencia), que
pertenecerían a la idea de mesa. Pues bien, con esta explicación de en qué consiste la
definición de una cosa, Sócrates habría quedado satisfecho. Sin embargo, Platón
pensaría que nos falta añadir que, aunque en ello se base nuestro modo de conocer las
Ideas, éstas no son tan sólo “lo común” a las cosas sino que son también
“transcendentes” a las mismas cosas. Esto es, que las esencias de las cosas no se
encuentran en ellas mismas sino más allá, porque forman parte de un mundo
independiente que es el de las Ideas o Esencias.

Pero, si las Ideas se encuentran más allá de las cosas, ¿cómo es posible que encontremos
las Esencias en éstas? La razón se encuentra en que el mundo inteligible constituye la
realidad propiamente dicha, que subsiste por sí misma (puesto que es eterna e
inmutable), y es modelo de la sensible, que no es más que una copia material imperfecta
de la primera. Platón explica la relación entre las Ideas y las cosas mediante su teoría de
la “mímesis”, como “imitación” o “participación” de las Ideas por parte de las cosas.
Así que la semejanza mutua que existe entre los objetos de una misma clase o especie se
debe a que todos ellos “imitan” a un mismo modelo, son “copia” de una misma Idea. O,
lo que es lo mismo, las cosas participan de las Ideas en la medida en que tienen, en
parte, la “forma” de estas últimas. Aunque, decimos “en parte” porque la copia siempre
resultará defectuosa por la imperfección propia de la materia, que jamás deja de estar
sometida al cambio (generación, degeneración y corrupción), mientras que las Ideas
copiadas permanecerían inmutables, precisamente, por ser inmateriales. Y, ¿cómo es
ello posible? En uno de sus diálogos de vejez, el Timeo, Platón dice que, al igual que un
artesano, por ejemplo un alfarero, no podría dar forma al objeto que fabrica a partir del
barro si no tuviese ya una idea de lo que quiere hacer, ha debido existir una especie de
“dios artesano” o “demiurgo divino” que dio forma al cosmos, a partir de la materia
eterna pero informe, tomando como modelo el mundo de las Ideas.

Por lo que se refiere al aspecto ontológico de la teoría de las Ideas, sólo nos quedaría
añadir que, para Platón, todas las Ideas no tienen el mismo rango ontológico sino que

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están “jerarquizadas”, de modo que el grado de realidad es mayor en unas que en


otras. El primer rango le corresponde a la Idea de Bien, tal como nos habla Platón de
ella en La República, que representa el máximo grado de realidad, siendo la “causa de
todo lo bueno que existe en las cosas”. A continuación, vendrían las Ideas éticas y
estéticas: como la Belleza, la Justicia, etc., seguidas de las Ideas de los entes
matemáticos y, finalmente, de las Ideas de los objetos sensibles. Esto es así, según
Platón, porque la Idea de Bien cumple en el mundo inteligible la función del sol en el
mundo sensible. Es decir, del mismo modo que el sol al iluminar el resto de los objetos
del mundo hace que estos sean visibles, la Idea de Bien da sentido al resto de las Ideas
en la medida en que nos permite comprender que existen para aportar algún tipo de
beneficio o bien al mundo. De manera que una Idea será más valiosa que otra en la
medida en que “participe” más de la Idea de Bien, es decir, en que sea mayor el bien
que proporciona.

