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UNIVERSIDAD Y UNIDAD

Prof. José María Boetto

La palabra racional no puede adquirir otra inteligibilidad a no ser la de la verdad,


más aún, la palabra es una cierta prolongación de la luz de la verdad misma mediada
ésta por la liturgia de la estudiosidad que la razón especulante oficia. En este sentido, y
sólo bajo este sentido la educación adquiere toda su significación en la medida en que
por ésta se entienda “el arte, y un arte particularmente difícil (...) por el cual el hombre
llega a ser un hombre”1. Bajo el respecto de la relación verdad, inteligencia y palabra la
educación manifiesta, no sólo su complejidad intelectual, moral y estética, sino también
su connatural riqueza humana si el fin de ésta se entronca en aquel de la naturaleza
humana, y en cuya posesión tal naturaleza encuentra su total perfección; fin que
Aristóteles expresara en la célebre sentencia que abre la meditación sobre el
conocimiento de las Causas, es decir, la ciencia metafísica: “todo hombre por naturaleza
desea saber”2.
Por consecuencia la educación, fundada en un principio de naturaleza, se presenta
como arte por cuanto “el saber y el conocer se dan más bien en el arte que en la
experiencia (...) por cuanto los hombres de experiencia saben los hechos, pero no el por
qué, mientras que los otros conocen el por qué, la causa”3. Así como la metafísica es
ciencia de las causas, la educación es el arte por el cual la inteligencia e inteligibilidad
de las causas, queda cincelada en la connatural apertura del alma misma, es decir la
educación es un acto estético en la misma medida en que es moral, y es un acto moral
en la misma medida en que es intelectual, y es intelectual en la medida que se conforma
a la naturaleza del hombre.
Pero dentro de los trasiegos que la educación recorre, y por los cuales sigue el
dinamismo de la historicidad y finitud humana, la educación superior, es decir, aquella
poseída y realizada por la Universidad, pareciera expresar – no sólo la eminencia del
saber acerca de la verdad – sino el culto racional por la verdad misma, por lo que debe
decirse que corresponde a ésta (a la Universidad) la posesión de la verdad de las cosas

