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II Jornadas de Historias de Vida en Educación

Sujeto, diálogo y experiencia


Málaga, 9 y 10 de junio de 2011

Sesión: el espacio de diálogo con las historias de vida

Fragmento de un cuaderno de viaje

Amalia Creus

Universitat Oberta de Catalunya


Grupo Esbrina – Universitat de Barcelona

Este texto reproduce una pequeña parte de mi tesis doctoral titulada Fragmentos de un cuaderno
de viaje. Una investigación narrativa sobre experiencias de inmigración, realizada en Facultad de
Bellas Artes de la Universidad de Barcelona1. En el marco de las II Jornadas de Historias de Vida
en Educación, la finalidad de este escrito es compartir algunas de las reflexiones que he ido
articulando a lo largo del desarrollo de la tesis sobre una noción que para mi ha sido clave como
forma de diálogo con las historias de vida: la noción de encuentro.

Una metáfora: la investigación como encuentro

Permítame el lector comenzar esta reflexión tomando prestado el primer párrafo del libre Encuentro
con el otro, de Ryzard Kapuscinski (2006). Dice así:

Cuando me paro a reflexionar sobre mis viajes por el mundo, viajes que se han prolongado durante
muchos, muchos años, a veces tengo la impresión de que las fronteras y los frentes, así como las
penalidades y los peligros propios de estos viajes me han producido menos inquietud que la
incógnita, siempre presente y renovada a cada momento, de cómo transcurriría cada nuevo
encuentro con los Otros, con esas personas extrañas con las que me toparía mientras seguía mi
camino. Pues siempre supe que de ese encuentro dependería mucho, muchísimo, si no todo. Cada
uno de ellos era una incógnita: ¿Cómo empezaría?, ¿cómo transcurriría?, ¿en qué acabaría?
(Kapuscinski, 2006: 11)
Hay una idea que me acompaña desde muy temprano: la noción de encuentro, de espacio y
tiempo compartido con otros, con esas personas cuyas relatos biográficos han sido el punto de
partida de esta tesis. No se trata solo de una metáfora. Hablar en términos de encuentro supone más
bien un modo de pensar y posicionarme ante mi propia práctica. Una manera de entender la
investigación que ha tenido consecuencias importantes en su diseñando y en su desarrollo. Y es que
muy pronto me he encontrado ante la evidencia de que en una investigación narrativa, igual que en
los viajes de Kapuscinsky, mucho, si no todo, dependería de mi encuentro con las personas que
entrevistara, de lo que ocurriera durante el tiempo compartido con ellas, de las acciones y reacciones
imprevisibles que marcarían el compás de nuestra relación.

La investigación como encuentro es por lo tanto una metáfora que traigo al texto para hablar
de mi posición ante la investigación. Posición entendida aquí no como lugar estático (situación o
disposición que permanece inmóvil) sino como actitud, como una manera de pensar y actuar que se
mueve y despliega en la misma medida que lo hacen mi acción y mi pensamiento. Una posición /
acción (actitud investigadora sería quizás una expresión más acertada) que hago explícita con
voluntad de ofrecer al lector un mapa de los marcos en los que me muevo, de las líneas y guías que
orientan mi trabajo, y que no se pueden desprender del campo de visión y de subjetivación en el que
me identifico como investigadora.

Pensar la investigación desde la metáfora del encuentro me permite, por ejemplo, no perder
de vista ese carácter inestable, movedizo (en el sentido de algo que se mueve o agita) que está en el
corazón de nuestro trabajo, igual que lo está en el corazón de todo proceso creativo. Por que es
justamente así – como proceso creativo – que hablaré aquí sobre cómo entiendo lo qué hacemos los
investigadores cuando investigamos: creamos historias, producimos modos de comprender el
mundo.

La idea del conocimiento como producción, como creación de algo – para Tomás Ibáñez
(2001:17), como formador de realidades - es posiblemente el primero y más fundamental trazo de la
posición que busco asumir como investigadora. Al hacerlo, quiero reconocer que mi trabajo se
sostiene en un vínculo ineludible entre la realidad y la forma de conocerla, y que desde esa
perspectiva entiendo mi trabajo como un modo de representación que resulta siempre en una mirada
particular sobre el mundo, que es también, como nos recuerda Stuart Hall (1997), un modo de
ordenación, de visibilización y de legitimación de la propia realidad.