Por último, a partir de la teoría ontológica platónica que acabamos de ver, surge la
pregunta epistemológica: ¿cómo es posible conocer ese mundo de las Ideas si vivimos
en el sensible? Platón explica la posibilidad de su conocimiento recurriendo a la teoría
de la “anámnesis” o “reminiscencia”, para la que “conocer es recordar”. Pues, si
mediante los sentidos no podemos percibir más que las cosas sensibles, ¿cómo puede
nuestra inteligencia llegar a conocer las Ideas? Las Ideas sólo pueden ser conocidas por
contemplación directa en el mundo inteligible. Con lo cual, parece imposible que
lleguemos a conocerlas. Sin embargo, Platón concibe al ser humano como un ser dual,
cuyo cuerpo pertenece al mundo de lo sensible (y es, por ello, perecedero), mientras que
el alma procede del inteligible (y es, por tanto, inmortal). De manera que, como el alma
humana ha vivido en el mundo de las Ideas y ha podido contemplarlas directamente,
tendrá la posibilidad de recordarlas aunque las haya olvidado al encarnarse en un
cuerpo. Ahora bien, recuperar este conocimiento es, como se describe en el “símil de la
línea dividida”, requiere un proceso educativo que comienza cuando creemos que,
más allá de las apariencias de las cosas (que nos muestra la imaginación) hay algo que
éstas deben tener “en común” (creencia), pero aún no sabemos bien de qué se trata
(como le ocurrió a muchos presocráticos). Más tarde, continúa con las “matemáticas”
que, como descubrió Pitágoras, nos demuestran que podemos pensar en las relaciones
numéricas, o en las figuras geométricas, al margen totalmente de las cosas
(pensamiento). Y culmina con la “dialéctica” que, mediante un razonamiento
inductivo, busca a partir de las cosas particulares definiciones universales de las Ideas
más abstractas y elevadas de la ética y de la estética, como son las de Belleza, Justicia y
Bien. Pues, la “inteligencia” o contemplación directa de dichas Ideas sólo le es dada al
alma que se ha liberado del cuerpo o al filósofo que, acostumbrado a llegar una y otra
vez a las Ideas mediante la dialéctica, acaba contemplando las Ideas.

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3.2. La educación platónica

Como hemos dicho, la finalidad de las teorías de Platón es ético-política. Siguiendo el


“intelectualismo moral” de Sócrates, Platón cree que la virtud se basa en el saber,
porque piensa que para ser justo es necesario saber qué es la justicia y aquel que conoce
el bien no puede dejar de realizarlo, ya que nadie hace el mal a propósito. Por eso, frente
al relativismo moral de los sofistas en el que se basan los sistemas políticos injustos,
reclama la existencia de una Idea eterna e inmutable de Justicia, así como del resto de
virtudes. Ahora bien, tanto la ética como la política platónicas se basan en su
concepción del ser humano (su antropología). Pues, la virtud o justicia individual se
basa, para Platón, en la armonía entre las partes del alma humana, y, así mismo, la
justicia social se basará en la armonía entre las clases sociales. De manera que
solamente en la ciudad en que los ciudadanos sean educados de acuerdo con la virtud
que les es propia reinará la armonía social y de ahí que la educación sea, para Platón, el
fundamento de la justicia.

Veamos, pues, cuál es la concepción platónica del “ser humano” para entender en qué
se basa la virtud y, a continuación, veremos en qué consiste la justicia. Platón concibe al
ser humano como un ser dual, cuyo cuerpo pertenece al mundo de lo sensible (y es, por
ello, perecedero), mientras que el alma procede del inteligible (y es, por tanto,
inmortal), de modo que el alma se encarna en un cuerpo cuando nacemos y vuelve al

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mundo de las Ideas cuando morimos. Ahora bien, el alma está compuesta de tres partes
como si fuese un carro alado compuesto por un auriga, que representa a la parte
racional, cuya virtud es la sabiduría, y dos caballos, uno noble (parte irascible) y otro
rebelde (parte concupiscible), que simbolizan respectivamente la parte del alma que
debe ser guiada por la virtud del valor, para no caer en la temeridad, y la que debe
actuar de acuerdo con la virtud de la templanza, para no dejarse arrastrar por los
apetitos. Dado que, precisamente debido a estos últimos, el alma acabará perdiendo las
alas y cayendo a tierra, donde quedará encerrada en un cuerpo cuando se produzca el
nacimiento de un ser humano. Pues bien, de acuerdo con esta concepción del ser
humano, será bueno, justo o virtuoso aquel en que la parte racional de su alma
(mediante la virtud de la sabiduría) dirija a las otras dos (la irascible y la concupiscible)
hacia sus respectivas virtudes (el valor y la templanza), como el auriga que dirige a sus
caballos, no dejando que caigan, respectivamente, ni en la temeridad y ni en el vicio y
estableciendo, así, la armonía (o justicia individual) entre las tres partes.