1
. MARITAIN, Jacques, “La educación en este momento crucial”, Editorial Club de Lectores,
Buenos Aires, 1981, pp. 11-13.
2
. ARISTÓTELES, “Metafísica”, Editorial Gredos, Madrid, 1994, Libro Primero, 980 a, p. 69.
3
. “Metafísica”, Libro I, Capítulo Primero, 981a, 25-30, p. 72.
1
en el mismo punto en que en ésta se celebra la veneración de las causas mismas de las
cosas.
Pero entonces, si el hombre por naturaleza desea saber, y el saber se consuma y
realiza plenamente en el conocimiento de las causas primeras y últimas de las cosas,
sólo en la sabiduría, esto es en el conocimiento causal, la inteligencia reposa en la
misma medida que contempla las razones últimas, por cuanto – según enseña el Doctor
Angélico – “la razón superior, dirige su atención a las razones supremas, es decir, las
divinas, y busca examinarlas y consultarlas. Examinarlas, en cuanto contempla en ellas
lo divino; consultarlas, en cambio, en cuanto que juzga lo humano por lo divino,
dirigiendo las acciones humanas con reglas divinas”4.
A partir de ello, si el fin del conocimiento – en razón de naturaleza – descansa en
la quietud contemplativa, y la Universidad se presenta como el collado del
conocimiento, esto es, “el lugar donde se enseña el conocimiento universal”5, se colige
que la esencia de la Universidad se funda en las razones universales de las cosas, y por
consiguiente que su fin es la contemplación de dichas razones primeras y absolutas del
orden del ser. Pero esta especulación acerca de la Universidad no puede separarse de la
intelección acerca de la verdad, es decir, de la meditación sobre el ser bajo el respecto
de inteligibilidad.
“Verdad quiere decir manifestación y mostración de las cosas reales. En
consecuencia, la verdad es algo segundo, subordinado. No existe una verdad por sí sola.
Lo primero que siempre la precede son las cosas que son, lo real”6. Dicho esto se colige
que el ser de las cosas precede a la verdad de las mismas, no sólo en razón de acto de la
cosa, sino además en razón de principio de inteligibilidad. Puesto que la verdad dice
razón de cognoscibilidad, dice relación al entendimiento, más no es ésta el acto del
entendimiento sino aquello que se encuentra detrás de la verdad misma como
mostración de la cosa real, es decir la realidad, por consiguiente, si la verdad tiene razón
alguna – y en verdad que la tiene – ésta es el ser como fundamento de la cosa de donde
resulta la noción de “conformitas” que llamamos verdad. Si la verdad, en cuanto tal,
constituyera el acto del entendimiento y no la conformidad a la cosa en razón de
conocida, aquello en lo que la inteligencia alcanzaría su verdad sería la conformidad en
sí misma. Pero dado que el acto de la inteligencia es el ser en tanto inteligible, la verdad
4
. S.Th. II-II q. 45 a. 3 – Respondo.
5
. MARITAIN, Jacques, “La educación en este momento crucial”, op.cit., 95.
6
. PIEPER, Josef, “Filosofía medieval y mundo moderno”, Editorial Rialp, Madrid, 1973, p.
144.
2
resulta cuando el ser es patentizado en el hospicio de la inteligencia, más no patentizado
en el sentido de una develación o descubrimiento, sino en el sentido de presencia
evidente y total. De ello se concluye que si el ser, en tanto inteligible, es acto de la
inteligencia, la verdad emergerá en la medida de la intelección del ser en razón de
inteligibilidad, quedando ésta subordinada al ser, por cuanto la luz de la verdad en el
intelecto es participación de la luz del ser en sí mismo. Al respecto enseña Santo Tomás
de Aquino: “lo verdadero está en el entendimiento en cuanto que hay conformidad entre
éste y lo conocido, es necesario que la razón de verdadero derive del entendimiento a lo
conocido, como también se llama verdadera aquella cosa conocida en cuanto que tiene
alguna relación con el entendimiento”7.
Ahora bien, si el collado de la inteligencia estriba en el punto en que ésta llega a la
razón universal de la cosa, es decir en la “ciencia en grado sumo (...) que trata de lo
cognoscible en grado sumo que son los primeros principios y las causas”8, se deduce
que el fin de la inteligencia es la unidad, no sólo de la multiplicidad, sino de la misma
razón de causa, dicho de otra manera, la causa es por la unidad y no la unidad por la
causa, por cuanto la unidad es por lo Uno, y no lo Uno por la unidad. Conforme a esto
la Universidad, en tanto lugar en donde se enseña el conocimiento universal, es
entonces la esfera en donde la Unidad es inteligida en razón de causa, en virtud que el
entendimiento sólo puede llegar a aquella mediante las razones inteligibles de los
efectos, es decir, por lo que de evidente existe en las cosas contingentes. Por
consiguiente la universalidad de la Universidad no queda reducida a la extensión del
mundo de la contingencia, es decir no se limita al orbe de las cosas en tanto existentes
en la vastedad de las esencias por las que las cosas realizan su existencia, sino que se
abre a la perfección universal o bien universal primero y absoluto de todo lo existente,
es decir al ser. Este segundo modo de universalidad, primero en el orden del existir,
realiza la naturaleza misma de la Universidad al cometer la esencia de la sabiduría
misma. Pero si la Universidad quedara perfectamente realizada en la consideración del
juicio cierto acerca de las cosas, es decir en la virtud de la ciencia, por cuanto ésta causa
una rectitud acerca de lo existente a partir de la consideración de las causas segundas de
lo existente mismo9, la Universidad no trascendería el ámbito de la rectitud lógica del