1 La tesis se encuentra en proceso de depósito, con fecha prevista de defensa en julio de 2011.
Resulta por lo tanto imprescindible hacernos responsables por aquello que creamos. Si
decimos que la realidad es lo que resulta construido por nuestra existencia – lo dice Tomás Ibáñez
(2001:52) – queda por lo tanto en nuestras manos, y solo en nuestras manos, la posibilidad de
cambio. Una afirmación que entiendo como invitación para pensar la dimensión política de nuestro
trabajo (de nuestra propia existencia, diría Tomás Ibáñez). Como una llamada a no olvidar que los
investigadores somos responsables sobre nuestros actos de conocimiento, y sobre cómo estos se
insertan y circulan en la sociedad.

Entiendo además que esa idea de responsabilidad, tal y como quiero asumirla, no pasa
solamente por reconocer la autoría de lo que escribimos, sino por asumir las consecuencias de todo
aquello que provocamos intencional o desinteresadamente cuando nos planteamos explorar
determinadas preguntas (y no otras), interpretando la realidad bajo un determinada perspectiva
(entre otras posibles), o cuando al redactar un informe de investigación hacemos públicas
determinadas evidencias o resultados, y descartamos otros.

En todas estas decisiones está el investigador. En este caso, estoy yo y todo lo que me
conforma; está mi subjetividad. Así, si por un lado propongo posicionarme al lado de la idea de que
la investigación es una forma de construir realidades, una segunda premisa importante que marca mi
posición, es la idea de que la subjetividad constituye una dimensión necesaria del conocimiento
social. No hay conocimiento sin sujeto, dice Evelyn Fox Keler (1994).

Al aceptar la idea de que el conocimiento es un producto subjetivo (vinculado a un sujeto


que, mediante su mirada, da cuerpo y forma al conocer) coloco mi trabajo en el marco de un cambio
de paradigma importante dentro de las ciencias sociales. Un nuevo paradigma que, a partir de los
años 70, comenzaría a diseñar un progresivo replanteamiento de las posiciones objetivistas del
positivismo científico, haciendo emerger un modo de pensamiento que, como nos lo recuerda
Hernández (2006), pondría en cuestión el duelismo subjetividad/objetividad hasta entonces
hegemónico dentro la investigación científica2.

2 Con esta puntualización procuro hacer explicito que la posición que asumo se desmarca de las
diferentes versiones del método científico positivista que persiguen un conocimiento objetivo, libre de
cualquier indicio de la subjetividad del investigador. Una ideología objetivista que encuentra su expresión en
el paradigma de la modernidad, y que como señala Evelyn Fox Keller, (1994) proclamó prematuramente el
anonimato, el desinterés y la impersonalidad de una ciencia sin sujeto.
Sin embargo, pensar la investigación como encuentro me acerca al deseo de "...mirar la
ciencia como producida por seres humanos desde una conciencia humana”. (Fox Keller, 1994:144).
Me invita a reconocer que “el ver entraña una forma de subjetividad, un acto de imaginación, un
modo de mirar”, y por lo tanto a recuperar las diferentes formas que miro, conozco y me posiciono
cuando investigo. Pensar la investigación como encuentro me permite, en suma, entender mi
práctica en tanto que un acto de presencia no solo física sino subjetiva (un encuentro requiere estar
presente, entrar en relación, participar en algo), como presencia constructora de conocimiento.

Es en estos términos que me propongo hablar de investigación como un ejercicio de


reflexividad (Macbeth 2001; Mauthner y Doucet, 2003; Kincheloe y Berry, 2004; Gray, 2008;
Dalay, 2010). O, siguiendo con la misma metáfora, como una forma de encuentro con los valores,
asunciones, sentimientos, deseos y experiencias que sostienen las decisiones que voy tomando en la
investigación.