Ahora bien, Platón concibe a la sociedad como un “organismo” o “cuerpo social” y, de


acuerdo con ello, así como el individuo es justo cuando las tres partes de su alma actúan
en armonía, así también un Estado será justo cuando las tres clases sociales cumplan
cada una su función social. Es más, las “tres partes del alma”: racional, irascible y
concupiscible se corresponden con las “tres clases sociales” en que debe dividirse la
pólis: los filósofos, que deben gobernar, los guardianes, que defienden a la sociedad, y
los productores, que trabajan. Así que, al igual que el alma individual debe ser guiada
por la razón, el cuerpo social debe ser gobernado por quienes se guían a sí mismos por
la razón y poseen la sabiduría (el conocimiento de las Ideas de Bien y de Justicia): los
filósofos. Dicho estado debe ser defendido de las agresiones exteriores por los
guardianes que serán elegidos entre los más valientes de todos los ciudadanos.
Mientras que los hombres que tan sólo piensan en satisfacer sus propias necesidades,
propias de la parte concupiscible del alma, se encargarán de proporcionar lo que la
sociedad necesite y formarán la clase de los productores (artesanos, campesinos, etc.).
Finalmente, cuando cada uno de estos estamentos sociales realice la tarea que le
corresponde, se alcanzará la justicia social, es decir, la armonía social entre las
virtudes sociales. Cada parte debe desempeñar, pues, la función más acorde con su
propia naturaleza, de modo que el resultado sea, como en un organismo vivo, el interés
común. Así, se evitará la corrupción de la sociedad que, para Platón, sería como una
enfermedad del cuerpo social en la que unos órganos trataran de realizar la función de
otros, provocando la falta de armonía social que lleva a la injusticia.

Pero, ¿cómo deben ser la educación los ciudadanos para que reine la armonía social y la
justicia? Cada individuo será educado de acuerdo con sus capacidades naturales y la
virtud que le sea propia. Según el “intelectualismo social o político” de Platón, el
desarrollo de las propias capacidades individuales, mediante una educación adecuada,
dará como resultado una sociedad jerarquizada y dividida en clases sociales, donde la
justicia vendrá dada por la armonía social cuando cada uno realice la función que le es
propia. Pues la falta de justicia de los estados existentes se debe a que se ha dejado la
educación en manos de los padres que han proporcionado a sus hijos la educación que
han querido. Platón establece, por tanto, un sistema de educación obligatoria bajo el
control del estado.

El plan educativo de Platón comienza con la educación elemental, que prepara a los
jóvenes hasta la edad de veinte años y comprende gimnasia y música. Se trata de formar

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ciudadanos capaces de desempeñar la función de guardianes. La gimnasia tendrá por
objetivo formar cuerpos ágiles y fuertes y, al mismo tiempo, debe desarrollar la virtud
del valor. La música les educará en todo lo relacionado con las Musas, o diosas de las
artes, de manera que no se tratará tan sólo de aprender a tocar un instrumento sino de
conocer a los mitos de los poetas. Ahora bien, se censurarán aquellos mitos que
presenten a los dioses y a los héroes como seres egoístas gobernados por sus pasiones,
capaces de matar por venganza, de ser infieles, de mentir para sacar provecho e incluso
de odiarse entre sí y llegar a enfrentarse. Pues, los jóvenes los imitarían y serían tan
malvados como ellos. Así que, por el contrario, el aprendizaje del arte tratará de
estimular los mejores modos de pensar y actuar mostrando tan sólo a los poetas que
describan a los dioses como seres bondadosos que puedan convertirse en modelos a
imitar para los jóvenes. Es decir, para que imiten su virtud, su valor, su piedad y su
dignidad. Una vez finalizada esta educación elemental, los que hayan superado esta
etapa demostrando aptitudes para ello (fuerza y valor) serán los guardianes del estado. Y
sólo los mejores de ellos pasarán a la siguiente etapa.

La educación superior, destinada a los mejores guardianes seleccionados para


convertirse en miembros de la clase gobernante, se extenderá desde los veinte hasta los
treinta y cinco años. Deberán ejercitarse en un gran número de ciencias para comprobar
si son capaces de llegar a conocer el mundo de las Ideas.