7
. S.Th. I q. 16 a. 1 – Respondo.
8
. “Metafísica”, Libro I, Capítulo Segundo, 982 b, 1-5, p. 76.
9
. “Se llama, en cambio, ciencia el conocimiento de las cosas humanas; es, por así decir, el
nombre común que implica certeza de juicio, apropiada al juicio obtenido a través de las causas
segundas. Por eso, tomado así el nombre de ciencia, es un don distinto del don de sabiduría. De
3
orden causal, es decir, quedaría inmersa en la circunspección armónica del cosmos y de
su inteligibilidad inmanente, pero clausa a la actualidad del ser universal, razón última
de orden interior e inteligible de la naturaleza.
Ahora bien, se ha dicho que el ámbito de la Universidad es la intelección del ser
bajo la razón de causalidad última, por consiguiente el ámbito de la ciencia debe quedar
– en ella – trascendentalmente superado por el de la sabiduría. Pero atendamos que la
consideración de las razones últimas de las cosas, consideradas por la sabiduría y que
constituyen el objeto de la Universidad, por cuanto ésta atiende a la unidad en razón de
causa, no debe conducirnos a la confusión que la Universidad, en razón de tal, sea
esencialmente teológica, esto es, que sus principios de inteligibilidad sean los artículos
mismos de la fe. “Cuando además, distinguimos entre verdad de fe y verdad de razón
quiere ello decir que hay, por una parte, cosas que sólo divisamos en la fe en la
Revelación divina, y por otra parte, cosas que son comprensibles al conocimiento
natural”10. Esto no pretende concluir que la Universidad, como institución educativa
natural, sea formalmente opuesta a los principios de la fe, sino que el conocimiento
causal de la inteligencia no puede de suyo transcender a la realidad de lo necesario, esto
es de una causa primera y necesaria, no sólo en razón de los efectos, sino necesaria de
suyo. Por consiguiente el horizonte de la Universidad es la inteligibilidad – tal como
hemos afirmado – de la unidad en razón de causa desde la luz natural de la inteligencia.
Si la Universidad fuera formalmente una entidad teológica, esto es, que sus
principios fueran aquellos de la fe, habría que concluir que ésta no sería más que un
corolario de las razones necesarias del orden natural, y por consiguiente correspondería
a la Universidad el tránsito gnoseológico de la razón a la fe en el supuesto de que ésta
no sería más que una conclusión de los principios de naturaleza. A partir de ello se
deduce, que por naturaleza, la Universidad es jerárquica, no por referencia al “gremio,
colectividad, o corporación de derecho público de maestros y estudiantes, sino por la
totalidad omnicomprensiva de las ciencias”11, esto es por el orden de las causas mismas,
al punto que su constitución jerárquica, no corresponde a un tal o cual concepto de
educación, cuanto menos a una determinación pedagógica, sino a la relación unidad-
causa para con los entes-contingentes-efectos. Pero entonces ¿es posible la articulación
de la fe y la entidad universitaria?. Ciertamente lo es si el punto de partida no es la mera

ahí que el don de ciencia verse sólo sobre realidades humanas y sobre realidades creadas”. S.Th.
II-II q. 9 a. 2 – Respondo.
10
. PIEPER, Josef, “Filosofía medieval y mundo moderno”, op.cit., p. 144.
11
. Ibidem, p. 272.
4
consideración de las causas últimas dentro del orden del acto de ser, es decir las causas
necesarias de suyo, sino las mismas verdades conocidas por la virtud de la fe. Esta
posibilidad articulatoria de la entidad Universitaria para con la fe revelada, no se funda
tan solo en que la existencia de Dios y otras verdades pueden ser conocidas por la razón
natural a partir del presupuesto que tal conocimiento se funda en la garantía de toda
demostración, a saber en “aquello que es” (medium demonstrationis est quod quid
est)12, sino en que la misma fe, en tanto virtud infusa, supone la dimensión metafísica de
la naturaleza racional. Atiéndase por tanto que la Universidad, esencialmente
metafísica, puede disponer a la naturaleza racional al conocimiento de la fe, pero su
conocimiento causal, no sólo no causa la fe, sino que formalmente no la supone; pero a
su vez, la virtud de la fe, participación del conocimiento que Dios tiene de Sí mismo,
que se realiza, como en su sujeto, en un ente racional, no sólo presupone la totalidad de
la naturaleza, sino también la integridad del conocimiento metafísico que formalmente
se realiza en el ámbito universitario, si por éste se entiende – tal como hemos expresado
– el conocimiento de la unidad causal de las cosas reales. A partir de ello se concluye:
1. Que la dimensión natural de la Universidad dispone a la inteligencia racional a la
inteligencia de la fe en el punto de la consideración intelectual de las causas naturales y
necesarias de los entes13.
2. Que la fe en tanto virtud intelectual infusa supone el orden natural, y por consiguiente
la apertura metafísica de la inteligencia a la actualidad universal del ser, y en razón de
ello, la fe puede elevar a la inteligencia al conocimiento que Dios tiene de sí,
conocimiento participable por la fe. En razón de ello, así como la Universidad puede
Universidad el conocimiento de las causas últimas, no bajo un determinado género (in
illo genere), sino bajo la razón absoluta (simpliciter), virtud por la cual, la natural
sabiduría metafísica, que conforma la esencia y realización plena de la especulación
universitaria, queda insertada en la sabiduría contemplativa de la Esencia Divina,
asciendo – por la luz de la fe – de la pasión por la especulación y educación de la
verdad, a la contemplación, que consiste en un cierto “descanso y reposo”, descanso por

. S.Th. I q. 2 a. 2 – Segunda Objeción.