La investigación como ejercicio de reflexividad

La reflexividad constituye hoy un concepto clave dentro de las ciencias sociales. Aunque podemos
hablar de diferentes aproximaciones y modos de entender lo que significa la reflexifidad en
investigación, los contornos generales que diseñan esta noción tienen que ver la idea de que los
investigadores somos parte de los universos sociales que investigamos, por lo que se hace necesario
cuestionar el sentido de nuestra posición en la construcción del conocimiento. Breda Gray (2008) lo
explica en términos de presencia:

Research reflexivity, predominantly understood as the researcher's engagement with her own
positioning in relation to the world she is researching, and/or the self-conscious writing up of
research as itself an act of representation, is current invoked as a way of addressing the presence of
the knower in the known and vice versa. Reflexivity here involves a turning back of inquiry on the
formative conditions of its production by variously addressing questions of the researcher's
biographical relationship to the topic, the multiple voices in the text, different potential readings and
the instability between the research text and the object of the study or representation. (Gray,
2008:936)

También Natasha Mauthner y Andrea Ducet (2003) ofrecen algunos marcos generales en los
que situar el concepto. Buscando puntos de encuentro entre los diferentes definiciones de la noción
de reflexividad, estas autoras hablan de un giro reflexivo dentro de la ciencias sociales. Señalan que
la reflexividad (en tanto que ejercicio metodológico de cuestionamiento de los procesos y productos
de una investigación) ha estado presente dentro de las ciencias sociales a lo largo de los últimos 30
años, sea en el campo de la sociología (Denzin, 1997; Hamerslay y Atikson, 1993; Lather, 1991) la
antropología (Geertz, 1973; Clifford y Marcus, 1986; Marcus y Fisher, 1986; Rosaldo, 1986) o la
filosofía (Quine, 1969; Rorty, 1979). Además, de modo transversal cabría destacar el impulso a la
reflexividad que han aportado diferentes corrientes de los estudios feministas, llamando la atención
sobre la importancia de tener en cuenta la perspectiva, parcial, diversa y “situada” del conocimiento
(Moraga, C. & Anzaldúa, 1983; Haraway, 1995; bell hooks, 2004).

En esa línea, la noción de conocimientos situados, tal y como la propone Dora Haraway
resulta especialmente pertinente. Haraway (1995) sostiene que todo conocimiento se crea a partir de
conexiones parciales entre posiciones materiales y semióticas, conexiones en las que intervenimos
los actores humanos, (tecnológicos, “naturales”, híbridos). Desde la perspectiva de esta autora,
podemos hablar de conocimientos que son parciales, que surgen de circunstancias, posiciones y
articulaciones semiótico-materiales que están en continua transformación. Esta idea, conectada a la
noción de reflexividad, explica el esfuerzo por detectar y colocar en contexto aquellos modelos y
representaciones que configuran nuestros posicionamientos subjetivos (éticos, políticos, sociales y
culturales), desde los cuales cada sujeto llega a vivir diferentes realidades. Un ejercicio que,
transportado a la practica investigadora, implica una forma de rigor metodológico, que según
Macbeth (2001) permite hacer visible las múltiples posiciones, intereses y acciones que sostienen
nuestras interpretaciones. Es en estos términos que este autor habla de la reflexividad posiconal3,
como una categoría singular de reflexividad:

Positional reflexivity thus aligns methodological rigor with a critically disciplined subjectivity,
decentering not only the sedimentations of the analyst but (reflexively) those of the field itself.
Rather than “levelling” the world with a singular, objectivizing narrative voice, it preserves and
recovers the polysemy of multiple positions, interests, and agencies in the settings of analyses.
(Macbeth, 2001:39)

3 Macbeth (2001) habla de tres diferentes modos de reflexividad. La reflexividad textual que se enfoca
en el análisis y meta análisis de los procesos y mecanismos de representación. La reflexividad posicional, que
se centra en en papel de la reflexividad en los procesos de narración como espacio de auto reflexión, y lo que
llama reflexividades constitutivas, en tanto que praxis reflexiva del mundo y sus construcciones sociales. La
distinción entre estos diversos modos de reflexividad puede entenderse como una distinción útil para
comprender la complejidad del concepto, aunque no indica una separación radical entre modos que están
necesariamente interrelacionados.
Buscando ampliar los modos de pensar este mismo concepto, Brenda Gray (2008) coloca el
acento en el papel de las emociones. Advierte que, muchas veces, éstas quedan olvidadas por
visiones sobre la reflexividad que parecen sostenerse en la idea de que el investigador puedo y debe
explicarlo todo. Critica así abordajes que acaban cayendo en una racionalización excesiva de los
procesos vividos en la investigación, dando por supuesto la capacidad de control sobre decisiones
que – afirma Gray - tienen un fuerte componente emocional. De hecho, como nos recuerda esta
misma autora, resulta familiar la idea de que las emociones son un asunto privado y el conocimiento
una cuestión pública. Una separación artificial que se puede cartografiar en la larga historia de la
dicótoma filosófica entre razón y emoción, dónde las emociones se han asociado a lo irrazonable y a
lo femenino, y clasificadas como una perturbación o obstaculización al juicio.