Las primeras ciencias que los ayudarán a pasar de las tinieblas de lo sensible a la luz de
lo inteligibles serán las matemáticas: la aritmética, ciencia del cálculo, que da por
supuestas ciertas nociones, como lo par y lo impar, y de estas nociones que no admiten
demostración (axiomas) deduce diferentes conclusiones (teoremas). La segunda, la
geometría, que se basa en imágenes de las figuras geométricas para reflexionar, pero no
pensando en ellas mismas, sino en aquello de lo que son imagen. Así que, por ejemplo,
dibujan un cuadrado, pero sacan conclusiones acerca del cuadrado en sí y no tan sólo
acerca del que han dibujado. Viendo así lo que sólo puede ser visto por el pensamiento.
Por último, estudiarán astronomía.

Al llegar a los treinta años, se escogerá de entre ellos a los que hayan mostrado mayor
interés y capacidades naturales para el estudio y para la guerra y se les iniciará en el
aprendizaje de la dialéctica. Ésta es una especie de método inductivo que parte de
hipótesis (una definición provisional), por ejemplo la noción de lo justo, para ir
eliminando lo que no se ajuste a dicha hipótesis e ir así subiendo peldaños que nos
permitan ascender hasta el principio de todo aquello que llamamos “justicia”, un
principio ya no hipotético sino verdadero. De este modo, de Idea en Idea, se alcanzará al
final la Idea suprema de Bien, de acuerdo con la cual ha de gobernarse la ciudad.

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4. Contextualización

4.1. En el conjunto de las obras del autor (1,5 puntos)

El fragmento del “mito de la caverna” que hemos analizado pertenece al Libro VII de
La República, una de las obras de madurez de Platón, en las que éste expone sus
principales concepciones filosóficas: su teoría de las Ideas, su concepción de la
educación, etc. Ahora bien, para no insistir más en lo que hemos visto hasta aquí,
veamos ahora cuál es el significado general de dicha obra. Su título original era
“Politeia” (es decir: “Política”), pero fue traducido al latín como “Res pública” (“Cosa o
ente público”) y, por ello, se la conoce como “República”. De manera que estamos ante
una teoría del Estado, una obra de filosofía política. El diálogo comienza cuando
Sócrates y sus interlocutores tratan de determinar cuál es la naturaleza de la justicia.
Pero, al final del Libro I, declaran que no saben qué es la justicia y Sócrates propone
dejar de examinarla en el individuo y estudiarla en el Estado. De modo que el diálogo se
centrará, a partir de ese momento, en investigar cuál pueda ser la mejor organización del
Estado y en explicar por qué debemos rechazar el resto de formas de gobierno.

Veamos ahora cuál habría sido la evolución del pensamiento de Platón a lo largo de su
vida y en el resto de sus obras:

Se dice que el verdadero nombre de Platón era Aristocles, aunque era conocido como
“Platón” por sus anchas espaldas. Nace en Atenas en el siglo V a.C. Y su juventud
coincide con la guerra del Peloponeso, en la que Esparta quita a Atenas la hegemonía
sobre Grecia e impone el gobierno de los “Treinta Tiranos”. Ahora bien, es pariente de
algunos de los políticos de dicho gobierno y desea participar en la política, aunque
pronto descubre su corrupción y se desanima. Entonces, consigue imponerse la
democracia, pero ésta sería aún más corrupta y, además, condena a muerte a su maestro
Sócrates de la manera más injusta. Por lo que Platón acabará aborreciendo la
democracia y, más tarde, tratará de diseñar él mismo el gobierno más justo o ideal. Por
otra parte, tras la ejecución Sócrates, se ve obligado a huir de Atenas y viaja por Egipto
y la Magna Grecia y es, entonces, cuando comienza a escribir sus primeros diálogos en
recuerdo de su maestro.

- Diálogos socráticos o de juventud:

A esta época de juventud pertenecen los diálogos en que Platón escribe bajo la total
influencia de su maestro Sócrates, que aparece como personaje protagonista, buscando
mediante el diálogo definiciones universales de los asuntos éticos tratados (como el
deber, el valor, la amistad, la virtud, etc.). Sus diálogos comienzan, pues, analizando
una cuestión (de carácter ético) acerca de la cual Sócrates reconoce su ignorancia; a
continuación, va refutando las opiniones erróneas de sus interlocutores, frecuentemente
sofistas, demostrando por qué no pueden aplicarse a todos los casos; y, por último,
aplica su “mayéutica” haciendo preguntas que ayuden a su interlocutor a “dar a luz”
respuestas que se aproximen a la verdad (acerca del asunto tratado) al poder aplicarse
universalmente. Ejemplos de estos diálogos son: Apología de Sócrates y Protágoras.