12
13
. “La existencia de Dios y otras verdades que de Él pueden ser conocidas por la sola razón
natural, tal como dice Romanos 1,19, no son artículos de fe, sino preámbulos a tales artículos.
Pues la fe presupone el conocimiento natural, como la gracia presupone la naturaleza, y la
perfección lo perfectible. Sin embargo, nada impide que lo que en sí mismo es demostrable y
comprensible, sea tenido como creíble por quien no llega a comprender la demostración”. S.Th.
I q. 2 a. 2 – Respondo.

5
el ver bajo el velo misterioso de la noche de la fe. De esta forma la Universidad, abierta
por la especulación y perfeccionada por la fe, conduciría las inteligencias a un “ver”,
genéricamente diferente al ver por evidencia o por demostración, sino a un “ver” por
autoridad, y a su vez a un descanso por el mismo perfeccionamiento que la fe causaría
en la inteligencia, descanso que es cumplimiento perfecto del deseo connaturalmente
metafísico del hombre en el exceso del objeto de la fe, y por consiguiente, descanso de
la vocación intelectual de la Universidad misma.
A partir de lo expuesto se deduce que corresponde a la Universidad la causación y
dirección de la virtud de la estudiosidad, que en tanto perfeccionamiento del “estudio
requiere, en primer lugar, conocimiento y, posteriormente, todo lo demás que
necesitamos para obrar bajo la dirección del conocimiento”14, es decir, la Universidad
debe reorientar, no sólo la inteligencia a sus causas últimas, sino el obrar de la
inteligencia en conformidad con la naturaleza metafísica del hombre, esto es, causar la
plena concordancia entre el obrar y el ser. Afirmado esto podría decirse que el fin de la
Universidad no se funda sólo en el “dominio del saber humano representado por la
arquitectura de sus enseñanzas, sino también en el sentido de que esa arquitectura haya
sido concebida conforme a la jerarquía interna y cualitativa del conocimiento
humano”15, de lo cual se deduce que la estudiosidad, en virtud del entendimiento, queda
circunscripta – en la entidad universitaria – dentro de la articulación metafísica entre
inteligencia y ser, al punto que el orden de las ciencias no responden en ella a la
directriz de la estudiosidad como perfección de una tal o cual técnica pedagógica, sino
en cuanto al orden causal de los objetos atendiendo a la universidad de la Causa
Primera.
La meditación metafísica acerca de la esencia de la Universidad conlleva – por
otra parte – el respeto que su propiedad ha de ser la cultura de la inteligencia mediante
las virtudes intelectuales de la sabiduría, ciencia y estudiosidad, pero en virtud de ello,
corresponde a la Universidad colocar al espíritu de estudio “bajo una temperancia
moderadora”16 que evita los dos excesos posibles de la estudiosidad, a saber la
“negligencia por una parte, y la vana curiosidad por otra”17. Así como la curiosidad
dispersa en lo innecesario, la negligencia causa la debilidad en torno a la perfección de
lo necesario, vicios estos que la Universidad logra erradicar en la medida en que funda
14
. S.Th. II-II q. 166 a. 1 – Respondo.
15
. MARITAIN, Jacques, “La educación en este momento crucial”, op.cit., 96.
16
. SERTILLANGES, A.D., “La vida intelectual”, Club de Lectores, Buenos Aires, 1954, p. 41.
17
. Ibidem, p. 41.
6
la luminosidad del estudio, no sólo en su arquitectura inmanente – ciertamente necesaria
– sino en la lumbre que surte de la unidad causalmente considerada, bajo cuyo arco
refulgente, la realidad queda patentizada como la luz de la cosa misma, pues el fulgor de
la cosa es su propia realidad. Así considerada la cuestión de la arquitectura universitaria
deviene del orden inteligible que la realidad causa en el orbe de las cosas, al punto que
la función pedagógica de la Universidad es transitar sobre el trazo de inteligibilidad que
el acto de ser causa en las cosas y en la relación de las cosas entre sí.
Pero esta reflexión acerca de la Universidad se incardina en los principios
metafísicos de la naturaleza humana y del conocimiento, tal como hemos afirmado, pero
¿qué ha ocurrido con la esencia de la Universidad a partir de la puesta en crítica del
realismo metafísico del ser, es decir, en qué ha devenido la Universidad desde los
postulados de otra metafísica, o desde la prescindencia de la misma?.
La especulación que inicia el occidente de esta meditación tratará de describir –
tan sólo – el devenir de la Universidad a partir de la negación o prescindencia de la
metafísica del ser. Iniciamos esta parte del logos con la clarividente afirmación del Dr.
Carlos Disandro:

“Para los antiguos, para los medievales funcionaba un axioma que ha


dejado de funcionar hoy, para muchos. Es el axioma que los medievales
sintetizaron en la fórmula latina operatio sequitur esse (...). Primero está el
ser y luego sus manifestaciones. En el nivel de la Nación el ser está formado
por su tradición, por el acto creativo que al transmitirla la recrea, la renueva
y la hace vivir en todos sus ciudadanos, casi como una idea que participa de
una cierta perennidad. Este axioma tan claro, que ilumina la estructura de
las realidades metafísicas e históricas ha sido trucado, en un proceso
trisecular, por un axioma exactamente contrario y que podría citarse en latín
del siguiente modo esse constituitur operatione (el ser se constituye por la
actividad). La actividad hace al ser, le da su estructura metafísica e histórica
e incluso su trascendencia teológica”18.

Que la Universidad haya iniciado un trasiego esencialmente separado del axioma


que el obrar sigue al ser, queda abierto en el mismo punto en que el ser pierde, no toda
su significación en cuanto a la educación, sino además toda su significación en cuanto a
la realidad y en cuanto a la inteligencia. Este decurso podría ser expresado por la
mudanza del realismo al idealismo, y de éste a la crítica misma de las posibilidades y
promesas de la razón. Las palabras de Etienne Gilson, al respecto, son iluminadoras: “el

. DISANDRO, Carlos Alberto, “La Universidad y la Nación – Tres disertaciones”, Hostería


18

Volante, La Plata, 1965, pp. 13-14.


7
idealista, por el hecho mismo de proceder del pensamiento a las cosas, no puede saber si
lo que toma como punto de partida corresponde o no a un objeto (...) para el realista,
pensar es sólo ordenar conocimientos o reflexionar sobre su contenido; jamás se le
ocurriría tomar el pensamiento como punto de partida de su reflexión”19. Si tomamos
tan sólo la resolución cartesiana, en cuanto a la verdad refiere, es preciso afirmar que
ésta queda transmutada en claridad y distinción, es decir en las mismas propiedades de
la conciencia. A partir del célebre axioma que la duda conduce a la certeza inmanente
del pensar, y que de éste es intuido la existencia como pensamiento, se deduce, no sólo
que la verdad ya no expresa conformidad entre la inteligencia y la realidad, sino, que al
no poder ser ésta afirmable en razón de evidencia, no queda más que las condiciones de
la verdad conformen una mismidad con las propiedades de la conciencia misma.
Claridad y distinción, no tan sólo quedaron conformadas como trascendentales de la
verdad sino también como condiciones de la afirmación de la inteligibilidad de la
verdad misma. Inaugurado así el inicio de un racionalismo, por el que el pensar procede
desde sí a las cosas reintegrando a las cosas a la inmanencia de la conciencia misma, se
comprende que el conocimiento haya iniciado, desde este despertar de la crítica a la
evidencia de lo real, la meditación sobre las condiciones de las posibilidades, no tan
sólo del conocimiento, sino también del ser de lo real mismo. Las condiciones del ser
real serán una misma cosa con las condiciones de su afirmación, razón por la cual se
comprende – que iniciado el giro de la realidad a la conciencia, y de la evidencia a la
certeza – la educación comienza a experimentar “el espacio libre en el que sólo puede
cultivarse la theoría”20, esto es la educación comienza a mirar su posibilidad metódica a
partir de la consideración misma del realismo advenido en método.
No es extraño que la Universidad, a partir de la conversión metafísica del ser a la
conciencia, haya comenzado a estructurar su arquitectura desde lo que podríamos llamar
teoría de conocimiento. Si la metafísica a secas, según el decir del Dr. Nimio de
Anquín, es “filosofía griega del Ser eterno”21, se concluye – según la clarividente
deducción del filósofo cordobés – que “en ninguno de los pensadores griegos que
especulan en la línea de la autenticidad se dan teorías del conocimiento pues el Ser no
solamente es uno, sino presencia inteligible, sin sombra de irracionalidad por no ser