Resulta, sin embargo, que las emociones están en todas las dimensiones de la vida, y por lo
tanto, también cuando investigamos. Diversos autores han explorado este camino para hablar de
reflexividad (Bray, 2008; Ahmed, 2004; Blakman, 2007) Según afirman, las emociones y los
sentimientos constituyen potentes elementos de motivación en el diseño y desarrollo de una
investigación, del mismo modo que están presentes en la relación que establece el investigador con
su objeto de estudio, en su comprensión y sus interpretaciones (Gray, 2008:937). Esta es, según
Shane J. Blackman (2007) una dimensión del trabajo investigador que se resiste en el campo de lo
no dicho – hidden ethnography es el término que utiliza esta autor – aunque también señala que “the
‘reflexive turn’ enables sociologists to examine what remains undeveloped in the research
relationship” (Blackman, 2007:711).

Hacer explicito lo que suele quedar en los bastidores desde perspectivas centradas en la
noción de objetividad es también, para Joe Kincheloe y Kathleen Berry (2004), un cuestión central
de la investigación reflexiva. Nos recuerdan estos autores que la producción de conocimiento está
atravesada por lo emocional y por lo afectivo, por lo que hace falta cuestionar cuales son los
procesos y fuerzas sociales que dan forma a nuestros modos de sentir y comprender las realidades
que estudiamos.

The production of meaning contrary to traditional rationalistic notions is more tied to affective and
emotional investments than previously realized. I want to see myself as a 'man of science', some
researchers assert. As such a man I will produce hard, objective data that are becoming of such a
respectable man. In such cases what forces are at work in shaping the perspective this research takes
toward social phenomena – rational deliberations or affective impulses? (Kincheloe y Berry, 2004:7)
Sara Ahmed (2004) llama la atención sobre el mismo tema desde otro lugar. En The Cultural
Politics of Emotion, presenta una manera singular de entender el rol de las emociones en la
constitución al individuo y a la sociedad. Explora como los “otros” advienen objeto de “nuestros
sentimientos” y nos invita a pensar sobre los mecanismos mediante los cuales éstas se producen,
circulan y se intercambian. En otro lugar afirmaría:

My starting point is always not to assume there is something called affect (or for that matter,
emotion), that stands apart or has autonomy, as if it corresponds to an object in the world, but to
consider the messiness of the experiential, the unfolding of bodies into worlds, and the drama of
contingency, how we are touched by what comes near. (Ahmed, 2007:124)

Tomando esta senda de pensamiento, me gustaría cerrar este fragmento reconociendo el


trabajo investigador como un espacio atravesado por nuestras emociones. Un espacio de encuentro
con otros – volviendo a la metáfora de Kapuscinsky – cuyas presencia nos afecta, nos mantiene
alerta, renueva y activa a cada nuevo encuentro nuestras inquietudes. Es entendiendo la
investigación de ese modo – como proceso que muchas veces escapa a procedimientos
premeditados o totalmente plausibles de racionalizar – dónde reconozco las posibilidades que abre
la reflexividad a una comprensión más compleja del trabajo investigador.

Esa comprensión más compleja no supone, sin embargo, una aproximación esencialista a la
afectividad y su papel en la producción de conocimiento. Más bien se trata de prestar atención a las
diferentes dimensiones subjetivas y sociales que se articulan en el trabajo investigador. Desde ese
punto de vista, lo que hace la reflexividad es dar paso a explorar los bastidores de nuestra propia
práctica, invitando al lector a la cocina de la investigación. Por que es ahí, en ese espacio
desordenado, donde - como muy gráficamente dijo Fredy Kofman (2001:24) - la comida deja de ser
en una “cosa en sí” y se transforma en una “cosa cocinada”. Se revela entonces su historicidad, su
dependencia de un proceso condicionado por las decisiones de quien la elaboró. Comienzo pues a
mezclar los ingredientes.
Referencias

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