- Diálogos de transición:

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I. Filosofía antigua: Tema 1. PLATÓN, La República, libro VII, 514a-518b.

Diálogos escritos después del primer viaje de Platón a la Magna Grecia (actual sur de
Italia), donde conoce las teorías órficas y pitagóricas en las que basará su pensamiento a
partir de entonces. De modo que aparecen, por primera vez, en la obra de Platón, temas
como: la teoría de las Ideas, la inmortalidad del alma, la teoría de la reminiscencia, la
reencarnación del alma y la importancia de las matemáticas y la música en la educación.
Con lo cual, Platón deja de ser tan sólo un discípulo de Sócrates para empezar a elaborar
sus propias teorías filosóficas. Ya no se limitará a buscar definiciones sino que dirá que
las Ideas existen al margen de las cosas. Por último, a su regreso a Atenas fundará su
propia escuela filosófica a la que llamará “Academia”. A este período pertenece, por
ejemplo, el diálogo: Menón.

- Diálogos de madurez:

En esta época, Platón lleva a la máxima perfección su teoría de las Ideas y elabora una
teoría del Estado. Presenta a Sócrates mucho más convencido de sus teorías, como
poseedor de la verdad, ya que se ha convertido en un simple personaje que se limita a
expresar la filosofía de Platón. Aparecen, además, sus principales mitos: el “carro
alado” sobre la naturaleza del alma; la “caverna” como resumen de toda su filosofía; el
“símil de la línea dividida” como expresión de su teoría del conocimiento, etc. El
diálogo más importante de este período es: La República.

- Diálogos de vejez:

Finalmente, en los diálogos de vejez, escritos después de su segundo y su tercer viaje a


Siracusa (Sicilia), Platón reflexiona a partir de los fracasos de sus intentos de aplicación
de sus teorías sobre el Estado a la práctica política. De modo que trata las cuestiones
políticas de un modo más realista con el fin de que sean viables en la práctica. Por otro
lado, se enfrenta a las críticas que le han hecho, o los errores que él mismo ha
descubierto, en su teoría de las Ideas. Algunos de los diálogos de este período son:
Parménides y Leyes.

4.2. En la historia de la filosofía (1,5 puntos)

La importancia de Platón en la historia de la filosofía se debe, por una parte, a su


capacidad para recoger y sintetizar, en gran medida, la filosofía anterior a su propia
obra; y, por otra parte, a la enorme influencia que ejercería sobre la filosofía posterior
hasta el mismo siglo XX. Lo que llevaría a decir a Whitehead que toda “la historia de la
filosofía occidental no es más que el conjunto de las notas a pie de página de los
diálogos de Platón”. Veamos por qué:

- Influencias recibidas por Platón de otros autores:

En su filosofía influirían, pues, presocráticos como Heráclito, Pitágoras, Parménides y


Anaxágoras, así como Sócrates que fue su maestro más directo.

1) De Heráclito recibiría, en su primera juventud y antes de conocer a Sócrates, su


comprensión de la naturaleza como cambio constante. Pues, para este filósofo, todo lo
que existe tiene un origen en el tiempo, sufre un proceso de cambio (en el que se
deteriora) y acaba con su destrucción. De manera que Platón recogerá todas estas teorías

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en su teoría de las Ideas como “mundo sensible”: todo lo que existe de carácter material
y está sometido al paso del tiempo.

2) De la Escuela de Pitágoras Platón toma, por un lado, su concepción del alma


inmortal e independiente del cuerpo, de modo que con la muerte el alma se separa del
cuerpo y subsiste por sí misma en un mundo inmaterial para reencarnarse más tarde en
otro cuerpo; por otro lado, recibirá de Pitágoras su comprensión de la realidad como
formada por figuras geométricas y por relaciones numéricas. De manera que entenderá
la abstracción de las matemáticas como paso previo necesario para comprender las
Ideas.