19
. GILSON, Etienne, “El realismo metódico”, Ediciones Encuentro, Madrid, 1997, pp. 171-173.
20
. PIEPER, Josef, “Filosofía medieval y mundo moderno”, op.cit., p. 187.
21
. ANQUÍN, Nimio de, “De las dos inhabitaciones en el hombre”, Editorial de la Universidad
Nacional de Córdoba, Córdoba, 1971, p. 13.
8
creado, y en consecuencia mostrable a su intelección inmediata y excluyente de
cualquier demostración a posteriori”22.
Desde esta consideración, producida la revuelta de la metafísica del ser a teoría
del conocimiento o teoría del pensar que se piensa, la Universidad – arrastrada por el
derrotero de la filosofía – quedó fincada en la reflexión de las posibilidades de la
filosofía misma, y por lo tanto irreversiblemente separada del objeto último de la
filosofía que es la causa universal del ser. Apartada la filosofía de la metafísica, o
concibiendo por metafísica la autointeligibilidad de la conciencia para consigo misma,
la Universidad siguió el camino de esta separación tornándose en ámbito de la
meditación sobre las posibilidades del método, al punto, que la iluminación de la fe
sobrenatural al orden de los saberes de la razón, no sólo se tornaba extraño, sino además
innecesaria de suyo.
Queda así fundado el inicio de lo que el Dr. José Ramón Pérez llamó la suplencia
del “principio de la verdad por el principio de la autenticidad (...) y por consiguiente el
proceso moderno de la acción”23. Sin embargo la Universidad moderna no fue
completamente lugar de acción, sino ámbito de la autonomía de la teoría, según el decir
de Josef Pieper, esto es, reflexión sobre la naturaleza de la ciencia, y por consiguiente
conciencia de las razones de cognoscibilidad de la naturaleza misma. Iniciado el
proceso de la modernidad, tal como sucintamente quedó expuesto, se comprende que la
Universidad, no sólo inició un progresivo alejamiento del ámbito de la sabiduría, por
cuanto la relación causal comenzó un repliegue explicativo absoluto del ámbito de la
realidad, sino también una transmutación de la metafísica en teoría de conocimiento,
adviniendo, de este modo, la ciencia, no tan solo como plenitud del conocer, sino
también como horizonte de la vida universitaria. No es extraño que el pasaje de la
autoridad del monasterio a la Universidad, y por consiguiente de la custodia de la
tradición – oficio de la vida monástica – a la especulación metafísica universitaria –
pasaje que comenzó a realizarse en el siglo XI y que hubo culminado en el siglo XIII,
vuelve a replicarse, pero de manera inmanente, en la misma institución universitaria en
el punto en que el alma queda suspendida como conciencia. Si la vida monástica, según
el decir de Josef Pieper se fundaba en el apotegma “anima quaerens Verbum”24, la
Universidad medieval – por inferencia metafísica de la mismidad Ser y Entender en

22
. Ibidem, pp. 13-14.
23
. PÉREZ, José Ramón, “Amor y Verdad I”, Ediciones Alfa-Beta, Córdoba, 1991, p. 10.
24
. PIEPER, Josef, “Filosofía medieval y mundo moderno”, op.cit., p. 94.

9
Dios – y ya no por movimiento de éxtasis sino por iluminación especulativa – intelige la
expresión anterior al modo de “intellectus quaerens Lucem”, por cuanto la simplicidad
actualísima del Ser de Dios, en quien Ser e Inteligibilidad es una y misma cosa, es
fundamento no sólo de la inenarrable luz interior del ser, sino también de la misma luz
de la inteligencia. En razón de ello la Universidad medieval, iluminada por la sabiduría
monástica, abre el arrebato místico hacia el Uno por la analítica especulativa del Uno
como Unidad, y la Unidad como Causa. Cabe aquí la consideración de la primacía
neoplatónica, no sólo en la esencia de la vida monástica, sino también de la misma
génesis y esencia de la Universidad medieval.
Pero la crítica moderna de la evidencia del ser, o al menos el suspenso de su
inteligibilidad, ocasionó – en el ámbito mismo de la Universidad – el apartamiento, no
sólo del ámbito del alma y del intelecto, sino también del ámbito de la luz en la medida
en que es suplantada por la claridad, y del ámbito de la existencia reemplazada por la
distinción. Así la Universidad moderna quedó irreversiblemente cerrada en el ámbito de
la naturaleza del conocimiento.
Pero el recorrido mismo de la pregunta por las garantías del conocimiento llegará,
desde Descartes, atravesando al empirismo, a la consideración de que el objeto, ya no
puede referir a aquello dado a la intelección del entendimiento, sino a lo que puede ser
constituido como materia del conocimiento, es decir, como aquello, que posible de ser
sintetizado por las categorías puras de la sensibilidad de la Estética Trascendental –
según el decir de Kant – se estructura como aquello pasible de inteligibilidad. Este
decurso, que se coronará en el idealismo filosófico, determinará que la Universidad
replique – en el interior de su modo de educación – aquello que las categorías a priori de
la razón obran en tanto trascendentalmente orientadas a la materia. La Universidad será
pues el ámbito, no ya de la mera ciencia, sino el lugar en que la razón toma conciencia
de sí misma, tornándose – en última instancia – en la institución eminente por la cual la
razón misma sale de su minoría de edad hacia la conciencia absoluta, esto es, hacia la
realización plena de su mayoría de edad.
Pero si la razón absoluta, incluso el mismo Yo Trascendental, puede decirse a sí
misma como fundamento, en la medida en que su misma razón categorial tome
conciencia de sí misma, se comprende, que la misma filosofía idealista incorpore, en el
seno de la inteligibilidad, la necesidad de la dialéctica, esto es, que el en-sí, sea en-sí en
tanto para-sí, siendo por tanto la inteligibilidad efecto de la circunscripción dialéctica
misma. La Universidad no quedó ajena al decurso de este nuevo principio.