3) De Parménides adoptará la división del conocimiento en dos tipos: el auténtico


conocimiento, o “vía de la verdad”, que nos lleva hasta “el ser” inmutable y eterno, y el
falso conocimiento, o “vía de la opinión”, que nos conduce al “no ser”, es decir, a lo que
cambia y desaparece. Lo que permitirá a Platón distinguir el mundo inteligible, como
auténtica realidad (objeto del conocimiento), y el mundo sensible, como realidad tan
sólo aparente (objeto tan sólo de opinión).

4) De Anaxágoras Platón tomará la idea de “Nous” como “inteligencia ordenadora del


cosmos” o “causa inicial de su movimiento”, en la que se inspirará para hablar del
“Demiurgo” como “dios artesano” que, a partir de la materia originaria sin forma, ha
dado origen al mundo sensible copiando las Ideas del mundo inteligible.

5) De Sócrates, como hemos visto ya, Platón hereda su búsqueda de las “definiciones
universales” de los conceptos morales, que se independizarán totalmente del mundo
sensible, convirtiéndose en las Ideas que formen el mundo inteligible.

- Influencias ejercidas por Platón sobre otros autores:

1) Aristóteles sería su discípulo más directo, ya que fue alumno de la Academia de


Platón y, tras la muerte de este último, se convirtió en el mejor crítico de su teoría de las
Ideas. Pues, negó que las Ideas pudiesen existir en otro mundo, independientemente de
los objetos sensibles, y afirmó, por el contrario, que las Ideas no eran más que las
Formas de las cosas y, por tanto, inseparables de las mismas. De manera que las Ideas o
Formas eran, para él, lo que da forma a la materia convirtiéndola en las diversas cosas
que conocemos (como unidades “hylemórficas”).

2) Platón influiría en el pensamiento medieval a través de San Agustín, que recogería


la teoría del dualismo antropológico, entendiendo al ser humano como compuesto por
cuerpo perecedero y alma inmortal, de manera que debe cultivarse el alma (cuya vida es
eterna) y, en cambio, el cuerpo es despreciable ya que no es necesario más que para el
tránsito hasta la otra vida.

3) En la modernidad, Descartes también asumiría el dualismo antropológico al


entender al ser humano como compuesto de una parte material y otra pensante o
pensamiento. De modo que sospecha que los sentidos nos engañan cuando tratamos de
conocer el mundo y tan sólo el pensamiento nos muestra la verdad.

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I. Filosofía antigua: Tema 1. PLATÓN, La República, libro VII, 514a-518b.

4) Finalmente, Nietzsche sería, en la época contemporánea, quien nos advertiría que


toda la historia de la cultura occidental ha sido la historia de un error desde Platón, al
hacernos éste creer en ese dualismo ontológico y antropológico que despreciaba el
mundo material y el cuerpo por ser perecederos y, al afirmar, por el contrario, que la
verdadera vida y el verdadero mundo eran la del alma en el mundo de las Ideas.
Mientras que la verdad es que el único mundo existente es el material y no somos más
que cuerpo, pero Platón inventa ese otro mundo por su miedo al paso del tiempo y la
muerte. De modo que nos ha hecho despreciar la única vida que tenemos.

“La Scuola di Atene” di Raffaello Sanzio, Stanza della signatura, Musei Vaticani,
Roma.

1. Zenón de Elea (presocrático) – 2. Epicuro – 3. Federico II Gonzaga – 4.


Anaximandro o Empédocles (presocráticos) – 5. Averroes – 6. Pitágoras (presocrático)
– 7. Alcibíades o Alejandro Magno – 8. Jenofonte – 9. Hipatia – 10. Jenofonte – 11.
Parménides (presocrático) – 12. Sócrates – 13. Heráclito (pintado como Miguel
Ángel) (presocrático) – 14. Platón sosteniendo el Timeo (pintado como Leonardo da
Vinci) – 15. Aristóteles sosteniendo la Ética – 16. Diógenes – 17. Plotino
(neoplatónico) – 18. Euclides o Arquímedes (pintado como Bramante) – 19. Estrabón o
Zoroastro – 20. Ptolomeo – R. Rafael – 21. Protógenes.

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