10
El axioma moderno, que según el decir del Dr. Carlos Disandro, era aquel que el
ser queda constituido por la operación, queda plenamente conformado en las tesis de
Karl Marx sobre Feuerbach, al determinar – en las tesis uno y dos – “que el defecto
fundamental del materialismo anterior era suponer la sensibilidad como ámbito teórico
y no como praxis”, y por consiguiente, si el ser se desplaza del ámbito contemplativo al
de la relación pragmática, la “verdad quedaba demostrada en la práctica, esto es en el
ámbito de la terrenalidad del conocimiento”. Esto determina, que si el ser como relación
se comprende en su contradicción y luego revolucionarla prácticamente eliminando la
contradicción, se colige, que el mismo conocimiento, debe seguir la dialéctica
constitución de la realidad, y por consiguiente, la misma Universidad replicará, no sólo
la resolución de la dialéctica misma, sino también la historicidad del conocimiento, esto
es la Universidad será el marco de la revolución.
Claro es, que aún en la constitución revolucionaria de la Universidad en las
postrimerías del siglo XIX, seguía substando una triple consideración, a saber:
1. Que el conocimiento se presenta como promesa de constitución de la historia racional
de occidente.
2. Que el marco de la conformidad de la temporalidad, más allá de su terrenalidad,
deviene de la metafísica del ser como relación.
3. Que la esencia de la historia, a pesar de su textura revolucionaria, es connaturalmente
teórica.
Pero era necesario, de alguna manera, que las verdades occidentales fueran
deconstruidas desde sí mismas como representaciones mendaces, que la razón hizo
sobre la urdimbre vital y contraria que substa detrás de lo humano y de todo lo real, es
decir, el mito de la razón, y el sucedáneo de la identidad y la emancipación, comienzan
a fragmentarse a partir de la lucidez de Friedrich Nietzsche, cuando éste afirma: “es
preciso mantener la superficie de la conciencia – la conciencia es una superficie –
limpia de cualquiera de los grandes imperativos”25. Dicho esto, si el apotegma de la
educación helénica estaba fundada en la dimensión de interioridad del “conócete a ti
mismo”, siendo éste el conocimiento mismo del alma, la fragmentación de la
modernidad, tras las caídas del mundo de las representaciones, quedó expuesta, ya no a
una consciencia teleológica inmanente, sino a una “autoagnosis” fundada en el

25
. NIETZSCHE, Friedrich, “Ecce Homo”, Alianza Editorial, Madrid, 2005, p. 57.
11
aniquilamiento de la verdad como mendacidad, quedando instaurada así la “Gran
Política”26 en la tierra.
Más allá del despoblamiento en que el hombre queda a partir de Nietzsche,
hombre que según la clarividente palabra del filósofo, concluye en un “Ecce Homo”,
expoliado pero en contra del Crucificado, lo cierto es que Occidente ingresa en una
contingencia absoluta, casi en una precariedad ontológica total, por lo que la noción de
realidad, y por consiguiente de identidad, no sólo queda constituida de manera
“alterada”, sino a la vez determinada en el espacio de los hechos sociales, y por
consiguiente en la teatralidad de los consensos, según la teoría claramente expuesta por
el pensador español Manuel Cruz en su obra “Tiempos de Subjetividad”27.
Negada la metafísica del ser, desmitificada la existencia como pensamiento, y por
consiguiente la identidad identificada con el cogito y constituida en categoría a priori,
desconfiando de las representación del mito emancipador moderno, el pensar
contemporáneo transita por los senderos conformados por los escombros de la tradición
occidental, hacia la constitución de una subjetividad construida desde el otro,
construcción que se realiza en el ámbito del ser como lenguaje. La Universidad
contemporánea, por consiguiente, no podía permanecer como ámbito de la revolución
de la historia fundada en el ser como relación dialéctica, sino que devino en espacio
hermenéutico, esto es, en consciencia de que la verdad, no es ya aquello dado u
otorgado, como tampoco aquello que adviene como promesa, sino en tarea, esto es
acción hermenéutica, y por consiguiente en acción lingüística. La Universidad ya no
será más lugar de la sabiduría, o de la ciencia, o de la conciencia del pensar que se
concibe a sí mismo, o de la terrenalidad revolucionaria, sino espacio en que se factúa la
verdad como hecho social, sea como consenso, sea como universalidad pragmática de
las formulaciones éticas y políticas a partir de la identidad como subjetividad
constituida desde el otro, que en tanto otro, es más allá del ser y la esencia.
Dicho esto ¿queda en la Universidad contemporánea algún trazo del deleite
contemplativo o de la certeza metódica, esto es, queda en la Universidad algún
remanente del nombre que la define o más bien hay que sospechar que su término
significa – incluso – su contradictorio?.

26
. Ibidem, p. 135.
. CRUZ, Manuel (comp.), “Tiempo de Subjetividad”, Paidós, Madrid, 1996, Introducción, p,
27

11.
12
Del ser a la verdad, de la verdad a la certeza, de la certeza a la mismidad de la
categoría, de la categoría a la conciencia de sí, de la conciencia de sí a la dialéctica
teórica, de la dialéctica teórica a la relación como praxis, de la praxis al fenecimiento de
todas las representaciones inauguradas en la pregunta socrática Ti¿ e¸sti¿, y de la falacia
de la representación a la fragmentación subjetiva, lo cierto es que la Universidad,
institución netamente occidental, transitó el recorrido del ocultamiento del ser, más aún,
padeció la prescindencia del ser.
Pero si la Universidad, según la clarividente palabra del General Juan Domingo
Perón, está destinada – por esencia y por origen – a ser “señera y señora”28, se torna
necesario regresar la mirada especulativa a las llanuras de la verdad del ser, al decir del
Divino Platón, y desde su especulación, ascender a la fuente ubérrima de donde emana
la sabiduría sin ocaso, y por consiguiente no obumbrada por el occidente de la memoria.
“Nosotros mantenemos – según el decir preclaro del Dr. Carlos Disandro – la
supremacía del Logos sobre la acción, el principio de inteligibilidad (...) que es al
mismo tiempo fundamento de la realidad, de la inteligencia y del lenguaje humano.
Frente al voluntarismo activista, es decir, frente a un ethos oscurecido por los detritus
históricos, nosotros colocamos el logos, frente a la praxis revaloramos la teoría, y frente
a la operatio colocamos en primer lugar el esse”29.
Pero allí, en donde la acción ha hecho el vacío del ser y el hastío del
conocimiento, emerge – aún en el dolor más terrible padecido por la historia, dolor y
confusión que según la prístina palabra del gran teólogo Fray Alberto Justo OP, can de
Dios que ladra desde el silencio, “no tiene término análogo en toda la historia
precedente” – decimos, allí “donde está el dolor, está también lo que salva”.
Donde la nada impera en su vértigo más funesto y aniquilante, el ser emerge
victorioso, y reiniciando así el “exitus” de la inteligencia, celebra la sacra liturgia del
paso de las sombras de la imagen a la Verdad: EX UMBRIS ET IMAGINIBUS IN
VERITATEM.

28
. PERÓN, Juan Domingo, Discurso al ser nombrado Doctor Honoris Causa por su obra a favor
de la cultura nacional (14 de noviembre de 1947), en “Obras Completas”, Docencia S.A.
Editorial, Buenos Aires, 1998, Tomo IX, Volumen 2, p. 499.
29
. DISANDRO, Carlos Alberto, “La Universidad y la Nación – Tres disertaciones”, op.cit., p.
16.
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